. EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1791-1800
CAPÍTULO XL-VIII
Viene de la página
anterior.
Eduardo Pedro
García Rodríguez
En
la plana mayor ubicada en el castillo de
San Cristóbal reinaba un total desconcierto, como consecuencia de la falta de
noticias sobre el desarrollo de las operaciones que se venían efectuando tanto
a la derecha como a la izquierda de la
línea, pues la presencia de Troubridge en la plaza principal y la de Samuel
Hood en las inmediaciones del barranco de Santos había cortado las
comunicaciones con la fortaleza.
El desasosiego creado en
la plana mayor por la falta de comunicados de la línea defensiva, lo hizo cesar
el teniente Don Vicente Siera – uno de los pocos militares españoles de la
guarnición que supieron estar a la altura de las circunstancias -.
Destinado
éste a las ordenes del comandante general, en la madrugad del 25 de Julio salió
de San Cristóbal después del ataque al muelle, para comunicar a las partidas
del batallón de La Habana y Cuba, al batallón
de Canarias y a las milicias de La
Laguna que se reuniesen en la plaza principal cuando considerasen que ya no era
necesaria su presencia en los puntos que ocupaban (¿?). No entendemos que este
tipo de ordenes pueda cursarse en plena refriega, a las tropas que estaban en
la defensa de los puntos álgidos por donde estaba desembarcando el enemigo, a
no ser que el comandante general y su
estado mayor dando por perdida la plaza, quisiesen concentrar las tropas que
quedasen, frente al rastrillo del castillo, para una mejor defensa de éste y
sobre todo de sus ocupantes.
Según
algunos historiadores, en cumplimiento de la orden anteriormente reseñada
Siera, se halló en lo más vivo de la acción de las carnicerías, en el ataque a
Hood dado por el batallón de Canarias, en el cual, con el “auxilio” de once
hombres de dicho batallón, hizo (¿el sólo?) al enemigo cuatro prisioneros, y
como luego les persiguió en su retirada, aún le capturó un hombre más. Con los
cinco prisioneros se presentó en el rastrillo del cuartel general, y dejado a
los cinco británicos al cuidado de los defensores, pasó a inspeccionar el
muelle encontrándolo abandonado y con la artillería clavada. Cuando Siera llegó
a San Cristóbal, dio cuenta a la plana mayor presidida por el general Gutiérrez
de sus gestiones, y como les hizo
presente que el batallón de Cazadores estaba intacto, lo mismo que el
Regimiento de Milicias, y todas las baterías en perfecto estado, a excepción de
la del muelle, se calmó la “intranquilidad” que en el mando había producido la
falta de noticias. Aunque no queda claro como pudo afirmar que todas las
baterías estaban en perfecto estado, si la inspección que se le supone que hizo
fue en la zona comprendida entre el muelle y el barrio del Cabo.
El comandante general Gutiérrez,
deseando juzgar por sí mismo el estado de las cosas, decidió hacer una salida
al muelle con ánimo de inspeccionar la artillería que había sido abandonada por
el jefe de la misma Don Francisco Dugy, sabiendo que estaba desierto según le
había informado Siera. La presencia de tantos cuerpos ingleses mutilados y
destrozados por la metralla de los cañones y fusilería, y la alfombra de sangre
que cubría el empedrado suelo debió afectar en sobremanera la sensibilidad del
teniente general. La visión debió
causarle una fuerte impresión, y como consecuencia de la misma sufrió un “desvaído” teniendo que ser asistido
por dos de sus oficiales para, apoyado
en los hombros de éstos, regresar a la seguridad del fuerte.
