ILUSTRE MÉDICO, PROFESOR,
ANTROPÓLOGO Y PERIODISTA[1]
OCTAVIO RODRÍGUEZ DELGADO[2]
El Dr. Bethencourt Alfonso fue una figura singular del Tenerife de su época,
pues destacó por su condición de humanista, liberal y antropólogo. Se
distinguió como buen médico, pero como indiscutible mejor conocedor del pasado
insular; estudioso de la Arqueología y Antropología, precursor de los estudios
folklóricos, investigador del romancero, profesor y periodista; docto en
materia que en su tiempo era más bien de intuición sin derrotero metodológico,
estando gran parte de ese conocimiento plasmado en su obra más importante “Historia
del pueblo guanche”. Fue un claro representante de los pocos hombres
dedicados a la investigación histórica, con sumas exigencias y buenos aciertos,
preocupados por los aborígenes isleños.
NACIMIENTO
Nació en San Miguel de Abona, en una hermosa casa terrera de la plaza de la
iglesia, el 31 de enero de 1847, siendo hijo de don Juan Bethencourt Medina,
natural de Arona, y de doña Clara Alfonso Feo, que lo era de San Miguel. El 5
de febrero inmediato recibió las aguas bautismales en la iglesia del Arcángel San
Miguel de manos del cura párroco propio don Francisco Guzmán y Cáceres; se le
puso por nombre “Juan Evaristo de San José” y actuó como padrino su
tío materno don José Alfonso Feo.
Don Juan Bethencourt creció en el seno de una familia acomodada, de gran
prestigio en el Sur de Tenerife, que destacaba sobre todo por su arraigo en las
Milicias Canarias, en las que ya había ocupado el empleo de Capitán su abuelo
don Miguel Alfonso Martínez; a éste siguieron sus tíos maternos don Antonio,
Comandante con grado de Coronel, don Miguel, Capitán con grado de Comandante, y
don José Alfonso Feo, Subteniente de dichas milicias; además también fue
militar su tío paterno don Evaristo Bethencourt Medina, que alcanzó el empleo
de Capitán.
Por lo que se refiere al padre de nuestro biografiado, don Juan Bethencourt
Medina fue un importante propietario agrícola que, como tantos otros canarios,
emigró a Cuba a mejorar su fortuna antes de nacer su hijo (al que no llegó a
conocer), sorprendiéndole la muerte en dicha Isla en febrero de 1852. De este
modo, con tan sólo cinco años de edad, nuestro personaje se quedaría sólo con
su madre, aunque bajo la protección de sus abuelos y tíos.
LICENCIADO EN
MEDICINA Y CIRUGÍA
Tras cursar la primera enseñanza en la escuela pública del pueblo natal, pasó
al Instituto provincial de Segunda Enseñanza de La Laguna, el Instituto de
Canarias, donde cursó estudios y obtuvo el título de Bachiller; en este centro
iniciaría algunas amistades que perdurarían a lo largo de su vida, como la
establecida con la familia Pérez Galdós.
Luego, gracias a su nacimiento en el seno de una familia acomodada, en 1867 se
pudo trasladar a Madrid, en cuya Universidad Central cursó la carrera de
Medicina. Además, en la capital del Reino entró en contacto con las corrientes
científicas europeas de la época. El 16 de enero de 1872 obtuvo el título de
Licenciado en Medicina y Cirugía, que le capacitaba para ejercer como médico‑cirujano,
y en ese mismo regresó a la isla y se estableció en Santa Cruz de Tenerife,
ciudad donde el nuevo facultativo ejercería su profesión durante toda su vida.
Incluso ejerció durante una corta etapa como médico militar, pues el 28 de
marzo de 1872 el jefe de Sanidad Militar de Santa Cruz de Tenerife propone al capitán
general:
Teniendo que marchar para la Península el Médico auxiliar que sirve en el
hospital militar de esta Plaza y Batallón Provisional D. Eduardo Domínguez y
Alfonso, y no habiendo en esta localidad facultativo Castrense que pueda suplir
su falta, si V.E. lo considera conveniente podrá quedar encargado de ambos
servicios sanitarios durante su ausencia el Licenciado en Medicina y Cirugía D.
Juan Bethencourt y Alfonso que reúne las condiciones necesarias para desempeñar
las mencionadas plazas por lo que propongo a V.E. este nombramiento y si merece
su superior aprobación le suplico se sirva comunicarlo al Sr. Intendente
militar del Distrito manifestándole que desde el día primero del próximo mes de
Abril el citado Bethencourt prestará el servicio en reemplazo del Sr.
Domínguez, tanto en el hospital como en el Batallón provisional para que en su
virtud le sean abonadas las gratificaciones correspondientes.[3]
El 30 de dicho mes, la máxima autoridad militar de la región aprobó dicha
propuesta, de lo que se dio conocimiento al gobernador militar y al intendente;
el 3 de abril inmediato se comunicó dicho nombramiento al Ministerio de la
Guerra y al director general de Sanidad; y por Real Orden de 30 de abril se
aprobó definitivamente dicho nombramiento, que se comunicó el 22 de mayo. Don
Juan desempeñó dicha comisión durante cinco meses, hasta el 27 de agosto de
1872, en que se dispuso por otra Real Orden que dejase de prestar dicho
servicio militar.
Poco tiempo después, en la madrugada del día 24 de junio de 1874, a los 27 años
de edad, contrajo matrimonio en la iglesia parroquial matriz de Ntra. Sra. de
la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, con doña Carmen Herrera y González, de
22 años de edad, natural de la ciudad de La Habana en Cuba[4]y
vecina de la capital tinerfeña, hija de don Manuel Herrera Pérez y de doña
Carolina González Goiry; los casó y veló don Claudio Marrero y Delgado, Lcdo.
en Sagrada Teología, beneficiado rector ecónomo de dicha parroquia matriz y
arcipreste juez eclesiástico del distrito, y actuaron como testigos el Sr.
Bethencourt, doña Emilia Herrera y don Alfredo Rodríguez, de dicha vecindad. La
nueva pareja se estableció en la Plaza de la Constitución nº 2 de dicha
capital, donde nacieron sus tres hijos.
La nueva pareja se estableció en la Plaza de la Constitución nº 2 de dicha
capital (hoy Plaza de la Candelaria), donde nacieron sus tres hijos y en cuyo
domicilio abrió su consulta. Pero tambiénposeían una casa en Los Cristianos,
donde pasaban la temporada estival.
En 1875 don Juan figuraba como “Facultativo en Medicina y Cirugía”. Y
en ese mismo año estaban empadronados en la Plaza de la Constitución nº 2: Juan
Bethencourt Alfonso 28, médico y propietario; Carmen Herrera Goiry 23; Carmen
menos de 1; Emilia Herrera y Goiry 25 viuda propietaria; Salvador García
Herrera 9, Isabel 7; Josefa Herrera Pérez 56; Cristóbal Reyes 29 sirviente;
Faustina Hernández 20; Ramona González 25 id.
A finales de 1885 don Juan continuaba empadronado con su familia en la Plaza de
la Constitución de Santa Cruz de Tenerife; él figuraba con 37 años y como
médico y doña Carmen tenía 34 años; les acompañaban tres hijos: Carmen de 9
años y Juan de 8, ambos nacidos en la capital, y María de 6 años, natural de La
Laguna; también vivía con ellos doña Emilia Herrera, de 35 años, natural de La
Habana y viuda, hermana de doña Carmen.
En junio de 1887 fue nombrado vocal suplente de la Junta provincial de Sanidad[5].
En 1889 vivían en la Plaza Constitución nº 2: Juan Bethencourt Alfonso, 42, San
Miguel, médico y propietario, 16 a; Carmen Herrera Goiry, Habana 36; Carmen 13
Santa Cruz, Juan 11 Santa Cruz, María 9; Emilia Herrera Goiry, 38 Habana,
viuda, 30 a; Salvador García Herrera, 22 SC empleado; María Luisa González 68,
Puerto de la Cruz, casada empleada; Camila Hernández 36 San Miguel, soltero
sirvienta 6 a; Melchora Vera, 24 Orotava, soltera sirvienta 1 a; Nicolás
Martín, 15 Tegueste, soltero sirviente 1 a.
