Manuel Hernández
González
XVI Coloquio de
Historia Canario-Americana
NTRODUCCIÓN
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La difusión de las ideas revolucionarias
francesas en el archipiélago canario y su proyección desde las Islas hacia América a través, entre otros medios, de artesanos o mercaderes que cruzaron el
Atlántico y se establecieron en ellas, se puede constatar desde fechas
anteriores a la toma de la Bastilla.
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Estas personas las dejaron y por distintos
motivos se trasladaron hacia el Nuevo Mundo amparados en las facilidades
existentes para ello dada la falta de control e inexistencia de exigencias de
naturalización y limpieza de sangre. Un ejemplo fehaciente de ello lo fue Luis
Hardovime o Harduvin, un artesano francés establecido en Tenerife, que se vio
obligado por decisión del Tribunal de la Inquisición Canaria a dejar el
archipiélago. Se trasladó desde ellas hacia Venezuela a través de un barco del
comercio canario-americano, siendo
procesado de nuevo por sus ideas en el país del Orinoco.
LA DENUNCIA
Su proceso comienza el 16 de junio de 1776 a raíz
de una denuncia de dos vecinos de La Laguna, el herrero Juan Pedro del
Castillo y el procurador Marcos Alonso. El primero relata cómo estuvo en esa
ciudad en la casa de Luís Hardovime, que llevaba residiendo en ella desde hacía 8 o 9 meses con el motivo de fundir
algunas campanas. En presencia del procurador conversaron sobre lo afirmado en una gaceta inglesa o francesa. En ella se
decía que había un
hombre que en 6 horas formaba un niño y a los 6 días alcanzaría el tamaño de
uno de 9 meses. El herrero entendió que con ello se quitaba el poder a Dios,
quien era el único que podía ejecutar ese prodigio. El francés le
replicó “con ademán burlesco Vmd. No sabe lo
que los hombres alcanzan y adelantan”. Al ver el fuego preparado para los
moldes de las campanas le refirió: “Vmds. creen que en el Infierno hay fuego
que quema”. Ellos le contestaron que según la doctrina cristiana había
tormentos mayores que los que podemos imaginar. Hardovime manifestó, sin
embargo, que “en el infierno no hay más tormento que la privanza de ver a
Dios”. Les puso como explicación el amor paterno. Si un padre no es capaz de
quemar a su hijo “cómo Dios, siendo nuestro padre, nos había de atormentar con
fuego en el Infierno”. En otra chanza sobre el Paraíso, se preguntó quién hizo
ese Dios. Sobre la bula de la Santa Cruzada le oyó decir que “valía tanto como
un perro”. No le había visto oír misa ni
los demás actos que son característicos de los católicos, pese a ser vecino
inmediato y trabajar diariamente en su casa. Una acusación que ratifica
Marcos Rodríguez, que afirma que sus disparates eran constantes.
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Por su parte, el
francés Antonio Anglés le había dicho que el artesano era un apasionado de
Voltaire, que poseía algunos libros prohibidos, que leía con entera
satisfacción de su contenido y que el médico ilustrado lagunero Carlos Yánez se
los pedía prestados para leerlos.
LA CELERIDAD DEL PROCESO Y LA DETENCIÓN
El Tribunal de Las
Palmas ordenó el 13 de agosto su prisión. Sorprendió la celeridad de su
actuación con tan sólo el testimonio de tal conversación. Su afán por
castigarle parece como si obedeciese al interés inquisitorial en demostrar su
eficacia, por entonces ampliamente contestada entre amplios sectores de las
elites. Precisamente ese galeno antes nombrado había sido procesado por
considerar que “en el purgatorio e infierno no hay fuego material como el de acá y que la peña de los condenados es la
carencia de la vista de Dios”, ideas muy similares a las vertidas por
éste. El burgués majorero José Feo afirmaba otro tanto, que ese fuego era “para
atemorizar a la gente porque no había infierno ni purgatorio, que el infierno y
purgatorio lo daba Dios”. Eran muchos los que entre tales sectores
dudaban o tenía una visión de la condena eterna que se apartaba de la ortodoxia. Pero sus procesos sólo se habían
iniciado. No había habido condenas. El Santo Oficio parecía sentir
impotencia para condenar a las elites rectoras de la sociedad. Quería reprimir
esa libertad de palabra, ese cuestionamiento de los dogmas entre los laicos
cultivados y los sacerdotes ilustrados que les erizaba. Pero se veían incapaces
de castigar esa “rebelión” y esa forma de pensar entre los miembros de las
clases dirigentes.
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En cierto sentido
el haber obrado así suponía convertir a un humilde artesano extranjero en un
chivo expiatorio. Daba así, con esa débil apoyatura, ejemplo a los miembros de
las clases acomodadas de la dureza de las
penas contra los que hablasen de esa forma. Pero en su misma condena sobre un
foráneo sin apoyaturas estaba mostrando una vez más esa incapacidad. Lope
de la Guerra relata en sus memorias el contratiempo sufrido por el campanero.
Fue conducido a Las Palmas por el Santo
Oficio “por deposición de algunos, que ni entendían lo que hablaba, pero
ha vuelto libre. Casi lo mismo había sucedido había dos o tres años a una
pobre mujer de Geneto, que también volvió libre, pero esto no ha
estorbado que lo llamen comúnmente”.
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En la libertad se
equivocaba el memorialista, como veremos, porque en realidad era coyuntural,
porque fue finalmente expulsado. Pero este testimonio es un fehaciente ejemplo
de la atmósfera reinante y cómo era vista por los ilustrados.
