lunes, 28 de julio de 2014

Movimientos cruciales V


Rukaden Ait Anaga
-Hablando de Historia pasada, presente y futura (Esta aún por escribir) y algo de Organización. Predicando con el ejemplo.
Para que luego digan que no se puede. Como todos sabemos, lo admitamos o no, uno de los males que ha tenido siempre el “movimiento”, son las etiquetas que nos ponemos a nosotros mismos como “distintivos” de nuestros fines últimos, entiéndase “republicanos, socialistas, comunistas, liberales, etc.”, que en la mayoría de los casos solo sirven para crear una especie de club donde milita la gente que piensa de esas formas, unos partidos con una cuota electoral determinada que suele oscilar poco o nada. Claro está que es legítimo y hasta deseable que cada cual exponga libre y democráticamente su pensamiento, pero eso, además de que en último caso sería la mayoría del Pueblo Soberano quien Decidiera, puede en un momento dado, enturbiar la que debe ser en todo momento, clara visión de cuáles son los objetivos principales de todos ellos, que no debe ser otro que la Descolonización e Independencia de nuestra Patria/ Matria, que luego ya iremos construyendo lo demás, y aquel que sea capaz de ilusionar con sus propuestas a la mayoría soberana del Pueblo, que aplique su programa de gobierno. Pero lo primero es lo primero.
Esta fue la primera gran conclusión a la que llegamos el viernes por la mañana, un veterano militante del CNC y yo, que he de confesar que “había roto” con Antonio Cubillo desde antes de la creación de este y quedé “en el limbo tras el fracaso del PCC-OC”, tras lo cual usé diversas coberturas/ camuflajes, siempre combatiendo a CC y de paso al resto, sobre todo en el mundillo sindical y vecinal.
La segunda gran conclusión, es que, más tarde o más temprano, incluso yo que todavía me “encochino” un poco recordando la ruptura y sus circunstancias, no me queda más remedio (No me pesa reconocerlo) que reconocer que, sea cual sea nuestra “postura”, la ingente labor que para la Causa y su Proyección Internacional realizó Antonio Cubillo, solo podía, desde mi humilde opinión, hacerlo alguien como él. Como ser humano pudo cometer algún error, nadie estamos libres de no hacerlo, pero como Líder Político, con un puñado de gente consiguió lo que todavía no han conseguido otros movimientos mucho más numerosos y fuertes que el nuestro. Ese reconocimiento está pendiente aún.
La tercera, es que dado que históricamente no hemos sido capaces de aglutinarnos en un solo grupo organizado, sino disgregados en partidos, es imperiosamente necesario articular un mecanismo capaz de Coordinar los esfuerzos de todos, cada uno en su ámbito y/ o donde pueda, encaminándolos hacia el Objetivo Común de todos nosotros: ¡La Descolonización e Independencia de las Islas Canarias!
Nuestra Historia reciente, nos dice que cuando los ejércitos extranjeros arribaron a nuestras playas, se reunió el Tagoror General/ Nacional, donde estaban representados todos los menceyatos, y que debido a que no se actuó de forma unitaria y coordinada, ya vemos lo sucedido. ¿Es preciso explicarlo? Aquí no importa que grupo sea más numeroso, o económicamente más solvente, o el más activo o el más “chachi”, aquí lo que importa es “lo que se puede hacer por la Causa”, y la Causa es de todos, tengan la etiqueta que quieran ponerse o que les pongan otros. Por lo tanto, reitero de nuevo, en el futuro será nuestro Pueblo quien libremente decida qué Partido debe aplicar su recetario de fórmulas políticas, pero mientras tanto, entre todos debemos laborar para que “nuestro Pueblo pueda Decidir algún día”.
Por todo ello nuestra lucha debe ir encaminada de nuevo hacia el “frente exterior” para un reconocimiento internacional como Colonia y nuestro derecho a la Descolonización e Independencia, pero también encaminada hacia el “frente interior”, arañando posiciones, cotas de (Pequeño) poder municipal o insular, liberando territorio, haciendo trabajo social y político, trabajando con colectivos ciudadanos, bregando día a día con la problemática cotidiana del último recóndito rincón insular, formando cuadros bregados y capaces, los cuadros que un día, por encima de etiquetas, conseguirán que nuestro Pueblo pueda Decidir.
Debido a toda esta historia a la que me refería antes y a lo fragmentado y disperso de nuestros efectivos, es preciso articular un mecanismo de contacto y conocimiento, fomentar el intercambio de información y entendimiento. Un primer paso puede ser crear una red de páginas, blogs, envíos/ difusión masiva de documentos, etc., aunque lo ideal es el contacto directo, compartir experiencias, coordinar acciones, etc. Fue otro de los puntos de acercamiento comunes a los que llegamos. Y así varios más.
Si en poco más de una hora, dos personas que no se conocen, de “procedencias dispares”, teniendo claro que lo primero es la Descolonización e Independencia y luego el techo de la Casa, somos capaces de reconocer que tenemos una base excelente para construir encima; Tenemos una experiencia política y organizativa pasada que, si bien no ha sido todo lo perfecta que nos hubiera gustado, si que nos ha aportado una base ideológica lo suficientemente estable para construir sobre ella el futuro de nuestro Pueblo, ¿Porqué el resto no es capaz de hacer lo mismo? ¿Porque yo soy “independiente” y no hubo proselitismo de ambos hacia el otro? No lo creo. ¿De verdad hay gente totalmente independiente? Si nos ponemos a rebuscar por ahí, puede que hasta yo pueda aparecer en algún viejo listado de afiliados (Evidentemente poco actualizado el listado), o de manera oficial u oficiosa (Al no haber comunicado mi renuncia o habérseme comunicado mi expulsión), pueda considerárseme como integrante de algún sitio, así que no creo que sea por eso.
Lo que sí creo es que ambos hablamos de Patria/ Matria con Mayúsculas, y que para verla Descolonizada y Libre, tenemos que repetir más y más a menudo, encuentros como el de hoy, en el que dos Canarios, Hombres Libres, aparcaron para más tarde las cosas que pudieran distraerles de lo importante, y aún viniendo de “ambientes distintos”, fueron capaces de “laborar en común en interés de la Causa”. Sin debate casi, sin acaloramiento, con respeto mutuo, con los pies en el suelo y reconociendo la realidad con la que tenemos que lidiar, lejos de los mesianismos y las visiones utópicas de sociedades perfectas de eterna felicidad.
Me decía cierto godillo, “que con nosotros (Los independentistas) no se puede hablar porque enseguida se acaloran y a discutir… Ni siquiera entre Uds. porque les pasa lo mismo….” Bueno, pues para muestra un botón; Que cunda el ejemplo mis niños/ as, y a mover el culito que aquí tenemos que remar todos. Dice un viejo proverbio ruso: “reza si ello te ayuda, pero no dejes de remar hacia la orilla”. Pues eso mismo, está bien preparar e idear fórmulas políticas magistrales para cuando seamos libres, pero lo primero es arrimar el hombro para ser libres. Ahul.
Julio de 2014.



sábado, 26 de julio de 2014

SANTIAGO KEY Y MUÑOZ


1821 julio 16.
Murió en Sevilla  Santiago Key y Muñoz  y fue enterrado en el convento de San Sebastián.

Bachiller en Leyes el 4 de mayo de 1796 y en Cánones el 10 del mismo mes de 1880. Licenciado en esta última Facultad el día 20 inmediato. Doctor en Derecho en 1806. Abogado de los Reales Consejos. Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Canaria. Doctoral de la Colegial del Salvador de Sevilla. Rector de la Universidad de Sevilla. Ministro calificado del Santo Oficio de la Inquisición. Diputado por Canarias en las Cortes de Cádiz [1812].

Nacido en Icod de los Vinos, Tenerife, el día 24 de julio de 1772. Fueron sus padres el teniente capitán de granaderos don Lázaro Key y Rixo, natural de La Laguna y doña Felipa Antonia Muñoz de Araújo, casados en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios de dicha ciudad, el día 30 de abril de 1769. Abuelos paternos, el capitán don Diego Key Artachin, oriundo de Irlanda y su mujer, doña Nicolasa Josefa Pérez-Rixo, que lo era de Icod de los Vinos. Maternos, el capitán de artillería don Pedro Rodríguez Muñoz, natural de Santisteban en Jaén y su mujer, doña Juana de Araújo y Sánchez, nacida en La Laguna.

En las elecciones celebradas el 5 de enero de 1811 fue elegido diputado por Tenerife. Anuladas estas por las protestas de los vecinos de Santa Cruz, las actas de Key por Tenerife y don Pedro de Mesa por La Palma quedaron sin efecto. Volviéronse a celebrar elecciones en junio de 1811y en esta ocasión, ambos candidatos, obtuvieron sus actas por los distritos citados. Key juró el cargo en la sesión de 8 de septiembre de 1811.

Según Moya Jiménez, citado por Millares Carlo:

No fue muy saliente su labor parlamentaria, por carecer de condiciones oratorias, pero dentro de sus doctrinas absolutistas intervino con talento en discusiones de importancia a favor de su distrito, alcanzando el cargo de vicepresidente del Congreso en la elección de oficios de 24 de diciembre de 1811, y el de secretario en la de 24 de septiembre de 1812. El 9 de octubre de 1811 presentó una propuesta de ley encaminada a que el decreto de 18 de mayo sobre los nuevos curatos de Canarias, su dotación y forma de proveerlos, se hiciera extensivo a todas las islas. En la sesión de 16 de noviembre de 1811, en unión de don Fernando Llarena, entregó al Congreso una instancia del Ayuntamiento de la villa de Santa Cruz de Tenerife, solicitando que el distrito de su jurisdicción se declarara partido civil, independiente de la ciudad de La Laguna. Más tarde reclamó el mismo beneficio para Icod, haciéndolo cabeza del partido de Daute.