En agosto de 1892 fue designado por sorteo como jurado supernumerario para las
causas procedentes del Juzgado de Santa Cruz de Tenerife, que debían verse y
fallarse en el cuatrimestre siguiente.[6]
En 1895 don Juan Bethencourt seguía empadronado en la Plaza de la Constitución
nº 2 de Santa Cruz de Tenerife; figuraba como médico y con 50 años de edad, 22
de ellos en dicha ciudad; doña Carmen Herrera se dedicaba a su casa y tenía 44
años. Les acompañaban tres hijos nacidos en Santa Cruz: doña Carmen, de 19 años
y dedicada a su casa; don Juan, de 18 años y estudiante; y doña María, de 16
años y dedicada a su casa. También vivía con ellos su cuñada doña Emilia
Herrera, natural de La Habana, de 46 años y dedicada a su casa; don Salvador
García, de 29 años, natural de Santa Cruz y periodista; don Luis Estremera, de
8 años, natural de Santa Cruz; doña María Isabel Estremera, de 6 años; doña
Ángela Estremera, de 2 años; doña Camila Hernández, de 40 años, natural de
Arona y sirvienta; y don Serapio Feo Hernández, de 48 años, natural de San
Miguel y propietario.
Hacia 1898 se formó en Santa Cruz de Tenerife un “Registro de inscripción
para la formación en la capital del Cuerpos de voluntarios”, en el que
figuraba don Juan Bethencourt Alfonso como natural de San Miguel y con 48 años,
casado, médico y vecino de dicha capital en la calle Constitución nº 2.
En el año 1900 continuaba viviendo en la Plaza de la Constitución de Santa
Cruz; figuraba con 53 años y como médico y doña Carmen con 43 años; les
acompañaban sus tres hijos: Carmen de 24 años, Juan de 23 y María de 21, los
dos primeros de Santa Cruz y la tercera de La Laguna; todavía vivía con ellos
su cuñada doña Emilia Herrera Goiry, viuda de 48 años y su sobrino don Salvador
García Herrera, de 32, natural de Santa Cruz; así como una sirvienta Camila
Hernández, de 45 años y natural de Arona; dos sirvientes provisionales, María
Amador Rodríguez, de 50 años y natural de Arona, Darío Nieves Trujillo, de 23
años y natural de La Gomera; y dos sobrinas nacidas en Santa Cruz: María Isabel
de 10 años y Ángela Estremera García de 6.
Como médico, al parecer se especializó en enfermedades de tipo mental,
recogiendo numerosas e interesantes historias clínicas de pacientes afectados
por ataques de epilepsia. Además, haciéndose eco de las nuevas ideas que
llegaban de Europa sobre la higiene y las nuevas técnicas médico-sanitarias,
desde el año 1879 don Juan Bethencourt comenzó a aplicar y desarrollar dichas
ideas, junto a otros colegas como don Diego Costa y Grijalva, don Antonio
Soler, etc. Pero no sólo llevaba a su actividad profesional esa renovación
científica y aplicación de nuevas técnicas, sino que también lo hacía en el
terreno de la divulgación periodística. En este sentido publicó en la Revista
de Canarias un artículo sobre “La Higiene en Santa Cruz de Tenerife”
y otros sobre “Observaciones. Una cuestión de Fisiología”; en el
primero hacía una clara exposición de la utilidad de la higiene en el
desarrollo de los pueblos, como se comprueba en el siguiente fragmento:
Y ya que por nuestras desventuras duerme Canarias el pesado y no interrumpido
sueño de la ignorancia (compañera de la falta de higiene) (hasta el extremo de
no tener derecho a figurar en los más humildes puestos entre los pueblos
civilizados); ya que por desgracia no disfrutamos de las inmensas ventajas de
la ilustración, procuremos no ignorar los medios de salir de nuestra situación
vergonzosa y conquistar nuestra propia felicidad, trabajando por alcanzar la
cultura indispensable al siglo XIX, copiando, por lo menos, con la rigurosa y
sorprendente precisión con que copiamos las modas de París, a las naciones más
civilizadas en sus prácticas higiénicas, y en sus disposiciones dirigidas al
saneamiento y salubridad de los pueblos…[7]
A finales de 1893 se trasladó con su familia a Arona, donde combatió con pocos
medios pero con mucha entrega la epidemia de cólera que asolaba la comarca
sureña y la isla entera.
Además de la consulta privada que a lo largo de toda su vida tuvo en su
domicilio, aproximadamente desde 1897 hasta su muerte trabajó en el Hospital
Civil Provincial de Nuestra Señora de los Desamparados de la misma ciudad, del
que fue uno de los pioneros, inicialmente como médico 2º bajo la dirección del
Dr. Costa y Grijalba; luego pasó a médico 1º, empleo que ya ostentaba en 1904 y
en el que continuó hasta su muerte; como tal se le nombró director del primer
centro hospitalario de la isla, siendo su ayudante el Dr. don Veremundo Cabrera
Díaz. En junio de 1899 fue designado por el gobernador civil vocal propietario
de la Junta Municipal de Sanidad de Santa Cruz de Tenerife. Y también hacia
1904 era médico municipal de Arona.
El diario El Tiempo, del que era corresponsal el sanmiguelero don
Miguel Hernández Gómez, publicó numerosas referencias a la labor médica
realizada por su célebre paisano don Juan Bethencourt Alfonso, entre ellas
varias operaciones realizadas junto al cirujano don Veremundo Cabrera Díaz, así
como a muchos de sus desplazamientos al Sur o a Europa.
Su carácter afable y servicial le granjeó las simpatías de toda la población.
Particularmente, fue un hombre muy querido de lo que hoy llamaríamos “las
capas populares”, entre otras razones porque casi nunca les cobraba sus
honorarios.
Como médico pertenecía a determinadas sociedades gremiales, como a la Academia
Médico-Quirúrgica de Canarias, establecida en 1879 y de la que fue fundador;
ésta se transformaría en 1886 en la Real Academia de Medicina de Distrito de
Santa Cruz.
PROFESOR DEL
ESTABLECIMIENTO DE SEGUNDA ENSEÑANZA[8]
Al crearse el Establecimiento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de Tenerife,
dependiente del Instituto Provincial de La Laguna, el Lcdo. Bethencourt Alfonso
figuró entre los fundadores, siendo nombrado profesor propietario de las
asignaturas “Historia Natural” y “Fisiología e Higiene”, que desempeñó desde el
23 de septiembre de 1876, en que tomó posesión, y en las que continuaba en
1881; el director del centro era su primo, el también médico eminente, Dr. don
Eduardo Domínguez Alfonso*.
En el Discurso de apertura de curso, 1878-1880, que dirigió a sus
alumnos, no desaprovechó la oportunidad para hablar a éstos del importante
papel de la ciencia antropológica dentro de las demás ciencias humanas, de su
influencia en la formación de las nuevas generaciones, así como del Darwinismo,
de la idea del progreso intelectual, etc., que concluyó con las siguientes
reflexiones:
Dos palabras, no más, para concluir.
Es muy común en nuestro país, por estar alejado y por no seguir el movimiento
científico de esos grandes centros, donde la actividad intelectual realiza, con
asombro del mundo, grandiosos y admirables descubrimientos, condenar, sin oír,
toda idea nueva, toda innovación, partiendo del supuesto de que son
antirreligiosas.
En conducta de censurar, escudada en la ignorancia; de negar, sin procurar
saber; de prejuzgar, no estudiando, ha tenido el triste privilegio de matar
todo progreso científico en nuestra provincia, matando, a la vez, el fundamento
de nuestra propia felicidad.
No sigáis, pues, tan pernicioso ejemplo…
Su etapa madrileña de formación coincidió con la de difusión, en los círculos
científicos más abiertos y progresistas, de las doctrinas evolucionistas, a las
que no tardaría en vincularse y difundir como parte de su tarea pedagógica. Por
ello, fue uno de los primeros profesores e intelectuales canarios que introdujo
a sus alumnos en el conocimiento de las muy polémicas teorías del Evolucionismo
y Darwinismo.
