Eduardo Pedro García Rodríguez
En marzo de 1570. El corsario hugonote llamado Jean Bontemps
visita La Gomera,
siendo bien recibido por el colono y conde de la misma don Diego de Ayala, que
le permite avituallarse y descansar en la isla. que
había nacido en El Havre y desde muy joven se dedicó a la navegación en la que
adquirió gran pericia y destreza, tomando parte en 1562- 1563, a las Órdenes de
Francisco Le Clerc, en las guerras de religión; partió de La Rochela en 1569 y llegaron
a San Sebastián de la Gomera
en Marzo de 1570.
La estancia de Jean Bótemps en San Sebastián de La Gomera está relacionada con
la última expedición suya, y a decir verdad, fue una estancia tranquila y
pacifica en la que se limitó a comerciar con sus moradores y sin cometer contra
el mismo el más pequeño acto de hostilidad, desembarcaron sus hombres para
hacer aguada, abastecerse de víveres y llevar a cabo las transacciones
corrientes en estas escalas. Jean Bontemps descendió también en tierra para
descansar unos días, y no sabemos si movido por la hospitalidad de los
naturales o por los obsequios del conde don Diego de Ayala, les advirtió del
terrible peligro que corrían. Bontemps puso al corriente a los gomeros de los
propósitos de Jacques de Sores para fecha inmediata, y ante la sorpresa de don
Diego de Ayala volvió a reiterar su advertencia: "que estavan para salir de la Rochela unos navios luteranos, y que avian de
venir a esta ysla; que se guardasen dellos que era mala gente y que para mas
señal traían en la popa del galeon grande una señal de almagre...".
El conde de La Gomera agradeció a "Juan Buentiempo" su valioso aviso, y volviendo a embarcar en
sus naves el pirata zarpó, previo gentil saludo con sus cañones a tierra, para
no volvérsele a ver nunca más por sus aguas.
La visita de, Bontemps sería con el tiempo
comunicada por la Inquisición
española en Canarias a la
Suprema de Madrid, cargando en la cuenta de la dudosa
conducta del conde don Diego de Ayala el haber comerciado en su isla con "Juan Buentiempo... y otros franceses que son luteranos",según consta en la
declaración del Regidor Martín Manrique ante el licenciado Ortiz de Funes, el
25 de Agosto de 1570, en el proceso contra D. Diego de Ayala, Señor de las
islas de La Gomera
y Hierro, del que nos ocuparemos mas adelante.
1570 Julio. Entre los más atrevidos Corsarios
franceses se encontraba Jacques de Soria.
Este pirata se dejaba caer por aguas del
Archipiélago con 5 naves, esperando coger alguna valiosa presa. El 15 de ese
mes topa con una nave Portuguesa, el Galeón Santiago,
que tras haber hecho escala en Madeira y Benahurae ( la Palma ), se dirige a Brasil
llevando a bordo a 40 Jesuitas destinados a las misiones Brasileñas. Tras
atacar y rendir a la tripulación Portuguesa, Soria manda degollar a los 40
Jesuitas sobre la cubierta del barco. Son conocidos como los Martires Jesuitas
del Brasil o de Tazacorte, puerto de Benahuare (La Palma) donde sucedieron los
hechos.
Tras este acto de
barbarie, falto de víveres y agua, se dirige con su flotilla a la Isla de la Gomera.
1570 Julio 18.
Era señor de La Gomera
entonces don Diego de Ayala y Rojas, hijo último del conde don Guillén Peraza
de Ayala, y casado con doña Ana de Monteverde, sobrina del capitán general de
la isla de La Palma.
Aunque
legalmente es indudable que a don Diego no le correspondía el uso de la
dignidad condal, no es menos indudable que así se intituló y fue intitulado en
su correspondencia con los reyes y en el
ejercicio diario de su autoridad, aun en vida de su hermano don Luís, “favorecido entre otras conjeturables
concausas por la distancia y el aislamiento ultramarino de las Canarias, por la
misma dilatada ausencia de su indicado hermano y quizá por el hecho, erróneo
desde luego en tal aspecto, de tener jurisdicción señorial sobre parte de la
Gomera, su habitual residencia".
