martes, 24 de junio de 2014

ANTONIO VICTOR ALBERTO ALONSO





1962 septiembre 1.
A las seis de la tarde, falleció  Antonio Víctor Alberto Alonso “Cho Morrocoyo”, (1878-1962), emigrante, agricultor y poeta popular, el más célebre del municipio de Candelaria que da nombre al centro cultural de Barranco Hondo1

En 2012 se inauguró el nuevo Centro Cultural de Barranco Hondo y en el transcurso de dicho acto se rindió homenaje al entrañable personaje que le daba nombre, el inolvidable poeta popular don Antonio Víctor Alberto Alonso, conocido por sus paisanos como “Cho Morrocoyo”, a quien hace muchos años el Ayuntamiento de Candelaria concedió dicho honor. Hombre de origen humilde, como muchos canarios de su época emigró a Cuba, donde a fuerza de trabajo logró ahorrar algún dinero. Tras regresar a Barranco Hondo dedicó el resto de su vida a la agricultura, así como a improvisar poemas sobre todos los acontecimientos que ocurrían en su pueblo natal y otros temas de mayor trascendencia insular o regional, que le permitieron ser el personaje más popular de la localidad y ganarse el cariño de todos sus paisanos.

Nuestro biografiado nació en Barranco Hondo el 28 de julio de 1878, siendo hijo de don Agustín Alberto Mena y doña María Alonso Ramos, vecinos del Camino de Pasacola. El 4 de agosto inmediato fue bautizado en la iglesia de Santa Ana de Candelaria por el beneficiado don Antonio de la Barreda y Payba; se le puso por nombre “Antonio Víctor” y actuó como madrina doña Gregoria de Armas, natural y vecina del mismo pago, y como testigos don Antonio Fariña y don Juan Rodríguez.

En plena adolescencia abandonó el hogar paterno y emigró a Cuba, como uno de tantos canarios que en aquella época fueron a la Perla del Caribe con el deseo de mejorar su fortuna, así como la vida de sus padres. A dicho país volvió en varias ocasiones y trabajando duro logró ahorrar algún dinero. Allí conoció a la poetisa Lorenza Remedios y al gran poeta gomero José Hernández Negrín, con quienes compartió tertulias, comenzando su afición por la poesía, que luego continuó en Tenerife hasta el final de sus días.

Parece que fue en Cuba donde nuestro biografiado sufrió una operación en la barbilla que le dejó para siempre una marca junto a la boca, la cual le dio el apodo por el que todos le recordamos: “Cho Morrocoyo”. Con este nombre se conoce a una tortuga americana, común en la isla de Cuba, con el carapacho muy convexo, rugoso, de color oscuro y con cuadros pintados con tonos amarillos.

El joven Antonio Víctor sin duda pasó momentos de apuro en sus largas travesías en barco entre Tenerife y el continente americano. Por ello, bien sabía él lo que decía cuando describió años más tarde el naufragio del Valbanera:

Triste llora el capitán mayordomo y cocinero Trescientos tres pasajeros que sepultados están.
Llora el cura y sacristán,

llora la tripulación entera, llora la madre que espera cartas de su hijo amado
y lo tiene sepultado
en el vapor Valbanera.

Pero en Cuba y en Tenerife, el amor por su tierra canaria era algo palpable que le salía en palabras, en versos creados por su habilidad poética:

Hay en medio de los mares siete hermosas islas bellas
y habitan dentro de ellas los más humildes mortales.
Tenerife es la primera, tierra de guanches profunda, y Las Palmas la segunda,

con La Palma que es tercera. El Hierro con La Gomera, Lanzarote y Fuerteventura.

Son siete, que de una a una recuerdo los bellos nombres, para que veas que este hombre se acuerda de su hermosura.

En plena juventud se enamoró de una paisana, a la que durante el noviazgo le recitó la
siguiente cuarteta, en la que como buen isleño también manifestaba su atracción por el mar:

Yo fui nacido en el mar y una concha fue mi cuna. Si no me caso con Concha, No me caso con ninguna.

Y así lo hizo, pues el 18 de junio de 1904, a los 25 años de edad, contrajo matrimonio en la iglesia de Santa Ana de Candelaria con doña María Concepción Delgado Romero, de 23 años e hija de don Eleuterio Delgado y doña Joaquina Romero; los casó y veló el cura ecónomo don José Trujillo, actuando como testigos don Ángel González, don Tomás Rodríguez y don Juan Corona.

