1572 Diciembre 19. En
estas fechas de discutía en el Cabildo eclesiástico de la secta católica
establecido en la parte de la colonia de Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de
Gran Canaria), la posibilidad de erigir otro convento de dicha secta en la
ciudad, mientras que las condiciones de vida para los naturales, criollos y
colonos era ciertamente deplorable, tal como recoge el criollo Agustín
Millares: “Entretanto, las Islas iban lentamente progresando, si no en su parte
intelectual y moral, al menos, en aquella que se relacionaba con los intereses
materiales de su existencia.
Por el rápido examen que de los
procesos del Santo Oficio hemos hecho, se puede juzgar, hasta donde se extendía
su minucia espionaje, y la red invisible de sus delaciones.
La introducción de un libro
cualquiera, aún los de aquellos que trataban de asuntos místicos era vigilada
con escrupulosa atención, la lectura pues, era un lujo que pocos se permitían,
pudiendo asegurarse, que la vida de los santos, y alguna novena manuscrita,
constituían la biblioteca de la parte mas ilustrada de la Población. Los sermones,
que eran entonces al pueblo, lo que hoy son las conferencias, tampoco
contribuían á instruir a las multitudes.
Confiados, en general, á personas
de escasa ciencia, y circunscrito su objeto al panegéri-co de algún Santo, ó
explicación de algún misterio, pocas veces se elevaban á consideraciones
filosóficas, dignas de la moral cristiana, arrastrándose comúnmente por la
rutinaria senda abierta por sus antecesores, sin valor ni conocimientos para
hacer del pulpito la cátedra de la pura doctrina evangélica, y de los preceptos
sublimes de Jesucristo.
Servíales, sin embargo, de
disculpa á esos tímidos predicadores, los procesos que aun se conservan contra
aquellos eclesiásticos que, sin intención anuda, sin dotes de innovadores,
lanzaba alguna proposición, que estuviese en desacuerdo con la manera de pensar
de los Inquisidores.
Ante esa espada, sin cesar
suspendida sobre el pensamiento, se embrutecía el más docto, y se callaba el
más intrépido. Además, acostumbrados a respirar aquella atmósfera viciada, llegaban
á persuadirse que la conciencia humana no tenia otro molde, que aquel en que se
la arrojaba hacía tantos siglos, ni las ideas otro carril, que el abierto por
la teocracia, en el largo y oscuro transcurso de los siglos medios.
Por este tiempo, un hijo de Las
Palmas que ya hemos citado, honor y gloria de estas humildes rocas, después de
haber viajado por el algunos países de Europa, y detenido en Italia que ya
poseía el Dante, el Petrarca, el Ariosto y el Tasso trajo á su patria un eco de
aquellos inspirados cantos, y bajo las copas de sus magníficos árboles, nos
legó una epopeya reflejo de la época en que vivía.
Pero, el esfuerzo titánico de D.
Bartolomé Cairasco de Figueroa, había de quedar sin imitadores. Su musa murió
con él, y nadie se atrevió á recoger la lira, que había dejado abandonada en el
bosque sin rival de Doramas.
Hemos dicho, y volveremos á
repetir, que los progresos de la colonia en su parte, por decirlo así,
material, eran muy lentos. El Municipio, único cuerpo con autoridad bastante
para impulsar las reformas, no pensaba más que en obtener concesiones para
fundar mayorazgos, patronatos y Capellanías, destinados aquellos á perpetuar la
nobleza en las edades futuras, y éstas á salvar sus almas en el otro mundo, por
medio de ofrendas piadosas, que inclinasen el animo de Dios á perdonar sus
pecados.
Sus actas contenían largas
relaciones sobre las competencias sostenidas con las autoridades eclesiásticas
y judiciales, respecto al sitio que debían ocupar en las proce-siones é
Iglesias; sobre el tratamiento que debían dar y exigir en sus comunicaciones
oficiales; sobre fundaciones de conventos y cofradías; y sobre armamento y
defensa de la Isla;
pero jamás se trataba de fundar escuelas, de contener el estancamiento de la.
propiedad, de fomentar el comercio, de proteger la industria, de explotar
aguas, de repartir baldíos, de favorecer la agricultura, de remover en fin los
mil y mil obstáculos que á la prosperidad local se oponían.
La instrucción de los regidores
perpetuos era en verdad, muy limitada. Sin haber salido del país, salvo cortas
excepciones, sin conocimientos prácticos ni teóricos sobre la ciencia de
gobernar, creyendo que el mundo se limitaba al horizonte que abarcaba su vista,
y persuadidos que las clases trabajadoras habían nacido exclusivamente para
servirles en esta vida, no podían comprender el adelanto social, ni siquiera
prepararlo con su iniciativa, limitándose á vegetar en el medio donde la Providencia los había
colo-cado, aceptando lo presente, ignorando lo pasado, y creyendo que el
porvenir seria in-definidamente la repetición de los actos de su monótona é
inútil existencia.
La población entretanto, seguía
mejorando por la fuerza misma de las circunstancias, y algunos de sus
Gobernadores coloniales realizaban por vanidad obras útiles y necesarias. Entre
éstos, D. Martín de Benavides se hizo célebre por el puente con que unió las
dos orillas del Guiniguada, y en el cual se atrevió á inscribir su nombre,
atentado que le valió un ruidoso proceso, del que al fin salió victorioso, no
sin sufrir antes mil disgustos, que hubieran podido costarle el honor y la
vida.
