por
Carlos Gaviño
de Franchy
En
un artículo publicado en la revista ilustrada de posguerra Mirador de
Tenerife se preguntaba, a propósito del origen del cultivo del plátano en
nuestro archipiélago, el investigador Buenaventura Bonnet1: Pero
¿de dónde nos vino esa planta que tanto nos ha favorecido? Según los datos que
nos ha trasmitido el historiador Marín y Cubas, prosigue Bonnet, este
árbol vino de Guinea, siendo llevado a Gran Canaria por el año 1499 o 1500,
como consecuencia de una expedición enviada por el Cabildo de aquella isla,
acaudillada por el gobernador Juan de Ceverio Muxica, desde donde «trajeron las
batatas, raíces de plátanos, ñames y otras semillas…». Afirma Adanson que en estas
islas comenzó a llamarse «plántano» y más tarde ese nombre lo hicimos homónimo
del famoso plátano del Líbano, excelso árbol cantado por poetas, historiadores
y viajeros, con el que nada tiene relación. Mejor sería designarlo con el
nombre de «banana» como le dicen los naturales de Guinea y los franceses e
ingleses, pero hoy día es muy difícil cambiar esa denominación vulgar y
tradicional.
Cita
Bonnet a continuación al factor británico Thomas Nichols, quien vio ejemplares
de esta planta durante su estancia entre nosotros y los describe de la
siguiente manera: Es un árbol que pide las orillas de los ríos, no crece muy
grueso, pero es derecho, tiene las hojas gruesas y largas, algunas veces de dos
varas y casi media de ancho. No da fruto más de una vez y dado lo cortan,
naciendo otro árbol de sus raíces; cada árbol tiene tres o cuatro ramos (piñas)
que dan más o menos frutos, treinta o cuarenta y aún más, que se parecen mucho
al cohombro. Estando muy maduro, la cáscara se ennegrece; es por demás
delicioso al gusto como la más regalada conserva (sirop) que se pueda hacer.
De
aquí pasaron a América y a propósito relata el historiador de Indias Fernández
de Oviedo: Hay una fruta que acá llaman «plátanos», pero en la verdad no lo
son, ni estos son árboles, ni los avía en estas Indias, e fueron traydos a
ellas; más quedarse han con este impropio nombre de plátanos… Fue traydo este
linage de planta de la isla de Gran Canaria, el año de mill e quinientos y diez
y seys, por el reverendo fray Thomas de Sancto Domingo, de la orden de los
Predicadores, a esta ciudad de Sancto Domingo; e desde aquí se han extendido en
las otras poblaciones desta isla y en todas las otras islas pobladas de
christianos, e los han llevado a la Tierra Firme y en cada parte que los han puesto
se han dado muy bien. […] Truxéronse los primeros plátanos, segund he
dicho, de Gran Canaria; e yo los vi allí en la misma cibdad en el monasterio de
Sanct Francisco el año de mil e quinientos e veynte, e assí los hay en las
otras islas Fortunadas o de Canaria.
Habrá
que esperar a las postrimerías del siglo diecinueve y, más concretamente, a las
primeras décadas de la centuria siguiente, para observar como el cultivo de la
platanera se generaliza en las islas que disponían de mayor caudal de agua. La
quiebra del mercado internacional de la cochinilla [Coccus cacti], como
consecuencia del descubrimiento y comercialización de las anilinas, contribuyó
de forma específica a la implantación del monocultivo. Las labores de
parasitación de este insecto en los nopales, que había ocupado hasta entonces a
buena parte del sector agrícola del archipiélago y producido notables ingresos
a sus productores y tratantes, se vieron reducidas de forma tal que apenas se
recolectaba grana para satisfacer la corta demanda de la industria cosmética y
de colorantes alimentarios. Quizá sirva como anécdota señalar que el conocido
aperitivo de la marca Campari, debe su hermoso color rojo a este tinte
orgánico producido durante décadas en Canarias.
Refiriéndonos
exclusivamente al Valle de La
Orotava , que nuestra generación alcanzó a ver tapizado de
extensas plantaciones de plátanos, conviene trasladar aquí las lamentaciones de
Pablo, personaje central de la novela de Alfonso de Ascanio La Casa de Ardola2,
por cuanto añoran un referente paisajístico anterior y ajeno a la estampa que
popularizó la imagen de aquel vergel en buena parte del siglo pasado: ¿Pobre
Valle de mis recuerdos! Aquellos campos, antes tan policromos y encantadores
salpicados de plantas, arbustos y flores, orlados de hierbas y florecillas
silvestres, se volvían uniformes, monótonos, artificiales, con un sólo matiz,
que era el verde pálido del monocultivo. ¡Era una obsesión!… por todos lados se
talaban los árboles, se suprimían o descuidaban los jardines, desaparecían los
huertos de hortalizas y los viveros, se quitaban los rincones de recreo y en su
lugar se plantaban frutales.
