1. Introducción
En este pequeño texto
intentaremos contribuir a la reapertura del debate histórico sobre la
revolución burguesa en España. Para ello realizaremos primero una síntesis
sobre la evolución de las principales ideas que intentaron reflejar el proceso
objetivo desarrollado en España durante el siglo XIX. A continuación nos
valdremos del ejemplo de la familia aristocrática tinerfeña de los Ponte para
someter a verificación empírica las diferentes concepciones, intentando
comprender algo mejor los aciertos y limitaciones de las mismas y la necesidad
de articular una nueva interpretación.
2. Una síntesis del
debate sobre la revolución burguesa en España
Uno de los debates más
interesantes que se han desarrollado en la moderna historiografía de nuestro
país ha sido el que ha intentado clarificar la forma en la que se produjo en
España la transición entre el Antiguo Régimen y la sociedad liberal o, dicho en
terminología marxista, la forma en la que se produjo –si es que se produjo- la
revolución burguesa. En la revolución inglesa de 1648 y en la francesa de 1789
había triunfado la burguesía, y “la victoria de la burguesía significaba
entonces el triunfo de un nuevo régimen social, el triunfo de la propiedad
burguesa sobre la propiedad feudal, de la nación sobre el provincialismo, de la
concurrencia sobre los gremios, de la partición sobre el mayorazgo, del
sometimiento de la tierra al propietario sobre el sometimiento del propietario
a la tierra, de la ilustración sobre la superstición, de la familia sobre el
linaje, de la industria sobre la pereza heroica, del derecho burgués sobre los
privilegios medievales. La revolución de 1648 fue el triunfo del siglo XVII
sobre el XVI, la revolución de 1789 fue el triunfo del siglo XVIII sobre el
XVII”1. ¿Y en España...? ¿Se había producido tal transformación revolucionaria?
¿Cuándo y cómo? Durante muchos años predominó la idea, bastante arraigada en
amplios sectores intelectuales y políticos españoles, de que tal revolución
nunca se había producido o, en todo caso, que había fracasado o triunfado sólo
de manera parcial y limitada. Fueron,
probablemente, los regeneracionistas los que, desde posiciones no marxistas,
plantearon por primera vez el problema con rotundidad: “La España actual es realmente,
ante la civilización que va a empezar el siglo XX, una España del siglo X”2:
“Después de medio siglo de
asonadas, pronunciamientos, revoluciones, fusilamientos, cambios de régimen y
de dinastía, proclamación de Constituciones bautizadas pomposamente con el
dictado de democráticas, –las «libertades» han venido, tenemos todo lo que se
pedía, Constitución liberal, juicio por jurados, sufragio universal, derechos
individuales, y sin embargo seguimos lo mismo que estábamos: el pueblo gime en
la misma servidumbre que antes, la libertad no ha penetrado en su hogar, su
mísera suerte no ha cambiado en lo más mínimo, como no sea para empeorar: aquel
medio siglo de propagandas y combates heroicos por la libertad ha desembocado
en un inmenso fracaso; el régimen liberal ha hecho bancarrota”3.
La idea del fracaso de la
revolución burguesa en España volverá a ser retomada por el pensamiento
comunista en los años treinta, ahora desde posiciones marxistas y con un
análisis mucho más elaborado y profundo4. Sobre una base agraria feudal se
erige en el siglo XX un tipo de capitalismo, en parte semicolonial, que se da
la mano con una terratenencia que continuaba anclada en las viejas prácticas
feudales. La proclamación de la
República , pese a la demagogia vertida a su alrededor y a las
ilusiones que había generado, no soluciona el problema agrario: “los
restos feudales en
el campo, los
privilegios de los
nobles, el desamparo
medieval de los campesinos ante la ley, la brutalidad
sangrienta del caciquismo en las aldeas, no solamente no están liquidados, sino
reforzados por el Gobierno republicanosocialista5”:
“Los terratenientes españoles
siguen viviendo en pleno siglo XV. Las enseñanzas de la producción capitalista
no han logrado perturbar la calma proverbial de sus católicas conciencias (...)
Las rentas que los latifundistas obtienen de sus tierras aunque se exploten muy
extensivamente, les permiten vivir bastante mejor que el resto de los mortales;
no sienten ningún estímulo de ganar más, para ello sería preciso reflexionar,
calcular, arriesgar capitales; y no hay nada que repugne tanto a los feudales
degenerados. El espíritu de empresa que la burguesía mostró en sus momentos de
esplendor, les falta por completo (...) En las provincias latifundistas, se
siguen aplicando los métodos de cultivo de la época feudal”6.
Esta concepción sobre el fracaso
de la revolución burguesa en España
–fracaso que implicaba la pervivencia de importantes elementos feudales
en la economía, sociedad y política de las áreas rurales- perdurará, de alguna
manera, hasta los años sesenta, marcando profundamente la obra de importantes
historiadores profesionales de esos años como Vilar y Tuñón7. Para el historiador
francés, el régimen agrario que había imperado tradicionalmente en la España feudal subsistía aún
en el siglo XX: seguían pesando las viejas costumbres, pervivían los censos y
rabassas y continuaba el problema del latifundio en el sur del país. La reforma
agraria liberal no fue el origen, ni de grandes explotaciones agrarias de tipo
prusiano, ni de un campesinado satisfecho de tipo francés:
“Los especuladores de
la desamortización añadieron
otros latifundios a los
latifundios de nobleza. La estructura agraria permaneció inmutable”8. Tuñón de
Lara afirmaba también abiertamente, a principios de los setenta, el fracaso de
la revolución burguesa en España. El poder estatal estaba en manos, no de la
burguesía, sino de una alianza reaccionaria compuesta por los grandes
terratenientes –incluida la nobleza- y una alta burguesía que se integra
económica, familiar e ideológicamente en un
bloque de poder
cuya hegemonía corresponde
a la gran propiedad. Durante la dictadura
primorriverista se iban a desarrollar algunos elementos propios del capitalismo
moderno, pero en el campo pervivirían las viejas estructuras9.
Hasta los años sesenta estas
interpretaciones sobre la historia contemporánea de España eran mayoritarias,
defendidas como estaban por los más prestigiosos historiadores del momento.
Pero a finales de esa década y, principalmente, en los setenta, las cosas van a
cambiar radicalmente. La dictadura de Franco entraba en una etapa crítica. La
crisis económica, el rápido desarrollo del movimiento obrero y la aparición de
nuevas organizaciones revolucionarias, entre otros factores, amenazaban con
fuerza creciente la pervivencia del régimen. Mientras las clases dominantes se
planteaban la necesidad de un cambio del sistema político10, las organizaciones
de la izquierda debatían sobre las posibilidades políticas que se abrían en
medio de una situación objetiva claramente revolucionaria. Este intenso debate
político condicionará profundamente el debate paralelo que tendrá lugar en la
arena de la historia. Por un lado, se trataba de dilucidar la mejor forma de
llevar a cabo el cambio de régimen (transición pactada o ruptura democrática),
y por otro, se discutía sobre la naturaleza de la sociedad española, naturaleza
que habría de determinar el programa político que debía impulsar la oposición
de izquierda. Con ambos objetivos se vuelve la mirada a la historia, pero no
siempre para investigarla científicamente en búsqueda de las respuestas más
correctas para la situación presente. Por el contrario, la historia se
convierte muchas veces en justificación para unas opciones políticas
previamente diseñadas por las direcciones de las distintas organizaciones.
Surge así el debate sobre la revolución burguesa. Se trata, frecuentemente
–como reconocerá años después, Fontana11- de “discusiones escolásticas”
planteadas, muchas veces, en un críptico lenguaje “marxista” que sólo unos
pocos podían comprender12. La evidencia histórica –la base empírica- se
sacrificaba, muchas veces, en aras de un discurso dogmático con unas
conclusiones políticamente prefijadas13.
En este contexto la
historiografía española redescubrirá el concepto marxista de vía prusiana como
clave explicativa para comprender la transición del feudalismo al capitalismo
en la España
decimonónica. La consigna estaba clara: España era un país plenamente
capitalista desde los años treinta o cuarenta del siglo XIX. En cuanto a la
forma, la transición se había llevado a cabo sin necesidad de una
radicalización revolucionaria a la francesa. En cuanto a su contenido, la
naturaleza feudal de la economía y la sociedad española del Antiguo Régimen
experimenta una radical transformación en sentido rotundamente capitalista, por
lo que cualquier programa político antifeudal no podía ser entendido sino como
una muestra más de la desviación pequeñoburguesa que organizaciones como el PCE
venían arrastrando desde los años de la segunda República. Los trabajos de
historiadores como Josep Fontana o Enric Sebastià y de juristas como Bartolomé
Clavero ponen las bases de la nueva interpretación histórica, que rápidamente
sería aceptada por los círculos académicos españoles y en poco tiempo se
convertiría en hegemónica. La síntesis –de gran repercusión- corre a cargo de
Pérez Garzón14, al que no le van a preocupar demasiado los agrios debates que
se entablan entre empiristas (Fontana) y estructuralistas (Clavero)15, o las
significativas contradicciones existentes entre lo que unos y otros entienden
por vía prusiana. Lo importante era el nexo de unión entre todos, la esencia
que había que elevar a tesis dominante: España era un país capitalista desde
mediados del XIX.