En este intervalo se había
levantado en los Arenales de Triana, y en el sitio que ocupaba la ermita de la Concepción, un convento
de monjas, bajo la advocación de San Bernardo, que el amigo de Cairasco, el
fraile Frai Basilio de Peñalosa, calificador
del Santo Oficio, y sujeto muy respetado por su ciencia y virtudes,
había conseguido fundar, después de reclutar su rebaño entre las doncellas más
nobles y ricas de la población.
Ocupó el área de este convento
una extensa. llanura con huertas, estanques, caserío dividida en barrios,
iglesia, y vastas de pendencias, que hacían del piadoso establecimiento una
Ciudad dentro de la misma Ciudad. Hubo, sin embargo, contradicciones respecto
de la conveniencia de su instalación y consta, que al tratar este asunto en el
Cabildo eclesiástico, cuyo consentimiento parece que era necesario, se opuso
abiertamente el Arcediano D. Juan Salvago haciendo valer, entre otras, la razón
de que este país era ocioso y amigo de comunicaciones, que podían traer
perjudiciales costumbres para la juventud de fuera y dentro del convento.
Prevaleció, empero, la opinión de Cairásco, que se declaró campeón de las
monjas, rebatiendo con calor todos los argumentos de su adversario, y
obteniendo la mayoría en la votación.
Las fortificaciones de la Ciudad habían mejorado
considerablemente, con relación a. los medios de defensa entonces conocidos.
Concluido el torreón de la
Isleta, primera fortaleza del litoral de Las Palmas, se
levantó, sobre un arrecife al norte de la Ciudad, otro torreón llamado de Santa Ana, y un
reducto ó casamata al pié de la montaña de San Francisco, unidos ambos con una
muralla, foso y empalizad a, cuyas obras dirigió el ingeniero Próspero Cazorla,
acreditado profesor que envió con ese objeto el rey español Felipe II y que se avecindó en Canaria, llegando á ser
uno de sus regidores perpetuos.
Por el sur de la Ciudad se construyó también
otro lienzo de muralla, que partiendo desde el reducto de Santa Isabel, subía
hasta el lomo de San Juan, dejando abiertas dos puertas, que llamaron de los
Reyes y San José. La primera de estas puertas conducía á la plazoleta del
Quemadero donde se representaba siempre el último acto de los autos de fe.
La Catedral había cerrado
los techos de su nave central, hasta el sitio donde hoy se encuentran los
púlpitos, y la víspera del Córpus del año 1570 se principió a ce1ebrar en ella
los divinos oficios. El palacio episcopal, bajo otra forma de la que hoy tiene,
se fabricó en el último tercio del mismo siglo; y la población, con estas
mejoras, presentó un aspecto menos miserable, y aumentó el número de sus
vecinos.
Continuaba siendo el Cabildo
eclesiástico, único depositario de la poca ilustración que el país poseía. Ya
se estaba lejos de aquellos tiempos en que el Cabildo acordaba, que- «por
cuanto en las personas del Canónigo Francisco Es pino y del Canónigo Juan
Carrillo, y del Racionero Marcos Espino, por su poca edad, y ejercicio que en
el estudio han tenido, hay el defecto de no saber leer; para cumplir con
aquello á que están obligados al servicio de la Iglesia, para que más
dignamente lleven la renta de 'Sus prebendas, se mandó que fuesen obligados á
aprender gramática, leer y cantar, de manera. que desenvueltamente puedan
hacerlo en el coro y en el altar, sopena de que entretanto no ganen más de la
mitad de las distribuciones.»
Asimismo se mandó, «que
mientras no sepan lo ya expresado, no puedan jugar dados ni naipes en sus
casas, sino fuere los días de las Pascuas, y en tales días no jueguen con
seglares, sopena por la primera vez de ocho días de su gruesa, y de un mes si
reincidie
-ren» Sin embargo, todavía en esa época y en
otras posteriores, las correcciones y prescripciones de honestidad y buen vivir,
abundan en sus actas.
Allí se encuentra la extraña
prohibición de que los Señores capitulares, no salgan de noche á cantar y tañer
vihuelas por las calles; otra al Sr. Chantre D. Luis del Corral para que vista
honestamente no trayendo calzas de trama de aguja, jubón de tafetán colorado ni
sombrero de pespunte. Y otra para que el
día de Inocentes no se hagan burlas en el coro, atándose ciertos objetos, que
el decoro no permite nombrar.
Pero, lo repetimos, fuera de
aquel centro, donde se agrupaban los que iban en su juventud á estudiar á
Salamanca, Alcalá ó Granada, la ignorancia más completa in- vadía todas las
clases. ¿,Qué podía esperarse de un pueblo, que en política creía haber venido
nido al mundo á servir los caprichos de otro hombre, y en religión a humillarse
ante un Ser, que solo parecía estar contento, cuando le ofrecían sangrientos
holocaustos de carne humana? ¿ Qué esperanza podía abrigarse de que el nivel
moral de ese pueblo se elevara? ¿De qué le servían los precepto, del que había venido a derribar
los ídolos del Paganismo, destruir la sensualidad y la crápula, y traernos la
caridad y el amor al prójimo, si aun teníamos ídolos, corrupción,
intransigencia y odio á muerte al que no pensara como nosotros?
El que entonces hubiera
contemplado ese pueblo en su miseria y abyección, y no pensara, que para la
humanidad son minutos los siglos, dudado hubiera de su porvenir.
Despertó, al fin; más, para
expiar entre lágrimas y humillaciones impulsado, que quisiera borrar para
siempre de su historia, y que será por mucho tiempo la rémora cons tante de su
adelanto.”(Agustín Millares Torres; 1981)
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