jueves, 5 de diciembre de 2013

CAPÍTULO XL-VIII



. EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1791-1800 

CAPÍTULO XL-VIII



Viene de la página anterior.

Eduardo Pedro García Rodríguez
En la plana mayor ubicada en el  castillo de San Cristóbal reinaba un total desconcierto, como consecuencia de la falta de noticias sobre el desarrollo de las operaciones que se venían efectuando tanto a  la derecha como a la izquierda de la línea, pues la presencia de Troubridge en la plaza principal y la de Samuel Hood en las inmediaciones del barranco de Santos había cortado las comunicaciones con la fortaleza.
            El desasosiego creado en la plana mayor por la falta de comunicados de la línea defensiva, lo hizo cesar el teniente Don Vicente Siera – uno de los pocos militares españoles de la guarnición que supieron estar a la altura de las circunstancias -.
Destinado éste a las ordenes del comandante general, en la madrugad del 25 de Julio salió de San Cristóbal después del ataque al muelle, para comunicar a las partidas del batallón de  La Habana y Cuba, al batallón de Canarias y a las milicias de La Laguna que se reuniesen en la plaza  principal cuando considerasen que ya no era necesaria su presencia en los puntos que ocupaban (¿?). No entendemos que este tipo de ordenes pueda cursarse en plena refriega, a las tropas que estaban en la defensa de los puntos álgidos por donde estaba desembarcando el enemigo, a no ser que el comandante general  y su estado mayor dando por perdida la plaza, quisiesen concentrar las tropas que quedasen, frente al rastrillo del castillo, para una mejor defensa de éste y sobre todo de sus ocupantes.
Según algunos historiadores, en cumplimiento de la orden anteriormente reseñada Siera, se halló en lo más vivo de la acción de las carnicerías, en el ataque a Hood dado por el batallón de Canarias, en el cual, con el “auxilio” de once hombres de dicho batallón, hizo (¿el sólo?) al enemigo cuatro prisioneros, y como luego les persiguió en su retirada, aún le capturó un hombre más. Con los cinco prisioneros se presentó en el rastrillo del cuartel general, y dejado a los cinco británicos al cuidado de los defensores, pasó a inspeccionar el muelle encontrándolo abandonado y con la artillería clavada. Cuando Siera llegó a San Cristóbal, dio cuenta a la plana mayor presidida por el general Gutiérrez de sus gestiones,  y como les hizo presente que el batallón de Cazadores estaba intacto, lo mismo que el Regimiento de Milicias, y todas las baterías en perfecto estado, a excepción de la del muelle, se calmó la “intranquilidad” que en el mando había producido la falta de noticias. Aunque no queda claro como pudo afirmar que todas las baterías estaban en perfecto estado, si la inspección que se le supone que hizo fue en la zona comprendida entre el muelle y el barrio del Cabo.