. Mientras
se desarrollaban estos hechos en las proximidades del muelle, el capitán
Troubridge, desistió de asaltar el castillo de San Cristóbal tras haber perdido
las escalas y demás instrumentos de asalto, en el desastre sufrido por las
lanchas. Ante la imposibilidad de que las tropas de Hood y Miller se
concentrasen con las suyas en la plaza tal como estaba previsto, decidió
reunirse con éstos en el convento de Santo Domingo
. Al
amanecer, el batallón de infantería de Canarias, cumpliendo las órdenes
recibidas, llegaba a la plaza principal y se establecía en la explanada del
muelle y del fuerte de San Cristóbal. Esta maniobra denota un desmesurado
interés por parte de la plana mayor en
rodear al fuerte de un importante cinturón de tropas, además de las que ya
estaban de guarnición, con el pretexto de que era en previsión de un nuevo de
desembarco de los ingleses por el
muelle. El regimiento de milicias de La Laguna, siguiendo las instrucciones del mando se
dirigió al mismo sitio que el batallón de Canarias, con lo que quedó
desguarnecida la línea sur de la plaza. Formaron dos columnas: una, que marchó
directamente, y la otra que lo hizo por la parte superior de la población para
cortar una supuesta retirada del enemigo
y poder tenerlo entre dos fuegos.
Cuando estas fuerzas entraban en la plazuela
de Santo Domingo, recibió una descarga de las tropas inglesas que causó varias
bajas entre ellas la del teniente coronel Don Juan Bautista de Ayala que
resultó muerto en el acto, haciendo los británicos varios prisioneros entre los
milicianos.
Las
milicias canarias reaccionaron de inmediato, y cargando contra los ingleses les
obligaron a replegarse dentro del convento, desde cuyas ventanas continuaron
haciendo fuego; deseando Troubridge conseguir la rendición de la plaza a pesar
de su difícil situación, decidió hacer un último intento de intimidación. Con
tal propósito se desplaza al castillo de
San Cristóbal el capitán Miller acompañado de Hood y algunos soldados enarbolando bandera blanca. Una vez en
presencia de la plana mayor en la fortaleza, Hood solicitó la entrega inmediata
de la plaza amenazando con incendiarla en caso contrario, el general Gutiérrez,
por entonces ya bien informado de la situación real de ambas fuerzas respondió
al emisario que, <<aún tenía pólvora, balas, y gentes para proseguir
la lucha,>> sin que en esta ocasión retuviese en el fuerte a los
emisarios como había hecho anteriormente con el sargento.
Como consecuencia de la respuesta del general
se reanuda las hostilidades con un fuego
más vivo que antes, viéndose los ingleses rodeados por las milicias Canarias, y
previendo ser asaltados, comenzaron a economizar las municiones de por sí ya
bastante escasas, estando en esta cuita, el vigía que tenían apostado en la
torre del convento lanzó un ¡hurra! Que alentó a los británicos. Troubridge
subió a la torre-mirador para informarse de lo que ocurría, y sus ojos de
marino habituados e escrudiñar en el mar, pronto divisaron hasta quince lanchas
repletas de hombres que, separándose de la escuadra, se dirigían a tierra a
todo bogar.
Nelson
previendo que la gente desembarcada precisaba refuerzos, dispuso el envío
de una división formada por tropas de
desembarco y marineros. Los vigías de los fuertes también divisaron la flotilla
de lanchas enemigas, e inmediatamente todas las baterías enfilaron sus cañones
por el raso de sus metales contra ella.
Los
cañones de la batería del muelle, que habían sido desclavados por el teniente
Don Francisco Grandi - según una versión, otra dice que fueron los franceses –
destacaron por su precisión. Este artillero auxiliado por el condestable Don
Manuel Troncos, en pocos minutos consiguen echar a pique dos de las lanchas de
los asaltantes; el castillo de San Cristóbal hizo zozobrar a otra, como el
fuego de la artillería sobre las lanchas era intenso y continuado, éstas se
vieron obligadas a retornar al abrigo de la escuadra.
. Al
tener conocimiento el jefe de los invasores Toubridge, del fallido intento por
parte de la flota de aportar los tan necesarios refuerzos en tropas y suministros,
y al no poder mantener las posiciones
con una tropa cansada más que por los enfrentamientos con el enemigo, por los
avatares sufridos en el desembarco, decidió replantearse la situación llegando
a la conclusión de que debía parlamentar de nuevo con el comandante general
Por
tercera vez remite al fuerte de San Cristóbal una embajada formada por el
superior Fray Carlos de Lugo y el
maestro Juan de Iriarte, ambos del convento de la Consolación, estos
religiosos acompañados por un oficial inglés, posiblemente el capitán Samuel
Hood, quien impuesto por su jefe de las condiciones que debía ofertar a la
plana mayor de la plaza, se presentó en el castillo insistiendo en las
anteriores pretensiones de la entrega del navío de filipinas y de las arcas reales
existentes en el puerto y en la capital, (La Laguna) con lo cual darían los ingleses por
finalizada la contienda, de lo contrario no responderían de las consecuencias.
