viernes, 2 de octubre de 2015

INQUISICION ESPAÑOLA EN CANARIAS





1568 Abril 17. No contenta la metrópoli con los esquilmos que la secta católica extraía de la colonia de Canarias, y deseando someter aún más a los canarios, criollos y colonos establecidos  en la misma, decide potenciar el criminal Tribuna de la Inquisición, para ello eligieron como representante y máxima autoridad en la colonia al Licenciado Funez, un ser supuestamente humano, en el cual se reflejaba las más tradicionales y acrisoladas virtudes de los españoles, era este individuo, fanático, altivo, cruel, codicioso, desprovisto de escrúpulos, servil con los poderosos y tirano con los débiles. Según recoge Agustín Millares en bien documentada Historia de la Inquisición en Canarias: “A pesar de los brillantes resultados que Tribaldos, Jiménez y Padilla habían obtenido sucesivamente, en el desempeño de su difícil y laboriosa tarea, no estaba contento el Consejo Supremo de la Santa y general Inquisición.


El Tribunal, que como subalterno funcionaba en la colonia de  Canaria, no reunía á su juicio las condiciones de vitalidad necesarias, ni se hallaba organizado en la forma conveniente, para llenar la alta y civilizadora misión, cuyos humanitarios fines, se habían  dedicado exclusivamente el Santo Oficio.

Una punible condescendencia, respecto de ciertas clases sociales poca vigilancia en las visitas, negligente actividad en la sustanciación de los procesos escaso respeto á los representantes de una institución tan augusta, desgraciada elección en los reos con- condenados a perder sus bienes, tales eran las faltas más graves, que pesaban sobre los eclesiásticos que habían tenido la honra de ocupar aquel empleo, en los sesenta años que contaba de existencia.

A cortar de raíz tamaños males, se dirigió desde luego todo el poder y ciencia del Inquisidor general, D. Diego de Espinosa, auxiliado en tan meritoria empresa por sus graves compañeros, tan celosos como él de conservar intacta la pureza de nuestra Santa fé católica, y de aumentar su propagación y engrandecimiento.

Con este objeto decidieron, en primer lugar, erigir en Canaria un Tribunal jnde-pendiente, que solo tuviese que dar cuenta de sus actos al Consejo Supremo, dotándole de todo el personal necesario, para obrar con actividad y energía, y prescribiéndole se hiciera obedecer y respetar de las Autoridades constituidas en la Isla, que, como celosas de sus fueros, y de su jurisdicción, y con deseos de emanciparse de la superior vigilancia y tutela, que sobre ellas debía ejercer siempre la Inquisición, provocaban continuos y censurables conflictos.

Después de meditarlo bien, recayó la elección en el Licenciado D. Diego Ortiz de Funez, respetable eclesiástico, que había sido Fiscal del Tribunal de Toledo, y que había dado repetidas pruebas de su celo por la Religión, de un vigor saludable, y de una energía extraordinaria. Poseía, además, ciertas dotes de organización y mando, necesarias en un país, donde era preciso reformarlo todo, y crear hábitos y costumbres, cuya eficacia había acreditado la experiencia en otros Tribunales.

A pesar de la confianza que este nombramiento, inspiraba al Inquisidor general, se formuló una instrucción para recordarle el pormenor de sus obligaciones, en la que se le prescribía: que dos veces en cada ano hiciera leer las ordenanzas á sus oficiales y dependientes, para que no alegasen ignorancia; que los edictos y sentencias se dieran en su nombre, como Inquisidor de las Islas de Canaria; que llegado á Las Palmas, comunicase al Gobernador y á la Audiencia las Reales cédulas que llevaba, para que se le respetase y considerara, como por su oficio merecía; y que lo mismo hiciera con los Cabildos de la Iglesia y Ciudad, y Justicias ordinarias: que diese lectura con toda solemnidad al edicto de la fe, haciendo que prestasen el juramento de obediencia todas las Autoridades en la Catedral, con arreglo á la instrucción; que recorriese luego todas las parroquias, y publicase en ellas el mismo edicto, pero no el de gracia, que aquí se negaba: que se llevasen libros de autos, de sentencias, de nombramientos de emplea-dos, y de cartas, para que de todo haya razón; y finalmente, que hiciera constar de una manera auténtica, quienes eran los Comisionados, en las demás Islas, para que, habiendo culpa en alguno de ellos, puedan ser castigados.