En la sesión del 23 de marzo de 1812 suscribió, en unión de Llarena y Ruiz de Padrón, una proposición a las Cortes para que se aumentase el número de ministros de la Real Audiencia de Canarias, constituyendo otra sala con residencia en Tenerife, que entendiera en todos los pleitos de esta isla y en los de Palma, Gomera y Hierro.
          Don Fernando Llarena había presentado una proposición a las Cortes contra la impugnación del diputado Gordillo sobre el número de electores para la designación de Diputados por estas islas y Key, con gran acopio de datos, defendió la expresada proposición, desmenuzando toda la trama del diputado canario. Key se opuso a la proposición presentada por Gordillo en nombre del ayuntamiento de Las Palmas para la creación de la Universidad [23 de octubre de 1812].
En unión de Llarena y Ruiz de Padrón suscribió una proposición al Congreso sobre el establecimiento de la Diputación Provincial en Santa Cruz de Tenerife en l que se pedía que la capitalidad de las Canarias radicara en dicha isla; esta propuesta fue presentada en la sesión de 14 de noviembre de 1812, se volvió a presentar, ampliada, el 16 del mismo mes y sobre el mismo asunto y a propósito de una comunicación enviada desde Tenerife, volvió a ocuparse el Congreso en la sesión del 18.


El día 8 de septiembre de 1812 se presentó al Congreso una exposición, avalada por la firmas de Llarena, Key y Ruiz de Padrón, solicitando la creación de la Diócesis de Tenerife. Gordillo se opuso impidiendo que las Cortes la decretaran, pero más tarde, Key, apoyándose en la influencia de don Cristóbal Bencomo, Arzobispo de Heraclea, logró su intento por el Breve de S. S. de primero de febrero de 1818.
            Terminadas las Cortes volvió a Sevilla, ocupando nuevamente el cargo de Canónigo Doctoral en la Colegial del Salvador. Suscribió el tristemente célebre manifiesto de los 69 que vio la luz pública el 12 de abril de 1814 y que fue conocido por el vulgo con el nombre de «Manifiesto de los Persas». Fue nombrado Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Canarias, si bien continuó en Sevilla, desde donde tomó posesión de su cargo el 14 de enero de 1816. Murió en Sevilla el 16 de julio de 1821 y fue enterrado en el convento de San Sebastián.

Según el Nobiliario y Blasón de Canarias, en la edición Régulo de 1959:

La familia Key era originaria de Irlanda, de la ciudad de Kilkenny en el condado de Donegall y provincia de Ulster, desde donde pasó a Canarias, al igual que otras muchas distinguidas familias católicas, con motivo de la revolución politica y religiosa que agitó a aquel país en los diez primeros años del siglo xviii.
            Hermanos de don Santiago fueron doña Teresa y don Domingo Key y Muñoz, casado este ultimo con doña María Josefa de Torres y Brito.
            La familia de Muñoz procede del lugar del Castellar de Santisteban del Puerto, obispado de Jaén y sus blasones se ostentan a1 público esculpidos en mármol, delante de la capilla del baptisterio de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán en La Laguna.


Don Lorenzo Guillermo José de Montemayor y Róo, nacido en La Laguna el 9 de febrero de 1779, bautizado el 13 siguiente en la parroquia1 de los Remedios, fue caballero cofrade de la Noble Esclavitud de San Juan Evangelista, regidor del
cabildo de La Laguna, secretario del Real Consulado Marítimo y Terrestre de Canarias y síndico personero general de Tenerife.
En el ejercicio de estos cargos dio pruebas de su amor a la ciudad que le vió nacer, y como uno de los realistas más exaltados de la época hizo que el Ayuntamiento de La Laguna se adelantara a todos los de las Islas en reconocer a don Fernando VII:
Sucedió a su padre en los patronatos de su Casa y ostentó el del convento de monjas catalinas del Puerto de la Cruz, del que fué tercer patrono, y la capellanía fundada en 1756 por doña Maria Ana de Vera y Cisneros, su abuela paterna.
El 17 de febrero de 1805 contrajo matrimonio en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, de La Laguna, con doña Tomasa Key y Muñoz, nacida en la hoy ciudad de Icod el 14 de noviembre de 1784, hija del teniente capitán de granaderos del ejército del Rosellón don Lázaro Key y Pérez-Rixo y de doña Felipa Antonia Muñoz de Naranjo, casados en La Laguna el 30 de abril de 1769, y nieta paterna del capitán don Diego Key Artachin y de doña Nicolasa Josefa Pérez-Rixo y García de León, y materna de don Diego Muñoz, natural de Santisteban en la provincia de Jaén, y de doña Juana Maria de Naranjo, que lo era de La Laguna.
Falleció Don Lorenzo de Montemayor, intestado, en la ciudad de su nacimiento, el 12 de octubre de 1850, dejando de su matrimonio con doña Tomasa Key, que le sobrevivió hasta el 20 de octubre de 1860, nueve hijos.
Doña Felipa Antonia era hija de don Pedro Rodríguez Muñoz de Yuste y Clavijo, capitán del Real Cuerpo de Artillería, y sobrina por su línea paterna de doña Elvira María Muñoz, camarista de la reina doña Isabel Farnesio; del doctor don Juan García Muñoz, canónigo de la Santa Iglesia Metropolitana de Santiago de Compostela; del padre fray Juan de San Esteban García Muñoz, prior del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, obispo de Mondoñedo, predicador de Felipe V y del Consejo de Su  Majestad; del licenciado don Pedro Mateo Clavijo, capellán de Su Majestad en su Capilla Real de Granada y capellán del príncipe don Juan de Austria; de don Fernando Clavijo, ministro de Estado y Guerra del elector duque de Baviera; de Don Antonio Clavijo, coronel de los Reales Ejércitos, gran servidor de don Felipe V durante la Guerra de sucesión; de don Pedro, sargento mayor de la isla de Cuba por Su Majestad; y de don Diego Clavijo, ingeniero general de  los ejércitos de Flandes.


El Capitán Muñoz casó en Santa Cruz de Tenerife, a 19 de marzo de 1724, con doña Juana María Ana de Araújo y Sánchez, y hubo en ella a la referida doña Felipa Antonia y a don Tomás Vicente Muñoz de Araújo, que en 29 de febrero de 1796 hizo información de su nobleza e hidalguía por ante el licenciado Don Vicente Ortiz de Rivera, alcalde mayor de la isla de Tenerife, y del escribano público don José Manuel Salazar, y obtuvo de la Justicia de la Isla auto de amparo como caballero hijodalgo en 7 de abril del mismo año.

(Tomado de: Carlos Gaviño de Franchy en: Gaviño de Franchy Editores)

Bibliografía: Libros sacramentales de matrimonios de la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios de La Laguna. Tenerife; Libro 728, ff. 233-247. Archivo Histórico de la Universidad de Sevilla; Fernández de Béthencourt, F. et alt. [1959]; Millares Carlo, A. y Hernández Suárez, M. [1987].


RAMÓN MANCHÓN


1953.

Fallece Ramón Manchón.
GALERÍA CANARIA DE RETRATOS

Creemos no equivocarnos si atribuimos al historiador y crítico de arte Jonathan Allen la oportunidad de haber señalado por vez primera -en su estudio incluido en el catálogo de la exposición Modos Modernistas [La cultura del modernismo en Canarias 1900/1925] (1)- la naturaleza canaria de Ramón Manchón, al tiempo que aportaba noticias significativas sobre su excelente trayectoria como ilustrador gráfico.

Lamentaba el profesor Allen en aquel esclarecedor texto, la carencia de testimonios biográficos relativos a la presencia de este artista en nuestro archipiélago, salvo el hecho, por él citado, de su nacimiento en 1883, en el puerto del Arrecife de Lanzarote.

Ramón Manchón Herrera nació, efectivamente, en dicha población, a las tres de la tarde del primero de abril de aquel año, y fue bautizado en la parroquia de San Ginés Obispo cuatro días más tarde. Su padre, don Nicanor Manchón Quílez, natural de Valencia, desempeñaba en la isla el empleo de administrador de la sociedad Pesquería Canario-africana. Había casado en Madrid, en la iglesia parroquial de San Lorenzo, con doña Carolina Herrera Márquez (2).

Nada de particular tiene el establecimiento de esta familia levantina en la aquella isla. Con anterioridad se habían avecindado en Lanzarote otras de similar origen, como los Melgarejo, oriundos de Cieza en Murcia, los Ballester de Mallorca, o los Coll, de estirpe catalana. Gentes laboriosas que procuraban horizontes nuevos en los que desarrollar su proverbial capacidad mercantil, la innata predisposición al comercio de los pueblos mediterráneos. Muchos de ellos triunfaron, ampliaron la capacidad de sus negocios y constituyeron el germen de la futura burguesía arrecifeña, ocupando la posición social que otrora disfrutara una casta anterior vinculada exclusivamente a las labores agrícolas y a su incierta dependencia de los inestables, impredecibles factores climatológicos.

