lunes, 30 de junio de 2014

DOMINGO LUS HERNANDEZ ÁLVAREZ



 

1954.

Nace en Túnez, Domingo Luís Hernández Álvarez.  Narrador, poeta y ensayista.

    A los pocos meses de su nacimiento, la familia se trasladó a Tenerife, donde reside desde entonces, con breves estancias en el extranjero. Desde muy temprana edad publica trabajos narrativos en diversos periódicos y revistas insulares como La Tarde, Cofre y Alacena, Fablas, etc. Su actividad creativa en estos años también se materializa en la realización de guiones cinematográficos, como El infortunio de Alonso Ramírez (premio del Primer Concurso de Guiones Cinematográficos instituido por la Caja General de Ahorros de Tenerife), y de los films La mugre y La historia de María Díaz, junto a Pepi Dorta.

    Pero su inclinación literaria desemboca en la carrera elegida: Filología Hispánica, que concluye en 1980 en la Universidad de La Laguna. Ejerce entonces como profesor en la Escuela del Profesorado de EGB de La Laguna y colabora en el Departamento de Literatura Hispanoamericana de la aquella Universidad donde trabaja en su tesis doctoral sobre el tema «La narrativa de Roberto Arlt», que defenderá unos años después. Por este motivo, estudia también en Buenos Aires.

    Comienza a publicar sus trabajos críticos en Revista de Filología de la Universidad de La Laguna y en Liminar. Además funda y coordina junto con Manuel V., Perera y Nilo Palenzuela Borges la Colección LC, en la que se editan varios monográficos sobre literatura canaria, así como algunos materiales complementarios, como unos poemas suyos reunidos bajo el título hEcatoMbe (1982) y una novela corta: Triángulo (1984). Esta primera experiencia narrativa de largo recorrido posee una estructura de novela policíaca, así como referencias al cine (Bonnie and Clyde), al teatro (Romeo y Julieta), y a series televisivas de esta temática. Soledad urbana, relaciones pasionales, pasajes grotescos, cainismo, existencialismo y giros rápidos, componen esta obra de la que Juan Manuel García Ramos ha señalado que «queda de manifiesto la pericia en la construcción del relato, un esfuerzo por huir de la linealidad fabuladora en beneficio del montaje, técnica que no nos alivia de relacionar a nuestro autor con sus trabajos cinematográficos de los comienzos».

    Este mismo año es finalista del Premio Nacional de Novela Benito Pérez Armas con El ojo vacío. Considerada por Juan Manuel García Ramos como «una obra de madurez narrativa», recibirá un premio de edición y será publicada en 1986. También este autor ha comentado que «El amor, el sentido de la culpa, eran las preocupaciones de los héroes de Triángulo, no ausentes tampoco de las páginas de El ojo vacío junto a la soledad y la cobardía de sus criaturas, constantemente interesadas por subvertir su propia imagen, la búsqueda de una otredad ventajosa». Su siguiente entrega narrativa, Erich el zurdo, aún no publicada, estuvo entre las diez novelas finalistas seleccionadas para obtener el Premio Planeta 2006.

    Tras un breve precedente, los textos primerizos de Hecatombe, un conjunto muy breve de poemas visuales o espacialistas, su primer libro de poesía es considerado Ilión, Ilión o Troya irresurgente (1986). En él se refleja una lectura contemporánea del mito, donde se pone en entredicho la causa del amor entre Paris y Helena y la invasión de Troya, aunque el poemario surge de la traducción directa del pasaje correspondiente de la Eneida de Virgilio. Tal  como lo concibe Domingo-Luis, esa traslación literal es el material primario para construir el libro que, por lo demás, estaba (y está) pensado (con variantes) para componer una entrega mayor en cuatro partes que se llamará Mitosis, sobre otros tantos temas sacados de los textos originarios de Occidente. Taller de tránsfugas sería la segunda parte. En el futuro se convertirá en un compendio total con esas características, de tal suerte que el nuevo Ilión ya está muy avanzado y su autor espera concluirlo pronto. Por tanto, este poemario presenta una recreación del mito para desmitificarlo y proyectar, como ha dicho Juan Manuel García Ramos, «una meditación poética» y un «ejercicio más singular e independiente». 

