miércoles, 25 de febrero de 2015

Plátanos y postales


por
 Carlos Gaviño de Franchy

En un artículo publicado en la revista ilustrada de posguerra Mirador de Tenerife se preguntaba, a propósito del origen del cultivo del plátano en nuestro archipiélago, el investigador Buenaventura Bonnet1: Pero ¿de dónde nos vino esa planta que tanto nos ha favorecido? Según los datos que nos ha trasmitido el historiador Marín y Cubas, prosigue Bonnet, este árbol vino de Guinea, siendo llevado a Gran Canaria por el año 1499 o 1500, como consecuencia de una expedición enviada por el Cabildo de aquella isla, acaudillada por el gobernador Juan de Ceverio Muxica, desde donde «trajeron las batatas, raíces de plátanos, ñames y otras semillas…». Afirma Adanson que en estas islas comenzó a llamarse «plántano» y más tarde ese nombre lo hicimos homónimo del famoso plátano del Líbano, excelso árbol cantado por poetas, historiadores y viajeros, con el que nada tiene relación. Mejor sería designarlo con el nombre de «banana» como le dicen los naturales de Guinea y los franceses e ingleses, pero hoy día es muy difícil cambiar esa denominación vulgar y tradicional.

Cita Bonnet a continuación al factor británico Thomas Nichols, quien vio ejemplares de esta planta durante su estancia entre nosotros y los describe de la siguiente manera: Es un árbol que pide las orillas de los ríos, no crece muy grueso, pero es derecho, tiene las hojas gruesas y largas, algunas veces de dos varas y casi media de ancho. No da fruto más de una vez y dado lo cortan, naciendo otro árbol de sus raíces; cada árbol tiene tres o cuatro ramos (piñas) que dan más o menos frutos, treinta o cuarenta y aún más, que se parecen mucho al cohombro. Estando muy maduro, la cáscara se ennegrece; es por demás delicioso al gusto como la más regalada conserva (sirop) que se pueda hacer.

De aquí pasaron a América y a propósito relata el historiador de Indias Fernández de Oviedo: Hay una fruta que acá llaman «plátanos», pero en la verdad no lo son, ni estos son árboles, ni los avía en estas Indias, e fueron traydos a ellas; más quedarse han con este impropio nombre de plátanos… Fue traydo este linage de planta de la isla de Gran Canaria, el año de mill e quinientos y diez y seys, por el reverendo fray Thomas de Sancto Domingo, de la orden de los Predicadores, a esta ciudad de Sancto Domingo; e desde aquí se han extendido en las otras poblaciones desta isla y en todas las otras islas pobladas de christianos, e los han llevado a la Tierra Firme y en cada parte que los han puesto se han dado muy bien. […] Truxéronse los primeros plátanos, segund he dicho, de Gran Canaria; e yo los vi allí en la misma cibdad en el monasterio de Sanct Francisco el año de mil e quinientos e veynte, e assí los hay en las otras islas Fortunadas o de Canaria.

Habrá que esperar a las postrimerías del siglo diecinueve y, más concretamente, a las primeras décadas de la centuria siguiente, para observar como el cultivo de la platanera se generaliza en las islas que disponían de mayor caudal de agua. La quiebra del mercado internacional de la cochinilla [Coccus cacti], como consecuencia del descubrimiento y comercialización de las anilinas, contribuyó de forma específica a la implantación del monocultivo. Las labores de parasitación de este insecto en los nopales, que había ocupado hasta entonces a buena parte del sector agrícola del archipiélago y producido notables ingresos a sus productores y tratantes, se vieron reducidas de forma tal que apenas se recolectaba grana para satisfacer la corta demanda de la industria cosmética y de colorantes alimentarios. Quizá sirva como anécdota señalar que el conocido aperitivo de la marca Campari, debe su hermoso color rojo a este tinte orgánico producido durante décadas en Canarias.

Refiriéndonos exclusivamente al Valle de La Orotava, que nuestra generación alcanzó a ver tapizado de extensas plantaciones de plátanos, conviene trasladar aquí las lamentaciones de Pablo, personaje central de la novela de Alfonso de Ascanio La Casa de Ardola2, por cuanto añoran un referente paisajístico anterior y ajeno a la estampa que popularizó la imagen de aquel vergel en buena parte del siglo pasado: ¿Pobre Valle de mis recuerdos! Aquellos campos, antes tan policromos y encantadores salpicados de plantas, arbustos y flores, orlados de hierbas y florecillas silvestres, se volvían uniformes, monótonos, artificiales, con un sólo matiz, que era el verde pálido del monocultivo. ¡Era una obsesión!… por todos lados se talaban los árboles, se suprimían o descuidaban los jardines, desaparecían los huertos de hortalizas y los viveros, se quitaban los rincones de recreo y en su lugar se plantaban frutales.

