domingo, 29 de junio de 2014

ANTONIO DE VIANA



 

1578.

Nace en La Laguna, Tenerife, Antonio de Viana

Médico y poeta.

    Antonio Hernández de Viana nace en La Laguna en el año 1578. Siguiendo la costumbre de la época, invirtió el orden de sus apellidos, pasando a la posteridad literaria como Antonio de Viana. Su padre, Francisco Hernández, era sastre y almotacén mientras que su madre, María de Viana, era de ascendencia portuguesa. Su condición de mestizo, como la de la gran mayoría de los canarios de entonces, le sirvió como argumento para emparentarse con el ficticio Juan de Viana, personaje conquistador inventado al que presenta como pariente suyo y al que nombra en la relación de conquistadores en su Canto XI.
    Estudiosos como María Rosa Alonso y Alejandro Cioranescu han escrutado y aportado importantes datos biográficos sobre el poeta. Sabemos que estudió en Sevilla durante su primer periodo de formación (1595-1598) y que después se trasladó a su tierra natal para contraer matrimonio y para solucionar diversos trámites referentes a una herencia. En Tenerife permanecerá hasta 1599, cuando, nuevamente, parte hacia la ciudad hispalense donde, en 1605, termina sus estudios de medicina, titulándose como “licenciado, médico cirujano”, retornando de nuevo a La Laguna ese mismo año.
    A raíz de una epidemia que azotó la isla entre los años 1601 y 1602, el Cabildo tinerfeño propone a Viana como “médico de la Isla”, aunque éste nunca vio normalizada su situación debido a una serie de escollos administrativos y económicos, por lo que decide regresar a Sevilla en 1611, donde permance alrededor de diez años. A lo largo de este periodo continua formándose en su profesión, doctorándose y acumulando experiencia como cirujano mayor en el Hospital del Cardenal y de la Real Armada.
    En 1631 el Cabildo de Tenerife vuelve a negociar los servicios de Viana y éste decide dejar atrás la estabilidad de la capital hispalense y acepta la oferta. Poco después de su llegada, ve rotas sus expectativas, ya que la morosidad burocrática y el asesinato en La Laguna de dos de sus hijos (1632) terminan por hacerle tomar la decisión de abandonar para siempre su isla natal y marchar a Gran Canaria, lo cual hizo en 1633, aunque en la isla vecina tampoco le supieron retener. Un año después se marcha definitivamente de Canarias y se instala en Sevilla donde, desgraciadamente, se pierde su huella biográfica. Se cree que pudo morir en el año 1650, fecha en la que se tiene constancia de la última certificación médica firmada por el médico-poeta.
    Durante su segunda estancia en Sevilla, Viana conoce a Lope de Vega y éste le dedica un soneto a modo de alabanza que Viana incluye al inicio de su obra. Además, el Poema de Viana servirá a Lope de inspiración para escribir su obra teatral Los Guanches de Tenerife, basándose principalmente en dos episodios legendarios: la aparición y milagros de la Virgen de Candearia y los amores de Dácil y del capitán Castillo. La crítica contemporánea reconoce y exalta la escena del encuentro entre la princesa aborigen y el conquistador Castillo como el gran logro del poema y de la comedia.  Lope se percató enseguida del alto valor lírico y dramático de la escena del Canto V del poema de Viana, aunque intensificó el rasgo amoroso, pasional, de la pareja para producir el deseado clímax dramático, momento que ya Menéndez y Pelayo había denominado «égloga guanche».   
    Viana también conoció, durante una breve estancia en Gran Canaria, a Barolomé Cairasco de Figueroa, por el que sentía una profunda admiración tras leer su Templo Militante, admiración que se tradujo en la imitación que Viana hace de él en algunos versos. Como se ha insistido, el vate lagunero nombra con veneración a Cairasco al referirse a la Selva de Doramas en el Canto II de su Poema. Recíprocamente, en los preliminares de la obra de Cairasco, Templo Militante,  el poeta y dramaturgo grancanario incluye un soneto de Viana.

