El islote de Lobos
“¡Niños,
no jueguen cerca de la orilla, que viene el lobo marino!”. Hasta hace no demasiado tiempo, ésta era una frase
con la que las madres de los pueblos costeros de Fuerteventura trataban de
mantener a sus hijos alejados de los peligros del mar, personificados para
mejor comprensión de los pequeños en este mítico personaje.
Para los rudos normandos
que se habían lanzado a la aventura de conquistar las Canarias orientales a
comienzos del siglo XV, el lobo marino –estamos hablando de la foca monje del
Mediterráneo (Monachus monachus)– no
representaba en cambio más que un montón de grasa y piel, por lo que se dedicaron
sin escrúpulos a la persecución de un animal que ya por aquel entonces debió de
ser raro en Canarias. Hay constancia de que la foca era consumida
ocasionalmente por los habitantes prehispánicos (han aparecido restos suyos en
un yacimiento de Villaverde), y probablemente la colonia que existió en Lobos
en época de la conquista era la mayor que quedaba en el archipiélago. Las
eficaces armas de los europeos acabaron
pronto con ella, y sólo el nombre del islote nos recuerda que la playa de La Calera en el suroeste del
mismo, ahora rebautizada de La
Concha , donde toman el sol los visitantes que llegan a diario
en barco desde Corralejo, hace seiscientos años fue lugar de descanso y cría
del hoy tan amenazado mamífero marino.
Viniendo desde el sur por la carretera que
une Puerto del Rosario con Corralejo, apenas nos adentramos en el extenso campo
de dunas que se extiende desde Montaña Roja hacia el norte, divisamos en el
canal de La Bocaina
la silueta baja y alargada de Lobos, con pequeñas petas oscuras y una elevación
mayor en el extremo oeste que corresponde al volcán o caldera, de 123 metros de
altitud. Las jorobas son hornitos,
pequeñas bocas eruptivas de escorias lávicas negras y rojizas que salpican
buena parte de este islote de unos 6 kilómetros cuadrados de superficie,
producto del ciclo eruptivo cuaternario que ha dejado sus manifestaciones en
amplias extensiones del norte de Fuerteventura así como en Lanzarote.
En un día claro de otoño con la mar echada,
Lobos aparece tan nítida y cercana ante la costa que dan ganas de nadar hacia
ella. De hecho, desde el año 1998 el Club Deportivo Herbania, en colaboración
con la Consejería
de Deportes del Cabildo de Fuerteventura, organiza cada mes de octubre la
travesía a nado desde Corralejo. Lo que en principio fue un evento local, con
un puñado de entusiastas, se ha convertido en un acontecimiento deportivo
internacional, donde las solicitudes de participación superan el tope de 180
nadadores que por razones de seguridad pueden tomar parte en la carrera. El
récord en cubrir los 3.400 metros del brazo de mar está en 32 minutos.
Claro que no todos estamos preparados para
estas hazañas. Es más cómodo coger uno de los barcos que hacen el trayecto, y
en apenas 20 minutos, en los que habremos tenido ocasión de observar a través
de las ventanas abiertas en el casco los someros fondos marinos, estaremos
llegando. Se aprecian signos de erosión eólica en la arenisca que constituye
parte del lecho marino, señal de que llegó a estar en tierra firme durante la
última glaciación, hace unos 18.000-20.000 años. Entonces Lobos no era sino una
parte de la gran isla oriental de Canarias, denominada Mahan.
El barco
fondea a escasos 100 metros de la orilla, miembros de la tripulación tiran al
mar restos de comida, y rápidamente nos vemos envueltos en una nube de salemas,
sargos, bogas y galanas que quieren su parte del festín. Cerca del fondo nadan
grupos de fulas azules que contrastan con esponjas de color amarillo. De vez en
cuando pasa ante nuestra vista la plateada y esbelta figura de una bicuda de
buen tamaño, lenta e impasible, pero atenta a posibles presas despistadas.
Minutos después reemprendemos la marcha, atracamos en el pequeño muelle y
pisamos tierra con ilusión y curiosidad.
Lobos y el mundo de las letras
En esta primera toma de contacto, nos llama
la atención un busto de oscuro metal montado sobre un pedestal de piedra. Lobos
nunca ha tenido muchos habitantes, pero entre los que allí vieron la luz se
encuentra la célebre poetisa y ensayista Josefina Plá, nacida en 1903 en el
faro de Martiño, hija del torrero Leopoldo Plá y de Rafaela Guerra Galvani.
