sábado, 14 de junio de 2014

L O S C O N D E N A D O S D E L A T I E R R A-XV




F R A N T Z  F A N O N. 

I I I . D E S V E N T U R A S D E L A CO N C I E N C I A
N A C I O N A L


LA IMPULSIVIDAD CRIMINAL DEL NORAFRICANO EN LA GUERRA DE LIBERACIÓN NACIONAL




No solamente hay que combatir por la libertad del pueblo. También hay que volver a enseñar a ese pueblo y a uno mismo, durante todo el tiempo de la lucha, la dimensión del hombre. Hay que remontar los caminos de la historia, de la historia del hombre condenado por los hombres y provocar, hacer posible el reencuentro con su pueblo y con los demás hombres.

En realidad, el militante que se ha entregado a una lucha armada, a una lucha nacional, tiene la intención de conocer todas las degradaciones infligidas al hombre por la opresión colonial. El militante tiene a veces la impresión fatigosa de que tiene que conducir a todo su pueblo, sacarlo del pozo, de la caverna. El militante percibe con frecuencia que no sólo tiene que rechazar a las fuerzas enemigas, sino también los núcleos de desesperación cristalizados en el cuerpo del colonizado. El periodo de opresión es doloroso, pero la lucha, al rehabilitar al hombre oprimido desarrolla un proceso de reintegración extremadamente fecundo y decisivo. La lucha victoriosa de un pueblo no sólo consagra el triunfo de sus derechos. Procura además a ese pueblo densidad, coherencia, homogeneidad. Porque el colonialismo no ha hecho sino despersonalizar al colonizado. Esta despersonalización es resentida igualmente en el plano colectivo al nivel de las estructuras   sociales.   El   pueblo   colonizado   se   ve   reducido entonces a un conjunto de individuos que no se fundan, sino en la presencia del colonizador.

La lucha de un pueblo por su liberación lo conduce, según las circunstancias, a rechazar o a hacer estallar las supuestas verdades instaladas en su conciencia por la administración civil colonial, la ocupación militar, la explotación económica. Y sólo la lucha puede exorcizar realmente esas mentiras sobre el hombre que inferiorizan y literalmente mutilan a los más conscientes de nosotros.
Cuántas veces, en París o en Aix, en Argel o en Basse-Terre hemos visto a algunos colonizados protestar con violencia de la supuesta pereza del negro, del argelino, del vietnamita. Y, sin embargo, ¿no es cierto que en un régimen colonial, un fellah dedicado ardorosamente al trabajo, un negro que rechazara el descanso serían simplemente individuos patológicos? La pereza del colonizado es el sabotaje consciente a la máquina colonial; es, en el plano biológico, un sistema de autoprotección notable y, en todo caso, se trata de un retraso indudable infligido a la puesta a punto del ocupante en la totalidad del país.

La   resistencia   de   selvas   y   pantanos   a   la   penetraciónextranjera es aliada natural del colonizado. Habría que comprenderlo y dejar de argüir y afirmar que el negro es un gran trabajador y el bicot un roturador excepcional. En el régimen colonial, la verdad del bicot, la verdad del negro es no mover ni el dedo meñique, no ayudar al opresor a aprovecharse mejor de su presa. El deber del colonizado que todavía no ha madurado su conciencia política ni ha decidido rechazar la opresión es hacer que le arranquen literalmente el menor gesto. Es una manifestación muy concreta de la no cooperación, en todo caso, de una cooperación mínima.