Era una fiebre… una mala fiebre positivista y ácida. Ya no se veían bosquecillos naturales, ni montículos agrestes, ni regatos de agua serpenteando entre piedras y hierbas, ni fuentes naturales, cuyos chorros cristalinos se deslizasen entre matas y flores silvestres… el precioso líquido sólo circulaba por tuberías y acequias cubiertas, para que ni una sola gota se perdiera antes de llegar a su destino. […] El dinero corría y la transformación de gentes, paisajes, usos y hábitos era algo que acaso contentase a algún filósofo enamorado de la política social, pero que me producía una sensación de tristeza y  me traía a la mente el recuerdo de los tiempos del Caballero2.

Con el plátano y los logros socioeconómicos que produjo su cultivo y que tanto disgustaban al joven y reaccionario hacendista Pablo de Ardola, llegó un cierto bienestar al campo isleño, situación que además de enriquecer aún más a los propietarios de la tierra permitió a quienes la trabajaban que se beneficiaran también de este periodo de bonanza económica, interrumpida únicamente por las consecuencias desastrosas de tres de las guerras del siglo, aquellas que afectaron directamente al archipiélago. Nuestro personaje, entristecido, comenta: Por las carreteras o por los paseos de las fincas o por las veredas entre las huertas no se veían ya mocitas campesinas o labriegos vestidos como antaño, rústicamente, no: ellas llevaban blusas de seda y medias como las señoritas y ellos usaban chaleco y corbata

Posteriormente, la consolidación del sector turístico como motor de la economía en la segunda mitad del siglo XX contribuyó a divulgar la imagen estereotipada de los platanales y amenaza, en la actualidad, con hacerla desaparecer para siempre de nuestro paisaje.
Los enteros postales, una suerte de cartas sin sobre, impresos por el Estado, con bajo precio de circulación, fueron introducidos en el correo español efectivamente en 1873 y constituyen el origen de las tarjetas postales que hoy conocemos.
Portadoras de mensajes cortos carecían, en un principio, de otra ilustración que no fuera el timbre.

A partir de 1871 comenzaron a usarse modelos editados por particulares que incluían una lámina en el anverso, mientras se reservaba la otra cara o reverso para el sello y la dirección del destinatario, pero fueron prohibidos en nuestro país entre 1873 y 1886. En diciembre de este último año, la Dirección General de Correos autorizó el uso de postales ilustradas siempre que su formato no excediera los 9 cm de alto por 14 cm de ancho.


En estas primeras postales el texto compartía con la lámina el anverso de la cartulina, siendo preciso escribir sobre la estampa, de forma que se estropeaba la vista o el motivo y se hacía difícil su lectura por lo que, desde 1907, se impuso dividir el reverso en dos, compartiendo una misma cara del cartón la misiva y los datos del destinatario3.

Para la impresión de estas hermosas tarjetas se recurrió a las técnicas de reproducción artística punteras en aquel momento y, entre todas ellas, resultó ser la cromolitografía una de las más atractivas.

Las imágenes procedían de fotografías monocromas y eran litografiadas por un artesano que, en la mayoría de los casos, interpretaba la luz y su consecuencia, el color, a su antojo. Un taller de Leipzig, por mencionar una ciudad en la que los hubo muy afamados, producía millares de ellas todos los días sin tener en cuenta la procedencia de las vistas, ya fueran de los cálidos y luminosos trópicos o de las heladas tundras nórdicas. Esto, no obstante, dotó a las tarjetas postales anteriores a los años 1910-1915, de una belleza casi individual que las convierte en deliciosas obras del arte gráfico.

Y si el color no resultaba fiel a la realidad, tampoco lo eran las localizaciones e incluso la integridad física de los monumentos representados. Existe una tarjeta, frecuente en las colecciones canarias, que supuestamente representa la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, a la que le fue añadida una cúpula que nunca tuvo y figura en su descripción como «Catedral de Tenerife». Otras reproducen paisajes de las islas con rótulos equívocos, y aún algunas lo hacen incorporando paisajes de Madeira o las islas Azores, atribuidos a nuestro archipiélago.

La imagen del plátano, ya sea durante su cultivo o en la tarea de empaquetado del fruto, figura en las tarjetas canarias desde los inicios de esta modalidad postal, por lo que conviene distinguir varios aspectos en su clasificación.

