sábado, 14 de junio de 2014

EFEMERIDES CANARIAS





UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920



CAPITULO-XLI




                                Eduardo Pedro García Rodríguez


1919 octubre 30.

Leyenda canaria-La Montaña Roja1

(Trabajo   dedicado   al   notable   músico «Rodressky», leído en la noche de su beneficio por su autor don Romualdo García de Paredes.)

Sobre Granadilla, ascendiendo suavemente desde la playa, con el mar como base, se eleva en figura de cono truncado por un cráter volcánico la extraña Montaña Roja, de curiosa leyenda.

De la mitad superior hasta el cráter, la tierra de aquel cono de lava es roja, muy roja. Un carmín vivísimo tiñe su superfície, una extraña púrpura entinta sus rápidas vertientes.

Cuando el sol de la mañana la alumbra dijérase que un influjo volcánico la enrojeció de fuego; cuando el sol del medio día la ilumina, creyérase que un gigante  rubí  muestra  sus  reflejos  purpúreos;  cuando,  al  atardecer, se  tiende cansado sobro la montaña, pensárase que un coágulo de sangre se eleva sobre la mar inmensa.
Y dice la leyenda guanche... !
Vaguá era el guanche más valiente que habitaba en Tinerfe. Nausú era el más sentimental: un poeta que no sabía de estrofas, ni de versos. Un adivino del amor. Ivna era la hembra grosera, sin delicadezas ni dulzuras. La mujer sin belleza espiritual ni física, incapaz de inspirar pasiones a los hombres.

Vivían juntos, eran hermanos.

Y fue una tarde de otoño, cuando el viento comenzó a zumbar lúgubremente, cuando la lluvia cayó a torrentes y los profundos barrancos de Nivaria corrieron copiosos y arrastraron con sus aguas el ganado, las plantas y los hombres...

El mar se encrespó. Sobre las escarpadas costas batieron las olas con violencia y sobre el negro roquedal de la playa el agua produjo un ruido seco, como una explosión satánica.

Los guanches refugiáronse en sus cuevas y postrados de hinojos, besaron la tierra, implorando la protección del cielo, la misericordia de Dios...

Ivna, Nausú y Vaguá, abrazados en la miserable covacha, musitaban sur
salvajes  oraciones,  trémulos  de  terror  ante  la  hecatombe  que  se  avecinaba. Pedían clemencia al viejo Echeide, al coloso volcán, que era su Dios.

Toda la noche vibró la voz siniestra del huracán, que arrancaba de cuajo los grandes árboles seculares y estremecía el suelo con sacudidas de titán.

Cuando las nubes se corrieron, dejando un cielo azul, hermoso e inmaculado;  cuando  las  aguas  de  los  barrancos  decrecieron,  cuando  el  mar aplacó sus furias y como rendido de sus esfuerzos por destruir la tierra, quedó en calma, casi sin mover la superficie de sus aguas, transparente y limpio, como el cielo; cuando la naturaleza brindaba vida a los mortales y el sol lo calentaba todo, comenzó otra tormenta, una tormenta trágica y sombría, entre dos almas salvajes,  entre  dos  espíritus  rudos,  ciegos  de  superstición  y  de  bárbaras creencias.

Una atrevida carabela cruzó frente a Tinerfe, cuando el violento huracán arrasaba la tierra. La débil nave se defendió de las inclemencias del temporal, pero el viento quebró sus palos, el agua inundó su seno y un rayo quemó sus maderas y sumergióla en el fondo del Atlántico...

Era la carabela Texis, a bordo de la cual navegaba una princesa india y su enamorado señor, muy viejo, pero más celoso que anciano; rico, pero más cruel que adinerado y poderoso.
Cuando la Texis se incendió el viejo príncipe indio, que bien sujeto por dos de sus criados, contemplaba desde la cubierta del buque el encrespado mar, mandó que lo soltaran y se internó en el interior de la carabela, desapareciendo en la cámara donde la princesita de cabellos rubios y de ojos verdes yacía sin sentido por efectos del horror y el miedo a la muerte...

El príncipe volvió a cubierta, Llevaba entre sus brazos un precioso cofre de ébano, en cuya rica madera se incrustaban variadas piedras preciosas de mil colores. Cerrólo fuertemente y se arrojó al agua, siempre abrazado a él.

