LA SUPUESTA BATALLA DE LA VICTORIA
1496 julio 25.
Errores del primer
cronista. Nueva escasez de mantenimientos en el Real de Santa Cruz:
solicítanlos infructuosamente en el mes de Marzo en Canaria y con éxito en Mayo
del duque de Medina Sidonia. Tirantez insostenible entre nobles y siervos
guanches.
Trabajos políticos del
general Lugo y su tratado secreto a fines de Junio con la nobleza liguera.
Celebración el 25 de Julio de la paz de Los Realejos entre españoles y la
nobleza liguera. Sublevación de los siervos ligueros.
Es difícil juzgar a ciertos
autores como nuestro primer cronista fray Alonso de Espinosa, en ocasiones
fuente de datos preciosos y en otras de verdaderas monstruosidades históricas.
Tienen natural explicación sus errores por mala interpretación o ignorancia de
los hechos, pero lo que no se explica es la omisión voluntaria de noticias
porque contradicen sus afirmaciones; y decimos voluntarias, porque su obra
ofrece pruebas de que sacó testimonios de los libros originales del Cabildo de La Laguna donde
constan las noticias a que aludimos, que pasó por alto.
Habríase de renunciar a la
crítica y al análisis para ocultar la verdad de los acontecimientos, de
conformarse con la especie de escamoteo del fraile dominico al período
histórico tal vez más interesante de la conquista de Tenerife.
Dice el citado cronista
refiriéndose a la supuesta batalla de La Victoria:
«Desde este día acobardaron
los naturales y los nuestros conocieron ser ya la tierra suya; y recogiéndose
algunos días en el Realejo aguardaron el designio del enemigo; y viendo que no
acudía en escuadrón formado como solía, envió el Gobernador y capitanes algunos
caballos y hombres ligeros a correr el campo; los cuales volviendo al Real y
trayendo algunos prisioneros consigo dijeron que ya no había más que temer,
porque en la batalla pasada habían puesto los naturales su buena o mala fortuna
y así estaban de paz; y también porque no había casi gente, ni la hallaban con
quien pelear por morirse todos de una pestilencial enfermedad, y así los
hallaban de ciento en ciento muertos y comidos de perros. Estos perros eran
unos zatos o gozques pequeños que llamaban cancha, que los naturales criaban, y
como por la enfermedad se descuidaban de darles de comer, hallando carniza de
cuerpos muertos tanto se encarnizaron en ellos que acometían a los vivos y los
acababan; y así tenían por remedio de su desventura los naturales dormir sobre
los árboles cuando caminaban por miedo de los perros. Fue tan grande la
mortandad que hubo, que casi quedó la isla despoblada, habiendo más de quince
mil personas de ella; y así a su salvo podían los españoles correrla sin mucha
resistencia. Con questo estuvieron tres años en sujetarla, ganarla y
apaciguarla; y tardaran mucho más, si la peste no fuera, por ser la gente della
belicosa, temosa y escaldada».
Y seguidamente continúa en
el capítulo X:
«Ya que el Gobernador y
caballeros de la conquista vieron la tierra pacífica y quieta, que ya no tenían
nececidad de andar con el cuidado de las armas, volvieron su estudio y
diligencia en componerse a sí y ordenar modo de vivir tranquilo y sosegado y
por leyes civiles y urbanos regidos con que lo adquirido se conservase; y así
escogiendo para vivienda el lugar de La Laguna...».
Todo esto es inexacto,
completamente gratuito y hasta de cierto sabor infantil que recuerda los
cuentos de niños. Aparte de hallarse desmentido por todos los historiadores,
incluso su coetáneo Viana, el relato es inverosímil. No hemos de comentarlo,
pero ¿no es tan extraño como original de que los españoles ignoraran las
fuerzas guanches cuando acababan de tener una batalla y podían avalorarlas? ¿No
es asombroso que a los pocos días casi todos murieran a centenares de la
modorra? ¿Acaso no es regocijante aquello de los perrillos acometiendo a los
hombres y acabándolos, obligándolos a dormir sobre los árboles, cuando en todo
caso tenían a su alcance millares y más millares de reses menores,
completamente inofensivas y probablemente de carne más sabrosa. En conclusión,
fray Alonso de Espinosa sale del paso dando un corte a los acontecimientos,
para rendir la isla 9 ó 10 meses antes de la fecha en que tuvo lugar.
