Los dragos del archipiélago canario
El género Dracaena está
representado en nuestras islas por dos especies arborescentes tipo “drago”. La
primera, célebre desde hace varios siglos, corresponde a Dracaena draco
(L.) L. subsp. draco, conocida como “drago macaronésico”, “drago común”,
“drago canario”, “drago de Canarias” o “drago”, simplemente. La segunda
permaneció inédita para la ciencia hasta el año 1998, fecha en que fue descrita
como Dracaena tamaranae Marrero Rodr., R.S. Almeida & Gonz.-Mart., exclusiva
de la isla de Gran Canaria.
La extensa literatura que
se ha ido generando en torno a estas plantas se ha volcado sobre todo en los
caracteres más llamativos o curiosos, como la edad y la corpulencia de ciertos
ejemplares, los usos y propiedades de su resina, sus supuestas cualidades
mágicas y todas aquellas fábulas que los relacionan con dragones fantásticos y
con los mitos de la
Atlántida , los Campos Elíseos, el Jardín de las Hespérides,
las Afortunadas, etc. Algunas de estas cuestiones han polarizado la atención de
numerosas publicaciones, quedando muchos aspectos de la naturaleza de estos
vegetales, en particular los referidos a su biología, estatus taxonómico,
ecología, historia evolutiva, distribución, etc., relegados a un segundo plano
o incluso ignorados.
Es en la última década cuando diversos
trabajos de investigación se han centrado en las cuestiones anteriormente
señaladas, observándose un renovado interés por este grupo de plantas no sólo
en el ámbito de los archipiélagos macaronésicos, sino también en el vecino
Marruecos, donde en 1996 se descubrió una importante población de dragos en el
Anti Atlas, siendo descritos como Dracaena
draco subsp. ajgal Benabid et
Cuzin, así como en otros territorios muy alejados de nuestra realidad geográfica
en los que habitan otras dracaenas afines, en concreto en África oriental (en
el entorno del Mar Rojo y el Cuerno de África), en la península de Arabia y en
la isla de Socotora, en el Océano Índico.
A la luz de
los estudios más recientes, pretendemos dar aquí una visión general de la
situación en la que se encuentran las dos especies que viven en Canarias, tanto
de sus poblaciones naturales, presentes sólo en las dos islas centrales, como
cultivadas, donde el drago común (no así el de Gran Canaria) se halla muy
extendido en todas las islas como planta ornamental, y en menor medida como
forrajera, como ocurre sobre todo en La Palma , isla en la que hasta hace pocas décadas se
mantuvo su cultivo tradicional principalmente con este fin. Tratamiento aparte
merecen los grandes especímenes de D.
draco que, con relativa frecuencia,
pueden contemplarse en varios lugares del archipiélago, destacando por su
número los ejemplares existentes en la isla de Tenerife.
Sobra decir que los dragos forman parte de
nuestra identidad sociocultural, siendo considerados junto con la palma
canaria, el pino canario, el cardón y otras plantas de nuestra tierra,
auténticos símbolos de “canariedad”, lo cual no quiere decir que en el
imaginario colectivo popular no se mantengan muchos tópicos e ideas erróneas
respecto a ellos. Por otra parte, resulta paradójico que, pese a hallarse
profusamente cultivados en nuestras islas, se encuentren desde hace tiempo en
situaciones francamente relícticas en la naturaleza, con poblaciones catalogadas
como en peligro (D. draco) o
críticamente amenazadas, como es el caso del drago grancanario.
Estado actual de las poblaciones naturales
Tenerife y Gran Canaria son las únicas
islas del archipiélago donde actualmente subsisten dragos en estado silvestre.
En el resto no hay indicios de su presencia en la naturaleza, ni se han
encontrado evidencias arqueológicas1
o paleontológicas que permitan confirmar su existencia en el pasado.
Disponemos, no obstante, de citas tempranas de carácter historiográfico2 para La Palma y La Gomera , constatándose
también en estas islas varios topónimos referidos a estas plantas, testimonios
en su conjunto apreciables pero que por sí mismos no son concluyentes.
