miércoles, 17 de agosto de 2011

Las Coplas De Hupalupo




I

La reina doña Isabel
La Católica tenía
una dama que decían
era su bello vergel.
Cuentan que en el tiempo aquel
era la dama más bella
y la más radiante estrella
que en toda España se hallaba,
espejo en que se miraba
la reina y el dueño de ella.

II      

Muy poco duró el edén
de nuestra reina su espejo,
porque el rey de amor perplejo
quiso verse en él también.
Aquí se principia el vaivén
de Isabel y Beatriz,
no había nadie feliz
por causa de la manzana,
¡dejémonos de jaranas
aquí hubo algún desliz!

III    

La reina como una fiera
de celos brava rugía
cual ruge la mar bravia
contra la playa serena.
«¡Cómo vengaré mis penas
contra mi vil traicionera?
Hay que andar a la carrera,
por fin la voy a casar
y la voy a desterrar
a la isla de Gomera!».

IV           

Aún el espejo empañado
a Hernán Peraza llamó
y a Beatriz le ofreció
y la aceptó con agrado
le dijo, «estás aprobado
ser Conde de La Gomera,
gobernarás como quieras.
Mañana te embarcarás,
pero jamás volverás
con tu esposa a esta ribera».

V    

Nuestro Conde soberano
en San Sebastián vivió,
allí su casa fundó
siendo su ideal tirano.
A todo buen ciudadano
de consumo lo gravó
y su honor no respetó
ni tampoco a sus mujeres,
y se entregó a los placeres
causa por que al fin murió.

VI          

Los valles de La Gomera
con sus vasallos paseaba,
la mujer que le gustaba
sola para su placer era
y el padre que se opusiera
al punto era aprisionado,
con rigores castigado
en un continuo sufrir,
pues más quisieran morir
que vivir en tal estado.

VII         

Próximo a Gerián vivía
un sabio que se llamó
Hupalupu. Lo dotó
Dios, con su sabiduría,
de una hija que tenía,
tan bella y tan seductora,
que ni la luciente aurora
ni las rosas encamadas
no le igualaban en nada
por ser tan encantadora.

VIII

El conde a esta joven vio,
de ella quedó prendado
locamente enamorado,
tanto que la apeteció.
Su deseo no logró
fue el Conde tan rechazado
por un precepto sagrado
que a Dios tenía ofrecido,
mientras no sea cumplido
su honor no sea tocado.

IX            

Iballa hacía libaciones
sobre la Montaña Santa,
de la leche. Con fe tanta
rezaba sus oraciones,
sin fiestas ni diversiones
Iballa dedía estar
ni se podía casar
por más que estaba ofrecida
con Pedro, pero cumplida
no le podía faltar.

X              

Volvamos a Hernán Peraza
que está loco enamorado,
todo su empeño apurado
por si puede darle caza.
Siempre urdiendo mala traza
un banquete organizó
y a Hupalupo invitó
al palacio Casa Seda
allí la cosa se enreda
como más tarde se vio.

XI            

Hubo muchos convidados
los que obsequian con cabrito,
con manjares exquisitos
y vino asamostizado,
siguen todos animados
y el Conde con gran franqueza
es quien servía la mesa,
a Hupalupo ofreció
un vino que lo dejó
bien dormido sin defensa.

XII   

El Conde cuando esto vio
quedó alegre y placentero,
montó a caballo ligero
y a casa de Iballa marchó.
Ella a la puerta asomó
para conocer al hombre
cuando reconoció al Conde
que a su puerta llamó,
ella no le contestó
ni abre ni le responde.

XIII           

El vil Conde enfurecido
como una fiera bramaba
pues su intento no lograba,
era cual un toro herido,
de rabia está sin sentido
y de amor desesperado
viendo que su objeto amado
no ha podido conseguir,
lo que le quitó el dormir
y lo tiene trastocado.

XIV           

Hupalupo al despertar
de su profundo letargo
exclamó, «ay Dios, qué amargo,
algo a mi hija pasar
que esto puede llegar
a lastimar corazones.
Ay, qué terribles dolores
en mi alma yo tendría,
¡venganza Virgen María
contra ese infame traidor!

XV

Vino la noche y con ella
la luna serena y clara,
no hubo nube que turbara
los reflejos de aquélla,
fue una noche muy bella,
trágica, quieta y serena,
tres hombres van por la arena
hacia la orilla del mar,
los tres se echan a nadar
sin una pizca de pena.

XVI      

Con silencioso respeto
a los tres se ve nadar
y al poco rato trepar
a la Baja del Secreto.
Dijo Hupalupo, «completo,
tendremos nuestra asamblea
aquí, no hay madre que vea,
gracias a Dios puedo hablar,
libremente respirar
y triunfar nuestras ideas».

XVII     

«Como ya sabéis, el Conde
nuestra ley no nos respeta,
nuestra desdicha completa
eso no se nos esconde.
¿A dónde iremos, a dónde
que no seamos asolados?
Por eso que sois llamados
para dar muerte a la fiera,
a librar nuestra Gomera
de ser sus hijos esclavos».