 Pero por los motivos que fuera -y pueden ser de variado origen: laborales, económicos, culturales o sanitarios- los Manchón retornaron a la Corte, donde radicaba la rama materna de la familia. Allí residían dos de los abuelos del joven Ramón, don Pascual Herrera y doña Eusebia Márquez emigrados, como tantos otros, de sus originarios solares valencianos y turolenses de Játiva y Alcañíz, respectivamente. Y allí habitaba también su padrino de bautismo, don Antonio Manchón Quílez, hermano de su padre.

 En este punto nos parece importante señalar que, aunque ahora olvidado, como sucede con el propio Ramón Manchón, su tío Antonio fue un importante grabador en madera, discípulo de Carlos Capuz en Madrid y de Auguste Trichón en París, que había viajado en su juventud a Londres para estudiar los últimos adelantos en la técnica del grabado, conocimientos que le proporcionaron una considerable fama y que también, suponemos, transmitió a su ahijado y sobrino, nuestro artista (3).

 La vida de Ramón Manchón transcurrió, al parecer, en Madrid, donde fundó en 1915 el Salón de Humoristas, certamen del que fue vicepresidente. Jefe del Fomento de las Bellas Artes en el Ministerio de Educación Nacional y secretario general de las Exposiciones y Concursos Nacionales, su estricto sentido de la integridad moral le impidió compaginar su carrera artística con la labor burocrática que desempeñaba, distanciándose con elegancia de cuanto pudiera ir en beneficio de su propia obra, por razón del cargo que ocupaba. Tan sólo una vez al año exponía públicamente en las colectivas que organizaba el mencionado salón.

José Francés, otro de los impulsores de este evento y gran amigo suyo, escribió para el catálogo de la exposición-homenaje que la Asociación de Escritores y Artistas Españoles organizó en 1954, un año después de la muerte de Manchón: Fue, cuando la juventud, apasionada y libre, de los mejores ilustradores de aquella nobles revistas -que no han tenido sucesión- La Esfera y Blanco y Negro. Triunfaba en los concursos de carteles con franca y limpia rivalidad de los Ribas, los Bartolozzi y los Penagos, maestros pariguales.

Mas luego y precisamente logrado ya prestigio definitivo, por honesto y cabal concepto de lealtad, llevado a un límite excesivo, se impuso silencio e hizo dejación voluntaria de éxitos a su obra personal, cada día autosuperada, por estimar incompatible el artista con el funcionario asesor y consejero influyente en el arte ajeno.[…].

    Manchón, alto, pálido y rubio, con los ojos huraños, el entrecejo fruncido, las palabras y los ademanes bruscos, fue concentrándose cada vez más, purificándose cada vez más en la depuración de su sensibilidad y su modestia

Lentamente, con una seguridad y una desconfianza alternativas en sí mismo, que le hacían ahincar más en los temas y el estilo, y que le arrastraban a una negligencia desdeñosa, tan admirable por los menos como la concisión rebuscada o la fórmula truquista de otros dibujantes, Ramón Manchón iba domando su arte hasta lograr la sonrisa amable, la tierna tolerancia y la burlona ironía. […]

    Y, sin embargo, los dibujos humorísticos, las estampas ilustrativas, las xilografías tan bien trabajadas de Ramón Manchón, no son enfermizos ni decadentes. Su melancolía integral brota de la pura aristocracia de su temperamento. Y así como no hallamos nunca en su estilo y sus armonías cromáticas ninguna disonancia, ninguna chillonería agresiva, la sensación que dejan en nuestra alma sus escenas de la vida cotidiana, sus glosas de la irremediable mesocracia, son también armónicas, suaves, adormecidas, pero saturadas de una amargura difícil de evitar y de olvidar (4).

Para ilustrar la presencia de Ramón Manchón en esta «Galería Canaria de Retratos» contamos con dos caricaturas esenciales, obra de Fernando Fresno, halladas recientemente entre las innumerables que se conservan en el archivo del artista, propiedad de los descendientes del gran dibujante humorístico.

Dos años mayor que Manchón, Fernando Fresno (5) aunaba en su polifacética personalidad la dedicación a las ciencias y el arte. Farmacéutico, catedrático, actor y, por sobre todo, dibujante humorístico, fue quien amplió el radio de influencia de la caricatura personal llevándola a todos los estamentos de la vida social, el creador de la caricatura de todos, como solía orgulloso recordar (6).

Recurramos de nuevo a la palabra contemporánea de José Francés y quedará cerrado el triángulo de amigos: Fresno era, por esencia, potencia y persistencia, el verdadero maestro en este género de narrador gráfico, de cronista facial que significa el caricaturista especializado en reproducir con personal estilo los ajenos rasgos físicos y espirituales de sus contemporáneos.

    Y a fe que puso en la, para él gustosa, tarea una dedicación constante, un entusiasmo no desmentido jamás.

    Porque de las varias facetas que definían a Fresno -el hombre de ciencia, el comediante, el cineasta, el caricaturista-, era ésta última la que mejor afirma su derecho al perenne recuerdo.

    Teatro y Caricatura fueron las dos vocaciones arraigadas de su vida, aparentemente destinada en la adolescencia a trabajos de laboratorio y ejercicio de una profesión donde el prestigio del apellido paterno, Gómez Pamo, no interrumpiera la legítima defusión ecoica. […]

 Era conmovedor ver a Fresno en sus últimos años, aureolado ya de legítima gloria, con sus cabellos blancos, humilde y obstinadamente abstraído en el afán de dibujar en su blok de apuntes, entre los grupos de gente que se divertía o pavoneaba en las fiestas sociales, en las reuniones artísticas y las mascaradas políticas, como un repórter primerizo, procurando sorprender actitudes y expresiones indefensas de los que no se sentían observador. Únicamente a otro insaciable de la propia vocación, el marqués de Valdeiglesias, se le veía también así, en plena senectud, tomas «notas de sociedad» en su pequeño blok, sin codicia de verlas publicadas, como Fresno de ver reproducidos sus dibujos. Era el desinterés, el placer por el placer, lo que movía las manos y apresuraba los latidos cordiales de estos dos arquetipos del dibujante y del periodista.[…] (7).

La vinculación artística de Fernando Fresno con Canarias se traduce en una larga serie de caricaturas realizadas durante sus estancias en el archipiélago en ruta hacia América, particularmente las fechadas en 1933, cuando recaló en el archipiélago en compañía de su hija, la actriz Maruchi Fresno, de gira teatral en aquella época (8). Parte de su familia se estableció en Gran Canaria, tras el matrimonio de su hijo don Fernando Gómez-Pamo y López con doña Cándida Guerra del Río y Bosch. (Tomado de: Carlos Gaviño de Franchy en: Gaviño de Franchy Editores)


NOTAS

[1] VV. AA.: Modos Modernistas [La cultura del modernismo en Canarias 1900/1925].
Cabildo de Gran Canaria. Ayuntamiento de Las Palmas. Cajacanarias. Las Palmas de Gran Canaria. 2000.

[2] Debo y agradezco a mi entrañable amigo el historiador don Carlos Rodríguez Morales la localización de esta partida de bautismo.

[3] Antonio Manchón Quílez nació en Játiva, Valencia, en 1836. Colaboró en la ilustración de obras como: Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes. Biblioteca Universal Ilustrada. Madrid, 1876; Atlas Geográfico Universal. Astor, Hermanos. Madrid, 1877; El Quijote, en edición de Urbano Manini de 1868 y de la Biblioteca Universal de 1875; La esposa mártir, de Enrique Pérez Escrich. Manini, Hermanos. Madrid 1866, etc., y también en El Arte en España, El Museo Universal, La Ilustración Republicana Federal y La Ilustración Gallega y Asturiana entre otras.
Sobre Antonio Manchón Quílez vide: Pedro CASADO CIMIANO: Diccionario biográfico de ilustradores españoles del siglo XIX. Ollero y Ramos. Madrid, 2006.

[4] Asociación de Escritores y Artistas Españoles. XXXVI Salón de Humoristas. Círculo de Bellas Artes. Madrid. 1954.
Sobre Ramón Manchón Herrera vide Eliseo IZQUIERDO: Periodistas canarios. Siglos XVIII al XX. Propuesta para un diccionario biográfico y de seudónimos. Edición al cuidado de Carlos Gaviño de Franchy. Consejería de Educación, Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. Islas Canarias, 2005.

[5] Fernando Gómez-Pamo del Fresno, doctor en Farmacia, profesor de la Universidad Central y conservador de su Museo de Farmacia, nació en edificio que¾Madrid, en el número 5 de la calle de Santa Isabel  actualmente exhibe una placa conmemorativa en recuerdo de los méritos de  el día¾su padre, también doctor en las misma especialidad científica 31 de mayo de 1881 y falleció, en el domicilio de su nacimiento, el 28 de abril de 1949. Fueron sus padres, el doctor don Juan Ramón Gómez-Pamo, catedrático de la Universidad Central de Madrid, académico de la Real de Medicina, senador del Reino y miembro del Real Consejo de Sanidad, y doña María Jesús del Fresno y García, ambos naturales de Arévalo. Casó con doña María de la Gloria López y Álvarez, hija del coronel de caballería don Rafael López Guasco y de doña Adela Álvarez Cabrera de Nevares. El matrimonio tuvo cuatro hijos. Acompañó a S. M. el Rey Don Alfonso XIII a Italia en su viaje oficial, y fue condecorado con la encomienda con placa de la Orden de Alfonso X el Sabio.

[6] Ficha del catálogo de Fernando Fresno.

[7] Op. cit.

[8] Juan GÓMEZ-PAMO GUERRA DEL RÍO:«El cuadernos canario de Fernando Fresno». Aislados. Año III, número 88. El Mundo. Santa Cruz de Tenerife, 9 de febrero de 2001.