Sólo transcurrió allí la primerísima infancia de Josefina, quien vivió después
en varios lugares de la península. En 1927 contrajo matrimonio con el artista
Andrés Campos Cervera, emigrando al día siguiente de la boda con él a su país
natal, Paraguay. Allí se desarrolló casi toda su extensa y prolongada actividad
artística e intelectual, hasta el punto de que Josefina Plá es más conocida en
América del Sur que en España, aunque ella nunca olvidó su tierra natal (“La isla de Lobos, donde nací, verruga en el mar de la
epopeya definitiva de la conquista del planeta [...]”). Cultivó la
poesía, el teatro, el periodismo, la narrativa y las artes plásticas, y estuvo
varias veces nominada al Premio Cervantes. Falleció en la capital de Paraguay
en 1999.
No es éste el único vínculo de la más
pequeña de las Canarias habitadas con el mundo literario. Al padre de Josefina
le sucedería en el cargo de farero José Rial Vázquez (1888-1973), quien llegó
al islote en 1913 con 25 años de edad. Destacó sobre todo como periodista, pero
fue también poeta, dramaturgo y novelista. Su primera obra, Isla de Lobos, publicada en 1926, se inspira
en sus vivencias en la pequeña isla, marcadas por el total desencuentro entre
los pescadores de Corralejo que lo frecuentaban y el hombre culto que había
venido de fuera. Más tarde escribiría Maloficio
(1928), igualmente influida por su experiencia durante los escasamente tres
años que vivió en Lobos en compañía de su mujer María y su hijo de corta edad.
Un trabajo donde recoge en tres pequeñas novelas relatos relacionados con
Fuerteventura y sus gentes, muy críticos con su pobreza, su sumisión a
terratenientes y autoridades y la negativa influencia de la tradición y las
supersticiones.
Después de
su etapa de Lobos, José Rial vivió en Gran Canaria. Entre 1927 y 1931 fue
redactor jefe del periódico La Provincia , escribiendo también para diversas publicaciones de
América latina y Filipinas. En una serie de artículos denominados “Crónicas de
viaje”, dedicados a las islas de la provincia oriental de Canarias, expone con
crudeza la mala situación socioeconómica de Lanzarote y Fuerteventura, con la
permanente amenaza para sus habitantes de tener que dejar su tierra y emigrar debido
a la escasez de recursos, la falta de trabajo y los bajísimos salarios. Como
dice Gregorio J. Cabrera Déniz en su ensayo José Rial: una visión de Lanzarote y Fuerteventura, el mensaje de Rial no puede ser más explícito: “Ayuda señor, auxilios y socorros para Fuerteventura,
que se muere, más que de hambre de pan y de sed de agua, de hambre y sed de
justicia [...]”.
En 1931, Rial se trasladó a Tenerife, donde
ejercitó su actividad profesional en El faro de
Anaga y fue luego jefe de redacción de La Hora ,
periódico en el que en la misma época trabajó también su hijo. Su permanencia
allí duraría sólo un lustro, ya que, en su condición de militante socialista
–fue uno de los fundadores del Partido Socialista Canario– José Rial fue
deportado al Sahara junto a 36 canarios de izquierdas después de la sublevación
del general Franco en Gran Canaria, el 18 de julio de 1936. En su libro Villa Cisneros: deportación y fuga de un grupo de
antifascistas, publicado en 1937 en plena Guerra Civil y reeditado hace
poco por la editorial tinerfeña Tierra de Fuego, narra la historia de este
presidio y la posterior huida del grupo hacia Senegal y luego Francia en el
barco Viera y Clavijo, del que lograron apoderarse. Durante su estancia forzosa
en el Sahara hizo amistad con el majorero Antonio Espinosa, que tras 20 años de
prisión pudo volver finalmente a Fuerteventura y rehacer su vida como
repostero. De ascendencia andaluza, pero nacido en la Filipinas española, José
Rial optó por emigrar a Sudamérica y regresó a Canarias más tarde, en 1964,
pasando allí los últimos nueve años de su vida.
Su
hijo, José Rial González, tiene asimismo una merecida fama como escritor y
dramaturgo. Había nacido en San Fernando (Cádiz), trasladándose con sus padres
a Lobos cuando aún no contaba dos años de edad. En la novela Isla de Lobos,
en cierto modo autobiográfica pero también con muchos datos ficticios, el niño
viene al mundo en el islote y se convierte en el centro de los enfrentamientos
con los pescadores, que matan las cabras con cuya leche debía alimentarse y
prácticamente sitian a la pequeña familia en el faro con motivo del despido,
por parte de José Rial, de una mujer que les realizaba labores domésticas.