Su dedicación a la enseñanza de la Historia Natural le exigía la creación de un
pequeño Museo para las prácticas docentes de sus alumnos. Por ello, a instancia
suya se creó en 1877 el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife, anexo al
Establecimiento de Segunda Enseñanza de dicha ciudad, gracias a la ayuda de
varias personas amantes de la Ciencia.
Posteriormente, y como resultado positivo de su magisterio, vemos a alguno de
sus antiguos alumnos trabajando en las comisiones del Gabinete Científico de
Santa Cruz de Tenerife, como por ejemplo, don Juan Gutiérrez o don Felipe
Rodríguez, ambos de Adeje.
Continuaba como profesor en 1891, pero ya había cesado en 1904, aunque no se
había desligado por completo de la Enseñanza, pues por entonces ocupaba el
cargo de vocal de la Junta Provincial de Instrucción Pública.
DIRECTOR FUNDADOR
DEL GABINETE CIENTÍFICO Y DEL MUSEO ANTROPOLÓGICO Y DE CIENCIAS NATURALES
Como ya hemos indicado, a instancia de nuestro biografiado, a quien prestaron
su ayuda otras varias personas amantes de la Ciencia, en 1877 se creó un Museo
antropológico anexo al Establecimiento de Segunda Enseñanza de la capital y
como una sección del mismo, a cuyo claustro pertenecían sus organizadores, con
el nombre de “Gabinete Científico” de Santa Cruz de Tenerife, que se inauguró
el 1 de mayo de 1878, bajo la dirección de don Juan Bethencourt y con don
Miguel Mafiotte La Roche como secretario; ese mismo año se publicó el “Reglamento
del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife”, según el cual su
principal objetivo era “El estudio de la ciencia natural, y especialmente
el del Archipiélago Canario bajo ese punto de vista”, dedicando una
importancia especial a la Antropología y Arqueología Prehistórica de Canarias.
En él, el Sr. Bethencourt Alfonso desarrolló y organizó los trabajos de
Antropología y Arqueología prehistórica de Canarias.
Dentro del Gabinete Científico se creó un Museo Antropológico y de Historia
Natural, del que fue director el profesor Bethencourt. Bien pronto fue
enriquecido con importantes donativos, así como con los muchos y preciosos
objetos adquiridos en las frecuentes y peligrosas excursiones realizadas por
nuestro biografiado. Hacia 1887 sus colecciones formaban ya un verdadero museo,
en el que destacaban las antigüedades canarias, con unos 100 cráneos guanches y
muchas momias bien conservadas. Durante su existencia fue visitado con curiosidad
e interés por los sabios extranjeros que llegaban a Santa Cruz de Tenerife.
Pero la simple iniciativa de un grupo de aficionados difícilmente podía
prosperar sin ayuda de los organismos públicos y de la colectividad, pues
aunque el museo existía, casi no tenía local ni posibilidades de ampliación y
en los últimos años sus colecciones estaban mal clasificadas y presentadas.
Por esta razón, en 1899, cuando el Gabinete Científico ya había dejado de
existir, don Juan Bethencourt Alfonso publicó un artículo en el Diario de
Tenerife, en el que indicaba la necesidad de un museo, como única solución
encaminada a evitar la dispersión de las numerosas colecciones particulares
existentes. Como nuestro personaje era persona prominente y muy escuchada en
los círculos intelectuales de Santa Cruz, con su influencia, una pequeña
campaña de prensa y el ofrecimiento de su propia colección, se consiguió la
creación de un Museo Arqueológico municipal.
Dicho museo tuvo su primer local en la Plaza de la Constitución nº 9, pasando
luego al claustro bajo del convento de San Pedro Alcántara (San Francisco), de
acuerdo con el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Durante muchos años fue
visitado con curiosidad e interés por los científicos extranjeros que llegaban
a la capital de la provincia. En 1902 se instaló en el local que había sido del
archivo municipal, encargándose a fines de ese mismo año la construcción de los
muebles para el mismo, que quedó como anexo del Museo Municipal; el 14 de abril
de 1904 se nombró director de éste al Dr. Bethencourt Alfonso, cuya colección
antropológica guanche había sido incorporada a dicho museo en el año anterior.
Se llamaba exactamente “Museo Antropológico y de Ciencias Naturales”,
pero en realidad recogía lo que buenamente podía; así, en 1909 figuraban entres
sus adquisiciones, además de 20 vasijas guanches, molinos de mano, cráneos de
indígenas ofrecidos por el director, un proyectil y 7 fragmentos de balas
inglesas caídos en 1797 en el recinto de Paso Alto y regalados por el
comandante militar don José March y García.
Poco tiempo antes de su muerte fue nombrado Director Honorario del Museo
Municipal de Santa Cruz de Tenerife. La colección del Dr. Bethencourt que se
albergaba en dicho museo pasó en 1958 al Museo Arqueológico Insular.
ARQUEÓLOGO Y ANTROPÓLOGO
A partir de 1884, don Juan dedicó notables esfuerzos a la investigación
arqueológica, histórica y antropológica, con el fin de compilar datos de
diversa índole que le permitieran comprender, desde su perspectiva de testigo
del siglo XIX, la complejidad de la cultura guanche.
El Sr. Bethencourt Alfonso tuvo la oportunidad de acceder a yacimientos
arqueológicos únicos e irrepetibles, que sin su trabajo se hubiesen perdido
para siempre. Fue un fehaciente investigador de campo, desplegando una extensa
actividad por todo el Archipiélago, sobre todo con motivo de las campañas
realizadas por el Gabinete Científico. Dicho trabajo de campo lo realizó
fundamentalmente en Tenerife, La Gomera, El Hierro y Fuerteventura, haciendo
incursiones menos intensas en el resto de las islas. Bajo su dirección fueron
recogidos en Tenerife, para este museo, más de 500 cráneos, momias y distintos
elementos de la cultura material aborigen, como añepas y banots. Además,
gracias a su gestión, se recogieron fondos donados entre otros por el Sr.
Lebrun y don Juan de la Puerta Canseco. Y mantuvo relaciones con científicos
como Darwin, Tylor, Broca, Quatrefages, etc.; y en su correspondencia destacan
cartas intercambiadas con Chil y Narango, Rodríguez Moure, Ossuna, etc.
Fue él quien envió, a través del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife,
los restos de los guanches procedentes de Barranco Hondo (Candelaria) que
estaban en el Museo Antropológico de París, los cuales fueron los primeros
clasificados como cromañoides.
Aparte de su trabajo de campo, quizás su mayor aportación fue el uso de la
tradición oral como recurso para investigar la historia, técnica en la que fue
pionero, pues durante muchos años habló con personas de toda índole y
condición, desde pescadores y pastores a agricultores.
Asimismo, don Juan Bethencourt tuvo acceso a colecciones documentales
depositadas en archivos hoy destruidos, como el Ayuntamiento de Valverde; trabajó
en los archivos del antiguo Cabildo de Tenerife (Ayuntamiento de La Laguna), en
los particulares de la Casa-Fuerte de Adeje, del Conde de la Vega Grande (en
Gran Canaria) y el Museo Casilda de Tacoronte, así como en numerosos archivos
parroquiales y notariales, además de los de sus numerosos amigos y
colaboradores. También hizo anotaciones al diario de don Joseph de Anchieta y
Alarcón.
Entre sus investigaciones, destaca la realizada el 22 de septiembre de 1885
entre Tacoronte y La Victoria por el viejo camino de Santo Domingo, con el fin
de intentar localizar el lugar donde se desarrolló la Batalla de Acentejo.
Fruto de esa excursión y de otras posteriores, encontró en el lugar de Busaque
una serie de armas que quedaron catalogadas en el Gabinete Científico como
donaciones suyas: dos medios cascos o morriones, dos piezas pequeñas de hierro,
una placa de brigantina para la defensa del cuerpo o espaldar de armadura, una
llave de serpentina de arcabuz, media cantonera de arcabuz, una sierra con su
argolla y cadena de una ballesta, una daga y una espada.
Al médico Bethencourt Alfonso se le considera como el fundador del folclore
canario. Su importancia e interés radica en las investigaciones y estudios
antropológicos que llevó a cabo en las Islas Canarias, de sus costumbres y de
su lengua, aunque gran parte de su obra ha permanecido inédita hasta nuestros
días.