Las hay que muestran grandes extensiones agrícolas del Valle de La Orotava, Icod o Buenavista y, en general, de la mayor parte de los pueblos del Norte de Tenerife. De la isla de Gran Canaria destacan las que representan a las plantaciones que rodeaban el barranco de Guiniguada en Las Palmas y las inmediaciones de la Villa de Arucas y las ciudades de Guía y Gáldar. En La Palma, Los Llanos de Aridane, con sus haciendas de Argual y Tazacorte y, en La Gomera, las laderas labradas en bancales de Vallehermoso. Se trata de vistas generales en las que aparecen multitud de fincas dedicadas a la plantación de plataneras, sin excluir aspectos de las poblaciones colindantes.
Otras, sin embargo, y son las más significativas para nuestro fin, reproducen especimenes de platanera, en los que puede apreciarse la flor o el fruto, y las faenas que son necesarias para obtenerlo. En estas últimas, suelen figurar tipos del país ataviados con la vestimenta rústica de la que antes se hacía mención.

Forman parte estas tarjetas iniciales de un grupo que podríamos denominar de curiosidades botánicas, que incluye las que representan a otras especies vegetales consideradas exóticas por los foráneos; tal es el caso de dragos, palmeras, cardones, araucarias y nopales. Entre éstas son frecuentes las que difunden la estampa de los dragos del Seminario en La Laguna y del Realejo; las palmeras del barrio de Vegueta en Las Palmas y la de la Conquista, que constituía con el célebre drago, uno de los dos atractivos fundamentales para los visitantes de los jardines de Franchy en La Orotava; los cardones centenarios de Buenavista, en Tenerife, y el del Lagazal en Gáldar, que alcanzaba, al parecer, ciento diez metros de diámetro. Abundan las perspectivas generales o particulares de los jardines de la mayor parte de los hoteles existentes en Las Palmas y el Puerto de la Cruz -Santa Catalina, Continental, Metropole, Martiánez, Taoro, Monopol, Humboldt- o de otros de renombre, como el de Corvo en Moya o el Botánico de La Orotava, y todo tipo de bosques y selvas insulares, desde el pinar a la laurisilva.

Un fotógrafo al que debemos buen número de tarjetas postales pertenecientes al periodo denominado clásico o de edad de oro de la tarjeta postal [1901-1905]4, realizadas con la técnica de la cromolitografía y firmadas con su nombre, es el portugués Jordâo da Luz Perestrello. Con estudios abiertos en Santa Cruz y Las Palmas, Perestrello alcanzó a formar un Álbum de Canarias que compilaba cincuenta y dos fotografías, donde, según Carmelo Vega, se incluye una serie de fotografías muy interesantes sobre «industrias canarias» (secaderos de pescado, plataneras, plantaciones de caña) y sobre la vida cotidiana en los campos canarios (aguadoras, lavanderas, etc.). Buena parte de estas fotografías, si no todas, fueron transformadas en postales al cromo en talleres europeos5.

Tras la primera gran guerra europea y la consiguiente paralización de los obradores en los que se estampaba la mayor parte de las postales cromolitografiadas relativas a nuestro archipiélago, esta técnica cayó en desuso. Cinco años antes, en 1909, don Ángel Custodio Romero había litografiado una composición a medio camino entre la realidad fotográfica y la manera pictórica impresionista que representaba la erupción del volcán Chinyero. Los tímidos intentos del taller que este artista había fundado en Santa Cruz de Tenerife, la Litografía Romero, por prolongar la utilización de la cromolitografía aplicada a la realización de tarjetas postales no parecen haber dado resultados. La rareza de esta pieza en el mercado actual nos obliga a pensar que formó parte de una edición limitada, que no produjo secuelas.

A comienzos de la segunda década del siglo XX inicia su actividad en Santa Cruz de Tenerife Postal Express, estudio fotográfico del que fue fundador y propietario Joaquín González Espinosa, cuya trayectoria ha sido estudiada por Carmelo Vega y que constituye el paradigma de las empresas dedicadas a la edición de tarjetas postales en Canarias6.