También José Rial hijo sufrió en sus carnes la represión fascista, siendo
encarcelado durante más de dos años en la terrible prisión de Fyffes, donde
vivió con otras dos mil personas el terror de las “sacas” y la ejecución o
desaparición de sus compañeros, eje de su conocida novela La prisión de Fyffes. Fue condenado a muerte, pero logró exiliarse en
Venezuela en 1950 para no regresar a las islas hasta el año 2007, ya casi
centenario, recibiendo la
Medalla de Oro de Canarias en reconocimiento a su valía
literaria.
Paisajes volcánicos y flora halófila
Pasear por Lobos es adentrarse en un mundo
de lava oscura y blanca arena. Son elementos de paisaje familiares en Canarias,
y sin embargo, en Lobos se siente un ambiente diferente. El camino, bien
arreglado y señalizado, conduce primero al nuevo centro de interpretación,
desde donde continúa bordeando pequeños conos volcánicos de cuyos flancos de
picón y áspera lava azabache o rojiza surgen grupos de añosas tabaibas dulces.
Destacan como vistosos manchones verdes en invierno, pero durante la larga
estación seca, durante la cual no tienen hojas, sus tortuosos troncos se
encuentran perfectamente mimetizados en el entorno pétreo. Los conos están
separados por extensiones de malpaís y depresiones de terreno llanas con suelo
limoso, en las que vive una interesante comunidad de plantas halófilas, es decir,
amantes de ambientes salinos.
Sal. Sí, eso es. Lobos respira sal, que
está presente en todas partes. Asciende por el subsuelo con el agua freática
que se infiltra desde el mar, y viene a través del aire con la casi eterna
brisa marina. Y luz. Mucha luz, duramente reflejada a mediodía por las
superficies arenosas cubiertas de pequeñas dunas.
En las
praderas de halófilas destacan dos especies de siemprevivas. Teniendo una
ramita florecida de cada una de ellas en la mano parecen indistinguibles. Son
ásperas al tacto debido a pequeños tubérculos y excrecencias salinas que las
cubren, no tienen hojas reconocibles y están rematadas por una inflorescencia
alargada de tallitos en zig-zag. Pero viendo la planta entera se nota la
diferencia. Limonium tuberculatum es muy ramificada y llega a medir 60-70 cm de
altura. Desde cierta distancia parece una aulaga, pero al acercarnos en la
época de floración en primavera vemos que está cubierta por montones de
inflorescencias rosadas que la identifican inmediatamente. Vive en el litoral
sahariano y en Canarias, donde tiene en Lobos sus poblaciones más amplias. En
el pasado crecía en la charca de Maspalomas en Gran Canaria, llegando a
extinguirse por la alteración que sufrió este ecosistema con el desarrollo
turístico y siendo reintroducida hace pocos años a partir de ejemplares
descendientes de los que recolectó allí el botánico sueco Eric Sventenius en la
década de 1950, cultivados en el Jardín Canario de Tafira. La especie estaba
también presente en la costa norte de Fuerteventura; los últimos ejemplares,
que crecían en un solar urbano de Corralejo, fueron destruidos hacia 1996.
Limonium
papillatum por el contrario no suele levantarse más de un palmo del
suelo. Los ejemplares jóvenes tienen una roseta basal de hojas ovaladas, pero
en los adultos, cuyas escasas ramas se arquean hacia los lados, terminando en
vistosas inflorescencias igualmente de color rosa, se reducen a minúsculas
escamas. Podemos memorizar: siempreviva grande con numerosas inflorescencias = L. tuberculatum; siempreviva pequeña, con
pocas inflorescencias, grandes en relación con el tamaño total de la planta = L. papillatum. Esta última puede encontrarse
en los matorrales halófilos que cubren las hoyas arcillosas, dominados por L. tuberculatum, pero no busca precisamente la
compañía de su pariente mayor, con el que no puede competir por la luz y los
nutrientes en estas condiciones, por lo que frecuenta lugares más abiertos,
creciendo en las zonas limítrofes de las hoyas con los malpaíses o entre los
callaos de la playa. Es un endemismo canario-oriental. Una especie muy
emparentada, L. callibotryum, crece en
las islas Salvajes.
