JOSÉ MARÍA FRANQUET
¿Por qué los ricos
son más ricos en los países pobres?
Falacia
o modernidad de la globalización económica
Prólogo
de Frederic Borràs i Pàmies
http://hansi.libroz.com.ar/libros/libros.php?L=franquet&boton=Buscar
ISBN: 84-689-3702-9
Nº Registro: 05/62282
2002
Edición
electrónica de 2005
A los jóvenes de hoy y, particularmente,
a mis hijos Josep Maria y Elisenda,
que ya están lidiando con este mundo globalizado.
- INDICE GENERAL -
PROLOGO
Algunos conceptos
previos
1. La idea
definitoria de la "globalización económica"
2. Homogeneización
normativa y estatuto empresarial
3. La panacea liberal
del comercio internacional
4. Algunas ideas de
J.M. Keynes
Las supuestas
bondades de la libertad de comercio
5. El origen político
del comercio internacional
6. Las fuentes del
movimiento librecambista
7. El fracaso de los
viejos y nuevos modelos
Las viejas teorías
de David Ricardo
8. Los modelos de las
ventajas absolutas y relativas
9. Las barreras
interpuestas al libre comercio internacional
10. La protección a
la agricultura
La paradoja
competitiva del modelo ricardiano
11. El pensamiento
económico de los clásicos
12. Las limitaciones
del comercio internacional
El gran desengaño
librecambista
13. La falacia de la
"solidaridad internacional"
14. El fomento del
fraude a escala mundial
15. El fracaso del
libre mercado global
16. Los problemas que
plantea el comercio internacional
17. La protesta
actual contra la libertad de comercio
Las instituciones
financieras internacionales
18. La ya lejana
experiencia de Bretton Woods
19. El rol pasado y
presente de estas instituciones
20. El futuro de
estas instituciones
21. La última ronda
de negociaciones comerciales internacionales
Internacionalización
y tradición liberal
Las empresas
multinacionales y el comercio internacional
22. Los efectos discutibles
de la multinacionalización
23. Los costes
medioambientales
Las naciones del
mundo ante el nuevo orden
24. La situación de
los diferentes países
25. El caso singular
del Japón
La globalización y
el euro
26. La desaparición
del control del tipo de cambio
27. ¿Un futuro más
optimista para el euro?
La tasa Tobin.
¿Una incipiente solución para el futuro?
28. Definición y
objetivos de la tasa
29. Las críticas de
los monetaristas o neocuantitativistas
30. El futuro de la
aplicación de la tasa
Un ejemplo relevante:
la situación de los frutos secos españoles ante el comercio mundial
EPÍLOGO
BIBLIOGRAFÍA Y
FONDOS DOCUMENTALES
PROLOGO
Cuando me dispongo a
escribir estas líneas para introducir los siempre interesantes análisis y
propuestas de José Mª Franquet que, en este caso, están dedicados a la
problemática de la globalización económica, no puedo hacer otra cosa que alabar
su gran oportunidad al abordar este tema por su actualidad que, de hecho, no
hace más que demostrar su vital importancia.
Esta actualidad viene
marcada incluso con la sangre derramada por Carlo Giuliani en Génova, en la
cumbre del G-8 en el mes de Julio del 2001, y cuyas imágenes golpearon con
fuerza la sensibilidad de la opinión pública mundial, evidenciando la gravedad
de la problemática que la globalización plantea. Ante el temor a nuevos
disturbios en la cumbre de la FAO
(el fondo de la ONU
para la Agricultura
y la Alimentación),
que debía reunir a representantes de 185 países en Roma del 5 al 7 de noviembre
del 2001, el Gobierno italiano estaba evaluando si aceptaba albergarla o no. El
primer ministro, Silvio Berlusconi, reconoció que era partidario de trasladarla
a otro lugar y apuntó la posibilidad de un país africano. Sin embargo, hay que
señalar que el ministro italiano de Justicia opinaba que "si cedemos al
chantaje, debemos recordar que los chantajistas jamás se van a contentar".