OLGA Y ALICIA NAVARRO


1995 junio 22.
Falleció en su domicilio de la calle François Premier de París, Alicia Navarro, un mes depuse de fallecida su hermana Olga.


Galería Canaria de Retratos

OLGA Y ALICIA NAVARRO

Mitos de belleza isleña
por
Carlos Gaviño de Franchy

LA COLECCIÓN DE FOTOGRAFÍAS

Hace algunos años, a raíz del fallecimiento en Madrid de una anciana profesora, un anticuario, al que había conocido tiempo atrás, me mostró una notable colección de fotografías, la mayor parte de las cuales eran retratos de dos bellísimas mujeres isleñas; Olga y Alicia Navarro.
Mi amigo -gran conocedor de su oficio, del que disfruta más por dar rienda suelta a sus curiosas excentricidades que como único medio de subsistencia-
adquirió diversos objetos de aquella almoneda y reservó para mí los que ahora poseo, cumpliendo con las condiciones de un acuerdo al que habíamos llegado
y que le obliga, graciosamente, a mostrarme antes que a nadie cualquier documento gráfico relacionado con Canarias que caiga en sus manos.
En este punto he de manifestar que mi amigo anticuario es, por mitad, paisano, y sabe muy bien qué tipo de vetustos artefactos podrían interesarme y cuáles se ciñen a mi corto presupuestó.
Primo de la pintora y grabadora Carmen Arozena -cuya vida y obra había yo estudiado y perseguido en el Madrid de los años ochenta- y descendiente de uno  de los miembros de la saga de ingenieros y constructores  navales establecidos en la isla de La Palma, mi buen amigo José Antonio Arévalo Arozena hace lo posible por devolver al archipiélago, y a su conocimiento, cuanto de interés cultural sale de él con riesgo de perderse para siempre.

En aquel momento nadie conocía, más allá de nuestras incómodas, liquidas fronteras, a Luis Ojeda Pérez, Adalberto Benítez, Trino Garriga, Sicilia Hermanos o Fotografía Alemana, y muchos menos recordaban quiénes habían sido Olga y Alicia Navarro. Salvo mi amigo Arozena.
La colección está formada por un centenar de fotografías de las que, como hemos señalado, son excelentes los retratos de Olga y Alicia, pero la componen también revistas, fotos de agencia, instantáneas de grupo y de familia, reclamos publicitarios e, incluso, felicitaciones navideñas. La mayor parte de ellas están relacionadas con la elección de Alicia como miss en las diferentes categorías en que obtuvo este reconocimiento, y podrían fecharse e torno al año 1935, completándose la serie con escenas de su vida familiar, ya casada y con hijos, en el viejo convento de San Diego del Monte en La Laguna y, posteriormente, en la ciudad de La Habana.


Abundan los retratos de Olga, la mayor de las dos, que a pesar de no haber concursado en ninguno de los certámenes en que lo hizo su hermana, en opinión de muchos era incluso más hermosa que aquélla, y fue su compañera inseparable de viaje y aventura en el corto período de tiempo que duró la celebridad.
Por primera vez se concede a la mujer isleña la más alta representación de la belleza femenina de España. Alicia Navarro no representa sólo la belleza de la mujer tinerfeña, sino también su natural distinción y elegancia, su bondad y su cultura. Las miradas de admiración de toda España confluyen hoy en esta magnífica expresión femenina de nuestra tierra y hacia ella se dirigen los más rendidos homenajes, podía leerse en el periódico La Tarde de Santa Cruz de Tenerife en 1935.
Pero ¿quiénes eran Olga y Alicia Navarro? Este texto pretende iluminar con cortas pinceladas –utilizando la acepción del término que se empleaba para la acción de colorear las fotografías- la vida azarosa de ambas, reflejada en parte en la citada colección, recogida, con el patrocinio del Cabildo de Tenerife, en una exposición de las que integran el proyecto bianual Fotonoviembre.
De ambas hermanas, Alicia reúne sin duda los méritos necesarios para ser incluida en ésta Galería de Retratos: creemos poder afirmar, sin temor a equivocarnos, que nunca el rostro de una canaria ha ocupado tantas cubiertas y portadas de revistas y periódicos nacionales y extranjeros.
¿BELLEZA ISLEÑA?

Por Giovanni Boccaccio supo Europa que entre los canarios había jóvenes imberbes y de hermoso semblante que apenas cubrían sus cuerpos con bragas tejidas de palma, que cantaban dulcemente y bailaban casi a la manera de los franceses. Eran alegres, ágiles y muy amables, más que muchos españoles [1].
Valentim Fernandes, al describir a las mujeres de la isla de La Palma en los albores del siglo XVI, consideraba que eran "muy hermosas, blancas, de cabellos rubios, y de mejor corazón que los hombres" [2], compartiendo opinión con fray Alonso de Espinosa que, si bien observaba que las gentes de la banda del sur de la de Tenerife tenían la piel de color algo tostada y morena, agora sea por traér este color de generación, agora sea por ser la tierra algo cálida y tostarlos el sol, por andar casi desnudos, como andaban, no deja de reseñar que los de la banda del norte eran blancos, y las mujeres hermosas y rubies y de lindos cabellos [3].
María Rosa Alonso, en su imprescindible estudio sobre la obra y la vida del bachiller Antonio de Viana, cita este elogio a la belleza femenina como una de las posibles influencias del texto del historiador en los retratos que el joven poeta hizo de tres irreales isleñas; Dácil, Rosalba y Guacimara [4].
Con estas y otras noticias sobre las excelencias estéticas de la raza canaria se origina y fortalece un mito que llegará a adquirir proporciones desmesuradas en la vehemente literature romántica escrita en el archipiélago, y que será contradicho, antes, durante y después del largo periodo histórico en que imperó este movimiento en las islas, con mayor o menor indulgencia, por otro testigo múltiple, quizás más imparcial: la literatura de viajes.
Con notables excepciones, cada explorador se creía en la obligación de clasificar y describir la raza canaria, para solaz de ávidos lectores de curiosidades exóticas, con la misma osadía de la que hacían gala al trasladar a la letra, frecuentemente mal traducidos o copiados, fragmentos enteros de narraciones de sus predecesores en la visita, mezclando textos bien intencionados con otros que dejaban de serlo por claros intereses políticos o comerciales, constituyendo gran parte de este género una variante del periodismo de escaso mérito que no supera la consideración de baratijas coloniales.

    Son los viajeros franceses los que dedican mayor atención a la condición femenina y frecuentemente se aventuran en consideraciones morales que no hacen más que contribuir a esbozar sus propios, desagradables retratos. Escribía Fleuriot de Langre, el célebre Fígaro: En cuanto al sexo, sería deseable que se pudiera hablar tan favorablemente de su virtud como de su belleza. En efecto, las mujeres son bastante hermosas, tienen unos ojos y cabellos negros magníficos, son muy blancas, porque no salen sino raramente de sus casas, y tan lozanas que una viuda de veintiséis años, que había tenido cinco o seis partos, fue tomada por varios franceses como una virgen de diecisiete [5]. Y más tarde Jacques Gérard Milbert afirmaría que la mayoría de las mujeres de Santa Cruz están lejos de ser bonitas, pero casi todas se distinguen por una isonomía expresiva, sus cabellos son negros como el ébano; tienen los ojos agradables, las cejas negras y arqueadas y la tez ligeramente aceitunada, color ordinario de los españoles; pero se cometería un error en atribuirlo sólo a la influencia del clima, si es verdad, como aseguran los historiadores contemporáneos, que entre los guanches había muchos rubios y que incluso algunos tenían la cabellera de un color dorado [6].
El doctor William R. Wilde, con británico buen gusto, afirmaría: Y, decididamente, las mujeres, las más guapas que había visto desde que abandoné Inglaterra [...]. Generalmente, son altas y maravillosamente formadas, poseyendo toda la elegancia española combinada con la atracción personal inglesa [7].

Como queda dicho, constituye esta amalgama de tradiciones, chismes y evidencias el fundamento sobre el que se construye el arquetipo de belleza de la mujer canaria, sin excluir a las mozas campesinas, cuyo atractivo se vio ponderado por la poesía y la narrativa regionales -recordemos las coplas de Diego Crosa o los cuentos y novelas de Benito Pérez Armas, por citar sólo dos casos-, la mayor parte de ella de factura culta y burguesa.                                                                       

Ya en el siglo XIX queda constancia escrita de la hermosura sin límites de una canaria, una joven lagunera cuyos encantos fueron celebrados por cuantos tuvieron la fortuna de conocerla, ya fueran     isleños o foráneos. 

Se llamó Guillermina de Ossuna y Van den Heede [1838-1869], y de ella dijo un militar deportado en esta isla que era el tipo de mujer más hermosa que yo recuerde haber visto en mi vida: de estatura elevada sin exageración; blanca, con todos los atributos de las morenas, es decir, cabellos, ojos, cejas y pestañas negras; nariz de un perfil recto; boca diminuta, cuyos rojos labios ocultan una dentadura magnífica; esbelta, airosa, poco pagada de sí misma, y por consiguiente sin pretensiones de ningún género; hay ocasiones en que me parece que ignora su mérito, tan poco alarde hace de él [8].