Pero el
plato fuerte del menú botánico de Lobos está en su costa suroriental. En el
área de Las Lagunillas, el Atlántico ha levantado una barrera de arena, limo y
callaos en la línea litoral. Detrás de ella se extiende una amplia llanura en
la que desde el mar se infiltra agua, dando lugar a una laguna que alberga uno
de los más bellos e interesantes saladares de Canarias. En los terrenos
relativamente menos húmedos se encuentra una vegetación dominada por Limonium tuberculatum y, ya en áreas regularmente inundadas, por matomoros (Suaeda vera),
salados (Arthrocnemum
macrostachyum) y la
siempreviva de Lobos (Limonium
bollei). Esta última vive
preferentemente en lugares arenosos con buena circulación de agua, donde la
densidad de las otras especies arbustivas es mucho menor. Es una
especie endémica del islote, muy distinta de las otras dos siemprevivas que lo
habitan, ya que tiene una roseta de hojas bien visibles y en sus
inflorescencias, aparte del rosa, aparece el azul intenso. Las matas van
creciendo simétricamente hacia fuera, de modo que en los ejemplares viejos el
círculo que al principio forman va convirtiéndose en circunferencia por la
muerte de los brotes que quedan en el interior. Curiosos anillos verde oscuro
sobre la blanca arena. Durante la pleamar pueden quedar cubiertos por 15 ó 20
cm de transparente agua salada.
Por último, en las partes más bajas del
saladar, casi permanentemente encharcadas y con una importante fracción de limo
sedimentado en el sustrato, se instala una comunidad formada casi en exclusiva
por Sarcocornia perennis, un salado
cespitoso que con sus sólo 8-10 cm de altura parece una copia en miniatura de Arthrocnemum macrostachyum. En suma: una
adaptación perfecta de comunidades vegetales a las especiales condiciones
costeras, cada una buscando su particular nicho ecológico.
También se
encuentra en Lobos una serie de otras plantas arbustivas bien conocidas en el
resto de las Canarias orientales. Existe algún balancón (Traganum moquinii), mucho más abundante en las dunas de la vecina
costa de Corralejo. Por supuesto, hay aulagas (Launaea arborescens) y ramas (Salsola
vermiculata), aunque estas plantas
características de lugares influenciados por la acción humana, tan ubicuas y
numerosas en Fuerteventura y Lanzarote, en Lobos pierden protagonismo a favor
de especies más halófilas como Salsola
tetrandra o Suaeda ifniensis. Al sur de Las Lagunillas crecen algunos ejemplares
de mato gota (Atriplex halimus), y en los arenales vemos las pequeñas y compactas
matas de la lengua de pájaro (Polycarpaea
nivea), con sus hojas cubiertas de denso
tomento gris plateado que las protege del sol. También es frecuente la matilla
parda o tomillo marino (Frankenia
capitata), con vistosa floración
rosado-violeta en primavera.
Es posible
que desembarcaran en Lobos algunos de los naturalistas que estuvieron en
Canarias en la segunda mitad del siglo XIX, como Oscar Simonyi y Carl Bolle, y
en la primera mitad del XX, como Oscar Burchard. En los escritos legados por
estos autores que hemos podido consultar no hemos encontrado referencias
expresas a visitas al antiguo dominio de las focas, pero todos ellos mencionan
algunas especies de plantas del islote. El primer trabajo dedicado en exclusiva
a la flora y vegetación de Lobos fue publicado en 1970 por el prestigioso
naturalista Günther Kunkel. Enumera un total de 133 especies de fanerógamas o
plantas con flores creciendo de forma silvestre, más 38 especies introducidas y
cultivadas, entre ellas higuera, almendro, casuarina y diversas especies de Agave y Aeonium,
muchas de ellas plantadas en el marco del proyecto Jardín del Desierto, al que
volveremos a hacer referencia más adelante. Desde entonces se han añadido más
especies, pero se han eliminado también algunas del listado por no estar ya
presentes. Por lo tanto, y a falta de una nueva publicación exhaustiva,
estimamos que el número actual de taxones de fanerógamas de Lobos puede estar
en torno a 140, con una especie exclusiva. Para comparar: sus dos hermanas
mayores, Fuerteventura y Lanzarote, albergan cada una entre 700 y 750 taxones,
sumando en su conjunto una treintena larga de endemismos. Además, existen en
Lobos ricas comunidades liquénicas, poco estudiadas aún, y no faltan algunas
especies de musgos.