Estas observaciones que se aplican a las relaciones del colonizado y del trabajo podrían aplicarse igualmente al respeto del colonizado por las leyes del opresor, al pago regular de los impuestos, a las relaciones del colonizado con el sistema colonial. En el régimen colonial, la gratitud, la sinceridad, el honor son palabras vacías. En los últimos años he tenido ocasión de comprobar un hecho clásico: el honor, la dignidad, el respeto a la palabra dada no pueden manifestarse, sino dentro del marco de una homogeneidad nacional e internacional. Cuando usted y sus semejantes han sido liquidados como perros, no les queda más que utilizar todos los medios para restablecer su peso como hombres. Hay que pesar entonces lo más posible sobre el cuerpo del torturador para que el espíritu extraviado en alguna parte recupere por fin su dimensión universal. En estos últimos años, he tenido oportunidad de presenciar en la Argelia combatiente cómo el honor, la entrega de sí, el amor a la vida, el desprecio de la muerte podían revestir formas extraordinarias. No, no se trata de   cantar   elogios   a   los   combatientes.   Se   trata   de   una comprobación trivial que los más furibundos colonialistas no han podido dejar de hacer: el combatiente argelino tiene una manera singular de pelear y de morir y ninguna referencia al Islam o al Paraíso Prometido pueden explicar esa generosidad de sí cuando se trata de proteger al pueblo o de salvar a los hermanos. Y ese silencio  aplastante  —el  cuerpo  grita  por  supuesto—,  y  ese silencio que aplasta al torturador. Encontramos aquí la vieja ley que  impide  a  cierto  elemento  de  la  existencia  permanecer inmóvil cuando la nación se pone en marcha, cuando el hombre reivindica y afirma al mismo tiempo su humanidad ilimitada.

Entre las características del pueblo argelino que había establecido el colonialismo nos detendremos en su pavorosa criminalidad. Antes de 1954, los magistrados, policías, abogados, periodistas, médicos legistas convenían de manera unánime en que la criminalidad del argelino era un problema. El argelino, se afirmaba, es un criminal nato. Se elaboró una teoría, se aportaron pruebas  científicas.  Esta  teoría  fue  objeto,  durante  más  de  20 años, de enseñanza universitaria. Estudiantes argelinos de medicina recibieron esa enseñanza y poco a poco, imperceptiblemente, después de adaptarse al colonialismo, las élites se adaptaron a las taras naturales del pueblo argelino. Perezosos natos, mentirosos natos, ladrones natos, criminales natos.

Nos proponemos exponer aquí esta teoría oficial, recordar sus bases concretas y su argumentación científica. Después recogeremos los hechos y trataremos de reinterpretarlos.

El argelino mata frecuentemente. Es un hecho, dirán los magistrados, que las cuatro quintas partes de los procesos instruidos se refieren, a golpes y heridas. La tasa de criminalidad en Argelia es una de las más importantes, de las más elevadas del mundo, afirman. No hay pequeños delincuentes. Cuando el argelino, y esto se aplica a todos los norafricanos, se pone fuera de la ley siempre lo hace al máximo.

El argelino mata salvajemente. Y, en primer lugar, el arma preferida es el cuchillo. Los magistrados "que conocen el país" se han formado una pequeña filosofía acerca de esto. Los habitantes de Kabylia, por ejemplo, prefieren la pistola o el fusil. Los árabes de la llanura tienen predilección por el cuchillo. Algunos magistrados se preguntan si el argelino necesita ver sangre. El argelino, dirán, necesita sentir el calor de la sangre, bañarse en la sangre   de   la  víctima.   Esos  magistrados,  esos  policías,  esos médicos, disertan muy seriamente sobre las relaciones del alma musulmana con la sangre.36  Cierto número de magistrados llegan a decir que para el argelino matar a un hombre es, antes que nada, degollarlo. El salvajismo del argelino se manifiesta sobre, todo por la multiplicidad de las heridas, la inutilidad de algunas infligidas después de la muerte. Las autopsias establecen indudablemente esto: el asesino da la impresión, por la gravedad semejante de todas las heridas infligidas, que ha querido matar un número incalculable de veces.

El argelino mata por nada. Con frecuencia magistrados y policías se desconciertan ante los motivos del asesinato: un gesto, una alusión, una expresión ambigua, un altercado en torno a un olivo poseído en común, una res que se aventura dentro de la octava parte de una hectárea... Frente al asesinato, algunas veces frente al doble o triple asesinato, la causa buscada, el motivo que se espera justifique y funde esos asesinatos, resulta de una trivialidad desesperante. De ahí la impresión frecuente de que el grupo social oculta los verdaderos motivos.

Por último, el robo practicado por un argelino se realiza siempre  con  fractura,  acompañada  o  no  de  asesinato,  pero siempre con agresión contra el propietario.

Todos  estos  elementos  reunidos  en  haz  en  torno  a  la criminalidad  argelina  han  parecido  ser  suficientes  para especificar  el  hecho  y  para  elaborar  un  intento  de sistematización.