            El comandante general Gutiérrez, deseando juzgar por sí mismo el estado de las cosas, decidió hacer una salida al muelle con ánimo de inspeccionar la artillería que había sido abandonada por el jefe de la misma Don Francisco Dugy, sabiendo que estaba desierto según le había informado Siera. La presencia de tantos cuerpos ingleses mutilados y destrozados por la metralla de los cañones y fusilería, y la alfombra de sangre que cubría el empedrado suelo debió afectar en sobremanera la sensibilidad del teniente general. La  visión debió causarle una fuerte impresión, y como consecuencia de la misma sufrió un  desvaído” teniendo que ser asistido por dos  de sus oficiales para, apoyado en los hombros de éstos, regresar a la seguridad del fuerte.
.           Mientras se desarrollaban estos hechos en las proximidades del muelle, el capitán Troubridge, desistió de asaltar el castillo de San Cristóbal tras haber perdido las escalas y demás instrumentos de asalto, en el desastre sufrido por las lanchas. Ante la imposibilidad de que las tropas de Hood y Miller se concentrasen con las suyas en la plaza tal como estaba previsto, decidió reunirse con éstos en el convento de Santo Domingo
.           Al amanecer, el batallón de infantería de Canarias, cumpliendo las órdenes recibidas, llegaba a la plaza principal y se establecía en la explanada del muelle y del fuerte de San Cristóbal. Esta maniobra denota un desmesurado interés por  parte de la plana mayor en rodear al fuerte de un importante cinturón de tropas, además de las que ya estaban de guarnición, con el pretexto de que era en previsión de un nuevo de desembarco de los ingleses  por el muelle. El regimiento de milicias de La Laguna, siguiendo las instrucciones del mando se dirigió al mismo sitio que el batallón de Canarias, con lo que quedó desguarnecida la línea sur de la plaza. Formaron dos columnas: una, que marchó directamente, y la otra que lo hizo por la parte superior de la población para cortar una supuesta retirada  del enemigo y poder tenerlo entre dos fuegos.
 Cuando estas fuerzas entraban en la plazuela de Santo Domingo, recibió una descarga de las tropas inglesas que causó varias bajas entre ellas la del teniente coronel Don Juan Bautista de Ayala que resultó muerto en el acto, haciendo los británicos varios prisioneros entre los milicianos.
Las milicias canarias reaccionaron de inmediato, y cargando contra los ingleses les obligaron a replegarse dentro del convento, desde cuyas ventanas continuaron haciendo fuego; deseando Troubridge conseguir la rendición de la plaza a pesar de su difícil situación, decidió hacer un último intento de intimidación. Con tal propósito se desplaza  al castillo de San Cristóbal el capitán Miller acompañado de Hood y algunos soldados  enarbolando bandera blanca. Una vez en presencia de la plana mayor en la fortaleza, Hood solicitó la entrega inmediata de la plaza amenazando con incendiarla en caso contrario, el general Gutiérrez, por entonces ya bien informado de la situación real de ambas fuerzas respondió al emisario que, <<aún tenía pólvora, balas, y gentes para proseguir la lucha,>> sin que en esta ocasión retuviese en el fuerte a los emisarios como había hecho anteriormente con el sargento.