Así, pues, de
esta manera y por obra de las circunstancias tocó al conde don Diego de Ayala
resolver sobre la actitud de sus vasallos y la suya propia con respecto a la
flota que se divisaba a lo lejos en la línea del horizonte, y que todos
supusieron ser la de los hugonotes que Bontemps había anunciado próxima a
zarpar de Francia con designio de visitar la isla.
En efecto,
Jacques de Sores, recorrida la corta distancia que separaba el escenario de la
tragedia de la isla de La Gomera, se dejaba ver por sus aguas el 18 de julio de
1570, en medio de una fuerte borrasca que impedía a los navíos acercarse
cómodamente a tierra.
Durante tres
días consecutivos los cinco navíos franceses anduvieron "barloventeando" a media legua de la
costa sin que pudiesen vencer el temporal y hacer su entrada en el puerto. Con
ello dieron tiempo a que todos los hombres útiles de la isla encuadrados en las
milicias se concentrasen en San Sebastián para impedir el desembarque a1
enemigo, ya que desde distintos lugares de la misma acudiesen los regidores y
personas más destacadas para aconsejar al conde sobre la conducta a seguir.
Eran éstos, entre otros, el gobernador Juan de Ocampo, los regidores Martín
Manrique, Diego de Zamora, Pedro de Almonte, Antón de la Peña y Hernán Sánchez
Moreno y los paisanos Miguel de Monteverde, Alonso Ramos, Baltasar Zamora,
Melchor Dumpierrez, etc., etc.
Mientras,
tanto, crecía la intriga y la curiosidad de don Diego de Ayala, que al mismo
tiempo que temía al enemigo andaba preocupado por no dejar escapar incautamente
la ocasión de redondearse magníficos negocios, máxime cuando en sus bodegas se
apiñaban las barricas de olorosos vinos a los que convenía dar provechosa
salida. Para sacarle de dudas se ofreció valeroso el mismo gobernador Juan de
Ocampo, y en la tarde del día 21 de julio embarcaba con el mayor misterio en
una barca conducida por Simón Díaz y tripulada por varios mareantes,
dirigiéndose al encuentro de las embarcaciones francesas. Sin embargo, lo
violento de la mar retrasó más de lo calculado la travesía, y sobreviniendo la
noche, Ocampo tuvo que emprender el regreso sin poder rasgar el misterio que
envolvía a la obstinada escuadra que se debatía en el horizonte por forzar la
entrada del puerto gomero.
Al día
siguiente, 22 de julio, Juan de Ocampo repitió la intentona acompañado de los
pilotos Juan López y Amador Álvarez. La embarcación se fue acercando
cuidadosamente a los navíos, y aunque las olas impidieron el contacto, pudieron
entrar en comunicación. Ocampo les interrogó sobre su patria y procedencia, y
respondieron que eran franceses; luego demandó el nombre de su jefe y
contestaron-ocúltndo la persona- lidad de Sore que mandaba la flota monsieur
Xixeles; por tercera vez preguntó Ocampo qué era1o que pretendían,
respondiéndole de los navíos que hacer aguada y cargar 30 pipas de vino "y que se las diesen por bien porque
si no que las tomarían por fuerza ya que trayan poder muy bastante".
Xixeles hizo señas a Ocampo para que se acercase y le condujese a tierra con
objeto de parlamentar con el conde de La Gomera; pero el gobernador, cumplida su misión,
optó por regresar a San Sebastián para dar cuenta de todo a su señor.
