jueves, 26 de junio de 2014

LA CORONA DE CONCHAS




La corona de conchas
Leyenda canaria (Adeje)
Sebastián Padrón Acosta

I
Fué allá, en aquellos tiempos de primitivos encantos, cuando sucedió lo que conserva piadosamente la leyenda.
* * *
Albitocazpeyel —señor del Menceyato de Adeje, asiento de la primera corte tinerfeña— dejó en herencia a su hijo Pelinor la tradicional corona de conchas. Pelinor la llevaba a todas las batallas como un trofeo de heroicidades, como talismán para obtener nuevas y gloriosas victorias. En ella había puesto el noble guanche sus cariños. Era ella como el aliciente de sus grandes impresas bélicas.

En  uno  de  sus  desaforados combates, el  Mencey  de  Adeje  notó,  lleno  de trágicas angustias, que la corona —ofrenda de su padre— había desaparecido. Y desde aquel instante, Pelinor vagaba meditabundo y entristecido por los campos y caminos buscando ansiosamente la ensoñadora corona.

A los pastores que en su ruta encontraba, preguntábales, acongojado, que si sabían   donde   se   hallaba   aquel   preciado   talismán.   Todos   le   contestaban negativamente. Y se alejaban, en pos de sus ganados, por los senderos agrestes, aureolados en los oros del ocaso.

II

Sentado en su Tagoror estaba el Mencey, pensando tristemente en su trofeo, cuando, haciendo respetuosas salutaciones, penetra  un  íntimo  amigo  de  Pelinor, Acamán apellidado.

Y sigilosamente, cautelosamente le hace al Rey la siguiente revelación: «Sabed, gran Mencey, que vuestra corona de conchas la perdisteis en un combate, en una
reñida batalla, en la que, como siempre, triunfó vuestro coraje.

Por aquellos sitios —teatro de la contienda— pasó un salteador de caminos, y encontrando vuestra corona la llevó con sigilo a la cima de aquel monte, que allá, en aquella lejanía se levanta y allí la enterró.

El Mencey, ante tal revelación, rugió de coraje y de venganza al sentir herido su respeto real.

«El salteador —continuó Acaman— piensa pediros por ella muchísimos ganados».

Y Acamán retiróse ceremoniosamente del Tagoror, Acamán era uno de los más renombrados zahoríes del Meneeyato.

Pelinor, enterado del lugar donde se hallaba su tesoro, puso los medios para
obtenerlo.

III

Era un atardecer sugestivo, una de aquellas vespertinas horas crepusculares que vieron las desaparecidas edades primitivas.
El Mencey, desde su corte contemplaba la gigante montaña, sepulcro de su corona.

Pelinor envía presuroso el amaestrado halcón que tenía en su corte hacia el cercano monte.
Y el pájaro maravilloso hiende velozmente los aires y llega triunfalmente a la cima de la montana señalada.
Los ojos de Pelinor siguen ansiosos al halcón.
.         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .
Con inmenso júbilo vió el Mencey que el halcón tornaba ostentando en su pico la perdida corona de conchas. Y el Monarca acarició suavemente, cariñosamente al
ave salvadora.
Y colocó en un lugar preferente de su agreste habitación el ensoñador talismán. Los pastores retornaban por los caminos, con sus ganados, seguidos de sus
canes guardadores. La brisa agitaba los sembrados, en explosión vital. Las zagalas volvían a sus cuevas. Y los campos se envolvieron en la caricia solar.
Y el mar —¡testigo de imborrables tiempos patriarcales!— se asoció al júbilo
de aquel alma selvática, celebrando el hallazgo con la canción bravía de sus olas rumorosas y triunfales.
.         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .
Pasó el tiempo. Y llegó la hora trágica de la sumisión. Pelinor entregó al Adelantado Alonso Fernández de Lugo la corona de conchas, como señal de rendición y vasallaje.
La corona de Albitocazpeyel fué llevada a España por Lugo.
...¡Después!... La tradición refiere que el pobre Pelinor murió en tierras de
Berbería, con la flor de la nostalgia abierta en su espíritu selvático.
Y sucedió allá en aquellos tiempos de primitivos encantos, lo que conserva la leyenda piadosamente... Orotava (Tenerife).



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