(Cuento)
Es Pancho Pérez, un iluso extraordinario.
Los sueños auríferos han hecho de
él una persona casi insociable, rehuyendo siempre el
contacto de los
demás para entregarse
de lleno a
ininterrumpidas cavilaciones sobre la probabilidad de encontrar algún
día «el tesoro escondido»…
El amor de la esposa y de los
hijos, puede decirse, sin temor a
equivocarse, que no existen en su corazón endurecido al sentimiento
filial. Se creó un hogar por esa necesidad ambiente de vivir con más comodidad
que todos sentimos, completamente materialista de los sentidos, que nunca le
llevaron al tierno halago espiritual que se siente laborando en la magna obra
de la generación humana, impelido por la ley de la gravitación universal.
Su espiritu embotado por
aberración de esos mismos sentidos, sólo se deleita ante su eterno sueño en la
sombra imprecisa de la quimera.
De vivir este hombre, soñador
estrafalario en un país maravilloso como es Granada, donde las leyendas,
consejas y cuentos mil acerca de encantamientos de princesitas cautivas y
tesoros guardados por enormes
morazos hechizados en las frondosas riberas del Darro, las colinas
de la Alhambra
y del Albaicín y montes contiguos al Generalife, hubiera dado rienda suelta a sus
sueños de probabilidad, y el vulgo, seguramente, le habría tomado por un
visionario impenitente. Pero habiendo nacido en Güímar, donde nadie vé otro
tesoro que el que pueda producir la tierra y el agua con ayuda del trabajo
corporal, solo pueden tenerlo por un maniático; pues, los tesoros que en sus
cavernas podrían haber ocultado los aborígenes guanches compuestos de objetos
primitivos, tal vez de un positivo valor histórico muy grande, pero que ninguno
conserva para él, no le sugestionan.
Sueña Pancho Pérez, con tropezar
un día en la carretera, por donde solitario pasea infinitas horas, con la
cartera extraviada repleta de billetes del Banco, o conque el mar
generoso arroje, a la
playa la caja
misteriosa conteniendo las
relucientes monedas de oro o las piedras preciosas que han de
enriquecerlo.
La riqueza, teniendo como medio
el constante trabajo, le parece un absurdo. El hado de la suerte lo ve gravitar
sobre él como por sobre un predestinado.
***
Uno de esos días en que el
ensimismamiento producía estragos en su ser, hallábase Pancho Pérez paseando en
la playa del Puertito, y cuando mayor era su obsesión en los quiméricos sueños,
vió con sorpresa que las olas, enarcándose como gata encelada, iban acercando
poco o poco hacia la orilla un objeto negro que flotaba sobre la azuladas aguas
del Océano.
Muchas horas pasó en angustiosa
espera el arribo del objeto deseado, y a medida que una ola lo impulsaba hacia
él, iba creciendo su alegría hasta próximo a desbordarse, extendiendo los
brazos para cogerlo, con ansiedad, lo mismo que el avaro desea coger el talego
lleno de onzas entre sus manos de pulpo humano; pero cuando la resaca en
su movimiento de atracción lo
tornaba al mar,
sentía que su
corazón desprendiéndosele del pecho se le iba tras la cajita, pués esto
era lo que flotaba en la superficie de las aguas encrespadas.
Nunca había sentido Pancho Pérez
tal emoción como la que sentía entonces, pues él creía tener al alcance de sus
manos aquella misteriosa cajita, presumiendo que
en su interior guardaba el tesoro
tan deseado y que seguramente fué perdido en un
naufragio para que la veleidosa
fortuna lo pusiera en su camino de soñador.
. . . . . . . . . . .
. .
Pasaron muchas horas sin que las
olas en su constante venir y tornar dejasen en tierra firme la misteriosa
cajita, haciendo experimentar con su juego engañoso al pobre Pancho Pérez, el
suplicio de Tántalo.
En esas horas de
ansiedad interminable, un
observador cualquiera, hubiera podido apreciar que las ojeras se le
hicieron más profundas y el pelo iba tornándosele del color de la plata. El
destino ingrato lo había sometido a la tortura de la más horrorosa de las
pruebas, para un temperamento como el suyo, en espera irritante.
Mas, ¡por
fin! Una ola
gigante, enarcándose
furiosa, avanzó impetuosa,
y después de romper sobre las peñas del arrecife formando un fantástico
encaje nacarino, dejó en la arena la cajita, rociándola después con la espuma
que asemejaba al caer sobre ella a una
lluvia de rosas de nieve.