Desembarcó
Juan de Ocampo más optimista que atemorizado y dio cuenta al conde de las
aspiraciones de los franceses. Puesta a discusión la demanda se inclinaron por
facilitar la entrada a los piratas la mayor parte de los reunidos, que eran el
conde, Ocampo, Monteverde y Alonso Ramos, no sin vacilar levemente cuando
supieron por boca de Amador Alvarez que en el navío almirante Le Prince se veía dibujada en la popa
"la señal de almagre", que
había dado como prueba de identidad "Juan
Buentiempo" al prevenir a los gomeros. En vano el vicario de la isla,
bachiller Alonso Delgado y Diego de Zamora trataron de disuadir al conde de su
descabellado propósito; mas en vano fueron aún las imprecaciones y las protestas
del regidor Martín Manrique y sus gritos de " ¡Señor, mal hacéis!", porque por toda respuesta don Diego de
Ayala "le volvió las espaldas".
Obstinado en
su propósito, por impotencia para resistir a Soreg o atraído por el lucro y la
granjería, el conde de La Gomera planeó un ingenuo y cándido proyecto: se
obstaculizaría a los franceses la entrada en San Sebastián de La Gomera
conduciéndolos hábilmente al cercano desembarcadero de Machial [El Machal], y
una vez allí se les facilitaría, en desierto lugar, el abastecimiento de agua y
vino que solicitaban. Para cumplir esta misión escogió don Diego de Ayala al
piloto Amador Alvarez, no sin advertirle previamente
"que si le preguntasen por el balor del vino dixese que balía a diez y
seis ducados la bota". Como puede apreciarse el conde, más que un
valeroso soldado, era un habilísimo comerciante.
Pero sus
cálculos pecaban de ingenuos. Amador Alvarez cumplió puntualmente sus
instrucciones y en realización de las mismas volvió a cruzar el espacio que
separaba a los navíos de tierra enarbolando bandera blanca como símbolo de paz;
los franceses izaron también igual enseña, y viéronle tranquilamente acercarse
a la flota con la sonrisa del que ve caer a su presa en la trampa. Puesto el
pie en el navío almirante, Amador Alvarez, en compañía de sus hijos, conversó
con Xixeles, y éste repitió la misma demanda que acababa de hacer horas antes y
las mismas amenazas de tomar por la fuerza lo que necesitaban si no les era
facilitado en corto espacio de tiempo. Álvarez entonces se ofreció a
conducirlos a El Machal, pero el francés opuso la más absoluta de las
resistencias, insistiendo en su propósito de que las operaciones de
abastecimiento y las compras se llevasen acabo en San Sebastián de La Gomera.
Desconfiando
entonces Xixeles de los propósitos del piloto gomero optó por retenerlo por la
fuerza, y mientras él con sus hombres tomaba posesión de la lancha y obligaba a
los tripulantes a conducirle, a tierra, los capitanes de la flota exigían de
Amador Álvarez, como práctico, la misma operación, y juntas la armada y la
lancha penetraron pacíficamente en el puerto.
Mientras tanto
el conde, atemorizado, no sabía a qué carta jugar, y desahogaba su furia contra
el piloto gomero, a quien prometía un severo castigo.
Por fin desaparecieron
sus dudas al acercarse la lancha a la playa, las milicias gomeras la rodearon
por completo y no permitieron el desembarco sino de monsieur Xixeles, que venía
a tratar de "paces" con el
conde gomero. Poco después llegaba en libertad el piloto Amador Alvarez, y al
mirarle con desagrado el conde por su desobediencia intervino, conciliador,
Xixeles, valiéndose como intérprete de Miguel de Monteverde, pariente de don
Diego, a quien declaró que no recriminase a su vasallo, porque estando ellos
decididos a desembarcar, "si de grado no les dejaran tomar puerto lo
hubieran tomado por fuerza", llevándolos cautivos a rescatar a Berberia.
Entre tanto,
la servidumbre de don Diego de Ayala conducía con toda clase de honores a
monsieur de Xixeles a su casa-palacio, donde había de verificarse la entrevista
y asiento de paces, mientras el conde daba las últimas órdenes para que no se
permitiese a nadie el desembarco hasta tanto que aquéllas estuviesen firmadas.
Sin embargo, como prueba de mutua confianza, y para no alarmar a los franceses,
dispuso don Diego de Ayala que Martín Manrique, como práctico en el idioma, se
desplazase a los navíos para conversar con los capitanes ofreciéndoles un
rápido acuerdo.