.
Pero... ¿qué era eso de la vía
prusiana al capitalismo, que ahora se convierte en la base de la nueva
interpretación que en poco tiempo vendría a barrer las antiguas ideas? La
revolución burguesa en Alemania, por la vía francesa, fracasó en 1848 por la
traición de la burguesía liberal, que “no podía sostenerse contra los partidos
feudal y burocrático vencidos, más no destruidos, sino recabando la ayuda de
los partidos populares y más avanzados”, pero que, ante su miedo a la
revolución popular, opta por pactar con las fuerzas reaccionarias: “el
feudalismo fue restaurado por mano de la burguesía que había sido antifeudal
hasta el día de ayer”16. De este modo,
Alemania continuará
evolucionando como un
país semifeudal que
poco a poco
va transformándose, desde arriba, por la vía de las reformas, en un país
capitalista:
“Por una parte, el Gobierno, a
paso de tortuga, reforma las leyes en interés de la burguesía, elimina las
trabas feudales y los obstáculos creados por el particularismo de los pequeños
Estados, que impiden el desarrollo de la industria; introduce la unidad de
moneda, de pesas y medidas; establece la libertad de industria, etc.; implanta
la libertad de residencia, poniendo así a disposición del capital y en forma
ilimitada la mano de obra de Alemania; fomenta el comercio y la especulación;
por otra parte, la burguesía cede al Gobierno todo el poder efectivo, aprueba
los impuestos, los empréstitos y la recluta de soldados y ayuda a formular las
nuevas leyes de reforma de modo que el viejo poder policiaco sobre los
elementos indeseables conserve toda su fuerza. La burguesía compra su paulatina
emancipación social al precio de su renuncia inmediata a un poder político
propio. El principal motivo que hace aceptable para la burguesía semejante
acuerdo no es, naturalmente, su miedo al Gobierno, sino su miedo al
proletariado.
Por lamentable que es el papel
desempeñado por nuestra burguesía en el campo político, no se puede negar que
en la industria y en el comercio ya ha empezado a cumplir con su deber. El
ascenso de la industria y del comercio, señalado ya en el prefacio a la segunda
edición, se ha desarrollado desde entonces con nuevos bríos. Lo ocurrido en
este aspecto en la región industrial renano-westfaliana a partir
de 1869 constituye algo realmente
insólito para Alemania, y nos recuerda el florecimiento de los distritos
fabriles ingleses a principios de siglo. Lo mismo ocurrirá en Sajonia y en la
alta Silesia, en Berlín, en Hannover y en las ciudades marítimas. Por fin
tenemos un comercio mundial, una verdadera gran industria y una auténtica
burguesía moderna; al mismo tiempo, también hemos sufrido una verdadera crisis y
hemos obtenido un verdadero y poderoso proletariado”17.
Esa sería la vía por la cual,
según Fontana, España se convertiría en país capitalista en la primera mitad
del XIX. Ante el temor a las fuerzas campesinas desatadas por la insurrección
carlista –fuerzas campesinas que se estaban revelando contra el pago de las
rentas-, los terratenientes feudales aceptarían un tránsito pacífico a la
sociedad burguesa controlado desde arriba por ellos mismos y en su propio
beneficio18. Se trataría, por lo tanto, de una vía reformista para llevar a
cabo las tareas históricas de la revolución burguesa19. A partir de la reforma
agraria
liberal (desamortizaciones, desvinculación, supresión de
señoríos), los terratenientes feudales se convertirán en empresarios burgueses,
imponiéndose las relaciones sociales capitalistas en la economía agraria
española.
Clavero y Sebastià coinciden con
Fontana en lo principal: España se convierte en la cuarta y quinta década del
XIX en un país capitalista o, al menos, predominantemente capitalista 20. La
antigua concepción sobre el fracaso de la revolución burguesa en España puede
ser ahora barrida definitivamente gracias al concepto de la vía prusiana. Es lo
único que importa. No repara, sin embargo, Pérez Garzón –en su histórica síntesis-
en las contradicciones que se plantean en los diferentes enfoques. Enric
Sebastià, pese a su “preocupación teórica fundamentada en los grandes clásicos
del materialismo histórico” (PÉREZ GARZÓN),
defiende, también, la existencia de un desarrollo capitalista por la vía
prusiana, pero, en una particular deformación del significado del concepto, lo
concibe de una forma diferente a aquéllos. Para él, la burguesía española
conquista el poder estatal –definitivamente- en 1843, convirtiéndose así en la
clase hegemónica de un nuevo bloque dominante en el que consigue entrar la
vieja aristocracia feudal, una aristocracia que no será ya más la clase
fundamental del nuevo bloque dominante burgués21. Esta concepción de Enric
Sebastià no se corresponde con lo que el marxismo entiende por vía
prusiana. Para los “grandes clásicos
del materialismo histórico”
este concepto se aplica
al proceso reformista experimentado en aquellos países
en los que la burguesía no consigue tomar el poder del estado, continuando la
hegemonía de la antigua clase dominante22. No es extraño que discípulos de
Sebastià como Pedro Ruiz Torres o Francisco J. Hernández Montalbán cuestionen
años más tarde la propia validez de la interpretación de la vía prusiana,
discrepando así, del enfoque de Fontana.
Para Ruiz Torres se hacía
necesario “cambiar la idea de que la revolución española no tuvo 20 Sebastià, a
diferencia de otros autores, no tendrá reparos en valorar la pervivencia de
importantes elementos feudales en la
España capitalista: “La revolución (...) no representó, no
podía representar, la supresión absoluta de cuantas expresiones sociales habían
configurado el feudalismo. Algunas consiguieron traspasar el tamiz
revolucionario y vieron prolongar su existencia más allá de la época que les
era propia. Por eso la transición ha de entenderse como el paso de una
formación social en donde las relaciones de producción eran predominantemente
feudales, a otra en la que tales relaciones pasaban a ser predominantemente
capitalistas”. De hecho, serán estas supervivencias feudales, que frenaban
“extraordinariamente” el desarrollo del capitalismo, las que explican –según
Sebastià- la revolución democrático-burguesa de 1868 (SEBASTIÀ, E y PIQUERAS, J. A, Pervivencias feudales y
revolución democrática, Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1987, pp.
13-14).
apenas repercusiones económicas
desfavorables para la antigua aristocracia. La aristocracia feudal experimentó
un duro golpe en sus patrimonios por culpa de la revolución y ello afectó tanto
a la aristocracia eclesiástica como a una parte de la aristocracia laica. Qué
duda cabe que esta misma revolución no fue tan lejos como para expoliar a la
nobleza completamente, que con- templó las indemnizaciones (como también había
ocurrido en Francia antes de que los jacobinos llegaran al poder), que permitió
el mantenimiento de una parte de su viejo patrimonio y lo transformó finalmente
en propiedad privada. Pero las pérdidas (en ingresos, en rentas, en
propiedades) fueron tan importantes o más que aquello que mantuvieron y sin
embargo han sido mucho menos valoradas que las supervivencias”23. Para
Hernández Montalbán era cierto que, efectivamente, no se había producido en la España del siglo XIX una
revolución tan radical como en Francia, “pero sí una revolución radicalmente
contraria al feudalismo, en favor del capitalismo y de la burguesía, bien que
de una burguesía que durante el largo proceso revolucionario había moderado
considerablemente sus pretensiones abolicionistas”24.
De este modo, hemos visto perfiladas
a grandes rasgos, tres interpretaciones diferentes sobre la
historia contemporánea de España:
En la primera (predominante hasta los años sesenta), la revolución burguesa
fracasa o no culmina totalmente sus tareas históricas; en la segunda (articulada
a partir de los años setenta y pronto convertida en dominante), la revolución
burguesa triunfa por la vía prusiana, desde arriba, dirigida por los antiguos
señores feudales; y en la tercera (definida en los años ochenta a partir de la
segunda), la burguesía toma el poder por la vía revolucionaria francesa, aunque
sin tanta radicalidad como en aquélla, perjudicando en amplia medida a
la antigua terratenencia, que
sería la clase
social parcialmente derrotada
en la revolución.
En la segunda mitad de los
ochenta la situación nacional e internacional cambia y este cambio tendrá
repercusiones significativas en el panorama historiográfico mundial. En España,
la Transición
culmina con el triunfo de la vía reformista –casi podríamos decir, prusiana- y
la mayor parte de la antigua oposición de izquierda va abandonando el discurso
sobre la revolución proletaria lo que, paralelamente, conlleva también el
abandono progresivo de la preocupación por la revolución burguesa. El tema se
dará por definitivamente zanjado: la
revolución burguesa en España culminó, por una u otra vía (ya no importa
demasiado), entre 1834 y 1843. Y punto.