Joaquín González Espinosa (Santa Cruz de Tenerife, 1892-1955)7, Quino, poseedor de un excelente sentido comercial, amplió el habitual cometido de un gabinete al uso proporcionando a sus clientes, además de los servicios propios de una galería fotográfica, molduras, espejos e incluso muebles, con la novedosa posibilidad de ser pagados a plazos. Quizás no haya habido en Canarias otra empresa fotográfica con un fondo mayor en tarjetas postales del país. Las series que lo componen, en dos formatos de 13 x 18 cm y 9 x 14 cm, desarrollan un recorrido visual por las siete islas que proporciona instantáneas de todo cuanto era digno de ser observado. Numeradas y firmadas con las iniciales J. G. -otras tan sólo con el anagrama de su nombre y primer apellido- las postales fotográficas de Quino son hoy un referente paisajístico de conjunto sin igual que muestra episodios, como es el caso de las doce vistas tomadas en  Lanzarote, que se cuentan entre las primeras imágenes de calidad conservadas de aquella isla. Una nota necrológica publicada tras su fallecimiento el 15 de julio de 1955 dice: Su industria fotográfica fue hace varios años una de las más importantes del Archipiélago, dedicando especial atención a los paisajes de la capital y de la isla, de lo que queda constancia en sus bellas estampas de los lugares más sugestivos y evocadores de Tenerife.

Su actividad creadora, centrada principalmente en la segunda y tercera década del siglo pasado, coincide con la recuperación y auge del plátano, tras el paréntesis de la primera gran guerra.

Hemos incluido en la selección de tarjetas que ilustran el entorno del plátano y su cultivo en las islas, otras que son obra de conocidos estudios y fotógrafos insulares, como es el caso de Friedrich Curt Herrmann [Fotografía Alemana], establecido en Las Palmas de Gran Canaria, o de Otto Auer [Foto Central], que tenía su estudio en Santa Cruz de Tenerife, y Ernesto Fernando Baena, cuya producción es comparable a la de Joaquín González Espinosa por su volumen y calidad. Sin embargo, en nuestra selección son muy numerosas las postales fotográficas realizadas por Ediciones Arribas, en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, empresa zaragozana que había sido fundada a comienzos de la citada centuria por el fotógrafo Mariano Arribas. En relación con esta editorial, opina Francisco Palá Laguna en su estudio La tarjeta postal ilustrada, que finalizada la guerra civil, Zaragoza se convirtió en el centro de la industria de la tarjeta postal gracias a la importancia que alcanzaron por su calidad y cantidad las tarjetas postales editadas e impresas por García Garrabella y la propia Ediciones Arribas. El plátano y las extensas propiedades en que se cultivaba, seguía llamando la atención de los foráneos, incluido para siempre en el catálogo inexistente de exotismos atribuibles a nuestro irreal archipiélago.

Notas

1Bonnet Reverón, B.: «Productos antiguos que dieron celebridad a Tenerife. Reseña histórica». Mirador de Canarias. La isla industriosa. Tenerife. Noviembre de 1940, número 15, pp. 7-8.
2Ascanio, A. de: La Casa de Ardola. Edición al cuidado de Javier Morata, Editor. Madrid, 1952.
3 Sobre la historia de la tarjeta postal ilustrada en España, vide:
Carreras y Candi, F.: Las tarjetas postales en España. Barcelona. 1903.
Carrasco Marqués, M.: Las tarjetas postales ilustradas de España circuladas en el siglo XIX. Edifil S.A. 2004.
Teixidor Cadenas, C.: La tarjeta postal en España. Espasa Calpe. Madrid.1999.
4 Teixidor Cadenas, C., op. cit.
5 Vega, C.: La isla mirada. Tenerife y la Fotografía [1839-1939]. 2 Tomos. Centro de Fotografia «Isla de Tenerife». Santa Cruz de Tenerife. 1995 y 1997.
6 Vega, C., op. cit.
7 Nació Joaquín González Espinosa en Santa Cruz de Tenerife, en el número 12 de la calle de Las Flores, a las cuatro de la mañana del día 26 de octubre de 1892. Fueron sus padres, don Francisco González Currá, comerciante -gerente y agente en esta isla de las máquinas de coser Singer- y teniente de alcalde de dicha ciudad durante el mandato de don Santiago García Sanabria, natural de Jerez de la Frontera, Cádiz, y doña Dolores Espinosa Sánchez, que lo era de San Fernando en la misma provincia. Abuelos paternos, don Francisco González Clavijo y doña Gertrudis Currá Sánchez, oriundos de Ubrique y Jerez de la Frontera. Maternos, don Cristóbal Espinosa Coca y doña Catalina Sánchez Barea, naturales asimismo de Alcalá de los Gazules y Bencocás, en Cádiz. Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección Primera. Tomo XXXIV, folio 222, número 427.

(Carlos Gaviño de Franchy. Translated by Agnès Louart y Jorge Barriuso)


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