    La siguiente entrega poética de Domingo-Luís Hernández se materializa con Taller de tránsfugas (1989). Esta obra continúa la intención de recrear la cultura clásica de su anterior libro. Esta vez, a través de dos historias del personaje mítico Dédalo: la del laberinto y la fuga de Teseo y Ariadna, y la del vuelo de Ícaro. En este contexto, el poeta consigue componer un libro sobre las huidas y las causas perdidas, en la que esté presente lo que podría denominarse la urdimbre insular, cosa que será esencial en la versión definitiva.
    A partir de su poemario Arbusto en el pantano (1991), se aleja de las dos propuestas anteriores y nos presenta un yo poético más narrativo, en el que confluyen temas como el exilio, la incertidumbre, la soledad, la crisis emocional, el fracaso, la vida vegetal, la experiencia americana y, sobre todo, un acercamiento a las obsesiones borgianas como la otredad y las grandes llanuras que nos conducen a los espacios más primitivos y graves de la voluntad humana, a lo que habría de añadirse la salida de la isla y su visión desde fuera. No es sólo huida lo que Domingo-Luis  persigue, sino medir el rigor del sujeto poético desde el exterior, entre paisajes extraños y rostros desconocidos. El recuerdo de Homero al inicio de la Odisea aclara el tema.

    Con La llama ardiente (1998) Domingo-Luís Hernández vuelve a planear otro juego intertextual. Esta vez, apoyando sus poemas en  versos de poetas culteranos, reúne temas amorosos y existenciales. Un año después compila una selección de doce de sus mejores trabajos publicados e inéditos hasta la fecha en el libro No más que la mañana [Poemas, 1986-1999].

    El escritor alcanza su madurez poética hasta el momento con el libro Todos los días (2006). A través de tres grandes tramos que aglutinan sus obsesiones líricas, la búsqueda de la amada, la metaliteratura y las relaciones de familia, con especial detenimiento en la figura paterna, el poeta recorre la soledad del amor, la otredad, el sentimiento del tiempo, la intertextualidad mediante referencias a Borges, Shakespeare, Tabucchi, Bach, Handke, Luis Mateo Díez, Coetzee, Strindberg, Conrad, Bacon, Balthus, etc. Asimismo, utiliza descripciones literarias, fórmulas narrativas próximas al microcuento, etc. Todo ello provoca que el libro aglutine buena parte de su trayectoria intelectual más reciente.

    Su trabajo académico desemboca en el ejercicio de la docencia como profesor titular de Literatura Española en la Universidad de La Laguna. Funda y dirige la revista La Página. Imparte clases en Copenhague y seminarios en algunas universidades españolas. Su actividad crítica solapa en parte su actividad creativa y publica los libros Roberto Arlt, la sombra pronunciada, Narrativa corta completa de Roberto Arlt, Luis Mateo Díez: los laberintos de la memoria (con Asunción Castro Díez), entre otros. Además ha publicado numerosos ensayos sobre literatura latinoamericana (Borges, Rulfo, García Márquez, Piglia, Moreno-Durán, etc.), canaria (Rafael Arozarena, Pedro García Cabrera, Agustín Espinosa, Gaceta de Arte, etc.) y europea (Tabucchi, Chatwin, etc.).
Significación y alcance de la obra de Domingo-Luís Hernández Álvarez

    Los seis poemarios de Domingo-Luis Hernández abarcan un amplio perímetro que se inicia en sus dos primeros textos Ilión, Ilión o Troya irresurgente y Taller de tránfugas, donde realiza una revisión de los mitos, con el fin de recrear y desmitificarlos, en un estilo espacialista. En Arbusto en el pantano su autor utiliza su voz narrativa y existencial para tratar temas como la soledad, el exilio, la percepción americana, el fracaso y el sentimiento del tiempo. En La llama ardiente recurre al amor barroco como recurso para la fuga, la evasión ante los avatares que acusa la vida real. No más que la mañana [Poemas, 1986-1999] representa una parada, una recopilación de textos que ya nos anticipan algunos de los materiales que utilizará en el siguiente libro, Todos los días, el más completo que ha realizado su autor hasta el momento. En esta última obra aglutina sus temas más habituales: la búsqueda del amor, la literatura como objeto de ficción y las relaciones familiares inconscientes, además del sentimiento del tiempo y la búsqueda de la identidad.