Deseando Funez llegar con toda autoridad a las  Islas, obtuvo del Rey la gracia especial de que expidiese varias reales cédulas, anunciando su nombramiento, dirigidas al Obispo, Deán y Cabildo, Gobernador de Canaria., y Municipios de cada una de las siete Islas, de cuyas cédulas trasladaremos literalmente el contenido de la primera, para que se juzgue  la importancia del cargo, que venia a desempeñar aquel nuevo Inquisidor en el Archipiélago.

«Al Obispo de Canaria.-El Rey.-Reverendo in Cristo, padre, Obispo de Canaria, del nuestro Consejo, sabed; que el Licenciado D. Diego de Espinosa. Presidente del nuestro Consejo real que por autoridad apostólica ejerce el Oficio de Inquisidor general, contra la herética pravedad y apostasía en nuestros Reinos y Señoríos, entendiendo ser así conveniente al servicio de Dios y Nuestro, y ensalzamiento de nuestra Fé católica, ha proveído por inquisidor apostólico en esas Islas de Canaria, al venerable Licenciado Ortiz de Fúnez, el cual va a visitarlas, y a ejercer en ellas el Santo Oficio de In quisición, con los oficiales y ministros necesarios, y porque importa mucho que el Santo Oficio de la Inquisición y sus ministros sean favorecidos  os ruego y encargo deis al dicho Inquisidor, todo el favor é ayuda que os pidiere, para ejercer en esa vuestra Diócesis libremente el dicho Santo Oficio, y proveer que de todos sea honrado y acatado él y sus oficiales y ministros y se les haga todo buen tratamiento, porque ansí conviene al servicio de Dios y Nuestro: Fecha en Madrid a diez dias del mes de Octubre de 1567 años.-Yo el Rey. Por mandado de S. M.-Pedro del Hoyo. »

Pertrechado con estas armas, con la elasticidad de su jurisdicción, y con la protección preferente del monarca, Funez se resolvió á dejar la corte en la primavera de 1568, y honrar con su presencia las humildes rocas, antes afortunadas, llevando  con su persona la unidad de fé, la tranquilidad de conciencia, y la seguridad de perpetuar con más eficacia que el Océano, el cordón sanitario que, a favor de sus pesquisas y registros, iba a rodear las inteligencias para salvarlas de todo error.

Era entonces Fiscal del Santo Oficio en la colonia el canónigo D. Juan de Cervantes, hombre de ciencia y virtud, que después pasó a Méjico con el Maestrescuela D. Pedro de Moya y Contreras a fundar allí el Santo Tribunal, siendo ésta su mejor recomendación para que la posteridad no olvide jamás su nombre; y desempeñaba el cargo de notario de secretos, empleo importantísimo y de suma confianza, otro canónigo que lo era Juan de Vega, varón docto y de muchas letras; porque es de advertir, que los Inquisidores, con un tacto que prueba su habilidad en todo lo. que se refería el aumento de su respetabilidad é influencia, proclamaban que sus dependientes y oficiales fueran elegidos entre aquellas corporaciones, que pudieran disputarle ó controlar el ejercicio de su poder absoluto,

Ignoramos si por la buena opinión de los electos, ó por alguna otra razón oculta, se reservó el nuevo Inquisidor confirmar á su tiempo, revocar, o proveer de nuevo tales. cargos, de acuerdo con las instrucciones secretas que llevaba, solo sabemos, que no le acompañaban á Canaria sino sus criados y servidores, que componían, lo que entonces se llamaba la familia, apéndice indispensable a  todo eclesiástico de alto rango, que viajaba a desempeñar elevados cargos, y que constituía una guardia de honor, dispuesta, en casos arduos, a defender con las armas en la mano, las prerrogativas, órdenes ó caprichos de sus amos.

Raros eran los buques españoles, que cruzaban el archipiélago en el último tercio del siglo XVI. Pero los piratas argelinos, los corsarios flamencos, y los atrevidos armadores ingleses y franceses, recorrían en todas direcciones el Atlántico, acechando las ricas presas que venían de América, y saqueando, entretanto, cuando no tenían mejor ocupación, las pequeñas naves que traficaban de una á otra Isla, ó que se aventuraban hasta las costas del Mediterráneo ó del mar cantábrico.

