viernes, 27 de junio de 2014

POR IR DE PRISA…





(Cuentos tinerfeños)

JOSÉ GALÁN HERNÁNDEZ

Edición, transcripción y reseña biográfica: Octavio Rodríguez Delgado
blog.octaviordelgado.es
(1928)

Para GACETA DE TENERIFE

La guagua, atestada de pasajeros, atravesaba cansina y rugiente, como un monstruo achacoso, la carretera del Sur.

Parecía que no iban a terminarse las absurdas vueltas y revueltas del trayecto Fasnia-Güimar.

Los   viajeros,   unos   desesperados   y   otros   provistos   de   estoica resignación, observaban las continuas paradas del vehículo al dejar y recoger campesinos, los que con su conocida cachaza ponían los nervios en tensión, al discutir el precio del pasaje con los empleados, tratar de introducir en el coche sacos de patatas, cestos de huevos, garrafones de vino, y entablar conversaciones inútiles, con una pérdida de tiempo precioso y un atentado contra nuestra paciencia.

Al salir de Fasnia encontramos a una mujer que, a un lado de la carretera, parecía esperar a la guagua. Pero como no era parada reglamentaria ni hizo seña alguna, seguimos; mas, así que pasamos de su altura, empezó a hacer aspavientos y a dar gritos de que parásemos.

Un frenazo que casi nos saca de narices, protestas, maldiciones, del chófer y la mujer que se acerca.

–¿Esta guagua es la que sale de Arico a la una?
–Sí, a la una... –contestó de mal talante el cobrador–. ¡Pero, suba de una vez!...

–¿Y pa que voy a subir? Era pa preguntarles si ha llovío en Arico, pues una hermana mía tiene un cantero de tomates y...

No sabemos lo que continuó diciendo la mujer; pues la guagua arrancó tan violentamente corno había parado, entre una frase insultante, justificadísima, del chófer; las protestas de casi todo el pasaje y las carcajadas de alguno de buen humor.

La buena mujer ¿había obrado inocentemente, de buena fe, o nos había tomado el pelo?
Llegamos al Escobonal; allí esperaba a la guagua un solo pasajero. Era un viejo típicamente tinerfeño; uno de nuestros viejos campesinos, de recia musculatura, colorado como una moza, de patillas blancas a lo Francisco José, y jovial y dicharachero como él solo.

Estaba provisto de sus inseparables palo y manta y a su lado, un costal de patatas, una cesta con huevos y un fardo con ropas.

–¿Va hoy a Santa Cruz, Cho Juan? –le interrogó el conductor.

–Sí, señor... Voy a jacerle una vesita a don Antonio el abogao, que ansina se los coma el perrete a toos, pos en cuanto hay un quita pa allá esas pajas, por mor de un fisco de tierra, entre dos vecinos, ya están ellos sacando leyes y armando trapisondas pa quedarse con lo de uno y otro... A mí, nada más que por cortar los gajos de una jiguera que colgaban encimba de un cantero de Antonio el Rosquete, me han sacao más de cien pesos; y eso sin contar los regalos...

–Tiene  usted  razón.  Cho  Juan...  Pero  monte  en  seguida  que  nos vamos...

–¡Recontra!... Asperen un momento que va a dir conmigo mi cuñao
Pedro, que ya está al caer!...

–Pues que caiga cuando quiera... –intervino, medio burlón, el inspector de la guagua–. Pero nosotros no podemos aguardar más... Vamos con diez minutos de retraso...

–¡Aimería, don Jacinto!... ¡Siempre está usté con el reló en la mano!...

¡Siempre tiene priesa!...

–Bueno,   Cho   Juan,   ¿se   monta   o   se   queda?   –dijo   el   chófer, desenfrenando y dando marcha al coche.

–Pos me voy... ¡Qué demonio! ¡Mi cuñao dirá a la tarde!... Y el viejo se metió en la guagua refunfuñando.

El coche partió y Cho Juan, mientras cargaba la cachimba, empezó a charlar con nosotros, haciendo los siguientes comentarios:

–La verdá que hoy el mundo va de priesa... ansina se acaba la vida más pronto... Antes, con los carros y los coches de caballos, se llegaba más tarde...

¡pero no se quedaba naide en el camino!... ¡Y se pasaba más contento!... Me acuerdo que salíamos a la madrugada del Escobonal, y parábamos en toas las ventas  y  naiden  nos  daba  priesa...  Y  cuando  llegábamos  a  Santa  Cruz, díbamos toos con una jumasera... ¡Muchas veces llevábamos una guitarra y el que no cantaba un cantar emprovisao en el intre, tenía que pagar la mañana a toos los que díbamos en el carro!... ¡Güenos ratos se pasaban!... ¡Pero hoy, ni paran pa beber sino en Barranco Jondo, que le maman a unos los ojos, ni dejan cantar!... ¡Pos ni siquiera escupir en el suelo!... ¡Como que el que fume por cachimba y tenga que escupir mucho como yo, o se le retuerce el cogote de tanto golverse pa la carretera, o llega a Santa Cruz con la barrija jarta de saliva... ¡Fuertes machangadas!...

La charla del viejo, sus ocurrencias y comentarios, hicieron bien pronto que reinara una franca alegría en la guagua.  Ya nadie se acordaba de las molestias del viaje, y los nervios, perdiendo su tensión, se normalizaban.

Cho Juan continuó:

–Hoy, los artomóviles han cambiao las cosas... Corriendo como demonios y dando hurridos y tocando las pitas, escachan al primero que se escuida o se estrallan en un barranco con tos los que van drento... ¡La priesa, la priesa ha estropiao al mundo!...

¡Miá que siempre no se llega antes por correr mucho!...
Llegamos a la entrada de Güimar. Al pasar por un callejón que desemboca en la carretera, un camión cargado de tomates, que bajaba, se precipitó inevitablemente sobre
la parte delantera de la guagua.
Al encontronazo salimos todos despedidos de los asientos dándonos las correspondientes morradas.

Cho Juan fué lanzado como un ariete contra un vendedor ambulante árabe, estampándole la cachimba en las narices.

El ambulante empezó a decir no sabemos qué, en su endiablada lengua, mientras con el pañuelo se restañaba la sangre, que abundantemente brotaba de su aporreado apéndice nasal.

–¡Que estará diciendo ese animal! –gritó indignado Cho Juan–. Cuando menos me está nombrando a mi familia... ¡Pos que se jeringue, que yo no he tenío la culpa... ¡Yo también casi me ajogo con el caño de la cachimba, que se metió por el gaznate abajo!...
Mientras, en  la  carretera  discutían  a  gritos los dos chóferes de  los vehículos chocantes.

Mutuamente se echaban la culpa de lo sucedido... Que si yo iba por la derecha; que si tu no tocaste la bocina…

Total, que las averías habían sido de poca importancia (salvo el parecer de las narices del árabe), un apabullamiento de guardafangos, rotura de un faro del camión y el reventón de la cámara de una rueda delantera do la guagua.

La consecuencia más desagradable para los viajeros era tener que esperar al cambio de neumático.

Y mientras todos observábamos el trabajo de los empleados de la Exclusiva, que habían extraído la rueda averiada, se alzó profética, recriminante, la voz de Cho Juan:
–¡Pa que vean que es verdá lo que yo digo!... Cho Juan es medio brujo y medio sabio, según dicen en mi pueblo... ¡La priesa, la priesa!... Si hubieran esperao por mi cuñao Pedro, cuando la guagua cruzara por el callejón, ya el camión hubiá pasao!...

J. GALÁN HERNÁNDEZ
Fasnia (Tenerife), Noviembre de 1928.

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