JOSE ALVAREZ
Un chicharrero pre-independentista
Eduardo Pedro García Rodríguez
El comerciante santacrucero José Álvarez residía eventualmente en Las Palmas desde mediados de 1810. Empero, sus
peculiares críticas a la gestión del mando superior de la “provincia” tropezaron con el poder omnímodo del duque del Parque.
En efecto, en la fecha indicada, el Capitán General se dirigió al
oidor José María de Seoane para que averiguara si
eran o no ciertos los "repetidos avisos y quejas" que le habían llegado acerca de la conducta
pública de José Álvarez, que, en su opinión, podrían afectar
"a la quietud y tranquilidad
pública". En consecuencia. Seoane procedió a la detención y procesamiento
del sospechoso, a quien le fueron retirados sus documentos, al tiempo que se iniciaron los trámites judiciales y
se procedió al interrogatorio de los
testigos de cargo.
Entre los doce testigos interrogados, cuatro, que habían tratado al acusado
de manera más o menos regular, señalaron que de sus conversaciones en lugares
públicos como la Botica,
el Café y la Puerta
de Triaría, no podían deducirse criterios desfavorables al gobierno de las Cortes o
al del propio duque del Parque. Un quinto entrevistado no aportó,
tampoco, ningún dato significativo,
mientras que las declaraciones de los cinco restantes permitieron sustentar, como veremos seguidamente, los cargos contra Álvarez.
Juan González Báez aseveró, pues, en
primer lugar, que había sido testigo de una
discusión entre el acusado y el capitán de puerto Juan Silvera, en la
cual el primero manifestó sus dudas "acerca de las victorias conseguidas por los españoles contra los franceses''.
Interrogado el propio Silvera añadió,
por su lado, que el debate había sido acalorado y que José Álvarez había
afirmado "que los franceses siempre dominarían y que el gobierno de las Cortes era inútil pues sus discusiones eran
demasiado entretenidas''.
Además, con relación a la venida del
duque del Parque, añadió "'que ésta era
inútil, pues era mejor un gobierno compuesto de los naturales del país, que
entonces no sucedería el tomar dineros de la Caja de Consolidación para sostener su acompañamiento de oficiales". Asimismo, el
comerciante tinerfeño aseguró que era
un derroche "la construcción de las barcas cañoneras, dimanando el perjuicio que se hacía con
el destrozo del Pinar''.
Agustín Ortega no
aportó datos sustanciales, pero José Cristóbal de Quintana juró haber oído decir a José Álvarez, en la Puerta de Triaría,
'"que eran inútiles aquí las lanchas
cañoneras, que cien pinos que se habían cortado y destrozado el Pinar también lo eran, que los caudales de
consolidación y tesorerías se los estaban trayendo de las demás Islas para
malgastarlos en esto y en cuatro virotes
de oficiales que acaban de venir de España, que por qué se dejaban gobernar del
Sr. duque.
Por su parte, el
guarda de rentas Francisco Fernández indicó que, estando en el Café de Triana, Álvarez reiteró sus críticas a la mala
gestión de los gobernantes: "¿De dónde se sacaba ese dinero en perjuicio
de los naturales?, que aquí convendría un gobierno que no
fuese compuesto de españoles, que sólo
venían a buscar dinero", y añadió, además, que "con la venida del Sr.
duque del Parque resultaban gastos inútiles que no podrían sostener las Islas''. Mientras que Pedro
Guigot recogió una observación del tinerfeño sobre el proyectado muelle de San
Tehno, "semejantes obras no se
hacen sin dinero en una noche".
Por último, José de Mesa ratificó la declaración de Francisco Fernández, excepto en el extremo relativo al gobierno de
las Islas por parte de sus naturales y no por
españoles, asunto que dijo no recordar.
El propio José
Álvarez fue interrogado, a su vez, el día 25 de mayo. Se le preguntó por el motivo de su estancia en Las
Palmas y respondió que para realizar
algunas "cobranzas de créditos que se le adeudaban". Aseguró, además, a preguntas del magistrado, que había
dicho que "las Cortes debían haberse congregado mucho tiempo antes por la
utilidad que de ello le venía a la nación', y, respecto a la
gestión del duque del Parque, señaló que
"como no es nada político no ha hablado en el caso, ni ha oído cosa alguna". Mas, interrogado acerca de la obra
del muelle y de las cañoneras, afirmó
que ha "manifestado su opinión reducida a que para construirlo era mejor antes hacer plantío de viñas y fomentar el
comercio", y, respecto a las barcazas,
dijo que había oído que '"estos puertos no son [adecuados] para ellas, ni los marinos aptos para tripularlas ',
por tanto le "parecían inútiles”.
