EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1791-1800
CAPÍTULO XLI-VII
Eduardo Pedro Garcia Rodriguez
1806
Tres naturales del Puerto de la Orotava (Tenerife) fueron los primeros especuladores con la barrilla. Dn. Carlos
Francisco, persona instruida que había viajado
por España, Francia e Iglaterra, estuvo algunos días en la isla de Lanzarote el año 1724, donde se hacía con la
ceniza de barrilla, sebo de cabras y algún
otro ingrediente, un poco de jabón, de mala calidad por lo blanduzco. Conociendo este sujeto la utilidad que pudiera sacarse de dicha planta, adelantó
algún dinero y efectos a un tal Miguel de
Lemos, y al mismo Curras que pasaron a aquella isla, para que estimulasen a la gente de campo a solicitarla y
quemarla. Pagábamosla a cuatrarta el quintal de ceniza que es lo que sabían hacer estos naturales, y la hacíamos conducir
al P'°. de la Orotava en partidas de ciento a doscientos qqs.
Y desde este punto la remitía Dn.
Carlos a Inglaterra embarricada, a consignación de la casa de Cólogan, Pollard, Cooper y compañía de
Londres.
La exportación de barrilla Kati Alónense desde Lanzarote para
Inglaterra y otras partes, en 20
a 30, naves neutrales llegadas por vía de Tenerife, se
consideraba en 30.000 quintales anuales; pero no por los libros de Aduana.; porque todo se hacía como Dios sabe. Para dar cabal idea de la introducción progreso e
importancia de dicho ramo, copiaré los
Párrafos 5. de la memoria que con el nombre del Cap". Mirón se publicaron
en el Periódico titulado «El Isleño» N. 2. de 2 de enero de 1840, que es muy exacta. «Deseando saber el origen de la introducción y comercio de la barrilla, Kati-Alónense,
me proporcionaron tener conversación
con Dn. Nicolás de Curras y Abreu, vecino de la villa de Teguise, y natural del Puerto de la Orotava, el cual tuvo la
bondad de imponerme de la manera siguiente.
Por los años de 1785 y 86, se empezó a dar estimación a la yerba barrilla en la isla de Lanzarote. Quien introdujo
la semilla no lo sabemos; si no es indígena,
pudiera siendo tan menuda venir pegada por casualidad en algún fardo de paraje donde se cría. Aunque hay una
media tradición fue traída de Alicante por un clérigo.
La noticia que allá se estimaba corrió pronto, y con tanta exageiación, que se dijo la pagaban a 60 pa
qq. y a fines de 1786, ya D". ( a i los
Ramírez Casañas tuvo orden y dinero de su tío Dn. Gregorio i muérdante del Pto. de la Orotava, para adelantar a
los labradores a i a/ón de ocho rta. por qq. de
cuyo proceder se lamentó Curras según carta original que he visto.
En este mismo año solicitó D". Carlos Francisco una instrucción para saber quemarla reduciéndola a piedra como la de
Alicante o de Sicilia, porque en Inglaterra
no la apreciaban tanto por ser ceniza: Inscribióle dicha instrucción Mr. Benjamín Jenning, químico
de Londres de donde se la trajo con
mucha reserva el Cap". Samuel Kirk-man. D". Carlos la tradujo y se
empezó a hacer piedra en la cosecha de 1787, saliendo algunas muy grandes y de buena
calidad. Cuenta Curras, que le costó
muchos enfados y trabajo para poder persuadir a los cosecheros a que se sujetasen al método de la citada instrucción que es cabalmente el que ya hoy se usa en todas
las islas. Y desde entonces se
empezó a cultivar la planta porque antes era espontánea.
En 1789, Curras se lamentó nuevamente de la dificultad de conseguirla,
porque un veneciano había estado aquí comprándola, había dejado a su partida mil pesos para lo mismo,
remitido igual cantidad de Sla.
Cruz para el propio objeto. Por lo que se puede venir en conocimiento de la poca barrilla que se hacía hasta
entonces, puesto que con los 3 mil ps.
se absorbía un particular toda la cosecha.
