UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL 1501-1600
DECADA 1571-1580
CAPITULO X-VI
Eduardo Pedro García Rodríguez
Viene de la entrega
anterior
Aún sabiendo que el duque no buscaba honores ni preces, pues se embarco
persiguiendo beneficio material, aplicando cliché social al personaje,
apeló a la petulancia, atributo supuestamente indisociable de un duque:
“si VE gustare mantener en su gran casa, la memoria que con tanta vanidad
mantienen estas islas, de ser y haber sido su principal conquistador el Excmo.
Sr. Duque D. Juan, mi señor”, debiera acrecentar prestigio y predicamento,
“manteniéndose VE y su Exma. Casa en la posesión de dicho heredamiento y Valle
y en el Patronato de dicho convento, en conmutación de derechos de fruto”, que
disfrutaría la orden, como hasta entonces, lo cual no empañaba la importancia
de oferta a “considerar”, pues ofrecía a Juan Claros la oportunidad de
satisfacer su “devoto ánimo”, colaborando en “obra tan santa para servicio de
Dios y beneficio de las hijas de esta isla”, que a más de las buena reputación
de generosidad, tendría por recompensa oraciones.
Sospechando que el Guzmán no se dejaría tentar, por el premio en
reputación y bienes espirituales, el canario buscó refuerzo en criado de confianza.
Aplicando el principio de que a todo grande le manipula su entorno, conocido
que la crítica al superior, genera complicidad entre subordinados, abordó
el tema culpabilizando a los Guzmanes: “en orden a la dependencia del
heredamiento y derechos de nuestro Exmo. Dueño, no juzgue tener la fortuna de
que en un olvido de más de 200 años, pudiese yo verles fin, ni que estuviese en
el paraje que v.m. verá y la de S.E., a quien digo está hoy en términos de
componerse, en forma que S.E. quede en la posesión y goce de sus principales”.
Prometiendo no abandonar las gestiones, ni dispensar trabajos, pero
precavido, Molina se adelantó al porvenir, cobrando por adelantado: “
S.E. será servido mandar ver la minuta adjunta…, mandando en su vista se
aplique luego y con la mayor brevedad”.
Cabe que de haber sido informado de la verdad, el duque hubiese aceptado
la solución, por no tener otro medio de salir airoso del enredo. Pero al
ignorar que a más de estar enajenados los bienes, se estaba equivocando de “isla”,
se negó a renunciar al disfrute de unos bienes, que suponía a su alcance.
Cambiando de pie, Molina se refirió a las propiedades marginales, asegurando
que perseguía la recuperación con igual celo, pero tropezando con mayores
dificultades.
Encontrar la tierra de “sequero” sería posible, por abundar en Tenerife.
Pero los cañaverales, origen del censo de 1.000 arrobas de azúcar, no aparecían
por ninguna parte, condicionando Molina la identificación al hallazgo de
escritura, fechada en 1577, que tampoco aparecía. Sobre “las dependencias
que por compras pertenecen” a la casa, en la Orotava, “que antiguamente se llamaba Reino de
Taoro”, tenía “corrientes y claros los instrumentos”, pero “no lo están los
lindes”. A ser la “dependencia de tan antiquísima fecha”, la “diligencia” se
complicaba, siendo improbable que “se hubiere puesto en el paraje en que está”.
Y evidente que Río Grande se había esfumado..
Vaticinando pronto final a sus relaciones con la casa, Molina aprovechó
el rescoldo, para solicitar un último favor. Habiendo sido nombrado, en
reciente visita a la corte, Castellano del Risco, en la Isla de Canaria, al no
recibir el título ni salario, pidió que los letrados del duque lo
gestionasen en la
Secretaría de Guerra, considerando merecerlo, en atención a
los servicios prestados,
Poner al duque frente a la realidad, correspondió al cronista Juan Núñez de
la Peña, autor de sendos informes, resultado de sus investigaciones, fechados a
1º de mayo de 1712. Revolviendo en el archivo de La Laguna, descubrió que
el censo de 1.000 arrobas de azúcar, sobre ingenios y cañaverales en Dante, lo
perdió el duque en 1506, al someter Fernando el Católico el repartimiento de
Alonso de Lugo, con efecto retroactivo, a la ley que prohibía repartir
bienes de la corona a extranjero, por valor superior a 200.000 maravedís.