Llevó a cabo sus estudios intentando señalar las pervivencias culturales en las
sociedades campesinas de las islas. Su preocupación iba dirigida no sólo a
establecer la situación o existencia de yacimientos arqueológicos, sino a
constatar la pervivencia de rasgos culturales y físicos de los aborígenes en la
sociedad de su época, a través del saber popular y de la consideración que los
habitantes de las islas tenían sobre sus costumbres. Mantiene una actitud
abierta ante los fenómenos populares, actitud que fue fundamental en el
desarrollo de sus investigaciones, dando preferencia en muchas ocasiones a
estos fenómenos, sin establecer una relación sistemática de los mismos, sino
contemplándolos como manifestaciones del conocimiento popular transmitido de
generación en generación.
En 1881 se formó en Sevilla la sociedad “El Folklore Español”, de la que
Bethencourt Alfonso sería representante en Canarias. Gracias a ella se realizó
la primera investigación sobre costumbres populares en Canarias, de la que
publicó en 1885 el Proyecto de Cuestionario del folklore canario,
considerado como el primer trabajo con pretensiones científicas sobre la
cultura de las islas.
Pero tal vez el más importante fue el trabajo realizado en 1901-1902, Costumbres
populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte; la Sección de
Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid realizó en ese año una
encuesta sobre las costumbres populares, centrada en los tres momentos más
importantes del ciclo vital del individuo, que fue coordinada en Canarias por
don Juan Bethencourt, donde se recogieron las respuestas de multitud de
personas de las distintas islas. Por los resultados que arroja y por lo
completo del mismo, es una obra clave para estudiar e investigar las costumbres
y medicina populares; por ello, el profesor Lisón Tolosana dijo que: “La
respuesta a la encuesta de 1901-1902 de Juan Béthencourt sobre el mal de ojo y
brujas en las Canarias puede considerarse un pequeño tratado sobre la materia”.
No
obstante, su obra capital, la Historia del pueblo guanche, terminada
en 1911 y compuesta por unos 2.000 folios escritos a mano, que no se llegó a
editar en su época por diversos motivos del momento. Esa obra la pudo realizar
gracias a la amistad con médicos e investigadores de todos los pueblos de las
islas, fuente fundamental de recopilación de recuerdos y lugares, hasta ese
momento inéditos.
La portada del número 64 de la revista Gente Nueva, que vio la luz en
Santa Cruz de Tenerife el 2 de marzo de 1901, estaba dedicada a nuestro
biografiado, en una bella caricatura de don Diego Crosa y Costa “Crosita”.
Dicha caricatura estaba acompañada de la siguiente semblanza, bajo el título de
“D. Juan Bethencourt Alfonso”:
Al fin, contra su voluntad, aparece don Juan Bethencourt en la primera plana de
Gente Nueva. La modestia –ó las genialidades si se quiere– no ha podido vencer
á la justicia y al cariño. Ahí está uno de los hombres verdaderamente notables
del archipiélago, y desde luego el que cuenta con más simpatías entre la
juventud intelectual. Es uno de los nuestros, uno de los que a pesar
de las canas y los desengaños de la vida, continúan creyendo, trabajando,
teniendo fé, discutiendo….
Nadie podrá encontrar un discípulo de Bethencourt que no le quiera, que no le
abra su corazón de amigo, que no le estreche su mano de admirador. La
unanimidad de este afecto es la ejecutoria de sus relevantes cualidades, su
título más glorioso, su gran relieve social. Y es cosa sabida, cuando la
juventud –la que vive más del corazón que del cerebro– pronuncia su fallo
abrumador, existe un carácter, una voluntad noble, un espíritu superior. Eso es
D. Juan Bethencourt.
Buscadle para cualquier empresa generosa, tocad á sus puertas demandando
entusiasmo; pedidle calor de fé, y siempre estará con vosotros dispuesto á la
contienda, dándonos el poder de sus conocimientos y el camino de sus
experiencias. Es un espíritu de joven, un alma de creyente, que peregrina á
través de las flaquezas humanas estudiándolas para vencerlas, pero no para
rendirse á ellas ó explotarlas villanamente. Cuando él se pone la escafandra lo
hace animado del noble deseo de buscar un camino salvador, una orientación
firme, nunca de aprovecharse personalmente explotando la ceguedad de sus
semejantes.
Su amor á Canarias ha llegado á los límites de la idolatría. No existe cueva,
cumbre, fuente, archivo, roca que él no haya examinado detenidamente. Sus horas
de vagar las dedica ó á estudios relacionados con el idioma, costumbres,
religión, cultura de los primitivos pobladores de las islas, ó á
investigaciones geológicas, botánicas y antropológicas. Está en relación
directa con una serie de sabios extranjeros, con quienes consulta cuantas dudas
se le presentan en sus investigaciones. Gracias a él tendremos datos para
reconstituir la verdadera historia canaria, sobre bases científicas y hechos
debidamente depurados.
Es un escritor muy correcto, dotado de esa amenidad seductora, fresca, que
distingue á los elegidos de la pluma, y a pesar de esto produce muy poco para
el público, que saborea siempre sus cuartillas. A tanto llega su avaricia
en este orden de cosas, que sus gran libro, ese libro canario que todos
esperamos, y en el que ha trabajado toda su vida, no se publicará sino después
de su muerte. ¡Una de sus muchas genialidades incorregibles!
Como médico le conoce toda la provincia. Su reputación es de las consagradas
por el triunfo durante treinta años de labor. No atiende sólo el cuerpo. Como
buen psicólogo, lleva también sus remedios á la parte moral. Cierto día le
oímos decir: «por ahí se cree que los médicos somos muy materialistas, y eso no
pasa de ser uno de tantos errores vulgares. Los tratos con la materia suponen
siempre relaciones muy íntimas con el espíritu.»
Don Juan, como hombre físico es de lo más original. Su aspecto es del
de un árabe mal avenido con los hábitos y las indumentarias europeas. Tiene
coche y anda á pié; va siempre distraído, como si pensara en una patria
ausente, perdida; sus ojos, aprisionados por espejuelos, parecen reflejar
nostalgias primitivas, tenaces, de esas que mueren cuando termien el individuo.
En una ocasión, á raíz de los desastres nacionales, nos dijo:
–La fuerza del atavismo me arrastra. Quisiera verme libre de este ambiente
social, sólo, cuidando cabras como un guanche, respirando los aires de Guajara:
¡Estoy harto de mentiras y miserias!
Y efectivamente, cada vez que puede se hunde en la soledad, busca la
calma para gozar de la alegría de vivir, del placer salvaje de la Naturaleza
vírgen.[9]
Nuestro biografiado fue socio corresponsal del Museo Canario de Las Palmas de
Gran Canaria y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
ACTIVIDAD POLÍTICA
Y EMPRESARIAL[10]
Su gran prestigio fuera del municipio le concedía, al igual que a sus primos,
los hermanos Domínguez Alfonso, ascendente sobre sus convecinos de San Miguel y
Arona, que le convertía en mediador o interlocutor entre el municipio y las
administraciones superiores. Así, en 1882 don Juan y su primo don Eduardo
Domínguez Alfonso fueron comisionados por el Ayuntamiento de Arona, tras
acuerdo municipal, para desplazarse a la capital y solicitar las ayudas
necesarias para combatir las consecuencias de la crisis de la cochinilla
mediante obras públicas.[11]
Su actividad política no es demasiado conocida, pues se reduce a referencias
aisladas. En el terreno político desplegó una intensa actividad, permaneciendo
afiliado al Partido Liberal de Tenerife desde 1881 hasta 1893. En cuanto a la
defensa de sus postulado político-liberales, como miembro destacado de la
sociedad burguesa de Tenerife, protagonizó sonoros enfrentamientos con su
correligionario de Gran Canaria don Fernando de León y Castillo, con objeto de
mantener una política autónoma que impulsara el desarrollo socioeconómico de la
isla de Tenerife ante la apabullante influencia desplegada por el político
liberal grancanario radicado en Madrid.