Escuchada la propuesta por la plana mayor, el general Gutiérrez dio la misma
repuesta que la vez anterior, con lo cual el oficial inglés se volvió a Santo
Domingo, sin los dos frailes, pues éstos a pesar de que habían ofrecido
voluntariamente como mediadores, prefirieron quedarse al resguardo del castillo
antes que regresar con la comunidad de la que eran responsables
. Cuando
el parlamentario llegó al convento, la lucha se reanudó pero ya con menor
resistencia por parte de los ingleses, pues había aumentado el número de los
milicianos con algunas partidas que habían estado “perdidas” hasta entonces, en
este enfrentamiento cayó muerto de un balazo en el pecho el subteniente Don
Rafael Hernández Bignoni
.
La situación se hacía por momento insostenible
para las fuerzas británicas lo que
motivó en el ánimo de los invasores el negociar una capitulación honrosa, a
este fin se comisionó a Samuel Hood para que gestionara la misma ante la plana
mayor. Convenidos los términos en que Hood debía exponer las bases para el
armisticio, éste desplegó bandera blanca y, acompañado de unos milicianos que
le cedió el teniente coronel Guinther, marchó al cuartel general de la plaza,
en su recorrido al castillo de San Cristóbal, se encontró (casualmente) con el
teniente de rey, con el mayor de la plaza y con el coronel Creag. “Enterados”
éstos de la misión de Hood le vendaron los ojos, y todos juntos, a tambor
batiente entraron por el rastrillo en el castillo principal.
Reunida
la plana mayor y el capitán, trataron durante largo tiempo sobre las
condiciones deseadas para poner fin a la beligerancia. Hood intentó por última
vez imponer la tesis de la rendición de la plaza, pero con menos arrogancia que
en las ocasiones anteriores. Después de una seria y prolongada discusión, ambas
partes llegaron a un acuerdo para el cese de las hostilidades plasmado en el acuerdo
siguiente: “Santa Cruz, 25 de Julio de 1797. Las tropas de S.M. Británica serán
embarcadas con todas sus armas y llevarán sus botes, si se han salvado,
franqueándoles los demás necesarios; en esta consideración se obligan por su
parte a no molestar el pueblo los navíos de la escuadra británica que están
delante de él ni a ninguna de las Islas Canarias, y los prisioneros se
devolverán de ambas partes. Dado bajo mi firma y sobre mi palabra de honor.
Samuel Hood. Ratificado por T.
Troubridge, comandante de las tropas británicas. Don Antonio Gutiérrez,
comandante general de las Islas Canarias
. Con
tan sastifáctorio arreglo se dio por concluido el conflicto, saliendo las
tropas inglesas del convento de Santo Domingo con armas y bagajes en número de
seiscientos setenta y cinco hombres. La columna entró en la plaza principal
correctamente formada con banderas desplegadas y tambor batiente. A ambos lados
de la plaza, las tropas Canarias debidamente formadas, presentaban armas a la
columna inglesa que se retiraba hacía el muelle para su reembarque, dándose así
por terminadas las hostilidades.
Las secuelas dejadas en los actores Canarios
del drama fueron de lo más variopinta, desde el mismo momento en que éste
concluyó y hasta algunos meses después, hizo aflorar en la sociedad de
Tenerife, todas las miserias humanas de que estaba revestida y, algún que otro,
acto de grandeza.