Ya dijimos que después de
permanecer el ejército español 9 días sobre el campo de batalla curando sus
heridos, contramarchó al Real de Santa Cruz el 6 de Enero a donde llegó ese
mismo día. No hay noticias de que realizara operaciones militares durante
varios meses, pero es de presumir practicara reconocimientos ofensivos como
acostumbraba de vez en cuando a lo largo de la trocha. Lo que sí se sabe es que
no obstante los socorros de vituallas de los aliados güimareros, la escasez de
víveres volvió a sentirse en el campamento; viéndose el general Lugo en la
necesidad de solicitar a fines de Marzo subsidios a los proveedores de Canaria,
que se los negaron en absoluto; y en situación tan apurada el mismo general de
acuerdo con el Capitán Mayor Bartolomé Estupiñán, determinaron enviar en
últimos de Abril a Alonso de la Peña al duque de Medina Sidonia para que
los favoreciera. No fue sordo el general procer a la demanda, porque sin
pérdida de tiempo les despachó un buque con 30 barriles de harina, 24 fanegas
de garbanzos, 60 quintales de bizcocho, 20 toneles de vino y 80 arrobas de
aceite, fondeando en Añaza la embarcación a fines de Mayo.
Mientras los castellanos
como vemos pasaban grandes privaciones arbitrando por todas partes recursos, en
otro orden de cosas no era menor el conflicto entre los guanches, pues la
cuestión social planteada a la nobleza por los siervos se agudizó después de la
batalla de La Victoria, en que ya al
descubierto los curas babilones se pusieron a la cabeza de los descontentos
villanos. Es indudable que cuantas noticias respecto al particular hemos podido
recoger carecen de fijeza en los detalles, pues sólo hablan de que los siervos
celebraban secretamente de noche sus conciliábulos, de que cometían en
colectividad desmanes en venganza, robaban el ganado a los señores y asaltaban
los aregüe-mes o depósitos del común para reintegrarse de lo que les
detentaban, sin lograr los nobles descubrir a los malhechores; ofreciendo una
concertada resistencia pasiva, hasta que concluyeron por no recatar sus
pretensiones y declarar públicamente que antes de batirse contra los españoles habían
de reconocerles sus derechos. Parece contribuyó a dar mayor pábulo al
movimiento de la nobleza güimarera a los principios aristocráticos, que al ver
perdida su nacionalidad, en su implacable odio a los taorinos establecieron un
régimen de relativa igualdad que sirvió de pernicioso ejemplo.
Aparte de que las
circunstancias en que se encontraba el pueblo de Güímar parecen abonar hasta
los mayores extremos, prestan visos de veracidad a dicha revolución dos
particulares: 1Q: Que de la isla, únicamente en el territorio que constituyó el
reino de Güímar aunque no es general, existe la tradición de que «todos eran
iguales del rey abajo», como si prevaleciera en la memoria de parte de sus
deseen .
dientes esta radical
reforma de última hora; y 2°: Que el sistema de igualdad absoluta en que
estaban organizados los alzados muchos años después de la conquista, se dice lo
copiaron de los güimareros.
Sea lo que fuere, no
obstante lo confusas y mal delineadas referencias, no es posible poner en duda
la contienda moral entablada, que pronto confirmarán acontecimientos de vital
importancia; como tampoco dejan dudas las tradiciones, por otro lado en armonía
con los sucesos, a que siendo los ligueros los que se encontraban en acción por
su lucha con los españoles, fue entre ellos donde primero se exteriorizó con
caracteres alarmantes el choque de intereses de clases; llegando a tal punto
las exigencias de los villanos y la indignación de los nobles, que convencidos
éstos de lo insoluble del problema dentro de sus antiguas instituciones,
concluyeron por enredarse en las tentadoras mallas tendidas por el general
Lugo; que apareciendo inactivo durante seis meses en el Real de Santa Cruz
manejó sin descanso los invisibles hilos de la intriga entre aquellos bárbaros
tan apasionados como tozudos, hasta lograr el éxito más completo.
El resultado fue una
conjura de la nobleza liguera a espaldas de los villanos y la celebración
secreta a fines de Junio de las bases del tratado de paz de Los Realejos, según
las cuales a cambio de hacerse los guanches cristianos y reconocer la soberanía
de los Reyes Católicos, les garantizaba el general Lugo la libertad con
igualdad de derechos y deberes que los españoles; compromisos que hay que
reconocer cumplieron todos honradamente.