Genovés Mateo Viña, de quien lo adquirió el Guzmán por acuerdo, lo perdió a
causa del origen, sin que el haber actuado de buena fe, le diese derecho a
indemnización. En cuanto a los dos heridos, ingenios y cañaverales, que tuvo el
duque Juan en la Orotava,
los vendió antes de morir.
En el segundo informe, Juan Núñez comunicaba haber encontrado la
escritura de venta, del heredamiento de Abona. Fechada en 1620, fue
consecuencia de venta judicial, solicitada por los Guzmanes, para librarse de
deuda de 3.000 ducados, reconocida por los tribunales a Juan de Gordejuela.
Adquirida por Juan de Mesa, único postor, en 200 ducados, a pagar en 8 años.
Sobrino de Gordejuela y testaferro, la transacción no alteró la situación de la
finca.
Embargada por la
Real Audiencia de Gran Canaria, entregada al acreedor para que
la administrase, cobrándose la deuda con las rentas, quedó en posesión
del antiguo administrador. Fallecido en 1622, aún pendiente la liquidación del
pago, legó la deuda contra el duque de Medina Sidonia, a su fundación de
descalzas “recoletas”, de la orden de San Agustín, reconociendo la propiedad a
los herederos del duque, cuyos derechos permanecieron vigentes, hasta que
abonado el último plazo, Mariana de Guzmán, tía y esposa del 9º duque, Gaspar
de Guzmán, firmó el finiquito. Ambos documentos se encontraron en el
archivo del Marqués de Villanueva de Prado, patrono general de los
agustinos, de la provincia de Canarias.
Núñez escribiría una última carta al duque, fechada a 28 de junio, que se
dispuso a mandar “en la primera embarcación”, con destino a puerto gaditano. Es
probable que tuviese por fin recordar su existencia, en la esperanza de
cobrar su trabajo. Hizo notar la diligencia con que buscó y encontró los
instrumentos, que disiparon la confusión, creada, en torno a los derechos de la
casa de Guzmán, a las “tierras, aguas, montes y censos de Abona y
Vegas y el tributo de 1.000 fanegas de azúcar en Dante y 14 fanegadas de tierra
de ingenio para riego, en la
Orotava”.
Por primera vez confesó al duque, que desde un principio advirtió a Molina
Azoca, sin ser escuchado, de la posibilidad de que los bienes hubiesen sido
enajenados. Con celeridad imprudente, sin más pruebas que los documentos
traídos de Madrid, presentó demanda, reclamando restitución “de las tierras y
aguas de Abona y Vegas”, que tenían los agustinos de San Juan Bautista, a sur
de la isla.
Aceptada demanda y pruebas, el Gobernador, como juez privativo,
suponiendo que un rey y un duque, no podían equivocarse en cuestión tan
arriesgada, se inclinó al mandato de favorecer al Guzmán. Acelerando trámites
dictó auto, ordenando “aprehender” los bienes, para suspenderlo sin
justificación ni excusa, a punto de ser ejecutado.
Sospechó el cronista que falta de fondos, aconsejaba retrasar el gasto,
inevitable en tales circunstancias, de “viaje de 10 leguas, que distan de esta
ciudad” las “partes” de Abona, rozando la verdad al suponer que
quizá se debiese intervención del Obispo. Y al deseo del gobernador de obviar
desagradable cuestión de competencias con el prelado, debida al carácter de
“bienes espirituales”, adquirido por los que estaban en litigio.
Será Francisco Molina Azoca quien nos da la clave. Asustado de su propio
error, no escribió hasta el mes de julio. Comunicaba al duque el fallecimiento
del Obispo. Y que a su muerte se supo que estaba en el obispado, desde
hacía muchos años, la autorización de Roma, para que las monjas
fundadoras se instalasen en el cenobio, que fundó por Gordejuela en su
testamentos, no habiéndola hecho pública por sabiendo la Iglesia, que los bienes
legados al habían sido usurpado a un duque de Medina Sidonia, por
administración infiel, no quería exponerse al escándalo, que podría
seguir, a una demanda de sucesor en la casa.
Iba la cuestión sobre ruedas, en opinión de Molina Azoca,
“hasta que han aparecido diferentes instrumentos, que manifiestan no tener
derecho alguno VE, a los bienes que dejó el citado Gordejuela. Enterado de esta
verdad”, el prelado informó al gobernador, que con buena lógica, decretó
suspensión inmediata del auto. Terminó Molina anunciando haber remitido resumen
de lo sucedido, a los abogados del duque en la corte, con minuta adjunta, que
esperaba sería satisfecha.