Frecuente era ver familias enteras y autoridades respetables, prisioneros de esos audaces bandidos, arrastrar una vida miserable en las inhospitalarias costas de Berbería, ó ser canjeados por crecidos rescates, que arruinaban a sus deudos; sin que fuera caso extraño perder la cabeza, ahorcada de una entena, ó cortada por un hacha, especialmente si vestían aquellos el traje eclesiástico, odiado de moros y protestantes, a causa de los rigores de la Inquisición.

No es de extrañar, pues, que D. Diego Ortiz de Funez al atravesar los mares, estuviese poseído de un terror supersticioso, tanto más serio, cuanto más importante era el cargo de que venia investido. ¡Qué magnífica presa para los enemigos de la religión! ¡Con qué placer hubieran ensayado en su cuerpo, los tormentos con que pensaba descoyuntar y quemar á los herejes!

Pero, sin duda, destinado como estaba a más altas empresas, escapó ileso de aquellos peligros, y llegó á Canaria el 17 de Abril de 1568, sábado santo, desembarcando en el Puerto de las Isletas, desde cuya playa, (desierta entonces) se fue á la fortaleza ó torreón que allí se levanta, donde estuvo hospedado y obsequiado por el Alcaide D. Alonso de Aguilar, los tres días de Pascua de Resurrección, sin acceder á los ruegos de las muchas personas, que desde Las Palmas fueron á ofrecerle sus casas y servicios.

En su deseo de mostrar independencia en el ejercicio de su poderoso ministerio, manifestó empeño desde luego, en vivir en casa separada, y con las comodidades necesarias para establecer las oficinas y prisiones del Santo oficio; pero, no era empresa fácil hallar una casa con tales condiciones,. en una población de tan escaso vecindario, como lo era en aquel tiempo la capital del archipiélago; así fue que, conocida esta imposibilidad" tuvo al fin que aceptar el ofrecimiento que le hizo el Cabildo eclesiástico, la Audiencia y el Gobernador, de que ocupara el Palacio episcopal, vacío entonces por ausencia del Sr. Obispo, y que reunía todas las circunstancias de capacidad y aislamiento apetecibles para la instalación del Tribunal y sus cárceles.

Por último, el miércoles 21 de Abril al mediodía; salió de la fortaleza el nuevo In-quisidor acompañado de una vistosa cabalgata,  compuesta de Dignidades, Canónigos y Racioneros, Oidores, Gobernador de la Isla, Regidores y personas principales, y un in-menso gentío que á pié le seguía, y cruzando los arenales que separan el Puerto de la
Ciudad, entró en Las Palmas, como triunfador romano, y vino a hospedarse al dicho
Palacio, que con anticipación se le había preparado.

No se crea que aquel día, como destinado á tan espléndida recepción, fuera perdido para Fúnez; hombre de actividad incansable, y ambicioso de cumplir con su religiosa misión, sin dormirse sobre sus laureles, llamó aquella misma tarde al Licenciado Cervantes, y al notario Juan de Vega, y les hizo exhibir sus títulos, que ratificó en el acto, examinando luego á su presencia los libros que le presentó el notario firmados por su antecesor Padilla, respecto de los cuales se reservó proveer lo conveniente, á fin de uniformar la práctica seguida por dicho Tribunal.

El viérnes 23, los mismos Cervantes Vega, como fiscal y secretario del Santo Oficio, notificaron en sesión pública y solemne al Ayuntamiento y Gobernador de la Isla el contenido de la Real Provisión, que confería á Fúnez el cargo de Inquisidor apostólico, notificación que se repitió el 26, respecto de la Audiencia, y el 30 al Cabildo eclesiástico, contestando todos, que la obedecían y cumplirían, según que por su S. M. le les mandaba

El primero de Mayo se anunció por las calles y plazas la lectura del edicto de auto de fé,
que habia de tener lugar al siguiente día en la Catedral.

Véase como describe ambas ceremonias el secretario Juan de Vega, en la relación manuscrita que se conserva de estos actos: “Y en primero de Mayo del dicho año día de San Felipe y Santiago por la tarde fué pregonado por toda la Cibdad, con voz de pregonero y a tambores, y mucha gente de á caballo, oficiales y familiares del Santo Oficio y gente de á pié, que los iban acompañando, que mandaba el Sr. Inquisidor, sopena de excomunión y otras penas pecuniarias, que todos los fieles cristianos otro día Domingo luego siguiente, que era dos del dicho mes de Mayo, fuesen á misa mayor a la Iglesia Catedral, para oír el sermón de la Fé y los edictos del Santo Oficio, que se ha-bian de publicar, y juramento que se había de tomar á todos los fieles cristianos, de obedecer y favorecer al Santo Oficio y otros autos.»