En el dominio de las aves marinas
Bisbita caminero, camachuelo trompetero y
curruca tomillera son las aves que podemos encontrar con mayor frecuencia. Hay
algunas abubillas, cernícalos, alcaudones meridionales y cuervos. Si tenemos
suerte, podemos ver al halcón tagarote en vuelo rasante persiguiendo palomas, o
al águila pescadora o guincho trazando círculos sobre el mar. Según información
de Antoñito, el último ayudante de farero de Lobos, una pareja de hubaras venía
antes todos los años desde Fuerteventura a criar en las llanuras arenosas del
norte del islote. De la lechuza común se han encontrado egagrópilas (restos
indigeribles que las rapaces tanto diurnas como nocturnas regurgitan en sus
descansaderos) con huesos de musaraña canaria y eslizón majorero, pero parece
que en la actualidad ninguna de estas tres especies (guincho, hubara y lechuza)
está presente. En cambio, el pequeño lagarto de Haría y la salamanquesa de las
Canarias orientales son abundantes. Las gaviotas patiamarillas sobrevuelan
constantemente un islote que ya es el suyo, pues entre 1987 y 1998 la población
nidificante ha aumentado un 410 % y supera actualmente las 500 parejas. Sin
embargo, de noche Lobos se convierte en el reino de las pardelas.
Mucha gente conoce a la pardela cenicienta
(Calonectris diomedea) por libros y
vídeos, bastantes han escuchado sus gritos lúgubres y desgarradores en alguna
apartada costa, pero muy pocos han tenido la experiencia de encontrarse en una
noche de agosto, en plena época de reproducción, en medio de una colonia de
cría. En Lobos sus madrigueras o huras están repartidas por la mayor parte de
la isla, pero hay una densidad especialmente alta cerca de la cima del volcán.
Hace años tuvimos la ocasión de ayudar a un compañero en su tarea de anillar
allí pardelas con objeto de conocer sus desplazamientos. Hay un constante
revoloteo a nuestro alrededor, un incesante ir y venir de aves. Unas llegan
desde el mar con el buche lleno, aparecen de pronto en el haz luminoso de las
linternas y se quedan un momento a pocos metros de nosotros para luego
emprender un torpe andar hacia la hura, en la que el pollo espera el alimento.
Otras salen y tratan de levantar el vuelo. Todo esto en medio del ruido de sus
gritos y el olor a amoniaco que sale de las huras.
–“A ver,
ésta”. No sin esfuerzo atrapamos a la primera. Se retuerce, trata de
aletear y de picar. Vemos que ya tiene anilla, que nos dice que nació en las
islas Salvajes hace dos años. La soltamos. “Aquí,
otra”. El anillamiento dura poco y una vez libres de nuevo, parece que
olvidan rápidamente la experiencia y vuelven a sus ocupaciones de cría.
Se estima
que un millar de parejas nidifican actualmente en Lobos, aproximadamente un 3 %
de las que anidan en Canarias. Pasan el invierno en alta mar, recorriendo todo
el Atlántico desde las costas de Brasil hasta la lejana Namibia, para volver a
sus zonas de cría macaronésicas en primavera. Ponen su único huevo a finales de
mayo o principios de junio, y el pollo abandona el nido en octubre o noviembre.
Mientras que en las islas grandes y en especial las centrales de Canarias, muy
pobladas y con un intenso uso del litoral, la tendencia poblacional de la
especie es a la baja, las poblaciones de los islotes se mantienen más o menos
estables. No obstante, sigue habiendo caza furtiva. Hace unos años encontramos
en la cima del volcán de Lobos varios bicheros, alambres largos y gruesos con
un anzuelo en un extremo. Estaban escondidos debajo de unas lajas para ser utilizados
de nuevo en alguna noche para extraer los pollos de las huras. En otoño han
acumulado mucha grasa, y este “aceite de pardela” es un remedio popular para
curar afecciones respiratorias en los niños, dolores reumáticos e incluso
devolver fuerzas a las recién paridas. Las pardelas también pueden comerse, y
antes se salaban en gran cantidad. Gatos y ratas son otro factor de amenaza que
afecta a sus poblaciones, pero más aún a las de aves marinas de menor tamaño,
como paíños y petreles.
El petrel de Bulwer (Bulweria bulwerii), conocido en Fuerteventura
por “perrito” debido a los ladridos que emite al llegar a las huras, debe de
criar en Lobos, aunque su población, escasa, parece haber disminuido
preocupantemente en los últimos años, hasta el punto de que los datos más
recientes se refieren tan sólo a ejemplares depredados por gatos, sin que se
encontrara ninguno vivo. Otra especie presente en muy reducido número es la
enigmática pardela chica (Puffinus assimilis),
antiguamente abundante pero en la actualidad muy por debajo de las 25 parejas
que se estimó que había en el islote hacia 1980.
Y si con
las pardelas y los petreles las dudas de nidificación son muchas, con los
paíños es ya todo un misterio. El raro paíño pechialbo (Pelagodroma marina) tiene hábitat apropiado aquí, arenas compactas de
interior donde excavar sus huras, pero aunque se ha detectado su presencia en
Lobos, nunca se ha logrado demostrar su cría. El paíño europeo (Hydrobates pelagicus) y el paíño de Madeira (Oceanodroma castro) sí nidifican con seguridad, en número desconocido
aunque sin duda muy bajo. En realidad, e igual que en el caso del petrel de
Bulwer, hace años que sólo se descubren cadáveres de infortunados ejemplares
cazados por gatos asilvestrados, un problema aún no resuelto de este espacio
natural protegido.