Por otra parte, una fuerte
ofensiva conservadora a nivel internacional desde la segunda mitad de los años
ochenta25 permite al imperialismo y a las clases dominantes de los distintos
estados irse desembarazando progresivamente de las categorías marxistas de
interpretación histórica. Hasta ese momento, la historia del desarrollo
capitalista en el mundo pasaba inevitablemente por la discusión sobre la
revolución burguesa. Al margen de las diversas tergiversaciones llevadas a cabo
por los intelectuales burgueses con respecto a este fundamental concepto del
marxismo, en el trasfondo subyacía el profundo arraigo de este pensamiento historiográfico.
De este modo, se entendía comúnmente que el acontecimiento fundamental en el
paso del feudalismo al capitalismo era el de la revolución burguesa, cuyas
tareas podían verse cumplidas por un camino revolucionario o por un camino
reformista. La nueva ofensiva conservadora –en la cual va a desempeñar un papel
fundamental la ofensiva ideológica- se esforzará por rebatir la interpretación
marxista del proceso histórico desde sus mismas bases. La transición del
feudalismo al capitalismo será vista ahora, por el “nuevo” pensamiento
postmoderno que difunde el imperialismo, como resultado de un proceso lento y
complejo en el que las revoluciones no serán más que episodios excepcionales y,
en ocasiones, incluso contraproducentes. De nuevo, las clases dominantes internacionales –reaccionarias por
naturaleza- vuelven a
enfrentarse al odiado pensamiento marxista26. El encargo a
sus intelectuales es claro: ¡recorred del mundo y llevad la
buena nueva: el motor de la historia no es –y nunca ha sido-
la lucha de clases! 27.
Según la “nueva” concepción,
revoluciones burguesas no han existido nunca y mucho menos aún revoluciones
proletarias. Se apunta contra la propia Revolución Francesa –negando su
carácter de revolución burguesa- pero a quien se quiere derribar es a las
revoluciones comunistas, negándoles su carácter de revoluciones proletarias y
convirtiéndolas en simples golpes de estado – magistrales, eso sí- de un
pequeño grupo bolchevique28. Revolución burguesa y revolución proletaria
aparecen así, nuevamente, unidas intelectualmente por un hilo más o menos
oculto, lo mismo que había sucedido años antes. Que así sea.
3. El ejemplo
de los Ponte
y su utilidad
para reabrir el
debate sobre la
revolución burguesa.
En la segunda parte de este
trabajo, como dijimos al principio, pretendemos contrastar las diferentes
interpretaciones sobre la revolución burguesa en España que antes se han
sintetizado, con la evidencia
empírica que nos
proporciona el ejemplo
de los Ponte29.
¿Qué pueden enseñarnos los Ponte
en relación con este debate?
La familia Ponte constituye uno
de los linajes de mayor abolengo en la isla de Tenerife y de entre sus filas
salieron varios de los más importantes Títulos de Castilla que dominaron el
Antiguo Régimen insular: los Marqueses de Adeje y Condes de la Gomera , los Condes del
Palmar, los Marqueses de la
Quinta Roja , etc. El primero de sus antepasados que llegó a la Isla fue el genovés Cristóbal
de Ponte, uno de los que invirtieron capitales en la financiación de la
conquista y que, tras la victoria militar castellana, recibieron importantes
lotes de terreno en el Sur y Noroeste de Tenerife30. A partir de estas datas
iniciales, los Ponte tenderán a incrementar progresivamente su
patrimonio con nuevas
adquisiciones, recurriendo, obviamente,
a la institución del Mayorazgo,
que jugó un destacado papel –como ya se ha dicho repetidas veces- en la
consolidación de la Nobleza
en el Archipiélago durante el Antiguo Régimen31. A mediados del siglo XVII, la Corona vende a Juan
Bautista de Ponte y Fonte Pagés la jurisdicción regia sobre el territorio de
Adeje, convirtiéndose este personaje en el primer Señor jurisdiccional y
territorial de esta localidad, que sería uno de los dos islotes señoriales en
el realengo de Tenerife. Esto marcaba la culminación de un proceso de
concentración territorial y aristocratización –reafirmado poco después con
la concesión al
mismo individuo del
título de Marqués de
Adeje- que había convertido a este linaje en uno de los
más destacados integrantes de las clases dominantes de la Edad Moderna en
Tenerife. La plena inserción de los Ponte en la clase dominante de Tenerife se
ponía de manifiesto, además, en la posesión a perpetuidad del título de Regidor
del Cabildo de la Isla ,
que ostentarían desde el siglo XVI. Para acabar de vislumbrar lo que fueron los
Ponte en el Antiguo Régimen de la isla, veamos el elogio que de ellos hace
nuestro Nobiliario de ideología feudal:
“Los Ponte han
sido en Canarias todo
cuanto ofrecía el país a
sus hijos más
ilustres y autorizados; desde el elevado puesto de Capitán General y
Presidente de la Real
Audiencia , que ocupó el General Don Pedro de Ponte, primer
Conde del Palmar, siéndolo por primera vez un canario, han desempeñado repetidísimas
veces los de Gobernador y Corregidor en Tenerife, han sido Regidores Perpetuos
de su famoso antiguo Cabildo, Alcaides de sus castillos y fortalezas en virtud
de privilegios como caballeros nobles Hijosdalgo notorios, Capitanes, Coroneles
y Maestres de Campo de las históricas Milicias Isleñas; y han vestido el Hábito
de las Órdenes Militares tantas veces, cuántas de seguro ninguna otra familia
isleña de la mayor Nobleza y nombradía”32.
Lo que fueron los Ponte en
Tenerife entre el siglo XVI y XVIII ya
está más que claro. Lo que a nosotros ahora nos interesa es saber qué fue de
ellos en los siglos XIX y XX. ¿Sucumbieron, quizás, ante las reformas liberales
promulgadas en la primera mitad del XIX? El historiador modernista canario Juan
Carlos de la Nuez
así lo cree, cuando afirma en su Tesis Doctoral:
“En conclusión, el mayorazgo de
Adeje, uno de los más importantes de la isla de Tenerife, abocado a su fin en
pleno proceso de ruptura del modelo feudal del que había sido uno de los
mejores exponentes, se muestra incapaz de afrontar desde principios del siglo XIX las nuevas condiciones impuestas por un
modelo de corte más capitalista en el que la renta derivada de la gestión de la
tierra se contempla desde perspectivas tan alejadas de la propiedad feudal como
son, entre otras: la libre circulación de la tierra; la gestión intensiva de
los recursos de que se dispone, la desaparición progresiva de las cargas que
gravan la tierra; una pérdida de peso específico de los cereales, sobre todo
del trigo, en detrimento de otros cultivos, etc.; todo ello más acorde con las
posibilidades planteadas por un mercado más abierto a la demanda”33.
Llega, Juan Carlos de la Nuez , a esta conclusión a
partir de la constatación de las múltiples dificultades por las que atravesaba
la gestión económica del mayorazgo adejero de los Ponte. El “desorden
productivo y la decadencia en la que se encuentra inmerso el mayorazgo” en las
primeras décadas del siglo XIX cobran
sentido, para él, a la luz de las tesis sobre el triunfo de la revolución
burguesa (CLAVERO): la burguesía toma el
poder en las revoluciones liberales del primer tercio del siglo y procede al
desmantelamiento del Antiguo Régimen, ya en decadencia, y a la definición de un
modelo capitalista de economía34. Sin embargo, y en contra de lo que se deduce
del párrafo citado, la hegemonía de los viejos terratenientes feudales en Adeje
no desaparece en los años treinta del siglo XIX. Es cierto que la reforma
agraria liberal desmanteló, en buena medida, el sistema de propiedad feudal,
pero no es menos cierto que la vieja aristocracia mantendrá, parcialmente, en
esta localidad sus antiguas posiciones hasta comienzos del siglo XX,
conservando, del mismo modo, su caduca naturaleza histórica semifeudal. El
señorío feudal fue abolido, ciertamente, pero no sería sustituido por un
auténtico régimen liberal-burgués, sino por un opresivo entramado caciquil en
el que los administradores de los Marqueses jugarían un papel fundamental. Los
Marqueses de Bélgida –herederos de los Ponte desde el siglo XVIII por enlace
familiar- tenían registradas en el Sur de Tenerife, en torno a 1872, unas 1.449
fanegadas, buena parte de las cuales se hallaban en el municipio de Adeje y el
resto, principalmente, en Vilaflor, Arona y Guía, aunque también tenían tierras
en Arico, Granadilla y San Miguel. A esto había que añadir las extensas
propiedades que poseían en Adeje otros individuos del linaje Ponte, como el
Marqués de la Quinta Roja 35 y Antonio de Ponte y Prieto36. Es cierto que
esta hegemonía aristocrática comienza a reducirse en la segunda mitad del XIX,
pero la verdad es que los herederos de los Ponte continuaron siendo, con mucha
diferencia, los mayores contribuyentes en su antiguo señorío hasta una fecha
tan lejana de la reforma agraria liberal como 1903, cuando venden el núcleo
central de la antigua Casa Fuerte. Los compradores –pertenecientes a la
burguesía comercial y a la mal llamada “burguesía agraria”- asumirán, por
seguir el sistema de ese Pueblo y de otros de sus alrededores37, muchos de los rasgos
que caracterizaban a la vieja dominación feudal del antiguo latifundio. Además,
el proceso de enajenación territorial llevado a cabo por los Marqueses de
Bélgica/Condes de Sallent no debe interpretarse como un signo del hundimiento
económico de estos herederos de los Ponte. Por el contrario, pensamos que sería
más correcto considerarlo parte de una reestructuración patrimonial que
respondía al interés que debía tener esta familia, radicada en la Península , por
desprenderse de tierras poco productivas y muy alejadas de su principal zona de
arraigo económico y social38.