En La Palma el drago común se encuentra cultivado en muchos lugares, pero no
se detectan ejemplares que levanten sospechas sobre su índole agreste creciendo
en los riscos de los barrancos que surcan las áreas donde más abundan.
Igualmente llamativa resulta la ausencia de dragos en La Gomera , isla que por su
antigüedad geológica, su proximidad a Tenerife y su propia orografía, reúne
aparentemente todas las condiciones para que pudiera albergar alguna población
natural. El Hierro, por su carácter de isla muy joven, poco evolucionada y más
alejada, parece ofrecer menores probabilidades. En cuanto a Fuerteventura y
Lanzarote, no hay la más mínima referencia histórica, pero si consideramos su
antigüedad geológica, su cercanía a África y el papel primordial que han jugado
como puentes de colonización del archipiélago, cabe suponer que los dragos
pudieron existir en un pasado no necesariamente remoto, no descartando fechas
posteriores incluso al poblamiento aborigen.
Por otro lado, es opinión generalizada que
los dragos debieron de ser muy abundantes en la época prehispánica, tal y como
narran las fuentes historiográficas. Sin embargo, existen indicios que sugieren
que tal vez no eran tan comunes en dicha época. Así, llama la atención la
extraordinaria escasez de sus restos arqueológicos frente a la cantidad y
variedad de otros vestigios vegetales hallados en los yacimientos aborígenes,
tales como palma, pino, sabina, leña buena, junco, etc., especies en su mayoría
también referidas en dichas fuentes como abundantes, pero al contrario que
aquéllos, lo siguen siendo hoy en día, pese a que han sido históricamente
objeto de una intensa explotación. En La Palma y La Gomera , algunos textos los citan como muy
frecuentes, formando bosques, por lo que resulta extraño que en la actualidad
no haya pervivido ni un solo pie salvaje colgado de algún peñasco.
Isla de
Tenerife
En Tenerife D. draco mantiene un bajo número de efectivos
silvestres que crecen habitualmente de forma aislada o en pequeños grupos.
Conforme a los datos del Atlas y Libro Rojo de la Flora Vascular
Amenazada de España (2003), la población estimada es de 696 individuos.
En dicho estudio se excluyeron las áreas potenciales más antropizadas y
urbanizadas: valle de Güímar, área metropolitana de Santa Cruz-La Laguna,
comarca de Tacoronte-Acentejo, valle de La Orotava y comarca de Icod.
En
general habita en ambientes influenciados directa o indirectamente por los
alisios, en lugares frecuentemente inaccesibles o de difícil acceso, en riscos,
acantilados, laderas de barrancos, etc., conviviendo con diversas especies
termoesclerófilas, xerófilas y rupícolas. Su óptimo altitudinal se sitúa en la
franja de vegetación termófila y la orla superior del cardonal-tabaibal, entre
100 y 600 metros, aunque con cotas extremas que abarcan desde 30 hasta 975
metros. Sus poblaciones, reducidas y fragmentadas, se
localizan casi enteramente en las zonas geológicas más antiguas de la isla: los
macizos de Anaga (en el noreste), Teno (al noroeste) y Adeje (suroeste).
Anaga
constituye el área principal, con un total de 445 ejemplares contabilizados en
su mayoría en la vertiente norte del macizo. Las mejores muestras se encuentran
en el barranco de Taborno, Roque de Tierra, Roque de las Ánimas-Roque de
Enmedio, barranco de Igueste, Roque del Aderno-Montaña Tafada, barranco de
Afur-Cañada de la Pesquería ,
barranco del Río-Ahuaide-Chinamada, y Benijo-El Draguillo. También aparecen en
el barranco de Vargas y en los cantiles de Bajamar hacia Punta del Hidalgo,
entre el Roque Dos Hermanos y Punta de Tamadite, en el barranco Seco, Roque del
Paso, Roque Marrubial, Taganana (Azanos), Las Palmas, barranco de Roque
Bermejo-Chamorga, Montaña de Las Toscas (Antequera) y barranco del Balayo.