La barrilla fue
subiendo de precio y extendiéndose su cultivo de manera que en el año 1798,
además de la que iba para Londres también
se exportó alguna para Venecia, y Dn. Manuel Josef Alvarez llevó
otro cargamento a la ciudad de Lisboa, estableciendo su casa en el Puerto del
Arrecife al año siguiente, con lo que se dio todavía más impulso a este
tráfico por las grandes compras que anualmente hacía para diversas casas y para sí. Tres o cuatro años después, se avecindó Dn. Francisco Aguilar, y ya tuvimos dos
personas que supiesen el idioma
inglés, que antes era la mayor incomodidad para entender por señas con los Sres. extranjeros. Otros
sujetos más se fueron domiciliando: Y supe que sólo por cuenta de los
mercaderes del Puerto de la Orotava, se compraron dicho año 1798 más de 43.000 qq.
entre esta isla y la de Fuerteventura.
Cuyo dato también conviene con el que
da Monsieur Bory de Sn. Vincent que pone 43.373 qqs. en
su Ensayo sobre las Afortunadas, pág. 205, quien tuvo oportunidad de saberlo por los mismos comerciantes del Puerto de la Orotava que se lo participaron. Y suponiendo que una tercera
parte más se comprase por el
comercio de Sta. Cruz serían 57.333 qqs. u 80.000 ps.
corr'. que entraron en el país a razón de 12 rta. qq. sobre cuya suma
debió percibir la Rl. Hacienda el 13
'/2 por % que sería 162.000 rvn. Pero en esto hay su manejo, y ella
siempre es la que pierde.
Este año (de 1806)
se consigue a 3 y 4 ps. corr1. de primer costo. Pero
se requiere precaución porque los camponeses para que pese le mezclan arena y
otras hierbas que se calcinan con la barrilla haciéndola perder su buena cualidad: Otros le ponen piedras, que cuando se
descubren dan lugar a reclamaciones ante las autoridades. Siendo alcalde en el año prox° pasado dicho Dn.
Manuel Alvarez, le presentaron
callaos hasta de 15 Ibs. encontrados dentro de una piedra de barrilla de
dos qq. con que iban a engañar a Dn. Lorenzo Cabrera su compadre. Pero el delincuente echó a huir y se
libró de ser preso, único castigo que dan aquí a esta clase de ladrones.
También hay otras hierbas de semejante calidad pero no tan buenas, a que llaman Cosco y Pata, que
suelen mezclar a la barrilla o quemarlas
separadas y se venden algunos cuartos más baratos que la verdadera barrilla.
Pregúntele a Curras, que premio le había dado su gobierno y sus ronciudadanos y a su principal D". Carlos
Francisco en Tenerife. Quedóse sorprendido,
como si le hubiese dicho un desatino. Más viéndome atento, me dijo: Sor. Capitán, piensa Vd. que
está en Europa o en los listados Unidos, donde
dicen que se premia a los que proporcionan ingresos al Estado y
riqueza a sus compatriotas? Aquí no hay nada de eso, si no disgustos e incomodidades, como las tuvimos nosotros: Primero resistiendo al marqués o su apoderado que me exigía
el derecho de Quin-los, es decir de
cada 5 qqs. uno, por la piedra de barrilla que se hacía; romo
si pardiez nos hubiese proporcionado su señoría algún auxilio para efectuarlo. Después la Rl. Hacienda que en
1790, la valorizó a 22 rvn. quintal, y sobre este importe cobra el 13
'/2 por % de derecho de exportación. Luego los eclesiásticos que opinan debe
pagar diezmo, más hasta ahora no han
instado: Y finalmente las justicias que si son parientes de los deudores no "hay ley que los
estimule.
Yo le aseguré que cuando el país se fuese ilustrando serían más listos sus conciudadanos y a la manera que en otras
partes manifestarían su reconocimiento por alguna atenta
recompensa para los que habían fomentado su opulencia o para sus hijos. En
efecto, los habitantes de aquellas islas
les son deudores del crecido valor que hoy logran sus terrenos y de sus
comodidades.