             Como consecuencia de la respuesta del general se reanuda las hostilidades  con un fuego más vivo que antes, viéndose los ingleses rodeados por las milicias Canarias, y previendo ser asaltados, comenzaron a economizar las municiones de por sí ya bastante escasas, estando en esta cuita, el vigía que tenían apostado en la torre del convento lanzó un ¡hurra! Que alentó a los británicos. Troubridge subió a la torre-mirador para informarse de lo que ocurría, y sus ojos de marino habituados e escrudiñar en el mar, pronto divisaron hasta quince lanchas repletas de hombres que, separándose de la escuadra, se dirigían a tierra a todo bogar.
Nelson previendo que la gente desembarcada precisaba refuerzos, dispuso el envío de  una división formada por tropas de desembarco y marineros. Los vigías de los fuertes también divisaron la flotilla de lanchas enemigas, e inmediatamente todas las baterías enfilaron sus cañones por el raso de sus metales contra ella.
Los cañones de la batería del muelle, que habían sido desclavados por el teniente Don Francisco Grandi - según una versión, otra dice que fueron los franceses – destacaron por su precisión. Este artillero auxiliado por el condestable Don Manuel Troncos, en pocos minutos consiguen echar a pique dos de las lanchas de los asaltantes; el castillo de San Cristóbal hizo zozobrar a otra, como el fuego de la artillería sobre las lanchas era intenso y continuado, éstas se vieron obligadas a retornar al abrigo de la escuadra.
.           Al tener conocimiento el jefe de los invasores Toubridge, del fallido intento por parte de la flota de aportar los tan necesarios refuerzos en tropas y suministros, y  al no poder mantener las posiciones con una tropa cansada más que por los enfrentamientos con el enemigo, por los avatares sufridos en el desembarco, decidió replantearse la situación llegando a la conclusión de que debía parlamentar de nuevo con el comandante general
Por tercera vez remite al fuerte de San Cristóbal una embajada formada por el superior  Fray Carlos de Lugo y el maestro Juan de Iriarte, ambos del convento de la Consolación, estos religiosos acompañados por un oficial inglés, posiblemente el capitán Samuel Hood, quien impuesto por su jefe de las condiciones que debía ofertar a la plana mayor de la plaza, se presentó en el castillo insistiendo en las anteriores pretensiones de la entrega del navío de filipinas y de las arcas reales existentes en el puerto y en la capital, (La Laguna) con lo cual darían los ingleses por finalizada la contienda, de lo contrario no responderían de las consecuencias. Escuchada la propuesta por la plana mayor, el general Gutiérrez dio la misma repuesta que la vez anterior, con lo cual el oficial inglés se volvió a Santo Domingo, sin los dos frailes, pues éstos a pesar de que habían ofrecido voluntariamente como mediadores, prefirieron quedarse al resguardo del castillo antes que regresar con la comunidad de la que eran responsables
.           Cuando el parlamentario llegó al convento, la lucha se reanudó pero ya con menor resistencia por parte de los ingleses, pues había aumentado el número de los milicianos con algunas partidas que habían estado “perdidas” hasta entonces, en este enfrentamiento cayó muerto de un balazo en el pecho el subteniente Don Rafael Hernández Bignoni
.
             La situación se hacía por momento insostenible para las fuerzas británicas  lo que motivó en el ánimo de los invasores el negociar una capitulación honrosa, a este fin se comisionó a Samuel Hood para que gestionara la misma ante la plana mayor. Convenidos los términos en que Hood debía exponer las bases para el armisticio, éste desplegó bandera blanca y, acompañado de unos milicianos que le cedió el teniente coronel Guinther, marchó al cuartel general de la plaza, en su recorrido al castillo de San Cristóbal, se encontró (casualmente) con el teniente de rey, con el mayor de la plaza y con el coronel Creag. “Enterados” éstos de la misión de Hood le vendaron los ojos, y todos juntos, a tambor batiente entraron por el rastrillo en el castillo principal.
Reunida la plana mayor y el capitán, trataron durante largo tiempo sobre las condiciones deseadas para poner fin a la beligerancia. Hood intentó por última vez imponer la tesis de la rendición de la plaza, pero con menos arrogancia que en las ocasiones anteriores. Después de una seria y prolongada discusión, ambas partes llegaron a un acuerdo para el cese de las hostilidades plasmado en el acuerdo siguiente: “Santa Cruz, 25 de Julio de 1797. Las tropas de S.M. Británica serán embarcadas con todas sus armas y llevarán sus botes, si se han salvado, franqueándoles los demás necesarios; en esta consideración se obligan por su parte a no molestar el pueblo los navíos de la escuadra británica que están delante de él ni a ninguna de las Islas Canarias, y los prisioneros se devolverán de ambas partes. Dado bajo mi firma y sobre mi palabra de honor. Samuel Hood. Ratificado  por T. Troubridge, comandante de las tropas británicas. Don Antonio Gutiérrez, comandante general de las Islas Canarias
.           Con tan sastifáctorio arreglo se dio por concluido el conflicto, saliendo las tropas inglesas del convento de Santo Domingo con armas y bagajes en número de seiscientos setenta y cinco hombres. La columna entró en la plaza principal correctamente formada con banderas desplegadas y tambor batiente. A ambos lados de la plaza, las tropas Canarias debidamente formadas, presentaban armas a la columna inglesa que se retiraba hacía el muelle para su reembarque, dándose así por terminadas las hostilidades.
 Las secuelas dejadas en los actores Canarios del drama fueron de lo más variopinta, desde el mismo momento en que éste concluyó y hasta algunos meses después, hizo aflorar en la sociedad de Tenerife, todas las miserias humanas de que estaba revestida y, algún que otro, acto de grandeza.
.           Una de las cuestiones que más polémica suscitó giró en torno a la controvertida actuación del general Gutiérrez durante el conflicto, y la de algunos de sus subordinados. Los historiadores que se han ocupado del tema, no se han puesto de acuerdo sobre la actitud mostrada ante el enemigo por estos personajes durante los combates, algunos de los autores mantienen una postura empecinada en mostrarnos a un general súper héroe salvador de la patria Canaria (de una segunda invasión, en este caso inglesa), y de noble y alto pedigrí castellano, para otros, fue una persona de buen talante, aunque irresoluta, incapaz e incluso cobarde ante el enemigo. Quien fuera su jefe en la toma de las Malvinas don Juan Ignacio de Madariaga nos da la siguiente semblanza de don Antonio Gutiérrez: “Es hombre temible porque aparenta bondad, ingenuidad y hombría de bien, y en la trastienda es todo lo contrario”.
Nosotros no entramos en estas polémica, nos limitaremos a exponer los planteamientos de los diferentes autores, y que sea el posible lector quien saque sus propias conclusiones.
     