El incidente, consecuencia de haber conservado pruebas de adquisiciones,
sin adjuntar las de su enajenación, no hubiese pasado de molesto para el
protagonista, y jocoso para el espectador, de no mediar abundancia abrumadora
de pruebas de la existencia de una Tenerife, con San Cristóbal por capital,
surcada por ríos corrían todo el año, incluido agosto. Documentados a
finales del siglo XVI, no había causa ni razón para que se hubiesen
esfumado en 1708, sin dejar huella, con regadíos, plantaciones de caña dulce e
ingenios.
El hecho es que no convenía al poder temporal ni al espiritual, que se
diluyese la leyenda nacional - imperialista del “descubrimiento de América”.
Dañada en el curso del reinado de Carlos II, por Medrano y otros geógrafos e
historiadores, que al amparo de la debilidad mental del rey, pudieron apuntar
la verdad, la contradicción de una Tenerife rica en agua, frente al
sequeral de las Canarias, oficialmente reconocidas, al amparo de pleito sonado,
era tan políticamente incorrecta, que se acordó borrar las huellas.
De ahí las contradicciones, en torno a la fundación póstuma de
Gordejuela, en Realejo de Abajo. Fallecido en 1622, cuando el cronista -
regidor, Francisco Molina Quesada, abandonó Tenerife, Gaspar de Gordejuela,
sobrino del fundador y patrono, tenía terminado el cenobio y listo para
ser ocupado, a la espera de la llegada del nuevo obispo, ya en camino, portador
de la bula que permitiría ocuparlo.
Pero en 1708 los agustinos de San Juan Bautista, supuestos
usufructuarios de la heredad que legó Gordejuela a las monjas, a cuyo cargo
quedó la ejecución, estaban en la fase de solicitar a la Cámara de Castilla, que
permitiese cumplir la última voluntad de Gordejuela, para poner la
primera piedra del monasterio en Los Realejos, sin asistencia de parientes del
fundador.
Rematado en 1712, con celeridad asombrosa, Fray Juan Sirac, provincial
de los agustinos, residente en La Laguna, se dirigió personalmente a Juan Claros de
Guzmán. Remachando que no tenía derecho alguno a los bienes, adquiridos por
Gordejuela de su antepasado, muy legalmente, “en la banda de Abona”, habiendo
recibido la bula, que permitía entregar a comunidad de agustinas descalzas, el
cenobio de Los Realejos, le ofrecía, muy gustosamente que “patrocinase la
fundación”, no habiendo Gordejuela a la vista. Dotada con la propiedad del
Valle de la Vegas,
en el distrito de Abona, la posesión del patronato permitiría al duque,
disimular el mal paso jurídico.
Fallecido Juan Claros en 1713, su sucesor, Manuel Alonso de Guzmán,
incidió en la cuestión de Canarias, según se colige de carta de Benito
Hernández Pereira, fechada a 22 de marzo de 1714. Anunciaba informe de los
pleitos que mantuvo la casa, con Juan de Gordejuela. Habiéndolos examinado con
asistencia de Francisco Molina, advirtió ausencia de originales de los
documentos, y de la concesión del heredamiento al 3º duque, por Alonso
Fernández de Lugo. Sin embargo, al no faltar actas de posesiones sucesivas,
probanzas de los trabajos que se hicieron y cuentas judiciales, cabía la
posibilidad de intentar recuperación, alegando fraude contable, perpetrado por
el administrador.
A 8 de septiembre de 1715, Pablo Blanco, alto criado de la casa destinado
en Huelva, residencia de los duques en sus estados, desde que perdieron
Sanlúcar, acusó recibo de poder, otorgado por el duque Manuel Alonso a Juan
Blanco, residente en Canarias. Carta sin fecha, dirigida a la duquesa,
remitida a la contaduría de Sanlúcar a 17 de julio de 1717 y firmada por Juan
Muñiz, Alcalde Mayor de Tenerife, incide en la cuestión.
Habiendo visto los documentos referentes a las tierras y aguas de Abona, adquiridas
por el 3º duque, en al repartimiento de Tenerife, aguardaba el poder y
documentos, que se dieron a Francisco Molina y su hijo, en 1708, a entregar por el
apoderado o sus herederos, para rastrear propiedad. Embargada en tiempos a
petición de Gordejuela, como acreedor del 7º duque, en base a deuda cuando
menos sospechosa, pues nunca presentó cuentas al administrado, entraba en lo
posible recuperar la propiedad, con ayuda de los tribunales.