En Teno se
han registrado 84 pies vegetando en los paleocantiles de la isla baja entre
Buenavista del Norte y Los Silos (Cecilia, Ravelo), así como en el barranco de
los Cochinos, el barranco de Blas, los riscos de Interián y en menor medida en
Masca y otros barrancos aledaños, donde perviven algunos ejemplares dispersos.
En el macizo de Adeje se concentran en el barranco del Infierno y en el
contiguo barranco del Agua, con una población estimada de 161 individuos
enraizados en los escarpes de ambos cauces, mientras que en el cercano barranco
del Rey crece un único pie. Fuera de estos núcleos principales sobreviven tres
dragos en el barranco de Badajoz en Güímar y otros dos en el barranco de
Guaría, en Guía de Isora.
En general,
la dinámica poblacional se mantiene relativamente estable, observándose una
perceptible regeneración natural en el barranco del Infierno, Roque de Las Ánimas,
Roque de Tierra y otros enclaves, lo que indica una buena capacidad
germinativa. No obstante, la recuperación es lenta, comportándose en general
como especie regresiva evasiva y mostrando en la actualidad una limitada o nula
capacidad de dispersión a larga distancia. Como amenazas principales hay que
citar la fragmentación y el tamaño reducido de sus poblaciones naturales,
factores ambientales (vendavales, sequías, desprendimientos) y la presión
zooantrópica (ganado, incendios, excursionismo, escalada, alteración del
hábitat por proliferación de pistas, fincas, viviendas de segunda residencia,
etc.).
Isla de
Gran Canaria
Todos los supuestos sobre la distribución
de dragos silvestres en esta isla se trastocaron con la descripción en 1998 del
drago endémico D. tamaranae, al
corresponder la práctica totalidad de los individuos que se conocían a este
taxón, al tiempo que se confirmó la presencia de un único pie silvestre de
drago común en el barranco de Pino Gordo, en el sector oeste. La concurrencia
de uno y otro y sus marcadas diferencias morfológicas y ecológicas permitieron
plantear la hipótesis de que ambos debieron de coexistir ocupando los dos
grandes ámbitos biogeográficos a escala insular: D. tamaranae en la mitad suroccidental, más
xérica y geológicamente más antigua, y D. draco
en la nororiental, de geología reciente y bajo el influjo de los alisios. El
hallazgo posterior de improntas fósiles de D.
draco en depósitos de tobas calcáreas holocenas3 en el barranco de Azuaje, en el
norte de la isla, vino a reforzar esta hipótesis y a despejar cualquier duda
sobre la presencia de esta especie en Gran Canaria, la cual, desgraciadamente,
debe considerarse definitivamente extinta después de que el citado pie de Pino
Gordo se marchitara a principios del año 2009.
D.
tamaranae, por su parte, muestra una dinámica demográfica regresiva muy
preocupante, con una población exigua y severamente fragmentada cuyo censo más
reciente arroja un total de 79 individuos, de los que 67 son juveniles (no han
florecido nunca) y solamente 12 son maduros. La mortalidad observada es
altísima, 13 ejemplares en los últimos 25-30 años4,
lo que supone más del 14% del total de
sus efectivos. Por contra, la natalidad es nula para dicho periodo, al no
haberse constatado la existencia de plantas jóvenes que se puedan asignar al
mismo, ya que todos los pies “juveniles” cuentan con decenas de años y muchos
son centenarios.