Ya hemos visto lo que pasó con la
dominación económica y social de los Ponte en el Sur de Tenerife, un espacio en
el que se produce, efectivamente, un recambio total entre la vieja aristocracia
y una nueva terratenencia semifeudal en ascenso desde el siglo XVIII y
consolidada definitivamente en la segunda mitad del XIX. Pero, ¿qué sucede en
los municipios de la vertiente Norte de la isla, donde la pervivencia
aristocrática fue uno de los rasgos más significativos de su evolución
contemporánea? Lo que sucede es que la hegemonía de los Ponte se mantiene en
todo su esplendor, precisamente en unas zonas en las que se concentraban las
mejores tierras de regadío de la isla39. El mayor contribuyente de Buenavista
en 1930 era Melchor de Ponte y del Hoyo-Solórzano40. En Los Silos, en los
mismos años, se encontraban entre los 5 mayores contribuyentes Ángela y María
Cólogan y Ponte (en el 2º y 3º puesto) y José de Ponte y Ponte (en el 5º). En
Garachico, figuraban entre los quince propietarios más ricos Mariano Brier y
Ponte (en el 3º), el Conde del Valle de Salazar (emparentado también con los
Ponte, en el 6º), Melchor de Ponte y del Hoyo (en el 12º) y su hermano Gaspar (en el 15º). En un
municipio tan importante como Icod, capital comarcal del Noroeste, Gaspar de
Ponte y Cólogan (hijo de Melchor de Ponte y del Hoyo) aparece en 1933 como el
segundo mayor contribuyente. En el Noroeste tinerfeño se encontraba, sin duda,
el principal feudo de los Ponte en el primer tercio del siglo XX, donde eran
propietarios de centenares de hectáreas de las mejores tierras agrícolas de la
isla. Pero, además, tenían importantes propiedades en otros municipios del
Norte de la isla. En La
Orotava , tercer municipio
más importante de
Tenerife por contribución
rústica y pecuaria,
figuraba como segundo mayor
contribuyente en 1931 Antonio Lercaro y Ponte, y en puestos inferiores Bernardo
Cólogan y Ponte (el 17º), Gaspar de Ponte y Cólogan (el 36º), etc. En La Victoria lidera la
relación de mayores contribuyentes, Julia Llarena Lercaro, Condesa del Palmar e
hija de José Llarena y Ponte. En el resto de municipios del Norte aparecen en
los mismos años otros personajes de apellido Ponte entre los mayores
contribuyentes por rústica, pero con una relevancia menor: Fernando Llarena y
Ponte, en Santa Úrsula; Esteban Salazar y Ponte y el Conde del Palmar, en El
Sauzal; Juana Ponte Lercaro y otra vez Esteban Salazar y Ponte, en Tacoronte;
Josefa Llarena Ponte, en Tegueste; María del Carmen de Ponte y Miranda y los
herederos de
Esteban Salazar y Ponte, en La Laguna 41.
Por otra parte, y volviendo a la
reforma agraria decimonónica, no debemos pensar que la liberalización de la
tierra supondría siempre para los Ponte una disminución de su patrimonio. Al
igual que la desvinculación posibilitó la venta progresiva de sus tierras en el
Sur, las desamortizaciones les permitieron a varios de sus miembros aumentar
sus propiedades en el Norte. Así, están documentadas compras de bienes desamortizados
en Buenavista, Los Silos, Garachico y Santa Cruz por parte de personajes como
Pedro de Ponte y Benítez, Antonio de Ponte y Prieto (el mismo que se desprendió
de su patrimonio en el Sur) y Melchor de Ponte, junto a otros destacados
miembros de la vieja aristocracia, como el Marqués de Villafuerte, José Brier,
etc42.
Como hemos podido ver, por tanto, de forma algo apresurada,
los Ponte mantuvieron en la segunda mitad del siglo XIX y en el primer tercio
del XX su destacada presencia en la económica agraria de la isla43. Pero,
¿pervivió, del mismo modo, el elevado peso político que tuvieron en el Antiguo
Régimen gracias a su incorporación a perpetuidad al antiguo Cabildo de
Tenerife? La respuesta vuelve a ser afirmativa, porque los Ponte gozaron,
durante la segunda mitad del XIX y el
primer tercio de la siguiente centuria, de importante y directa representación
en todas las esferas del poder político del régimen liberal. Así, encontramos a
individuos de ese aristocrático linaje como concejales en La Laguna , Alcaldes en
Garachico y La Orotava ,
Diputados Provinciales, Consejeros del Cabildo e incluso, Diputados en
Cortes44.
Por lo tanto, podemos afirmar que la reforma agraria liberal
no acabó con la hegemonía
económica,
social y política
que la familia
Ponte ostentó entre
los siglos XVI y
XVIII.
Reestructuraciones de por medio,
los Ponte pervivieron como una destacada familia de las clases dominantes
tinerfeñas de la
Edad Contemporánea. Ningún dato empírico relacionado con
ellos parece apuntar a que aconteciera realmente algún tipo revolución
entendida como toma del poder por parte de una burguesía dispuesta a ajustar
las cuentas con el feudalismo. La reforma agraria liberal supuso la apertura de
un proceso de transformaciones y reestructuraciones, es cierto, pero al final
de dicho proceso, los Ponte continuaban en la cúspide de la sociedad tinerfeña
al igual que antaño. Una de las teorías, por lo tanto -la de Ruiz Torres y
Hernández Montalbán- no parece casar demasiado con el ejemplo que esta familia
nos ofrece. Pero faltan otras dos y para contrastarlas empíricamente
necesitamos abordar ahora brevemente un aspecto al que hasta ahora no hemos
hecho mención alguna: las relaciones de producción.
Según la interpretación
dominante, la revolución burguesa cumplimentó sus tareas históricas en España
por el camino reformista, tal cual sucedió en Alemania, pero con muchos años de
antelación frente al país germánico, que no culminaría este proceso,
fundamentalmente, hasta los años sesenta y setenta del XIX45. En España, según
Fontana, los que “han implantado el capitalismo en el campo son los propios
señores. Aunque, como es natural, en su provecho”. Y esto, entre 1833 y 1837.
Esta interpretación no choca, en principio, como vemos, con la evidente pervivencia
aristocrática del poder económico y político de los Ponte en la Edad Contemporánea.
Para ser cierta le falta todavía,
no obstante, un aspecto crucial que sería necesario verificar, como es el de la
efectiva conversión, en esos años, de los antiguos señores feudales en
auténticos empresarios capitalistas. Y esto es lo que la evidencia empírica no
avala en absoluto en este caso. De hecho, el peso de la medianería (y de la
aparcería, como forma más evolucionada) en las relaciones de producción
agrarias será enorme durante todo el siglo XIX y buena parte del XX. Lo
generalizado que estaba en Canarias este tipo de contrato se reflejaba en
artículos de prensa como el que publica en 1913 el ingeniero agrícola Rodolfo
Godínez, donde afirma que la medianería, “es una especie de contrato algo
parecido a la Aparcería
y que puede decirse es casi en absoluto el único seguido en la mayoría de las
fincas de la provincia. La
Medianería , cuyo origen e implantación se explica en épocas
en que la vida era aquí poco menos que patriarcal, consiste en un contrato
verbal sin más garantía que la buena fé, y por el cual el propietario entrega
al colono, para su explotación, tierras, ganados, algún capital y el
50 por ciento de las utilidades,
a cambio del trabajo manual y algunos elementos como la mitad de las semillas y
abonos aportados por este último”46.