Era una fiebre… una mala fiebre positivista y ácida.
Ya no se veían bosquecillos naturales, ni montículos agrestes, ni regatos de
agua serpenteando entre piedras y hierbas, ni fuentes naturales, cuyos chorros
cristalinos se deslizasen entre matas y flores silvestres… el precioso líquido
sólo circulaba por tuberías y acequias cubiertas, para que ni una sola gota se
perdiera antes de llegar a su destino. […]
El dinero corría y la transformación de gentes, paisajes, usos y hábitos era
algo que acaso contentase a algún filósofo enamorado de la política social,
pero que me producía una sensación de tristeza y me traía a la mente el
recuerdo de los tiempos del Caballero2.
Con
el plátano y los logros socioeconómicos que produjo su cultivo y que tanto
disgustaban al joven y reaccionario hacendista Pablo de Ardola, llegó un cierto
bienestar al campo isleño, situación que además de enriquecer aún más a los propietarios
de la tierra permitió a quienes la trabajaban que se beneficiaran también de
este periodo de bonanza económica, interrumpida únicamente por las
consecuencias desastrosas de tres de las guerras del siglo, aquellas que
afectaron directamente al archipiélago. Nuestro personaje, entristecido,
comenta: Por las carreteras o por los paseos de las fincas o por las veredas
entre las huertas no se veían ya mocitas campesinas o labriegos vestidos como
antaño, rústicamente, no: ellas llevaban blusas de seda y medias como las
señoritas y ellos usaban chaleco y corbata…
Posteriormente, la consolidación del sector turístico
como motor de la economía en la segunda mitad del siglo XX contribuyó a
divulgar la imagen estereotipada de los platanales y amenaza, en la actualidad,
con hacerla desaparecer para siempre de nuestro paisaje.
Los
enteros postales, una suerte de cartas sin sobre, impresos por el
Estado, con bajo precio de circulación, fueron introducidos en el correo
español efectivamente en 1873 y constituyen el origen de las tarjetas postales
que hoy conocemos.
Portadoras
de mensajes cortos carecían, en un principio, de otra ilustración que no fuera
el timbre.
A
partir de 1871 comenzaron a usarse modelos editados por particulares que
incluían una lámina en el anverso, mientras se reservaba la otra cara o reverso
para el sello y la dirección del destinatario, pero fueron prohibidos en
nuestro país entre 1873 y 1886. En diciembre de este último año, la Dirección General
de Correos autorizó el uso de postales ilustradas siempre que su formato no
excediera los 9 cm de alto por 14 cm de ancho.
En estas primeras postales el texto compartía con la lámina el anverso de la cartulina, siendo preciso escribir sobre la estampa, de forma que se estropeaba la vista o el motivo y se hacía difícil su lectura por lo que, desde 1907, se impuso dividir el reverso en dos, compartiendo una misma cara del cartón la misiva y los datos del destinatario3.
Para
la impresión de estas hermosas tarjetas se recurrió a las técnicas de
reproducción artística punteras en aquel momento y, entre todas ellas, resultó
ser la cromolitografía una de las más atractivas.
Las
imágenes procedían de fotografías monocromas y eran litografiadas por un
artesano que, en la mayoría de los casos, interpretaba la luz y su
consecuencia, el color, a su antojo. Un taller de Leipzig, por mencionar una
ciudad en la que los hubo muy afamados, producía millares de ellas todos los
días sin tener en cuenta la procedencia de las vistas, ya fueran de los cálidos
y luminosos trópicos o de las heladas tundras nórdicas. Esto, no obstante, dotó
a las tarjetas postales anteriores a los años 1910-1915, de una belleza casi
individual que las convierte en deliciosas obras del arte gráfico.
Y
si el color no resultaba fiel a la realidad, tampoco lo eran las localizaciones
e incluso la integridad física de los monumentos representados. Existe una
tarjeta, frecuente en las colecciones canarias, que supuestamente representa la
torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de Santa
Cruz de Tenerife, a la que le fue añadida una cúpula que nunca tuvo y figura en
su descripción como «Catedral de Tenerife». Otras reproducen paisajes de las
islas con rótulos equívocos, y aún algunas lo hacen incorporando paisajes de
Madeira o las islas Azores, atribuidos a nuestro archipiélago.
La
imagen del plátano, ya sea durante su cultivo o en la tarea de empaquetado del
fruto, figura en las tarjetas canarias desde los inicios de esta modalidad
postal, por lo que conviene distinguir varios aspectos en su clasificación.