Observaciones semejantes aunque menos ricas se "hicieron en Túnez y en Marruecos y cada vez se habló más de la criminalidad norafricana. Durante más de 30 años, bajo la dirección constante del profesor Porot, profesor de psiquiatría en la   Facultad   de   Argel,   varios   equipos   van   a   precisar   las modalidades de expresión de esta criminalidad y a proponer una interpretación sociológica, funcional, anatómica.

Utilizaremos aquí los principales trabajos dedicados a esta cuestión por la escuela psiquiátrica de la Facultad de Argel. Las conclusiones de las investigaciones realizadas durante más de 20 años fueron objeto, recordémoslo, de magistrales cursos en la cátedra de psiquiatría.

Así  fue  como  los  médicos  argelinos  diplomados  en  la Facultad de Argel tuvieron que oír y aprender que el argelino es un criminal nato. Me acuerdo de uno de nosotros que exponía muy seriamente esas teorías aprendidas. Y añadía: "Es duro de tragar, pero está científicamente probado."

El norafricano es un criminal, su instinto, predatorio es conocido, su agresividad masiva es perceptible a simple vista. El norafricano gusta de los extremos; por eso jamás se le puede tener íntegramente confianza. Hoy el mayor amigo, mañana el mayor enemigo. Impermeable a los matices, el cartesianismo le es fundamentalmente ajeno, el sentido del equilibrio, de la ponderación, de la medida, tropieza con sus inclinaciones más íntimas.   El   norafricano   es   un   violento,   hereditariamente violento. Hay en él una imposibilidad de disciplinar, de canalizar sus impulsos. Sí, el argelino es un impulsivo nato.

Pero, se precisa, esa impulsividad es fuertemente agresiva y generalmente  homicida.  Es  así  como  se  explica  el comportamiento no ortodoxo del melancólico argelino. Los psiquiatras franceses de Argelia se han encontrado frente a un problema difícil. Estaban acostumbrados, frente a un enfermo de melancolía,  a  temer  el  suicidio.  Pero  el  melancólico  argelino mata. Esta enfermedad de la conciencia moral que va siempre acompañada de autoacusación y de tendencias autodestructivas reviste en el argelino formas heterodestructivas. El argelino melancólico no se suicida. Mata. Es la melancolía homicida bien estudiada por el profesor Porot en la tesis de su discípulo Monserrat.

¿Cómo explica la escuela argelina esta anomalía? Primero, dice la escuela de Argel, matarse es volver sobre sí mismo, contemplarse, practicar la introspección. Pero el argelino es rebelde a la vida interior.  No hay vida interior en el norafricano. El norafricano, por el contrario, se desembaraza, de sus preocupaciones lanzándose sobre lo que lo rodea. No analiza. Como la melancolía es por definición una enfermedad de la conciencia moral, es claro que el argelino no puede padecer sino seudomelancolías,   puesto   que   tanto   la   precariedad   de   su conciencia como la fragilidad de su sentimiento moral son bien conocidas. Esta incapacidad del argelino para analizar una situación, para organizar un panorama mental se comprende perfectamente   si   nos   referimos   a   los   dos   tipos   de   causas propuestas por los autores franceses.

Y, en primer lugar, respecto de las aptitudes intelectuales. El argelino es un gran débil mental. Si se quiere comprender bien este hecho, hay que recordar la semiología establecida por la escuela de Argel. El indígena, se dice, presenta las siguientes características:

— ninguna o escasa emotividad;
— crédulo y sugestionable al extremo,
— terquedad tenaz;
  puerilismo  mental,  sin  el  espíritu  curioso  del  niño
occidental;
— facilidad de los accidentes y las reacciones pitiáticas.37

El argelino no percibe el conjunto. Las cuestiones que se plantea se refieren siempre a los detalles y excluyen toda síntesis. Puntilloso, aferrado a los objetos, perdido en el detalle, insensible a la idea, rebelde a los conceptos. La expresión verbal se reduce al mínimo. El gesto siempre impulsivo y agresivo. Incapaz de interpretar el detalle a partir del conjunto, el argelino absolutiza el elemento y toma la parte por el todo. Así habrá reacciones globales frente a incitaciones parcelarias, a insignificancias tales como una higuera, un gesto, un carnero que ha penetrado en su terreno. La agresividad congénita busca caminos, se contenta con el menor pretexto. Es una agresividad en estado puro.38