Un rotativo del Noroeste tinerfeño se refería de esta forma,
en 1919, a la medianería:
“En nuestra Provincia, no siendo
las ciudades de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, y, quizás, en los pueblos
del valle de la Orotava ,
por la mayor proporción en fincas dedicadas al cultivo de plátanos, son pocas
las poblaciones donde esta reforma social [la jornada de ocho horas] pueda
producir perturbaciones y disgustos, por la escasez de industrias en grande
escala que necesiten alimentarse de crecido número de obreros.
Por lo que a Icod respecta, y
prescindiendo de unas cuantas fincas dedicadas al cultivo de plátanos, el
problema del trabajo del campo está resuelto hace mucho tiempo con la extremada
subdivisión de las tierras, y el contrato de medianería para cultivarlas. Este
sistema, en realidad, se ha adelantado a todas las modernas leyes agrarias y
soluciones para mejorar la vida del obrero del campo. El contrato de aparcería
no es otra cosa que la explotación de la agricultura por medio del comunismo,
pues el propietario, el dueño del terreno, solo percibe la mitad de los
productos de la explotación agrícola, y el diezmo que se extrae para el amo,
para el propietario, del total de la producción, solo es una
compensación por la
contribución territorial que
él solo satisface.
Amo y medianero, en fraternal
asociación, pocas veces alterada, atienden al cultivo de la tierra, adquiriendo
en igual proporción las semillas y abonos y al recojerse los frutos, también en
igual armonía y conservando el aparcero el respeto cariñoso al amo, acuden
ambos al campo, y de la cosecha general se extrae primeramente la comida de los
trabajadores y del propietario y luego se parte sobre el terreno. ¿Podrá haber
ley social más humana,
más democrática, más cristiana
que ésta?”47.
Se advierte claramente en este
texto la connotación semiservil que presentaba este tipo de relación de
producción, que no era más que una de las clásicas formas precapitalistas de
extracción de la renta
de la tierra
por parte de
los grandes propietarios, tanto de la vieja aristocracia como de la nueva
terratenencia consolidada en el XIX. Lenin explica que “la forma de economía
conocida con el nombre de aparcería es una de las variedades del pago en
trabajo”. “¿Cuál es la esencia de los pagos en trabajo? Que las tierras de los
terratenientes no se cultivan con los aperos del terrateniente ni por
medio de obreros asalariados,
sino con los aperos del campesino esclavizado por el terrateniente
más próximo. Y para el mujik esta esclavitud es impuesta, porque el
terrateniente se apoderó de las mejores tierras y lo ubicó en los «arenales»,
arrinconándolo en una mísera parcela. Los terratenientes se apoderaron de tanta
tierra que a los campesinos no les quedó lugar, no digamos ya para cultivarla
como hacienda, sino ni siquiera un sitio «donde soltar las gallinas»48.
Con respecto a Tenerife, los
contratos de medianería que hemos podido consultar en archivos públicos y
privados suelen recoger con cierta frecuencia distintas cláusulas –obligación
de realizar prestaciones personales, trabajos gratuitos, etc.- que nos indican
que se trataba, en verdad, de una forma de contratación semiservil, en lugar de
un simple contrato fraternal, como afirmaban los voceros de los
terratenientes49. Y tampoco se trataba, como afirma un sector de la actual
historiografía, de una simple relación laboral, tan óptima para el desarrollo
del capitalismo como la misma relación salarial50. En las haciendas más
importantes era frecuente que se diese una combinación de diversas formas, tal
cual se venía produciendo desde el Antiguo Régimen. De este modo, una parte de
la hacienda –sobre todo en los períodos de auge de algún producto de exportación-
era explotada directamente por medio de jornaleros, mientras que otras partes
eran cedidas en arrendamiento o/y aparcería, en ocasiones, a los mismos
campesinos pobres que luego estaban más o menos obligados a realizar peonadas
en la parte de la hacienda que se reservaba para la administración directa51.
Este sistema permitía a los grandes propietarios disponer sin problemas de una
mano de obra semiservil en ambas partes de las haciendas cuando fuera
necesaria, y a bajo coste. Era el sistema que empleaba Elisa Ponte y del Hoyo,
Marquesa viuda del Sauzal, en la importante Hacienda de Daute, situada en el
pueblo de Los Silos52.
Por otra parte, la naturaleza
económica semifeudal de los Ponte se reflejaba también en que continuaron
percibiendo, incluso durante el siglo XX, multitud de rentas feudales
procedentes de los censos enfitéuticos, medias perpetuas, cuartos y quintos que
gravaban unas tierras cuyo dominio directo correspondía a los Ponte y el
dominio útil a diversos campesinos y, en ocasiones,
también a otros terratenientes53.
Por lo tanto, creemos poder
afirmar claramente que los antiguos señores feudales de Tenerife, y
particularmente los miembros de la familia Ponte, no se habían convertido en
empresarios capitalistas a mediados del siglo XIX, puesto que seguían
explotando sus tierras, en buena medida, con las viejas formas que habían
venido utilizando en los siglos anteriores. Así, el plusproducto que extraían
del trabajo de su mano de obra no era obtenido a través de relaciones de
producción capitalistas (salariales) sino precapitalistas o, en todo caso, por
medio de una combinación intrincada de ambas. La interpretación que afirma que
la vía prusiana hacia el capitalismo culmina en la primera mitad del siglo XIX
no parece tampoco encontrar suficiente respaldo en la evidencia empírica
proporcionada por la familia Ponte.
De esta forma nos quedaría sólo
la primera interpretación, aquélla que defendía que las relaciones agrarias no
experimentaron modificaciones sustanciales en España durante la mayor parte de la Edad Contemporánea
(TUÑÓN, VILAR). ¿Es ésta, por lo tanto,
la tesis que más se ajusta a lo que pone de manifiesto, en el caso que ahora
nos ocupa, la evidencia empírica? Según lo que hemos visto hasta el momento
podríamos pensar que sí, puesto que esta concepción –dominante hasta los años
sesenta- planteaba, efectivamente, la fuerte pervivencia en la España de los siglos XIX y XX de la vieja clase terrateniente feudal
y, al mismo tiempo, de las viejas estructuras y relaciones de producción agrarias.
Sin embargo, esta interpretación presentaba dos problemas. Por un lado, al
afirmar que las estructuras agrarias permanecieron inmutables, no se valoraban
suficientemente las importantes transformaciones que tuvieron lugar a partir de
la reforma agraria liberal. En el caso de los Ponte, estas transformaciones
–especialmente la supresión de los señoríos y la desvinculación- posibilitaron,
como hemos visto, el inicio de un proceso de reestructuración patrimonial que
les lleva a desprenderse progresivamente de todas sus propiedades en el Sur de
Tenerife. Esto permitió el progresivo ascenso y consolidación de una nueva
terratenencia semifeudal (familias Alfonso, Domínguez, Peña, Bello, Tavío,
etc.) que iría ocupando el espacio dejado por los Ponte y otras familias de la
vieja aristocracia. En segundo lugar, otro problema importante consistía en que
tampoco se valoraban adecuadamente las transformaciones –parciales pero
significativas- que se producen en estas estructuras y relaciones agrarias a
partir la penetración
del capital imperialista
a fines del siglo
XIX. Uno de los
testimonios que presentábamos
antes señalaba, efectivamente, que la medianería era la relación de cuarto
sobre tierras en el Guincho, de 3 ha, 37 a., 30 ca. que pagan Antonio Hernández
y González y un secuestro de José Rodríguez de la Sierra , María Gutiérrez,
Juan de León y Abad, herederos de Cándido Abad, José Hernández González y
Josefa Rodríguez Martín. Y otra relación de censos figuraban a nombre de
Melchor y Elisa de Ponte y del Hoyo. Ya en 1904 se amillaran a nombre del
Marqués del Sauzal (Bernardo Cólogan y Ponte) dos tributos que heredó de su
madre. (Fuente: Apéndices al amillaramiento
de Garachico para 1894-95 y para 1904, Archivo Municipal de Garachico).
4. Conclusión
Por lo tanto, hemos visto como el
ejemplo de los Ponte no permite refrendar suficientemente ninguna de las tres
interpretaciones existentes sobre la transición del feudalismo al capitalismo
en España. Es necesario, pues, articular una nueva interpretación, una
interpretación que permita comprender, primero, la pervivencia del poder
económico, social y político de las viejas clases terratenientes feudales tras
una reforma agraria decimonónica que acaba –aunque no totalmente, porque
perviven los censos- con el antiguo sistema de propiedad feudal; segundo, el
mantenimiento parcial de las viejas estructuras y relaciones de producción
agrarias semiserviles, que se combinan de múltiples formas con las nuevas
relaciones capitalistas; y tercero, la importante repercusión económica, social
y política que alcanzará, a fines del siglo XIX, la penetración del capital
extranjero en la producción y la comercialización agraria, así como en los
transportes, actividades financieras, comercio, etc. Esta nueva tesis existe y
es la del Capitalismo Burocrático55.