XVIII

«Esto sólo Dios oirá
por hallamos desviados
de la tierra muy fundados
y que nadie lo sabrá,
la muerte se le dará
y nuestro Dios nos ampare,
esto no hay quien lo escuchare
al hablar sobre una peña
donde hablé un secreto en ella
pues la tierra es hembra y pare».

XIX

«Yo mataré a ese bandido
y el alma le arrancaré,
de su sangre beberé»,
dijo Pedro enfurecido,
«este perro ha pretendido
deshonrar a mi adorada,
a esa flor pura y sagrada
a quien venera mi pecho,
yo vengaré ese mal hecho
o de mí no queda nada».

XX       

«Y luego con ligereza
debemos sin vacilar
a San Sebastián llegar
y dar muerte a la Condesa,
yo arrancaré con firmeza
ese vil y mal sarmiento
para que no hagan el cuento
abarcando de raíz,
¡muera también Beatriz
para ejemplo y escarmiento!»

XXI                   

Dijo Hupalupo «nos vamos,
ya se buscará la clave». 
Dice el hijo, «¿y si se sabe?».
«Cobarde, ¿en qué quedamos,
no sabes en donde estamos?
Tú nos vas a descubrir,
antes de eso has de morir,
idiota sin condición».
Un puñal al corazón
le hincó y lo sintió morir.

XXII

Dijo Pedro, «lo mató»,
«no, yo no lo he matado,
porque fue el deber sagrado
el que mi mano impulsó».
Ni una lágrima vertió
aunque fue su hijo amado,
todo en silencio ha quedado
y se echaron a nadar,
el cadáver caía al mar
donde quedó sepultado.

XXIII              

Todo estaba tramado.
Salió Iballa a pasear
con su dama y, al llegar
al agua de un señalado,
vio al Conde que a su lado
se acercaba con calor,
diciéndole «bella flor,
si no me quieres amar
yo te mandaré a matar
sin piedad ni dolor».

XXIV              

Pedro que a la cecha estaba
como una fiera saltó
y el Conde cuando lo vio
su espada desenvainaba
y cuando él le tiraba
se sujetó con valor
le dijo «soy tu Señor,
me debes de respetar».
«Calla, infame, has de pagar
lo que le has hecho a mi amor»,

XXV                  

Pedro con gran ligereza
al suelo al Conde tiró,
el corazón le partió
y le arrancó la cabeza.
Enseguida con presteza
la noticia se extendió,
en la isla se silbó,
desde montaña a montaña,
dando cuenta de la hazaña
que un hombre al Conde mató.

XXVI               

La noticia circuló
por el silbo con presteza,
diciendo que a la Condesa
de matarla se acordó,
la Condesa se enteró
por medio de una criada
gomera y muy estimada
que el silbo pronto entendió
de modo que la enteró
sin que ella supiera nada.

XXVII     

A Gran Canaria mandó
aprisa una carabela
y que fuera a toda vela
por auxilio que pidió.
Ella al punto se encerró
en la Torre bien trancada,
al momento fue sitiada
por cantidad de gomeros.
Los bravos jóvenes fueron
por ver si la derribaban.

XXVIII    

Qué noche de sufrimiento,
de amargura y de tristeza
se pasó nuestra Condesa
llorando su descontento.
Ve aproximarse el momento
de su muerte tan cercana,
se asomaba a la ventana
por ver si el barco venía
y con fervor le ofrecía
oraciones a Santa Ana.

XXIX

Quiso la Virgen sagrada
Desde lo alto del cielo
dar un poco de consuelo
a aquella desconsolada.
Y con ansiosa mirada
divisó la carabela,
que con viento a toda vela
como una bala venía,
entrando a la bahía
andaba como un ibuelo.

XXX         

Hupalupo diligente
su ejército preparó
y con hondas los armó
y le obedecen fielmente.
«Debéis de tener presente
que nos vienen a engañar
nos debemos desplegar
a orillas de las montañas
y aunque venga toda España
no nos podrán derrotar».

XXXI      

Saltan soldados armados
y antes de la retirada
lanzan algunas pedradas
sobre los recién llegados.
Hubieron descalabrados,
algunos de ellos huyeron
y en la orilla se pusieron
donde nadie se acercaba,
pues al que subir osaba
muy pronto muerte le dieron.

XXXII      

Por fin ofrece perdón
a los guanches la Condesa
y fue tanta su simpleza
que acatan la decisión.
Dijo Hupalupo, «traición,
señores, tienen urdida.
Yo y mi familia querida
eso no hemos de aceptar,
pues todo al que han de agarrar
será quemado en vivo».

XXXIII    

A la iglesia de la Villa
bajan a ser perdonados,
donde fueron quemados
como una mala semilla.
Cayeron en la trampilla
como el sabio había anunciado,
su desaliento han pagado
como inocentes corderos
aquellos pobres gomeros
vilmente sacrificados.

