FRANCOIS DE CLERC “PIE DE PALO”
Pero va a llegar 1553, la fecha que he
calificado hace un rato como punto de inflexión en la organización de la
defensa de La Palma.
El año anterior,
don Pedro de Cerón, el organizador de las Milicias en Gran Canaria, al que
Felipe II le había encomendado “servirle en los negocios de la
guerra”, recibía
noticias de que en Ruan y Dieppe se preparaban “10 naos gruesas
para hacer daño a las islas”. Efectivamente, en el segundo de esos puertos franceses se ultimaban
los preparativos de una expedición a las Antillas bajo el mando de François Le
Clerc, quien, a consecuencia de haber perdido una pierna luchando contra los
ingleses recibía en Francia el apodo de “Jambe de bois” y aquí se le conocería
como “Pie de palo”. Como segundo traía a Jacques Sores, del que hablaremos algo
más, y nada bueno, esta tarde.
La flota se
dirigió hacia Las Antillas, como estaba previsto, pasando sin detenerse por las
cercanías de Canarias; allí desarrollaron una exitosa campaña de saqueos,
rapiñas, etc. hasta que en junio de 1553 decidieron volver grupas y regresar a
Francia, haciendo de paso una "cariñosa" visita a nuestro
Archipiélago.
A mediados de
julio, frente a las costas de Berbería, se toparon con una flotilla genovesa
cargada de azúcar; poco pudieron hacer los italianos, que se dispersaron,
cayendo algunos bajo la garra de Le Clerc (destacando una carraca llamada Le
Francon, que
tenía 30 magníficos cañones) y buscando otros refugio en las islas,
especialmente en Santa Cruz de la
Palma.
En busca de los
huidos, “Pie de palo” pasó por Fuerteventura, desde donde se dirigió a Gran
Canaria, al conocer que en el Puerto de la Luz había unos barcos flamencos; pero las
condiciones de la mar, con un fuerte temporal de viento que duró casi dos
semanas, le impidieron atacarlos, por lo que puso rumbo hacia Tenerife.
Desembarcaron unos hombre en Adeje, pero allí había poco que rapiñar, por lo
costearon hasta Garachico, entonces importante puerto, pero al que no atacaron.
De modo que aproaron al noroeste y de pronto se presentaron ante Santa Cruz de la Palma.
Ya sabemos que
Santa Cruz era una ciudad rica, en la que vivían numerosos comerciantes
genoveses, portugueses y franceses y que por su puerto se exportaban
importantes cantidades de vino y azúcar. Pero también dije hace un rato
que en aquellos momentos se encontraba bastante desprotegida, pues la única
defensa con que contaba era la torre de San Miguel. Aquel verano de 1553 era
Gobernador de Tenerife y La
Palma Juan Ruiz de Miranda, quien había delegado su cargo en
ésta última en un licenciado apellidado Arguijo.
Y el 21 de
julio la amenaza se hizo realidad. La potente flota francesa, reforzada además
con la carraca capturada a los genoveses, abrió fuego contra la ciudad, y los
palmeros, convocados por el Cabildo (recordemos que aún no se habían creado en
la isla las unidades de Milicias) acudieron al punto en que les parecía más
lógico se produjera el desembarco: el pequeño puerto. En su fuero interno
confiaban en que los franceses se conformaran con llevarse algunos de los
barcos que estaban fondeados en la rada -entre ellos varios de los genoveses
cargados de azúcar que habían conseguido evadirse días antes- pero la sorpresa
fue total cuando vieron que numerosas lanchas de desembarco se dirigían hacia
la playa del barrio del Cabo, al nordeste de la población. Aquellos primeros
movimientos y los posteriores en la ciudad, hicieron presumir que los franceses
contaban con un conocedor del terreno, y más tarde se confirmaría que,
efectivamente, los dirigía un comerciante de su misma nacionalidad que había
residido en Santa Cruz hacía varios años.
Pusieron pie en
tierra 500 hombres (300 armados con arcabuces y 200 con picas), bajo el mando
del ya citado Jacques Sores, pues Le Clerc permaneció a bordo. La defensa
prácticamente no existió, pues poco podían hacer los palmeros, mal armados,
desordenados y sin quien los dirigiera, ya que el Teniente de Gobernador, el
licenciado Arguijo, había huido hacia Tazacorte. En apenas una hora la ciudad
cambió de propietario; se produjo la evacuación de la población, pero sólo fue
parcial, pues muchas personas fueron apresadas por los franceses,
Sores, hugonote
furibundo, acérrimo enemigo de todo lo católico, vomitó su odio empezando por
saquear la Iglesia
del Salvador y el resto de conventos, iglesias y ermitas, a los que siguieron
las Casas Consistoriales, la del Adelantado, el Archivo y muchas casas de
particulares que, registradas una a una, fueron meticulosamente expoliadas de
cuantos objetos de valor existían en ellas. El coste de lo robado ascendió a
centenares de miles de ducados.
Mientras tanto,
en Tazacorte, el indeciso Arguijo pedía ayuda a Tenerife y no se atrevía a
contraatacar, pese a contar con más de 1.000 hombres dispuestos a ello; por el
contrario, ordenó que se dispersaran en tanto no se pagara el rescate que
pedían los franceses por la familia y criados del Regidor Sancho de Estopiñán,
pues temía que si se realizaba el ataque, correría peligro la vida de esas
personas.
El 30 de julio,
cuando ya no quedaba prácticamente nada que robar, Sores parece ser que dio la
orden de reembarcar; la chusma continuó la destrucción, debiendo destacarse la
pérdida de toda la documentación municipal y notarial. Fue entonces (unos dicen
que es historia, otros que sólo leyenda) cuando un numeroso grupo de habitantes
de Garafía, capitaneados por un vecino llamado Baltasar Martín, comenzó a
hostigar a los franceses, acelerando su repliegue. El 1 de agosto, Baltasar
moría como consecuencia de un ladrillazo que le propinó un fraile al
confundirlo con uno de los invasores; ese mismo día, los franceses levaban
anclas y ponían rumbo a San Sebastián de la Gomera.
Allí, alertados
por lo sucedido en La Palma,
les esperaban preparados y se aprestaron con valor a la defensa; y no faltó
tampoco el acierto, pues unos de los primeros disparos de cañón hechos desde
tierra alcanzó la nave de “Pie de Palo”, lo que hizo que los franceses se lo
pensaran mejor y arrumbaran hacia la
Punta de Teno, en Tenerife, y, tras pasar otra vez frente a
Garachico, sin atacarlo de nuevo, se dirigieron de regreso a su país. François
Le Clerc contó tales "bolas" de su periplo por Canarias, que el rey
de Francia mandó pregonar que las islas de La Palma y Lanzarote eran propiedad del tristemente
famoso pirata. Dos años más tarde, ya en 1555, empezó a preparar otra
flota para volver a atacar el Archipiélago, pero los desacuerdos con Sores y
otros subordinados hicieron que, a Dios gracias, el proyecto fracasara. Y ya no
lo vimos más por aquí, pero lo malo fue que a los otros sí. (Emilio
Abad Ripio, 2007).
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