Seis siglos de historia: de la explotación
a la protección
Aún así,
hay que hablar de suerte de que la naturaleza de Lobos haya llegado tan
relativamente intacta hasta nuestros días. Después de la conquista, el islote
quedó incluido en el señorío de Lanzarote y Fuerteventura, y es lógico que sus
respectivos dueños, que iban sucediéndose en el tiempo mediante ventas o
donaciones, en algunos casos, y de herencia en otros, intentaran sacar algún
rendimiento económico a la propiedad. En 1610 Gonzalo de Saavedra lo incorporó,
junto con las dehesas de Jandía y de Guriamen, al mayorazgo indivisible de
Lanzarote, cuyos apoderados en Fuerteventura fueron los famosos coroneles de La Oliva.
Poco
daban estas tierras a sus dueños. Durante siglos, los principales recursos de
esta isla prácticamente desprovista de agua dulce fueron la recolección de
orchilla, la pesca y la captura de pardelas y conejos. Los que se dedicaban a
estas actividades venían de forma periódica, instalándose en pequeñas chozas de
piedra. Topónimos como Corral de los Orchilleros recuerdan a ello. En 1850, el
diccionario de Pascual Madoz señala que “la isleta sirve únicamente de ranchería de pescadores y
para pastar algún ganado cabrío menor. Es muy árida y sólo produce matas,
conejos y ratas”. Todavía en 1913,
cuando José Rial vivió en Lobos, se arrendaba toda ella por tan sólo 15 duros
al año, cantidad que daba derecho a utilizar sus escasos pastos y recoger leña
y la “cosecha de pardela”. Por otro lado, Lobos fue frecuentada por piratas,
que aprovechaban la ausencia de población estable y consiguiente relativa
seguridad, así como la presencia de tranquilas ensenadas, para refugiarse y
hacer reparaciones en sus barcos.
La
situación cambió a mitad del siglo XIX, cuando después de la construcción del
faro de la punta de Martiño, en el extremo norte, se estableció en el islote
una población permanente, si bien muy reducida. Los primeros en llegar fueron
trabajadores portugueses, encargados de erigir el nuevo edificio a partir de
1860. Levantaron una pequeña colonia de chozas de piedra seca en el lugar
conocido por ello como Llano de los Labrantes. El faro, que se iluminó por
primera vez el 30 de julio de 1865, es prácticamente idéntico al de Pechiguera,
situado en el suroeste de Lanzarote, y al de Alegranza, ya que los tres fueron
diseñados por el mismo ingeniero, Juan León y Castillo, hermano del famoso
político teldense Fernando León y Castillo, que tantas calles a su nombre tiene
en Canarias.
Junto con el faro se construyeron
caminos hacia el puertito y varios aljibes subterráneos ubicados en lugares
apropiados para recoger agua de lluvia, además de lavaderos y corrales. Uno de
estos aljibes, el de la Hoya
de las Lagunitas, tiene capacidad para unos 40.000 litros.
Tras una serie de donaciones, compras y
permutas, en 1871 el propietario era Juan Bautista María de Queralt y Silva. En
1940 se procedió a la venta de parte del islote a Rodolfo Alonso Lamberti,
quien en 1944 lo vendió a Andrés Blas Szala, persona a la que el periodista
Tico Medina definiría como “un húngaro de vida
increíble, gran amigo de altas dignidades”. Conocido como don Andrés,
durante décadas trató de sacar algún beneficio al islote, ya fuera con la
obtención de sal para la alimentación o de cal para la construcción, por medio
de la ganadería o probando toda clase de cultivos.
Hubo hasta cuatro hornos de cal
funcionando en Lobos, y los restos de uno de ellos pueden verse en la orilla
septentrional de Las Lagunillas. Las salinas, por su parte, posiblemente ya
fueran construidas en la segunda mitad de la década de 1930. Están situadas en
el litoral a unos cientos de metros al noroeste de la playa de La Calera , y al parecer sólo
estuvieron en funcionamiento pocos años, aunque la gente de Corralejo asegura
que nunca llegaron a producir algo.