Establecido este concierto,
el general Lugo movió su ejército en 30 de Junio sobre Taoro, a donde iba por
primera vez llegando al siguiente día 1°. de Julio y sentando el Real en el hoy
Realejo de Arriba; mientras las fuerzas de la Liga no tardaron en aparecer acampadas
detrás de la estratégica e imponente sierra de Tigaiga, ignorándose, dado el
estado de cosas, de qué medios se valieron los jefes para incorporarlas.
Permanecieron ambos
ejércitos 20 ó más días en sus respectivas posiciones sin librar el menor
encuentro, ni intentar el más pequeño reconocimiento; pues no se necesita ser
muy sagaz para comprender los verdaderos peligros que corrían y por lo tanto
las vacilaciones y temores de los conjurados para conducir engañada una parte
del ejército, compuesta de hombres levantiscos y fanáticos por su patria. Mas
de pronto en la amanecida del 24 de Julio el ejército liguero, fuerte más o
menos en unos 3.000 hombres y mejor armados a la europea que en tiempos
anteriores, abandonó su inexpugnable posición para acampar en el Realejo Bajo,
como a tiro de espigarda de los castellanos. De aquí el nombre de Los Realejos
que dieron lugar después al lugar de Taoro, en memoria de los dos Reales
enemigos emplazados tan cerca. El día 24 se lo pasaron ambos ejércitos
contemplándose como si se vieran por primera vez o temieran de embestirse.
Todo induce a la creencia
de que los conjurados ligueros, de acuerdo con el general Lugo, situaron las
fuerzas guanches para contar en caso necesario con las armas españolas.
Atribuyendo los cronistas a una repentina determinación del rey de Taoro el
hacerse cristiano y reconocer la soberanía de España, le ponen en boca una
arenga patética y emocionante para convencer a sus guerreros de la conveniencia
de someterse.
Esto será muy poético pero
contrario a la verdad histórica.
He aquí cómo refiere Viana
tan importante suceso:
y víspera del día señalado
que celebra la iglesia soberana de San Cristóbal, con el grueso ejército fue
divisado del Real de España a la parte de abajo en un asiento cercano al suyo,
cuando el claro día despuntaba y el sol en el Oriente su alegre luz comunicaba
al mundo. Estaban los soldados de ambas partes los unos de los otros
contemplando las fuerzas invencibles, la braveza, sin que ninguna parte
pretendiese acometer ni dar batalla entonces, porque los españoles en su puesto
estaban tan a punto y prevenidos, y tan fortificados, que quisieran que les
acometiesen los contrarios allí do estaban todos tan acomodo, porque vieron
traía el enemigo mayor poder de gente, y con las armas que nunca jamás tuvo; y
esto mismo consideró Benytomo1, y conociendo tenerle gran ventaja los de España
en el lugar do estaban: pretendía esperar que primero le embistiesen para
provecho suyo, y con aquesto frente a frente estuvieron los Reales, sin escaramuzarse
o combatirse todo aquel largo y caloroso día y todos se aperciben para darse al
despuntar el día de la batalla».
Pero supone el poeta que
mientras todos dormían sólo el rey de Taoro se entrega en la soledad de la
noche a los más tristes pensamientos, que describe en un largo monólogo:
«Hame puesto fortuna en tal
estado que del que tuvo en tiempo diferente, apenas me conozco, ya trocado,
arruinado, y vencido aunque valiente, goce el cetro y corona el rey Fernando
que al fin como es cristiano es digno y puede aplico a bien el mal que me
sucede, y si el que tengo pierdo en ser cristiano».
Ya decidido a entregarse en
la amanecida del día 25:
«Mandó juntar Benytomo
entre los suyos, los grandes, y los nobles de su Estado y puesto en medio
dellos les propone:
Yo no soy de parecer que le
rindamos al gran poder de España la obediencia, que imposible será nos
defendamos si agora como amigos los tratamos usará con nosotros de clemencia, y
si aguardamos a quedar vencidos seréis como cautivos ofendidos. Paces quiero
tratar si de ello os place y quedar todos libres os conceden, que si agora que
es tiempo no se hace, cautivarnos después con razón pueden;
En este canto hace Viana
una ligera alusión a los que rechazaron la paz:
las nuevas de las paces
divúlgase en todos los distritos de la isla, algunos naturales que vivían en
términos remotos y apartados,
arrogantes, altivos y
rebeldes
negaban la obediencia a los
de España,
como eran los de Adeje, los
de Daute,
los de Icod, de Abona y
otros muchos
de Anaga y de Tegueste, no
queriendo
obedecer los unos a los
otros,
ni guardar los mandatos de
sus reyes,
que en bandos apartados se
juntaron
con ánimos parciales y
discordes,
y en riscos, valles, montes
y espesuras
se apartaban huyendo del
poblado
y por estar más bien fortificados».