En pleno mes de agosto
del 2001, la prensa mundial presentaba grandes titulares que decían, por
ejemplo, que "Washington teme a los antiglobalizadores", informando a
continuación de que el FMI y el Banco Mundial acortan drásticamente su sesión
anual por motivos de seguridad, confirmando así los estragos que están causando
los grupos que se oponen a la globalización. Pero sabemos que no hace falta ir tan
lejos, porque este mismo verano he sido testigo de las importantes
manifestaciones que se han producido en Barcelona y también se canceló la
reunión del Banco Mundial que debía tener lugar en esta ciudad. Pero, ¿qué es
esto de la globalización, que levanta tantas protestas y enfrentamientos?.
En palabras del
profesor catalán de la
Universidad de Columbia Xavier Sala, la globalización
consiste en que circulen libremente por todo el mundo cinco cosas, las mismas
para todos: información, mercancías, capitales, tecnologías y personas. La
globalización es, en definitiva, la nueva fase del desarrollo capitalista que
llamamos "el sistema capitalista globalizado de libre mercado".
Es importante, en este
punto, citar también a Susan George, cuyo Informe Lugano -al cual también se
refiere el autor del libro- ha tenido una gran difusión, demostración de la
preocupación e interés existente en nuestra sociedad por estos temas, que dice
que "el capitalismo no es el estado natural de la humanidad; por el
contrario, es un producto del ingenio humano acumulativo, una construcción
social y, como tal, quizá el invento colectivo más brillante de toda la
historia", para añadir más adelante que "la aspiración al bienestar
material, aquí y ahora, ha resultado ser más poderosa (por no decir más veraz)
que las promesas del comunismo o de la religión, que aplazan la gratificación a
un radiante futuro indeterminado o a la otra vida".
Pero como cualquier
obra humana, tampoco el capitalismo en su fase de globalización es perfecto,
siendo una de sus mayores deficiencias el hecho de que ha ensanchado las
diferencias y, por lo tanto, las desigualdades existentes tanto entre las
personas de un mismo país como entre diferentes grupos de países, concretamente
con el continente africano, cuya problemática consecuente de la inmigración
está causando graves quebraderos de cabeza a las autoridades de nuestro país,
así como plantea a la sociedad uno de los problemas más importantes de nuestros
días. De ello también se habla en el libro. La generación de una mayor
desigualdad es una consecuencia constante del progreso en cualquier orden, ya
que, al producirse, sus beneficios no pueden ser disfrutados por todos por
igual, y mucho menos al mismo tiempo.
El capitalismo está
basado en la libertad de mercado y en la no intervención para no entorpecer y
estorbar la acción de la "mano invisible" que conduce al desarrollo
económico, basándose en la competencia y en la iniciativa privada. Esta no
intervención dificulta las acciones correctoras de las diferencias,
desigualdades y discriminaciones que ocasiona. Pero es un hecho aceptado que
las economías desreguladas y competitivas, al mismo tiempo que benefician a
muchos, benefician sobre todo al sector superior. Ésta es una de las razones de
que, según se indica en el Informe Lugano antes citado, "los perdedores
son invariablemente desestabilizadores para el sistema imperante o dominante.
La protesta organizada o difusa contra las desigualdades debe ser tomada en
serio … y la gran paradoja es que, para que sea realmente libre el mercado,
necesita restricciones, pero lo difícil es ponernos de acuerdo en cuáles".
Por otra parte, cabe
también señalar que la naturaleza de la distribución de los ingresos es crucial
para el bienestar, a largo plazo, del sistema. Esto ya lo intuía Henry Ford
cuando pronunció aquella famosa frase: "paga a tus trabajadores lo
suficiente como para que puedan comprar tus coches".