    Por su parte, su obra narrativa publicada se materializa hasta el momento en dos entregas: Triángulo y El ojo vacío. La primera de ellas es una novela breve de corte policíaco que no posee grandes pretensiones y que refleja el interés del autor por el cine. El ojo vacío es una novela de mayor envergadura que la anterior, que contiene uno de los temas que más influyen en la actualidad: la otredad y cómo se representa en el amor, en la soledad, en la muerte, en la representación de nuestras señas identitarias, etc.

    No cabe duda de que los trabajos más importantes que ha realizado Domingo-Luis Hernández se encuentran en su obra crítica, dirigida al estudio de la literatura hispanoamericana y de las Islas Canarias, donde ha colaborado en la difusión de la idea de insularidad, así como de las características y componentes de las «culturas de frontera». No obstante, no dejan de ser interesantes sus acercamientos en sus libros de poemas y en sus novelas a la cultura clásica desde Canarias y al diálogo que suscita su obra creativa entre las diversas literaturas Europeas y Americanas.
Selección de textos de Domingo-Luis Hernández
    Caminaba por la ciudad como cegado por las luces de las candilejas. Nervioso y abstraído se vislumbra entre la muchedumbre solo, la muchedumbre que lo acompaña, lo sigue o se cruza sin, evidentemente, conocerlo o reconocerlo, ni hacer recaer la atención sobre su cuerpo pequeño y flaco, aturdido y atorado, camuflado dentro de la gabardina larga, vieja y plagada de arrugas. El bullicio se continuaba una y otra vez en la ciudad luminosa. La muchedumbre iba y venía sin interés evidente en reconocerse. La pesadumbre sobre el asfalto se balancea para aquí y para allá lenta, pero con una constancia de órdago. Los semáforos interrumpen la fluidez de los autos momentáneamente y de inmediato apuran de nuevo el paso cargando el ambiente de humo blanco o gris que se dispersa en el aire. El hombre sintió náuseas, pero continuó la marcha distraída en el anonimato negándose a regentar lugares solitarios y reconocibles. Penetraba en almacenes inmensos con la presión de la multitud anónima. Ascendía en ascensores repletos. Volvía a la calle después de ojear libros y discos entre la muchedumbre por las salidas establecidas entre la prisa vital de los viandantes. Y detrás suyo, cerca, lejos, hacia arriba, hacia abajo, a la derecha, a la izquierda, en la espalda cuando disimuladamente lo comprobaba, unos ojos que lo auscultaban constantes desde hacía ya algún tiempo; ojos ocultos detrás de unas gafas negras, las hojas no leídas de un periódico, observando distraídamente y sin interés un objeto vendible... Siempre la misma mirada espía, aunque, probablemente, distintos ojos. Y así todos los días de la nueva y extraña vida del hombre. Incluso pensó que la sombra que pisaba no era su propia sombra, sino la sombra que completa la existencia de un cuerpo sosteniendo los ojos que persiguen. Entonces el hombre recabó en la mirada sucinta de la conciencia, la conciencia que persigue, que acosa, que aprisiona, que enloquece, que reprime la respiración, que señala la dimensión del crimen, que recuerda, increpa, reduce la inconsciencia, el olvido, incrementa la nebulosa sutil de la locura... La conciencia que vigila.
[Tríangulo, 1984]
VIERNES