Abandonando la fase descriptiva, la escuela de Argel aborda el plano explicativo. Es en 1935, en el Congreso de Alienistas y Neurólogos de lengua francesa que se celebraba en Bruselas, cuando el profesor Porot debía definir las bases científicas de su teoría. Discutiendo el informe de Baruk sobre la histeria, decía que el "indígena norafricano, cuyas actividades superiores y corticales están poco evolucionadas, es un ser primitivo cuya vida en esencia vegetativa e instintiva está regida sobre todo por su diencéfalo".  Para  medir  bien  la  importancia  de  este descubrimiento del profesor Porot hay que recordar que la característica de la especie humana, cuando se la compara con los demás vertebrados, es la corticalización. El diencéfalo es una de las partes más primitivas del cerebro y el hombre es, principalmente,  el  vertebrado  en  el  que  domina  la  corteza cerebral.

Para el profesor Porot, la vida del indígena norafricano está dominada por las instancias diencefálicas. Esto equivale a decir que el indígena norafricano está, en cierto sentido, privado de corteza cerebral. El profesor Porot no evita esta contradicción y en abril de 1939 en Sud Médical et Chirurgical precisa, en colaboración con su discípulo Sutter, actualmente profesor de psiquiatría en Argel: "El primitivismo no es una falta de madurez, una interrupción en el desarrollo del psiquismo intelectual. Es una  condición  social  llegada  al  término  de  su  evolución,  se adapta de manera lógica a una vida diferente de la nuestra." Finalmente, los profesores abordan la base misma de la doctrina: "ese primitivismo no es sólo una manera resultante de una educación especial, tiene cimientos mucho más profundos y hasta pensamos  que  pueda  tener  su  sustrato  en  una  disposición particular de la arquitectónica, al menos de la jerarquización dinámica de los centros nerviosos". Como se ve, la impulsividad del argelino, la frecuencia y los caracteres de sus asesinatos, sus constantes tendencias a la delincuencia, su primitivismo no son un azar. Estamos en presencia de un comportamiento coherente, de una vida coherente científicamente explicable, el argelino no tiene corteza cerebral o, para ser más precisos, en él predomina, como en los vertebrados inferiores, el diencéfalo. Las funciones corticales,   si   existen,   son   muy   frágiles,   prácticamente   no integradas  a  la  dinámica  de  la  existencia.  No  hay,  pues,  ni misterio ni paradoja. La reticencia del colonizador para confiar una responsabilidad al indígena no es racismo ni paternalismo, sino simplemente una apreciación científica de las posibilidades biológicamente limitadas del colonizado.

Terminemos esta revisión refiriéndonos a una conclusión, sobre el África en general, del doctor Carothers, experto de la Organización Mundial de la Salud. Este experto internacional ha reunido en un libro publicado en 195439  lo esencial de sus observaciones.

El  doctor  Carothers  practicaba  en  el  África  central  y oriental, pero sus conclusiones coinciden con las de las escuelas norafricana. Para el experto internacional, en efecto, "el africano utiliza muy poco sus lóbulos frontales. Todas las particularidades de   la   psiquiatría   africana   pueden   atribuirse   a   una   pereza frontal".40

Para  darse  a  entender,  el  doctor  Carothers  establece  una comparación muy viva. Así advierte que el africano normal es un europeo lobotomizado. Es sabido que la escuela anglosajona había creído encontrar una terapéutica radical de ciertas formas graves de enfermedades mentales practicando la exclusión de una parte importante del cerebro. Los grandes trastornos de la personalidad comprobados han conducido después a abandonar este método. Según   el   doctor   Carothers,   la   similitud   existente   entre   el indígena africano normal y el lobotomizado europeo es notable.

El doctor Carothers, después de estudiar los trabajos de los distintos investigadores que ejercen en África, nos propone una conclusión  que  funda  una  concepción  unitaria  del  africano. "Éstos son —escribe— los datos de casos que no se refieren a las categorías europeas. Han sido recogidos en las diferentes regiones del África oriental, occidental, meridional y en general cada uno de los autores tenían poco o ningún conocimiento de los trabajos de los demás. La similitud esencial de esos trabajos es, pues, absolutamente notable."41


Señalemos antes de terminar que el doctor Carothers definía la rebelión de los Mau-Mau como la expresión de un complejo inconsciente de frustración, cuya repetición podría evitarse científicamente  mediante  adaptaciones  psicológicas espectaculares.