En 1917 la revista Castalia organizó un concurso de belleza en el que obtuvo el primer premio Mercedes Acha, seguida de Conchita Mesa y Matilde Galván, que recibieron el segundo y tercero de los galardones.
Sus retratos fueron publicados, junto con los de otras aspirantes, en los últimos números del magnífico semanario que dejaba claro, en un epígrafe bajo su título, que se ocupaba de la literatura, el arte y la vida insular.   
La belleza de las canarias tomó cuerpo real y quedó patenté en la figura de Alicia Navarro, y el arquetipo se consolidó definitivamente cuando fue reconocida como la mujer más guapa de las islas, de España y de Europa, en 1935.

OLGA Y ALICIA NAVARRO
Olga y Alicia Navarro eran, el año anterior al que diera comienzo la Guerra Civil Española, dos niñas de la mediana burguesía santacrucera. La mayor, Olga, había nacido el día 2 de julio de 1913, y su hermana Alicia el 5 del mismo mes, dos años más tarde. Ambas vieron la luz por vez primera en el número 6 de la calle de José Murphy de Santa Cruz de Tenerife, en la parte trasera del antiguo convento de San Pedro de Alcántara, lugar en el que se encontraban por aquellas fechas las dependencias de la Prisión Provincial [9].

Su padre, don Agustín Navarro Adrián, natural de Tarazona en la provincia de Zaragoza, ejercía las funciones de administrador de aquel centro penitenciario, y su madre, doña Victorina Cambronero Arribas, nacida en el Puerto de Santa María de Cádiz -que sin duda contribuyó decididamente en la transmisión de unos genes que configuraron a dos de los más depurados ejemplares del género humano- era hija de otro funcionario, don Modesto Sánchez-Cambronero y García-Camarenas, subdirector del cuerpo de prisiones, director que había sido del correccional tinerfeño,

Pronto quedaron huérfanas de madre. Doña Victorina falleció en la casa número 22 de la calle de Méndez Núñez el 4 de julio de 1930 10 a los treinta y cinco años de edad, y sus hijas pasaron al cuidado de la abuela materna, doña Jacoba de Arribas y Sánchez, y de una tía carnal, doña Araceli Cambronero, que fue acompañante y carabina de Alicia en los comienzos de su insospechada popularidad. La familia regentaba en aquella época una casa de huéspedes sita en el expresado domicilio.

Con estos datos podemos concluir que las hermanas Navarro carecían de una sola gota de sangre isleña.

Eran canarias por naturaleza, que es la manera legal de serlo, pero también por amor a la tierra demostrado a lo largo de sus vidas y de la de algunos de sus parientes. Su tío abuelo, el farmacéutico don Cipriano de Arribas y Sánchez [Ávila, 1844-Los Realejos, 1921], dejó impresa una curiosa crónica titulada A través de las islas Canarias [11], escrita en colaboración con su mujer y publicada en 1900. El epitafio de esta señora, en su tumba del cementerio del Realejo Bajo, reza: Recuerdo de su esposo a la historiadora de las Islas Canarias doña Hilaria de Abía y Alonso, 8 de agosto de 1895.

Olga y Alicia jamás cortaron los lazos de cariño que les vincularon desde siempre a unas islas en las que ya no les quedaban familiares, pero sí muchos y buenos amigos.

Cuando Olga Navarro falleció en Madrid, y sus pertenencias fueron vendidas por sus herederos, se hizo factible comprobar hasta qué punto seguía viviendo entre nosotros. Libros, postales, fotografías, folletos, impresos y anotaciones de trabajo de su tío Cipriano, todo un conjunto relativo al archipiélago daba forma al pequeño mundo isleño que había creado en su domicilio de la calle de Recoletos número 18 y en el que habitaba su soledad.

Ambas hermanas diferían en aspecto y carácter. Olga era una belleza de cabello rubio que escapó a las presiones y tabúes del momento y, en contra de lo previsto dadas sus circunstancias ambientales, pudo desarrollar adecuadamente su capacidad intelectual. Estudió el bachillerato en el Instituto de Canarias, se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de San Fernando de La Laguna y fue más tarde profesora de Literatura.
 
Conoció y trató a María Rosa Alonso, que fue su amiga en Madrid, pero también a George Bernard Shaw, a Giménez Caballero y a otros escritores y artistas de su entorno que alabaron, unánimemente, su belleza física y espiritual. Casó, en Dusseldorf, con el ciudadano alemán Eric Albrecht Braud y falleció en Madrid, el 10 de mayo de1995 [12].

Alicia, por el contrario, llevaba el pelo negro y sus aspiraciones eran otras. En una entrevista que concedió, tras su elección, al periodista Luís Álvarez Cruz, dejó claro que era una mujer de gustos sencillos, que cree en el hogar y en la felicidad del matrimonio.

Le gustaba la natación, leer versos y caminar. En aquellos momentos era novia de Alfonso Santaella, joven perteneciente a una acaudalada familia de Santa Cruz.

 La crónica de sus éxitos y andanzas ha sido escrita por Gilberto Alemán, y remitimos a los interesados a su libro Alicia Navarro, publicado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y Ediciones Idea en 1997.

Casó Alicia Navarro con el prestigioso abogado don Manuel Felipe Camacho, nacido en la isla de La Palma pero naturalizado cubano -ciudadanía que Alicia ostentó, por su matrimonio, hasta que renunció a ella, recuperando la española, en la Embajada de España en París en 1966-, con el que tuvo dos hijos: Alicia y Manuel Felipe Navarro.

Vivieron en La Laguna, como queda dicho, en el Viejo convento de San Diego del Monte, y, luego, en La Habana.

Disuelto el matrimonio y tras una estancia de algunos años en Madrid, Alicia Navarro se estableció en París, donde conoció a su segundo marido, el anticuario de origen helénico Thales Papadopoulos, con el que contrajo matrimonio en segundas nupcias el 6 de julio de 1973. Por una de esas casualidades que la vida nos ofrece constantemente y que hicieron exclamar a Úrsula Iguarán -el personaje de Cien años de soledad- todo gira, Thales resultó ser hermano de la representante de Grecia en el certamen de Miss Europa al que había concurrido Alicia.

Pasaron temporadas en Tenerife y Alicia colaboró con la prensa local enviando desde la capital de Francia noticias de sociedad y avances de moda.

Murió Alicia Navarro en su domicilio de la calle François Premier de París, al mes de haber fallecido su hermana Olga, el 22 de junio de1995 [13].
(Tomado de: Carlos Gaviño de Franchy en: Gaviño de Franchy Editores)

Notas

[1] BOCCACCIO, Giovanni: De Canaria y de las otras islas nuevamente halladas en el océano allende España (1341). Traducción de José A. Delgado Luis. La Laguna: J.A.D.L., 1998.


[2] Fernandes, Valentim: Manuscrito (1506-1507). Traducción de José A. Delgado Luis. La Laguna.  J. A. D. L., 1998.


[3] ESPINOSA, fray Alonso de: Historia de Nuestra Señora de Candelaria. Introducción de Alejandro Cioranescu. Goya Ediciones.  Santa Cruz de Tenerife, 1980.


[4] ALONSO, María Rosa: El poema de Viana: estudio histórico-literario de un poema épico del siglo XVII. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1952.

[5] FLERIOT DE LANGRE, Jean M.: Viajede Fígaro a la isla de Tenerife. Traducción de José A. Delgado Luis. J.A.D.L. La Laguna, 1998.


[6] MILBERT, Jacques Gérard: Viaje pintoresco a la isla de Tenerife. Traducción de José A. Delgado Luis. J.A.D.L. La Laguna, 1996.


[7] WILDE, William R.: Narración de un vije a Tenerife. Traducción de José A. Delgado Luis. J.A.D.L. La Laguna, 1994.


[8] RUIZ Y AGUILAR, Ricardo: Estancia en Tenerife. Introducción, transcripción y notas de Carlos Gaviño de Franchy. Tenerife: Área de Cultura del Cabildo de Tenerife, 2000.

[9] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección primera. Tomo 71, p. 375, y tomo 75, p. 275.


[10] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección tercera. Tomo 90, p. 322.  

[11] ARRIBAS Y SÁNCHEZ, Cipriano de: A través de las islas Canarias. A. D. Yumar. Santa Cruz de Tenerife, 1900.


[12] Registro Civil de Madrid. Sección tercera. Tomo D-84, f. 445.

[13] Registro Civil Consular de París. Sección tercera. Tomo 73, p. 32. Consulado de España en París. Debo el conocimiento de estas partidas a mi buen amigo el abogado don Miguel Cabrera Pérez-Camacho, sobrino del primer marido de Alicia Navarro.





JUAN FRANCHY


1928 agosto 30.
Falleció  Juan Franchy, a los treinta y cinco años de edad.
   
JUAN FRANCHY, UN APUNTE BIOGRÁFICO

SU FAMILIA

Juan José Francisco Manuel Benigno de Franchy y Melgarejo nació, en Haría de Lanzarote, a las once de la mañana del día trece de febrero de mil ochocientos noventa, y fue inscrito en el Registro Civil del citado pueblo, al folio veintiuno del tomo primero de la primera sección de Nacimientos, por el juez municipal don José Reyes Pacheco. Era hijo de don José María de Franchy y Socas y de doña Maximina Melgarejo y Cabrera, casados en Haría, el veintisiete de febrero de mil ochocientos ochenta y nueve.

Fueron sus abuelos paternos, don Francisco de Franchy y Lasso de la Vega y doña Josefa de Socas y Ramírez, que contrajeron matrimonio en el citado pueblo el doce de noviembre de 1851, y los maternos, don Juan Melgarejo y Caballero, natural de Cieza en Murcia, y doña Juana Cabrera y Perdomo. Don Juan Melgarejo fue alcalde de Arrecife de 1869 a 1873, durante el sexenio republicano, debiendo su condición de elegible a la circunstancia de formar parte del censo de los mayores contribuyentes del partido [1].