XXXIV    

Nuestro sabio en su agonía
inclinó la vista al cielo,
pidiéndole a Dios consuelo
cambio de toda energía.
«Ayúdame, Virgen mía,
que sobre foles soplados
puedan mis hijos amados
a aquella tierra pasar
y que se puedan librar
de ser hoy sacrificados».

XXXV     

«Tengan mis hijos valor
que no nos vale llorar,
de ésta os vais a salvar
si lo permite el Señor-
de ambos es gran dolor
al separamos la vida,
ésa es la mayor herida
que tengo en mi corazón,
adiós y tengáis valor».
Y les dio la despedida.

XXXVI

«Quiera la Virgen querida
que en estos foles unidos
lleguen mis hijos queridos
a aquella tierra vecina.
Si la suerte es peregrina
con ese viento que va
muy pronto os llevará
a esa tierra hospitalaria,
la Virgen de Candelaria
es madre y os guiará».

XXXVII     

Fue la Virgen guiadora
que a una playa los llevó
y un pastor los recogió
el cual llegó a buena hora.
Por su padre Iballa llora
y todos van consolados
pues buen auxilio le han dado.
Y largos años vivieron,
y muchos hijos tuvieron
de un proceder muy honrado.

XXXVIII  

Cuando el gran sabio perdió
de vista a su fiel pareja,
sin pronunciar una queja
por un risco se tiró.
Allí su vida acabó,
pero no acabó en la Historia,
pues su vida fue notoria,
sabio de naturaleza
y en pago de su nobleza
Dios le recogió en la gloria.

IXL

Después de haber terminado
la traición Pedro de Vera
con los guanches de Gomera
todo en silencio ha quedado.
Por pago de haber vengado
la muerte de Hernán Peraza
quiso volver a su casa
a darle la despedida
y la Condesa afligida
con amor lo abraza.

XL

Beatriz la despedida
siente de Pedro de Vera,
para aquella alma sincera
del salvador de su vida
por lo que está sumergida
en un lamentable llanto.
Su alma llena de quebranto
le pidió al cielo
le dé algo de consuelo
y le abrigue con su manto

XLI

Quedó como un alma en pena,
en la Torre de la Villa,
Beatriz de Bobadilla
como aquel que está en cadena.
Sólo tiene un alma buena
que llora y siente por ella
que es hermosa, pura y bella
como un precioso arrebol,
es la joven doña Sol
que llora su mala estrella.

XLII

Doña Sol de la Condesa
era su edén más querido,
que ambas las dos se han metido
en una sola tubesa.
Se aman con tanta fineza
y con tanta lealtad,
se miran con igualdad
con cariño y muy trajesa,
como un padre y un hijo
con dureza y realidad.

XLIII

Doña Sol a ambos amaba,
mas su alma pretendía,
pues temeroso sería
el ciclón que la arrasaba.
En doña Sol batallaba
el amor con la amargura,
pues miraba con ternura
a sus dos adoradores
y acechaba sus amores
para abrir su sepultura.

XLIV

Pues Olzagas la seguía
y su amor le declaraba,
ella no le contestaba
pues con esto se desvía.
Con Ñuño lo mismo hacía,
creyendo esquivar el mal
y como es natural
a ninguno despreciando
con esto nada aplacando
pues su destino es fatal.

XLV

De abrazos dentro del pecho
un duro fuego le ardía
y los celos cada día
contra su hermano dicho
creyendo que todo era de techo
una noche lo llamó
y a solas lo interrogó,
«¿adorar a Sol, mi amada?
sí, la adoro más que a nada,
no lo puedo negar yo».

XLVI

«Eres mi único rival»,
«ya lo sé, desventurado,
rompe ese lazo sagrado
que nos une fraternal,
nuestro destino es fatal
nos lleva a la crueldad
tenemos alma e igualdad
y probaremos por ella
el que tenga buena estrella
es dueño de la verdad».

XLVII

«Nuestra batalla vendrá
y siento pueda ocurrir
entre ambos los dos morir.
De otro dueño Sol
será, ese mortal
pensará en su hermosura
y belleza para sí, con más certeza
y sucumbir sin dolor
morir los tres es mejor
aunque sea una fiereza».

XLVIII

«Debemos de echar en suerte
para ver el desgraciado
que nuestro sueño adorado
le toque darle la muerte,
después, óyeme y advierte,
nos tiraremos al mar
sin nada que vacilar
iremos a sucumbir.
Los tres vamos a morir
y todo ha de terminar».

XIL

Olsagos, pensadlo bien,
tu idea es por mí aceptada,
la cita está preparada,
¿a quién le tocará, a quién?
Con atención los dos ven
que a Olsagas le vino en suerte.
Ñuño brinca con dolor fuerte
toma este puñal de acero,
con él eleva sus manos
y le da una horrible muerte».
 Décimas de Manuel Rolo (vecino de Valle Gran Rey, Gomera)
Tomado de: Notas de la Isla de La Gomera, en Facebook