Además, aprovechó su paso como redactor o como fundador de diversas
publicaciones periódicas, para difundir sus ideas políticas que trataban de
impulsar las consiguientes reformas que permitieran: de un lado, la permanencia
del sistema implantado en España a partir de la restauración borbónica; y de
otro, desde una perspectiva estrictamente burguesa-liberal, trataba de
potenciar el desarrollo económico y social de la sociedad tinerfeña en
particular y la canaria en general.
Como ejemplo de su interés por los adelantos técnicos habría que situar a
Bethencourt Alfonso como miembro destacado de la Generación del Cable
que desarrolló un significativo esfuerzo para conseguir que el cable
telegráfico intercontinental tuviera su punto de amarre en la capital de la
provincia de Canarias.
Fue un liberal profundo, que tenía amistades políticas muy importantes, no sólo
en España, sino en el extranjero. Junto a sus primos don Eladio Alfonso
González y don Eduardo Domínguez Alfonso, don Juan constituía el tercer pie del
poder liberal del Sur en Santa Cruz de Tenerife, de Chasna, como diría
gráficamente su otro primo, el diputado don Antonio Domínguez Alfonso, que
había sido jefe del Partido Liberal en Tenerife.
Con una clara concepción de España, desde una perspectiva típicamente burguesa
liberal, como Patria para todos los españoles, don Juan se alinea claramente
con los argumentos políticos defendidos por el Partido Reformista de Cuba y
plantea la necesidad de una profunda reforma política y renovación de los
valores sociales para el conjunto del pueblo español, incluyendo cubanos y
filipinos. Por ello, el 30 de abril de 1898 publicó en La Opinión un
artículo llamando a la defensa civil ante el ataque norteamericano e incitando
a “que la isla entera se levante como un solo hombre y se organice en
batallones de voluntarios; así lo hicieron nuestros padres y así debemos
hacerlo ahora”. Días después le sugirió al alcalde don Pedro Schwartz la
idea de organizar un batallón de voluntarios en la capital y el domingo 5 de
junio de dicho año asistió a la reunión celebrada en el salón de sesiones de la
capital, “con objeto de acordar lo que proceda, de un modo definitivo,
respecto al cuerpo de voluntarios de esta Capital”. También desde Guía de
Isora se le pidió consejo sobre la manera de organizar cuerpos de voluntarios,
contestando que se alistaran en la Alcaldía, para después pedir autorización al
capitán general, así como armas para organizarse bajo la dirección de militares
retirados.
Don Juan también participó activamente en otras sociedades y entidades civiles
que impulsaban el desarrollo socioeconómico de las islas, como la Sociedad de
Navegación de Tenerife, de la que fue presidente, de algunas sociedades
constructoras de viviendas en Santa Cruz, de una panificadora, etc. Y, como
curiosidad, nuestro biografiado fue primer gerente de una empresa, a la que se
le encargó la instalación del alumbrado eléctrico de Santa Cruz, que se
inauguró el 7 de noviembre de 1897, durante la alcaldía de don Pedro Schwartz
Mattos, tras haber puesto 350 lámparas y 35 arcos voltaicos, que suponían
85.000 metros de cables.
Fue de los primeros vecinos que tuvo coche en Santa Cruz de Tenerife, pero
siempre se le veía a pie, dando la impresión de ser una persona distraída y
ausente del paisaje que le rodeaba.[12]
Además, formó parte de la terratenencia agraria del Sur de Tenerife, pues a las
propiedades heredadas de su padre se unieron otras heredadas de otros
familiares, como las de su tío don Cesáreo Bethencourt Medina. Otros bienes los
adquirió por medio de compraventa, como varias fincas y horas de agua comprados
en Guayero (Vilaflor) al comerciante don Juan Saavedra Delgado y a su tío don
EvaristoBethencourt Medina; a éste le compró además otros terrenos situados en
Arañaga y La Huerta, también en Vilaflor. En sus tierras estuvieron presentes
los nuevos cultivos de exportación. La finca denominada El Carmen, en Los
Cristianos, de 8 hectáreas, estuvo dedicada a tomates, papas y cereales, aunque
una parte se seguía manteniendo como erial; contenía casas de labranza y un
estanque; una parte la disfrutaba desde el 23 de mayo de 1901 por herencia de
su tío don Evaristo; otra por compras que había hecho a don Antonio Sarabia
García en 1904 y 1905, a don José y doña María Medina Domínguez, en 1904, a don
José Medina Domínguez, en 1905 y 1907, y a don Jerónimo Fumero en 1908 y 1909;
la propiedad estaba valorada en 1913 en 1.500 ptas. En la citada playa de Los
Cristianos compró también un solar de 341 m2 91 cm2 a don Henry Wolfson (en
nombre de Elder and Fyffes Limited), donde se construyó un almacén para depósito
de mercancías y empaquetado de frutos. También poseyó la finca conocida como
Moreque, de 30 hectáreas, dedicada a pan sembrar, huertas e inculta en su mayor
parte, con casa de labranza y depósito de agua, valorada en 6.500 ptas. Parte
de ella la había heredado de su tío Evaristo y otras las había adquirido por
medio de compraventas privadas: a don Antonio González, don Graciliano
Valentín, don Andrés Tacoronte Salazar, don Juan y don Miguel Salazar, don
Francisco Gómez Feo, doña Efigenia Feo Gómez, don Antonio Sarabia, don José
Gómez Feo, don Cesáreo Hernández Hernández, don Vicente García y don Vitorino
González, todos en 1903, a doña Francisca Frías en 1902 y a don Rafael García
Delgado, en 1907. Además de los intereses territoriales que poseía en el Sur de
esta isla, don Juan disfrutaba de otros bienes situados en otros lugares del
archipiélago, como, por ejemplo, en Fuerteventura, pues en 1888 apoderaba a don
Secundino Alonso Alonso, vecino de Puerto Cabras, para que le representase en
todo lo relativo a los bienes que poseía o que pudiera poseer allí.[13]
ACTIVIDAD CULTURAL
Y PERIODÍSTICA[14]
Don Juan Bethencourt publicó numerosos artículos sobre Prehistoria, Etnografía
y Medicina. Para conocer su actividad periodística, contamos con la reseña que
en 1898 hizo de su propio trabajo:
[...]hasta mis vetustos
hábitos periodísticos, -pues unas veces con mi nombre, años con el pseudónimo
de Jubeal y de ordinario sin firmar- fuí redactor de Los Sucesos, de La
Democracia, del Eco de Canarias, de El País,de la Revista
de Canarias, del Diario de Tenerifey fundador de La Reforma,
de El Liberal de Tenerife, donde he adquirido no poca experiencia y
disgustos.
También publicó algún artículo en La Aurora de Lanzarote, que aparecían
firmados por Juveal, por una errata tipográfica.
Habría que incluir a don Juan Bethencourt en la generación de 1880, conocida
también como la “generación del cable”, en la que destacó con luz
propia, junto a destacados escritores, poetas e intelectuales, como don Benito
Pérez Armas, don José Tabares Bartlet, don José Rodríguez Moure, don Manuel de
Ossuna, don Leoncio Rodríguez, don Tomás Zerolo, etc.; con todos ellos entabló
una profunda amistad.
En cuanto a la opinión que nuestro biografiado tenía del periodismo, así como
de las influencias que podía tener sobre la información o la desinformación,
era bastante clara y tajante. Criticaba que determinados periódicos y
escritores contribuyesen a la infamia, la calumnia y procedimientos nada
ortodoxos contra sus posibles adversarios políticos, defendiendo aquellos, a
ultranza y sin ningún tipo de objetividad, a sus “amigos cubiertos o no
cubiertos”.
CALLE “JUAN
BETHENCOURT ALFONSO"
Después de la visita realizada a las islas por el Rey Alfonso XIII, don Juan
Bethencourt Alfonso recibió, entre otras ilustres personalidades, el
nombramiento como “gentil hombre de Cámara”, tal como recogía el
diario El Tiempo en su edición del 22 de mayo de 1906.
En 1910 estaban empadronados en la Plaza de la Constitución nº 2 de Santa Cruz
de Tenerife: don Juan Bethencourt Alfonso, 64, San Miguel, Médico, 36; doña
Carmen Herrera Goiry, 52, Habana, 40; doña Carmen 36 su casa Santa Cruz; doña
Camila Hernández Sierra, 50, sirvienta de Santa Cruz; y doña Ricarda Borges
García, 23 Arico sirvienta 13.