    Sentados frente a la mesa de revelado, Gabriela apoya la cabeza sobre mi hombro mientras mi brazo surca la espalda. Una sensación plácida de gratitud emerge de mi cuerpo hostil a la quietud cuando muevo el líquido de revelado con destreza. Del fondo del cubilete, cubierto en la niebla de la luz roja, aparecen las figuras tomadas en el cliché de la fiesta de cumpleaños. Con la mano derecha me ayuda a volcar los papeles impresionados en el fijador después del baño de parado. Su cara es un poema de asombro que contempla cómo desde la superficie blanca del cartón se dibuja, con rápidas y sucesivas uniones de negro, su imagen. Silencio. Remover. Imagen que renace. El fastuoso mundo que pareciera revertir acorde con la magia... La reserva en el rectángulo blanco brillante y las figuras en negro y gris que lo recubren. El instante reprimido en décimas de segundo toma de la vida su propiedad perenne y se hace figura, ojo de momentos que se recorren con la visión del pasado en el futuro y en el presente. Y jamás se podrá comprobar aquel instante sin el esfuerzo sobrehumano de identificación del momento preciso que hizo posible el gesto; formar en el cerebro la misma realidad que rodea aquel extracto de mundo en seres ahítos de visión. De allí emergía jugando a madre con el esplendor que hacía sombra en las demás figuras. Introducir el papel en el marginador, hacer que el filtro de la ampliadora expanda un chorro de luz roja, enfocar, encuadrar, dejar fuera del margen lo que barrunta la imagen perfecta, chorros de blanco, negro, gris y revelar: ella impresionada, bañada en el líquido transparente. Enfocar. Cerrar los ojos incluso; y ella presente en la armonía visual de la imagen una y otra vez. Un trabajo precioso de niños comiendo pastel y bebiendo refrescos, mientras la madre todo lo controla; la aureola de la fertilidad, su hondo tacto sensual lo inunda todo. Muevo con mi mano el papel; y se hacen olas en el borde del cántaro. Vuelvo a concentrarme en la sensación de la figura emergiendo. Precioso trabajo de niños comiendo pasteles y bebiendo refrescos enternecidos por la mirada de la madre singular que los envuelve. En los ojos están los efectos de la inconsciencia. Y descubrí en la diminuta mancha blanca de su mirada el mismo efecto que la mirada de mamá, el mismo motivo, la misma respuesta, la misma duda.
    ¿Tiene sentido la imagen por sí sola o es que la mirada de ella forma la visión por sí sola o es que la mirada de ella forma la visión y se basta? ¿Acaso la existencia tiene significado si se apaga? El papel blanco brillante en la ausencia de los ojos de la mujer se transformará en una larga mancha negra, una tras otra vez... Porque la pequeña estructura de luz es el milagro de las figuras en formación, las figuras construyéndose en la nada líquida. Entonces hice ascender el corpus de la ampliadora y sólo enfoco sus ojos trepidantes, reconfortado por la sonrisa cálida que azuzaba mi cuello. Así dos globos acuosos surcando las cubetas y luego toda la habitación. Las otras correspondencias de la imagen habían perdido sentido. Me sentí confortado de nuevo; de nuevo vivir en la estructura simple, simplísima del papel brillante. Sólo el específico espacio de los ojos que anegan la habitación oscura y aquel blando cuerpo suspirando confinado en el hálito de la luz roja. Pensé que los instantes que se suceden no debían de perderse sino reconsiderarse en momentos diminutos que avanzasen en el tiempo hasta confundir la historia. Estos fueron los síntomas que conflagaron nuestra locura. Aparecía en el contraluz de la puerta del estudio tan hermosa en el fulgor del blanco que hacía temblar la estancia, me acompañaba... y se despedía en la noche con el suave adiós de una caricia sensual. La relación perfecta, pensé, la coherente relación entre dos miembros de una historia que se imita a sí misma.
[El ojo vacío, 1984, 1986]

OBERTURA

se recogió en la ribera el barco celeste de
Príamo y surgió del sollozo mortuorio el
nítido París unciendo a su ruego de noche
la tragedia de hijos de dioses
y hombres redimidos por ocredad eterna
                               mientras
desde el Olimpo tenebroso rayos de fuego
ungen la carne mortal
                               tal es la noche cernada con
los poetas en fuga bufando la tragedia
de héroes enmascarados y perdidos
al palio de diosas y dioses
incaros
[Ilión, Ilión o Troya irresurgente, 1986]

