Cuenta el pauliano José de Herrera en su
libro, una leyenda con fundamentos históricos, la cual reproducimos, no solo
por referirse a Teno, sino por aportar a la investigación histórica
canaria dos nombres de personajes
guanches: Guantacaro y Asano.
"Un día le llegó de Buenavista al
Adelantado, la noticia desprovista de fundamento pero muy bien vestida por los
logreros, de que los guanches de Teno habían robado ovejas y cabras a los
españoles. Don Alonso deseoso siempre de hacer negocios, cazó al vuelo el
pretexto y dirigió un comunicado a Juan Méndez, que era un hacendado de
Buenavista y subordinado de él en la conquista de la isla, ordenándole que
exigiera al príncipe guanche Guantacaro, una contribución de 50 esclavos, como
indemnización y reparación de lo robado, pero como el robo no pudo probarse,
Guantacaro se negó a ello y dispuesto a
defender a sus súbditos, los llamó a guerra, cosa que Méndez trató de conjurar
por medios pacíficos y envió a dos de su gente para negociar con el de Teno,
que, a su vez y por el mismo motivo, el guanche había enviado a su hijo,
encontrándose él y ellos a medio camino.
Los de Méndez iban en son de paz y por ello,
y en nombre de su amo, en lugar de 50 esclavos le pedían solo 20. ¡Ni veinte ni ninguno! ‑ contestó Asano ante
la hipócrita oferta del español‑ ¡Libres son los de Teno y por su libertad lucharán y morirán!
Los de Méndez trataron
de llevarse prisionero a Asano, hijo de Guantacaro, pero éste avanzó hacia ellos
en ademán de pegar, los otros desenvainan sus espadas y sus puntas se
encontraron sobre el pecho del guanche, quien con increíble rapidez arrancó de
las manos las espadas a los castellanos. Luego se las tiró lejos y sus puños
cayeron sobre los dos adversarios, que rodaron por el suelo sin sentido. Bien
pudo el guanche rematar su obra y terminar con los dos extranjeros, pero
recordando que era guanche y cristiano, resolvió no sólo perdonarles la vida,
sino devolverlos sanos y salvos. Los cargo sobre sus hombros, los llevó hasta
el arroyo próximo, los lavó con agua y les hizo volver en sí; y recogiendo las
espadas, como un caballero, se las devolvió sin rencor y prosiguió su camino,
momentos que ellos aprovecharon para clavarles las espadas, buscándole el corazón.
Así cayó el guanche, victima de su gallardía. Pero su padre, no tomó la
venganza por su mano; pidió justicia y la obtuvo. Méndez ordenó prender a los
criminales y colgarlos de la horca sobre la montaña de Taco desde entonces “montaña de la horca”. (José Velásquez Méndez)
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