. . . . . . . . . . . . .
Trémulo, afanoso, bailándole el corazón en el pecho una
danza de aquelarre, se inclinó Pancho
Pérez sobre la cajita, y con aire de triunfo la elevó con sus manazas de
gorila, llevándola fuera del alcance de las embravecidas aguas.
Con ayuda del cuchillo herrumbroso que tenía para arrancar
las lapas de la roca, forzó la tapa de la caja y miró su interior con una de
esas miradas de inconmensurable avaricia, queriéndosele salir los ojos de las
órbitas y poseído de una ansiedad indescriptible.
Cuando saltó la tapa y pudo ver el contenido de la caja, dio
un salto atrás, de tigre, horrorizado; el cuchillo se le escapó de la mano y
fue a clavarse en una astilla de la caja formando una cruz.
Se quedó helado de espanto y su
rostro tomó el color de la cera.
Ya más rehecho, miró compasivo al
interior de la caja donde en estado de descomposición había un niño recién
nacido, el que una madre desnaturalizada con
instintos de hiena, o quizás
otros seres sin entrañas habían arrojado al mar con vida,
huyendo, tal vez, del fantasma de
la deshonra, ese inexorable fantasma que tiene a su cargo tantas vidas, de
inocentes criaturitas irresponsables de una moral ridícula y mal entendida, y
que tan en estima tiene la sociedad...
. . . . . . . . . . .
. .
En el mismo momento que una
sombra agorera pasó rozando el rostro a Pancho Pérez, inclinóse, nuevamente
sobre la cajita; puso sobre el infantil
cadáver su cuchillo clavado en la madera en forma de cruz; cerró piadosamente
la caja; arrodillóse, y, quizá por primera vez en su vida, dejó de soñar para
rezar un padre nuestro por el eterno descanso del alma del difunto que el mar
puso en sus manos cuando esperaba un tesoro.
Tenerife, junio 1926.
EL CUENTO Y EL AUTOR
UN CUENTO BASADO EN UN HECHO REAL
El cuento al que dedicamos este
trabajo fue publicado el 20 de junio de 1926 en la revista Hespérides, editada
en Santa Cruz de Tenerife, siendo su autor el director-gerente de dicha revista
don Rafael Peña León. La historia está centrada en Güímar y en un personaje
local muy particular, Pancho Pérez. El citado autor había estado en esta
localidad un par de meses antes y el 4 de mayo había anunciado en la revista
que dirigía, que iba a dedicar un número monográfico a Güímar, lo que se hizo
realidad el 6 de junio de 1926, dos semanas antes de publicar el cuento que nos
ocupa en otra edición de dicha publicación.
El breve relato recoge la
ilusión que alguna vez ha tenido
cualquier persona de encontrar un tesoro que le ayudase a mejorar su vida. En
Güímar, como en otras muchas localidades de la isla, las búsquedas de este tipo
han estado centradas, sobre todo, en el legendario tesoro del pirata “Cabeza de
Perro”, tras el cual muchos vecinos de
éste y otros municipios de la isla han recorrido el litoral escudriñando todas
las cuevas y covachas que encontraban a su paso, pero que sepamos sin ningún
éxito, sobre todo teniendo en cuenta que según recientes estudios este célebre
pirata solo fue una mera creación literaria.
En el cuento, el autor combina la
realidad con la fantasía y transforma la natural ilusión de un hombre en una
obsesión enfermiza, por encontrar la riqueza que ni su origen ni su trabajo le
proporcionarían nunca, obsesión que le alejaba de su familia y del mundo en que
vivía. Cuando por fin parecía que había logrado su objetivo, durante un paseo
por El Puertito, el brutal desengaño parece que hizo aflorar en el personaje un
sentimiento humano que parecía olvidado.
Pero el triste e inesperado
desenlace del relato que nos ocupa está claramente asociado con una noticia
publicada en la prensa canaria solo un mes antes de que se escribiese este
cuento. El 17 de mayo de 1926, el periódico El Progreso, publicado en Santa Cruz de Tenerife,
informaba del hallazgo en la playa de El Socorro de Güímar del cadáver de una
niña en el interior de una caja:
Hace pocos días, la Benemérita de servicio
en Guimar telegrafió al gobernador civil, dándole cuenta de que en la playa del
Socorro, del citado término municipal, fué encontrada una caja que por los
putrefactos olores que despedía, hizo suponer se trataba de restos humanos.