(José Manuel Rodríguez Acevedo. Universidad de La Laguna )
Notas:
1 MARX, C., “La
burguesía y la contrarrevolución”, en MARX y
ENGELS, Obras Escogidas, Tomo I, ed. Progreso, Moscú, 1976, pp. 142-144.
2 MACIAS PICAVEA, Ricardo, El problema nacional,
col. Biblioteca Regeneracionista, ed. Fundación Banco Exterior, Madrid, 1992.
3 COSTA, Joaquín, La
tierra y la cuestión social, Biblioteca Costa, Madrid 1912, pp. 50-55 (los
subrayados son nuestros).
4 Esta concepción del PCE, no obstante, se impuso a través de una
dura pugna entre dos líneas, en la que jugaría un papel relevante la
intervención de la
Internacional Comunista. En su I Congreso nacional, celebrado
en Madrid en 1922, los comunistas españoles interpretaban que la sociedad
española era plenamente capitalista y que los campesinos no habrían de jugar
ningún papel en la futura revolución socialista. La transformación de estas
posiciones con respecto a las que expresa el Partido en 1933, tras la expulsión
de la anterior Dirección, es abismal; parece otro partido.
5 PARTIDO
COMUNISTA DE ESPAÑA, Por la tierra, el pan y la libertad. Resolución del
Bureau Político del Comité Central del Partido Comunista de España (Sección
española de la I.C ),
ed. Mundo Obrero, 1933, p. 11).
6 GANZ,
Fedor, Ensayo marxista de la
Historia de España (De la Inquisición a la
“República de Trabajadores”), Ed. Cenit, Madrid, 1934, p. 66.
7 Nexo de unión entre una y otra
época sería la Historia
de España que el socialista Ramos Oliveira publicaría en los años cincuenta
desde su exilio Mexicano. Según él, “no puede olvidarse que el Poder de la
aristocracia de sangre gravita sobre toda la actividad económica española, con
una fuerza ostensiblemente desproporcionada al influjo social de esta clase en
nuestros días. La nobleza parasitaria, eje de la oligarquía territorial, tiende
su garra enguantada sobre la economía española, con toda la funesta efectividad
de una clase reaccionaria que está aún en condiciones de menospreciar a las
demás clases porque ninguna se iguala con ella en riqueza. Ese poder económico
de la aristocracia terrateniente se acompaña de hondas repercusiones en el
ámbito capitalista español” (RAMOS OLIVEIRA, A.,
Historia de España, T. 2, p. 525).
8
VILAR, Pierre, Historia de España, ed. Crítica, Barcelona, 1980, p. 98.
9
TUÑÓN DE LARA, Manuel, “La
burguesía y la formación del bloque de poder oligárquico: 1875-1914”, en TUÑÓN DE LARA, M., Estudios sobre el siglo XIX
español, ed. Siglo XIX, Madrid, 1971, p.
212-214.
10 Joaquín Garrigues Walker, representante
directo de la oligarquía financiera española y de los intereses del capitalismo
extranjero, declara en junio de 1975 en el diario franquista ABC: “Sólo
aceptando el riesgo del posible cambio... es como se podrá controlar el cambio.
De otra manera, las fuerzas sociales que presionan sobre las instituciones del
Estado terminarán por triunfar como Ho Chi Minh en Saigón. Lo borrarán todo y
empezaránde nuevo”. Citado por PRESTON, P.,
“La crisis política del régimen franquista”, en PRESTON,
P., España en crisis:
11 FONTANA,
J, La Historia después del fin
de la Historia ,
ed. Crítica, Barcelona, 1992, p. 10 la evolución y decadencia del régimen de
Franco, 1978, pág. 12.
12 Como ejemplo se puede intentar leer el
artículo de Bartolomé Clavero, “Para un concepto de revolución burguesa”,
Sistema, nº. 13, abril 1976, pp. 35-54.
13 No intentamos defender aquí el carácter
neutral que debería tener la historiografía, carácter que nunca ha tenido ni
tendrá en una sociedad de clases, pero sí podemos criticar que la relación
política/historia dé lugar a interpretaciones tergiversadas del proceso
histórico. En palabras de Mao Tse-tung, “el conocimiento es problema de la
ciencia y ésta no admite ni la menor deshonestidad ni la menor presunción; lo
que exige es ciertamente lo contrario: honestidad y modestia”.
14 PÉREZ GARZÓN,
Juan Sisinio, “la revolución burguesa en España: los inicios de un debate
científico, 1966- 1979”, en TUÑÓN DE
LARA, M., Historiografía española
contemporánea. X Coloquio
del Centro de Investigaciones Hispánicas de Pau. Balance
y resumen, ed. Siglo XXI, Madrid, 1980,
pp. 91-138.
15 Para el enfrentamiento entre
Clavero y Fontana, ver el artículo de Bartolomé Clavero, “Para un concepto de
revolución burguesa”, op. cit., y el de Josep Fontana, “Sobre revoluciones
burguesas y autos de fe”, Mientras
Tanto, nº. 1, 1979, pp. 25-32.
16 ENGELS,
F., “Revolución y contrarrevolución en Alemania”, en MARX y ENGELS, Obras Escogidas, Tomo I, ed.
Progreso, Moscú, 1976, pp. 340-341.
17 Prefacio de Engels a la
segunda edición en 1870 de su obra La guerra campesina en Alemania, en MARX y ENGELS, Obras Escogidas, Tomo II, Moscú,
1976, pp. 177-178.
18 FONTANA, J.,
La crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833, ed. Crítica, Barcelona, 1983 (1ª edición,
abril de 1979), pp. 47-48.
19 En palabras de Lenin, “la
reforma se distingue de la revolución porque con aquélla el poder se conserva
para la clase de los opresores, quienes, por medio de concesiones para ellos
aceptables, sin la destrucción de su poder, aplastan la insurrección de los
oprimidos” (LENIN, V. I., “Plataforma de la Socialdemocracia
revolucionaria”, en
LENIN,
V.I., Obras completas, T. XII, p.
202).
21 PÉREZ
GARZÓN, J. S., “la revolución burguesa en España: los inicios de un
debate científico, 1966-1979”, op. cit. p.130.
22 Lenin sintetiza así las
características de la evolución de tipo prusiano, que también denomina vía
terrateniente- burguesa hacia el capitalismo: “el terrateniente feudal se
convierte en junker. El poder terrateniente se afianza en el país por una
década. Monarquía. En lugar de democracia, «despotismo militar revestido de
formas parlamentarias»”. “Las relaciones medievales en el régimen de propiedad
agraria no son liquidadas de golpe, sino
que se adaptan
lentamente al capitalismo,
el cual, por
ello, conserva durante
largo tiempo rasgos semifeudales. La propiedad agraria
terrateniente prusiana no fue destruida por la revolución burguesa; quedó
intacta y se convirtió en la base de la hacienda «junker», capitalista en
esencia, pero que implica cierto grado de dependencia de la población rural tal
como el Gesindeordrung [“reglamento de la servidumbre”], etc. Como una
consecuencia, la dominación social y política de los junkers se consolidó
después de 1848 por largas décadas y el desarrollo de las fuerzas productivas
de la agricultura alemana fue muchísimo más lento que en Norteamérica” (LENIN, V. I., “Fuerza y debilidad de la
revolución rusa”, y “El problema agrario en Rusia a fines del siglo XIX”, en LENIN, V. I., Obras Completas, Tomos XII y XV, pp. 341 y 139-140, respectivamente).
23 RUIZ TORRES,
P., “Algunos aspectos de la revolución burguesa en España”, en VV.AA, El Jacobinisme. Reacció i revolució a
Catalunya i a Espanya 1789-1837, ed. Fundació Caixa de Catalunya-UAB, Barcelona,
1990, pp. 9-39. Una plasmación de
esta concepción la encontramos en SANCHEZ HERRERO,
M., “El fin de los
«buenos tiempos» del absolutismo:
los efectos de la revolución en la
Casa de Cerralbo”, Ayer, nº. 48, 2002, pp.
85-126.
24 Ruiz Torres, P., Prólogo al
libro de HERNÁNDEZ MONTALBÁN, F. J., La
abolición de los señoríos en España
(1811-1837), Biblioteca
Nueva-Universidad de Valencia, Madrid, 1999, pp. 11-12.
25 En 1985 llega Gorbachov al poder –iniciándose
la liquidación de la
Unión Soviética-, coincidiendo con los gobiernos de Reagan en
Estados Unidos, de Thatcher en Reino Unido y con una derechización en el
gobierno de Francia que implica la salida de los “comunistas” de la coalición
de gobierno de la República
y la posterior entrada al gobierno del centro-derecha encabezado por Chirac. En
1986 se celebra el Referéndum para la permanencia de España en la OTAN.