Por todos estos
antecedentes se puede venir en conocimiento do la ninguna protección con que el
Gobierno español mira este país, y do la ignorancia en que está de las fáciles
ventajas que de él se podrían sacar en manos de un pueblo inteligente e
industrioso». (J. Álvarez Rixo, 1982:132-135)
1806. En la
misma noche, y en el mismo fondeadero en Puerto Mequínez n Chinech (Puerto de la Cruz, Tenerife) se hundió un
navío propiedad de don Juan Pláceres.
1806.
Se hicieron traer de Londres con destino al templo de San Ginés
(Arrecife-Lanzarote), dos órganos por conducto de D. Manuel Josef Álvarez, el primero de los cuales cayó en manos de los
franceses; pero el segundo que costó más
de mil pesos corrientes, llegó a salvo en 1806, y es excelente. No ha sido aquel el único contratiempo. También se reunió plata bastante para hacer una
grande lámpara, y el platero a quien se encargó
la obra se huyó con ella. Posteriormente se hizo otra de buen tamaño y
elegante, por diseño de Dn. Josef Pérez, escultor afamado de Canaria. (J.
Álvarez Rixo, 1982:59)
1806.
Cuando
aquí no había población (Arrecife-Lanzarote), únicamente a cosa de media milla
del mar estaban unos mal cuidados albercones o maretas, denominadas del Santo,
en las cuales abrevaban los pastores sus ganados. Posteriormente todas las
personas pudientes que se iban avecindando fueron haciendo sus aljibes en los
alrededores del pueblo, lo mismo que dentro
de todas las casas mayores. Por lo regular se vende el agua de uno a dos
cuartos la botija según la abundancia, y sin embargo de tanto recipiente, si
no hay lluvias anuales, escasea. El año 1806,
fue preciso que Dn. Francisco Aguilar la trajese de la vecina Fuerteventura, y colocada en su aljibe doméstico
la vendía al público que no hallaba otra. Con este motivo también
indicaremos, que el de 1784, sucedió lo propio, y Dn. Gregorio
Antonio Casañas natural del Puerto de la Orotava (Tenerife) hizo
llevar a su casa muchos cascos de agua para
socorro de los habitantes de la isla de Lanzarote, por cuya acción
caritativa, recibió honrosas gracias del excmo. comandante general marqués de
Branciforte, según consta de la carta de S. E. fecha el 10 de julio del citado
año de 84, que he visto.
Estas lamentables escenas se repiten desgraciadamente con frecuencia.
El año de 1811, fue terrible por la falta de cosechas y excesiva plaga de cigarra que oscurecía el sol, siendo
necesario traer millo y harinas de las
islas de la Madera,
Azores y Cabo Verde. Vendióse la fanega de 10a 12 pesos corr°, y
a proporción todo lo demás, durando la escasez
todo el siguiente de 1812, que motivó saliesen de este isla y la de Fuerteventura más de 50.000 p. El de 1815
también fue seco. (J.
Álvarez Rixo, 1982:76-77)
1806.
Los
conejos blancos que se han propagado aquí bastante bien, los
introdujo el año 1806 el bachiller Dn. Graciliano Afonso al venir de Mogador, en que regaló dos casales a su amigo Dn.
Manuel J. Álvarez en cuya casa
asistió. Pero
toda clase de bestias de arreo se ha aumentado hasta la fecha, según se han
ido aumentando los moradores y sus haberes. Sin
embargo, entre los peces que pueblan estas playas y tranquilas aguas,
hay varios muy delicados, que no frecuentan ni aún se conocen en Tenerife, v.g. los lenguados, en algunas partes de
Europa llamados soles o suelas, por semejarse a la de un zapato, que por debajo son blancos como nieve, lo mismo que lo
es su carne, y por encima pardos y al tacto ásperos. Viven encerrados a flor de
la arena, y se pillan pisando los pescadores en ella, quienes al sentir re bullir, apretan al pez con el pie, o lo espichan
con una figa. También se atrapan
algunos en los chinchorros. El merecimiento y delicadeza de este pescado el cual debe comerse frito,
fue desconocido de aque líos rústicos
barqueros que hasta le daban un nombre indecente y lo arrojaban como cosa insubstancial. Pero uno de los nuevos
pobladores, mi padre, que sabía el gran caso que de él se hace en otras partes, solicitaba y se lo regalaban; mas
habiendo tenido la ingenuidad de dárselo a probar, estos cayeron en la cuenta y
los compraban para comer.