Seguidamente le fueron leídos sus cargos que, en
síntesis, fueron los siguientes:
- Afirmar que como "'había libertad de imprenta,
la había también para hablar".
- Dudar de las victorias de los españoles frente a
Napoleón, así como de la utilidad del
gobierno de las Cortes.
- Considerar inútil la venida del duque del Parque,
pues, en su lugar, hubiera sido mejor
un gobierno integrado por naturales del país, dado que se evitarían perjuicios
económicos para las Islas.
-
Asegurar que era un
derroche la construcción de las cañoneras y sobre todo, el consiguiente destrozo forestal.
-
Sostener, por
último, "que podía ser cierta la noticia que se dio de que Su Excelencia había enviado por tropa a la Península, y la sacada
de gentes de estas Islas".
José Álvarez
trató, entonces, de rebatir estas acusaciones.
Respecto al
comentario sobre la libertad de imprenta, aseguró que había afirmado que iba a
solicitar una copia autorizada con la "idea de manifestar al Gobierno algunas cosas que fuesen útiles al
comercio", y, respecto a sus dudas sobre las victorias españolas contra
los franceses, lo único que confesó fue su
incredulidad "en las buenas noticias tan inesperadas", pues nadie podía pensar, tal como estaban las cosas, que
iban a producirse tales resultados.
Álvarez insistió, a continuación, en la falsedad de los restantes asertos,
aunque, respecto a la hipotética llegada de tropas de la Península, dijo que había afirmado que "si venían dichas tropas
y los oficiales de estado mayor no habría en
las Islas caudales para sostenerlos'. Reconvenido, sin embargo, por el oidor, dadas las afirmaciones
contrarias de varios testigos, Álvarez se ratificó en su alegato y firmó la
indagatoria.
El
7 de junio de 1811 pronunció la sentencia el duque del Parque, como presidente nato de la Audiencia, por ella se
condenó al acusado "en la multa de
doscientos ducados aplicados en la forma ordinaria con las costas; a quien se le conferirá por seis años en la
isla del Hierro bajo las órdenes de aquel comandante de armas, encargando a la
justicia cele su conducta en el modo de propagar ideas subversivas y contrarias
a las órdenes del Gobierno'. Al día siguiente fue
embarcado nuestro hombre con destino al Hierro,
custodiado por el teniente Tomás Ferrer.
Tras el acceso al poder de Pedro Rodríguez de la Buría se produjo la
absolución de José Álvarez. El 23 de noviembre, el nuevo Capitán General le comunicó su plena libertad y facultad para
"restituirse a su anterior destino de
Santa Cruz”, y que, si ese era su deseo, podía hacerlo en el mismo barco que habría de conducir a don Juan Bautista
Antequera, desterrado también por el
duque del Parque, como ya se dijo. Álvarez contestó al oficio de La
Buría con palabras de agradecimiento, pero declinó la
invitación de regresar de inmediato a Tenerife, pues, como buen
comerciante, tenía ya "algunos
intereses pendientes'" en la isla del Meridiano.
José Álvarez fue, sin duda, un hombre con un gran sentido práctico.
También un miembro representativo, tal vez más de lo que se deduce por los datos disponibles, de la hábil burguesía de
Santa Cruz de Tenerife, una Villa compuesta,
al decir de Alonso de Nava Grimón -gran mentor de la Junta
Suprema de Canarias
en 1808-1809-, "casi únicamente de empleados,
de forasteros, de comerciantes y de mercaderes" 10. Una burguesía
que, en estos años de incertidumbre, se
planteó con realismo, lo mismo que sus
iguales del otro lado del Atlántico, la necesidad de escoger el camino más adecuado para sus propios intereses.
El emprendedor José Álvarez no fue, al menos en principio, un presunto
separatista, pero entendió que las Canarias se beneficiarían mucho más de un
gobierno formado por naturales del país y atento a sus necesidades reales, que
con el mandato omnímodo y colonial de un representante del Gobierno de las
Cortes del reino, pues se trataba de un reino ocupado
militarmente, en la mayor parte de su territorio, por una potencia extranjera
y en cuyo trono se sentaba, con la aquiescencia de muchos españoles, el representante regio de una nueva
dinastía.
Álvarez intuía que en estos acelerados, inciertos y tensos instantes
de la Historia podía suceder cualquier cosa en España, y, desde luego, también en Canarias y en la propia América española, como de
hecho estaba sucediendo, aunque las condiciones objetivas de ambos
mundos no fueran exactamente las mismas. (Manuel de Paz-Sánchez,
1994)
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