Por lo transcrito reconoce
Viana que no solamente condenaban la paz los demás reinos de la isla, sino
muchos de los reinos de Taoro y Anaga, o sea, de los subditos de dos de los
tres reyes que la concertaron con los españoles.
Las tradiciones que hemos
recogido sobre este acontecimiento en los que fueron distintos reinos, puede
sintetizarse:
«Que en ese día el rey de
Taoro derriscó su honor por las fugas de Tigaiga, que era donde ajusticiaba a
los criminales; y que en el momento de descubrirse el engaño, hubo un gran
revuelo en el ejército guanche desgajándose en dos partes: una de los reyes con
los nobles y pocos villanos que se entregaron a los españoles y la otra de
villanos que se alejaron maldiciendo y llamando traidores y cobardes a sus
reyes».
Los encaminados al Real
castellano fueron fraternalmente acogidos con grandes manifestaciones de
júbilo, reconociéndoles oficialmente el general las bases del tratado de paz
que ya dimos a conocer. Es tradicional que desde el primer momento la amistad y
mutua confianza entre españoles y guanches convenidos fue completa.
Cuanto al número de los que
se acogieron del ejército al tratado se ignora; pero aunque carecemos de una
cifra exacta que sirva de unidad de comparación, teniendo en cuenta entre otras
circunstancias la proporcionalidad probable de nobles y villanos dadas las
instituciones guanches, así como las medidas de precaución de los conjurados
nobles reveladores de que no contaban con mayoría abrumadora, calculamos que
muy poco más de la mitad se adhirió en la primera hora de la sorpresa.
Al siguiente día, 26 de
Julio, se presentó en Taoro el rey Añaterve a felicitar a Lugo y a sus amigos
los españoles, por los que fue muy agasajado. Tal vez era interesada la visita,
si recordamos que desde los tiempos del Rey Grande su hijo el príncipe Gueton y
varios proceres güimareros estaban detenidos en Taoro en calidad de rehenes.
NOTAS
1 Donde aparece el nombre
de Benytomo pone Viana Bencomo, que rectificamos por las razones ya dichas.
ANOTACIÓN
(1) Medallones de la
fachada de la iglesia de Ntra. Sra. de La Concepción del Realejo Bajo. Según la tradición,
representan el perfil de Bencomo y de Alonso Fernández de Lugo. (En: Juan
Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche, tomo III)
1496 Julio 25. Uno de los Capellanes de la secta
católica que acompañó al invasor Alonso Fernández de Lugo en la Conquista de esta Isla Chinech (Tenerife),
Ilamóse Rui Blás, y asistió como tal Capellán a la solemne misa de ocupación
que se celebró en el improvisado altar del Realejo alto el día 25 de julio de
1496, al firmar algunos de los notables guanches el Pacto de paz con
Al hacerse más tarde el
reparto como botín de guerra de las tierras usurpadas entre los invasores
conquistadores, se le agració al clérigo esclavista Rui Blás con una Data en
Icod; consistente en las tierras que se sitúan en la cordillera que por el
Occidente cierra el Valle de Icod, que aun conservan el nombre de aquel
Sacerdote, y entonces se prolongaban hasta la orilla del mar, donde hoy está la
finca de la Coronela.
Dicho Rui Blas, que primero
fué Cura de la Iglesia de San Pedro de Daute y más tarde de
la de San Marcos de Icod, dejó sus bienes a su sobrino Pedro de Aguiar, que
también vino a la Conquista de esta Isla, y era natural de Portugal
y hermano de Alfonso Yanes, clérigo presbitero también de la secta católica, y
casó en 1cod, donde se estableció, con María Pérez de Guzmán, hija de Rui Díaz
de Matos, y Catalina Pérez. Este matrimonio fué tronco de numerosa descendencia
criolla, que enlazó con las familias de colonos Guillén, Roxas, Luis de
las Socas, Timudo del Castillo, Molina de Fonseca, León, Linch, Huerta y otras.
(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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