Su área de distribución abarca el cuadrante
suroccidental de Gran Canaria, desde el barranco de Fataga hasta el de
Tejeda-La Aldea. Todos los ejemplares enraízan en grietas y fisuras de riscos
inaccesibles sobre materiales diferenciados
del Primer Ciclo volcánico y del Ciclo Roque Nublo, creciendo de forma aislada
y más raramente en pequeños grupos, circunstancias que evidencian la situación
de refugio en que se encuentran a causa a la fuerte presión antropozoógena. La
especie ocupa la franja de vegetación termófila, integrándose también en
comunidades de la orla superior del cardonal-tabaibal y del borde inferior del pinar,
en cotas comprendidas entre 350 y 1.000 (1.270) metros de altitud. En su
hábitat convive con otras plantas bien
adaptadas a la sequía y la alta insolación, como sabinas, jaguarzos, acebuches,
pinos, etc., en unas condiciones ambientales más xéricas que los lugares donde
habita el drago común.
Casi todos
los especímenes censados crecen diseminados en dos áreas separadas:
Arguineguín-Tauro, donde sobreviven 52 pies, y Vicentillos-Fataga, con 20
individuos. La primera abarca la vertiente derecha del barranco de Arguineguín
(el núcleo poblacional más importante, con 30 dragos), la vertiente izquierda
del barranco de Mogán (10 individuos) y el macizo de Tauro, flanqueado por
ambas vertientes y en cuyos barrancos interiores de Tauro, Taurito y Tangüingüi
habitan 12 ejemplares. La segunda se localiza en el barranco de Los Vicentillos
(12 pies), en el de Fataga (6) y en los emplazamientos aledaños de Morro Garito
y el Talayón de la
Cogolla. Fuera de las dos áreas descritas sobreviven 7 pies
muy dispersos en Las Tederas, Los Palmitos, Chamoriscán, Huesa Bermeja, Punta
de Tabaibales, Inagua y Mesa del Junquillo.
El reducido número de sus efectivos y la
extrema fragmentación de sus poblaciones constituyen una amenaza para su
supervivencia, al margen de otras variables de riesgo como la ya comentada
recesión demográfica, anomalías de carácter intrínseco (pérdida de variabilidad
genética, depresión por endogamia5),
eventos naturales (vendavales, desprendimientos, sequías periódicas) y fuerte
presión zooantrópica (ganado, conejos, incendios, recolección para hacer
huroneras, proliferación de pistas y de fincas próximas a sus lugares de
refugio, etc.).
Los dragos cultivados
Desde la época prehispánica y hasta
nuestros días, los dragos se han venido utilizando en Canarias con distintos
fines. Históricamente, el aprovechamiento más celebrado ha sido el de su famosa
“sangre” como apreciado remedio medicinal, para la elaboración de tintes y
barnices y como dentífrico. Sobre sus usos y propiedades, así como sobre el
comercio de que fue objeto en el pasado, existen multitud de escritos, muchos
de ellos bastante antiguos, mientras que algunas de las publicaciones más
recientes se refieren a nuevos compuestos y principios activos en la
composición química de su resina (sapogeninas, flavonoides) y sus posibles
aplicaciones.
Menos conocidos pero no por ello
menos importantes han sido otros aprovechamientos tradicionales, en particular
del drago común, que conjuntamente con su utilización como especie ornamental,
han auspiciado su propagación y cultivo en muchos lugares del archipiélago.
Entre tales aprovechamientos hay que citar el empleo de sus hojas como forraje
para el ganado, para amarrar las vides y para fabricar cuerdas, y el de sus
troncos y ramas ahuecadas para corchos de colmenas y huroneras. Estos usos y su
introducción relativamente temprana en la jardinería local han transferido, con
el paso del tiempo, una extraordinaria impronta paisajística a muchos rincones de las islas, como es el caso de los
espectaculares conjuntos de dragos de La Palma o el de la mayoría de los especímenes
monumentales que crecen majestuosos en diferentes localidades canarias.
Hoy en día
estos usos tradicionales han decaído casi por completo, no así su utilización
ornamental, habiéndose plantado en las últimas décadas miles de ejemplares de D. draco en
jardines y espacios tanto públicos como privados. En ocasiones esta propagación
masiva se ha realizado de forma indiscriminada o inapropiada, observándose un
buen número de dragos plantados en sitios inadecuados o sin suficiente espacio,
con exceso de riego, rodeados de césped o de cemento, ubicados en zonas muy
ventosas o próximas al litoral (a veces en la misma línea de playa, mostrando
las hojas “quemadas” por la salinidad), o en agrupaciones muy densas y con
escasa separación entre los individuos, no existiendo además ningún control en
el trasiego y manipulación de semillas y plantas.