Avisado el
Juzgado correspondiente, se
trasladó acompañado del médico don Manuel Angulo Almenar, al lugar de
referencia a fin de abrir la caja y comprobar los insistentes rumores de que
hablamos.
Logrado esto, dicho facultativo
certificó que se trataba del cadáver de una niña de 7 a 8 años de edad, en
periodo avanzado de putrefacción y con el cráneo separado del cuerpo.
El citado médico supone que el
fallecimiento de esta niña data de 4 o 5 meses y
declaró, además, que dado el
estado actual del cadáver, era completamente imposible practicársele la
autopsia.
El cuerpo de la muerta, no
presenta señales algunas de violación.
La justicia activa sus pesquisas
para esclarecer este misterioso suceso, del cual volveremos a informar a
nuestros lectores tan pronto nos sean facilitados nuevos datos.2
Al día
siguiente, Diario de
Las Palmas también
recogió dicha información, repitiéndola casi en los mismos
términos, pues solo eliminó el penúltimo párrafo y eliminó del último el texto
que seguía a la coma3. Y el 19 de mayo inmediato, La Provincia volvía a
reproducir el primer artículo, del que solo eliminó el texto del último
párrafo, posterior a la coma4.
Como se aprecia de la lectura,
esta noticia coincide con el cuento en la aparición del cadáver, en
descomposición, de un ser humano de corta edad en el interior de una caja y en
una playa de Güímar. Solo difiere en que en realidad no se trataba de un niño,
sino una niña; que no era recién nacida, sino de 7 u 8 años de edad; y que su
aparición tuvo lugar en la playa de
El Socorro y
no en la
de El Puertito.
A pesar de
estas discrepancias, se
aprecian demasiadas coincidencias para que don Rafael Peña León no se
hubiese enterado del reciente suceso.
EL AUTOR: DON RAFAEL PEÑA LEÓN
(1888-1955), COMANDANTE DE
INFANTERÍA, SECRETARIO DEL ATENEO DE LA LAGUNA , PERIODISTA, ESCRITOR Y EDITOR
Este escritor, poco conocido, nació en Río Tinto (Huelva) en
1888, aunque desde muy joven se estableció en Santa Cruz de Tenerife.
Siguió la carrera militar, pues
entró como alumno en la academia del Regimiento de Infantería Tenerife nº 64.
En 1911 ascendió a cabo y en 1913 ya era sargento. En 1918 volvió destinado al
Regimiento de Infantería de Tenerife. En 1919 ascendió a alférez de la reserva
retribuida de Infantería. Luego ascendió a teniente de la escala de reserva y,
como tal, en 1925 se le concedió el pase
a supernumerario; en 1926 se reintegró al
servicio activo, como ayudante de plaza de Tenerife; pero en ese mismo
año volvió a pasar a supernumerario en la Capitanía General
de Canarias; y en 1930 volvía a ser teniente ayudante de plaza. Movilizado como
teniente durante la
Guerra Civil , en 1936 actuó como defensor en un consejo de
guerra celebrado en el Cuartel de Infantería de Tenerife. En 1937 ya era
capitán habilitado del Regimiento de Infantería Tenerife nº 36; como capitán de
Infantería sirvió en Canarias y Marruecos (1937-1938). Alcanzó el empleo de
comandante de Infantería, con el que se retiró.
Como periodista, una vez
destinado en Tenerife, sin la ayuda de nadie fundó la revista Hespérides, cuyo
primer número salió el 3 de enero de 1926. Don Rafael Peña fue su único
director-gerente y en ella publicó numerosos editoriales, cuentos, artículos y
poemas. Le acompañaron en la empresa: Ildefonso Maffiotte y Antonio Suárez al
frente de la redacción, Juan Davó en el cometido artístico y Adalberto Benítez
en el gráfico. Se editó en la imprenta de la librería Católica en formato de
revista, con 29 páginas repletas de caricaturas y fotografías que, a partir de
1928, se divulgaron por la isla en forma de postales. El novedoso ensayo
periodístico prestó una creciente atención a la información deportiva, a medida
que el fútbol y el boxeo ganaban adeptos en las islas, al tiempo que insertaba
las típicas notas de sociedad, abriendo secciones específicas para los niños y
las damas de las clases más acomodadas de Santa Cruz. Junto a la trascripción
de fragmentos de obras de algunos intelectuales de fama internacional, don
Rafael captó para Hespérides las colaboraciones de escritores isleños tan
experimentados como Joaquín Fernández Pajares, Manuel Verdugo Bartlett, Benito
Pérez Armas, Luis Rodríguez Figueroa, Isaac Viera, Domingo J. Manrique,
Francisco González Díaz y Domingo
Cabrera Cruz5. Junto a ellos reunió a los jóvenes emergentes de la vanguardia
literaria insular, que luego figurarían entre los intelectuales tinerfeños más
reconocidos. De estos últimos, dos grupos de sensibilidad e ideologías
contrapuestas se matizaron en la
revista: de un lado Eduardo
Westerdalh, Pedro García Cabrera, Domingo Pérez Minik, Julio de la Rosa y Emeterio Gutiérrez
Albelo; y del otro, escritores más heterogéneos como Ángel Acosta, José Galán,
Ismael Domínguez y Luis Alejandro; todos de distinto credo literario. Además,
el director Peña llamó y estimuló a los creadores plásticos de entonces, como
Juan Ismael, Francisco Borges Salas, Pedro Guezala, Francisco Bonnín, Juan
Davó, etc., mediante la reproducción de su obra, en muchas ocasiones a todo
color, técnica en aquellos años novísima6.