En 1913 don Juan figuraba como el tercero de los principales propietarios
foráneos de terrenos rústicos en Vilaflor, donde pagaba una contribución de
213,8 ptas.
El médico 1º del Hospital Provincial don Juan Bethencourt Alfonso falleció en
su domicilio de Santa Cruz de Tenerife, en la Plaza de la Constitución nº 2, el
viernes día 29 de agosto de 1913, a las nueve[15]
de la mañana, a consecuencia de “neoplasia del hígado”; contaba 66
años de edad. Al día siguiente se efectuó el sepelio, desde la casa mortuoria
hasta la iglesia matriz de Ntra. Sra. de la Concepción, donde a las nueve y
media de la mañana se ofició el funeral de cuerpo presente por el cura párroco
don Francisco Herraiz Malo, con asistencia de autoridades y todas las clases
sociales de la capital; la imponente manifestación de duelo se despidió frente
al Hospital Civil de los Desamparados y a las diez se condujo su cadáver al
cementerio católico de San Rafael y San Roque de dicha capital, de lo que
fueron testigos don Diego Costa y don Luis García Ramos, de dicha vecindad. Había
otorgado testamento, pero se ignoraba la fecha y el notario en el momento de su
muerte. Los diarios de Santa Cruz, La Prensa y La Opinión,
publicaron sendas esquelas en nombre del presidente de la Diputación
Provincial, el inspector de los Asilos benéficos, su viuda, hijos, nieto, hijos
políticos, hermanos, sobrinos, primos y demás parientes del fallecido,
anunciando la hora y el recorrido de la comitiva. Asimismo, insertaron notas
necrológicas, relacionadas con las actividades del extinto, su intensa labor y
el dolor que su muerte había producido en la isla.
El mismo día de su sepelio, el ilustre periodista don Leoncio Rodríguez publicó
un artículo en la portada de La Prensa, titulado “Muerte sentida”,
en el que le hacía la siguiente glosa:
Otra pérdida muy sensible y dolorosa, lamenta en estos momentos el país.
D. Juan Béthencourt y Alfonso, fallecido en la mañana de ayer, era una de las
personalidades más valiosas de Tenerife. Su vasta cultura, su desmedida afición
por el estudio de las antigüedades y las costumbres canarias; el entusiasmo que
sentía por las tradiciones y las glorias de la tierra, diéronle fama general en
el archipiélago e hiciéronle acreedor al respeto, la simpatía y la veneración
de todos.
Retirado desde hace algún tiempo de la política, en la que descolló por su
espíritu batallador y su vehemencia y acometividad para la lucha, ha
desaparecido sin dejar esas irreductibles malquerencias y esas grandes
odiosidades que suelen acompañar a los políticos hasta la tumba. D. Juan
Béthencourt no deja enemigos en ninguna de las clases sociales ni entre sus
compañeros de profesión. Ha muerto rodeado de la estimación de todos y con la
aureola de un prestigio sólidamente conquistado.
Hemos perdido una gran figura de la intelectualidad isleña; nuestro mejor
cronista de antigüedades. La copiosa labor del señor Béthencourt ha sido
truncada por el fatal acontecimiento que todos lamentamos. Deja sin terminar
una obra lingüística, costumbres y psicología indígenas que es, según versiones
de todos los que han tenido ocasión de leerla, un notabilísimo libro, con tal
profusión de detalles, antecedentes e informes sobre la raza guanche, que
constituye uno de los estudios etnográficos más completos que se han hecho del
inolvidable pueblo aborigen.
Esta obra era lo que más preocupaba y desvelaba al ilustre finado en las
postrimerías de su vida. Para ella había sido el fruto de todos sus estudios,
investigaciones y trabajos, y natural era que al ver aproximarse sus últimos
años, sintiese el desasosiego espiritual del que no logra coronar su obra
porque el destino se interpone en su camino para obligarle a abandonar los
senderos de la vida.
El señor Béthencourt pudo terminar su obra, pero él ansiaba saber más, estudiar
más, recopilar más, para trasmitir a las nuevas generaciones lo que acaso otros
ya no pudieron saber ni averiguar, porque ninguno tendrá de seguro la
abnegación y la constancia que él tuvo para recorrer palmo a palmo la isla,
para ir de aldea en aldea inquiriendo datos y recogiendo los últimos vestigios
de la raza conquistada.
Esa fue la labor del Sr. Béthencourt; una labor que sólo un espíritu netamente
isleño, profundamente enamorado de su tierra, podía realizar sin desalientos,
en medio de la frivolidad y la indiferencia del ambiente.
Hombres de este temple ya no quedan, ó quedan muy pocos en el país. Con el Sr.
Béthencourt perdemos un gran cerebro y una gran voluntad; perdemos también un
isleño de la más pura cepa; de aquella cepa gloriosa, de imperecedera memoria,
que dio a Tenerife historiadores y polígrafos que enaltecieron y dignificaron
el nombre de nuestra tierra.
Al asociarnos al duelo del país, nos unimos también al duelo de la distinguida
familia del finado, a la que hacemos presente el testimonio de nuestro más
íntimo y sincero pesar.[16]
Al conocerse en su pueblo natal la noticia de su fallecimiento, se ofició un
funeral en la iglesia parroquial. Y a la salida de éste se organizó una
manifestación que se dirigió al Ayuntamiento, donde se presentó una petición
firmada por don Martín Reyes García y don Eladio Gómez, en nombre de los
vecinos de San Miguel, solicitando de aquel consejo: 1) Que diese el nombre de
“Juan Bethencourt Alfonso” a una de las calles principales de la
localidad, para perpetuar la memoria de tan esclarecido hijo; y 2) Que se colocase
una lápida conmemorativa en la casa en que había nacido. Como no podía ser de
otra forma, ambas propuestas fueron aceptadas por la Corporación municipal y
pocos días después se tomó el correspondiente acuerdo, con el que se honraba la
memoria de tan ilustre hijo.[17]
Asimismo, en la sesión celebrada el 4 de septiembre inmediato por el
Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, presidida por el alcalde Peraza, se
hizo constar en acta la condolencia de dicha Corporación por la gran pérdida y
se propuso dar su nombre a alguna plaza o calle de dicha ciudad; a propuesta de
los concejales don Juan Martí Dehesa y Crosa se pidió que la calle elegida
fuese la de San José, que se encontraba a la entrada del puerto, para mayor
conocimiento de aquel científico para quienes visitasen la capital; y se acordó
pasar dicha propuesta a la deliberación de la Comisión de Fomento. Dos meses
después, el 3 de noviembre de 1913 el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife
acordó rotular con su nombre la antigua y céntrica calle de San José, una de
las más típicas del viejo Santa Cruz, pero la popularidad del viejo nombre le
birló su garra, para que la gente llamase con aquellos ilustres apellidos a tan
céntrica y secular vía. También en reconocimiento a sus méritos, el
Ayuntamiento de Arona acordó asimismo dar su nombre a una calle de la
localidad.
Le sobrevivieron su esposa, doña Carmen Herrera Goiry, y sus tres hijos: doña
María del Carmen (1875); don Juan Manuel* (1877), que fue capitán
de Infantería, propietario agrícola y consejero del Cabildo Insular; y doña
María Bethencourt Herrera, de la que ignoramos su fecha de nacimiento.
Después de viuda, doña Carmen donó la primera imagen de la Virgen del
Carmen para la ermita de su nombre, construida en Los Cristianos en 1924.
LABOR INVESTIGADORA: MANUSCRITOS Y
PUBLICACIONEScritos y publicaciones
Nuestro biografiado acabó tan desencantado por la pobreza cultural e
intelectual de la sociedad que le tocó vivir, que todavía en vida decidió legar
su trabajo a las generaciones venideras. Por ello publicó pocos trabajos a lo
largo de su vida, aunque colaboró con sus artículos en periódicos y revistas de
las islas, casi siempre firmados con las siglas JBA o Jubeal. De ellos
conocemos los siguientes:
-“La Higiene en Santa Cruz de Tenerife”, en Revista de Canarias, I
(1879); 6: 81-82; 7: 105-106; 17: 264-267.