Toda esta problemática
se ve acentuada por una serie de circunstancias nuevas:
- El crecimiento tan
importante, en los últimos años, de la población a nivel mundial, que ha hecho
que ésta se duplicara desde el año 1970, en que era de 3.000 millones, a los
6.000 con que hemos empezado el siglo XXI.. Este crecimiento es consecuencia,
en gran manera, de los avances en el campo de la medicina, que han propiciado,
por una parte, la disminución de la mortalidad infantil y, por la otra, el
alargamiento de la vida. En este sentido cabe recordar que la esperanza de vida
en España, a comienzos del siglo XX, superaba ligeramente los 40 años de edad,
mientras que al finalizar dicho siglo se estaba acercando a los 80 años.
- Gran aumento de la
producción: en la actualidad, el mundo produce, en menos de dos semanas, el
equivalente a la producción física del año 1900. La producción, en los últimos
tiempos, se ha duplicado cada 25 ó 30 años. El problema es la distribución de
esta riqueza generada y la necesidad de distinguir entre
"crecimiento" y "bienestar". Tampoco hay que desdeñar el
impacto que este importante crecimiento tiene en el entorno ecológico.
- Gran avance en el
campo de las tecnologías de la información y de la telecomunicación (TIC): La
capacidad de proceso y de comunicación han aumentado en gran medida, lo que ha
propiciado la globalización, al compartir la información existente en cualquier
parte del planeta y poder ofrecer cualquier producto en cualquier país. Es
quizás en los mercados financieros donde resulta más evidente su integración
global al haberse abolido, de hecho, las diferentes fronteras entre mercados que
antes estaban separados: actualmente, cualquier persona que actúe en los
mercados financieros no puede limitarse a observar un solo mercado, por
importante que sea, como Wall Street, sino que si quiere tener alguna
oportunidad de interpretar su evolución con éxito, no puede ignorar lo que pase
en Japón, Londres, etc. La última fase de esta nueva etapa, que será la del
comercio electrónico, justo acaba de empezar.
Y ya en el campo
tecnológico, también el verano del 2001 ha sido testigo del anuncio, por parte
de IBM, del descubrimiento de un nuevo chip 100.000 veces más pequeño que un
cabello humano. Este avance abre el camino para fabricar microprocesadores para
ordenadores mucho más pequeños que los actuales, que permitan construir
aparatos de menor tamaño, pero también más potentes y que consuman menos
energía. La información facilitada por los medios de comunicación indicaba que
este chip está elaborado a partir de nanotubos de carbono, es decir, moléculas
de este elemento de forma cilíndrica, que actúan como semiconductores. Según
los responsables de la citada empresa, estos nanotubos son los principales
candidatos a sustituir, en el futuro, a los chips de silicio actuales, que
están rozando ya el límite máximo de miniaturización.
En este sentido, es
importante constatar que, desde que en 1985 la empresa americana Intel lanzó su
microprocesador 386, el número de transistores introducidos dentro de un chip
de silicio se ha multiplicado por 152. Así pues, la industria informática ha
seguido, en las últimas décadas, una progresión constante en cuanto a la
capacidad de los chips, que, como anticipó Gordon Moore, uno de los fundadores
de Intel, se ha conseguido doblar cada 18 meses el número de semiconductores y
otros componentes dentro de un chip, habiéndose respetado esta progresión desde
el año 1965 hasta nuestros días.
Como notaba el
profesor Sala, al que he hecho antes referencia, la globalización no ha
eliminado lo local o regional sino que, en algunos casos, lo ha potenciado e
incluso, en otros, ha posibilitado su expansión. Si ponemos como ejemplo el
caso de la gastronomía, la globalización ha posibilitado que en Barcelona
podemos disfrutar actualmente de la cocina japonesa, de las típicas
hamburguesas americanas, de la cocina francesa o italiana o china, etc., además
de nuestra tradicional cocina catalana.