Su padre, don José María Santiago de Franchy y Socas, nació en Haría el 25, y fue bautizado el veintiocho de julio de 1861 [2], hijo, como queda dicho, de don Francisco de Franchy Lasso de la Vega, natural del Puerto de Arrecife, y de doña Josefa de Socas y Ramírez (hija a su vez de don Vicente de Socas y Peraza de Ayala y de doña María Ramírez de León). Don Francisco de Franchy, secretario del Ayuntamiento de Haría y jefe del partido liberal, fue hijo del matrimonio formado por don Pedro de Franchy y Clavijo, natural de Teguise y doña María del Carmen Lasso de la Vega y García del Castillo, que lo era del repetido pueblo de Haría [2 bis].

Don Pedro de Franchy y Clavijo era tercer nieto de Lope de Clavijo y de su mujer doña María de Franchy, hija de Simón de Franchy, alguacil mayor de la guerra, y de María de Jesús de Armas, hija a su vez del regidor Andrés de Armas y de su esposa Ana de Umpiérrez.

 Los miembros de la familia Franchy-Clavijo fueron patronos de la capilla de San José del convento de Miraflores de Teguise, en la que disfrutaban de enterramiento. En la Villa de San Miguel Arcángel tu¬vieron su residencia principal, con ramificaciones y propiedades en San Bartolomé y en el pago de Argana, y descendían de Inés de Clavijo –hija del poblador y paje del Adelantado Juan Clavijo el viejo- y de su marido el capitán Pedro Lavado Centeno.
Juan Franchy era primo hermano del marino y poeta Francisco Jordán y Franchy, nacido en 1886, e hijo de don Andrés Jordán Cabrera y doña Ana Luisa de Franchy y Socas, hermana de don José María.

Juan Franchy se trasladó a Tenerife, niño aún, con motivo de haber sido nombrado su padre archivero del Ayuntamiento de la Capital de la Provincia de Canarias. Don José María de Franchy fue un acomodado terrateniente, con propiedades heredadas en Lanzarote (gran parte de ellas procedían de su abuelo materno don Vicente de Socas y Peraza de Ayala, hacendado de Haría) y otras en Tenerife, adquiridas al estado, que se había posesionado de ellas a causa del impago de impuestos por sus propietarios. Su carácter emprendedor le condujo a solicitar del Ministerio de Fomento, a finales del siglo XIX, en sociedad con su amigo don Emiliano de Urquía y Redecilla, cuatrocientas hectáreas de terreno baldío en la Isla de la Graciosa y otras tantas en el Malpaís de Máguez, con el fin de crear tres colonias agrícolas y establecer en cada una de ellas a un administrador y diez o quince familias de jornaleros. El proyecto, que no llegó a buen fin, asombra aún por la modernidad de sus propuestas.

Don José María de Franchy compartía su residencia entre Santa Cruz de Tenerife y Madrid, ciudad esta última en la que pasó largo tiempo, siguiendo el proceso de anulación de matrimonio de su hija Piedad, casada con don Ricardo Schmelz von Hecht, que fue disuelto en 1926 por Pío XI, tras un largo y costosísimo proceso que prácticamente le arruinó. Falleció en Madrid el día diecinueve de noviembre de 1925, en su casa de la calle de Santa Engracia, número 64, sin conocer el resultado del proceso que le había costado la vida.

La adolescencia de Juan Franchy transcurrió en Santa Cruz de Tenerife, donde cursó estudios de bachillerato y comercio, obteniendo el título de Intendente Mercantil, para más tarde licenciarse en Derecho por la Universidad de San Fernando de La Laguna.

Formó parte de la redacción del periódico La Prensa desde 1913 [4], y allí publicó sus primeros textos literarios. Fundó en 1918 El Regionalista, diario de la tarde, que dirigió hasta su desaparición. En 1925 y, en compañía de Víctor Zurita, dió a la imprenta el semanario Avante [5].

En 1926 se trasladó definitivamente a Madrid, en cuyo Colegio de Abogados se había inscrito el año anterior, y obtuvo la plaza de director de la Hemeroteca Nacional

Desde allí siguó enviando sus colaboraciones a La Prensa, muchas de ellas insertas en una columna semanal que llevaba por título Metonimia andante.

Juan Franchy falleció el 30 de agosto de 1928, a los treinta y cinco años de edad.
   Su obra literaria, compuesta casi exclusivamente por artículos de prensa, cuentos cortos y un guión cinematográfico -que permanece inédito-, se encuentra dispersa, publicada en periódicos y revistas de la época.

JUAN FRANCHY, VISTO POR SUS CONTEMPORÁNEOS

Recordando a sus amigos muertos, Francisco González Díaz envió a La Prensa, desde su retiro de Teror, el 15 octubre de 1935, la semblanza que sigue:

    Vamos a escribir, movida la pluma por el corazón, para esos amigos que murieron jóvenes, justicieros epitafios: la justicia de Ultratumba...
    La de más acá, no suele ser justicia.

    Juan Franchy, llevaba un apellido ilustre, era ágil periodista y prometía ganar nombre de maestro en la Prensa literaria. Amistad tuvimos. Este otro buen Juan vivo en mis recuerdos propúsose organizar un partido regionalista, que entonces hacía falta y mucha más falta está haciendo hoy, porque la región canaria está pidiendo a gritos ser reconocida por la nación española... Me metió en la empresa, y me arrastró consigo...
    Yo di, acompañado de Juan Franchy, en el Teatro Guimerá, una conferencia sobre el tema del regionalismo político, que La Prensa a evocado entre sus gratas memorias con ocasión de su vigésimo quinto aniversario.

    Nada más... Otro que iba firmemente al éxito, y desapareció en el misterio nocturno de la Muerte... Madrid lo mató... Con él murió una esperanza...

En el mismo periódico y en idéntica fecha, su director, Leoncio Rodríguez, publicó la siguiente necrológica:

    En Madrid, donde desempeñaba un importante puesto como funcionario de la Hemeroteca Nacional, le sorprendió traidoramente la muerte. El triste desenlace causó profunda impresión entre los numerosos amigos con que contaba entre nosotros el culto escritor, que con sus perseverantes esfuerzos, su sólida cultura y su carácter noble y caballeroso se había conquistado un verdadero prestigio y un porvenir risueño entre la juventud intelectual de Canarias.

    En esta casa, donde Juan Franchy hizo sus primeras armas periodísticas, destacándose briosamente como un gran valor literario, perdurará siempre, entre nuestros recuerdos más íntimos, el nombre del entrañable camarada, modelo de corrección, estudioso, trabajador, que demostró en todo momento un vehemente cariño por su tierra, enalteciéndola en notables crónicas y profesándole una intensa y espiritual adoración.

    Como se recordará, el señor Franchy fue uno de los más entusiastas gestores del proyecto del Parque, al que consagró un asiduo y patriótico interés, y su labor como concejal y teniente de Alcalde durante la gestión del Ayuntamiento republicano, le capacitó como elemento valioso y de gran alteza de miras.


    José González Rodríguez, en su libro Pro-Cultura, Biografías de personalidades contemporáneas que más han contribuido al progreso intelectual, material y artístico de Canarias [6], hizo este boceto de la personalidad de Juan Franchy:

    Nació en 1893 (sic) en la isla de Lanzarote, y desde muy joven sintió la magia del arte literario, recibiendo las primeras lecciones de Retórica de un antiguo profesor de segunda enseñanza e inspirado poeta, paisano suyo.

    A los dieciocho años publicó un artículo en el diario “La Prensa", titulado El hijo del Cónsul, que tuvo la virtud ética de revolucionar el espíritu, de suyo tan monótono y aquietado de nuestro pueblo, dando lugar a que algunos pensaran que era piedra de escándalo por figurárselo alusivo a determinadas personas d nuestra sociedad; pero los más admiraron el ingenio y soltura que en aquel su primer artículo demostraba no ser el principiante en el difícil arte de escribir.

    Desde entonces el Sr. Franchy no ha cesado de colaborar en "La Prensa", y cada artículo suyo constituye un triunfo para su autor.

    Sus escritos Los Reyes que no caen; el Cuento del árbol; La muerte del príncipe, publicados durante la guerra europea con motivo de la muerte del Príncipe de Battenberg; El Testamento de Isabel la Católica; El Duque Ruiz, El Divino tesoro y otros muchos, constituyen verdaderos modelos de originalidad y galanura.
    Con motivo de la publicación de la novela a escote, escrita en co¬laboración por los mejores ingenios de la isla, fue el señor Franchy uno de sus autores cuya semblanza hizo el poeta y abogado señor Gil-Roldán.

    Don Juan Franchy es Licenciado en Derecho Civil y Canónico, e Intendente Mercantil. Estudió en el Instituto General y Técnico y en la Universidad de San Fernando de la hidalga Ciudad de La Laguna, con gran aprovechamiento y rapidez.
    Durante sus estudios de Derecho publicó un artículo magnífico y vibrante, titulado Universidad y fábrica, que mereció el elogio de los espíritus selectos, y la felicitación de sus profesores y compañeros.

    Ha sido miembro del Ateneo de Tenerife, y es en la actualidad Secretario del Círculo de Escritores y Artistas.

    Su colaboración valiosa, eficaz y desinteresada, se solicita siempre en todos los momentos en que hay que emprender una labor difícil y seria en cualquier aspecto de la vida ciudadana.