Las
fulas son otros pececitos parecidos a las castañuelas, aunque algo mayores, cuyos colores mezclados pardo,
verde, amarillo y azulejo les dan gracia;
también son para freír, lo mismo que las anguilas,
salmonetes, etc. Sería interminable la lista
de los peces que aquí abundan, cuya pesca
sostiene a estos naturales, y sirve de distracción a algunos aficionados; por lo tanto su precio es baratísimo. Y atraídas de sus deshechos, diversas aves
marinas frecuentan estas riberas,
especialmente sarapicos y gaviotas, cuyo canto de las últimas es indicio cierto que al día siguiente el
viento habrá de arreciar. (J. Álvarez Rixo, 1982:85)
1806.
Cuando tenemos algunas manchas en el rostro, a pesar
de hallarse cerca o sobre los párpados de
nuestros mismos ojos, ni las vemos, ni las sentimos.
Pero cuando otra persona nos lo dice y presenta un espejo que nos las demuestra, es preciso ser demasiado
temerario y ciego para no convencernos de la realidad de nuestra
inadvertencia y defecto. Así sucede con
varias acciones civiles y morales de los hombres, que acostumbrados a los usos
que hallaron, sin reflexionar si son raclónales,
o ideados por otros toscos como ellos, viven sin conocimiento de sus propias simplezas, ridiculeces y
atrocidades. Por fortuna, de esta
última especie en las islas Canarias bendito sea su clima, no excila, ni propende a eso, pero no porque la educación
de sus naturales haya sido jamás
cuidada como debiera. De los otros géneros, ha habido y hay mucho que decir; de
consiguiente no deben ser extraños en un pueblo nuevo que poco ha ido desechando tontedades y puliéndose, aunque tal vez ha caído en más perniciosos
extremos, cuales son el ruinoso
juego de naipe y el lujo indiscreto. Mas como ya dije, aquello que vemos entre los nuestros no nos causa eco, pero
nos llama cuando, lo rescribe y lo repara un forastero. Transcribiremos varios
pasajes del Dia rio o relación de uno
de éstos.
«Desembarcado que hubimos en el muelle del Puerto
del Arrecife, se nos incorporó un hombre de campo, armado de una escopeta llena de herrumbre, a que aquí
llaman soldado, y cuya cabeza cubría con una
montera o caperuza ingeniosa para defender la cara
del viento, cuando se quiere calar dicha montera hasta trabarla en la barba. Este pues, nos condujo hombro a hombro a la casa del gobernador. Estilo antiguo y ridículo en
estas islas Canarias.
Pasadas dos cortas callejuelas llegamos a otra atravesada de E. a O.,
donde vimos enfrente de una casa de dos ventanas altas, a tres aldeanos
al parecer, con sus fusiles en la mano igualmente que sus caperuzas, hablando
con un hombre regordete de color oscuro, que barría la calle con su escoba de palma, y cuyo vestuario consistía, en
calzones largos y chaleco de terciopelo negro remendados, medias de coletilla,
ceñidor y gorro blancos, y en manga de camisa de lienzo bastante basto. El
práctico me señaló, diciendo. Allí está el gobernador. Pero yo miré y volví a
mirar, sin descubrir en cual ventana se hallaba, puesto que en toda la calle no
había otras personas más y repitióme quedito, dejándome aún más confuso: es
aquél que barre... A esto ya nos acercábamos
al umbral, el que barría se entró, y nos dijo que lo hiciéramos, puso su
escoba detrás de la puerta, y se sacudió
las manos.
No pudo menos que
admirarme al ver gobernador tan peregrino, y por lo mismo me propuse observar con atención su alojamiento. Era
este una sala baja con puerta al zaguán, y a otro cuartito dónde se divisaba una cama ordinaria. Adornaba el testero
de dicha sala dos cuadros grandes de asuntos piadosos, otra lámina
inglesa al frente, una grande mesa, sillas
llenas de polvo, sobre las cuales había varios legajos y gorras de granaderos,
una escribanía con su escaparate antiguo taraceado, algunos fusiles
viejos en un rincón, y en medio de la pieza dos grandes perros verdinegros
sacándose las pulgas, cuyos mastines tuvo la bondad el Sr. gobernador de
acariciar con sus delicadas manos para que
no nos mordieran. Estos bellos objetos conformaban la decoración.