Así, pues, un comportamiento inhabitual: la frecuencia de la criminalidad del argelino, la trivialidad de los motivos descubiertos, el carácter homicida y siempre muy sanguinario de las peleas, planteaba un problema a los observadores. La explicación propuesta, que se ha convertido en materia de enseñanza parece ser, en última instancia, la siguiente: la disposición de las estructuras cerebrales del norafricano explica a la vez la pereza del indígena, su incapacidad intelectual y social y su impulsividad cuasianimal. La impulsividad criminal del norafricano es la transcripción al orden del comportamiento de cierta disposición del sistema nervioso. Es una reacción neurológicamente comprensible, inscrita en la naturaleza de las cosas, de la cosa biológicamente organizada. La no integración de los lóbulos frontales en la dinámica cerebral explica la pereza, los crímenes, los robos, las violaciones, la mentira. Y la conclusión me la dio un subprefecto —ahora prefecto—: "A esos seres naturales —decía—, que obedecen ciegamente las leyes de la naturaleza, hay que oponer cuadros estrictos e implacables. Hay que domesticar a la naturaleza, no convencerla." Disciplinar, domesticar, reducir y ahora pacificar son los vocablos más utilizados  por  los  colonialistas  en  los  territorios  ocupados.  Si hemos expuesto largamente las teorías de los hombres de ciencia colonialistas, ha sido menos para mostrar su pobreza y su absurdo que  para  abordar  un  problema  teórico  y  práctico extremadamente importante. De hecho, entre las cuestiones que se planteaban a la Revolución, entre los temas que podían ser debatidos en el plano de la explicación política y la desmistificación, la criminalidad  argelina no representaba sino un  subsector.  Pero  precisamente  las  entrevistas  que  tuvieron lugar en torno a este tema fueron hasta tal punto fecundas que nos permitieron profundizar y destacar mejor la noción de liberación  individual  y  social.  Cuando  en  la  práctica revolucionaria  se  aborda  ante  los  cuadros  y  los  militantes  la cuestión de la criminalidad argelina; cuando se expone el número promedio de crímenes, de delitos, de robos del periodo anterior a la Revolución; cuando se explica que la fisonomía de un crimen, la frecuencia de los delitos se producen en función de las relaciones existentes entre los hombres y las mujeres, entre los hombres y el Estado y que todos comprenden; cuando se asiste a simple vista a la dislocación de la noción de argelino o de norafricano criminal por vocación, noción que estaba igualmente fijada en la conciencia del argelino porque, en definitiva, "somos coléricos,  pendencieros,  malos,  así  es…"  entonces    puede decirse que la Revolución progresa.

El problema teórico importante es que en todo momento y en todas partes hay que hacer explícito, desmistificar, suprimir el insulto al hombre que es en sí. No hay que esperar que la nación produzca nuevos hombres. No hay que esperar que, en perpetua renovación revolucionaria, los nombres se transformen insensiblemente. Es verdad que estos dos procesos son importantes, pero hay que ayudar a la conciencia. La práctica revolucionaria si quiere ser globalmente liberadora y excepcionalmente fecunda, exige que nada de insólito subsista. Se siente con singular fuerza la necesidad de totalizar el acontecimiento, de llevar todo consigo, de reglamentar todo, de ser responsable de todo. La conciencia no se niega entonces a volver  atrás,  a  marcar  el  paso  si  es  necesario.  Por  eso  en  la marcha de una unidad de combate sobre el terreno, el final de una emboscada no significa el descanso, sino el momento de caminar también un poco la conciencia, porque todo debe ir a la par.

Sí,   espontáneamente   el   argelino   daba   la   razón   a   los magistrados y los policías.42  Ha habido que tomar, pues, esa criminalidad  argelina  vivida  en  el  plano  del  narcisismo  como manifestación de la auténtica virilidad y replantear el problema en el plano de la historia colonial. Por ejemplo, demostrar que la criminalidad  de  los  argelinos  en  Francia  difiere fundamentalmente de la criminalidad de los argelinos sometidos a la explotación directamente colonial.

