UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL 1501-1600
DECADA 1571-1580
CAPITULO X-II
Eduardo Pedro García Rodríguez
Viene de la entrega
anterior
Firmada el acta de la representación, la ceremonia continuó a lo largo
del camino, que llevaba al río Abona, por las tierras situadas a la “otra
parte”, hasta el barranco “que dicen del Mocan”, donde estaba la linde.
La finca terminaba “arriba a la cumbre”, donde empezaban las montañas del
rey. Y al otro extremo en la mas. Termino la posesión el 26 de abril, con
turno de reclamantes. Despejada la tierra, sólo compareció las viuda
Beatriz Petra, propietaria de suerte a orillas del Abona, suponiendo que se
incluyó en el heredamiento.
Quedó Godejuela sobre el terreno, con la cuadrilla. Durante varios días,
“anduvieron” visitando los tomaderos, por donde “en otros tiempos se
sacaban las aguas”. Registrados, Gordejuela los mudó, quizá sin más fin que el
de dejar su huella. Según el maestro de hacer ingenios, González, que conocía
la tierra desde hacia 30 años, pues trabajó en el Abona en tiempo de
Cabrera, con su suegro Antonio Blas, haber elegido “sitio
diferente”, “en parte donde sacaba otra tanta agua más de la que se
tomaba, por la parte que de antes se sacaba”, se debía a que estando el
tomadero demasiado alto, no aprovechaban los afluentes o “fuentes
principales” del río, siendo la altura suficiente para que el agua
bajase, “aún en corriente”, a los llanos de Montaña Gorda, pudiendo regar
por pie toda la tierra.
Rotundo el medidor, afirmó que visitado el tomadero de Cabrera, el
señalado permitía sacar más agua, con más provecho, a condición de que las
canales fuesen de madera de teca, “enterizas”, gruesas,
“anchas y buenas”, así como los “esteos”, que habrían de fijarlas.
Partiendo de los tomaderos, el medidor fue “midiendo y borneando” la
canalización, hasta la "junta de las aguas". Equidistante de ambos
ríos, sumaría una legua, estando previsto que el agua “camine otra media legua,
por canales", desde la fuente de los Escuriales, a los que se habría de
sumar la legua larga, que la llevaría al tanque de Montaña Gorda, poniendo el
costo de las conducciones en 1.500 ducados, “si no más”, Diego
González, carpintero de 40 años, declaró que estando la hacienda
"lejos de poblado", se encarecían los portes, por lo que la obra
costaría 2.000 doblas, a las que se habían de sumar 1.000 ducados y "no
menos", para el tanque.
Desaconsejaron los testigos intentar vender o buscar tributarios, en
tanto la instalación del riego no estuviese terminada, pues harto el súbdito
español de promesas incumplidas, para acudir habría de ser llamado, ofreciendo
en consecuencia, precios y tributos de miseria. Pero viendo el agua, puesta
donde fuese aprovechable, se presentarían, disputándose la tierra, por
estar asegurado que la heredad, sería de “mucha importancia”.
Hernando Yánez el Viejo, único testigo que supo firmar, declaró en
Realejo, a 10 de mayo. Dijo haber visto, muchas veces, que “querían
sacar agua” de aquellos ríos y de las fuentes de los Escáriales y Pedro
Báez, para regar cañaverales, sin lograrlo, estando los más de acuerdo que en
caso de conseguirlo, la tierra puesta de viña sería dispendio, por ser muy
superior el beneficio, que procuraba la caña. En regresión el cultivo y los
ingenios, el precio del azúcar era elevado. Habiendo agua sobrada, sin
necesidad de recurrir al caudal de las fuentes, sobrando leña, era el
abandono la causa de la mejor y “mayor” tierra de la isla, sólo se
pudiese “señorear”, poniendo pan.
Dedicada al vino sería "importante", pero ofrecerían censo
"más aventajado", si se hiciese el ingenio de azúcar que se estaba
señalado, por haber “aguas y montes, bastantes para este efecto”, perjudicando
gravemente al duque el cultivo del trigo: “ni se haga otro partido, hasta que
las aguas no sean sacadas”..
Con experiencia de haciendas de viña y azúcar, no tan ricas en agua y
montes, ni de tanta calidad como la de Abona, el maestro de ingenios declaró
que aún puestas de vid, vivían “muchas personas”, sustentando mayorazgos
florecientes. Pero “estando como están en esta isla el día de hoy, y los frutos
de azúcar tan encarecidos y las tierras no tan buenas ni tan fértiles”, la caña
sería de más provecho. El albañil Manuel Felipe, de 30 años, se pronunció,
contundente, a favor del ingenio.
Iniciadas la probanzas a 26 de junio, ante el Alcalde Mayor de San
Cristóbal, Gordejuela solicitó copia a 11 de julio, para mandar a Sanlúcar, con
plan de explotación adjunto, asentado en escritura pública, para darle mayor
credibilidad. El tributario podría solicitar la tierra que quisiese,
comprometiéndose a tenerla limpia “dentro” de los dos años “primeros
siguientes”, consintiendo por escrito, que de no hacerlo supliesen peones del
duque. Tasado el trabajo bajo juramento, se pasaría la factura al titular, que
estaría obligado a pagar en un plazo de 10 días, so perna de dejar la tierra.