Poco después de hundirse en el mar, se hundía, también, la Texis, dejando tras de si, tan sólo una espesa nube de humo...
* * *
Vaguá, Nausú o Ivna, trepados sobre una roca de la playa, contemplaban los restos del naufragio.

Ivna fué la primera que habló.
—Hermanos, mirad al fondo del mar. ¿No veis que cosa más hermosa, cómo brilla?
—Es verdad— asintieron Nausú y Vaguá mirando atentamente.
La superficie tranquila del mar lo hacía transparente, y como a través de un fino cristal podían distinguirse todos los objetos que se hallaban en el fondo.
Nausú se decidió.
—Yo iré— dijo.
—Detente, iré ye— objetó su hermano.
Y Vaguá, él más diestro, se lanzó al agua, sumergióse rápidamente y reapareció  pronto  trayendo  entre  sus  brazos  un  precioso  cofre  de  ébano incrustado de oro, plata y pedrerías...

Ya en la playa, se sentó en la arena e intentó abrirlo con sus manazas de hierro; pero la tapa no cedía.

—Vaguá...  espera—  gritaban  sus  hermanos,  mientras  se  acercaban  al tesoro hallado.
Cuando Nausú o Ivna llegaron cerca de Vaguá; ésta interrogó ceñudo.
—¿Qué queréis?
—Eso, que es mío— respondió Ivna. —Lo he visto yo antes que nadie, me pertenece.
—Es mío— objetó Vaguá. —He sido yo quien lo sacó del fondo.
—Es de todos— replicó el poeta. —Por que nadie nos lo ha dado y los tres somos hermanos.
—Pues será mío siempre.
—Será mío.
—Será de quien le toque en suerte— propuso Nausú. —Acordaos de la tormenta pasada. Acordaos que llamasteis mucho a Dios y que si Echeide quisiera, otra mayor arrasaría la tierra. Hay que temerle, no seáis malos. Sortead ese tesoro, para que tenga un amo, pero que sea de todos, que todos podamos recrearnos en él....
Tres piedras de igual tamaño tomaron del suelo de la playa. Con otra piedra afilada hicieron a cada una un signo diferente y después de agitarlas un
instante, dejaron caer al suelo una de ellas.

Cayó la de Vaguá, suyo era e1 preciado tesoro.

La hermana no pudo contener su envidia, pero se resignó.

El poeta despreció el tesoro y se sonrió franca y alegremente. Alrededor del afortunado agrupáronse ambos.
Con un trozo de palo hicieron palanca en la tapa de la artística caja y esta
se abrió súbitamente.

Muchos amarillosos pergaminos cubrían su parte superior. Los guanches posaron cuellos sus ojos e ignorantes de lo que dirían aquellos signos, aquellas letras que en los papiros estaban escritas, los arrojaron al viento. De pronto, un grito de sorpresa se escapó de todas las bocas.

La diestra de Vaguá aprisionaba entre sus dedos unos hermosos cabellos rubios que nacían de una preciosa cabeza de mujer.

Era de la princesa india.

Estaba muy pálida, muy pálida, pero sonreía, parecía vivir. Sus ojos estaban entornados y su cuello, tronchado por salvaje cuchillo, era como el marfil, de una blancura deslumbrante.

Al percatarse Vaguá de lo que había tomado en su mano, hizo ademán de arrojarlo al mar...

—Espera— le detuvo Nausú. —Esa cabeza debe ser enterrada en el ataud que la trajo a estas playas, en su ataud... Dámelo, hermano.

El salvaje poeta, que nada sabía de estrofas, ni de versos, había —¡extraña aberración!—  experimentado  en  su  alma  la  sacudida  de  una  absurda  e inverosímil pasión.

Pidió el cofre con la cabeza: el cofre no lo apetecía; no quería la riqueza de la vida, aspiraba a la belleza de la muerta, mas temía confesar su loco amor.
Pero cuando sus hermanos se lo negaron, entonces olvidó sus temores y suplicó con ahínco la hermosa cabeza de la princesa india.

Ya no le importaba rebelarlo todo... ya no temía decirlo... Lo diría.
—Dádmela, hermanos, Esa cabeza es mía, mía sola. Yo la amo...

