SIR FRANCIS DRAKE
EN BENAHUARE
En 1585 las continuas
desavenencias entre España e Inglaterra durante los reinados de Felipe II e
Isabel I habían colocado a ambos países al borde de la guerra abierta. La
soberana inglesa pensó dar el paso definitivo con dos provocaciones a las que
los españoles no les quedaría más remedio que responder con la fuerza. Una
consistió en favorecer abiertamente el levantamiento de los Países Bajos,
enviando allí un ejército expedicionario; la otra, que es la que más nos
interesa esta noche, se basaba en atacar las posesiones españolas en el
Atlántico y en las Antillas.
Con este fin se concentraba en Plymouth, en agosto de 1585, una potente
flota compuesta por 21 navíos de guerra y 8 pinazas con funciones logísticas. A
su mando se encontraba el más célebre de los corsarios ingleses, Francis Drake,
que enarbolaba su pabellón en el Bonaventure.
A finales de septiembre,
la flota se hacía a la mar y empezaba su viaje atacando, con más bien poco
éxito, algunos pueblecitos de la costa gallega. La flota española pensaba que
los ingleses no se iban a dirigir hacia el Atlántico, sino hacia el
Mediterráneo, por lo que su Almirante, el Marqués de Santa Cruz, no se apresuró
en salir a su encuentro. Y cuando lo hizo y llegó al Cabo de San Vicente, los
de Drake estaban ya camino de las Canarias.
Aquí se estaba
sobre aviso del tormentón que se venía encima, que se confirmaba cuando el
Marqués de Lanzarote mandaba aviso a los gobernadores de Gran Canaria y de
Tenerife de que se habían avistado “7 navíos de gruesas velas”.
Curiosamente,
estos barcos no pertenecían a la flota de Drake, pero su detección sirvió para
que el efecto sorpresa, tan fundamental en la guerra, desapareciera por
completo. Por ello, cuando Drake se plantó frente a Las Palmas y vio las
Unidades de Milicias desplegadas y las baterías de los castillos prácticamente
con las mechas encendidas, desistió y se dirigió a otra isla, La Palma, que seguramente
pensaba que estaría más desguarnecida y cuyo puerto principal, el de Santa
Cruz, también podría proporcionarle un sabroso botín.
Y el 7 de noviembre aparecieron frente
a estas costas “muchos y poderosos navíos”. El licenciado Jerónimo
de Salazar, Teniente de Gobernador de La Palma, concentró las tres compañías de Milicias
de Santa Cruz, puso en estado de alerta a las demás y preparó los
tres castillos de los que hablamos al principio para repeler el ataque. Pero
los ingleses “se estuvieron entreteniendo dando una vuelta y otra”, dice Salazar en su
informe al Rey, hasta que optaron por desaparecer en el horizonte. Durante 5
días más se mantuvo la situación de alerta, pero en vista de que no aparecían
señales de la presencia de los barcos y de que la situación en los campos era
angustiosa y había que comenzar la sementera, el Teniente de Gobernador
autorizó a que los hombres marchasen a sus hogares, lo que hicieron el día 12.
Pero al amanecer del 13, las hogueras de las atalayas y los disparos de cañón
convenidos alertaban de que ahora parecía que la cosa iba en serio. ¿Qué habían
hecho los barcos ingleses aquellos 6 días? Unos dicen que llegaron hasta
Fuerteventura y otros que se quedaron en la mar a la caza de cualquier desprevenido
convoy o barco que surcara estas aguas, pero lo cierto es que volvieron a La Palma.
Los ingleses
dividieron la flota en dos grupos: 19 barcos se dirigieron a Santa Cruz,
mientras que otros 10, que dieron la vuelta por el norte de la isla, lo
hicieron hacia Tazacorte. Estos últimos se limitaron a observar, pasar y
repasar frente al pequeño puertito, con el exclusivo fin de obligar a los
defensores a detraer fuerzas de la defensa del objetivo principal: la capital
de la isla.
Los barcos que
iban a atacar Santa Cruz se colocaron en una hilera, con el Bonaventure de Drake en cabeza, y
comenzaron a navegar con rumbo sur, frente a la población, en dirección a la
playa de Bajamar, debajo del risco de la Concepción.
En tierra, a las
3 compañías de Milicias de Santa Cruz pronto se fueron uniendo algunas de las
del interior de la isla, hasta completar más de un millar de hombres.
La nao capitana
era la más próxima a tierra, por lo que el castillo de Santa Catalina le lanzó
una andanada con sus diez cañones, pero todos los proyectiles quedaron cortos.
Ello envalentonó a los ingleses, que decidieron acercarse aún más a tierra,
siguiendo en la dirección de Bajamar, pues ya les parecía de mucha menor
enjundia, como en realidad era, la
Torre de San Miguel.
Pero la pericia
de los artilleros, la suerte, o la mano del Santo del que la torre llevaba su
nombre, hicieron que los dos primeros disparos que efectuaran sus cañones
lograran eso tan difícil, el impacto directo sobre el objetivo, nada menos que
el mismo barco de Drake, en el que produjeron daños visibles desde tierra y
varias bajas.
Aquello
desconcertó a los ingleses, que acudieron a proteger a su buque insignia,
rompiendo la formación que traían, y agrupándose a su alrededor. Esta
concentración de barcos fue una bendición para los artilleros de Santa Catalina
y El Puerto, que tenían ahora muchas más probabilidades de hacer daño, lo que
consiguieron en varias ocasiones. Por si fuera poco, el viento se puso de lado
de los palmeros, pues les era muy difícil a los navíos alejarse de tierra.
En vista de la
mala situación, Drake se decidió a iniciar un desembarco por Bajamar (donde
hubiera servido de mucho aquella batería que Monteverde había propuesto levantar
años antes). Pero los hados no estaban aquel día ni con los piratas, ni con la
bandera inglesa. La torre, los cañoncitos de campaña de las milicias, los
sencillos arcabuces y el estado de la mar hicieron que ni una sola lancha de
desembarco pudiera arribar a la playa. Resultado: a reembarcar tocan y a salir
cuanto antes del atolladero.
Con dificultades
lograron los navíos ingleses ponerse fuera del alcance de los cañones. Ellos
también habían lanzado algunos cañonazos que no hicieron más que desprender
algunas rocas del risco de la
Concepción. Y tras unas cortas horas de duda, a eso de las
tres de la tarde, con mucha más pena (se habla de 30 muertos a bordo de los
barcos, y destrozos en bastantes) que gloria (ninguna), las velas inglesas se
perdían en el horizonte para “más nunca” volver.
Este fue el
resultado del primer ataque inglés a Canarias, encabezado por el más famoso de
sus corsarios, Drake. Santa Cruz de la
Palma, y con ella toda la isla, pues hombres de todos sus
rincones, sus milicianos, acudieron a la llamada del honor, puede
enorgullecerse, con toda razón, de haber derrotado al más grande de aquellos
piratas ingleses absolutamente protegidos e incluso elevados a los más altos
escalones de la milicia naval británica por sus soberanos; cosa que, por
cierto, no pudieron decir en América poblaciones mucho mejor defendidas que la
nuestra. (Emilio Abad Ripio, 2007).
No hay comentarios:
Publicar un comentario