26 El carácter reaccionario del postmodernismo
se vuelve a poner de manifiesto en un reciente artículo de Santana Acuña. En él
se sintetizan los esfuerzos que están llevando a cabo los historiadores
estadounidenses y británicos por desprestigiar el objeto “revolución”: “Este
debate ha modificado sustancialmente la explicación de
los orígenes, autoría y
desarrollo de las revoluciones –no exclusivamente la francesa-, dado que ha
cuestionado su naturaleza exclusivamente social, su carácter rupturista y su
desarrollo progresivo. No en vano, insiste en la importancia de factores
representacionales o culturales, subraya la continuidad entre el antes, el
durante y el después de la revolución y, por último, se interroga nuevamente
sobre si sus consecuencias inmediatas fueron el progreso y la liberación”. No
resulta muy difícil, cuando menos, intuir quiénes son los más interesados en difundir
esta crítica global al papel de las revoluciones en la historia (SANTANA ACUÑA, A., “Entre la cultura, el
lenguaje, lo «social» y los actores: la nueva historiografía anglófona sobre la
revolución francesa”, Historia Social, nº. 54, 2006, pp. 157-181).
27 Uno de los principales
apóstoles de la nueva “religión” en España será José Álvarez Junco. En su
artículo “A vueltas con la revolución burguesa” (Zona Abierta, nº. 36-37,
julio-diciembre 1985, pp. 81-106) el actual miembro del
Consejo de Estado
plantea que el
debate sobre la
revolución burguesa en
España estuvo determinado por los
intereses políticos del momento –lo que es cierto- pero oculta la profunda
determinación política conservadora de la renovada ofensiva postmoderna –de la
que él forma parte- contra la historiografía marxista. La visión de Álvarez
Junco ha sido criticada, entre otros, por historiadores como Pedro Ruiz Torres
(“Algunos aspectos de la revolución burguesa en España”, op. cit. pp. 9-12) y
José A. Piqueras Arenas (“La revolución burguesa española. De la burguesía sin
revolución a la revolución sin burguesía”, Historia Social, nº. 24, 1996, pp.
129-132).
28 Una crítica a esta concepción
postmoderna puede verse en HERMIDA REVILLA,
Carlos, “La revolución bolchevique no fue un golpe de estado”, Historia y
Comunicación Social, Vol 7., 2002, 109-119.
29 Evidentemente, los Ponte representan sólo una
parte de la realidad histórica y no concentran en sí mismos todas las
características de un proceso rico en matices y particularidades locales y
regionales. No obstante, creemos
que son un
ejemplo suficientemente significativo
como para permitir
a los historiadores
extraer
enseñanzas válidas desde una
perspectiva rigurosamente científica.
30 FERNÁNDEZ
DE BETHENCOURT, Francisco, Nobiliario de Canarias (ampliada y puesta al
día por una Junta de Especialistas), Juan Régulo Editor, Tenerife, 1952, p. 28.
31 NUEZ SANTANA,
Juan Carlos de la., El mercado de la tierra y las estructuras agrarias en las
“Bandas del Sur” de Tenerife, 1750-1850, Tesis Doctoral inédita, ULL, 1997, pp.
310-361.
32 FERNANDEZ DE BETHENCOURT,
F., Nobiliario de Canarias, op. cit., T. 3, p. 22.
33 NUEZ SANTANA, J. C.,
El mercado de la tierra..., op. cit., pág. 361.
34 Ibíd..., pág. 674.
35 Tenía en Adeje y Vilaflor más
de 1.300 ha.
36 Tenía en Adeje más de 1.600
ha., la mayoría correspondientes al partido de Iserse.
37 Carta de Miguel Curbelo
Espino, uno de los compradores de la Casa Fuerte , al Secretario del Ayuntamiento de
Adeje, fechada en Las Palmas de Gran Canaria el 26-5-1926, Archivo Histórico
Municipal de Adeje.
38 Un caso inverso es el de la Marquesa de Villafuerte,
emparentada familiarmente con los Ponte. Siendo aún menor de edad, esta
terrateniente del Noroeste de Tenerife heredó importantes extensiones de
terrenos en varias zonas de la península (Córdoba y Guipúzcoa), pero al poco
tiempo se desprendió de las mismas a través de subastas extrajudiciales
efectuadas en 1908 y 1910. Estas ventas no estaban motivadas por ningún tipo de
hundimiento económico de la casa de Villafuerte, que, durante el primer tercio
del siglo XX continuó siendo una de las principales familias propietarias del
Noroeste. Coincidimos, por tanto, en este punto, con Miguel Sánchez Herrero,
cuando, en su trabajo sobre la
Casa de Cerralbo, afirma que “no pocos nobles aprovecharon la
oportunidad que ofrecían las leyes desvinculadoras para desprenderse de
pequeñas propiedades enclavadas en pueblos y alejadas de sus lugares de
residencia. Se trataba de bienes que debían constituir un problema de
administración y de los que ahora se podían obtener unos beneficios sin que
constituyeran un signo demasiado evidente de dificultades económicas.” (SÁNCHEZ HERRERO, M., “El fin de los «buenos
tiempos» del absolutismo...” op. cit., p. 115).
39 Esta afirmación no nos impide
reconocer que en alguna ocasión algún miembro del linaje tuviera que afrontar
graves problemas económicos. Tal fue el caso de Catalina Ponte de Monteverde,
que en 1878 pierde la propiedad de la Hacienda de Interián (unas 32 ha., aprox.) por
los autos ejecutados contra ella por la Sociedad Mercantil
Francisco Sixto Lecuona y hermano. Catalina de Ponte había actuado como fiadora
en un contrato celebrado entre esta Sociedad y su hijo, Ernesto Monteverde,
para el desarrollo del cultivo de la cochinilla. La quiebra del hijo ocasionará
a la madre la pérdida de una de las más ricas haciendas del municipio, que
pasará a amillararse a nombre de la
Sociedad acreedora (Archivo Municipal de Garachico, Fondo
Cáceres, sig: 13/56).
40 Los hermanos Melchor y Gaspar
de Ponte y del Hoyo-Solórzano eran hijos de Antonio de Ponte y Prieto, el mismo
que se desprendería en la segunda mitad del XIX de grandes extensiones de
terrenos en el Sur de Tenerife. Se comprueba así que, tal y como afirmábamos antes,
dichas ventas no deben entenderse como signos del declive definitivo de los
Ponte en el tránsito del Antiguo Régimen a la sociedad liberal, sino más bien
como procesos de reestructuración patrimonial.
41 Fuente: Repartimientos de la contribución rústica
y pecuaria de varios años, conservados en los archivos municipales de los
municipios citados.
42 OJEDA QUINTANA,
José Juan, La desamortización en Canarias (1836-1855), Las Palmas de Gran
Canaria, 1977, pp. 61, 100, 228, 229, 235 y 259.
43 La pervivencia aristocrática en la sociedad
contemporánea ha sido puesta ya de manifiesto en diversas ocasiones. En
Canarias la ha documentado ampliamente, entre otros, Agustín Millares Cantero
(“Sobre la gran propiedad en las Canarias orientales [Para una tipificación de
la terratenencia contemporánea]”, en MILLARES
TORRES,
Historia general de las Islas Canarias, Tomo V, Las Palmas de Gran Canaria,
1977, pp. 257-291). Para otros espacios contamos con interesantes trabajos
como, por ejemplo, el del extremeño Fernando Sánchez Marroyo (“La revolución
liberal y la consolidación de los patrimonios nobiliarios”, en DONEZAR, J. M. y PÉREZ LEDESMA, M. (eds.), Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a
Miguel Artola, T. 2, Economía y Sociedad, ed. Alianza, Madrid, 1995, pp. 655-672,
o el libro del también extremeño Juan García Pérez, Estructura agraria y
conflictos campesinos en la provincia de Cáceres durante la II República ,
(Institución Cultural «El Brocense», Cáceres, 1982). En este último trabajo se
describe un panorama con ciertas similitudes, parciales, con el que nosotros
estamos describiendo: “Es suficiente el modelo del término municipal de Cáceres
para hacer ostensible esta realidad: la mayoría de los grandes propietarios
pertenecen a rancias familias aristocráticas que todavía en los años de la II República
continuaban siendo una importante clase terrateniente, a pesar de que con
anterioridad se había llevado a cabo un buen número de ventas, procurando
evitar la disminución del tamaño de las fincas debido al sistema de herencias
mediante la conversión de la propiedad en «Sociedades anónimas» y la
explotación de estas grandes dehesas” (p. 147-149).
44 Antonio de Ponte y Cólogan fue
concejal de La Laguna
en diversas ocasiones entre 1905 y 1914; Esteban de Ponte había sido Alcalde de
Garachico durante varias décadas en la segunda mitad del XIX, mientras que Gaspar de Ponte y Cólogan y
Antonio Monteverde y Ponte tuvieron, en esa misma localidad, el cargo de
concejal repetidas veces durante la Restauración ; Por su parte, en la ilustre Villa
de La Orotava
sería Alcalde en varias ocasiones a partir de 1902, Nicolás de Ponte y
Urtusáustegui, y el mismo cargo obtendría Fernando Méndez y Ponte en 1928.