Por su parte
Juan de Ocampo, celoso de que el conde no se acordase de su persona para tal
comisión, obtuvo también licencia para pasar a la flota, y conversando con los
franceses reiteró idénticos ofrecimientos, así como la promesa de rescatar a
cuantos cautivos condujese la armada, pues los marineros habían declarado en
tierra que llevaban porción de ellos.
En estos
trámites y diligencias pasaron los días 22 y 23 de julio, obsequiando el conde
don Diego de Ayala a monsiur Xixeles con banquetes, fiestas y música,
sirviéndole siempre de intérprete Miguel de Monteverde, como gran práctico en
el idioma de los visitantes. Al finalizar aquel día fueron por fin concertadas
las paces y fijados los precios e las transacciones, y regresó Xixeles a los
navíos, mientras se permitía la entrada de los marineros en la villa.
Entonces San
Sebastián de La Gomera fue invadido por aquella turba de feroces luteranos, que
hambrientos y deseosos de descansar en tierra penetraban en tabernas y mesones
dispuestos a devorar cuanto se ponía a su alcance. El gobernador Juan de Ocampo
repartió trigo en abundancia para que las tahonas amasasen, y no hubo casa
gomera que no acogiese "por sus
dineros" aun grupo de mareantes, ni taberna que no viese vacíos sus
odres a fuerza de escanciar la sed de los hombres del mar.
Destacaron en
estas actividades el tabernero Baltasar Zamora, Silvestre de Valladolid, el
alguacil Gámez, el zapatero Manuel Coello, Juan López (131), Esteban Bello
(132), Bartolomé de Vargas (133), Francisco Guerra (134) y las esclavas de
Leonor Peraza de Ayala, que, aprovechándose de la ausencia de su señora en
Hermigua, convirtieron su domicilio en verdadera "casa de reposo"
para luteranos y herejes, que se distinguieron por sus blasfemias y furores
iconoclastas.
Se llamaban estas esclavas Teodora Peraza y Beatriz
Calera, y ambas dieron pie con su conducta a los mayores excesos heréticos
de los hugonotes. Los escarnios a las imágenes, los ataques al clero y a la
doctrina de la Iglesia, y las burlas más despiadadas e irreverentes tuvieron
por escenario aquella morada mientras la ocuparon los franceses.
Rivalizaron
con los humildes los poderosos, y tanto el regidor Hernán Sánchez Moreno como el gobernador Juan de Ocampo se
disputaron en obsequiar a "capitanes, contramaestres y despenseros",
entre los que se encontraba un sobrino del incógnito pirata. Ocampo, no
satisfecho de tanta galantería, era rara la jornada que no remitía a sus
improvisados amigos cestas bien provistas de frutas que aquéllos devolvían, no
peor, sino mejor pagadas, con piezas de paño frisado y anascote...
Los franceses
recorrieron también el caserío de la villa, hallando un diligente y solícito
"cicerone" en Luís de San Pedro, quien no contento con obsequiarlos
"con refrescos" en su
humilde morada, mientras "su mujer y
sus hijos 1es tañian, cantaban y daban musicas", los condujo más tarde
a la parroquia de la villa para mostrarles sus riquezas.
Parece ser que
en el camino los hugonotes tropezaron con una procesión que conducía el viático
a un enfermo, y apartándose a su vista escupían con insolente irreverencia.
Llegados a la iglesia los hugonotes dieron diversas muestras de su sectarismo y
odiosidad a la religión católica, escarneciendo a un clérigo que revestido de
sobrepelliz se disponía a oficiar en uno de sus altares, dialogando con el
sacristán sobre el valor de las imágenes, tachándole de idolátrico y
encarándose con los fieles que adoraban al Santísimo Sacramento, para terminar
con gran escándalo y alborozo en el coro, donde Luís de San Pedro "les tañó los organos haziendo
regozijo".
Al regreso,
los franceses discutieron con los gomeros sobre otros extremos de la secta
luterana, negando valor a la justificación por las obras, volviendo a atacar el
culto a las imágenes y haciendo burla
de unas mujeres que de rodillas rezaban el Ave María al toque del atardecer...