. Una
de las cuestiones que más polémica suscitó giró en torno a la controvertida
actuación del general Gutiérrez durante el conflicto, y la de algunos de sus
subordinados. Los historiadores que se han ocupado del tema, no se han puesto
de acuerdo sobre la actitud mostrada ante el enemigo por estos personajes
durante los combates, algunos de los autores mantienen una postura empecinada
en mostrarnos a un general súper héroe salvador de la patria Canaria (de una
segunda invasión, en este caso inglesa), y de noble y alto pedigrí castellano,
para otros, fue una persona de buen talante, aunque irresoluta, incapaz e
incluso cobarde ante el enemigo. Quien fuera su jefe en la toma de las Malvinas
don Juan Ignacio de Madariaga nos da la siguiente semblanza de don Antonio
Gutiérrez: “Es hombre temible porque aparenta bondad, ingenuidad y hombría
de bien, y en la trastienda es todo lo contrario”.
Nosotros
no entramos en estas polémica, nos limitaremos a exponer los planteamientos de
los diferentes autores, y que sea el posible lector quien saque sus propias
conclusiones.
Don José Díaz-llano Guigou, en un artículo en otra parte mencionado nos relata
la visión personal de un testigo de los hechos acaecidos en Santa Cruz, durante
el asalto a la plaza. La información que nos aporta este autor, está extraída
de una carta autógrafa que el ciudadano
Santacrucero Don Pedro Forstall, remite a un primo suyo residente en la
isla de Gran Canaria. Este documento, inédito hasta su publicación por Sr.
Días-llano en un periódico local, nos ofrece una serie de datos del máximo
interés sobre algunos de personajes que participaron en la llamada gesta del 25
de Julio.
Lamentamos
profundamente el que, el autor omita deliberadamente, los nombres de algunas
personas que según se desprende del contexto, no tuvieron una actuación muy
honrosa durante el asalto a la ciudad. Aunque respetamos los motivos que hayan
inducido al Sr. Díaz-llano -al que estimamos y respetamos profundamente- a
silenciar los nombres de éstos sujetos, deploramos el que nos haya
proporcionado un documento de alguna manera “mutilado” restándole así
parte de la importancia histórica que indudablemente tiene.
Para
una mejor inteligencia del lector entresacamos algunos párrafos de la
trascripción que de dicho documento nos ofrece el autor: “...La carta está
datada en “Santa Cruz, Agosto. 23 de 1797”, apareciendo en el margen derecho y con
distinta caligrafía- que suponemos será la del receptor-
“
Repcibida 13 septiembre 97”,
comenzando de esta manera:
“Querido
primo: Con las de vuestra merced de 4 y 18 del corriente me entregó Domingo
Marrero los cinco reales de plata de las tixeras”.
Continua comentándole temas propios de sus negocios y ocupaciones,
pasando luego a decirle: “Veo las dudas que a vuestra merced le ocurren
sobre lo acaecido en la función con los ingleses, y aunque en parte se habrán
aclarado con las varias relaciones que posteriormente se habrán remitido a esa
Ysla, diré lo que e podido comprender por informes de sujetos de verdad y de
toda formalidad porque no de todos se puede fíar, y muchos o por no entenderlo
exageran las cosas o lo hacen para alabarse de lo que no han executado. Espero
que lo que escribo quedará reservado”.
“...La
noche del 24 al 25, habría en la plaza, según me ha dicho el sargento mayor (suponemos
que se refiere al teniente-coronel Don Marcelino Prat, que ocupaba por aquel
entonces dicho cargo. N. de A.) que llevó el detalle de 1600 a 1800 hombres entre el
batallón, milicias y rozaderas; los vecinos que no estaban empleados en la
artillería eran pocos y desarmados, empleados los unos en cuidar de la
provisión para la tropa que repartían por cuenta, y otros en rondar el
pueblo...”