Como consecuencia de
la globalización, ahora cuando viajamos es difícil encontrar algo que comprar y
con lo que sorprender, con el ánimo de obsequiar a nuestros amigos o
familiares: la mayoría de las cosas que valen la pena ya están en algún
comercio de nuestra ciudad. Esto es lo que me pasó cuando -ilusionado- compré
una hamaca de vistosos colores en aquella ciudad del Amazonas que se llama
Iquitos, a la que no se puede acceder por carretera, sólo navegando por el
Amazonas o en avión. Pues bien, al cabo de unos días de llegar a Barcelona, y
por casualidad, vi en una tienda del Eixample -en la que vendían objetos
de decoración de la zona andina- una hamaca exactamente igual a aquella que tan
contento había transportado yo a lo largo de miles de kilómetros hasta mi casa.
Lo mismo pasa con los quesos o vinos franceses, los chocolates o bombones
belgas, el sake japonés, la ropa americana o inglesa, etc.
Y ya que hemos hablado
de Iquitos, viene a cuento recordar que, precisamente en esta ciudad y, aunque
se halla completamente rodeada por la tupida selva amazónica, encontramos allí
un ejemplo ilustrativo de las negativas consecuencias de la globalización que
esta ciudad sufrió ya a mediados del siglo XX cuando, por circunstancias de
mercado, se fue abandonando la producción del caucho en aquella zona, pues no
se podía competir con las producciones que estaban llegando al mercado desde
Asia. Se conservan en Iquitos casas y otras construcciones abandonadas que muestran
el esplendor de aquella época que ya pasó. Es un ejemplo más de los problemas
ocasionados por el fenómeno de la globalización, ya en aquellos tiempos.
Evidentemente que, con el tiempo y por los motivos antes mencionados, las
consecuencias, tanto negativas como positivas, se han ido acentuando hasta la
fecha.
Para centrarnos en
casos más actuales, haremos referencia al hecho de que Tanzania tuvo que
retirar el año pasado 40 millones de litros de su leche porque las estanterías
de sus tiendas estaban llenas de leche holandesa, más barata, subvencionada por
la Unión Europea.
Parece lógico que el camino a seguir fuera que no subvencionáramos la leche
europea para que compitiera con la de Tanzania y los habitantes de este país
consumieran su propia leche. Pero, de hecho, caemos en contradicciones más
flagrantes como los aranceles que Europa y Estados Unidos aplican sobre las
producciones de algunos países en desarrollo que dificultan que éstos puedan
ser competitivos y así desarrollar, por sus propios medios, sus economías.
Todas las ventajas de
la globalización no pueden compensar los grandes desequilibrios que ha
generado, que podrían, en última instancia, poner en peligro la propia
existencia del sistema. Un sistema que está basado en la libertad, pero que
necesita unas limitaciones. Lo difícil es ponernos de acuerdo en cuáles deben
ser dichas limitaciones, y son las diferentes opciones políticas las que nos
tienen que presentar las propuestas que -nosotros, los ciudadanos- podamos
votar para que se introduzcan estos elementos correctores al libre mercado, que
avanza a gran velocidad y un tanto desbocado.
La primera baza, en
este sentido, la ha empezado a jugar el primer ministro francés Lionel Jospin
que ha empezado a enfilar la carrera electoral para la presidencia de la
república proclamando la necesidad de la implantación de la tasa Tobin, para
ganarse el favor de la creciente influencia de los grupos antiglobalización.
Esta tasa, ideada por el Nobel de Economía del mismo nombre y a la que se
refiere extensamente este libro, prevé un gravamen del 0,1% sobre las
transacciones de divisas en los mercados de cambios. El objetivo perseguido con
esta tasa es el de frenar la especulación, además de que serviría para
financiar el desarrollo mundial. Jospin anunció esta propuesta al mismo tiempo
que decía que es absolutamente necesario que los estados, las organizaciones no
gubernamentales y los organismos internacionales establezcan los nuevos
términos de esta globalización.
También ha irrumpido
en la política catalana el debate de la globalización. Al hilo del interés que
este asunto suscita en la izquierda europea, formaciones políticas de
izquierdas se han sentido igualmente en la obligación de abordarlo.
