1569 Noviembre 6. En estas
fecha se lleva a efecto por parte de la secta católica en la colonia de
Canarias, mediante su criminal Tribunal de la “Santa Inquisición”, el quinto
auto de fe, bajo la dirección del fanático y sanguinario Funez, Inquisidor
enviado por la metrópoli con la misión de aumentar el terror que inspiraba el
sistema colonial. Dicho auto de fe es recogido por el historiador criollo
Agustín Millares Torres de la siguiente
manera: “No quedaron burladas las legitimas esperanzas del docto y celoso
Inquisidor. Apenas había transcurrido un año de su llegada a Las Palmas, cuando
ya había encontrado número suficiente de sentenciados, para celebrar un nuevo
auto, que esperaba fuese más brillante que los anteriores. Pero, no queriendo
obrar Fúnez con precipitación, anunció el espectáculo con la anticipación
debida, no solo en Canaria, sino en las seis Islas restantes, para que
acudiesen, todos los que deseaban fortalecer su fé, y alegrar su corazón, con
un triunfo tan notable y tan digno de inmortal renombre.
El día anterior, por la tarde, se
dió un pregón en las calles principales, mandando «que ninguna persona de
cualquier cualidad ó dignidad que fuese, no hiciese ningún alboroto ni
bullicio, ni conturbase la órden que estaba dada, ni quitase á persona alguna
de su lugar, sopena de excomunión mayor y de doscientos ducados; que ninguna
persona de cualquier cualidad ó dignidad que fuese, desde el sábado en la noche
antes del auto, hasta el domingo á las seis de la tarde, no anduviese á
caballo, ni á mula, en ninguna forma ni manera, ni en otra bestias sopena de
perder y tener perdida la tal bestia; y que desde el sábado á las seis de la
tarde hasta el domingo á las mismas seis de la tarde, ninguna persona de
cualquier cualidad ó dignidad que fuese, no trajese espada ni daga ni puñal ni
otro género de armas algunas, so pena de las tener perdidas." Era Obispo
de la Diócesis D.
Juan de Azólaras, celoso servidor del Santo oficio, quien, para prestarle la
autoridad de su nombre, asistió á votar todos los procesos, acompañó la
procesión desde el sitio de su salida, y predicó el sermón de la fé en la plaza
principal, lo que fué causa, dice Fúnez en su ya citada carta, de que se
hiciese el auto,”con tanta quietud y sosiego, que no pareció que había persona
en la plaza;” estuvo todo muy bien, pues fue bien ordenado, y tanto, que haber
asistido el Obispo. al votar, ha sido cosa de muy buen efecto.
Los reos de este auto eran veinte
y seis personas y tres estatuas llevaba el estandarte el Fiscal D. Juan de
Cervantes; y era alcaíde, por D. Simón de Va1dés, ausente, el noble caballero
Alonzo de Aguilar, guardián de la
Torre de las Isletas.
Las noticias que se conservan de
estos reos son las siguientes:
Benito de Berrera, morisco,
vecino de Lanzarote, procesado por seguir la secta de Mahoma, relajado en
estatua y Hernando y Juan Felipe, moriscos también, y vecinos de la misma.
Isla, entregados al brazo seglar y relajados en estatua.
Este Juan Felipe parece que era
un rico negociante de Lanzarote, el cual, temiendo ser algún día perseguido por
su dudosa fletó un buque con el pretexto de ir á Tenerife, y se embarcó con su
mujer, hijos, familia, y unas treinta personas más, aportando felizmente á
Bebería, donde se avecindó, y vivió tranquilo, sin volver jamás a las Canarias.
A estas tres estatuas,
acompañaban los siguientes penitenciarios:
Francisco de Vallejo y Felipe Rodríguez, vecinos de
Tenerife, por bígamos, Román, carpintero, natural de España, vecino de Canaria.
Soga al cuello, descalzo, y un ducado de multa, Andrés González, de la misma
naturaleza vecindad. En cuerpo, con coroza, soga al cuello, vela, y doce
ducados de pena. Benito Lobo, natural de Portugal, vecino del lugar de Santa
Cruz. En cuerpo, con bonete, descalzo, y cuatro años de galeras. y Baltazár
Pérez, natural de Lanzarote. En cuerpo, descalzo, con vela y veinte ducados de
multa.
Estos cuatro reos habían sido
condenados porque dijeron ante testigos, que faltar al
sexto mandamiento no era pecado.
Diego de Torre, portugués, vecino
de Tenerife. En cuerpo, con coroza y vela. Baltasar Pérez, vecino de la Palma en cuerpo, con soga y
vela. Gil Martín y Gonzalo Rodríguez, igual pena. Juan González, portugués,
vecino de Lanzarote. De éste consta que fue procesado, y se le castigó, porque
al responder a uno que le pedía limosna, dijo: ”Que venga Dios por ella.”
