Eduardo Pedro García Rodríguez
En 1570. En relación con las
piraterías francesas, hay que destacar que durante las primeras décadas de
rivalidad entre Carlos I y Francisco I, predominaba un ambiente caballeresco en
las guerras entre ambas naciones, lo que se puede comprobar, por ejemplo,
leyendo la biografía del Gran Capitán y sus continuos enfrentamientos con los
galos en tierras italianas. Pero prácticamente coincidiendo con la fecha del
ataque de “Pie de Palo” a La
Palma, y debido a las guerras ya citadas entre hugonotes y
católicos en Francia, el factor religioso adquiere relevancia, pues los
protestantes hugonotes no sólo venían a estas islas o a las Antillas a robar o
saquear, sino que, además, sentían especial predilección por herir los
sentimientos religiosos de los católicos. Ya vimos los primeros conatos de esas
manifestaciones de odio religioso en los ataques de Sores y su chusma a las
iglesias, conventos y ermitas de Santa Cruz en 1553.
Recordarán que
hace poco les decía que cuando “Pie de palo” estaba preparando una expedición
contra Canarias en 1555, las desavenencias surgidas con Sores y otros de sus
lugartenientes evitaron aquella plaga bíblica. Pues bien, Sores capitaneó
aquella flota dirigiéndose en primer lugar a las Antillas, donde su mayor éxito
fue el incendio y saqueo de La
Habana. Años después, tras haber cambiado dos veces de
chaqueta, luchando al servicio de Isabel I de Inglaterra contra su propio país,
y traicionándola luego, Sores sería nombrado Comandante en Jefe de la flota de
los hugonotes, pero ante el mal momento económico que estos atravesaban, volvió
a su verdadera vocación de sanguinario pirata poniendo al servicio de la causa
su larga experiencia en el tema. Su principal objetivo ahora volvía a ser el
cordón umbilical del Imperio español, las comunicaciones con América. Así, al
mando de una flota de 5 barcos, de la que era nao capitana, el Prince, en julio de 1570 puso rumbo
a las islas del océano.
A mediados del
siglo XVI los jesuitas se habían establecido en el Brasil. Entre ellos destacó
un canario, un tinerfeño llamado José de Anchieta, que embarcó para la colonia
portuguesa con la segunda expedición de misioneros el tan citado 1553.
La Orden había nombrado Visitador Provincial al padre
Ignacio de Azevedo, que en 1566 se trasladó a Brasil a estudiar la situación y
constató, dada la enormidad del territorio a evangelizar, la necesidad de más
misioneros. De vuelta a la
Península, consiguió que 69 hombres, jesuitas y novicios, se
ofrecieran voluntarios para la misión brasileña. En junio de 1570, una flota de
7 galeones zarpaba de Lisboa hacia Brasil; entre los pasajeros iban los nuevos
misioneros, distribuidos en 4 barcos (el número mayor, 44, contando al padre
Azevedo, lo hizo en el galeón Santiago).
En la escala de
Madeira apareció la escuadra de Sores, que permaneció al acecho durante varios
días, mientras los portugueses aguardaban ocasión propicia para seguir el viaje
amparados por los castillos de Funchal. Aquí el padre Azevedo puso las cartas
boca arriba y explicó a sus misioneros el grave peligro en que se encontraban
de perder la vida. Cuatro novicios prefirieron quedarse en tierra, con lo que
el número de misioneros en su barco se redujo a 40. Como el Santiagotraía unas mercancías para
La Palma,
creyendo aprovechar un descuido de los franceses, el galeón puso rumbo a Santa
Cruz, pero pronto se dieron cuenta de que iban seguidos por la jauría de Sores.
Un temporal los alejó, pero el Santiago tuvo que recalar en el pequeño puerto de
Tazacorte, donde los jesuitas y novicios y demás pasajeros bajaron a tierra y
fueron obsequiados por la familia Monteverde, pues uno de sus miembros, don
Melchor de Monteverde, había sido compañero de estudios del padre Azevedo en
Lisboa. Se alojaron en la propia casa del señor Monteverde, que hoy se conoce
en Tazacorte como la “Casa de los mártires”. Don Melchor ofreció a los jesuitas
el traslado por tierra hasta Santa Cruz, pero el padre visitador se negó
terminantemente pues quería compartir con la tripulación del barco cualquier
posible riesgo.
Relata Rumeu de Armas que en el cáliz, que se conserva, están
claramente marcadas, por obra milagrosa, las huellas de la dentadura
crispada del jesuita al contemplar el prodigio.
El galeón zarpó
de Tazacorte al día siguiente, con la esperanza de que Sores se hubiese
aburrido de la larga espera, pero se equivocaban de nuevo. A la altura de la Punta de Fornalla, en Fuencaliente,
el Prince se cruzaba frente al Santiago y empezaba a cañonearle para que se
rindiera. Contestó el galeón luso al fuego del francés, y tras largo rato de
intercambio de disparos, se unieron a la caza los otros cuatro barcos
hugonotes. Se produjo el abordaje, con 40 hombres por cada banda del Santiago.
Azevedo fue atravesado por 3 lanzadas apenas iniciado el asalto de su
buque. Pronto hubieron de rendirse tripulación y pasajeros y ahí empezó la
matanza exclusiva de los religiosos, que una vez heridos de gravedad eran
arrojados por la borda para diversión de la chusma que contemplaba sus
esfuerzos y sufrimientos, y que redoblaba su odio al ver que ninguno de
aquellos 40 hombres renegó ni de su Religión ni de su Iglesia católica. He
dicho 40, pese a que uno de los sacerdotes, un padre cocinero, fue
conservado vivo para que ejerciese ese menester posteriormente; pero es que un
chico de 18 años, sobrino del capitán del galeón, impresionado sin duda por la
entereza de los misioneros se unió a ellos en la alabanza a Dios y fue también
asesinado. El Papa Pío IX los beatificó el 11 de mayo de 1854 y su festividad
se celebra el día 15 de julio. (Emilio
Abad Ripio, 2007).
No hay comentarios:
Publicar un comentario