Difícil el pleito, pues correspondía al duque la carga de la prueba, que
se había de fundamentar sólidamente, para que la demanda fuese aceptada, de
lograr sentencia favorable, serían doblemente complicada la ejecución, pues se
había de encontrar e identificar propiedad, que dado el tiempo transcurrido,
estaría en manos de cuartos o quintos poseedores, a más de fraccionada. No
habiendo abogado que quisiese tomar “a la parte”, pleito tan incierto, sería
preceptivo aportar importante provisión de fondos, antes de iniciar las
actuaciones. Siendo de los que se ganaban con dinero, de decidirse
el duque, Juan Muñiz prometió prestar, a Blanco, todo el favor
posible.
Entre aquel año y 1723, en que el duque Domingo de Guzmán abandonó
definitivamente la cuestión, los archiveros de la casa sacaron sucesivas
relaciones de documentos, tocantes a las Canarias. No estaban los bienes
en cuestión, reflejados en las cuentas, pero dieron con un resto de
documentación, referente a las Islas del Cabo de Aguer. Al aparecer el topónimo
“Canarias”, en la serie de 1449
a 1464, los agregaron al legajo, que contenía la
documentación de las islas, contribuyendo las dificultades de los archiveros,
con la paleografía, a error de catalogación, que es atentado al sentido común.
Leyendo en carpetilla concesión de Enrique IV, de tierra descubierta de
“poco acá”, “al través” de las Canarias, al Comendador Gonzalo Saavedra y
Diego de Herrera, “cuyas son las Islas de Canaria”, en régimen de pro indiviso,
sin reparar en que la merced para Saavedra, hubiese sido castigo para Herrera,
que habría perdido el 50% de señorío propio, en beneficio de socio obligado,
consignaron el bloque como referente a “unas tierras, nuevamente
descubiertas en las Canarias, entre la Gran Canaria y el Cabo de Ajer, y pesquerías,
hasta la Tierra Alta
y Cabo Bojador, con dos ríos en su término, el uno llamado la Mar Pequeña, con todo
lo que pudiese conquistar tierra adentro”.
Así quedó clausurado quiprocuo, que a más de probar la cortedad de
capacidad de análisis del racional, revela alarmante ausencia de sentido de la
observación. Y lo que es más grave, de sentido de la realidad.
Volcánico el suelo de las Islas Canarias, no hay noticia ni prueba de se
haya producido cambio climático, de intensidad suficiente, para justificar la
presencia de ríos, cuando menos en los últimos 10.000 años.
Científicamente probada la opinión de los geólogos, con la que coincide
la de demógrafos y arqueólogos, los historiadores disienten. Como en el caso de
la costa sahariana, prestan al conjunto vegetación y paisaje tropical,
que en su opinión perduró hasta bien entrado el siglo XVII, porque anteponiendo
la doctrina a la realidad, a la manera de Molina Azoca y el duque,
anteponen la geografía política a la física. Sin embargo no ignoran que crear,
erradicar o trasladar topónimos, es algo que el hombre puede hacer a voluntad,
pues está en su mano, no teniendo enmienda la
orografía, dejando irremediablemente su huella fenómenos climáticas, quedando
imperecedera en el subsuelo, las catástrofes que afectaron a la naturaleza, en
el pasado.
Las aguas de que disponían los canarios, antes de que la era técnica, les
procurase la desaladora industrial, procedían de la lluvia, siendo recogidas en
cisternas, de pozos conectados con la capa freática, que es desaladora natural,
y la acumulada en bolsas de suelo arcilloso, contando Tenerife con el caudal
suplementario, originado por las nieves del Teide.
Las lluvias, raras pero torrenciales, forman torrenteras, generando
manantiales y arroyos temporales, en especial el deshielo en el Teide, pero no
hay en las islas corriente constante, que merezca el nombre de ´”río”, ni
arroyo de carácter permanente. De no haberse diluido el sentido de la lógica,
atributo del racional, la presencia probada de los ríos Abona, de los Abades y
Río Grande del Taoro, surcando el Reino de Abona y el de la Orotava, hubiese sido
suficiente para abandonar la idea de recuperar, en la Tenerife atlántica,
cañaverales, ingenios y montes, ricos en madera, al comprender que la
mencionada propiedad, estaba de necesidad, en otra parte.