-“Dos palabras en relación al estudio de los aborígenes de Canarias”, en Revista
de Canarias, II (1880); 31: 68-69.
-“Notas para los estudios prehistóricos de las islas de Gomera y Hierro. I. El
silbo articulado en La Gomera”, en Revista de Canarias, III (1881);
71: 321-322.
-“Notas para los estudios prehistóricos de las islas de Gomera y Hierro. II.
Sistemas religiosos de los antiguos gomeros”, en Revista de Canarias,
III (1881); 73: 355-356.
-“Notas para los estudios prehistóricos de las islas de Gomera y Hierro.
Palabras pertenecientes al idioma de los antiguos gomeros”, en Revista de
Canarias, IV (1882); 83-84; 131-133.
-“Notas para los estudios prehistóricos de las islas de Gomera y Hierro. III.
Cuevas funerarias, Kjökkenmoddinger y Letreros en la Gomera”, en Revista de
Canarias, V (1882); 82: 114-115.
-“La Villa de Adeje”, en El Liberal de Tenerife. Santa Cruz de
Tenerife, 25 de agosto de 1892.
-“Retazos del archivo de Adeje”, en Diario de Tenerife. Santa Cruz de
Tenerife, 28 de diciembre de 1897.
-“Respuesta a D. Luis Rodríguez Figueroa”, en Diario de Tenerife.
Santa Cruz de Tenerife, 8 de marzo de 1901.
Además de varios artículos periodísticos en: Los Sucesos, La
Democracia, El Eco de Canarias, El País, Diario de
Tenerife, La Reforma, El Liberal de Tenerife, El
Constitucional, El Memorandum…
A los anteriores trabajos se suma la “Circular y Cuestionario de las Islas
Canarias”, impreso en Santa Cruz de Tenerife en 1884.
Y entre las obras que dejó inéditas a su muerte figuran las siguientes: Discurso
en el Claustro de apertura del cruso 1879 a 1880 del Establecimiento de 2ª
enseñanza de Santa Cruz de Tenerife (inédito); Materiales para el
Folk-Lore Canario (inédito, 1884-1913, 11 volúmenes); La Batalla de
Acentejo (inédito), ejemplar mecanografiado en la Biblioteca Municipal de
Santa Cruz de Tenerife, 1885; El pasado (inédito, 1888); Efemérides
(inédito, 1888). Historia del Pueblo Guanche (inédito, 1912, tres tomos);
Diccionario de ganadería y agricultura; y un libro sobre cuestiones
médicas. Así como un interesantísimo diario, en el que don Juan tomaba nota de
los acontecimientos acaecidos en Canarias con ocasión de la independencia de
Cuba y Filipinas.
Y muchos años después de su muerte han visto la luz algunos de sus trabajos:
-“Los Bailes Canarios. Cantos. El Silbo articulado de La Gomera”. En Trabajos
en prosa y verso, seleccionados por Isaac Viera. Santa Cruz de Tenerife,
s/a.
-“Las danzas indígenas”. En Los cantos y danzas regionales. Colección
Biblioteca Canaria.
-Costumbres Populares Canarias de Nacimiento, Matrimonio y Muerte
(1985). Introducción, notas e ilustraciones de Manuel Fariña González. Cabildo
Insular de Tenerife, Museo Etnográfico. Santa Cruz de Tenerife.
-Los aborígenes canarios (1985). Edición de Áfrico Amasik y Hupalupa.
Editorial Benchomo. Santa Cruz de Tenerife.
-Historia del Pueblo Guanche (1991-1997). Edición anotada por Manuel A.
Fariña González. Francisco Lemus Editor, La Laguna. 1991 (tomo I), 1994 (tomo
II), 1997 (tomo III).
-Costumbres de la nación canaria. Bailes y cantos (1993). Colección
Tagorín nº 2, Editorial Benchomo.
-Costumbres
de la nación canaria. Tradiciones guanchinescas (1993). Colección Tagorín
nº 3, Editorial Benchomo.
-Costumbres de la nación canaria. La batalla de Acentejo (1993).
Colección Tagorín nº 4, Editorial Benchomo.
-Obras de Juan Bethencourt Alfonso, 1847-1913. 1. a. Agricultura, b.
Ganadería. C. Peletería (1994). Editorial Globo. Facsímil.
-Vocabulario Guanche (1994). Editorial Globo. Facsímil.
-“Las danzas indígenas”. En Los cantos y danzas regionales (2001).
Colección Biblioteca Canaria. Reedición, con prólogo de Marcial Morera.
Editorial Leoncio Rodríguez S.A.
Su importante archivo, que está siendo trabajado por el profesor don Manuel
Fariña González, se encuentra depositado en la Biblioteca de la Universidad de
La Laguna, por deseo expreso de sus herederos.
LA "HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE"
La intensa actividad
investigadora se vio culminada en una magna obra en tres tomos “Historia
del Pueblo Guanche”, en la que recogía datos de fuentes arqueológicas,
documentales y orales, éstas últimas recogidas preferentemente entre los
pastores del Sur de la isla.
En el primer tomo destaca el marco geográfico del Archipiélago y los temas
relacionados con la lengua de los guanches; en el segundo, la etnografía y la
organización socio-política de la sociedad; y en el tercero, la historia de la
conquista de las islas.
El periodista don Leoncio Rodríguez hacía en 1916 una bella semblanza de
nuestro biografiado y de su obra histórica:
[...] el historiador
Bethencourt y Alfonso (D. Juan), fallecido en nuestros días, que ha dejado
inédita una obra que es una valiosísima fuente de noticias relativas a la
prehistoria canaria, al origen de la raza, al idioma guanche, y a las
costumbres y organización del antiguo pueblo insular.
La muerte sorprendió al ilustre doctor cuando aún se hallaba en pleno vigor
intelectual, privando a las letras canarias de uno de sus cultivadores más
insignes, y a Tenerife de un arqueólogo eminente, digno continuador de Viera y
Clavijo.
La labor del Sr. Bethencourt y Alfonso no ha sido aún conocida y apreciada en
toda su magnitud, porque, como decimos, se halla inédito todavía su libro; pero
tenemos motivos para afirmar que se trata de una obra que superará en valor
histórico y literario a casi todas las publicadas sobre Canarias.
Consta de tres tomos, en los que se abarca desde la historia de la unidad de la
raza, sus caracteres físicos, fisiológicos, etc., hasta los acontecimientos
políticos del primer tercio del siglo XV.
En la primera parte desarrolla el Sr. Bethencourt temas tan interesantes como
son las emigraciones prehistóricas de los guanches a la América; los hechos y
antecedentes que dan la certidumbre de que todos los isleños hablaban la misma
lengua, lenguaje silbado y buceado; inscripciones íberas; vocabulario,
religión, geografía, pastoreo, poesías, etc., y nombres de personas y lugares.
Trata después de las divisiones político‑administrativas, densidad de población
y fuerza militar, bailaderos y luchaderos públicos; de los reinos habidos en
Tenerife desde la muerte de Tinerfe el Grande hasta la invasión española,
Archimenceyatos, Tagoros, etc; de las formas de gobierno y regalías de los
soberanos, de las clases sociales y leyes suntuarias; evolución de la familia;
socialismo comunista; teogonía, sabeísmo y prácticas religiosas.
Describe luego los sistemas de inhumación; los Juegos beñesmares y gimnásticos;
los ejercicios atléticos, suerte de los Malospasos, natación, concursos y
desafíos; el espíritu guerrero de la raza; su organización militar; la vivienda
y el ajuar; los recursos alimenticios y la cocina guanche.
El último tomo contiene interesantes noticias de la época histórica (siglos XIV
y XV); invasión de Diego García de Herrera; expulsión de los españoles,
incursiones de Hernández de Vera y Maldonado, y la batalla de Añaza.
Se ocupa después de la confederación de los reinos de Abona, Adeje, Daute e
Icod, de la derrota de los aliados, y del tratado secreto del rey de Anaga y
Añaterve, de Güímar contra Bencomo, y de la primera, segunda y tercera campaña
de Lugo, que terminan con la batalla de la Victoria.
