La trascendencia de la higuera en La Palma
La importancia histórica de este frutal en La
Palma viene precedida de su plantío en la mayoría de sus medianías, y adquiere
una mayor representación en el sotavento, la zona resguardada de la incidencia
de los vientos alisios. La higuera, como cualquier propiedad en siglos pasados,
era un bien de importancia y los ejemplares aparecían en testamentos donde los
beneficiados heredaban estos frutales como un bien patrimonial de gran estima;
un hecho perfectamente entendible debido a su gran valor nutricional.
La producción agrícola obtenida de la higuera
siempre era ventajosa: unos mínimos cuidados -limpieza de las ramas secas y el
escardado de las hierbas y una gran fructificación permitían obtener una
cuantiosa remesa para el consumo familiar y el excedente era destinado al
trueque o a la venta, al actuar como aporte económico a la paupérrima economía
rural, haciendo más llevadera la vida.
Mayormente, el consumo de higos se efectúa cuando
presentan un estado de deshidratación completa. La forma natural escogida para
el secado de estos frutos ha sido su disposición bajo los rayos solares, sobre
un manto de pinillo como norma general. En condiciones habituales, el deshidratado
de los higos con un sol regular y continuo abarca hasta ocho días, debiendo
dárseles la vuelta todos los días mediante el pasado de la mano sobre ellos.
Todavía, algunas personas del medio rural siguen este método para el secado de
los higos, concediéndoles el punto exacto de dulzura.
La arquitectura rural aparece muy ligada a este
frutal. La gran cantidad de higos recolectados en las higueras, sobre todo los
últimos de la temporada, se veía amenazada por las lluvias otoñales, impidiendo
su secado frente al sol. Cuando esta circunstancia tenía lugar en el sureste de
La Palma, Mazo y Fuencaliente, por la llegada de las aguas pluviales, el horno
de secar higos era la solución. La prueba física de esta afirmación es la
presencia de innumerables hornos repartidos por la geografía mazuca y
fuencalentera.
El calentamiento previo de la cámara del horno
proporcionaba el calor para el deshidratado de esta fruta. La fisonomía del
horno se compone de una base cuadrangular, una boca es una de sus paredes a
media altura y un techo abovedado, a dos aguas o una, según la costumbre de
cada sitio.
El funcionamiento del horno seguía un modo
sencillo: primero, la leña fina calentaba el interior de la cámara, otorgándole
la temperatura suficiente, la cual va disminuyendo hasta el grado calórico
deseado; acto seguido, sobre una panera o las ramas verdes de helecheras se
depositaban los higos, cerrando la entrada y la chimenea, orificios por los
cuales se desalojaba el humo durante el calentamiento. Después de un periodo
prudencial y ya conocido por el agricultor, la entrada se destapa y se retiran
los higos ya horneados, con la pérdida de su agua, y se introducen en la caja
de tea.
Los
higos pasados fueron moneda de cambio en las localidades rurales hasta hace
poco más de medio siglo. El uso de dinero en las transacciones comerciales no
era habitual, y se recurría al trueque entre los vecinos de distintas
localidades. Por ejemplo, los gallegueros -naturales del barrio barloventero de
Gallegos confeccionaban balayos que luego intercambiaban por la cantidad de
higos pasados capaz de retener el interior de la pieza cestera a los habitantes
de Las Tricias y El Castillo, en Garafía, en su comarca más cálida.
En el sentido contrario, uno de los pocos
productos con los cuales los habitantes del sotavento palmero podían comerciar
con los municipios más húmedos eran los higos pasados. Su transporte, en cestos
de mano o espuertas, obligaba a recorrer largas distancias para llegar a sus
destinatarios, a vecinos cuya producción agrícola arrojaba un excedente de
papas y coles, o para su ofrecimiento en mercados insulares -la Plaza del
Mercado o La Recova en Santa Cruz de La Palmapor parte de los mazucos y los
fuencalenteros.
Los beneficios de la higuera no solo se
circunscribían a los higos; su madera y sus hojas ofrecieron otras utilidades.
La suavidad de su madera facilitó la fabricación de cabos para laperos -útil
para la recolección de lapas mediante un sutil toque para provocar el
desprendimiento del molusco adherido a la rocay las hojas para el resguardo de
los higos en el cesto de mano en el momento de su recogida.
Todas las familias contaban con varias higueras,
una fuente imprescindible de alimentación ya que su deshidratado permitía
contar con ellos en cualquier momento del año; incluso, aquellas comarcas cuyas
condiciones apenas permitían el desarrollo de estos frutales, sus pobladores se
desplazaban a los pueblos más cálidos de esta ínsula para poder aprovechar este
alimento durante las estaciones húmedas del año.
La toponimia palmera registra ejemplos asociados
a la higuera. El Roque de la Brevera Macha, una de las elevaciones destacadas
de la Caldera de Taburiente, hace alusión a una variedad de higuera, y
especifica su dificultad para generar frutos; la Higuera Negra, en Garafía, o
las Higueras Negras, en Mazo, vuelven a expresar una clase concreta de este
frutal; o las Higueras del Josco, en el Valle del Riachuelo, en El Paso, nos
trasmite cómo un punto en el territorio alude al sobrenombre del propietario
del terreno.
En la actualidad, ese pasado esplendoroso, donde
las higueras acaparaban parte del protagonismo de la agricultura de secano,
apenas muestra vestigios, sólo mantenidos por unas pocas personas que conservan
la tradición de la deshidratación de esta fruta.
(Néstor J. Pelletero Lorenzo / Santa
Cruz de Tenerife)
No hay comentarios:
Publicar un comentario