“Y otro día siguiente, dos de Mayo, domingo por la mañana, vinieron casa del Sr. Inquisidor todo el Cabildo de la dicha Iglesia Catedral, Dignidades, Canónigos y Ra-cioneros, y otras personas de la dicha Iglesia, y el Gobernador y ministros de la Justicia, y Regidores desta Isla, y otros caballeros y personas principales desta Cibdad de Canaria, y mucha gente del pueblo, á llevar á el dicho Sr. Inquisidor á la dicha Catedral, y lo llevaron, yendo el Cabildo y personas del eclesiástico á la mano derecha, todos puestos por órden y antigüedades, y a la mano izquierda el Gobernador y Regidores y personas é vecinos de la Cibdad, todos puestos por su orden y antigüedades yendo todos muy concertados; y así fueron con el dicho Inquisidor hasta la Capilla mayor de la dicha Santa Iglesia, donde se dice la misa mayor, y allí estaba el Regente y Jueces de apelación; y el Regente y Oidores se levantaron, cuando llegaron, y hizo venia á dicho Sr. Inquisidor, el que se setó en el banco inmediato a las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio, é inmediato a  el Regente y Jueces de apelación, é inmediato a ellos se sentó el notario Fiscal y alguacil mayor del Santo Oficio, y al lado de la Epístola se sentaron por su orden, el Gobernador, Regidores y Caballeros principales; y así dijo el. sermón el Arcediano de Canaria; y al tiempo del ofertorio se leyó el edicto por un Sr. Racionero, y acabado el sermón, se leyó un mandamiento del dicho Sr. Inquisidor en alta voz, en que se mandaba á todas las justicias y personas de la Cibdad, de cualquier calidad que fuesen, hiciesen un juramento, que allí se hizo "por el dicho notario, poniéndoles penas y censuras á las personas que no hiciesen dicho juramento; y acabado de leer el dicho mandamiento, se sacó sobre las gradas del altar mayor el estandarte del Santo Oficio, y en otra mano una Cruz, el que tenia el Licenciado Cervantes, Fiscal, y un sacerdote un libro misal abierto, y entonces, yo el Notario Juan de Vega, tomé un libro donde está escrito en forma dicho juramento, y me puse delante del altar mayor, y estando todos en pié, el Regente y Jueces de apelación; y el Gobernador y Regidores y Caballeros, y personas que allí estaban en dicha capilla mayor, fueles tomado juramento en alta voz, con las palabras del dicho juramento, que estaban escrito en dicho libro del Santo Oficio; donde consta la forma de hacerlo, las Justicias y Regidores y demás personas de la Cibdad, y acabado de leer, el dicho Regente y las demás personas juraron, y el dicho Fiscal Licenciado Cervantes, me pidió que lo hiciese constar por testimonio, y así lo hice, leyéndolo en alta voz en el púlpito, donde se volvió á leer el edicto, jurando entonces todo el pueblo, que se hallaba dentro de dicha Iglesia Catedral.»

Instalado ya el Tribunal con todos los requisitos exigidos en las instrucciones del Consejo Supremo, se dedicó Funez con incansable ardor á activar las causas pendientes, y á inquirir nuevos reos, haciendo sentir el peso de su autoridad de una á otra extremidad del Archipiélago.

Entre las órdenes que traía, era una la de elegir veinte familiares, y no más en la Ciudad de Las Palmas, y los que fueren necesarios en las demás Islas, ciudades, villas, lugares y puertos de mar del distrito, todos los cuales, dice la Real Provisión expedida en Madrid á 10 de octubre de 1567, “sean  personas quietas y pacificas, y en quien concurran las calidades que se requieren.”

A la organización de esta milicia, reclutada entre la vieja nobleza criolla del país, y que había de ser el más firme apoyo de su autoridad, dedicó también sus primeras vigilias, obteniendo al poco tiempo un vistoso y respetable escuadrón, baluarte de la fé, y fortaleza inexpugnable de su jurisdicción privilegiarla.

Conseguido este primer triunfo, se dedicó en seguida ú preparar un auto de fé, que eclipsara el recuerdo de los anteriores, y que contribuyera poderosamente á poner de manifiesto su celo, capacidad y energía, para mayor gloria de Dios, y enaltecimiento de nuestra santa religión.” (Agustín Millares Torres; 1981)


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