En igual forma han conservado nuestros
historiadores la memoria del arribo de otras dos embarcaciones europeas a estas
islas, a fines del siglo XIV y en tiempo de la guerra que sostuvo don Juan el I
de Castilla contra el rey de Portugal y el duque de Láncaster.
La isla de La Gomera, según los vestigios que se
hallaron, cuando llegó el caso de su última reducción, había sido sin duda el
teatro de estas visitas; pero se discurre sobre la materia con alguna
diversidad.
Unos dicen que, entre los caballeros de Galicia
que siguieron el partido de Láncaster, se distinguió mucho don Fernando de
Ormel, conde de Ureña o de Andeiro, natural de La Coruña y padre de don Juan el
I de Portugal asesinó dentro de la casa de la reina doña Leonor. Este oficial,
pues, que recorría con una pequeña escuadra en 1386, las costas occidentales de
España, penetró, azotado de una tormenta, en una de sus carabelas, hasta
nuestras islas y surgió en la de La Gomera.
Otros quieren que esta nave perteneciese a un don
Fernando de Castro, también gallego, quien, desembarcando por el Puerto de
Hipare, tuvo una sangrienta refriega con una escuadrilla de isleños mandados
por el hermano del rey Amalahuige, en la que dicho príncipe quedó muerto
atravesado de un pasador.
Añaden que, habiendo recibido aquel monarca esta
noticia, puso toda la tierra en armas y marchó en busca de los invasores, a
quienes atacó tan vigorosamente, que les precisó a atrincherarse en el
ventajoso puerto que llaman de Argodey, donde los tuvo bloqueados dos días, al
cabo de los cuales, como se viesen forzados del hambre y la sed, se rindieron a
discreción.
El P. Abreu Galindo, que escribía este suceso,
nos da una idea favorable de la clemencia de aquel príncipe bárbaro, asegurando
que trató a todos los prisioneros, no como a homicidas de su hermano y
perturbadores de sus dominios, sino como a unos extranjeros rendidos que hacían
mucho honor a sus armas, regalándoles y dándoles unos ejemplos de humanidad que
después no se imitaron bien. Don Fernando de Ormel, o de Castro, respetando los
favores y las fuerzas del vencedor, le presentó algunos vestidos, espadas y
broqueles que estimó en mucho; pero sin duda fue un presente incomparablemente
más rico el de haberle dado su propio nombre en el baustismo y empezado a
plantar la verdadera religión en aquella tierra, con tal suceso, que, cuando
don Fernando obtuvo licencia para retornar a la Europa, le suplicó Amalahuige
tuviese a bien dejar en la isla el capellán, a fin de que catequizase y
bautizase a sus pueblos.
Es tradición que el venerable clérigo consumó la
carrera de su apostolado poco después (sobreviviendo pocos días a la ausencia
de su patrono). (Viera y Clavijo) (Imagen: Angel Pinto)
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