Lázaro Martín. No aparece su
vecindad ni su pena. Gaspar Hernández, vecino de la Breña en la Isla de la Palma. Este fue
condenado á salir descalzo con bonete y mordaza, y dos ducados de multa, por
haber dicho, que “no era pecado comer carne en ciertos día y que Dios no se
metía en eso”
Pedrianes. portugués, trabajador
, vecino de Canaria. En cuerpo, con bonete y soga al cuello, y dos anos de
galeras. Barlomé Sánchez, vecino y natural de Canaria. En cuerpo, con soga y
doce ducados de multa, porque dijo: “que los moros eran tan buenos como los
cristianos en su fé.”
Isabel Arias, doncella, hija de
Juan Arias y de Mari Ramírez, difuntos. Con mordaza y que abjure de levi, por
haber manifestado que: dicen bien los moros, que Nuestra Señora después del parto no había quedado
vírgen.
Símón Tomás, residente en
Canaria, natural de Medina del Campo, en cuerpo, descalzo, con mordaza, y
desterrado por diez años, porque dijo estando enfermo; voto a Dios, que sino
me curo me torno moro herético.
Luis de Aday, vecino de
Lanzarote. En cuerpo, con soga y vela. Juan Mateos, vecino de la Palma, y natural de Jerez de
la Frontera,
en cuerpo, descalzo, con soga al cuello y mordaza. Enrique Báez, vecino de la Palma y natural de Portugal, en cuerpo, con
bonete y doscientos ducados de multa, porque dijo: que habiendo un solo
Dios, no se debe adorar nada mas que las
imágenes de los Santos, que están en las Iglesias, no se les debe adorar; que
son de palo y piedra y hechura de los hombres.
Antonia Pérez, portuguesa, mujer
de Antonio Hernández. En cuerpo, porque dijo: ”que más valía estar mal
amancebada, que mal casada”
Catalina de Liria. En cuerpo,
descalza, con soga al cuello y doscientos azotes, por varias palabras
hereticales. Y Francisca, negra, esclava
de Juan Díaz. Con sambenito y reconciliada, porque dijo: que el Dios de los
Cristianos era de palo, y que ella no lo adoraba.
Hasta aquí la lista que ha
llegado hasta nosotros, y las palabras textuales de sus con denas, siendo de
advertir, que siempre r que el reo salía con soga al cuello, era seña de que su
pena era de azotes, cuyo numro no hemos visto bajar de ciento, aun cuando se
tratase de débiles mujeres, ignorando corno podían resistir sus cuerpos
semejante castigo, especialmente cuando se elevaba. la cifra á doscientos y
trescientos que era el término medio, que ordinaria. mente se imponía.
Ante tan saludable rigor, ni aun era permitido pensar voluntariamente sobre cualquier asunto
religioso, pues la proposición más insignificante podía ser tachada de heretical. La conciencia, sujeta con gruesas cadenas, y
amenazada con el dogal y en hoguera, marchaba rectamente por la senda que se le
trazaba. El libre examen no asomaba su odiosa cabeza, y la paz, la tranquilidad
y el bienestar reinaban por doquiera en el afortunado archipiélago.” (Agustín
Millares Torres; 1981)
1569 Septiembre 22.
Los pueblos imazighen del continente cansados de las continuas tropelías y
cabalgadas a la captura de esclavos cometidas contra su territorio por los
esclavistas europeo afincados en las Islas de Titoreygatra (Lanzarote) y
Erbania (Fuerteventura) deciden dar justa repuesta. La primera expedición
mazigia, que tiene evidente carácter de represalia, fue la del corsario
Calafat: con sus diez galeras descargó sobre la isla de Titoreygatra (Lanzarote) el 22 de septiembre de 1569, asoló la isla
durante un mes, y volvió con más de 200 esclavos hechos entre los habitantes de
los lugares. La importancia del ataque, el mayor que hasta entonces habían
sufrido los colonos europeos en las islas, unido al efecto de la sorpresa,
sacudió a los colonos y fue el origen de una penosa, pero lenta, toma de
conciencia. En el momento en que se tuvo noticia del desembarco de los
imazighen, los dos cabildos coloniales de Tamaránt (Gran Canaria) y Chinet (Tenerife) mandaron socorros, que
contribuyeron a precipitar la salida de Calafat. Sin embargo, las incursiones
volvieron a producirse en los años siguientes. El primer desastre había sido de
tal envergadura, que en adelante se acecharían con verdadera ansiedad las
noticias de la costa del continente: incluso parece que en determinadas
circunstancias el temor va más allá de la realidad, que ya de sí era bastante
temible.
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