OBERTURA

ni el hombre se agota con la demencia ni es fútil
la bruma de misterio que lo cubre; es un ímpetu
brutal lo que impregna su astucia, un síndrome que
clama el furor encendido de prisión y de fuga.
Minos proyectó la isla de los destrozos, el laberinto de
efigies y de aves, de almas sin privilegio,
de trazos curvos, de rumbos sin elección ni prioridad,
de vástagos escurridizos que anidan en el mar la ofensa
del regazo o vibran destruidos entre los pájaros donde
el sol se levanta. la cal inundó el vértigo de los vivos
como carne de tumba; todo lo evanesció su dictadura y la barbarie.
los bosques de pinos gigantes, de helechos, de musgo fresco
y barrancos profundos oscurecieron.
pervivir en los círculos como animal furioso que
se muerde la cola era el destino. Dédalo fue el arquitecto
genial que combinó el recelo con el castigo y el delirio;
su laberinto, construido a la mensura
del autócrata, era tan infalible como
su ingenio. pero el orden humano es caótico: el fuego
de los amantes contagió al detenido que urdió la revisión
de la trama; la prerrogativa de ser el más intenso de los
mortales en construir desafíos a las imposiciones
colma su desdicha. los amantes huyeron a gozar de otras horas,
del pasto primitivo, a colmar sus impulsos.
Minos llora el error, la prevención, el hábito
senil. la potestad de la autocracia es la tragedia; del dolor,
la venganza; de la furia, el terror: desnuda su osadía y se
descubre vacuo, falso y compungido; escruta el contorno
y opta por azotar a aquel de los hombres que propició la
afrenta. sus artes de mago vencerán la cárcel y el
destierro, pero el hijo del claustro, pagará el soborno. el inexperto
Ícaro querrá acariciar el sol confiando en la pasión y
las alas de cera; su quimera se expresará con la muerte
cantada de un suspiro. Minos dará honor a la siembra
con la cal de sus huesos sin más encanto que el rencor
triste. Dédalo se obstina somnoliento en descifrar el pasado
en las cumbres de Creta, imprecando al destino
mortal que se confundirá, cierto día, con el polvo fecundo
de esta  tierra.
[Taller de tránsfugas, 1989]
 EL TALADO OBELISCO, 2
una calle. al fondo el laberinto.
una tienda que vende cuantos trozos de miedo
pueda adquirir. una araña que ruge. sonidos
de imprudencia velan la noche.
el amanecer es un zumbido hosco.
y sin embargo, sus plazas infinitas, los parques
recogidos alargan la inquietud de quien vuelve
de ver el rumbo entre el boscaje.
los surcos del asfalto
median por el estilo de parís y acceden al temblor
de un abrigado pórtico. una paz
indecisa congela las miradas, algunas con mendrugos
pendientes de los rostros, otras con la soberbia
clavada en los abrigos. girar tras sí,
abrirse paso a hachazos para cruzar la acera.
vago solo y veo lo que soy y recuerdo.
contemplo en la urdimbre
cuánto puede el dinero y me asustan las fauces
del motril que lo fija.
en esta estancia proverbial e interina resistirse
es morir. y la muerte no accede cuando el pulmón
disfruta en la inocencia perdido en el extremo
del rubicón, un alma que mora dividida por sobre del
betún. Avenidas inmensas, esta plaza, decenas
de librerías que no temen la noche, la música
de piazzolla que rasga las vísceras de los que han
muerto sobre el bordillo de gardel, goyeneche,
tabernas y tugurios,
una intensa coartada diluida en la atmósfera,
una calma atrevida y ningún rostro que recuerde
quién soy
es el curso imperfecto del exilio.
[Arbusto en el pantano, 1991]