En cuanto a los cultivos, siguen existiendo
dos pequeñas plantaciones de henequén (Agave
fourcroydes), especie originaria de México utilizada hasta la aparición
de las fibras sintéticas para hacer cabos de barco. Incluso se plantaron vides,
en la zona conocida por Hoya Julaga, junto a unas gavias construidas para
aprovechar las precipitaciones, además de trigo, cebada y lentejas. De estas
últimas, se recuerda que las mejores se recogían en Hoya de las Lagunitas.
También hubo una explotación ganadera en Lobos, concluida la Guerra Civil y de la
mano de su inquieto y emprendedor propietario Andrés Szala, quien hizo levantar
corrales y casas para los pastores en Hoya del Cagadero. Ya no hay cabras en el
islote, y de su paso por aquí apenas quedan señales gracias a la regeneración
natural de la vegetación. No ha ocurrido lo mismo con los conejos, híbridos de
la forma asilvestrada con variedades domésticas y aún abundantes en
determinados años. Junto con perdices morunas fueron traídos para disfrute de
los cazadores.
Finalmente,
aprovechando el incipiente desarrollo turístico de Canarias, don Andrés pensó
en grandes proyectos urbanísticos, para los que buscó toda clase de socios. Sus
planes no llegaron a cuajar, y toda la propiedad fue comprada en 1965 por la
entidad mercantil Playas de Jandía, S.L., presidida por Gustavo Winter, último
arrendatario y después propietario de la enorme finca conocida como Dehesa de
Jandía, en el extremo sur de Fuerteventura. Pagó por Lobos seis millones de
pesetas, y fue entonces cuando en mayor peligro se encontró la idílica islita,
amenazada por una dura especulación urbanística surgida a la sombra de la
aprobación en 1966 de un Parador en Fuerteventura y la construcción en 1968 del
aeropuerto internacional.
Desde
luego, rumores no faltaron. Se habló de un médico de Cataluña que quería hacer
un hotel en lo alto de La
Caldera. De que el cantante Frank Sinatra estuvo a punto de
adquirir la isla por medio de una compañía norteamericana para instalar un gran
casino al estilo del que Onassis construyó en la isla de Skorpios. Incluso del
proyecto de levantar aquí el primer Disneyland de Europa, con un pequeño
aeródromo incluido. Y en Hoya del Cagadero pueden verse todavía varias construcciones
relacionadas con el proyecto ideado por Günther Kunkel, y apoyado por la
propiedad, de crear en la isla un jardín botánico dedicado a las plantas del
desierto. Esta original empresa comenzó a desarrollarse en noviembre de 1967 y
duró sólo hasta mayo de 1968, fecha en la que fue definitivamente abandonada
por percatarse el conocido botánico y naturalista de que en realidad estaba
siendo utilizado como “etiqueta ecológica” en lo que cada vez se acercaba más a
un vulgar proceso especulativo.
Lo cierto es que Lobos volvió a cambiar de
dueño, sin que alguno de los descabellados proyectos antes mencionados llegara
a convertirse en realidad, y pasó en 1971 a manos de la inmobiliaria Geafond
Número Uno de Lanzarote S.A., entonces propietaria de los hoteles Tres Islas y
Oliva Beach, situados en el corazón del Parque Natural de las Dunas de
Corralejo. No en su integridad, pues 3 enteros y 667 milésimas por ciento
siguieron en manos de los herederos de Luis de Queralt y López. Por otra parte,
se instalaron esporádicamente en Lobos los legionarios del Tercer Tercio de la Legión Española.
Constituidos en guarnición en Fuerteventura tras
la descolonización del Sahara en 1975, utilizaron en numerosas ocasiones el
islote como peculiar campo de maniobras.
El peligro de la urbanización no fue
atajado hasta que Lobos pasó a formar parte de la Red Canaria de
Espacios Naturales Protegidos, primero, en 1982, en un espacio conjunto con las
dunas de Corralejo, y luego, en 1994, de forma independiente. Tiene la
categoría de Parque Natural. En el año 2003 fue adquirido junto con los dos
grandes hoteles de la costa de Corralejo antes mencionados por la cadena
hotelera RIU, llegándose finalmente, en mayo de 2007, a la última etapa del
largo camino marcado por frecuentes cambios en la titularidad, hasta entonces
siempre privada, del islote: a cambio de ampliar la licencia de los dos
polémicos hoteles de Corralejo, la empresa RIU cedió la propiedad al Ministerio
de Medio Ambiente de España, que de esta manera es en la actualidad el dueño de
la mayor parte del islote. Sin duda, ello deberá repercutir favorablemente en
la capacidad de tomar decisiones a favor de la protección y correcta gestión de
este singular enclave situado entre
Fuerteventura y Lanzarote. Su Plan Rector de Uso y Gestión fue aprobado en
2006. Además, Lobos es Zona de Especial Protección de las Aves (ZEPA), Área Importante para las Aves (IBA) y Lugar de Interés Comunitario (LIC).