¿Qué hombre es este? pregunté a mi práctico, y él me fue imponiendo
de la manera siguiente. Llámase Dn. Ginés de Castro, hijo de Juan
de Castro, guardiero que había en este castillo. Y si acaso piensa Vd. Sr.
capitán que ocupa este puesto por buenos servicios hechos a la patria, se
hallará muy engañado. Dicho D. Ginés, fue pastor de estos contornos, después patrón de una goletita, en cuyo manejo ahorró y ganó muchos reales, o dicen que los
halló, también sargento de artillería, y desde que los cargos militares se han
tornado mercancía, llegó a ser capitán de estas milicias. Ni aquí queda más
que pretender viviendo el coronel de esta isla. Le hacen ya con más de
cien mil pesos de caudal; codicioso, presta
dinero a interés, y se trata en su comida con igual delicadeza a la que usa en
su persona. A pesar de su rigor, no falta quién se le atreva, puesto que
en cierta reyerta tenida con una vieja
nombrada «la Colorada»,
le tituló rey de Angola con risa
del auditorio que lo quiso atribuir a efectos de borrachera.
A veces le hacen
alcalde, tan celoso del bien público, que sale a rondar de noche apenas que tocan ánimas, sin permitir que nadie taña guitarra ni pasee por las calles. Tiene un
hijo de su nombre y graduación, quien aunque le sirve en todo y se presta a sus
intentos, se asegura que su corazón e ideas son muy distintas de las
paternas.
«A este tiempo
llegamos a la Real Aduana,
que es una casa alta situada al poniente del puente, construida en 1801, por su
dueño Dn. Marcelo Carrillo el
actual almojarife, para quien traía yo carta de Dña. Ana Orea del P'°. de la Orotava, y le hallamos a
la puerta de su casa empuñando un gran maletín indiano y próximo a
cabalgar. Por mucho que su figura se parezca a aquella so la cual nos pintan a
Dn. Quijote, su vestuario no tenía
menos mérito para lucir de arlequín en
días de carnaval. Describámosle: Su casaca era muy larga y de color encarnado, de listada cotonía naranjada los
calzones, unas medias franciscanas, chaleco y corbatín blanco, y sombrero de
pelo también con su lucida ala verde. Saludónos con viveza, nos hizo varias preguntas y convidó a descansar. Mas como
percibimos que iba para la Villa, o a su hacienda de
Cinil, nos marchamos al instante».
«Mi
pedagogo que había notado la atención que puse cuando me imponía de las amables circunstancias del Sr.
gobernador, ahora sin yo indagar tuvo la
oficiosidad de informarme de aquel Sr. Colorines. Y advertiré de paso, que éste es prurito
peculiar de los isleños, que relatan cuantas menudencias atañen a sus
convecinos, no obstante que las
demás cosas del país son bien pocos los que las cuentan con mediana inteligencia. Pero lo substancial de su
historia es, ser este sujeto palmero, notable por lo mezquino, que
había logrado hacendarse, y su esposa tenía fama entre las damas lanzaroteñas
de haber comprado mucho oro y muchas
perlas».
«Vueltos
al puente o muelle, tuve oportunidad de dar algunas cartas a diversas personas que estaban en aquel punto. Las primeras correspondieron
a dos sujetos que se azoraron al verme, gagueaban para leerlas, y ni las gracias me dieron. Pero prosiguiendo hasta los pilares encontramos otros dos, los cuales nos
recibieron con urbanidad europea, y habiendo leído las cartas aunque no me
recomendaban, con igual franqueza
me ofrecieron sus servicios. Y a pesar de parecerse en atención y
crianza, en su físico y carácter, los más diversos.