    Antigüedades de las Islas Afortunadas, también conocido como Poema de Viana, es una crónica versificada de la conquista de Tenerife, distribuida en dieciséis cantos, donde la recreación histórica y el lirismo épico lidian por la identidad de una obra, de cuya heterogénea naturaleza parece participar el autor, que no fue, estrictamente, ni historiador ni poeta. Escribió la obra por encargo de Juan de Guerra Ayala, con el objeto de dignificar su apellido y limpiar su genealogía, algo maltrecha después de que fray Alonso de Espinosa escribiese unas referencias nada beneficiosas de los ancestros del mecenas de Viana.
    Antigüedades de las Islas Afortunadas es un poema apasionado, inspirado en el amor que Viana sentía por su tierra natal y que lo llevaba a celebrar,  veces exageradamente, la cultura aborigen, mostrándolo como un modelo de virtudes y belleza, aunque, del mismo modo, Viana también presenta a lo conquistadores como dignos y generosos caballeros.
    El hecho de haber escrito una sola obra literaria –también publicó dos libros de carácter científico– coincide con la singularidad de su gestación, ya que el joven poeta terminó de escribir esta magna epopeya cuando tan sólo contaba veinticuatro años de edad. La rareza es aún mayor teniendo en cuenta que la experiencia de la poesía épica no reaparecerá en su pluma ni, en rigor, en la de ningún otro poeta canario de los siglos XVI y XVII.
    La primera edición del Poema data de 1602. Con posterioridad (1659) fray Juan de San Diego llevó a cabo una copia y sobre ésta el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife encargó otra, en 1834, a Sabino Berthelot. Ambas reproducciones han servido de base para las posteriores ediciones. Hasta el trabajo de Rodríguez Moure, en 1905, no disponemos de una edición cotejada sobre la original, gracias al ejemplar que este sacerdote disponía y que hoy está en manos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País en La Laguna.
    Viana convive con el historiador en una curiosa dinámica conciliadora: la verdad falseada que intenta legitimar Viana parece estar, a priori, por encima de cualquier otra consideración y, sin embargo, el poeta se deja atrapar por la seducción del arte, para contemplar el pasado reciente con ojos de poeta. Los episodios de la conquista le venían servidos y fijados por la inmediatez temporal (cuando publica el poema han transcurrido poco más de cien años desde el final de la conquista de Tenerife), que no favorece, precisamente, ni la libertad ni la autonomía para modificar de forma visible la realidad. Las informaciones sobre la empresa conquistadora, aportadas  por su mecenas y sus fuentes, representan una evidencia cristalina e innegable: la tarea del historiador supedita a la del poeta.
    Por otra parte, el mundo aborigen que envuelve a la materia amorosa y humana del relato legitima el giro lírico y la incorporación de la visión imaginaria –e incluso «mítica»– de los pesonajes: el agorero Guañameñe, la “infantina” Dácil, los arrogantes menceyes, etc., los pares amorosos Ruymán-Guacimara, Rosalva-Guetón, Guajara-Tinguaro, etc., los valientes guerreros guanches viven en la veracidad de que los dota el amor a su tierra, a sus creencias, a su dama o a sus hijos; ellos, que se desplazan de la mera historia seca y árida, existen por y para la fantasía. Por tanto, el poeta subordina ahora al historiador. En cambio, los personajes históricos (los conquistadores castellanos o el mencey Bencomo, o Tinguaro) sufren la descaracterización por su entrega absoluta a la guerra, de modo que, reales en el acontecimiento histórico, no existen para la poesía. 
    Hay en el Poema de Viana una naturaleza mixta que se entrega, por una parte,  con toda la fuerza de la pasión de su juventud a ofrecer una visión histórica arreglada y maquillada a la altura de los intereses familiares de los Guerra,  aún a pesar de que el vate lagunero no pierde de vista la fuente histórica de Alonso de Espinosa, y, por otra, a dar sentido poético, fabulatorio, a los amores simbólicos entre vencedores y vencidos, entre guanches y castellanos. Como ha destacado la crítica, la fruición con Viana canta el mundo aborigen se asemeja con la que exalta los valores de la fe cristiana, todo lo cual produce la muestra y la contribución insulares a la épica hispana de los Siglos de Oro.