    Pero donde ha culminado su laboriosidad y patriotismo, lleno de honradez y de constancia, es en esa empresa casi gigantesca de construir un Parque urbano en la Capital de la Provincia.

    Fue el Señor Franchy Presidente de la Comisión del Parque, y, en año y medio, con la labor entusiasta de todos los miembros de la Comisión, se han podido regalar, adquiridos por suscripción, unos terrenos en los cuales se ha de emplazar la futura construcción y que actualmente valen más de un millón de pesetas.
    A pesar de su juventud, el señor Franchy ha sido Profesor de varios centros de enseñanza, y actualmente es Secretario de la "Academia Minerva" y Profesor de idiomas de la misma.

Fue el traductor durante la gran guerra, de los famosos y sensacionales partes en inglés, que venían de la estación de telegrafía sin hilos de "Poldhu", y que luego la curiosidad d nuestro público devoraba con interés.

    Ha sido también Concejal y Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de esta Capital, en cuya gestión llegó a alcanzar merecidos triunfos, que están en la memoria de todos. 
    A propósito de la publicación de La Novela a escote trasladamos un texto inserto en El Día, el domingo 27 de enero de 1985:

La Novela a escote, publicada por el diario "La Prensa" el año de 1915, constituyó uno de los mayores éxitos literarios que se recuerdan en el país por la curiosidad y expectación que despertó en todos los pueblos de la isla.

    Un concurso semejante lo había iniciado en España la revista "Madrid Cómico", dirigida por el popularísimo Sinesio Delgado y de él surgió la interesante novela Las vírgenes locas.
    La de "La Prensa" se titulaba Máxima culpa y en ella tomaron parte los siguientes escritores: Benito Pérez Armas, Domingo Cabrera (Carlos Cruz), Domingo J. Manrique, Diego Crosa, Emilio Calzadilla, Guillermo Perera, Ildefonso Maffiotte, Juan Franchy, Leoncio Rodríguez, Manuel Verdugo, Ramón Gil-Roldán y Guillón Barrús.

    Cada uno de los citados señores tuvo a su cargo un capítulo de la novela, para lo cual fueron semanalmente sometidos a riguroso sorteo, fijándose un plazo de dos días para la entrega de las cuartillas. El primero que fue designado por la suerte, según se había convenido, se encargó de titular la obra.

    Los mismos ligeros descuidos que un sagaz observador hallará en el transcurso de la novela, tanto en su trama como en el aspecto mudable del género literario, son la prueba más elocuente de la legalidad con que los autores se sometieron a las bases del concurso.

    El desarrollo de la novela fue seguido, como decimos, con extraordinaria curiosidad por el público, que en algunos momentos llegó a sentirse apasionado ante las múltiples peripecias de los personajes que desfilan por las páginas de Máxima culpa, y en el inesperado giro que cada autor daba al argumento central de la obra, hasta llevarla a feliz término venciendo las innumerables dificultades que tal labor representaba (...)
   
Con motivo de la edición de la novela se imprimió una tarjeta postal con las caricaturas de los autores. La de Juan Franchy es obra del poeta Manuel Verdugo.

También fueron publicadas unas semblanzas cómicas, correspondiendo la de nuestro personaje a su amigo don Ramón Gil-Roldán y reza:

    Juan Franchy, dandy taciturno y pálido; mirada torva, pulcro en el vestir; siempre sombrero pajizo. Entre venezolano y conejero, participa de la índole de Isaac Viera y del Libertador.
Su prosa de estirpe
Y factura coruscante,
Es algo abracadabrante,
Con dejos de vieja alquimia,
Y de "metonimia andante".

Concluimos esta aproximación a la biografía de Juan Franchy, reproduciendo unas declaraciones a La Prensa de quien fuera inspirador del talante literario de algunos de los jóvenes miembros de la generación de gaceta de arte. Domingo Pérez Minik, confesaba que la figura infrecuente de Juan Franchy, con su profundo conocimiento de la lengua y literatura inglesas, su ideario político avanzado y cierto toque de dandismo, habían influido notablemente en el posterior desarrollo de su personalidad.

    Mis aficiones literarias

    Como declaración previa, debo decir que, para mí, la literatura constituye un culto.
    Así, a la ligera, ¿es posible hablar de esta divina concepción que todo lo crea y todo lo expresa? La literatura es el Arte supremo, en todo lo que este concepto tiene de grandioso.

    Es inmenso el ámbito de la literatura. Difícil es, pues, determinar una afición a este respecto. El género poético, el dramático, el didáctico, el periodístico, ¡cuánta verdad y cuanta belleza se puede expresar en todos!... Sin embargo, refiriéndonos a la forma, tal vez pudiera ser interesante la exposición de algo nuevo sobre la preferencia del lenguaje rimado o del prosaico. Yo sólo diré que el verso se presta más (quizás porque tiene ascendencia iconográfica) a disfrazar muchas tonterías. Y perdonen los malos poetas. La prosa no. El menor desliz que en ella ocurra, ya es un formidable escollo para el que intenta cultivarla. Con estas palabras puede establecerse la diferencia entre las dos formas; en el verso, el ripio es tolerado y obligado; en la prosa, no existiendo esta obligación, el ripio es una majadería.

    En el verso, casi todo es ambiguo y difuso; en prosa es terminante y preciso. En el primero predomina el concepto (exaltado por Quevedo y Góngora); en la segunda, el término es dominante. Para decir verdades, la prosa; hasta el punto de que, en verso, serían falsos los mismos Evangelios...

En cuanto al amor a la literatura habría mucho que decir. Si tener afición a la literatura es frecuentar reuniones de cafés y tascas malolientes en donde se habla de literatura con machaquería y dándoselas de intelectual, declaro que no soy aficionado, porque no me gusta la suciedad, ni el plebeyismo, y menos en el Arte. Sin llegar a decir, como el célebre profesor, que odio con toda el alma la bohemia artística, afirmaré con él que el escritor debe tener el pelo corto y el alma grande.

    Y ya que empecé hablando de la "religión", justo es que diga algo de los "dioses". No puedo darles otro nombre. ¿Cómo llamar a un Goethe, que escribiendo Werther y Fausto, aún le sobraba talento para saber latín, griego, matemáticas, filosofía y música?¿Y a Cervantes y Quevedo, cuya fecundidad prodigiosa no les impide ser políticos y guerreros?¿Y aquel Garcí-Lasso de la Vega que murió a los treinta años, después de hacer todas las campañas del Emperador y contribuir el primero a formar nuestro Siglo de Oro? ¿Y la maravilla de Shakespeare; y el milagro de Dante Alighieri?...

Verdaderamente, que cuando uno piensa en estos hombres y se decide a emborronar cuartillas, es para preguntar: pero, ¿puede decirse nada mejor? ¿Queda algo todavía por decir? Y se siente uno muy humilde y con deseos de sonreírse cuando se llega a creer que vale algo...

Creo en muchos escritores contemporáneos. De los nuestros, Galdós y Palacio Valdés, sobre todo. Ni Pedro Mata, ni Salaverría, pasando por toda la decadencia actual, llegan para mí a la categoría de iconos. De los extranjeros, no hablaré más que del prodigioso D'Annunzio, del cual se puede decir (como de Schaffle, en cuanto al socialismo) que toda su obra genial constituye la quintaesencia de la literatura.


NOTAS
[1] GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Candelaria y SOSA HENRÍQUEZ, Javier. "Elecciones municipales en Arrecife durante el sexenio revolucionario (1868-1874)". V Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Tomo I. Excmo. Cabildo Insular de Fuertevetnura. Excmo. Cabildo Insular de Lanzarote. Puerto del Rosario 1993.
[2] Parroquia de la Encarnación de Haría, Libro VII de Bautismos, f. 22 repetido.
[2 bis] DE LANZAROTE. MUERTE SENTIDA
    Por telegramas que se acaban de recibir, nos enteramos de la muerte del señor don Francisco Franchy y Lasso de la Vega, ocurrida en Lanzarote.
    El venerable anciano alcanzaba ya la avanzada edad de ochenta y seis años, y fue en sus buenos tiempos (durante la inquieta política de los Fajardo y León y Castillo, en aquella isla) jefe del partido liberal, por espacio de más de cuarenta años, en el pueblo de su residencia. Desempeñó por aquel tiempo la Secretaría del Ayuntamiento y del Juzgado, siendo el primero y único secretario de su época [al] que, por sus méritos, le concedió el Gobierno la jubilación.
De haber vivido don Francisco Franchy en campo más amplio en donde lucir todas sus virtudes, indudablemente, estaría hoy consagrado como un hombre extraordinario. Baste citar estos hechos absolutamente probados y verídicos:
        Durante su actuación en el Juzgado, es decir, en todos los cuarenta años ya dichos, no se llegó nunca, para los que al Juez acudían, a celebrarse un solo juicio de rigor. Don Francisco Franchy, como antiguamente los sabios patriarcas, llamaba ante sí a los culpables y litigantes y, antes de aplicar expresamente la ley, imponía a todos su voluntad prestigiosa y conciliadora. Además, interponiendo sus grandes influencias políticas, obtuvo siempre que ningún desgraciado del pueblo fuera a presidio, ejerciendo así una santa caridad.
Hombre de bastante fortuna, la perdió, en parte, socorriendo a manos llenas a los necesitados. Así se comprende que ejerciera su profesión burocrática sólo, para con su producto, sostener a varias familias, que vivían a su sombra. A él acudían los hombres para remediarse en los años de las frecuentes sequías lanzaroteñas, y a él pedían hasta las madres, que querían apresurar la redención militar de los mozos. Todos visitaban, en demanda de auxilio "la casa de don Francisco", como, por antonomasia, llamaba el pueblo la vieja residencia del hidalgo.
Ha muerto, pues, uno de los hombres más íntegros y nobles que han existido.
Expresamos el más sentido pésame a todos sus parientes, en particular a su hijo don José Franchy y Socas y a su nieto, nuestro compañero Juan Franchy. La Prensa. Santa Cruz de Tenerife, 19 de septiembre de 1917. (Tomado de: Carlos Gaviño de Franchy en: Gaviño de Franchy Editores)