DEL AUSTRO FRÍO, V

el vivo resplandor, la llama ardiente
que prende el corazón y en la caterva
me orienta adormecido cual un pájaro
ciego.
anido entre tus manos la ausencia.
y se aleja tu vista por la grada sin saber
del horror que en mí brota.
vive, resplandor; la llama queda,
ardiente,
en la mañana.
[La llama ardiente, 1998]
MEMORIAS DE LA AMADA, 1
Ningún secreto engaña a estos enigmas
que son a la tormenta como el trueno.
Un vacío es hendido por el alba,
repito un nombre inexistente
y sueño que en un sueño permanezco
atado a la mesa que te escribe.
La memoria es un pájaro que muere
oculto entre los sauces.
Las palabras se juntan
y descubren las noches.
El dedo tensa los recuerdos
y toca el esplendor del rostro
bajo el triste cristal.
No me mueve la mano sobre el pelo
como posó en la vista tu semblante
ni el pincel gira en torno de los párpados
del modo en que la pluma titubea
sobre el papel
retrato de tus ojos.
Fue ayer y hoy la vi
en el folio postrero.
Y escribo:
“ninguna gloria acallará la pena
por la amada descrita,
ningún esmero
anudará su faz a la vorágine,
ser sólo yo lejos de ella,
un manantial sin puente que albergue
las angustias del río”.
Los folios ya no cuentan lo que fue
tendida sobre el vientre nacarado.
La vi reír, cantar, llorar en otro tiempo
y ahora sólo un resto
en la pared conmueve
mis quebrantos.
Amada fue aquella que en la tarde
miró mi espejo
clavado en su puñal
y abrió despacio su destino
para darme a apurar la herida
del afecto.
No viajé solo por el mundo
en días, en noches y en pasos
sobre la soberbia.
Mirar su cuerpo ahora es ver la luna,
investir el paisaje de perfumes,
millares de pupilas,
de cabellos brillantes,
de un pubis limpio
como el salto sereno
y de estrellas fugaces.
Hablar podré del viento de la historia,
hojas que guardan su itinerario,
un reguero de tinta en el papel,
tres mil cuadernos de caricias,
doscientos mil suspiros,
un millón de repulsas
y una grieta nostálgica.
[Todos los días, 2006]
NADA SIN TREGUA, EPÍLOGO
para José Luis Rivero Ceballos,
     cuando cumplió 40 años
    Roger Bacon creyó descubrir el secreto de la vida. Cuando asistió al mar desde Oxford, a los 16 años, camino de París, defendía que pudo andar sobre las aguas como el navío que le prestó las velas, o nadar con sentido bajo el océano como los peces. Acarició una teoría que aupó en el delirio a algunos de sus discípulos. La heredó de los sabios chinos, y suponía el existir sujeto a una línea del tiempo que lo divide en dos grandes trancos: de 0 a 40 años; de 40 años al infinito... Bacon afirmaba, hacia los 20 años de edad, que el primer tramo de su madurez habría de ser tan rico en experiencia como suficiente para dominar las materias y la permuta. En el año 1251 regresó a la isla. Había probado numerosos elixires y había curado a millares de enfermos. Supo expulsar las perversiones de los cuerpos ajenos, pero no halló el modo de detener las transformaciones del rostro, el deterioro del cuello, las manchas de las manos, o las sutiles arrugas de los globos oculares. Consiguió de los otros la categoría de admirable; de él, una triste demora. En su fuente quebrada de geometría nació un signo intermedio entre el número 0 y el signo 40 de la vida; más una pregunta sorda que apuntaba hacia el trazado del futuro. Pocos meses antes de morir, el maestro fue retratado. El cuerpo lo cubría la pobre túnica de su orden. La cabeza está enfundada en una tela negra. Sostiene uno de sus libros en la mano. El título está reproducido al revés. De modo que es el sabio el que lee y ahora descansa, y no quienes creen descubrir su muestrario. Bacon mira el Tractatus de alquimia con una ligera sonrisa en los labios. El rostro es brillante. Su barba blanca apunta dibujar un secreto contrario al que los otros hombres le suponían: el que él mismo dispuso en su laboratorio, ensayando elementos, mezclando sustancias, cubriendo propiedades en el