SU ORIGEN Y FORMACIÓN
Luis Hardivime era natural de Le Mans, por
entonces capital de la provincia del mismo nombre, y en la actualidad
del departamento de Sarthe. Era un importante centro agrícola y de tradición en
las fundiciones en la confluencia de los ríos Sarthe y Huisne. Fundidor de
campanas y relojero, era hijo de Luis Anduain y María Divalen, ya difuntos por
aquel entonces, naturales de su localidad natal. Sólo tuvo una hermana soltera,
María, que desconoce si estaba viva o muerta. Era viudo de Margarita Rubin,
natural de Anguleme, con la que tuvo 5 hijos vivos, 2 varones de nombre Juan y
Margarita, María y Catalina. Sólo la primera se había casado. Contrajo
nupcias con el natural de Bayeux Juan Mautista Tessaut, con el que tuvo 3 descendientes, un varón y dos hembras. Los restantes
permanecían solteros, siendo uno de ellos sargento en la tropa española, en el
regimiento de voluntarios extranjeros. Sobre el cumplimiento de sus
deberes religiosos sostiene que suele confesar el día de su santo. La última vez lo hizo este año en
Tacoronte con el franciscano Fray Claudio Lasala, hijo de francés.
También comulgó, por lo que le dio cédula, que entregó a su cura en La Laguna.
En cuanto a sus estudios, aprendió a leer y escribir en su tierra y estudió
gramática en el convento de Santo Domingo. A los 8 años marchó a París a casa
de un tío, campanero y relojero, donde aprendió esos oficios. Una vez culminada
su formación anduvo por Francia durante 2
años y medio. Después marchó a España. En ella estuvo 15 días enfermo en
Zaragoza. De allí pasó a Cartagena, donde residió por espacio de
4 meses empleado por un sombrerero y relojero de su nacionalidad. Después
estuvo otros 8 en Cádiz en idéntico trabajo. Desde allí se embarcó para Santa
Cruz de Tenerife, donde permaneció por espacio de 2 meses, hasta que finalmente
subió a La Laguna para dedicarse a la fundición de campanas y al arreglo de
relojes. Cuando vino de Cádiz se había trasladado con él Juan Paster, relojero
protestante suizo, con el que estuvo en Santa Cruz
y en La Laguna. En esas dos localidades vivían en la misma
casa trabajando cada uno por su cuenta. Los dos habían sido protegidos
por el Cónsul de Francia Le Conte, a cuya instancia habían arribado desde
Cádiz.
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SU DEFENSA Y LA SENTENCIA INQUISITORIAL
En su confesión
refiere que Paster le dijo que él no creía que hubiera purgatorio y que se iba
al cielo o al infierno. También afirmó que Jesucristo cuando subió a los cielos
dijo a los apóstoles que no volvería a la Tierra sino para juzgar al mundo.
Sobre la Bula reconoce que no sabía el contenido y privilegios que se le
concedían, porque, enterados de ellos los toma todos los años. Había dicho que se hincase de rodillas, aunque algunos
no lo hacían, y dijo que en Francia sólo se hacía cuando pasaba La
Majestad. En un escrito, ya preso en las cárceles inquisitoriales, lógicamente
trata de desmentir tales acusaciones. Afirma que le “criminalizan de unas
proposiciones que sólo siendo protestante o habiendo caído en apostasía pudiera
proferirlas”. Entiende que la especie de la formación de un niño en 6 horas
estaba tergiversada o mal comprendida, pues la diría con ironía y siguiendo la
misma burla había dicho que no sabe lo que los hombres alcanzan, pero eso de ningún modo quería decirlo porque “aun sin la
religión y sólo por lo natural conozco ser imposible semejante asombro.
Lo había sostenido sólo “en términos irónicos”. Sobre su negativa a “haber en
el Infierno la pena de sentido, que consiste en los incomparables tormentos que
causa el verdadero fuego que allí hay, además de la otra que estriba en carecer
de la vida de Dios y se llama daño, jamás he creído otra cosa como fiel
cristiano”. Su respuesta nació de la
comparación con el fuego de las hornillas de la fundición, “sin que pueda
esto parecer disculpa porque la comparación del niño privado del socorro y
cariño de su madre y aquél que de que
siendo Dios nuestro Padre, no nos había de atormentar con fuego no se
adapta a otra cosa que el limbo, donde es cierto no haber la pena del sentido”.
Denuncia por enemigo suyo al herrero antes citado y
a su mujer “por no haberle querido darle gusto en casarse
con una gran amiga de ellos llamada María Arocha”.
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Debemos tener en
cuenta que el detenido no tenía acceso a las acusaciones vertidas contra él. El
comisario señala, por su parte, que Hardovime practicó diligencias para
contraer matrimonio y que frecuentaba diariamente su casa. En una ocasión que
la novia estaba rezando alguna devoción le dijo que se pondría fin “en
casándose la práctica de aquellos disparates”.
Con su detención se esparció por la ciudad la voz de que era blasfemo. En
su defensa recibió el apoyo y estímulo de personalidades de ideología ilustrada
que trataron de quitar hierro a los argumentos de los opositores. Todos se
reafirmarían en que no se expresaba bien en castellano. El capitán Tomás
Eduardo, ministro calificado del Santo Oficio, sostuvo que sólo lo entendían
perfectamente los que tuvieran alguna tintura del francés por intercalar muchas
expresiones de ese idioma en el castellano. El presbítero Juan de Armas dijo que en los diálogos que tenía con
Santiago Eduardo no entendía muchas cosas porque mezclaba en las
conversaciones palabras francesas con las españolas, pero afirmó que el
comerciante y presbítero lo entendía bien por conocer esa lengua. Por su parte,
otro interesado en la Carrera de Indias, Fernando Rodríguez de Molina, afirmó
que no podía.
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