Una segunda cosa debía llamar nuestra atención: en Argelia, la criminalidad argelina se desarrolla prácticamente en círculo cerrado. Los argelinos se robaban entre sí, se desgarraban entre sí, se mataban entre sí. En Argelia, el argelino apenas atacaba a los franceses y evitaba las peleas con franceses. En Francia, por el contrario, el emigrado creará una criminalidad intersocial, entre los distintos grupos.

En  Francia,  la criminalidad  argelina  disminuye.  Se  dirige sobre todo a los franceses y los móviles son radicalmente nuevos. Una paradoja nos ha ayudado considerablemente a desmistificar a los militantes: desde 1954 se comprueba una cuasidesaparición de los delitos comunes. Ya no hay disputas, ya no hay detalles insignificantes que provoquen la muerte de un hombre. Ya no hay cóleras explosivas porque el vecino haya visto la frente de mi mujer o su hombro izquierdo. La lucha nacional parece haber canalizado todas las cóleras, haber nacionalizado todos los movimientos afectivos o emocionales. Los jueces y los abogados franceses ya lo habían comprobado, pero hacía falta que el militante cobrara conciencia de ello, había que hacerle conocer las razones.

Queda la explicación.

¿Había  que  decir  que  la  guerra,  terreno  privilegiado  de expresión de una agresividad por fin socializada, canaliza hacia el ocupante los gestos congénitamente criminales? Es una comprobación trivial que las grandes sacudidas sociales disminuyen la frecuencia de la delincuencia y los trastornos mentales. Podía explicarse perfectamente esta regresión de la criminalidad argelina, así, por la existencia de una guerra que rompía a Argelia en dos, rechazando del lado enemigo la maquinaria judicial y administrativa.

Pero, en las regiones del Magreb ya liberadas, este mismo fenómeno señalado en el curso de las luchas de liberación se mantiene y se precisa con la independencia. Parece, pues, que el contexto colonial es lo bastante original como para autorizar una reinterpretación de la criminalidad. Es lo que hemos hecho para los combatientes. Ahora todo el mundo sabe, entre nosotros, que la criminalidad no es consecuencia del carácter nato del argelino ni  de  la  organización  de  su  sistema  nervioso.  La  guerra  de Argelia, las guerras de liberación nacional hacen surgir a los verdaderos protagonistas. En la situación colonial, como se ha demostrado, los indígenas viven entre ellos. Tienden a servirse recíprocamente de pantalla. Cada cual oculta al otro el enemigo nacional. Y cuando, fatigado después de una dura jornada de dieciséis horas, el colonizado se desploma en su estera y un niño, del otro lado de la cortina, llora y no lo deja dormir, como por azar, es un pequeño argelino. Cuando va a pedirle un poco de sémola o un poco de aceite al dueño de la tienda de comestibles al que ya debe algunos cientos de francos y le niegan el favor, se llena de un enorme odio y un enorme deseo de matar y el dueño de la tienda es un argelino. Cuando, después de haberlo evitado durante varias semanas, se encuentra un día acorralado por el caíd que le reclama "impuestos" ni  siquiera tiene el placer de odiar al  administrador europeo; ahí  está el  caid que atrae ese odio, y es un argelino.

Expuesto a tentativas de asesinato cotidianas: hambre, expulsión del cuarto que no ha pagado, el seno maternal seco, niños esqueléticos, las obras cerradas, los desempleados que pululan alrededor del gerente como cuervos, el indígena llega a ver a su semejante como un enemigo implacable. Si se desgarra los pies desnudos sobre una gruesa piedra en medio del camino es un indígena quien la ha puesto y cuando se dispone a recoger sus pocas uvas, resulta que los hijos de X..., por la noche, se las han comido.  Sí,  en  la  etapa  colonial  en  Argelia  y  en  todas  partes pueden hacerse muchas cosas por un kilo de sémola. Es posible matar a varias personas. Hace falta imaginación para comprender estas cosas. ¡Oh memoria! En los campos de concentración los hombres se han matado por un pedazo de pan. Me acuerdo de una escena horrible.  Era en Oran en 1944.  Del campo  donde esperábamos ser embarcados, los militares lanzaban pedazos de pan a pequeños argelinos que se los disputaban con rabia y odio. Los veterinarios podrían explicar estos fenómenos recordando el famoso peck-order que se produce en los corrales. El maíz que es distribuido es objeto, efectivamente, de una competencia implacable.  Algunas  aves,  las  más  fuertes,  devoran  todos  los granos mientras que otras menos agresivas adelgazan a ojos vista. Toda colonia tiende a convertirse en un inmenso corral, un inmenso campo de concentración, donde la única ley es la del cuchillo.