Los dragos
antrópicos de La Palma
La mayoría
de los ejemplares de D. draco muestran en esta isla un porte ramificado desde la
base y ramas delgadas casi verticales como resultado de su tradicional
aprovechamiento forrajero, lo que ha propiciado su cultivo en diversas zonas,
como El Zumacal, El Socorro y la
Cuesta de San José en Breña Baja, y sobre todo en los caseríos
de los municipios del norte, donde aparece incluso en áreas potenciales del
monteverde. Las mejores muestras se localizan en Las Paredes y La Tosca , en el municipio de
Barlovento; en Franceses, El Tablado, Don Pedro6, El Mudo, El Palmar, El Jaral, Santo Domingo, Cueva
de Agua, Las Tricias y Buracas, en el término municipal de Garafía; y entre El
Roque y el pueblo de Puntagorda. Algunas agrupaciones de dragos de estas
localidades, como los de Buracas, El Jaral, El Tablado o La Tosca , recrean auténticos
dragonales y confieren al paisaje un atractivo extraordinario.
En estos caseríos las hojas de drago se han
utilizado hasta fechas recientes como forraje invernal para el ganado, para la
elaboración artesanal de cuerdas y para amarrar las parras; las ramas y los
troncos se han empleado para corchos de colmenas, aljabas (huroneras) e incluso
para trampear morenas. En relación a estos aprovechamientos, el campesino
palmero comenta que era preciso “hacer el árbol”. Con un tajo limpio decapitaba
la roseta terminal del joven drago para provocar su ramificación, colocando
encima del corte una piedra o tabla para evitar la acumulación del agua de
lluvia y la pudrición del tronco. Una vez ramificado, los deshojes y las
sucesivas cortas de las yemas apicales producían una pronta y abundante
ramificación. Cuando alcanzaba un cierto tamaño, nuestro ingenioso hombre de
campo iba “trabajando el drago” desde su interior, podando las ramas molestas y
labrando una trama de peldaños que le permitían moverse cómodamente y acceder a
cualquier parte del árbol. Con el progresivo abandono de estas prácticas en las
últimas décadas, en muchos sitios se observa cómo los ejemplares más jóvenes,
algunos incluso ya ramificados, crecen completamente normales, sin la
pintoresca forma de sus progenitores.
Los pies
monumentales7 de D. draco
No podemos acabar nuestra exposición sin
hacer mención de estos gigantes que podemos admirar en muchos lugares del
archipiélago. Respecto a la edad de estos especímenes se ha especulado hasta la
saciedad, habiendo sido sobreestimada en muchos casos y estando extendida la
idea de que son los ejemplares más viejos de su especie. En realidad la
monumentalidad ni es la norma ni tampoco un carácter distintivo de una mayor
longevidad. Autores como A. Pütter8,
quien en su trabajo sobre “La edad de los dragos de Tenerife” expuso su
conocido método9 y los
resultados de sus estimaciones, o K. Mägdefrau10,
que retomó la metodología de su colega antecesor, reconocían este hecho al
comentar que los dragos más grandes deben considerarse una excepción, y que su
“majestuoso desarrollo” se debe a que
crecen en unas condiciones muy favorables en comparación con sus “hermanos salvajes”. Lindinger11, consciente de esta circunstancia
y refiriéndose a Tenerife, sostuvo asimismo que “en las localidades de dragos realmente silvestres no
existen ejemplares gigantes”, añadiendo a continuación que “estos gigantes son un inmejorable ejemplo de una
planta que alcanza dimensiones enormes porque se desarrolla totalmente libre de
adversidades”.