Pero el terrible malvasia canario dió pábulo a que se soltasen las lenguas de
los marineros, y en la jornada del día 24, entre dichos, rumores, reticencias y
declaraciones sin ambages, pudo ser reconstruido todo el inmenso drama que había
costado la vida a los heroicos "teatinos".
Súpose primero
que Xixeles era un conde francés, secretario del príncipe de Condé (recién
fallecido en la batalla de Jarnac); que todos sus hombres eran luteranos
destacados que habían servido a las órdenes del mismo Príncipe, que en el
camino habían cautivado a un mercader francés, Pablo Reynaldos, casi
naturalizado español por sus frecuentes tratos con las islas de La Palma y La
Gomera, "que les servía de lengua, que durante toda la travesía no habían cesado
de atacar los navíos en ruta cometiendo todo género de crímenes y tropelías y,
por último, que su verdadero jefe no era Xixeles, sino "Jaque Soria,
luterano..., el que robo la Palma...", que permanecía escondido en los
navíos sin dejar ver su rostro a los canarios.
Esta actitud
de Sores extrañó particularmente, al regidor, Martín Manrique, quien puso toda
su diligencia en aclarar el misterio y logró dar con la clave del mismo.
Reconociendo a
un marinero bretón, que había frecuentado en otras ocasiones las islas, lo
condujo hábilmente a su casa, y allí, entre copa y copa, pudo irle sonsacando
la verdad. Supo de esta manera Manrique que Jacques de Sores había atacado en
las costas de La Palma una nave que iba de Portugal al Brasil; que en dicho
navío habían sucumbido asesinados a manos del pirata varios padres teatinos
que, bajo la dirección de uno de ellos llamado el padre Ignacio, se dirigían a
América en cumplimiento de su misión evangélica; que una vez muertos
desparramaron sus enseres, apoderándose de ellos o lanzándolos al mar, y que
una imagen de Santa Ursula que conducían la tenían irreverentemente colgada de
un mástil del navío de Sores.
Declaró
igualmente el marinero bretón que quedaban en alta mar buen número de cautivos
portugueses, entre ellos un par de clérigos, y que el pirata les tenía
reservada como suerte la cautividad en Berbería.
La difusión de
estas noticias por San Sebastián de La Gomera produjo honda impresión en sus
moradores, impresión centuplicada al saberse el día 25 de julio cómo el pirata,
arrancándose ya la máscara, había desembarcado en tierra la noche anterior,
alojándose en la morada de unas mujeres conocidas por las Fragosas.
Una vez en
tierra Jacques de Sores, con su audacia característica quiso rasgar el
incógnito, y mandando a uno de sus capitanes a visitar a don Diego de Ayala le
invitó con gran aparato a comer aquel mismo día, autorizándole para llevar en
su compañía a las personas que fuesen de su confianza.
El conde de La
Gomera, atemorizado e irresoluto, y sin salida posible de aquel atolladero,
optó por aceptar el banquete, y encargando a su criado Romano la recluta de los
más elevados personajes de la isla, aquel mediodía de la festividad del apóstol
Santiago se reunían a comer con Sores el conde de La Gomera, el gobernador Juan
de Ocampo, los regidores Martín Manrique, Pedro de Almonte, Diego de Zamora,
Antón de la Peña y Hernán Sánchez Moreno, el licenciado Sarmiento y los
paisanos Alonso Ramos y Miguel de Monteverde. Dábase así el curioso contraste
de que dos miembros de una misma familia e hijos de unos mismos padres: Melchor
y Miguel de Monteverde comiesen, con corta diferencia de días, con la víctima y
mártir, el primero, y con el asesino y verdugo, el segundo.