Ésta se entregaría deslindada, para viña o pan, con autorización
de transmitirla o enajenarla, en las condiciones habituales. A partir del
día en que el agua llegase al tanque, se daría a los tributarios otros dos
años, para labrarla y sembrarla, quedando exentos de tributo, hasta tanto
no cogiesen el fruto. El duque se comprometía, en nombre propio y de sus
sucesores, a dar a cada uno, perpetuamente, agua suficiente para las 4
regaduras anuales, que exigía la vid.
Obligado ordenar la distribución del agua, el Guzmán pondría en el tanque
dos personas “de ciencia y experiencia”, que con otras dos, nombradas por los
tributarios, repartirían el agua, por su orden “y rueda”, dando “más al que más
necesitase”, en función al cultivo, calidad y cantidad de tierra. Los regantes
habría de plegarse a lo que acordasen estos delegados. De haber discrepancia y
empate, designarían una tercera persona, para zanjar la cuestión con su voto.
Frecuentes los "escándalos" entre regantes, el duque, a través
de su apoderado, buscaría persona “cual convenga”, para nombrarle “acequiero”.
Visitaría “aguas y acequias”, vigilando su limpieza y ordenando los reparos
necesarios. El salario sería distribuido a la “rata”, entre los tributarios, en
función a la cantidad y calidad de tierra que llevasen, no pudiendo exceder, al
año, de 24 ducados, un cahiz de trigo, una pipa de vino y 6 ducados para el
condumio, "según la costumbre de la tierra". Conviniendo a todo
aprovechar “duelas” y riegos, los regantes tendrían limpias las acequias,
presentándose a la salida del tanque, cuando les tocase, para recibir su agua,
Insuficiente para preservar la paz, dadas las peleas que surgían en torno
al agua, entre usuarios y con el acequiero, el duque pediría a la justicia real
que nombrase alcalde, dotándole de “jurisdicción cumplida”, para
que pudiese ver los pleitos, castigando al que transgrediese las ordenanzas del
alcalde y duque, al tomar agua en exceso, o sin corresponderle. Caso de ser
necesario decretar prisiones, lo haría, con licencia del gobernador de la
isla. Añal el oficio, no podría ejercerlo forastero, pues quedaba reservado a
vecino de la villa,
Los tributarios tendrían la viña cultivada, podada y cuidada, para
que produjese a los tres años, plazo en el que habrían de hacer lagar de
madera, con viga para prensar la uva, instalación obligada, pues de no
emprender la obra, lo haría el duque, cobrando el costo y tomando
prendas, al que no quisiese pagar su parte, que habría de asumir los
gastos de justicia. Costumbre guardar los vinos a domicilio, no era
obligado construir bodega, pero si deseaban hacerla, podrían ocupar solar de 60 pies “cumplidos” por 40,
“y no más”.
Importante deshojar las cepas y vendimiar a su tiempo el duque pondría
“hombre”, con salario de 6 reales, a cargo de los labradores, que avisado 6
días antes de empezar la vendimia, visitase las viñas, verificando si la uva
estaba para cortarla, a más de preparar, con tiempo, el embarque del mosto del
duque. Vería el sitio señalado para hacer el mosto, con tiempo para
remediar errores, “que lo vea hacer”, para que el vino se hiciese "bien y
en sazón".El duque podría reclamar los daños que recibiese, por
error o desidia.
Caso de que Guzmán cambiase de idea, destinando el heredamiento a
cañaverales, las plantaciones de viña serían suspendidas por 6 meses,
para verificar si el caudal de agua era suficiente. De ser positivo el resultado,
el que no quisiese criar cañas, tendría que dejar la tierra, no pagando
tributo, renta ni derechos, el que se quedase, en tanto las cañas no
estuviesen en producción y el duque tuviese terminado el ingenio, a construir a
su costa.
Del “monte mayor” o producción bruta, se retiraría el costo y el diezmo,
antes de sacar el tributo, fijado en ¼ del esquilmo. Se pagaría en
agosto , “e antes, si antes se cogiere”, incluso las hortalizas y
fruta, que tributario criase en su huerto.
El administrador podría visitar viñas y heredamientos cuando le
pareciese, no pudiendo el tributario vedarle la entrada. Comprobaba sí la
tierra estaba debidamente labrada. Prohibido meter animales en la heredad, “en
ningún tiempo del año”, debido al daño que hacían en los cultivos, de
encontrarlos los mandaría atar, estando el tributario obligado a
obedecerle.