Las hay que muestran grandes extensiones agrícolas del
Valle de La Orotava ,
Icod o Buenavista y, en general, de la mayor parte de los pueblos del Norte de
Tenerife. De la isla de Gran Canaria destacan las que representan a las
plantaciones que rodeaban el barranco de Guiniguada en Las Palmas y las
inmediaciones de la Villa
de Arucas y las ciudades de Guía y Gáldar. En La Palma , Los Llanos de
Aridane, con sus haciendas de Argual y Tazacorte y, en La Gomera , las laderas labradas
en bancales de Vallehermoso. Se trata de vistas generales en las que aparecen
multitud de fincas dedicadas a la plantación de plataneras, sin excluir
aspectos de las poblaciones colindantes.
Otras,
sin embargo, y son las más significativas para nuestro fin, reproducen
especimenes de platanera, en los que puede apreciarse la flor o el fruto, y las
faenas que son necesarias para obtenerlo. En estas últimas, suelen figurar
tipos del país ataviados con la vestimenta rústica de la que antes se
hacía mención.
Forman
parte estas tarjetas iniciales de un grupo que podríamos denominar de
curiosidades botánicas, que incluye las que representan a otras especies
vegetales consideradas exóticas por los foráneos; tal es el caso de dragos,
palmeras, cardones, araucarias y nopales. Entre éstas son frecuentes las que
difunden la estampa de los dragos del Seminario en La Laguna y del Realejo; las
palmeras del barrio de Vegueta en Las Palmas y la de la Conquista , que
constituía con el célebre drago, uno de los dos atractivos fundamentales para
los visitantes de los jardines de Franchy en La Orotava ; los cardones
centenarios de Buenavista, en Tenerife, y el del Lagazal en Gáldar, que
alcanzaba, al parecer, ciento diez metros de diámetro. Abundan las perspectivas
generales o particulares de los jardines de la mayor parte de los hoteles
existentes en Las Palmas y el Puerto de la Cruz -Santa Catalina, Continental, Metropole,
Martiánez, Taoro, Monopol, Humboldt- o de otros de renombre, como el de Corvo
en Moya o el Botánico de La
Orotava , y todo tipo de bosques y selvas insulares, desde el
pinar a la laurisilva.
Un
fotógrafo al que debemos buen número de tarjetas postales pertenecientes al
periodo denominado clásico o de edad de oro de la tarjeta postal
[1901-1905]4, realizadas con la técnica de la cromolitografía y
firmadas con su nombre, es el portugués Jordâo da Luz Perestrello. Con estudios
abiertos en Santa Cruz y Las Palmas, Perestrello alcanzó a formar un Álbum
de Canarias que compilaba cincuenta y dos fotografías, donde, según Carmelo
Vega, se incluye una serie de fotografías muy interesantes sobre «industrias
canarias» (secaderos de pescado, plataneras, plantaciones de caña) y sobre la
vida cotidiana en los campos canarios (aguadoras, lavanderas, etc.). Buena
parte de estas fotografías, si no todas, fueron transformadas en postales al
cromo en talleres europeos5.
Tras
la primera gran guerra europea y la consiguiente paralización de los obradores
en los que se estampaba la mayor parte de las postales cromolitografiadas relativas
a nuestro archipiélago, esta técnica cayó en desuso. Cinco años antes, en 1909,
don Ángel Custodio Romero había litografiado una composición a medio camino
entre la realidad fotográfica y la manera pictórica impresionista que
representaba la erupción del volcán Chinyero. Los tímidos intentos del taller
que este artista había fundado en Santa Cruz de Tenerife, la Litografía Romero ,
por prolongar la utilización de la cromolitografía aplicada a la realización de
tarjetas postales no parecen haber dado resultados. La rareza de esta pieza en
el mercado actual nos obliga a pensar que formó parte de una edición limitada,
que no produjo secuelas.
A
comienzos de la segunda década del siglo XX inicia su actividad en Santa Cruz
de Tenerife Postal Express, estudio fotográfico del que fue fundador y
propietario Joaquín González Espinosa, cuya trayectoria ha sido estudiada por
Carmelo Vega y que constituye el paradigma de las empresas dedicadas a la
edición de tarjetas postales en Canarias6.
Joaquín
González Espinosa (Santa Cruz de Tenerife, 1892-1955)7, Quino,
poseedor de un excelente sentido comercial, amplió el habitual cometido de un
gabinete al uso proporcionando a sus clientes, además de los servicios propios
de una galería fotográfica, molduras, espejos e incluso muebles, con la
novedosa posibilidad de ser pagados a plazos. Quizás no haya habido en Canarias
otra empresa fotográfica con un fondo mayor en tarjetas postales del país. Las
series que lo componen, en dos formatos de 13 x 18 cm y 9 x 14 cm, desarrollan
un recorrido visual por las siete islas que proporciona instantáneas de todo
cuanto era digno de ser observado. Numeradas y firmadas con las iniciales J. G.