Eran estos Dn. Manuel Josef Alvarez y D". Francisco Aguilar, éste en extremo corpulento y semblante algo
supuesto, y aquel de estatura baja, delgado y rostro fino y halagüeño.
Cuyas apariencias os indico porque he de
tener que hablar de ellos».
«Estando en esto venía hacia nosotros un militar, alto joven y bien parecido, con aire decaído o negligente. Ahí
viene el amigo Dn. José de Armas, y
por hallarse indispuesto de salud se ha librado Vd. de
un buen chasco, me dijo en inglés uno de los circunstantes, lo cual Armas no entendía y saludó atentamente. Pero
por el contexto de su conversación relativa a
ocurrencias de la guerra, percibí que era sujeto de
genial algo vidente y pocos conocimientos.
Despedido de
aquellos señores me fui para mi nave con el práctico
a quien rogué me descifrase qué chasco era el que pudo haberme
dado el citado militar. Este caballero, dijo, es capitán de milicias y de
buenas conveniencias, pero tiene la desgracia de invertirlas en barcos y
proyectos que no entiende; también muy engreído de su fuero tuvo el año último revuelto al Ayuntamiento.
Días pasados consiguió con el comandante general cierta licencia
para armar una falúa y salir a registrar a todo buque extranjero que viene de
Tenerife, y hacerle presa si les
encuentra papeles falsos! Vea V. si viniendo de Sta. Cruz mismo habían de venir
desprevenidos. Pero el general marqués de
Casa-Cajigal es un tunante, y le pilló las onzas de oro como hace con otros
tontos.
En efecto, el
pensamiento del práctico era bien fundado, pues aunque me fingí ignorante de
este registro, a la verdad venía ya bien advertido por los mismos
funcionarios de Tenerife y había ocultado
hasta las Gacetas para que no tuviesen ocasión de detenerse a
indagaciones impertinentes, porque ni Armas ni los marineros de su armada falúa
las entienden».
«Al día siguiente era domingo, y bajé a tierra a oír misa. Maravillóse
mucho aquella gente al ver que yo era católico, porque siendo tan rubio y
hablando poco español me tuvieron por hereje según indagué después.
No
hay aquí más misas que la de alba y la mayor; y si por fortuna llega al pueblo clérigo que diga
otra, no se toca, para obligar al vecindario a asistir a la cantada, y oír el sermón del cura que riñe si no lo hacen. La iglesia es
pequeña a pesar de haberse acrecentado, que por llenarse a ambas misas hace en ella un calor intolerable.
De tránsito vi al Sr. gobernador, que si
peregrino me pareció el sábado más lo
estaba en el domingo; pues sobre la vistosa ropa del
día anterior tenía ahora una levita de terciopelo listado azul celeste con sus
dos charreteras amarillas y su sombrero redondo encima del gorro blanco. Aguilar me hizo favor de convidarme a su
mesa, su señora, Da. Luisa de Bethencourt, es natural de esta isla, no es guapa pero apreciable por su agrado y su
buen juicio.
La comida fue
sazonada a la inglesa cuanto lo sufre el país, acerca de cuya escasez fue de lo más que se habló. Y a la
verdad en ocasiones es muy extraordinaria. Comí dos pescados excelentes,
lenguados y salmonetes, regalándome con ciertas ostras pequeñas denominadas cagetas».
«Paseamos, y a la vuelta nos reunimos en otra casa
en la cual algunos conocidos se juntaban a distraerse bailando de las 9 a las 12 de la
noche. Los adornos de la sala eran bastante decentes; mas tan escasa la música
por no haber concurrido algunos aficionados que esperaban de la villa, que
sólo un órgano de beo que acababa de llegar de Londres suplía. Las damas y
caballeros apenas excedían de 20,
a pesar de haber dos
o tres de fuera del pueblo concurrentes muy constantes siempre que saben de
baile. Este sólo se redujo a ciertas contradanzas que aquí llaman de galope,
con otras de paso antiguo, y un poco de
baile inglés. Ni las señoras ni galanes que los más eran casados tenían nada de notar que atrajese la atención:
mas no así un fraile dominico
conventual de la villa de Teguise nombrado fray Bernardino de Acosta,
que extrañé sobremanera ver en dicha concurrencia, divertido más que nadie, haciendo muecas y gracias que le celebraban todos. Y como por ser yo extranjero me creyó
afecto al dios Baco, me llamaba a
echar tragos de vino y agua, o sangría, dicién-dome: capitán, vamonos a Drink, drink. Pero viendo que no le imitaba,
se reía de mi poco ánimo indicándome su ejemplo; e importunándome con
preguntas de algunas voces inglesas relativas a bebida, comida y muchachas;
y al quererlas repetir sin acertar su sonido, se volvía a reír de nuevo.