papel. Un discípulo, al revisar las hojas incompletas de su Compendium studii theologiae, descubrió los resultados de la larga reflexión iniciada por Bacon a los 31 años de edad. Habló, en una muesca de papel estrujado, de la naturaleza que transforma los días y las estaciones fuera de la cárcel; del sol que ilumina, con intensidad diversa, las paredes de su celda; y de cómo los ciclos se repiten. La luz que alumbró el rostro de Roger Bacon descubrió al rey de Persia en su jardín; vivió una primavera en la niñez que vivirán los hombres al correr de los siglos. Supuso el alumno que el admirable médico había descubierto el destino contrario de la naturaleza y del hombre. No era cierto. Al estudiar los dibujos del aposento donde el sabio permaneció cautivo por 15 años, supo de la verdad; la vio en la fuente quebrada de geometría que el maestro compuso en la pared. Una línea decía de 0 a 40 años; otra partió el período por la mitad, en el número 20. Era un golpe azul y semejaba un espino inmaduro. Pero en el tramo 40 al infinito, un renglón rojo se detuvo –cual un punzón ensangrentado- en la cifra 10; y otro, más profundo y desesperado, en el corazón del 17. Allí habita una fecha, gravada con premura y un ligero temblor: un fatídico día del año 1277. Y desde esa marca, cada día, contó una muesca en la pared. El discípulo supo que el preceptor era un ser singular. Entonces conoció el sentido de la frase que el hombre había dictado a su oído antes de expirar: «¿Quién me sustituirá en cada instante de la vida que he vivido?».
[Todos los Obras de Domingo-Luis Hernández:
La poesía de Rafael Arozarena, Santa Cruz de Tenerife, Nilo Palenzuela Borges (ed.), 1982; hEcatoMbe, Santa Cruz de Tenerife, Nilo Palenzuela Borges (ed.), 1982; Triángulo, Santa Cruz de Tenerife, Ha, [LC. Complementos. Narrativa], 1984; El ojo vacío, Santa Cruz de Tenerife, Servicio de Publicaciones de la Caja de Ahorros de Canarias, [Premio Nacional de novela «Benito Pérez Armas» 1984], 1986; Ilión, Ilión o Troya irresurgente, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura del Cabildo Insular, 1986; Arbusto en el pantano, Madrid, Endymion, 1991; 50 años de poesía canaria, [Coordinado por Domingo-Luis Hernández], Vizcaya, Diputación Foral, Departamento de Cultura, nº especial de la revista Zurgai, 1992; Narrativa corta completa. Roberto Arlt, Domingo-Luis Hernández (ed.), 2 vols, La Laguna, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 1995; Los cuentos de Roberto Arlt, La Laguna, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 1995; Roberto Arlt, la sombra pronunciada, Barcelona,  Montesinos, 1995; Dossier: Canarias, de las endechas a la narrativa última, [Coordinado por Domingo-Luis Hernández], en Quimera, nº 153/154 (dic.-en. 1996/1997), pp. 55-132; La llama ardiente, Madrid, Ediciones La Palma, colección Ministerio del Aire, 1998; No más que la mañana: Poemas, 1986-1999, Palma, Servei de Publicacions i Intercanvi Cientific de Universitat de les Illes Balears, [Poesía de Paper, 96], 2000; «Historia del Tango. Historia de un tango», en Iris M. Zavala, (ed.), Feminismos, cuerpos, escrituras, Santa Cruz de Tenerife, La Página Ediciones, 2000; Cuentos. Rafael Arozarena [Estudio de Domingo-Luis Hernández], Tenerife,  Interseptem Canarias, 2003; Luis Mateo Díez, los laberintos de la memoria, Asunción Castro Díaz, Domingo-Luis Hernández (eds.), Santa Cruz de Tenerife, La Página, 2003; Todos los días, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, Colección Atlántica, 2006. días, 2006]
Bibliografía:
Juan Manuel García Ramos, «El regreso del mito», en Ilión, Ilión o Troya irresurgente, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura del Cabildo Insular, 1986, pp. 7-10; Manuel Villalba, «La llama ardiente de Domingo-Luis Hernández», La Laguna, Cuadernos del Ateneo de La Laguna, nº 6, 1999, pp. 141-142.


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