             Don José Díaz-llano Guigou,  en un artículo en otra parte mencionado nos relata la visión personal de un testigo de los hechos acaecidos en Santa Cruz, durante el asalto a la plaza. La información que nos aporta este autor, está extraída de una carta autógrafa que el ciudadano  Santacrucero Don Pedro Forstall, remite a un primo suyo residente en la isla de Gran Canaria. Este documento, inédito hasta su publicación por Sr. Días-llano en un periódico local, nos ofrece una serie de datos del máximo interés sobre algunos de personajes que participaron en la llamada gesta del 25 de Julio.
Lamentamos profundamente el que, el autor omita deliberadamente, los nombres de algunas personas que según se desprende del contexto, no tuvieron una actuación muy honrosa durante el asalto a la ciudad. Aunque respetamos los motivos que hayan inducido al Sr. Díaz-llano -al que estimamos y respetamos profundamente- a silenciar los nombres de éstos sujetos, deploramos el que nos haya proporcionado un documento de alguna manera “mutilado” restándole así parte de la importancia histórica que indudablemente tiene.
Para una mejor inteligencia del lector entresacamos algunos párrafos de la trascripción que de dicho documento nos ofrece el autor: “...La carta está datada en “Santa Cruz, Agosto. 23 de 1797”, apareciendo en el margen derecho y con distinta caligrafía- que suponemos será la del receptor-
“ Repcibida 13 septiembre 97”, comenzando de esta manera:
“Querido primo: Con las de vuestra merced de 4 y 18 del corriente me entregó Domingo Marrero los cinco reales de plata de las tixeras”.
Continua comentándole temas propios de sus negocios y ocupaciones, pasando luego a decirle: “Veo las dudas que a vuestra merced le ocurren sobre lo acaecido en la función con los ingleses, y aunque en parte se habrán aclarado con las varias relaciones que posteriormente se habrán remitido a esa Ysla, diré lo que e podido comprender por informes de sujetos de verdad y de toda formalidad porque no de todos se puede fíar, y muchos o por no entenderlo exageran las cosas o lo hacen para alabarse de lo que no han executado. Espero que lo que escribo quedará reservado”.
“...La noche del 24 al 25, habría en la plaza, según me ha dicho el sargento mayor (suponemos que se refiere al teniente-coronel Don Marcelino Prat, que ocupaba por aquel entonces dicho cargo. N. de A.) que llevó el detalle de 1600 a 1800 hombres entre el batallón, milicias y rozaderas; los vecinos que no estaban empleados en la artillería eran pocos y desarmados, empleados los unos en cuidar de la provisión para la tropa que repartían por cuenta, y otros en rondar el pueblo...”
            Seguidamente describe cómo estaban distribuidos los hombres de la defensa y número de ellos en los diferentes lugares donde estaban apostados, para luego añadir de qué manera realizaron las tropas inglesas el desembarco, descripción de bastante interés, por diferir en parte de las versiones oficiales que son las que se conocen: “La idea era, en los ingleses, acometer por los dos lados del castillo principal y escalarlo, al paso que otra partida se debía dirigir a la plaza de la Pila, y tomar la casa del general que cryan en ella: al muelle no abordaron las lanchas que venían a él a excepción de una sóla, pues aunque esta circunstancia se niega, la percibió claramente Patricio Forstall que vió todo del balcón de mi casa, y otras cuatros vinieron a la playa entre San Pedro y el castillo porque el fuego del primero no las dexo parar en las escaleras: una lancha se metió por la caleta y boquete de la Aduana, cuya tripulación fue la única que se dirigió al rastrillo de donde la alejo el fuego vivísimo que hizo Lugo en la puerta y aspilleras del muro bajo que hay en donde antes estaba la estacada; las demás lanchas fueron unas al barranco de Santo Domingo, y otras más debajo de la Iglesia” Relata la huida de las tropas del muelle: añadiendo: “.todos fusileros y rozaderas huyeron quedando abandonado Lara que mandaba estas últimas cuando le hirieron...”. Habla del fuego cruzado de un cañón apostado en San Pedro y de otro de la esquina del castillo, añadiendo: “...También ayudó mucho un cañón en el flanco del castillo que barría toda la entrada del muelle y playa hasta San Pedro, y cuya tronera se abrió por insinuación de don Francisco Grandi (aquí hay una contradicción con lo que escribe el propio gobernador del castillo: “...D. Josef Monteverde había mandado colocar aquella misma noche en una nueva tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección a la inmediata playa...”, artillero provincial, que dirigió el fuego con mucha víveza y acierto. Se da por disculpa del retiro de las tropas del muelle que los cañonazos de metralla de San Pedro cayan sobre nuestra gente, y que el oficial que mandaba la artillería en su cabeza, cuando vio subir la gente de la lancha, que atracó en las escaleras, salió gritando que los ingleses eran dueños de los cañones, lo que hizo temer los volvieran contra la entrada...Los oficiales de estas milicias (que yo vi salir huyendo) fueron los que derramaron por el pueblo la voz de la muerte del general, toma del castillo, ecétera...”