A continuación habla de los sucesos que siguieron al tratado secreto de Lugo
con la nobleza liguera, del alzamiento de los villanos, y de la cuarta campaña
que culminó con el reconocimiento de la soberanía de España por la nobleza
guanche.
Por último, estudia la organización de la nueva sociedad; creación del Cabildo
de La Laguna, repartimiento de tierras; conducción y retorno de España de los
reyes de Tenerife; preparativos de expediciones a Berbería, guerra de los
esclavos o alzados y reconstitución del reino de Adeje con la proclamación del
rey Ichasagua, que determinó la sexta campaña.
Y después de darnos a conocer algunas interesantes noticias sobre ordenanzas,
libertad de los esclavos y supervivencia de los alzados, termina hablando de la
proporcionalidad de sangre guanche y española en la población de Tenerife y del
proceso evolutivo que dió origen a la errónea creencia del aniquilamiento de la
raza guanche”.
Y continuaba don Leoncio: “Tal es, en sucinto resumen, el contenido de este
importantísimo libro, que contribuirá a depurar y seleccionar la historia de
Canarias, especialmente la del pueblo indígena, alrededor de la cual se ha
fantaseado mucho.
Esta labor de depuración histórica, de sereno estudio y de concienzudo
análisis, juntamente con la no menos transcendental de reconstituir y
desentrañar muchas fuentes de investigación que permanecían ignoradas, y a
punto de extinguirse para siempre, fue la que realizó durante toda una vida de
perseverantes y patrióticos empeños, el ilustre doctor Bethencourt y Alfonso.
A él deben gratitud imperecedera los amantes de la cultura y las tradiciones
regionales. Algún día le tributará la posteridad los debidos honores, y el
nombre del Sr. Bethencourt será recordado con veneración entre los demás
ingenios que han sabido abrillantar y enaltecer nuestra Historia.
Y de este honor podrá considerarse orgulloso el Sur de Tenerife, no sólo por
tratarse de uno de sus hijos predilectos, sino por haber servido de campo de
estudio a aquel gran arqueólogo isleño, que en las viejas cuevas y en los profundos
barrancos de su tierra descubrió nuestras reliquias históricas, las últimas
huellas de una raza torpemente destruida, prematuramente sacrificada.
A lo largo de los años existieron un par de intentos de publicar esta obra, uno
de ellos en los años treinta por el Instituto de Estudios Canarios, pero lo
costoso de la edición de tan extensa obra impidió su publicación. Como ya hemos
indicado, tras dormir el sueño de los justos en el Aula de Cultura del Cabildo
Insular de Tenerife, en 1978 el profesor de Historia don Manuel A. Fariña
González comenzó a preparar la edición de esta obra y en 1991 vio la luz el
primer tomo de la “Historia del Pueblo Guanche”, que incluía “Su
origen, caracteres etnológicos y lingüísticos”; al que siguieron en 1994
el 2º tomo, sobre “Etnografía y organización socio-política”; y en
1997 el 3º, sobre la “Conquista de las Islas Canarias”, con el que se
completaba la trilogía, merced a la iniciativa de Ediciones Lemus; la edición,
el preámbulo y las notas correspondieron al citado profesor don Manuel A.
Fariña González. Del tomo I se publicó una 2ª edición en 1992 y una 3ª en 1999.
Difícilmente hubiese comprendido don Leoncio que tendrían que transcurrir 78
años de la muerte del Dr. Bethencourt para que comenzase a ver la luz su interesantísima
obra, y sólo gracias a una iniciativa particular, ni que el nombre de éste
ilustre tinerfeño quedase sumido en el olvido hasta ahora, siendo prácticamente
desconocido para las actuales generaciones.
Como homenaje a su persona y a su obra, en 2004 la Concejalía de Cultura del
Ayuntamiento de San Miguel de Abona organizó las “I Jornadas Juan Bethencourt
Alfonso” sobre Historia de Canarias, en colaboración con el Vicerrectorado de
Extensión Universitaria y Relaciones Institucionales de la Universidad de La
Laguna, de las que en 2005 se celebró la segunda edición. En ese mismo año
2005, la citada Concejalía convocó el “I Premio de Investigación Histórica Juan
Bethencourt Alfonso”, de ámbito regional.
Considerado por muchos como “el último humanista canario”, la
escritora doña María Rosa Alonso dijo don Juan Bethencourt que “dejó
importante obra inédita, siendo uno de los hombres más destacados de la valiosa
generación de los 1880, que tanto relieve dio al archipiélago”[18].
Como dijo el escritor y político don Benito Pérez Armas en su novela “La
vida, juego de naipes”: “El Dr. Bethencourt Alfonso es uno de los
contados hombres ante quien yo me he rendido a la discreción. Desde pequeño,
siempre que aparecía en mi casa, con aquel su semblante de gravedad, suavizado
por una sonrisa bondadosa, con las floridas barbas luengas, los ojos avizores
tras los cristales de los espejuelos, le tributé reverente admiración”.[19]
[1]Para
más información, véanse los artículos: M.A. Fariña González (1983): El Doctor
D. Juan Bethencourt Alfonso o el compromiso con Canarias, Gaceta de
Canarias, año II nº 5: págs. 26-38; y J.A. Galván Tudela (1986): Islas
Canarias. Una aproximación antropológica, Cuadernos de Antropología, págs.
5-13.
[2]Profesor
titular de la Universidad de La Laguna, cronista oficial de Güímar y
Candelaria.
[3]Archivo
Regional Militar de Canarias. Expediente personal de don Juan Bethencourt
Alfonso, caja nº 6129.
[4]Doña
Carmen había sido bautizada en la iglesia parroquial de Ntra. Sra. de Guadalupe
de La Habana el 18 de agosto de 1851.
[5]Diario
de Tenerife, 22 de junio de 1887.
[6]Diario
de Tenerife, 31 de agosto de 1892.
[7]Juan
Bethencourt Alfonso (1879). La Higiene en Santa Cruz de Tenerife. Revista
de CanariasI: 6 (págs. 81-82), 7 (págs. 105-106), 17 (págs. 264-267).
Santa Cruz de Tenerife. Véase Fariña González, op. cit.
[8]Fariña
González, op. cit.
[9]Gente
Nueva, nº 64. Santa Cruz de Tenerife, 2 de marzo de 1901. Pág. 2.
[10]Fariña
González, op. cit. También hemos extraído algunos párrafos de Manuel
Fariña González, Historia de una entrevista imposible con Jubeal: “¡Que vienen
los ñaimes! (1898-1898)”, El Día 22 de diciembre de 1998, págs.
64/VI-66/VIII.
[11]María
Mercedes Chinea Oliva. Las bases sociales del poder local. Algunos apuntes para
su estudio en Arona (Sur de Tenerife), 1900-1936. XVI Coloquio de Historia
Canario Americana, pág. 1134 y nota 22.
[12]Juan
Arencibia. Doctor Juan Bethencourt Alfonso. Diario de Avisos, lunes 9
de diciembre de 2002, pág. 4.
[13]Carmen
Rosa Pérez Barrios (2005). La propiedad de la tierra en la Comarca de Abona
en el Sur de Tenerife (1850-1940). Tomo I, pág. 390-391.
[14]Fariña
González, op. cit.
[15]Según
la partida de la parroquia murió a las diez de la mañana y según la del
Registro Civil a las nueve.
[16]Leoncio
Rodríguez, 1913. Muerte Sentida. La Prensa, 30 de agosto de 1913, pág.
1.
[17]Raúl
E. Melo Dait. 2006. Juan Bethencourt Alfonso y San Miguel de Abona (I). El
Día, sábado 4 de marzo de 2006, suplemento “La Prensa”, págs. 1-3.
[18]Miguel
Ángel Hernández González, 1991. Archipiélago canario. Muestras de la
investigación de Bethencourt Alfonso en la literatura tradicional. El Día,
suplemento La Prensa, domingo 20 de octubre de 1991, pág. XIX/61.
[19]Benito
Pérez Armas. 1990. La vida, juego de naipes. Ed. Biblioteca Básica
Canaria. Islas Canarias.
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