En Argelia todo ha cambiado con la guerra de Liberación Nacional. Las reservas enteras de una familia o de una metcha pueden ser ofrecidas en una sola noche a una compañía que viene de paso. El único burro de la familia puede ser prestado para asegurar  el  transporte  de  un  herido.  Y  cuando,  varios  días después, el propietario se entera de la muerte de su animal ametrallado por un avión no se lanzará en imprecaciones y amenazas.   No   hablará   de   la   muerte   de   su   animal,   pero preguntará, inquieto, si el herido está sano y salvo.

En el régimen colonial, cualquier cosa puede hacerse por un kilo de pan o un miserable borrego... Las relaciones del hombre con la materia, con el mundo, con la historia, son en la etapa colonial relaciones con los alimentos. Para un colonizado en un contexto de opresión como el de Argelia, vivir no es encamar valores, inscribirse en el desarrollo coherente y fecundo de un mundo. Vivir es no morir. Existir es mantener la vida. Cada dátil es una victoria. No un resultado de la labor realizada, sino una victoria  concebida  como  triunfo  de  la  vida.  Así  sustraer  los dátiles, permitir que el borrego se coma la hierba del vecino no son una negación de la propiedad de los demás, la transgresión de una ley o una falta de respeto. Son tentativas de asesinato. Hay que haber visto en Kabylia a hombres y mujeres ir a buscar tierra durante semanas al fondo del valle y subirla en pequeñas canastas para comprender que un robo es una tentativa de asesinato y no un gesto inamistoso o ilegal. Es que la única perspectiva es ese estómago  cada vez  más  reducido,  cada vez menos  exigente  es cierto, pero que, de cualquier manera, hay que llenar. ¿A quién dirigirse? El francés está en la llanura con los policías, el ejército y los tanques. En la montaña sólo hay argelinos. Allá arriba el cielo con sus promesas de ultratumba, allá abajo los franceses con sus promesas bien concretas de prisión, de golpes, de ejecuciones.

Forzosamente,  se  recae  sobre    mismo.  Aquí  se  descubre  el núcleo  de  ese  odio  a    mismo  que  caracteriza  los  conflictos raciales en las sociedades segregadas.

La criminalidad del argelino, su impulsividad, la violencia de   sus   asesinatos   no   son,   pues,   la   consecuencia   de   una organización del sistema nervioso ni de una originalidad de carácter, sino el producto directo de la situación colonial. Que los combatientes argelinos hayan discutido este problema,  que no hayan temido poner en duda las creencias que el colonialismo les había inculcado, que hayan comprendido que cada cual era la pantalla del otro y que, en realidad, cada uno se suicidaba al lanzarse sobre el otro, debía tener una importancia primordial en la conciencia revolucionaria. Una vez más, el objetivo del colonizado que lucha es provocar el final de la dominación. Pero igualmente debe velar por la liquidación de todas las mentiras introducidas  en  su  cuerpo  por  la  opresión.  En  un  régimen colonial, tal como existía en Argelia, las ideas profesadas por el colonialismo  no  influían  sólo  en  la  minoría  europea,  sino también en el argelino. La liberación total es la que concierne a todos los sectores de la personalidad. La emboscada o los cuerpo a cuerpo, la tortura o la matanza de sus hermanos arraigan la determinación de vencer, renuevan el subconsciente y alimentan la imaginación. Cuando la nación se impulsa definitivamente, el hombre nuevo no es un producto a posteriori de esa nación, sino que coexiste con ella, se desarrolla con ella, triunfa con ella. Esta exigencia dialéctica explica la reticencia ante las colonizaciones adaptadas y las reformas de fachada. La independencia no es una palabra que deba exorcizarse, sino una condición indispensable para la existencia de hombres y mujeres realmente liberados, es decir, dueños de todos los medios materiales que hacen posible la transformación radical de la sociedad.

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