En el número de la revista
Hespérides correspondiente al 2 de enero de 1927, el redactor Santiago Cortés
publicó un artículo elogioso sobre don Rafael Peña. Con motivo del número
extraordinario publicado por esta revista en mayo de ese mismo año, dedicado a
Santa Cruz de Tenerife, a finales de ese mismo mes el Círculo de Bellas Artes
ofreció un agasajo en honor de su director; el 5 de junio del mismo año Apeles M.
Díaz le dedicó un poema de adhesión; y en ese mismo mes fueron muchas las
crónicas publicadas en otros periódicos y revistas que elogiaban dicho número.
Parecido éxito tuvo con el extraordinario dedicado a La Gomera en octubre de ese
mismo año.
Cargando el amarillismo con una
actitud complaciente hacia el régimen del general Primo de Rivera, el singular
semanario debió circular con cierta profusión entre la clase alta de Santa
Cruz, sin apenas trascender a las áreas rurales. Con la visita del citado general
a las islas en otoño de 1928, la publicación adoptó periodicidad diaria, redujo
la superficie informativa a 16 páginas, contrató un servicio telegráfico de la
agencia Febos, y cogió un cierto aire informativo que le hizo reclamar desde
los editoriales diversas mejoras materiales para las islas. Tras evidenciar la
persistencia de la esencia de la línea editorial en las duras censuras a la
creciente oposición al régimen en la península, Hespérides cesó el 30 de enero
de 1929, tras haber editado un total de 180 números.7
Portadas de la revista
Hespérides. A la izquierda, la del número dedicado a Güímar; a la derecha, la
del día en que salió publicado el
cuento “El tesoro de Pancho Pérez”; ambas de 1926.
Con anterioridad, en 1918 don
Rafael había sido redactor de Ecos de Arcila. En 1927 permaneció algunos meses
en Sevilla. De regreso a Tenerife, en 1928 colaboraba en El Progreso. En junio
de 1931 se le designó por el Ayuntamiento vocal-vecino de la Comisión de Fiestas
de Santa Cruz
de Tenerife. Pero
a mediados de
ese mismo año
trasladó su residencia a la Península.
De nuevo en Tenerife, en 1933
colaboraba en El Noticiero. En 1934 era administrador del diario Hoy y a su
gestión se debió la publicación del interesante “Almanaque HOY 1933-1934”, en enero de dicho año, así como
la organización de dos excursiones, la primera al Llano de Maja y la segunda a
la base del Teide, ambas en marzo de ese mismo año.
En septiembre de dicho año 1934,
don Rafael fundó y comenzó a dirigir el semanario Justicia de Santa Cruz de
Tenerife, de arte, ciencias y política; que estaba bien impreso y escrito,
según afirmaban otros medios de la capital tinerfeña. Como redactor jefe figuró
el periodista don Domingo Margarit Carmona. Nuestro biografiado también fundó
en la capital tinerfeña el diario Informaciones.
Como curiosidad, en 1935 el Sr.
Peña contribuyó a dos suscripciones: la abierta por el Orfeón La Paz para el embellecimiento de
la Plaza del
Cristo con un pabellón; y la realizada a beneficio de los festejos de
septiembre. En enero de 1936 era secretario de la Sección de Arte del Ateneo
de La Laguna y
en junio de ese mismo año ya había pasado a ser el secretario general de la
prestigiosa sociedad.