Significación y alcance de la obra de Antonio de Viana

    Antonio de Viana está considerado como el patriarca de la poesía tinerfeña. Aunque el Poema sea de desigual calidad, su importancia radica, entre otros aspectos, en que es el poema épico canario por excelencia, en el que se da continuidad a la mitificación iniciada por Cairasco de la historia precolonial. Pero la obra de Viana va mucho más allá en la indagación de la realidad por medio del lenguaje. Al poeta le gusta dar nombre a lo que está viendo y se aparta así de los estereotipos convencionales de la época, como lo demuesrta la gran cantidad de términos que inserta referidos a la realidad insular.
    También es destacable la formulación de otro de los mitos de la literatura canaria: “el mito de Dácil”, que gira en torno a los amores de la heroína indígena Dácil con el capitan español Castillo. Según muchos estudiosos, la escena entre la princesa aborigen Dácil y el capitán conquistador Castillo es el gran logro del poema. En este sentido, Dácil se convierte en símbolo de diversas lecturas que han sido recogidas por la tradición literaria posterior, bien para celebrar el pasado idílico del mundo aborigen, bien para exaltar la condición mestiza y destinada a abrirse a exterior del ser insular.
    Son muchos los estudiosos que se han dedicado al estudio de la obra de Viana. La historia del “vianismo” y el trabajo más completo sobre el Poema se deben a la célebre investigadora del médico-poeta, María Rosa Alonso, aunque no ha sido la única en visitar críticamente la “epopeya guanche”. Autores como Viera y Clavijo, Millares Torres, Sabino Berthelot, Menéndez y Pelayo o Millares Carlo lo han hecho. Además, el perfil biográfico y literario del autor y su obra se amplían en los trabajos de Valbuena Prat, Andrés Lorenzo Cáceres y Artiles y Quintana. Un capítulo aparte merecen los estudios de Cioranescu. Asimismo, el Poema también cuenta con un merecido lugar en diversas antologías, como las de Sánchez Robayna y Banco Montesdeca.

La obra de Antonio de Viana:
Antigüedades de las Islas Afortunadas, La Laguna, 1996; Antigüedades de las Islas Afortunadas, edición de María Rosa Alonso, Gobierno de Canarias, 1991; Antigüedades de las Islas Afortunadas, edición e introducción por Alejandro Cioranescu, Interinsular Canaria, 1986. (Tomado de: www. Isla de Tenerife Vivela)

Bibliografía:
ALONSO, Mª. R., Serie de tres artículos en El Día, Santa Cruz de Tenerife, 27, 28 y 29 de marzo de 1951; ALONSO, Mª. R., “La isla a través del poeta Antonio de Viana”, El Día, Santa Cruz de Tenerife, 18, 19 y 20 de septiembre de 1951; ALONSO, Mª. R., El poema de Viana, Madrid, 1952; ALONSO, Mª. R., “Siempre Antonio de Viana”, El Día, Santa Cruz de Tenerife, 23 y 30 de abril y 1 de mayo de 1968; ALONSO, Mª. R., “En el cuarto centenario de un poeta. Estudios sobre Antonio de Viana”, Anuario de Estudios Atlánticos, 24, 1978, pp. 475-523; ALONSO, Mª. R., Serie de artículos dominicales publicados en El Día, Santa Cruz de Tenerife, 3 de junio-28 de octubre de 1900; ALONSO, Mª. R., “Introducción” a A. de Viana, Antigüedades de las Islas Afortnadas, Madrid, 1991, pp. 11-45; BRITO DÍAZ, C., «La neoépica en Canarias: para un análisis de la “segunda función” en Antonio de Viana y Silvestre de Balboa», Homenaje a José Pérez Vidal, La Laguna, 1993, pp. 195-213; CIORANESCU, A., “Antonio de Viana”, Estudios Canarios (Anuario del Instituto de Estudios Canarios), IX, 1964, pp. 22-23; CIORANESCU, A., “Biografía de Antonio Viana”, Anuario de Estudios Atlánticos, 13, 1967, pp. 117-155; CIORANESCU, A., “Antonio de Viana, médico”, Acta Médica de Tenerife, XXIX, 1968, pp. 157-158; CIORANESCU, A., “Introducción” a Antonio de Viana, Obras. La conquista de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 1971; CIORANESCU, A., “El Poema de Antonio de Viana”, Anuario de Estudios Atñánticos, 16, 1970, pp. 67-141; CIORANESCU, A., “Una lectira del Poema de Viana”, Estudios Canarios (Anuario del Instituto de Estudios Canarios), XXIV-XXV, 1982, pp. 46-47; CIORANESCU, A., “Introducción” a Antonio de Viana, Conquista de Tenerife, I, Santa Cruz de Tenerife, 1986, pp. 9-34; LORENZO CÁCERES, A., “Antonio de Viana en Tenerife”, El Día, Santa Cruz de Tenerife, 15 y 21 de febrero de 1948; PALENZUELA, N., “El arte del retrato en el Poema de Viana”, Homenaje al profesor Sebastián de la Nuez, La Laguna, 1991, pp. 79, 91; RODRÍGUEZ PÉREZ, D., “Imagen del aborigen de Ercilla y Viana: panegírico y elegía de la conquista”, X Coloquio de histria canario-americana, 1990, vol. II, 1992, pp. 1.009, 1.122; ROSA OLIVERA, L. de la, “La égloga de Dácil y Castillo”, Recista de Historia, núms. 90-91, abril-septiembre de 1950.

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