Desconocemos
la catadura moral de las Fragosas -una de las cuales se llamaba María-; pero el
hecho de que se prestasen a alojar a Sores y a su cohorte de bandidos parece
demostrar que tenían a Venus por tutelar patrona. Así, pues, el conde y su
séquito tuvieron que pasar por la humillación de ver cómo el pirata se sentaba
entre ambas hermanas, que se pavoneaban de ver honrada su casa con gente tan
encopetada y orgullosa. A dicho banquete asistieron también algunos de 100
franceses del séquito del pirata. Termínado el ágape, tuvo Sores la cínica desvergüenza
de dar las gracias a Dios en lengua latina, con un recato de manso cordero que
cohonestaba poco con sus manos, tintas todavía en la sangre de tantos mártires.
Por la tarde,
cuando Sores recorría la villa con su brillante cortejo de franceses y gomeros,
la campana parroquial tocó a oración, y mientras los españoles se descubrían y
detenían para rezar el Ave María, los franceses quedaban absortos contemplando
la escena. No obstante, parecióle aquella manifestación de fe extemporánea a
Miguel de Monteverde., quien reconvino a los gomeros por su conducta, hasta que
intrigado Sores demandó la causa de la detención y no tuvo inconveniente en dar
la única prueba de tolerancia durante su paso por La Gomera, descubriéndose a
su vez mientras parte de sus acompañantes, y con ellos Luís de San pedro,
permanecían indiferentes y cubiertos.
Aquel mismo
día por la noche don Diego de Ayala devolvió el obsequio a Sores invitándole a
cenar en su propia morada, aunque la desconfianza hacia el pirata iba creciendo
por minutos a medida que se conocían los espeluznantes detalles de sus
crímenes. Don Diego de Ayala hizo los honores al pirata solo, sin la compañía
de su mujer, Ana de Monteverde, ni de sus hijos, pues él mismo declaró haber
enviado su familia al campo en cuanto vio aparecer por el cabo del Buen Paso a
los navíos extranjeros. Acompañaban aquella noche a don Diego dos sobrinos
suyos y los mismos isleños que le habían acompañado en el almuezo, todos ellos
armados secretamente hasta los dientes por si surgía de manera inesperada la
pendencia.
Jacques de
Sores compareció lujosamente vestido, sin portar armas encima y haciéndose
acompañar tan sólo de dos de los capitanes, a uno de los cuales llaman los
testigos de la escena Monsieur de Her. La cena transcurrió en medio de animada
conversación, obsequiando el conde a sus huéspedes con un concierto, pues era
hombre muy aficionado a la música y tenía en su casa servidores para este
menester. Predominó en la charla la discusión sobre asuntos de carácter
internacional, haciendo Sores una descripción pintoresca de la situación de su
país y burlándose compasivamente de su rey Carlos IX. Luego trató de explicar
el proceso y las causas de la guerra civil francesa, por lo que estuvo
perorando largo rato en su lengua nativa, cuyas palabras transmitía a los demás
comensales Miguel de Monteverde, con evidentes muestras de asentimiento a los
razonamientos del pirata.
A los postres,
el conde derivó la conversación hacia la matanza de los misioneros jesuítas, y
sintiéndose el señor de La Gomera animoso en su propia morada se atrevió a
interpelar al pirata, reprendiéndole y afeándole su conducta para con ellos,
Jacques de Sores se limitó a sonreír, pero su capitán monsieur Her tomó la
palabra en su nombre, y con un cinismo que dejó a todos absorto no tuvo reparo
en asegurar que los jesuítas no se habían querido rendir y que por eso habían
sido sacrificados en la refriega.
Finalizada la
cena, Jacques de Sores volvió a retornar a casa de las Fragosas con sus
acompañantes, mientras los gomeros seguían montando guardia en la villa atentos
siempre a evitar cualquier sorpresa por parte de los franceses.
Al día
siguiente, 26 de julio, se fueron conociendo nuevos detalles del martirio de
los "teatinos" por boca de un joven marinero fraces, Jean de Rouen,
que deseoso de tornar al catolicismo pidió con insistencia a algunos vecinos
que lo ocultasen en su domicilio.