Con su esposa, nuestro biografiado compartió su amor y su vida, pero no tuvieron sucesión, pues aunque ella llegó a quedar embarazada perdió el hijo que esperaba. Por ello siempre vivieron con la pena de no haber tenido el sucesor que anhelaban, como se desprende del siguiente poema:

Si yo un hijito tuviera, en esta razón me fundo, mientras que viva en el mundo mi pena tanta no fuera.
Lo mismo mi compañera
se tiene que lamentar;
no podemos trabajar.
Que desgraciados nos vemos, que en el mundo no tenemos
a nadie por quien llamar.

Cho Morrocoyo, acompañando a miembros de la Agrupación musical “Columbia” de
Barranco Hondo. A la izquierda, sentado en el suelo; a la derecha, entre dos amigos.


En su tierra natal, Cho Morrocoyo se dedicó siempre a la agricultura, pero ocupando todo su tiempo libre en la poesía. Como poeta popular fue muy conocido en su época, tanto en esta isla como en el resto del Archipiélago e, incluso, su fama llegó a Venezuela, dada su impresionante capacidad para improvisar y recitar. Fue autor de una enorme cantidad de poemas, pero por desgracia muchos de ellos están hoy desaparecidos. No utilizaba cuadernos, sino unos pedacitos de papel transparente en los que escribía sus poesías, que luego guardaba muy bien colocados en un armario ropero, tal como recordaba en un artículo Begoña Pestano Díaz, quien vivió en la casa del poeta, tras la muerte de éste. Deseamos que algún día pueda reunirse en una antología todo lo que aún se conserve de su producción poética, para recuerdo y disfrute de sus paisanos.

Todos los temas locales, insulares o nacionales eran versados, con gran facilidad, por don Antonio Víctor, aunque la mayoría estaban centrados en cualquier evento que pasase en Barranco Hondo: en sucesos (muertes, accidentes, epidemias, robos, plagas de langosta, etc.), encuentros amorosos de algunos vecinos, desafíos con otros poetas y acontecimientos religiosos (como la inauguración de la iglesia). También dedicó sus poemas a algunos personajes, como el alcalde Juan Castellano, el Obispo Pérez Cáceres en su muerte o su paisano Fermín Vera, en la visita de unos ingenieros a una galería local.

De este modo, gracias a su habilidad improvisadora, nuestro entrañable y recordado poeta dejó huella de su paso por la tierra, tal como era el deseo que manifestaba en la siguiente cuarteta:

Antes de llevarme al hoyo o a la tumba a descansar, quiero en mi pueblo dejar recuerdos de Morrocoyo.

Y ¡bien que lo consiguió! Se llegó a sentir muy orgulloso de su calidad poética y de la fama  de  la  que  ya  gozaba en  las  islas. En  este  sentido se  recuerda que, cuando desde Venezuela Servando y Belengario le enviaron un reto en forma de poema, él se lo devolvió con la siguiente composición, enviada a través de su sobrino Pedro:

Perico, dile a Belengario, el que está imitando al loro, poetas del Llano del Moro
yo no he visto en ningún diario. Dile si cobró salario
cuando él empezó a versar;
le puedes acreditar
y le dices que es muy cierto
que poetas como tu tío Alberto, en las Canarias ni hablar.

En toda la isla entera se corre la fama mía,
en Fuerteventura y Guía,
en Hierro, Palma y Gomera. Como lo hago de primera,
yo canto como un sinsonte; en Realejo y Tacoronte todos me están celebrando y usted conmigo Servando
cargue pinocha en el monte.

Estado en el que quedó el vehículo que transportaba a la Orquesta “Columbia”,
tras el accidente que mereció un poema de “Cho Morrocoyo”.


En el verano de 1955 escribió unas décimas, con motivo del accidente que sufrió la Orquesta “Columbia” en una curva cerrada de Santiago del Teide, cuando regresaba por el Norte después de actuar en un baile celebrado en Aripe (en Guía de Isora); el coche se salió de la carretera y se despeñó por un desnivel de 21 metros, dando vueltas ladera abajo, por lo que a punto estuvieron los músicos de perder la vida, lo que fue descrito en detalle por nuestro poeta:

Salió la “Orquesta Columbia”
a San Pedro a celebrar y al tiempo de regresar casi consiguen la tumba. Cuando se acabó la rumba cogieron la carretera, sin acordarse siquiera de tener una avería. Cuando menos lo creían rodaron una ladera.