-otras tan sólo con el anagrama de su nombre y primer apellido- las postales
fotográficas de Quino son hoy un referente paisajístico de conjunto sin
igual que muestra episodios, como es el caso de las doce vistas tomadas
en Lanzarote, que se cuentan entre las primeras imágenes de calidad
conservadas de aquella isla. Una nota necrológica publicada tras su
fallecimiento el 15 de julio de 1955 dice: Su industria fotográfica fue hace
varios años una de las más importantes del Archipiélago, dedicando especial
atención a los paisajes de la capital y de la isla, de lo que queda constancia
en sus bellas estampas de los lugares más sugestivos y evocadores de Tenerife.
Su
actividad creadora, centrada principalmente en la segunda y tercera década del
siglo pasado, coincide con la recuperación y auge del plátano, tras el
paréntesis de la primera gran guerra.
Hemos
incluido en la selección de tarjetas que ilustran el entorno del plátano y su
cultivo en las islas, otras que son obra de conocidos estudios y fotógrafos
insulares, como es el caso de Friedrich Curt Herrmann [Fotografía Alemana],
establecido en Las Palmas de Gran Canaria, o de Otto Auer [Foto Central],
que tenía su estudio en Santa Cruz de Tenerife, y Ernesto Fernando Baena, cuya
producción es comparable a la de Joaquín González Espinosa por su volumen y
calidad. Sin embargo, en nuestra selección son muy numerosas las postales
fotográficas realizadas por Ediciones Arribas, en los años cuarenta y cincuenta
del siglo XX, empresa zaragozana que había sido fundada a comienzos de la
citada centuria por el fotógrafo Mariano Arribas. En relación con esta editorial,
opina Francisco Palá Laguna en su estudio La tarjeta postal ilustrada,
que finalizada la guerra civil, Zaragoza se convirtió en el centro de la
industria de la tarjeta postal gracias a la importancia que alcanzaron por su
calidad y cantidad las tarjetas postales editadas e impresas por García
Garrabella y la propia Ediciones Arribas. El plátano y las extensas
propiedades en que se cultivaba, seguía llamando la atención de los foráneos,
incluido para siempre en el catálogo inexistente de exotismos atribuibles a
nuestro irreal archipiélago.
Notas
1Bonnet Reverón, B.: «Productos antiguos que dieron celebridad a
Tenerife. Reseña histórica». Mirador de Canarias. La isla industriosa.
Tenerife. Noviembre de 1940, número 15, pp. 7-8.
2Ascanio, A. de: La
Casa de Ardola. Edición al cuidado de Javier
Morata, Editor. Madrid, 1952.
3 Sobre la historia de la tarjeta postal ilustrada en
España, vide:
Carreras y Candi, F.: Las tarjetas postales en España. Barcelona. 1903.
Carrasco Marqués, M.: Las tarjetas postales ilustradas de España circuladas en el siglo
XIX. Edifil S.A. 2004.
Teixidor Cadenas, C.: La tarjeta postal en España. Espasa Calpe. Madrid.1999.
4 Teixidor Cadenas, C., op. cit.
5 Vega, C.: La isla mirada. Tenerife y la Fotografía [1839-1939].
2 Tomos. Centro de Fotografia «Isla de Tenerife». Santa Cruz de Tenerife. 1995
y 1997.
6 Vega, C., op.
cit.
7 Nació Joaquín González Espinosa en Santa Cruz de
Tenerife, en el número 12 de la calle de Las Flores, a las cuatro de la mañana
del día 26 de octubre de 1892. Fueron sus padres, don Francisco González Currá,
comerciante -gerente y agente en esta isla de las máquinas de coser Singer- y
teniente de alcalde de dicha ciudad durante el mandato de don Santiago García
Sanabria, natural de Jerez de la
Frontera , Cádiz, y doña Dolores Espinosa Sánchez, que lo era
de San Fernando en la misma provincia. Abuelos paternos, don Francisco González
Clavijo y doña Gertrudis Currá Sánchez, oriundos de Ubrique y Jerez de la Frontera. Maternos ,
don Cristóbal Espinosa Coca y doña Catalina Sánchez Barea, naturales asimismo
de Alcalá de los Gazules y Bencocás, en Cádiz. Registro Civil de Santa Cruz de
Tenerife. Sección Primera. Tomo XXXIV, folio 222, número 427.
(Carlos Gaviño de Franchy.
Translated by
Agnès Louart y Jorge Barriuso)
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