Seguidamente describe cómo estaban
distribuidos los hombres de la defensa y número de ellos en los diferentes
lugares donde estaban apostados, para luego añadir de qué manera realizaron las
tropas inglesas el desembarco, descripción de bastante interés, por diferir en
parte de las versiones oficiales que son las que se conocen: “La idea era,
en los ingleses, acometer por los dos lados del castillo principal y escalarlo,
al paso que otra partida se debía dirigir a la plaza de la Pila, y tomar la casa del
general que cryan en ella: al muelle no abordaron las lanchas que venían a él a
excepción de una sóla, pues aunque esta circunstancia se niega, la percibió
claramente Patricio Forstall que vió todo del balcón de mi casa, y otras
cuatros vinieron a la playa entre San Pedro y el castillo porque el
fuego del primero no las dexo parar en las escaleras: una lancha se metió por
la caleta y boquete de la
Aduana, cuya tripulación fue la única que se dirigió al
rastrillo de donde la alejo el fuego vivísimo que hizo Lugo en la puerta y
aspilleras del muro bajo que hay en donde antes estaba la estacada; las demás
lanchas fueron unas al barranco de Santo Domingo, y otras más debajo de la Iglesia” Relata la
huida de las tropas del muelle: añadiendo: “.todos fusileros y rozaderas
huyeron quedando abandonado Lara que mandaba estas últimas cuando le hirieron...”.
Habla del fuego cruzado de un cañón apostado en San Pedro y de otro de la
esquina del castillo, añadiendo: “...También ayudó mucho un cañón en el
flanco del castillo que barría toda la entrada del muelle y playa hasta San
Pedro, y cuya tronera se abrió por insinuación de don Francisco Grandi (aquí
hay una contradicción con lo que escribe el propio gobernador del castillo:
“...D. Josef Monteverde había mandado colocar aquella misma noche en una nueva
tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección a la inmediata
playa...”, artillero provincial, que dirigió el fuego con mucha víveza y
acierto. Se da por disculpa del retiro de las tropas del muelle
que los cañonazos de metralla de San Pedro cayan sobre nuestra gente, y que el
oficial que mandaba la artillería en su cabeza, cuando vio subir la gente de la
lancha, que atracó en las escaleras, salió gritando que los ingleses eran
dueños de los cañones, lo que hizo temer los volvieran contra la entrada...Los
oficiales de estas milicias (que yo vi salir huyendo) fueron los que derramaron
por el pueblo la voz de la muerte del general, toma del castillo, ecétera...”
Sigue exponiendo la lucha
sostenida cuando el desembarco inglés por el barranco de la iglesia y el de las
otras lanchas por el barranco de Santo Domingo...hasta que:
“En la madrugada, cuando se divulgó la voz de estar los enemigos
acorralados en Santo Domingo, sin municiones y pidiendo capitulación se
presentaron muchos, y cuentan ahora hazañas, pero no engañan porque todos saben
en donde estuvieron y cuando vinieron. El xefe y Compañías de La Cuesta se presentaron
cuando las tropas nuestras estában formadas en la Plaza de la Pila para que desfilasen los
ingleses
. Relata los nombres de algunos
oficiales fugitivos, que aquí y ahora vamos a omitir copiando lo que dice ese
párrafo:
“Aunque los
fugitivos no tienen disculpa porque dieron exemplo a sus soldados de huir sin
esperar el peligro, no por eso se debe vituperar (a) los naturales, Román Lara
y Jorva los son, lo era el Teniente Coronel Castro; los artilleros oficiales y
soldados los más son de aquí y Grandi, que no es estrangero fue el que hizo
algo de provecho con Eduardo en el castillo principal”.
Y
finalmente entramos en el último párrafo aparte, que antecede al que despide la
carta, que es precisamente en el que el señor Forstall vierte su opinión sobre el comportamiento del general Gutiérrez
en la noche del 24 al 25 de Julio de 1797: “Lo cierto es que, a juicio
inteligente, todo lo debemos a la artillería, lo demás vino por sus pasos
contados por que la tropa enemiga estaba atolondrada, sin municiones y sin recursos. Aún así crea
vuestra merced lo que dixe en mi anterior, hubo un mal momento a la primera
intimación, y aún a la segunda, y sólo debimos nuestra conservación a dos
oficiales de entereza que son Marqueli, y Siera, Teniente de la partida de
Cuba, especialmente a este último que llegando de fuera con prisioneros habló
al general con vigor (y aún con expresiones soldadescas) y le impuso del estado
verdadero de las cosas. Ahora se dice todo lo contrario por los que entonces se
inclinaban a rendirse, pero tiene cuenta hacerlo así. En el general más bien se
notaba, porque en aquélla noche dio bastantes pruebas de intrepidez, aún en
términos reprensibles para un xefe
. Como se puede apreciar, el documento
aportado por el señor Díaz-llano, viene a esclarecer una serie de incógnitas
sobre el comportamiento observado durante los sucesos acaecidos en la madrugada
del 24 al 25 de Julio, por algunos individuos que, tanto los cronistas
oficiales como los oficialistas, se empeñan en presentarnos como salvadores de la Patria. En el
transcurso de éstas páginas se irán
analizando (en lo viable) el proceder que determinadas personas tuvieron ante situaciones críticas durante el
ataque.