Concretamente, el líder del PSC Pascual Maragall se ha dirigido ya al
presidente del Parlament de Catalunya para que la cámara catalana canalice el
debate sobre la violencia ligada a las protestas antiglobalización. Maragall
parte de la base de que, si no se alcanza un acuerdo tácito entre la sociedad
en general, sus representantes institucionales y los sectores
antiglobalización, el enfrentamiento será inevitable. Según el presidente de
los socialistas catalanes, cuando las partes se radicalizan, la violencia se
vuelve más atractiva, tanto para los jóvenes antiglobalización como para los
defensores de la globalización, entendida ésta como un fenómeno desregulador,
ultraliberal y sin control democrático.
Esta violencia tomó su
forma más cruel en el atentado a las torres gemelas del 11 de septiembre de
2001. Cuando millones de personas de todo el mundo estábamos mirando la
televisión tratando de entender la tragedia que, aunque estábamos viendo en
directo no acabábamos de creer, a parte de otras motivaciones políticas, se
estaba produciendo una reacción contra este proceso de globalización por parte
de un grupo que quiere mantenerse cerrado, aislado e impenetrable a este
fenómeno, tratando de preservar, por todos los medios, sus propias
peculiaridades, por lo que renuncia a participar en este proceso.
Estoy seguro que las
reflexiones efectuadas, en este sentido, por José Mª Franquet en el libro que
presentamos, nos servirán no sólo para entender mejor por dónde vamos y los
peligros que nos acechan, sino que además nos darán las claves para vislumbrar
algunas de las soluciones que tanto se necesitan, todo ello apoyado tanto en
sus conocimientos técnicos como en el pragmatismo político que, a lo largo de
su carrera, ha demostrado sobradamente.
Frederic Borrás i
Pamies (*)
(*) Dr. en Ciencias
Económicas y Empresariales. MBA.
Profesor de la Universidad de
Barcelona.
Socio Director de
KPMG.
Presidente del Col.legi
de Censors Jurats de Comptes de Catalunya y del Arc Méditerranéen des
Auditeurs.
Algunos conceptos
previos
1. La idea
definitoria de la "globalización económica"
En los últimos
tiempos, el debate sobre la "internacionalización de la economía" o,
más propiamente, acerca de la "globalización económica" se ha
adueñado de los grandes foros de discusión, así como -mediante sonoras
protestas de grupos dispares y heterogéneos- de muchas calles y plazas de las
ciudades donde se reúnen, periódicamente, los responsables financieros del
orden mundial. En realidad, dichas manifestaciones pueden ser frutos amargos
del desengaño que han provocado, en el Primer Mundo, los partidos políticos,
probablemente cada vez más anquilosados y burocratizados. En menos de tres
años, los actos de protesta sobre situaciones diversas (exigencia de protección
y seguridad en el trabajo, higiene pública, igualdad de condiciones laborales
para la mujer, protección a las minorías étnicas y al medio ambiente, supresión
de barreras arquitectónicas para minusválidos, erradicación del analfabetismo)
configuran un largo rosario de incidentes, con grandes daños materiales y
alguna víctima mortal (por ejemplo el joven Carlo Giuliani, de 23 años, a manos
de un carabinero siciliano de 20 años, en la ciudad italiana de Génova).
También se han organizado tumultuosas manifestaciones con ocasión de las
cumbres de los representantes de los Estados más poderosos del planeta, como es
el caso de las reuniones del denominado G-8 (formado por los Estados Unidos,
Japón, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Rusia) o incluso de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE). Como, sin duda, recordarán nuestros lectores, en
la ya larga agenda de movilizaciones contra la globalización económica se ha
producido una variopinta representación geográfica: Seattle (la primera),
Washington, Praga, Melbourne, Porto Alegre, Okinawa, Niza, Davos, Quebec,
Göteborg y Barcelona (ésta última resultó abortada).