Húmedo el norte de la isla, en Las Mercedes se registra bosque
singular, en el que crecen hayas, castaños, brezos, y laureles,
siendo el Valle de la Orotava,
en la falda del Teide, vergel de laurisilva, y pinus canariensis, que en
la región de Tagara se conocieron por “malpaíses”, coníferas cuya
venerable antigüedad, les procuró tronco asombrosamente grueso
Singularidad el drago, en ocasiones milenarios, la leyenda le atribuye la
virtud de haber abastecido de agua a la población de Hierro, sin más recurso
que la acumulada en los aljibes.
En torno a pozos y manantiales naturales, surgieron tierras de cultivos,
habiendo introducido el regadío los españoles. Fértil el suelo, se práctico de
preferencia riego manual y escueto, suficiente para conseguir cosechas
ubérrimas, de frutales y hortalizas. Tomates, patatas, maíz, almendros,
chumberas que mediado el siglo XX, producían cochinilla tintorera, ofreciendo
higos "de Berbería", al comercio especializado. Las viñas canarias producen
vino, pero las principales fuentes de riqueza, fueron y siguen el plátano
y el tabaco,
De no haber precedido la investigación, que hizo posible “África
versus América”, hubiese comprendido que los ríos Abona, de los Abades,
Tamadate y Río Grande del Taoro, ni las Aguas de los Escuriales o Adexe, origen
de la rica explotación azucarera de La Orotava y Dante, pudieron en estar en cualquier
parte, salvo en islas del Atlántico oriental. Pero no se me hubiese pasado por
la imaginación, buscarlos en Venezuela.
Descritos por la documentación dos ríos paralelos, que en algún punto de
su curso, no lejos de su nacimiento, a altitud adecuada para regar toda la
tierra cultivable, hasta el mar, estaban separados por banda de poco más de una
legua, corriendo de aquí a la desembocadura, 12 leguas largas; aparecen
asimilables al sur del Lago Maracaibo, no lejos de San Cristóbal, nombre de la
capital de la Tenerife,
productora de azúcar, situada según los testigos, a unas 14 leguas del
nacimiento del Río de los Abades.
Encontrado el conjunto con ayuda del Google Hearth, en comarca cultivada,
surcada por cauces naturales y canales, no faltan acuíferos, que pudieran
responde a las Aguas de Adexe o los Escuriales, ni río de mayor enjundia, que
pudiera ser el Grande del Taoro, causa del valle feraz de la Orotava. No hay en sus
inmediaciones volcán, pero sí yacimiento de azufre, en Táchira, coincidiendo
con el mencionado por el administrador Juan de Vega, en monte al que llamó
Teide.
Estaba la Orotava
a mitad de camino, entre San Cristóbal y la heredad de Abona, a 9 leguas de
Santa Cruz, el puerto donde se construyó, en 1496, la Torre o fortaleza de Santa
Cruz de la Mar Pequeña,
posiblemente erigida en el solar de Maracaibo, que se encontraba a 12 leguas
del Reino de Abona.
De haber sido la
San Cristóbal, mencionada en por la documentación, la que
conocemos, por San Cristóbal de la
Laguna, los montes de propios que se adjudicaron los
regidores en 1560, hubiesen ocupado toda la isla, pues partiendo del
Reino de Abona y el mar, seguían por Adexe, terminando en Punta Hidalgo.
La
San Cristóbal
de la Tenerife
de los ríos, que formaba parte de Gran Canaria, no se apellido de La Laguna, ni los residentes
en La Laguna
del siglo XVIII, fecharon sus cartas en San Cristóbal. Sin embargo en la
isla atlántica, encontramos los topónimos que aparecen en el entorno del
heredamiento, sin más ausencia que de los Abades y algunos secundarios, quizá
ausente por no haberlos buscado, con la debida atención.
Debidamente relaciones, en parámetros de vecindad, Granadilla de Abona,
Villaflor y Adexe, el triángulo donde estuvo la heredad, identificada con la
que tuvieron los agustinos del convento de San Juan Bautista
en el Valle de las Vegas, replica de Las Vegas de Juan Alonso, también
conocidas por Valle de San Juan de las Vegas.
El Reino de Dante, regado por las Aguas de Adexe y el Río Tamadate,
que nacía en la montaña, muriendo en la mar, comprendía la villa de Adexe
San Pedro de Dante, Ico de los Vinos e Ico de los Trigos y Garachico, último
pueblo, a partir del cual se entraba en Reino del Taoro o la Orotova.
Cabeza población del mismo nombre, en su término se encontraban los dos
Realejos, de Arriba y Abajo, éste patria chica y residencia de Juan
de Gordejuela.
Continúa en la entrega siguiente
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