Uno
de los personajes más cuestionado, fue el teniente de rey, coronel Don Manuel
de Salcedo, a quien se le atribuía
haberse encerrado en los sótanos del castillo durante la contienda. (Ver
anexo documental, doc. Nº 1)
. En
la propuesta que Gutiérrez eleva al
ministro de la guerra en solicitud de recompensas, con fecha 3 de Agosto de
1797, inicia la lista solicitando para el teniente de rey Salcedo, el grado de
Brigadier y el mismo grado solicita para Don Luis Marquelli, ingeniero en jefe
y para el comandante del real cuerpo de artillería Don Marcelo Estranio.
En
escrito de fecha 8 de Octubre, el ministro de la guerra Álvarez, responde al
general y le manifiesta que <<... No conviene acceder a una casi
general promoción como la que V.E. propone, y deseando S.M. abolir en parte el
inconsiderado exceso con que hasta ahora se han propuesto para graduaciones del
exercito de que ha resultado el grave perjuicio que se toca prácticamente que
fuera los casos prevenidos en los artículos 17 18 del tra.º 2.º tit.º 17 de la
ordenanza, e ínterin no se justifique con arreglo a ellos el merito señalado,
es más conveniente aún a los mismos interesados darles una pensión en lugar de un
grado>>.
En
este mismo escrito el rey concede al coronel Creag una pensión anual de tres
mil reales de vellón, sobre la encomienda del Esparragal en la Orden militar de Alcántara,
vacante por la muerte del Marqués de Casa Cagigal – de triste memoria en
Canarias – y al teniente Siera se le conceden 2.500. en cuanto a los demás
propuestos para recompensa el ministro indica que, <<reservándose su S.M. providenciar
acerca de los demás en lo sucesivo, instruido que sea de los que hayan hecho
algun mérito particular y distinguido...>>
. Como se desprende de la repuesta del
ministro de la guerra, los méritos de algunos
los militares propuestos para recompensas no estaban suficientemente
justificados, y en todo caso, la propuesta de ascenso para el coronel Salcedo,
no fue considerada.
Por otra parte, la única salida del fuerte
realizada por el coronel Salcedo, y que está documentada, fue la realizada en
compañía del mayor de la plaza y del coronel Creag, para recibir en el
barranquillo del Aceite, al capitán inglés Samuel Hood, cuando se dirigía a la
fortaleza para pactar el armisticio. Es encomiable el esfuerzo desarrollado por
el historiador don Antonio Romeu, en su empeño por presentarnos al teniente de
rey Salcedo en las acciones de las
Carnicerías y barranco de Santos, (donde además le atribuye la captura de
prisioneros), e incluso en los preparativos de asalto al convento de Santo
Domingo, información obtenida de las cartas
que, en su descargo, éste remite al ministro de la guerra Sr. Álvares, cartas
que fueron escritas tiempo después de que sucedieran los hechos, y que por otra
parte, se limitan a dos, que pudo recabar de sus amigos y compañeros sin que,
para este fin, obtuviera otras del resto de los jefes y oficiales de la
guarnición. Es significativo el hecho de que, el coronel Salcedo no recabara el
informe sobre su conducta durante los enfrentamientos con los ingleses, a su
jefe inmediato el general Gutiérrez, a pesar de que éste le había propuesto
para un ascenso en la relación remitida al ministro de la guerra en solicitud
de recompensas.
Continúa en la pagina siguiente.
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