jueves, 12 de diciembre de 2013

ATAQUES CORSARIOS Y PIRATICOS A LA ISLA BENAHUARE


JESUITAS MASACRADOS EN TAZACORTE N BENAHUARE



Eduardo Pedro García Rodríguez

En 1570.  En relación con las piraterías francesas, hay que destacar que durante las primeras décadas de rivalidad entre Carlos I y Francisco I, predominaba un ambiente caballeresco en las guerras entre ambas naciones, lo que se puede comprobar, por ejemplo, leyendo la biografía del Gran Capitán y sus continuos enfrentamientos con los galos en tierras italianas. Pero prácticamente coincidiendo con la fecha del ataque de “Pie de Palo” a La Palma, y debido a las guerras ya citadas entre hugonotes y católicos en Francia, el factor religioso adquiere relevancia, pues los protestantes hugonotes no sólo venían a estas islas o a las Antillas a robar o saquear, sino que, además, sentían especial predilección por herir los sentimientos religiosos de los católicos. Ya vimos los primeros conatos de esas manifestaciones de odio religioso en los ataques de Sores y su chusma a las iglesias, conventos y ermitas de Santa Cruz en 1553.
          Recordarán que hace poco les decía que cuando “Pie de palo” estaba preparando una expedición contra Canarias en 1555, las desavenencias surgidas con Sores y otros de sus lugartenientes evitaron aquella plaga bíblica. Pues bien, Sores capitaneó aquella flota dirigiéndose en primer lugar a las Antillas, donde su mayor éxito fue el incendio y saqueo de La Habana. Años después, tras haber cambiado dos veces de chaqueta, luchando al servicio de Isabel I de Inglaterra contra su propio país, y traicionándola luego, Sores sería nombrado Comandante en Jefe de la flota de los hugonotes, pero ante el mal momento económico que estos atravesaban, volvió a su verdadera vocación de sanguinario pirata poniendo al servicio de la causa su larga experiencia en el tema. Su principal objetivo ahora volvía a ser el cordón umbilical del Imperio español, las comunicaciones con América. Así, al mando de una flota de 5 barcos, de la que era nao capitana, el Prince, en julio de 1570 puso rumbo a las islas del océano.
          A mediados del siglo XVI los jesuitas se habían establecido en el Brasil. Entre ellos destacó un canario, un tinerfeño llamado José de Anchieta, que embarcó para la colonia portuguesa con la segunda expedición  de misioneros el tan citado 1553.
            La Orden había nombrado Visitador Provincial al padre Ignacio de Azevedo, que en 1566 se trasladó a Brasil a estudiar la situación y constató, dada la enormidad del territorio a evangelizar, la necesidad de más misioneros. De vuelta a la Península, consiguió que 69 hombres, jesuitas y novicios, se ofrecieran voluntarios para la misión brasileña. En junio de 1570, una flota de 7 galeones zarpaba de Lisboa hacia Brasil; entre los pasajeros iban los nuevos misioneros, distribuidos en 4 barcos (el número mayor, 44, contando al padre Azevedo, lo hizo en el galeón Santiago).
          En la escala de Madeira apareció la escuadra de Sores, que permaneció al acecho durante varios días, mientras los portugueses aguardaban ocasión propicia para seguir el viaje amparados por los castillos de Funchal. Aquí el padre Azevedo puso las cartas boca arriba y explicó a sus misioneros el grave peligro en que se encontraban de perder la vida. Cuatro novicios prefirieron quedarse en tierra, con lo que el número de misioneros en su barco se redujo a 40. Como el Santiagotraía unas mercancías para La Palma, creyendo aprovechar un descuido de los franceses, el galeón puso rumbo a Santa Cruz, pero pronto se dieron cuenta de que iban seguidos por la jauría de Sores. Un temporal los alejó, pero el Santiago tuvo que recalar en el pequeño puerto de Tazacorte, donde los jesuitas y novicios y demás pasajeros bajaron a tierra y fueron obsequiados por la familia Monteverde, pues uno de sus miembros, don Melchor de Monteverde, había sido compañero de estudios del padre Azevedo en Lisboa. Se alojaron en la propia casa del señor Monteverde, que hoy se conoce en Tazacorte como la “Casa de los mártires”. Don Melchor ofreció a los jesuitas el traslado por tierra hasta Santa Cruz, pero el padre visitador se negó terminantemente pues quería compartir con la tripulación del barco cualquier posible riesgo.
Relata Rumeu de Armas que en el cáliz, que se conserva, están claramente marcadas, por obra milagrosa,  las huellas de la dentadura crispada del jesuita al contemplar el prodigio.
          El galeón zarpó de Tazacorte al día siguiente, con la esperanza de que Sores se hubiese aburrido de la larga espera, pero se equivocaban de nuevo. A la altura de la Punta de Fornalla, en Fuencaliente, el Prince se cruzaba frente al Santiago y empezaba a cañonearle para que se rindiera. Contestó el galeón luso al fuego del francés, y tras largo rato de intercambio de disparos, se unieron a la caza los otros cuatro barcos hugonotes. Se produjo el abordaje, con 40 hombres por cada banda del Santiago.
Azevedo fue atravesado por 3 lanzadas apenas iniciado el asalto de su buque. Pronto hubieron de rendirse tripulación y pasajeros y ahí empezó la matanza exclusiva de los religiosos, que una vez heridos de gravedad eran arrojados por la borda para diversión de la chusma que contemplaba sus esfuerzos y sufrimientos, y que redoblaba su odio al ver que ninguno de aquellos 40 hombres renegó ni de su Religión ni de su Iglesia católica. He dicho 40, pese a que uno  de los sacerdotes, un padre cocinero, fue conservado vivo para que ejerciese ese menester posteriormente; pero es que un chico de 18 años, sobrino del capitán del galeón, impresionado sin duda por la entereza de los misioneros se unió a ellos en la alabanza a Dios y fue también asesinado. El Papa Pío IX los beatificó el 11 de mayo de 1854 y su festividad se celebra el día 15 de julio. (Emilio Abad Ripio, 2007).


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