 Sigue exponiendo la lucha sostenida cuando el desembarco inglés por el barranco de la iglesia y el de las otras lanchas por el barranco de Santo Domingo...hasta que:
“En la madrugada, cuando se divulgó la voz de estar los enemigos acorralados en Santo Domingo, sin municiones y pidiendo capitulación se presentaron muchos, y cuentan ahora hazañas, pero no engañan porque todos saben en donde estuvieron y cuando vinieron. El xefe y Compañías de La Cuesta se presentaron cuando las tropas nuestras estában formadas en la Plaza de la Pila para que desfilasen los ingleses
.           Relata los nombres de algunos oficiales fugitivos, que aquí y ahora vamos a omitir copiando lo que dice ese párrafo:
“Aunque los fugitivos no tienen disculpa porque dieron exemplo a sus soldados de huir sin esperar el peligro, no por eso se debe vituperar (a) los naturales, Román Lara y Jorva los son, lo era el Teniente Coronel Castro; los artilleros oficiales y soldados los más son de aquí y Grandi, que no es estrangero fue el que hizo algo de provecho con Eduardo en el castillo principal”.
Y finalmente entramos en el último párrafo aparte, que antecede al que despide la carta, que es precisamente en el que el señor Forstall vierte su opinión  sobre el comportamiento del general Gutiérrez en la noche del 24 al 25 de Julio de 1797: “Lo cierto es que, a juicio inteligente, todo lo debemos a la artillería, lo demás vino por sus pasos contados por que la tropa enemiga estaba atolondrada,  sin municiones y sin recursos. Aún así crea vuestra merced lo que dixe en mi anterior, hubo un mal momento a la primera intimación, y aún a la segunda, y sólo debimos nuestra conservación a dos oficiales de entereza que son Marqueli, y Siera, Teniente de la partida de Cuba, especialmente a este último que llegando de fuera con prisioneros habló al general con vigor (y aún con expresiones soldadescas) y le impuso del estado verdadero de las cosas. Ahora se dice todo lo contrario por los que entonces se inclinaban a rendirse, pero tiene cuenta hacerlo así. En el general más bien se notaba, porque en aquélla noche dio bastantes pruebas de intrepidez, aún en términos reprensibles para un xefe
.           Como se puede apreciar, el documento aportado por el señor Díaz-llano, viene a esclarecer una serie de incógnitas sobre el comportamiento observado durante los sucesos acaecidos en la madrugada del 24 al 25 de Julio, por algunos individuos que, tanto los cronistas oficiales como los oficialistas, se empeñan en presentarnos como salvadores de la Patria. En el transcurso de éstas páginas se irán  analizando (en lo viable) el proceder que  determinadas personas  tuvieron ante situaciones críticas durante el ataque.
Uno de los personajes más cuestionado, fue el teniente de rey, coronel Don Manuel de Salcedo, a quien se le atribuía  haberse encerrado en los sótanos del castillo durante la contienda. (Ver anexo documental, doc. Nº 1)
.           En la propuesta que Gutiérrez eleva  al ministro de la guerra en solicitud de recompensas, con fecha 3 de Agosto de 1797, inicia la lista solicitando para el teniente de rey Salcedo, el grado de Brigadier y el mismo grado solicita para Don Luis Marquelli, ingeniero en jefe y para el comandante del real cuerpo de artillería Don Marcelo Estranio.
En escrito de fecha 8 de Octubre, el ministro de la guerra Álvarez, responde al general y le manifiesta que <<... No conviene acceder a una casi general promoción como la que V.E. propone, y deseando S.M. abolir en parte el inconsiderado exceso con que hasta ahora se han propuesto para graduaciones del exercito de que ha resultado el grave perjuicio que se toca prácticamente que fuera los casos prevenidos en los artículos 17 18 del tra.º 2.º tit.º 17 de la ordenanza, e ínterin no se justifique con arreglo a ellos el merito señalado, es más conveniente aún a los mismos  interesados  darles una pensión en lugar de un grado>>.
En este mismo escrito el rey concede al coronel Creag una pensión anual de tres mil reales de vellón, sobre la encomienda del Esparragal en la Orden militar de Alcántara, vacante por la muerte del Marqués de Casa Cagigal – de triste memoria en Canarias – y al teniente Siera se le conceden 2.500. en cuanto a los demás propuestos para recompensa el ministro indica que,  <<reservándose su S.M. providenciar acerca de los demás en lo sucesivo, instruido que sea de los que hayan hecho algun mérito particular y distinguido...>>
.           Como se desprende de la repuesta del ministro de la guerra, los méritos de algunos   los militares propuestos para recompensas no estaban suficientemente justificados, y en todo caso, la propuesta de ascenso para el coronel Salcedo, no fue considerada.