Santiaguillo en la ocasión se quedó todo turbado, viendo el coche destrozado y rota la dirección. Llamaban con devoción al Redentor Soberano; todos heridos estamos y gracias podemos dar que pudimos escapar;
San Pedro puso su mano.

Lloraba ya herido Andrés, Isidro, Anselmo, su hermano, llamando por el Soberano
Juanito y Paco también, Tinito y Chago después, diciendo heridos estamos, una ladera rodamos, no estábamos en la lista; también se hirió el vocalista; San Pedro puso su mano.

Gracias a Dios que escapamos del último hasta el primero,
y aunque sea sin dinero
a ver a San Pedro vamos. De todos nos acordamos
por su buen comportamiento;
ni ahora, ni un momento los podemos olvidar; cuando podamos tocar volveremos muy contentos.

En  1958,  con  motivo  de  la  grave  plaga  de  langostas  que  sufrió  esta  isla,  Cho
Morrocoyo compuso un extenso poema que comenzaba:

Señores voy a contar la historia del cigarrón, que por segunda ocasión nos ha venido a visitar. Yo no puedo recordar lector esa vez primera, pero me han dicho que era un berberisco más honrado, que al tocar en los cacharros se fue como buque en vela.

A África abandonaron esos pobres cigarrones, como cuadrillas de aviones por el mundo se lanzaron, y luego a nadar se arrojaron combatiendo al mar azul.
Por nuestros puertos del Sur han sido desembarcados;
y más tarde visitaron al Norte y a Santa Cruz.

A lo largo de dicho poema, el autor va recorriendo todos los pueblos del Sur de la isla, describiendo su enfrentamiento con los cigarrones, hasta llegar a esta comarca, que recoge en las siguientes décimas:

En Güímar, los güimareros, al bajar por La Ladera,
con gasolina y hogueras a recibirlos salieron;
y varios combates tuvieron, los sentenciaron a muerte
y ellos, milagrosamente, para salvarse luchaban
y sus campañas ganaban combates inteligentes.
Y cuando Arafo visitaron y dieron los buenos días,
que todo el pueblo salía en verlos aterrorizados. Ellos allí no aterrizaron, continuaron su visita,

caminaron deprisita para tarde no llegar;
y luego fueron a cenar
a Araya y Las Cuevecitas.
Y a Candelaria se fueron para embarcarse señores, dicen que los pescadores
la playa no le cedieron. Entonces se decidieron
con rumbo hacia el noroeste, pero al cruzar por Igueste una descarga le hicieron,
y su vida en peligro vieron al ver cercana su muerte.
Ellos su viaje siguieron colocando el arma al hombro,
cruzaron por Barranco Hondo, pero allí escala no hicieron;
y visitaron placenteros
a las costas del Chorrillo; y en un vuelo muy sencillo regresaron al Rosario,
(a visitar el Sagrario
que había en aquel lugar)
y se fueron a posar
a lo alto del campanario.
Y hasta el cura del Tablero de sentimiento lloró,
y muy deprisa ordenó
que tocaran el campanero. El pueblo con desespero
le acechaba el dormitorio, y con hogueras de petróleo de noche le daban fuego; muchos millares murieron, según nos cuenta Gregorio.
Por El Cascajal subieron, llevando vacía la panza. Llegaron a La Esperanza
y allí de cenar pidieron, y como nada le dieron
a Llano del Moro bajaron y en el Sobradillo gritó una viejita a su nietito:
¡ay, fuerte plaga hermanito, esto es castigo de Dios!

La bendición de la iglesia de Barranco Hondo, tras su restauración y ampliación, motivó otro poema a “Cho Morrocoyo”.


El 22 de octubre de 1961 se procedió a la inauguración de las obras de restauración de la iglesia de San José y de ampliación de las dependencias parroquiales de este pueblo, que incluían una torre rematada por una veleta en forma de gallo, en la que aún quedaba pendiente el reloj, que iban a donar los barranco-honderos residentes en Venezuela. Con motivo de ese recordado acontecimiento, Cho Morrocoyo compuso las siguientes décimas:

Hoy con el poder de Dios les diré como poeta,
nuestra iglesia estará completa cuando se ponga el reloj. Podremos decir a voz
que estaremos de primera y así la gente de fuera
ya no podrá poner fallos,
porque en la torre hay un gallo que canta a la isla entera.

A todo nuestro lugar con unidad damos gracias, porque el templo es nuestra casa que han podido reformar.

El párroco, el padre Juan, el señor gobernador,
su esposa, la comisión, con los niños y maestros,
asistieron muy contentos a esta inauguración.