La hembra horrible, que no sabía de amores, sintió la envidia nacer en su
alma. loco...


—No, Vaguá no se la des. Arrójala al mar... Está loco, ¿No ves?... Está


—Dádmela, dádmela, por ese viejo Echeide... Mirad que os amenaza.
Acordaos de la tormenta...
—No, loco. ¿No ves que es de una muerta? Teme a Dios, Eres tú quien debes de temer al viejo Echeide...

Una nube cegó los ojos y la conciencia del poeta cuando vió que su hermano, asiendo la cabeza de la princesa india por los cabellos, la volteó en el aire, con idea de lanzarla al mar... La locura se apoderó de él y saltando sobre Vaguá, con una enorme piedra en la mano, lo golpeó bárbaramente. Vaguá cayó al suelo desplomado mientras Ivna huía horrorizada.

Nausú se inclinó a su hermano, le arrancó de las manos la cabeza de la muerta princesa y encerrándola nuevamente en el cofre, corrió hacia una cónica montaña que se elevaba desde la playa aquella.

En la misma cumbre depositó el preciado tesoro. Bajó después jadeante a la playa, cargó a sus hombros el cuerpo de Vaguá y volvió a la cumbre. Pero cuando el cuerpo de Vaguá descansó en tierra, un chorro cálido de sangre salió de su cabeza destrozada, rodando, como si fuera lava, por la cónica montaña. El cuerpo de Vaguá desapareció y un cráter enorme se abrió en la cumbre por cuyo hueco brotaba sin cesar sangre que teñía de rojo la tierra.

Nausú  huyó  despavorido,  siempre  cargando  su  tesoro.  Llegó  hasta  la playa. Pero la sangre, tenaz, le perseguía.

Abrió el cofre, y asiendo entre sus manos la cabeza de la princesa, la besó ansiosamente en la boca que sonreía, mientras la ola encendida lo sepultaba lentamente.
.         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .         .
Cuentan los magos del Sur que cuando el mar está tranquilo y las aguas cristalinas, se distingue desde la cumbre de la Montaña Roja, un precioso cofre de  ébano  y  piedras  preciosas  en  cuyo  seno  descansa  una  pálida  cabeza  de mujer...

Santa Cruz de Tenerife 26 10 1919.

Romualdo G.ª de Paredes.


La Leyenda y el autor.


Una leyenda basada en un símbolo natural de la comarca de Abona.

Como ya señalamos en una ocasión anterior, en el primer tercio del siglo XX eran frecuentes las narraciones trágicas situadas en parajes emblemáticos de la geografía tinerfeña, con un paisaje poco alterado que podía trasladarnos fácilmente a la lejana época en la que la isla estaba habitada por el pueblo guanche, como ocurrió con el Barranco de Herques, la Montaña Roja y el Barranco del Infierno.

La trama de la leyenda canaria “La Montaña Roja”, publicada en 1919, discurre en la época guanche y en el  conocido paraje de El  Médano. De tintes dramáticos, en ella se combinan temas atemporales como los celos, la ambición, la pasión incontrolada, la envidia y la locura momentánea, con el impresionante paisaje de ese bello enclave costero de Granadilla de Abona, con su espectacular cono volcánico de picón, enrojecido por la oxidación y el paso del tiempo, un auténtico símbolo natural de la Comarca de Abona. De este modo, apoyándose en la leyenda que le contaron los “magos del Sur”, el autor trata de explicar el curioso color de la montaña que se eleva sobre la playa, al borde del mar, mezclando su origen volcánico con una motivación fantástica, asociada a un doble asesinato.

Don Romualdo se inventa los nombres de los tres hermanos protagonistas: el valiente Vaguá, el sentimental Nausú y la grosera Ivna, tan poco agraciada. La trama se inicia con una tormenta de agua y viento, que provoca el temor supersticioso de los guanches y el naufragio de un barco; con motivo de éste, se produce un asesinato en la propia embarcación que a la postre afectaría a los tres hermanos guanches que contemplaban su hundimiento, pues la aparición de un cofre procedente de éste, con una triste sorpresa en su interior, haría aflorar en dichos hermanos una serie de sentimientos intensos e incontrolables, que desembocarían en el asesinato de Vaguá a manos se Nausú, su propio hermano.