Aunque el
gran proceso urbanizador que amenazó seriamente a este peculiar enclave afortunadamente
nunca fue llevado a la realidad, sí se desarrolló en silencio, sin revuelo
mediático, capital internacional ni personajes famosos, una ocupación
progresiva de los terrenos aledaños al Puertito por pequeñas casas, chozas,
corrales y tendederos de pescado construidos por los propios isleños del norte
de Fuerteventura, instalaciones utilizadas casi exclusivamente durante la
temporada de verano. Una de las casitas fue de Antonio Hernández Páez, más
conocido por Antoñito el Farero, quien llegó al islote en 1936 como auxiliar del
torrero y permaneció vinculado a la isla hasta su muerte en 1999. Durante más
de medio siglo fue el personaje más popular de Lobos, donde vivió con su mujer
y ocho hijos, de los que dos nacieron en el propio faro. Antoñito se hizo
célebre por el caldo de pescado que ofrecía a los esporádicos visitantes en el
improvisado restaurante en que convirtió su casa; hoy, esta tradición es
seguida por su hijo Andrés. El grupo de casitas pronto se convirtió en un
asentamiento de segundas residencias que invade el dominio público marítimo
terrestre y cuenta por ello con órdenes de demolición por parte de la Dirección General
de Costas, todavía no ejecutadas. Son en total unas 60 viviendas sin luz
eléctrica, agua corriente ni saneamientos (incluidos dos restaurantes de los
que sólo funciona uno en la actualidad) que sus constructores y usuarios tratan
de consolidar con el argumento de su origen tradicional. Por otro lado, unas
26.000 personas visitan cada año Lobos como turistas.
Parece que
los lobos marinos tuvieron una presencia ocasional en la costa occidental de
Fuerteventura hasta el siglo XIX. Los últimos supervivientes, sin protección
legal alguna, acabaron cediendo el territorio que habitaron desde tiempos
inmemoriales a nuestra especie, mucho más joven y agresiva. Pensamos que puede
existir alguna posibilidad de una recolonización natural de nuestras islas a
partir de la población de focas de Madeira, e incluso podría ser viable su
reintroducción artificial en Canarias. Pero ésta es otra historia, que ojalá
llegue a escribirse algún día.
Parece un
contrasentido, pero no lo es. El Cabildo de Fuerteventura ha decido convertir
la isla en un centro de referencia mundial sobre la foca monje, en Canarias
conocida como lobo marino, a pesar de que sus últimas colonias desaparecieron
en el siglo XV, aniquiladas a manos de los primeros europeos que colonizaron el
archipiélago.
Junto al
muelle de entrada a la isla se ha construido el Centro de Interpretación del
Parque Natural. El equipamiento interior, diseñado en el marco de un convenio
con la Universidad
de Las Palmas de Gran Canaria, consiste en paneles interpretativos, material
audiovisual de las colonias mauritanas de foca monje y también de los
espléndidos fondos marinos que rodean el espacio protegido. Paralelamente, se
pretende instalar en la playa de La
Concha un grupo de varias estatuas de lobos marinos a tamaño
natural hechas de resina, con lo que se quiere producir un efecto similar al
que sentirían los primeros conquistadores de las islas al encontrar una colonia
de focas asentada en la costa del islote al que dieron nombre.
Inicialmente
estaba previsto ubicar el Centro en el faro, pero dada su alejada localización,
en el otro extremo de la isla, no tenía sentido explicar a los visitantes que
lograran llegar allí las riquezas y singularidades de un espacio que ya habían
visto sin información alguna. Por eso el nuevo edificio está diseñado para
recibir a los turistas y dirigir sus pasos hacia los lugares de mayor interés.
Como complemento, una maqueta de grandes dimensiones facilitará la visita y los
vigilantes organizarán visitas guiadas a la cumbre de La Caldera y al saladar de
Las Lagunitas, de acceso restringido.
(Stephan Scholz (Botánico) y
César-Javier Palacios (Geógrafo y periodista) en: Rncones del Atlántico)
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[Canarias: Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias,
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Disponible en Internet:
http://www.gobiernodecanarias.org/cmayot/espaciosnaturales/instrumentos/areadescarga/islotelobos/informativo.pdf.
- Sahareño, José [José Rial]. Villa Cisneros: deportación y fuga de un grupo de
antifascistas. Santa Cruz de Tenerife:
Tierra de Fuego, 2007.
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