[3] FERNÁNDEZ BENÉITEZ, Ángel: "Acercamiento al poeta Francisco Jordán". VI Jornadas de estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Excmo. Cabildo Insular de Lanzarote. Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventura. Arrecife. 1995.
[4] YANES, Julio: Leoncio Rodríguez y "La Prensa": una página del periodismo canario. Excmo. Cabildo Insular de Tenerife. Caja General de Ahorros de Canarias. "Herederos de Leoncio Rodríguez S.A". Santa Cruz de Tenerife. 1995.
[5] RODRÍGUEZ PADRÓN, Jorge: Primer ensayo para un diccionario de la literatura en Canarias. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. Madrid. 1992.
[6] GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, José: Pro-Cultura. Biografías de personalidades contemporáneas que más han contribuido al progreso intelectual, material y artístico de Canarias. Volumen I. Imprenta de Suc. de M. Curbelo. Laguna de Tenerife. 1923.



UN DÍA DE MAYO

Cuento por Juan Franchy

La campiña, fértil y extensa, avivaba en los ojos la placentera llama de todo el sortilegio de que es capaz la madre Naturaleza, en aquella mañanita de Mayo, fresca y lozana, como una rosa recién florecida, cuando Víctor Arralegui, el médico del Valle, salió de su casa a visitar a sus enfermos.

A medida que Víctor Arralegui avanzaba por la calle principal del pueblo, encontraba a su paso, mozos y mozas, que con su hatillo al hombro, o sobre la cabeza, marchaban a su labor, con la grata satisfacción y la sana alegría que el campo inspira al comienzo de todo trabajo, cuando el cansancio y la fatiga bajo un sol abrasador, o un frío que corta las carnes, no envuelve todavía los cuerpos en una laxitud de renacimiento.
    "Buenos días, don Víctor".
    "Adiós, señor médico", saludaban los mozos y mozas, éstas con cierta marrullería irónica y mirando de soslayo picarescamente la gallarda apostura de Arralegui, a quien se les antojaba demasiado joven aún para el ejercicio del grave ministerio de curar al prójimo.

Pero Víctor Arralegui, a pesar de todo, ya no era un niño. Contaba ya sus buenos veintisiete años. Y había estudiado mucho. Y vivido más. Conocía la vida no sólo en la diaria convivencia con sus semejantes, sino esencialmente en esos templos del dolor y de la muerte, que se llaman clínicas y hospitales; en esos sitios en los cuales se profieren las mayores blasfemias por la carne martirizada, o se pronuncian los votos más sagrados, o se escuchan confesiones increíbles... Ya lo creo que sabía cosas Víctor Arralegui. Y por eso era tolerante, y comprendía muchas veces las causas de algunos errores y hasta justificaba las culpas que a otros parecían horrendas.

 Seguía Arralegui su camino. Ahora pasaba por la senda que conducía al molino del pueblo el cual, a poco rato, quedó a sus espaldas, y se encontró en plena vega. Los jazmines, en aquella parte del sendero, sólo cuidados por la mano de Dios, crecían libérrimamente, plantados allí quizás en otros tiempos, por alguna pareja de amor, y aguardando, tal vez, a que, ahora, otra pareja amorosa viniera a disfrutarlos... Y Arralegui aspiraba aquel perfume; y su vista se extendía por toda la tierra, y luego recorría el límpido horizonte, terminando por elevarla hasta el cielo magníficamente azul de aquel espléndido día.

 -Día de Mayo, -exclamó Víctor Arralegui- día de Mayo de mi vida y la vida de todos, sagrada para mí...

 Y miró con expresión de fe el botiquín de urgencia que pendía de su mano derecha, como se mira el arma más eficaz, para combatir todos los males.

De pronto, echando a Víctor bruscamente del encanto de su abstracción, hendió el espacio un grito agudísimo, un alarido de angustia. Víctor volvió instintivamente la cabeza. Era indudable que aquel grito provenía del molino, al que hacía rato había dejado atrás, pues no se divisaba por aquellos contornos ninguna persona, ni ningún otro lugar habitado. No vaciló. Allá, en el molino, le necesitaba alguien. Y echó a correr.
 Llegó al molino, que en aquella hora todavía estaba solitario. Miró el motor, que con sus explosiones, jadeaba marchando desenfrenadamente, y contempló con estupor cómo las piedras del molino giraban lanzando chispas sus círculos ferrados, sin grano que triturar, con la tolva vacía... ¿Qué significaba aquello?   ¿Cómo el molinero había abandonado su puesto?

Siguió Víctor adentrándose en la casa, y empujó la puerta del almacén, en donde se amontonaban los sacos de harina. Y en el fondo de la habitación, tan blanca como la harina misma, desentonando del albo color sólo sus grandes ojos negros, vio Víctor a Maruja, la más linda zagalilla del pueblo, quien, al divisar al médico, salió de su inmovilidad exclamando:

 ¡Yo no lo maté!. ¡Yo no lo maté!...

Y cayó de rodillas a los pies de Arralegui. Este cerró la puerta y se guardó la llave. Volvió luego la cabeza, y descubrió, echado de espaldas en el suelo, con la mano crispada sobre el costado, al molinero, de barba hirsuta y descuidada, con sus cincuenta años faunescos, y su boca de dientes negruzcos, a través de los cuales, un espumarajo viscoso se deslizaba manchando su cuello. Deshizo el botiquín y se precipitó hacia el caído. Tomó su pulso, le examinó atentamente y se convenció de que estaba muerto. Le separó la mano crispada de sobre el pecho, y vio Víctor que allí, sobre el corazón, erecta y reluciente, tenía a medio clavar una de esas agujas largas y buidas que se usan para coser los sacos.

-¡Yo no lo maté!...-volvió a exclamar la hermosa zagalilla, llena de terror.

 Aproximose el médico, y le tomó una mano.

-Ven, dime que ha pasado.

 -¡Mire, don Víctor, mire!...-gritó Maruja.

Y en el deseo de querer disculparse, olvidando el pudor con un miedo lleno de convulsiones, mostró a Arralegui sus senos virginales maculados por unos arañazos, como de una zarpa. Examinándolos más atentamente, observó el médico la señal de unos dientes voraces.

-¡Mire don Víctor!. ¡Quiso morderme, quiso atropellarme!...
  
Y volvió a caer de hinojos, cubriendo ahora con sus manos el tesoro de sus senos.

 -Pero yo no lo maté... ¡Yo no lo maté!...
  
Víctor la contempló un momento. Y su espíritu comprensivo se extendió sobre la muchacha como un manto protector. Claro, clarísimo, que ella le había matado; pero era tan inocente como cuando su madre la echó al mundo.

-Ven, Maruja- le dijo Víctor con dulzura.- Nada, no te asustes; no ha pasado nada. Ya sé que tu no lo mataste... Ahora vas a irte. Saltas por esa ventana, vas a tu casa, y a nadie digas una palabra de lo ocurrido hasta que yo vuelva a verte. Si puedes, ve mañana por la tarde al sendero, donde crecen los jazmines... Anda, salta. Adiós...

La muchacha, sin saber lo que hacía, saltó por la ventana, miró un momento hacia arriba, y, después, sin volver la cabeza, desapareció.

Cerró Víctor la ventana y se acercó al muerto. Entreabrió su camisa y contempló una vez más aquella aguja homicida, que sobresalía como gajo monstruoso entre la selva del velludo pecho del molinero. Entonces con la serenidad de sus tiempos de estudiante, cuando operaba en las salas de San Carlos, avanzó el índice y hundió la aguja haciéndola desaparecer en la herida, que se sumió en una hemorragia casi imperceptible. Lavó Víctor hasta la menor gota de sangre, y sobre el negro y peludo tórax del desgraciado molinero, sólo quedó una pequeña señal, como la picadura de un insecto, que desapareció asimismo bajo la camisa nuevamente abrochada.

 Después Víctor abrió la puerta y esperó a que fueran llegando los parroquianos.

Afortunadamente, el molinero muerto no tenía más familia, ni más íntimos afectos que la persona del amo que le había encargado de la explotación del molino, que allá, al otro lado, seguía girando, girando, sin grano que moler, con la tolva vacía, como loco...
    -¿Qué ha sido, don Víctor?, -preguntaron, a medida que iban llegando, aquellas buenas gentes.

Víctor, sereno, un poco pálido, atando las correillas del botiquín, contestaba a todos: -Un colapso, y en el se quedó...
Después, con pulso firme, certificó la defunción del molinero de muerte natural.
   
Víctor Arralegui, el médico del Valle, no quiso volver a pasar nunca por aquella parte del sendero en que crecían los jazmines, y en donde le esperaba en vano, en los días que siguieron al del suceso del molino, Maruja, la más bella zagalilla del pueblo.

[Publicado en la revista Hespérides. Número 70. Santa Cruz de Tenerife, 1 de mayo de 1927]  (Tomado de: Carlos Gaviño de Franchy en: Gaviño de Franchy Editores)