Esta leyenda fue leída por su autor en el “Parque Recreativo” de la capital tinerfeña, en un espectáculo cinematográfico, musical y poético celebrado el lunes 27 de octubre de 1919, en el que se proyectó la película “Fuego de cenizas” e intervinieron el afamado músico Rodressky (a quien se dedicó la leyenda que nos ocupa) y el concertista de guitarra don Carmelo Cabral; en el mismo, “El distinguido joven don Romualdo García de Paredes leerá un trabajo literario del que es autor”, aclarándose más adelante, que la primera parte del espectáculo finalizaría con “«La Montaña roja», leyenda canaria, leída por su autor don Romualdo García de Paredes”2. Ese mismo día, la celebración de dicho festival también fue anunciada en El Progreso.

Tres días después, el 30 de octubre, esta leyenda fue publicada en Gaceta de Tenerife; y el 26 de noviembre inmediato fue reproducida en el prestigioso periódico Las Canarias de Madrid, de lo que se hizo eco El Progreso el 23 de diciembre de dicho año, bajo el titular “Distinción merecida”: “El importante periódico ‘Las Canarias’, de Madrid, en su edición del día 26 de Noviembre último, reproduce, en lugar preferente, la preciosa leyenda guanche, original de nuestro ilustrado colaborador y querido amigo don Romualdo García de Paredes, titulada ‘La Montaña Roja’, ya publicada en un periódico local. / Felicitamos a su autor por tan merecida distinción”3.

El autor don Romualdo Garcia de Paredes y (1896-1930), periodista, escritor y cineasta.

El autor del cuento nació en Santa Cruz de Tenerife el 17 de marzo de 1896, siendo hijo  de  don  Ginés  (García)  de  Paredes  y  Chacón,  capitán  de  Navío  de  la  Armada  y comandante militar de Marina de la provincia, natural de El Ferrol (La Coruña), y de doña María del Rosario Mandillo y Tejera (1875-1957), que lo era de la capital tinerfeña; se le puso por nombre “Romualdo Modesto”.

Su padre era viudo de doña Leonor Muñoz y Rossi (fallecida en La Habana) e hijo de don Calixto de Paredes y Lardín, natural de Cartagena, y de doña María de las Mercedes Chacón y Maldonado, que lo era de Cádiz. En cuanto a su madre, era hija de don Romualdo Mandillo y Benvenuty (1842-1890), natural de Santa Cruz de Tenerife4, y de doña Josefa Tejera y Delgado-Trinidad (1847-1917), nacida en el caserío de Aguerche, en el pago de El Escobonal  (Güímar)5;  ésta  era  hermana  de  don  Esteban  Mandillo  Tejera  (1877-1923),

Romualdo firmaba inicialmente con el apellido “de Paredes”, pero a partir de 1919 y hasta su muerte usó el “García de Paredes”. Estudió en la Escuela Superior de Comercio de la capital tinerfeña, entre 1908 y 1910. En 1912 salvó de morir ahogado en el mar al joven don José Clavijo Torres, hijo del Dr. don Rafael Clavijo. No obstante, siempre estuvo delicado de salud, pues estuvo enfermo en numerosas ocasiones (en 1913, 1914, 1916, 1917, 1918 y 1920), pero en todas ellas se recuperó satisfactoriamente. En ese mismo año participó como remero en las regatas de canoas que celebró el Real Club Tinerfeño. Luego trabajó en la prensa, siendo muy apreciado por su jovialidad.

En su juventud tuvo una activa vida social, pues en 1914 fue elegido vice-bibliotecario del Ateneo Tinerfeño de Santa Cruz de Tenerife. Luego ocupó diversos cargos en su junta directiva del Real Club Tinerfeño: vocal en 1919, vicesecretario en 1921 y secretario en 1922-1923. Además, en 1922 fue secretario de la Comisión organizadora de las Fiestas de Mayo de Santa Cruz de Tenerife y en 1924 ejerció como secretario del Automóvil Club de Tenerife.