              Por otra parte, la única salida del fuerte realizada por el coronel Salcedo, y que está documentada, fue la realizada en compañía del mayor de la plaza y del coronel Creag, para recibir en el barranquillo del Aceite, al capitán inglés Samuel Hood, cuando se dirigía a la fortaleza para pactar el armisticio. Es encomiable el esfuerzo desarrollado por el historiador don Antonio Romeu, en su empeño por presentarnos al teniente de rey  Salcedo en las acciones de las Carnicerías y barranco de Santos, (donde además le atribuye la captura de prisioneros), e incluso en los preparativos de asalto al convento de Santo Domingo, información obtenida de las cartas  que, en su descargo, éste remite al ministro de la guerra Sr. Álvares, cartas que fueron escritas tiempo después de que sucedieran los hechos, y que por otra parte, se limitan a dos, que pudo recabar de sus amigos y compañeros sin que, para este fin, obtuviera otras del resto de los jefes y oficiales de la guarnición. Es significativo el hecho de que, el coronel Salcedo no recabara el informe sobre su conducta durante los enfrentamientos con los ingleses, a su jefe inmediato el general Gutiérrez, a pesar de que éste le había propuesto para un ascenso en la relación remitida al ministro de la guerra en solicitud de recompensas.

Continúa en la pagina siguiente.

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