Por distintos
conductos llegaron también a poder de los gomeros informes sobre el martirio de
los jesuítas, así como sus libros, reliquias y objetos de devoción, el
licenciado Luís Sarmiento pudo hacerse con diversos libros de estudio como: "quatro partes de las Obras de San Juan
Crisóstomo y Santo Tomás, sobre el quarto de las Sentencm, y Cobarrubias, sobre
el quarto de las Decretales, que pareze los habian avido... [ciertos marineros]
luteranos de unos de la Compañia de Jesus que mataron en la mar...".
Otro marinero
de nombre ignorado, que había conseguido salvar de la destrucción algunas de
las reliquias donadas por el papa Pío V al padre Ignacio Azevedo, las entregó
para su custodia a las hijas del gobernador Juan de Ocampo.
Entonces éste,
movido en sus sentimientos religiosos, decidió vengar la muerte de los
inocentes en las personas de sus verdugos, y entrevistándose con el conde don
Diego de Ayala le propuso organizar para aquella noche una matanza general de
luteranos no dejando reembarcar a ninguno, cañonear más tarde a los navíos
hasta obligarlos a retirarse o sucumbir todos con gloria en lucha contra los
herejes. Sin embargo, Miguel de Monterverde, y hasta el mismo vicario de la
isla, Alonso Delgado, trataron de disuadir a Juan de Ocampo de tales propósitos
por temerarios e ineficaces, haciéndole ver el peligro en que todos se
colocaban al faltar a la palabra dada ya las paces firmadas con el enemigo.
Juan de Ocampo
no se dejó convencer por tan "juiciosas" razones, sino que recorrió
la villa por todo aquel día reclutando un buen puñado de hombres valerosos, y
cuando los tuvo a sus órdenes volvió a proponerle al conde de La Gomera el
ataque para aquella misma noche. En un principio, el conde se desentendió del
proyecto diciéndole "que hiziese lo que le pareciese, porque el se saldría
[del lugar] con su mujer e hijos", pero volviendo a la carga Monteverde y
el vicario, le hicieron ver cuánto más cristiano y humanitario era obtener el
rescate de los cautivos, y en vista de ello decidió no alterar las paces
firmadas.
Sin embargo,
no pudo ser evitado algún incidente entre franceses y gomeros. Así, por
ejemplo, hallándose varios luteranos en una casa de una vecina de San
Sebastián, de nombre ignorado, cometiendo diversos desacatos contra las
imágenes en medio de las más soeses e irreverentes burlas, la gomera le propinó
tan tremendo golpe que el francés juró repetidas veces que había de matarla, y
aun en días sucesivos procuró buscarla para vengar en ella la ofensa.
El 27 de
julio, Sores se despidió del conde de La Gomera con propósito de reembarcar, y
entonces don Diego intercedió a favor de los teatinos cautivos y de los portugueses
que conducía prisioneros. Jacques de Sores le respondió que ningún teatino
conducían las naves, pues todos habían perecido "combatiendo", y entonces el señor de La Gomera "le persuadio con mucha instancia y
regalos" por la libertad de los portugueses.
Cuando Sores
llegó a los navíos de la flota mandó reclutar a todos los prisioneros
supervivientes del galeón Santiago y ordenándoles "que se pusiesen de
rodillas delante de don Diego de Ayala, agradeciéndole la vida, los envió en
una lancha como presente al conde de La Gomera.
Eran éstos en
total 28 portugueses, y se contaban entre ellos el maestrescuela de la catedral
de Funchal y un clérigo de la misma localidad.
Mientras
tanto, el piloto Amador Álvarez había abastecido de agua a la flota y transportado
a la misma las 30 botas de vino y los víveres que habían demandado, por lo que
estando la escuadra ya próxima a zarpar se cambiaron las últimas visitas. Juan
de Ocampo se trasladó por última vez a los navíos en demanda de trigo que la
isla necesitaba y de la imagen de Santa Ursula, que seguía colgada en el mástil
del navío de Sores, sin conseguir, pese a sus ruegos, ni lo uno ni lo otro; en
cambio el pirata rochelés mandó, por medio de Ocampo, un último recado al conde
proponiéndole el trueque de una nao bretona que le sobraba por cierta cantidad
de vino. El conde, consultó el caso con el vicario Delgado, y con su
beneplácito y la participación en el negocio de Pedro de Almonte, se entregaron
al pirata otras cuatro pipas de vino más.