Dedicado al periodismo, en 1917 formaba parte de la redacción de El Imparcial, donde se firmaba como “R. Walls”. En 1918 fue incluido en un álbum de caricaturas del dibujante Manuel de la Barrera. En 1919 leyó un cuento en la velada artística celebrada en el “Salón Frégoli”, una leyenda en la que tuvo lugar en el “Parque Recreativo” y un trabajo literario en la celebrada en la sociedad “Fomento del Cabo”. Desde ese mismo año formó parte de la redacción del diario católico Gaceta de Tenerife, en el que publicó numerosos cuentos y artículos literarios. Por entonces ya colaboraba en El Progreso.

Desde muy joven poseía aficiones literarias, que le llevaron a publicar en 1911, en el periódico La Opinión, un soneto dedicado “A Cristo”, y más adelante vieron la luz en los periódicos locales diversos trabajos literarios suyos. Así, frutos de su pluma, ágil y amena, fueron también varios cuentos y leyendas, que vieron la luz en 1919 en el diario Gaceta de Tenerife, la mayoría en la sección “Cuento del domingo”, como las leyendas guanches“El Barranco de Herques” y “La Montaña Roja”, y los cuentos “El dueño y señor de muchas tierras”, “Amor de idiota” y “La maldición de Lucrecia. También publicó en el mismo periódico varios artículos literarios, como “La Religión y la Mujer”, “La Reliquia”, “El Valor y el Miedo” e “Hipocresía”. Por entonces mantuvo una estrecha amistad con los escritores don José Oliva Blardony y don Atilano Santos, quienes le dedicaron en ese mismo año 1919 sus  cuentos  “El  amor  de  Alfonso  Cid”  y  “El  triunfo  de  la  modestia”, respectivamente, publicados también en el citado periódico. En 1923, su novela corta de costumbres canarias “En la cumbre”, fue premiada en un concurso convocado por La Prensa, periódico que la publicó en capítulos, aunque al año siguiente fue editada en la imprenta del Sr. Romero: “La obra ha sido impresa esmeradamente, ilustrándola varios dibujos de Guezala y prologándola
don Aurelio Ballester y Pérez”6.

El domingo 31 de octubre de 1921, a los 25 años de edad, don Romualdo contrajo matrimonio en la parroquia de Ntra. Sra. de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife con doña Hortensia Ferrer Piñeiro, siendo apadrinados por la madre del novio, ya viuda, y el tío de la novia, don Jesús Ferrer, teniente coronel de Estado Mayor y ayudante de campo del capitán general del Distrito; pasaron la luna de miel en La Orotava. (1836-1913), coronel de la Guardia Civil, héroe de la Guerra de Cuba y subinspector de varios Tercios. La familia Delgado-Trinidad tenía varias casas y extensas propiedades en Güímar, El Escobonal (Aguerche y Cano) y Fasnia.

En cuanto a su actividad comercial, de 1921 a 1923 fue representante exclusivo para Canarias de pianolas de marcas europeas y rollos de música para toda clase de pianos, sobre todo de casas inglesas y alemanas; además, vendía automóviles baratos de marcas alemanas y diversos artículos americanos; tenía su domicilio comercial en la Rambla de Pulido nº 32 de la capital tinerfeña. En 1924 figuraba como agente exclusivo para la venta de champagne y sidra en las Fiestas de Mayo. Como curiosidad, en 1923 resultó herido leve en un accidente de tráfico y en 1927 era propietario-conductor de un auto, con matrícula TF-1.134.

También fue un entusiasta del arte cinematográfico, por lo que en 1925 creó, junto al cineasta cubano don José González Rivero, la primera empresa productora de cine de las islas, “Rivero Film”. Al año siguiente tuvo un protagonismo fundamental, como director artístico y escénico, así como primer actor (encarnando al detective canario Tom Carter), en el primer largometraje realizado en Tenerife, “El ladrón de los guantes blancos”, película rodada en 1926 por el citado operador González Rivero, director técnico de la misma, y en el que también tuvo un corto papel doña Hortensia Ferrer. En ese mismo año, García de Paredes y don Eduardo Díez del Corral comenzaron a dirigir una nueva película, “El negro”, con guión del segundo, pero González Rivero sólo consiguió rodar un fragmento de la misma, quedando inacabada.

Don Romualdo García de Paredes. A la derecha dirigiendo la película “El ladrón de los guantes blancos”, mientras rodaba don José González Rivero [Foto de la Filmoteca Canaria].

