domingo, 22 de junio de 2014

II. EL DESIGNIO







Aunque no hubiera podido decir muy bien desde dónde, creyó percibir la voz segura de su maestro, casi ahogada, como un susurro opaco que trataba de irrumpir en su mente: “Cálmate, toma distancia y no dejes que el tumulto arrastre tus emociones”. Pero el corazón le latía con fuerza, sacudido por aquella encendida marea de comentarios y algunos gritos que acusaban o dictaban sentencia de forma sumaria.

“Tălwit, Baar, tălwit iteffi Aššaman, Baar”, repitió el tigor a su joven pupilo, que esta vez oyó cada palabra con una inasible nitidez, mientras sentía crecer, denso y tibio, un remanso de silencio que le aislaba de la algarada, igual que cuando se sumergía cerca de la orilla del mar y todo afuera, voces, risas, luces, parecía vivir una existencia ajena.

“Del hecho, no te han de interesar ni la falta cometida ni las consecuencias sociales. Los actos de esta vida pertenecen al tiempo. Examina la intención, la voluntad, el designio de una decisión que afectará el curso espiritual de ambas partes. Ahí residen la naturaleza sutil y el alcance benéfico o dañino del suceso”, razonó el tigor. “Que la eventual impopularidad de nuestros juicios, ni te desvíe ni te calle, pero que tampoco te envanezca. Cualquiera que sea la intensidad de la tormenta, es preferible vivir en el desprecio que morir en la impostura”, concluyó sin la menor afectación, como quien relata una verdad creadora.

Años más tarde, cuando el jinete extranjero lanzó su ira contra él y de un tajo certero se disponía a separarle la cabeza del tronco, aquellas palabras del maestro volvieron a sus labios para transportar su último aliento fuera del dolor: “Tălwit iteffi Aššaman...” (Diccionario Insuloamazhiq)

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