A Cho Morrocoyo se le atribuye también la letra, exclusiva de Barranco Hondo, con la que se canta el villancico popular “Lo Divino” en la noche de Pascuas, que durante su vida el mismo autor cantaba como solista y que comienza con las siguientes cuartetas:

Vamos a contar la historia de la Sagrada Familia,
cuando por el mundo andaban
San José y Santa María.
San José pide posada “pa”  una esposa que traía, que era tierna y delicada
y al sereno no dormía.
Responde la mesonera desde dentro la cocina:
váyase “pa”  allá el muy viejo que a usted no le conocía.
Vienes a robar de noche lo que me ves con el día.
La Virgen vira la espalda, lágrimas que las bebía.
San José la consolaba, con palabras le decía:

vamos a Belén, esposa, vamos a Belén, María.
Que cuando yo era pastor una cueva allí tenía,
como cueva de animales ella limpia no estaría.
San José barre la cueva con contento y alegría.
Más tarde hace la cama con pajitas que allí había.
San José pone la mesa con manjares que allí había. Vamos a comer esposa, vamos a comer María.
Come tú mi San José que yo hambre no tenía.
Y entre las once y las doce el Niño de Dios nacía.

Pero todo se acaba, toda vida se agota, todo vuelve a la nada. Por eso la vida de Cho Morrocoyo llegó un día a su final. El poeta estaba gravemente enfermo y sabía que iba a morir; veía que se le escapaba la vida; era el fin. Así se lo decía él a su buen amigo Fermín tres días antes de su muerte, cuando se iba para el hospital:

Aquí vengo Ferminillo a darte la despedida,
que para siempre en la vida me marcho del Tagorillo. Con mi carácter sencillo
y a presencia de los dos, como la cuerda del reloj mi vida se está acabando, yo por eso te estoy dando, amigo, el último adiós.

Y me marcho al hospital, sin intención de volver;
bien me lo puedes creer que yo me siento muy mal. Llegó el momento fatal
y no tengo solución, amigo del corazón
que hoy observas mis lamentos, verás con que sufrimiento
voy dejando el Cobujón.

Y así fue. Don Antonio Víctor Alberto Alonso falleció el 1 de septiembre de 1962, a las seis de la tarde, tras recibir los últimos Sacramentos y cuando contaba 84 años de edad. Al día siguiente se oficiaron las honras fúnebres en la iglesia de San José de Barranco Hondo por el cura párroco fray Porfirio Pérez y a continuación recibió sepultura en el cementerio de esta localidad,  de  lo  que  fueron  testigos  don  Antonio  Díaz  Delgado  y don  Aurelio  Pestano González. Le sobrevivió su esposa, doña Concepción Delgado Romero, con quien como ya hemos dicho no había tenido sucesión.

Pero con su muerte no desapareció su recuerdo. Una reseña biográfico-poética fue publicada en 1980 en el periódico escolar “Magec”, editado por la “Agrupación Escolar Mixta de Barranco Hondo”, siendo reproducida luego en Diario de Avisos. Y otra vio la luz en 1997 en el periódico “El Picacho” de este mismo pueblo, escrito por Begoña Pestano.

Como homenaje póstumo a uno de los hijos más conocidos de Barranco Hondo, se le puso el nombre de Cho Morrocoyo a la Asociación Cultural creada en este pueblo. Desaparecida ésta, el Ayuntamiento construyó un Centro Cultural de carácter municipal, al que por acuerdo de la Corporación se le dio el mismo nombre, y en su inauguración la ya mencionada Begoña Pestano recitó un emotivo poema dedicado a este entrañable poeta.

El 20 de octubre de 2012, al reinaugurarse el Centro Cultural de Barranco Hondo, tras su completa remodelación, Begoña Pestano volvió a dedicar un poema a don Antonio Víctor Alberto Alonso, Cho Morrocoyo, al  que se sentía tan vinculada. Asimismo, el  Cronista Oficial de Candelaria dedicó su intervención a este entrañable personaje que daba nombre a dicho centro, como sencillo homenaje de recuerdo al poeta popular más célebre nacido en el municipio de Candelaria. (Octavio Rodríguez Delgado, 2014) (Cronista Oficial de Candelaria) [blog.octaviordelgado.es]

Notas:
1  Sobre este personaje pueden consultarse también los siguientes artículos de Begoña PESTANO DÍAZ: “Cho Morrocoyo” I y II. El Picacho, nº 1 (diciembre de 1997), págs. 18-21; nº 2 (mayo de 1998), págs. 21-23.






















































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