En efecto,
el crecimiento de los dragos está fuertemente condicionado por el medio en que
vegetan, pudiendo progresar muy rápidamente y alcanzar grandes dimensiones o,
por el contrario, ralentizar extraordinariamente su desarrollo y adquirir un
porte modesto o incluso raquítico. Dragos de un mismo semillero se plantaron
hace cuarenta años en macetas y en el Parque Municipal de Arucas, alcanzando
los primeros apenas el metro de altura y todavía sin florecer, y más de diez
metros los segundos y mostrando cuatro niveles de ramificación. Asimismo,
muchos pies “juveniles” que habitan en los riscos de Tenerife y Gran Canaria y
que presentan el típico tronco con su roseta terminal, prueba de que no han
florecido, pueden tener varias décadas o ser incluso centenarios, siendo aún
más difícil determinar la edad de los ejemplares viejos con doce, quince o más
periodos florales que viven en esos riscos y que muestran por lo general un
aspecto desgarbado. Probablemente son tanto o más viejos que los ejemplares más
grandes que todos conocemos.
Tenerife es
la isla que concentra el mayor número de pies monumentales, empezando por el
famoso drago de Icod, localidad donde también se yergue el de San Antonio. En La Laguna destacan el
histórico drago del Seminario (actualmente en muy mal estado), el de Cho Marcos
Ratón en Tejina, el de Valle Tabares y el de la ermita de San Miguel en Valle
Guerra. En Los Realejos los de San Francisco y Siete Fuentes, ambos muy
hermosos. En Tacoronte, el drago de San Juan12 (con 23 periodos florales, los mismos que el de
Icod), el de Don Lucio, el del Cubano y el deteriorado drago del Cristo, a la
salida del casco urbano. En Tegueste, el de Montaña Los Dragos y el del
Prebendado Pacheco. En Güímar, los dragos de La Raya y del Buen Retiro. En Santa Cruz, el drago
del Cura en Taganana; en el Sauzal, el de la Sierva de Dios; en Puerto de la Cruz , el del Sitio Litre; en
Buenavista del Norte, el drago de la Hacienda del Conde; y en Guía de Isora, el de
Chiguergue. Otros pies notables son: el del barranco Agua de Dios, el del
Camino de Las Peras, el del patio de la antigua Casa Izquierdo, el de la Plaza de la Concepción y el de la
finca de San Francisco, en La
Laguna ; los dragos de La Quinta , en la entrada de la antigua vivienda de
Jorge Víctor Pérez, en Santa Úrsula; los de La Dehesa , La Mocana y la Candelaria del Lomo, en
La Orotava ;
el del acantilado de La Paz ,
en Puerto de la Cruz ;
el de Buen Paso, en Icod; el de la
Culata , en Garachico; y el del colegio Nazaret, en Güímar. En
fechas recientes han desaparecido algunos ejemplares distinguidos, como el
drago de San Bartolomé de Geneto (víctima de la especulación urbanística) y el
de la calle del Agua (hoy de Nava y Grimón), ambos en La Laguna , y el del antiguo
Hotel Pino de Oro en Santa Cruz.
En Gran
Canaria perviven diez pies, destacando el drago del barranco de Alonso (el más
bello de la isla por su porte y ubicación) y el de Las Meleguinas (con 27
periodos florales), ambos en Santa Brígida. En Telde, el de Los Arenales (en el
barrio del mismo nombre) y el de la finca de La Matanza (en el barranco de
Las Goteras). En Las Palmas de Gran Canaria, el drago de la Data de la Concepción (en Tafira).
En Valsequillo, el drago de Luis Verde; en Arucas, el del Jardín de la Marquesa ; en Gáldar, el
del patio del antiguo ayuntamiento; y en Moya, los dos dragos de la casa de los
Delgado. Por desgracia, en los últimos ocho años han desaparecido tres pies
monumentales: el viejo drago de la antigua casa del comandante don Antonio de la Rocha en Telde (tenía 26
periodos florales); el de la ermita del Carmen, en el barranco de Las Goteras
(Santa Brígida); y el de la finca de Grimón, en Gáldar.