Víctima de una penosa enfermedad, don Romualdo García de Paredes y Mandillo marchó a Madrid para atender su salud, pero nada se pudo hacer; falleció en Ciempozuelos (Madrid) en abril de 1930, en plena juventud, pues contaba solamente 34 años de edad. Le sobrevivieron su madre, su esposa y su hija.

Su esposa, doña Hortensia Ferrer Piñeiro, fue una conocida actriz de teatro en los años treinta; en los años cincuenta y sesenta colaboró con la revista literaria femenina Mujeres en la Isla y con la sección de teatro de Radio Juventud de Canarias; y en 1987 se le concedió el diploma de Socio de Mérito del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, como colaboradora de la sección de teatro. Murió en la capital tinerfeña el 26 de febrero de 1992, a los 93 años de edad.

En el momento de su muerte, doña Hortensia continuaba viuda de Romualdo García de Paredes, con quien había procreado una única hija, doña María Soledad García de Paredes y Ferrer (1922-) que también se inició en el teatro y contrajo matrimonio en 1938 con el alférez de Infantería don Rafael Claverie Santos-Ecay (que falleció en Venezuela en 1951, a los 34 años de edad, en accidente de automóvil), con quien procreó a don Rafael Claverie y García de Paredes (que ha sido director territorial de Salud en Santa Cruz de Tenerife); una vez viuda, celebró segundas nupcias con don Miguel Duarte Olivares, teniente coronel de Aviación, con quien no tuvo sucesión.

[Octavio Rodríguez Delgado].


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

RODRÍGUEZ HAGE, T. (2005). José González Rivero. En: González Jerez, A. (dir.), Perfiles de
Canarias 7, págs: 34-38. Ediciones Idea.
PERIÓDICOS: ABC, Aire Libre, Amanecer, Diario de Avisos, El Día, El Imparcial, El Progreso, Falange, Gaceta de Tenerife, La Opinión de Tenerife. Buscador “Jable”, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
[Buscador “Jable” de Universidad de Las Palmas de Gran Canaria]. [Buscador “Prensa histórica” de la Universidad de La Laguna].


Notas.

1 Romualdo GARCÍA DE PAREDES. “Leyenda canaria. La Montaña Roja”. Gaceta de Tenerife, jueves 30 de octubre de 1919, pág. 1. [Buscador “Jable” de la Universidad de Las Palmas y buscador de “Prensa histórica” de la Universidad de La Laguna].
2 “Espectáculos. Parque Recreativo”. La Prensa, lunes 27 de octubre de 1919, pág. 2.
3 “Noticias. Distinción merecida”. El Progreso, martes 23 de diciembre de 1919, pág. 2.
4  Don Romualdo Mandillo y Benvenuty (1842-1890) era hijo de don Esteban Mandillo y Martinón, cónsul general de España en Méjico, caballero de las Órdenes de Carlos III e Isabel la Católica y oficial de la Imperial de Ntra. Sra. de Guadalupe, y de doña Catalina Benvenuty y Pówer, ambos naturales de dicha villa, aunque ella oriunda por su padre de Cádiz.
5  Doña Josefa Tejera y Delgado-Trinidad (1847-1917), nacida como hemos dicho en Aguerche (El Escobonal), junto al Barranco de Herques, era hija de don Vicente Tejera Castro (1816-1876), natural de Santa Cruz de Tenerife, capitán de la Milicia Nacional local, perito repartidor de contribuciones, alcalde pedáneo de El Escobonal y juez de paz suplente de Güímar, y de doña Juana Delgado Trinidad (1814-1887), miembro de una ilustre familia de Güímar, descendiente de los menceyes de Adeje. Tuvo cuatro hermanos, nacidos todos en Aguerche (El Escobonal): doña María Antonia Luisa del Sacramento (1848-?), que casó con el teniente coronel de Infantería don Federico Úcar y Reverón, con descendencia; doña Efigenia Teresa (1851-1934), que casó con don Rogelio Ojeda Bethencourt, Bachiller, sargento de Infantería, rematador de carreteras, presidente de la Sociedad Cultural “El Porvenir” de El Escobonal, juez municipal suplente y teniente de alcalde de Güímar, sin sucesión; don Luis (1852-?), que murió en América; y don Domingo Tejera y Delgado (1855-?), que emigró a Cuba, donde fue comerciante y cajero de la “Nueva Fábrica de Hielo”, así como propietario de un molino de gofio, con descendencia. Era nieta paterna de don Luis Francisco Tejera Rodríguez (1781-?), natural de Güímar y cabo 2º de Granaderos Provinciales, y de doña Josefa de Castro Perdigón, natural de la capital y oriunda de la Villa de La Orotava. Nieta materna de don Francisco Delgado Trinidad y de la Rosa (1774-1817), capellán, mayordomo y hermano mayor del Carmen, capitán de Milicias, gobernador de armas, alcalde y apoderado de Güímar, colonizador del caserío de Aguerche y fundador de El Tablado, y de su sobrina doña María Antonia Delgado Trinidad y Lugo –ésta hija de don José Delgado Trinidad y de la Rosa (1753-1814), subteniente de Cazadores y alcalde de Güímar, y hermana de don José Domingo Delgado Trinidad y Lugo (1791-1863), capitán de Milicias, alcalde de Güímar y diputado provincial–. Bisnieta de don José Delgado Trinidad y Díaz (1717-1789), capitán de Milicias, alcalde de Güímar, primer mayordomo de la ermita de San José de El Escobonal y fundador de la de Ntra. Sra. de Belén, y doña Antonia María de la Encarnación y Arrosa. Tataranieta de don Juan Delgado Trinidad (1668-1739), alférez de Milicias y mayordomo de la fábrica parroquial de San Pedro de Güímar, y doña Anastasia Díaz; etc. Sobrina-prima de don Juan Moriarty y Delgado (1800-1881), brigadier de Caballería, jefe del Regente Espartero y diputado a Cortes; y prima hermana de don Fabio Hernández y Delgado
Bachiller, presidente del Casino y alcalde de Santa Cruz de Tenerife, y de don Juan Vicente Mandillo Tejera (1879-1951), procurador de Tribunales, consejero del Cabildo y destacado masón.