Habiendo prometido Gordejuela que el agua estaría en el tanque, en año y
medio, se habría de pedir, con tiempo, real licencia, innecesaria en el de
Cabrera, para fundar el pueblo. Plagiando a medias a su predecesor, Gordejuela
propuso el pomposo nombre de Nueva Villa de Sanlúcar. Mostrándose absurdamente
cicatero, propuso repartir solares de 50 pies por 35, frente a los 70 pies por 40, señalados
por su predecesor, cargados igualmente con censo anual de una gallina, buena y
ponedor, en reconocimiento de señorío.
Las casas se harían de piedra y cal, con tejado de teja, debiendo
estar terminadas el agua en la primera Navidad, después de estar el agua en
tanque. “Hipotecadas” a la paga del tributo, que correspondiese a la tierra,
explotada por el propietario, no pagarlo dos años sucesivos, implicaba
pérdida de tierra y casa, revirtiendo al duque, con las mejoras introducidas,
sin intervención de juez. Caso de venta, el tributario debería advertirlo, por
reservarse el duque el derecho de retracto, siendo nula la “encubierta”, por
defecto de forma.
Fechada el acta a 1 de julio de 1577, en memorial sin fecha, pero
probablemente posterior, Gordejuela subsanó lapsos. Insistiendo en
que las aguas y tierras de Abona, podrían remediar “a muchas personas”. Siendo
de prever que poblasen, pues el lugar más próximo estaba a 2 leguas, de
“mucho detrimento” que no pudiesen oír misa los domingos y fiestas de guardar,
se haría capilla bajo la advocación del Espíritu Santo o San Juan Evangelista,
con oratorio en el que cumpliesen los pobladores el precepto pascual, creando
beneficio que se daría a clérigo de misa. Preceptiva licencia del Obispo, por
imposición reciente, recibida se terminaría la obra en un plazo de tres años,
el mismo que se daba el duque para hacer camino de herradura, pues se preveía
que transitasen "personas y bestias de carga", que uniese el pueblo
al puerto de Guahara, servicio para vecinos de la heredad, que aprovecharía a
los lugares comarcano.
Remitido el proyecto, Gordejuela se eclipsa. En los libros de cuentas
aparecen intercambios con Gran Canaria, a través de diferentes factores, pero
no el administrador. En Sanlúcar se recibía azúcar, mermeladas, en especial de
duraznos, vino de malvasia, maderas, halcones, pájaros canarios y otros
exóticos, mandando a la Isla,
con destino al trueque, paños, acero y objetos de latón. Pero del
“heredamiento” no hay noticias.
Gordejuela reaparece en Sanlúcar en 1585. No tenía el agua en el tanque
ni había reclutado tributarios, pero las cuentas, que presentó, de 1571 al 31
de diciembre de 1584, arrojaban saldo contra el duque de 476.558 ducados,
en moneda de Castilla.
No llevó el duque al administrador ante los tribunales, ni le despidió.
Prefirió diluir la deuda en nuevo contrato. A 10 de julio de 1585, le renovó
los poderes, fijándole salario de 20.000 maravedís anuales, en moneda “de
esta villa”, que empezaron a correr desde el 1 de enero, con condición de que
pusiese el agua de los ríos, en el tanque o tanques “que se han de
hacer”, comprometiéndose a rematar la obra con inversión de 2.000 ducados “y no
más”, corriendo las "demasías" por cuenta de su peculio, a más
de recuperar el Guzmán lo gastado con cargo a hipoteca, que pesaría sobre
las suertes a distribuir.
Suponiendo que hacerle propietario el la explotación, excitaría el
interés de Gordejuela por terminar la obra, el Guzmán le concedió, por
"merced", con carga de la décima, a pagar desde que los bienes
empezasen a producir, sitio para molino de pan, con su herido, que molería
el de los tributario, donde lo señalasen dos persona enteradas y
juramentadas, de manera que no “resulte perjuicio para la corriente del agua,
que ha de venir, en ninguna manera ni por ninguna vía”, mandando previamente
testimonio a Sanlúcar. Y una caballería, “que son 60 fanegadas, en la medida de
España”, “junta en una partida”, destinada a viña, con agua proporcional
a la que correspondiese a los demás tributarios, donde no hiciese “daño a la
demás tierra que se ha de sembrar”, condicionando ambas. Donaciones a que los
azudes de agua previstos, estuviesen “puestos” en el tanque, incurriendo en el
error de otorgar poder al administrador para tomar posesión, con promesa
de no revocarlo: “entretanto que realmente la toma, me constituyo por su
inquilino".
Prueba que el acto de aparente generosidad, se debió a intento de eludir
males peores, que el duque autorizase al administrados a vender la heredad, de
tener ocasión, al contado o a “fiado”, sin aguardar nueva orden. Únicamente en
defecto de comprador, se darían a tributo o partido tierras, aguas, pinares y
montes, entrevistándose previamente con Antonio Alonso, el vecino de Ico de los
Vinos, que se asoció con el duque anterior, para explotar la finca a medias, a
través de Bartolomé Cabrera. Gordejuela procuraría que asumiese el compromiso,
disolviéndolo por vía de transacción, en caso contrario.
Continúa en la entrega siguiente.
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