Nuestro biografiado tenía
imprenta propia, instalada en la calle Ruiz de Padrón nº 5, en la que se
imprimieron diversos periódicos. Después de retirado dedicó tiempo y dinero a
la editorial “Hespérides”, una de las pocas empresas del arte de imprimir que
difundió los libros de los nuevos valores de la isla. Tanto Peña como Eduardo
Díez del Corral se aventuraron a estimular a los escritores de la tierra. Las
colecciones que ellos crearon fueron eclécticas y los jóvenes que buscaban un
sitio en el mundo literario se dirigían a ellos8.
En la última década de su vida
continuó escribiendo poemas, como el dedicado al canónigo don Heraclio Sánchez
en 1947. Pero sobre todo, dio a la luz varios libros en Santa Cruz de Tenerife:
“Mi Rosario” (poemario), en 1945; “El beso de la sangre” (novela), en 1947; “Un
milagro de la Virgen
de las Nieves” (relato), en 1950; “La mujer misteriosa” y “El genio del mal”
(novelas cortas unidas en un folleto), en 1950; “Pita, no pita”
(novela), también en 1950; “Instantáneas
y madrigales en flor. Crítica de
personalidades en verso” (popurrí rimado),
cuyo tomo I apareció en los escaparates en 1950 y el tomo II en 1951; “Gestos
supremos”, en 1951; y “Manuel Verdugo. Semblanza del poeta”, en ese mismo año
1951.
Además, en 1948 recitó unas
poesías alusivas con motivo de la
exposición antológica de don Nicolás Massieu en Santa Cruz de Tenerife. En 1953
dio un recital en la “Fiesta de la
Poesía ” celebrada en el Círculo de Bellas Artes. Y en 1954
participó en el homenaje al poeta Emeterio Gutiérrez Albelo. Y en la última
etapa de su vida, solía reunir a jóvenes poetas en lo que podríamos llamar
tertulias itinerantes, siempre en los alrededores de la plaza de Weyler.
Don Rafael Peña León falleció en Santa Cruz de Tenerife el
23 de diciembre de 1955, a los 67 años de edad.
Aunque Eliseo Izquierdo (2005) afirma que su obra carece de
interés y que se trata de un controvertido prosista y poeta, no cabe duda de
que fue un autor prolífico y que su labor como colaborador, redactor y director
de diversos medios, merece ocupar un lugar destacado en la historia de la
literatura y del periodismo tinerfeño.
(Rafael Peña León)
Edición, transcripción y reseña biográfica: Octavio
Rodríguez Delgado. blog.octaviordelgado.es
Notas:
1 Rafael PEÑA LEÓN.
El tesoro de Pancho Pérez. Hespérides,
20 de junio de 1926, págs. 10-11. Buscador “jable” de la Universidad de Las
Palmas de Gran Canaria.
2
“Una niña en una caja. El cráneo lo tenía separado del cuerpo”. El
Progreso, lunes 17 de mayo de1926, pág. 1.
3 “El cadáver de una niña en el
mar. Suceso misterioso”. Diario de Las Palmas, martes 18 de mayo de1926, pág.
2.
4 “Una niña en una caja”. La Provincia , miércoles 19
de mayo de 1926, pág. 8.
5 YANES MESA (2003),
pág. 476.
6 IZQUIERDO (2005),
tomo III, pág. 35.
7 YANES MESA (2003),
pág. 477.
8 María Auxiliadora GABINO
CAMPOS (2002). Vida y obra periodística de Elfidio Alonso Rodríguez. Su
labor en España. Tesis Doctoral. 335 pp.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
GABINO CAMPOS, M.A.,
2002. Vida y obra periodística de Elfidio Alonso Rodríguez. Su labor en España.
Tesis Doctoral. 335 pp.
IZQUIERDO, E., 2005.
Periodistas canarios. Siglos XVIII al XX.
Propuesta para un diccionario biográfico
y de seudónimos. Tomo III.
Dirección General del
Libro, Archivos y Bibliotecas, Gobierno de Canarias. 507 pp.
YANES MESA, J.A.,
2003. Historia del periodismo tinerfeño (1758-1936). Centro de la Cultura Popular
Canaria. 621 pp.
Publicaciones
periódicas:
Diario de Las
Palmas, Diario de
Tenerife, El Día,
El Progreso, Gaceta
de Tenerife, Hespérides, Hoy, La Opinión (de Tenerife), La Prensa , La Provincia. Buscador
de prensa histórica digital de la Universidad de La Laguna. Buscador
“Jable” de Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
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