Mientras, en muchas corporaciones orotavenses aparecían como concejales otros individuos
de ese linaje como el Conde del Palmar, el Marqués del Sauzal, etc. Con
respecto a la
Diputación Provincial , obtuvieron el cargo de Diputado
personajes como Ignacio Llarena y Ponte, Diego de Ponte del Castillo, Gaspar de
Ponte, Francisco Manrique de Lara y Ponte, Esteban Salazar y Ponte (jefe de una
de las principales facciones del partido conservador en la Restauración ) y luego
su hijo Domingo Salazar y Cólogan. En relación al Cabildo Insular de
Tenerife, fueron Consejeros
Conrado y José María Brier
y Ponte y
Fernando Méndez Ponte (Consejero Directo suplente en la
dictadura de Primo de Rivera), mientras que Domingo Salazar y Cólogan llegaba a
Presidente de esa institución entre 1920 y 1923. Por último, en las Cortes
estuvieron como diputados Esteban Salazar y Ponte (el Conde del Valle de
Salazar) en 1898, y su hijo Tomás Salazar y Cólogan, en repetidas ocasiones
entre 1916 y 1923.
45 Es interesante que, según esta
historiografía, en España culmina el proceso de transformación capitalista por
la vía prusiana varias décadas antes que en la propia Alemania. Sin embargo los
resultados de los dos procesos, por lo visto, fueron muy diferentes. A finales
del siglo XIX Alemania se había convertido en un potente país imperialista, con
una de las economías más importantes del mundo. Mientras, España ponía de
manifiesto en 1898 su enorme
debilidad y sus
principales recursos y
sectores productivos caían
en manos del
capital extranjero, entre el cual se contaba, por supuesto, el capital
alemán.
46 “La medianería en Canarias”,
Diario de Tenerife, 29 de octubre de 1913 (subrayado nuestro).
47 “La jornada de ocho horas”, La Comarca , (Icod) nº 29, 12
de octubre de 1919. Texto precioso para ver una plasmación icodense de lo que
Marx denominó en el Manifiesto Comunista el “socialismo feudal”. Se hace la
crítica del régimen burgués a partir de la exposición de sus nefastas
consecuencias para la clase obrera, pero la hacen desde su caduca ideología
feudal. La acusación principal que le hacen a la burguesía es la de haber
engendrado al proletariado revolucionario. Otro ejemplo de este socialismo
feudal lo encontramos en la obra de Manuel de Ossuna y Vanden-Heede, El
Regionalismo en las Islas Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1904, Tomo I, pp. 157-160.
48 LENIN, V. I., “Proyecto de
discurso sobre el problema agrario en la segunda Duma del Estado”, LENIN, V.
I., Obras completas, T. XII, p. 258. En el caso del Noroeste de Tenerife –donde
ejercían su hegemonía económica los Ponte- el porcentaje de los propietarios
agrícolas que tenían menos de 1 ha. rondaba, en los años treinta, entre
el 65 y el 71%, siendo la
superficie media que poseían inferior a las 40 áreas (Fuente: Amillaramientos
de Buenavista, Los Silos e Icod).
49 Un antiguo historiador procedente
de la vieja nobleza canaria como José Peraza de Ayala –en una obra en la que
también defiende la plena vigencia de la enfiteusis como forma de “armonizar al
capital y el trabajo y el esfuerzo con el ahorro”- afirmó que en la aparcería
“predomina el carácter de asociación del propietario con el cultivador o de
éste con un capitalista u otros cultivadores” (PERAZA
DE AYALA, J., El contrato agrario y los censos en Canarias, Ediciones
especiales del Anuario de Historia del Derecho Español, Tomo XXV, nº 82,
Madrid, 1955, p. 17).
50 Una apología de la aparcería que apunta en
esta dirección se puede leer en GARRABOU, R.,
PLANAS, J. y SAGUER, E., “Aparcería y gestión de la gran propiedad rural
en la Cataluña
contemporánea”, Documents de Treball,
Universitat Autònoma de
Barcelona/Unitat
d'Història Econòmica, 2/2001
(http://www.h-
economica.uab.es/papers/2-2001.pdf).
51 Esta flexibilidad en las relaciones de
producción ha sido constatada, entre otros, por Francisco GALVÁN y MARTÍNEZ AZAGRA en “El proceso de
valoración de la producción canaria en la segunda mitad del XIX”, en GALVÁN
FERNÁNDEZ, F., y MARTÍNEZ AZAGRA, L, Trabajos socioeconómicos. Canarias
a finales del siglo XIX, Tenerife, 1994,
pp. 116-117. Véase también, GALVÁN FERNÁNDEZ, F.,
La transformación del campo de La
Orotava ante la gran crisis capitalista y algunos precios
canarios, ed. Benchomo, 1985, pp. 67-73. Esta idea coincide también con lo
planteado por Lenin para la
Rusia de finales del XIX: “La inmensa diversidad de las relaciones
agrarias en Rusia se reduce al entrelazamiento de los métodos de explotación
feudales y burgueses” (LENIN, V. I., “El problema agrario en Rusia a fines del
siglo XIX”, en LENIN, V. I., Obras Completas, T. XV, p. 125).
52 Borrador de contrato de arrendamiento
de la Hacienda
de Daute, fechado en 1883, entre Elisa de Ponte y del Hoyo –Marquesa viuda del
Sauzal- y la sociedad “Capote, Padilla y Cª”, para dedicarla al cultivo y
producción azucarera (Archivo Municipal de Garachico, Fondo Cáceres, sig: 16/25).
53 En el Apéndice al
amillaramiento de Garachico para 1894-95 figuraban a nombre de Constanza de
Ponte y del Hoyo: un censo de cuarto impuesto sobre un terreno de 2 ha, 62 a.,
en parte de riego, que pagaban los herederos de José Sotomayor; un censo de
cuarto sobre terrenos en el Roque de Manta, de 2 ha., 64 a., 28 ca. con parte
de riego, que pagaban Nemesio Labrador y los herederos de su hermano Policarpo;
otro censo sobre un terreno en El Guincho de 1 ha, 86 a., 98 ca., que pagaban
Juan N. de León y Abad, José Antonio González y González, María Nicolasa
Rodríguez Monte, Ana Pérez Dorta en representación de sus hijos; otro censo
sobre tierras en Las Aguas de 49 a., 24 ca., de riego, que paga Domingo Martín
Carballo en representación de su esposa. Por su parte, Gaspar de Ponte y del
Hoyo tenía amillarados en Garachico un censo de cuarto de frutos impuesto sobre
un terreno en Las Aguas, de 3 ha, 52 ca y 34 ca., que pagan los herederos de
José María Brier; otro censo deproducción dominante en Canarias, “prescindiendo
de unas cuantas fincas dedicadas al cultivo de plátanos”. Y así era. Las fincas
plataneras –no tanto las tomateras- implementadas por el capital imperialista
darán lugar a una aceleración del lento proceso de proletarización campesina
que venía desarrollándose con anterioridad, porque en ellas van a imperar las
relaciones salariales. El papel de los Ponte en este proceso –como el de otros
muchos miembros de la vieja aristocracia- será el de proporcionar tierras en
arrendamiento, principalmente a Henry Wolfson y a la empresa británica Fyffes,
para que estos puedan poner en marcha sus grandes explotaciones fruteras para
la exportación a los mercados europeos. En el caso concreto de los Ponte y sus
herederos, estos arrendamientos tienen lugar tanto en el Sur (Adeje) 54 como en el Noroeste, donde cederán a la Fyffes la productiva
Hacienda de Daute. No obstante, la transformación capitalista impulsada por el
capital imperialista no debe ser sobredimensionada. Es cierto que las
relaciones salariales se desarrollaron en el campo, pero no es menos cierto que
las tradicionales relaciones de producción semiserviles continuaron siendo
mayoritarias en una gran parte del territorio insular. Con respecto a los
Ponte, es verdad que ceden importantes haciendas en arrendamiento, pero también
que en otras de sus muchas fincas continuaron comportándose como los
terratenientes semifeudales que, evidentemente, seguían siendo.
54 PÉREZ
BARRIOS, C. R., La propiedad de la tierra en la comarca de Abona en el
Sur de Tenerife durante los años 1850-1940, Tesis Doctoral, Universidad de La Laguna , 2003, p. 868.
55 La nueva tesis marxista del Capitalismo
Burocrático está siendo impulsada actualmente por el grupo de
Investigación de la Universidad de La Laguna –dirigido por el profesor
Víctor O. Martín Martín- sobre “El Capitalismo Burocrático en la explicación
del subdesarrollo y el atraso social” [http://webpages.ull.es/users/capburoc/].
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