Mas yo me reí a mi vez cuando supe que
este reverendo padre era el predicador cuaresmal!! Este hombre que parece más bien cómico que fraile, en el
pulpito hace llorar a esta gente, y
en la ponchera reír: Acostumbra predicar y concurrir a todas las fiestas de campo, y si por estar
enfermo no va, no se divierten los
concurrentes. Asimismo es dicen, medio músico y poeta, y autor de una Memoria o relación sobre
regocijos religiosos y profanos del
penúltimo año, cuatro, en que fue traída aquí la vacuna».
«Habiendo yo celebrado por urbanidad el buen estado de aquella
pequeña concurrencia, que pregunté si era frecuente el gusto de divertirse, una
de las damas que lo afirmó, imponiéndome de las mejoras que habían ido adquiriendo, y con tanta seriedad hablaba, como si fuese de la adquisición de una provincia.
Su sencillez aunque parezca pueril le he de dar aquí lugar, a causa que nos
demuestra que donde quiera que los hombres empiezan a prosperar se
inclinan a divertirse».
«Los bailes que
en este pueblo naciente, dijo, hacían bulla hasta ahora siete u ocho años, eran
en casa de nuestro alcalde de Mar, o en la
de Blas de Noria, carpintero, ambos naturales de Tenerife. Si en alguna
otra casa de más haberes se bailaba una contradanza, eran entre los sujetos
que bajaban de la villa y otros lugares cuya música consistente en algún violín y y guitarra también habían de traerla ellos. Los hombres y las mujeres entraban de rondón
a estos saraos sin convite como en las aldeas. Cuando estaban llenas las
sillas, se sentaban promiscuamente en el
suelo, permaneciendo con sus mantillas,
gorras y sombreros. El ponche del refresco lo servía una mujer trayendo
dos o tres vasos a la vez, el uso de los azafates empezó aquí el año de 1803, por el proveedor de nuestra
fiesta, quién dio su baile al estilo
de Tenerife, siéndole preciso poner una guardia armada a fin que no subiese sino la gente de mayor
decencia, y desde entonces fue
cesando el tosco uso de la tierra. También se oyó el primer For-tepia en este
puerto, siendo uno de los tres o cuatro que apenas había en la isla. Y desde aquella fecha estos
naturales que son discretos, conocieron
el derecho que cada cual tiene gobernar su casa y de admitir o no, en ella.
Digno de
observar es, que así como los habitantes de la isla de Tenerife deben parte de
sus maneras y civilización al trato frecuente que
desde muy antiguo han tenido con los extranjeros; la de Lanza-rote debe
mucha parte de la suya a los hijos de aquella que se fueron domiciliando en
ésta.
La llaneza y
rustiquez de las diversiones es notable. El pretexto regular de ellas consiste
en celebrar algún santo, a quién hacen altar o enramada, v.g. a S. Marcial, patrono de la isla, S. Antonio, S. Juan, y
luego bailar; rematando regularmente estos festejos con sendas palizas y heridos de gravedad. La extravagante pasión
por esta especie de regocijos es extraordinaria de un cabo de la isla a
otro, sin que les retraiga a estos los
fuertes calores, ni terribles vientos». (J. Álvarez
Rixo, 1982:100.110)
1806
Agosto 25.
Soplaba la brisa tan fuerte en
Arrecife (Lanzarote) que le arrancó la mitra
al patrono S". Ginés que iba en procesión, sin embargo, ésta continuó y la mitra la recogió y
llevaba en la mano el carpintero Blas de Noria. (J.A. Álvarez Rixo, 1982:216-226)
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