6 “Noticias”. El Progreso, sábado 27 de septiembre de 1924, pág. 2; “Pubicaciones. En la cumbre”. La Prensa, 30 de septiembre de 1924, pág. 2.
1919 diciembre 24.
Dentro del programa del establecimiento de grandes rutas entre Europa, Africa y América del Sur llega a Las Palmas el aviador francés Henry Lefranc pilotando un hidroavión CL-400. El vuelo procedente de Tolon efectuó escalas en Rosas (Gerona), Valencia, Almeria, Málaga (España), Kenitra y Agadir (Marruecos) utilizo el Puerto de La Luz (Gran Canaria) para su amerizaje, haciéndolo junto al cañonero español Recalde permaneciendo varios días en varadero para efectuar reparaciones de ligeras averías.
Durante su estancia en Las Palmas de Gran Canaria Monsieur Lefranc y a petición del director de la Escuela Industrial Dr. Mascareñas pronuncio unas conferencias sobre el tema “Las Características del hidroavión, descripción esquemática del mecanismo de vuelo, del arranque, del aterrizaje y del amerizaje. Finalidad de su misión y rutas de su viaje”. A primeros de 1920 Lefranc partió de Las palmas rumbo a Rió de Oro, Port Etienne y Dakar con motivo de estudiar las mejores rutas para llegar a las colonias francesas en África, pocos días después, El Tribuno, periódico que se editaba en Las Palmas dio la noticia del  accidente sufrido por el piloto galo y como consecuencia de mismo perdió ambas piernas. (Historia de la aviación en Canarias)
1920. Nace en Arucas, Tamaránt (Gran Canaria). Cipriano Acosta. Vive durante unos años en Asturias (España) y regresa definitivamente a su isla natal en 1972. Colaborador habitual de la prensa y las publicaciones culturales locales. Recibe menciones en distintos certámenes poéticos de las Islas y de la metrópoli, como el Ausiàs March (1975). Fallece en la ciudad de Winiwuada (Las Palmas) en 2003. obra: Otra vez Hamlet (1966), poesía. Esta sedienta voz (1976), poesía Un hombre va por el camino (1981), poesía. Aires sin sombra (1985), poesía. Cierto sabor a vino y a ceniza (1989), poesía. Intacta luz de sombra (1991), poesía.

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