De esta manera
Jacques de Sores se despidió con una salva de la villa, y tras de de dar
abandonada en el puerto la nao bretona zarpó muy ufano de San Sebastián de La
Gomera para retornar por segunda vez al puerto de Funchal.
Una vez allí,
trató Sores de provocar al combate al gobernador del Brasil Luiz de
Vasconcellos; pero no aceptando ahora éste la pelea, el corsario abandonó las
aguas de la isla de la Madera, y regrsó seguidamente a Francia, en cuyo puerto
de La Rochela hizo su entrada triunfal en el mes de agosto de 1570. (En: A.
Rumeu de Armas, 1991).
1570 Julio 24.
Las noticias de la presencia de Sores en la villa de San Sebastián de La Gomera
se difundieron muy pronto por las demás islas del Archipiélago. Ya el 24 de
julio de 1570, el Cabildo de Tenerife recibía el oportuno aviso sobre la
presencia del pirata (a quien llaman Jaque Suer) y se tomaban las acostumbradas
medidas de seguridad militar.
En
días sucesivos-1 y 7 de agosto de dicho año volvieron a recibirse algunos
partes, que aumentaron la escasa información existente, al mismo tiempo que
daban la alarma sobre nuevas piraterías en distinto escenario. (En: José María
Pinto y de la Rosa.
1996).
Por su parte,
en la isla de La Palma
se tuvo también puntual información tanto de lo ocurrido en sus costas como de
la acogida de Sores en La
Gomera, pues trece días después del martirio de los
jesuítas-28 de julio de 157O-el Cabildo protestaba "de como en la isla de la Gomera todas las armadas de corsarios que pasan
por estas islas se recogen en aquel puerto y saltan en tierra y tratan y
contratan de las cosas que tienen necesidad sin que sean resistidos...").
(En: A. Rumeu de Armas, 1991).
1570 Julio 28.
A . C. P. : En las actas del Cabildo de la isla de La Palma, sesión de 28 de
julio de 1570, el regidor Guillén de Lugo denunció a la Justicia y Regimiento "como en la isla de la Gomera todas las
armadas de corsarios que pasan por estas islas se recogen en aquel puerto y
saltan en tierra y tratan y contratan de ,las cosas que tienen necesidad sin
que sean reistidos por no haber en dicha isla ningún genero de defensa... y de
esto se sigue [que] los corsarios estan en paraje para ofender a las flotas que
van de Castilla a las Indias ya otros navios de Castilla y Portugal."
El Concejo, Justicia y Regimiento, después de tener noticia
del apresamiento del navío de Portugal, y del refugio que tenían los piratas en
La Gomera,
acordaron ponerlo en conocimiento del Rey y del Consejo de guerra. (En: A.
Rumeu de Armas, 1991, nota a pié de página).
1570. Se edifica el templo de la secta católica
San Juan Bautista en Vallehermoso isla de La Gomera. – El inquisidor Diego Ortiz de Funes se
encuentra en la isla para intentar averiguar la existencia o no de la isla de
San Borondón.
1570. M.
C.: inquisición. Signatura LXX-15. Proceso contra Baltasar Zamora, mercader
mulato, vecino de La Gomera.
Ya hemos dicho anteriormente que George
Fitzwilliam era pariente cercano de lady Jane Dormer, dama de la reina Maria
Tudor y esposa. Del antiguo embajador
español en Londres don Gómez Suárez de Figueroa, conde de Feria. De esta manera
se escudaba en el parentesco de Fitzwilliam Baltasar Zamora, declarando ante
los inquisidores "que los ingleses pueden tratar en estos reinos y si yo
compre fué como he dicho de un hermano de la condesa de Soria [Feria], que iva
con ellos y que era católico y mostro recaudo y fué a missa en la dicha isla...
Diciembre de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario