¿Hubo brujas en Canarias? El profesor de Historia de la ULL
Francisco Fajardo Spínola (Arrecife, 1947) ha rastreado las actas de la
Inquisición en las islas. En su búsqueda ha localizado demonios que vienen de
viejo: machismo, miedos, xenofobia y control social.,
Lucía de Cabrera, lanzaroteña y negra, se confesó
bruja. Dijo haber pactado con el demonio, que se le aparecía en forma
de camello y al que besaba el pie. Volaba por los aires esparciendo
alhorra por los campos. Confesó haber chupado niños. Usaba como ungüento
“tuétano y sebo de perro, camella y cabra, con otro verde que el diablo les
daba”. Corría el siglo XVI, centuria en la que se procesó al 64 por ciento de
las 2.319 víctimas de la Inquisición canaria.
El historiador Francisco Fajardo Spínola,
profesor titular de Historia Moderna de la Universidad de La Laguna, ha pasado
años golizneando entre las actas del Tribunal del Santo Oficio que conserva el
archivo del Museo Canario de Las Palmas. Documentos manuscritos que dan las
claves de una época, la Edad Moderna en las Islas. Durante los tres siglos
largos en que la Inquisición hace acto de presencia en Canarias -de 1506 a
1820- serán las elites las que dejen su “versión de la historia” a través de
los documentos que escriben. Pero aunque sea la cúpula eclesiástica la que
juzgue en la Inquisición, hermanada con el poder político, las víctimas son
gentes de a pie a quienes se interroga hasta el extremo, dejando con ello
infinidad de datos sobre su origen, posición social, vidas y creencias.
Paradójicamente, la institución que nació para uniformar mentalidades
acallando a quienes distinto pensaban terminó por dar voz, a los ojos de la
historia, a sus propias víctimas. Sin las actas de la Inquisición,
mucho de lo que pensaban, sentían, creían y vivían aquellos enjuiciados,
miembros de la sociedad canaria de la época, hubiese quedado en el olvido.
La mayoría de los procesados por la Inquisición
canaria, menos cruel que la ejercida en la Península ibérica debido al carácter
mestizo, integrador y comercial de una sociedad isleña en formación, fueron
varones. Se les acusaba de practicar el Islam, el protestantismo, el judaísmo,
la bigamia o de pronunciar expresiones contrarias al dogma. Pero hubo
un “delito” eminentemente femenino: el conocido como “las supersticiones”,
territorio de arraigadas creencias populares no aceptadas por la Jerarquía. Era
este el ámbito de la magia, los conjuros, las curaciones, el amor y el desamor;
de las velas, el sahumerio, las cazuelas, gánigos, agujas y tijeras. Magia para
saber más, pronosticar y proporcionar bienestar… pero como advirtiera la
hechicera “quien sabe hacer sabe deshacer”, por lo que se ganó la fama de mala
vecina, dispuestas a recurrir a temidos maleficios, llegando a sospecharse que
fuese bruja. [quote]
La bruja va más allá que la hechicera:
“ha abandonado el cristianismo, renunciado a su bautismo, rinde culto a
Satanás como a su Dios, se ha entregado a él en cuerpo y alma, y se
convierte en su instrumento de hacer el mal”. El profesor Fajardo se ha
esforzado en dibujar las características de esa supuesta bruja canaria,
heredera de las tradiciones brujeriles castellanas y portuguesas, con una importante
influencia de elementos procedentes de la cercana Berbería, principalmente en
las islas de Lanzarote y Fuerteventura, donde, no casualmente, el
demonio tiene imagen de camello, animal llegado del continente tras la
conquista. Para volar, las brujas canarias se embadurnaban con las entrañas de
animales propios del país, como se recoge en el caso de Lucía de Cabrera. La
apariencia de cabrón es también de las más recurridas en el imaginario
demoníaco isleño, con nombres que responden a la cultura pastoril. El crimen de
chupar la sangre a los niños hasta matarlos es una de las maldades que más
habituales, temor que permaneció durante siglos entre las recién paridas.
Pero ¿hubo realmente brujas en Canarias? En
el caso de Lucía de Cabrera, lanzaroteña y negra, asegura Fajardo que sí era
curandera, pero que el elemento satánico habría sido introducido por los jueces
que la encausaron. Considera el historiador que la hechicería tuvo un
componente real en las Islas, pero no la brujería. No hubo ningún culto más o
menos oficializado al demonio en la Canarias de la Edad Moderna. Ninguno de los
actos que se les adjudica tenían elementos dignos de ser verosímiles, ni
siquiera las famosas “juntas” –nombre que recibirían en Canarias los
aquelarres-; lo más algún acto de hechicería nocturno.
Cuesta entender pues que en 1581 se abriera por
parte del Tribunal de la Inquisición de Canarias el proceso titulado “contra
las brujas de Lanzarote”, en la isla que aparece como más propicia a lo
demoníaco. Fajardo apunta a los miedos colectivos como causantes de
estos procesos: aparición de plagas y sequías, invasiones piráticas desde
Berbería, recelo de los muchos berberiscos instalado en la isla y la condición
de esta como “territorio fronterizo”, junto a la costa africana. Se buscaba
entonces “chivos expiatorios” entre los elementos más marginales de la
sociedad: el 89% de los encausados por brujería en las islas eran mujeres de
clases humildes y más de la mitad, negras, mulatas o moriscas.
También hubo un componente patriarcal y
misógino: “Las mujeres eran claves en la transmisión de la cultura popular,
en contraste con la situación desfavorable que les imponía la cultura oficial.
La mujer era una especialista del cuerpo humano, al que alimentaba y curaba.
Esto suponía observar y conocer las funciones del organismo o las propiedades
de las plantas. De su experiencia obtenía cierta influencia social, cierto
reconocimiento. Eran espacios de saber y de poder femeninos. Por eso la
persecución de brujas y hechiceras, casi siempre mujeres, tuvo mucho que ver
con el intento de destruir la cultura popular y asegurar el poder de los
clérigos, varones, sobre las creencias”.
Pero hay un hecho que contradice la tesis del
profesor Fajardo sobre el “invento” de la brujería isleña. Y es que Lucía de
Cabrera, lanzaroteña y negra, se confesó bruja. Fue ella quien aseguró
haber pactado con el demonio, quien confesó tener a Satanás como
protector y haber cometido actos diabólicos. Poco después moriría en el
hospital de San Martín de Las Palmas a causa de las torturas producidas durante
los interrogatorios.
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