En La Palma sobresalen los conjuntos de dragos ya
comentados, así como los numerosos ejemplares centenarios que aparecen diseminados
igualmente por los municipios de Puntagorda, Garafía, Barlovento y Breña Baja,
mientras que en Breña Alta se ubican los conocidos dragos gemelos de esta
localidad. En La Gomera
destaca el drago del barranco de Tajonaje, al noroeste de Alajeró, citado en
otras ocasiones como drago de Agalán o de Magaña. En El Hierro merecen
nombrarse el de Tigaday, en La
Frontera , y el de la casa del Conde en Valverde. En
Fuerteventura y Lanzarote, aunque no existen dragos monumentales sensu estricto, merecen citarse el del Cortijo
en Antigua, el desaparecido drago de Tetir y el de La Florida , en San Bartolomé.
(Rafael S. Almeida Pérez,
Geógrafo, en: Rincones del Atlántico)
Notas
1 En el Museo Insular de La Palma se conserva un objeto
presumiblemente prehispánico hallado a fines del siglo XIX y que estuvo
depositado durante mucho tiempo en la Sociedad Cosmológica.
Se trata de un recipiente cilíndrico de unos 13 centímetros hecho con un tronco
ahuecado y forrado de piel cosida por costuras finas. Al parecer fue donado por
un tal Benito Acosta Felipe a la mencionada sociedad en 1884. Según reza el
registro que realizó esta institución, procedía de una cueva de Los Sauces. En
1907 J.B. Lorenzo Rodríguez lo presentó en La Cosmológica ,
describiéndolo del siguiente modo: “Un
neceser ó costurero [...] formado de un tronco de madera y forrado o cubierto
con piel adobada [...], con todos los útiles de costura propios de aquella
lejana civilización, como son: agujas y ojeteras, al parecer, de hueso de
cabrito, y cuchillita de pedernal...”.
De nuestra observación directa comprobamos que se trata de una “madera” muy
liviana y de aspecto acorchado que podría corresponder a un tronco o rama hueca
de drago o incluso de verol, sin desechar cualquier otro tipo de corteza,
cuestión difícil de discernir de visu debido a su mal estado de conservación. Tampoco hay
plena certeza respecto a su origen prehispánico por tratarse de un resto
arqueológico descontextualizado.
2 Le Canarien, Frutuoso, Torriani y Abréu Galindo son, por este
orden, las referencias más tempranas e importantes. En la Palma lo citan las cuatro
fuentes. En la Gomera ,
la primera y la segunda.
3 La edad estimada de estos depósitos es de
unos 2.700 años.
4 En su mayoría por marchitamiento. En los
últimos 10 años se han secado tres individuos y caído uno.
5 Se observan fenómenos frecuentes de
fructificación tempranamente abortada y de albinismo en un porcentaje
significativo de plántulas en bandejas-semillero y que en todos los casos
necrosan y mueren.
6 En La
Ladera , el propio caserío de Don Pedro, El Hornito, El Cabo y
barranco Magdalena.
7 En Tenerife y Gran Canaria alguno de estos
pies tal vez podría ser de origen natural o subespontáneo.
8 Pütter, A. “Das Alter der Drachenbaüme von Tenerife”. Die Naturwissenschaften, vol. 14, nº 8 (19. Februar 1926), pp. 125-129.
9 Dicho método sólo es aplicable a los dragos
cultivados o que crecen en condiciones favorables.
10 Mägdefrau,
Karl. “Das Alter der Drachenbäume auf Tenerife ”.
Flora, nº
164 (1975), pp. 347-357.
11 Lindinger,
Leonhard. Beiträge zur Kenntnis von Vegetation und Flora
der kanarischen Inseln. Hamburg: L. Friederichsen
& Co., 1926.
12 Recientemente, en diciembre de 2009, presentaba
una fuerte desfoliación en la mitad de su copa.Fotografia: Aguedo Marrero.
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