Esa resistencia hacia
lo que se considera la última manifestación del sistema capitalista, halla su
máximo fundamento en las crecientes desigualdades y la pobreza imperante en
extensas capas de la población mundial , así como en la intención de suplir el
vacío sociopolítico existente entre la sociedad civil y los organismos de poder
transnacional, intentando llevar a efecto una acción democrática de
transformación social que sea más próxima a los intereses de la mayoría de la
población. Lo cierto es que en nombre de la eficiencia económica (la eficacia
al menor coste) se legitiman muchos atentados que potencian la explotación
humana y, sobre todo, la infantil. Bajo el paraguas protector del libre mercado
se entorpece la verdadera competencia, se fomenta la explotación comercial y se
explotan hasta su agotamiento ciertos recursos naturales, poniendo en peligro
la sostenibilidad del planeta (veamos, en este sentido, que las naciones más
contaminantes son precisamente las más reacias a limitar sus emisiones tóxicas
y también las más convencidas defensoras de la globalización económica).
Contrariamente, no parece haber límites para los negocios especulativos ni para
el lock out o cierre de empresas, mientras que se agravan los problemas
de desempleo y se acrecientan los beneficios fáciles obtenidos en los mercados
financieros.
Por otra parte, su
trascendencia para nuestro país, muy particularmente en el comercio de los
productos agrícolas, no resulta en absoluto desdeñable. En estos productos de
primera necesidad, así como en otros industriales, algunos grandes países
exportadores basan su fuerte competitividad en los bajos costos de los inputs
del proceso productivo, el bajo esfuerzo fiscal, el escaso respeto
medioambiental, la inexistente necesidad de riego y, sobre todo, en los exiguos
niveles salariales de sus trabajadores.
Respecto a la idea de
"globalidad", lo primero que sorprende es su ambigüedad. Se tiene de
ella la imagen de un proceso nacido al calor de la actual corriente
liberalizadora o bien, a las puertas del siglo XXI, de una nueva fase del
capitalismo, la más salvaje, como dirían algunos. Otras veces puede pensarse
que se trata de una dinámica constante en el tiempo e inscrita en un largo proceso
de acontecimientos históricos y que, por ejemplo, el mayor proceso de
globalización conocido tuvo lugar en el siglo XVI, siendo liderado justamente
por el Imperio español . Si se consulta la amplia bibliografía existente sobre
la "economía global", llama poderosamente la atención la ausencia de
una definición rigurosa de este concepto etéreo que inunda, para bien o para
mal, todo nuestro planeta en sus más importantes escenarios económicos. Sólo se
encontrarán, al respecto, detalladas descripciones de un conjunto prolijo de
rasgos del actual sistema económico mundial. Parece como si se esperara que, a
partir de estas descripciones, el lector se forme subjetivamente, por sí mismo,
alguna idea más o menos certera de lo que pueda ser una "economía global".
Según Federico García
Morales, en muchos casos el concepto de "Globalización" parte
afirmándose como una realidad novísima que habría venido a imponerse a toda
otra realidad, realizando sobre éstas una operación omnívora. A partir de su
trabajo digestivo, sólo queda "la Globalización". La economía, las sociedades,
los sistemas políticos, la cultura sólo podrán proseguir en adelante como
campos sometidos a ella. En este planteamiento se hace notar la influencia de
corrientes como el postmodernismo, con su anhelo de "presencia" y su
doctrina epistemológica del "borrón y cuenta nueva". Una vez
establecida la "Globalización", ésta ya no necesita justificarse: es,
en sí misma, la justificación de todo lo que llegue a ocurrir.
Afirma el mismo autor
en "Los límites de la globalización", que la inflación globalizante
del capital tenía también otros soportes que se revelarían pasajeros, a saber:
1. El crecimiento del
ahorro y de la inversión en zonas periféricas y su posterior canibalización por
el capital transnacional.
2. La recuperación de
Europa y de Japón.
3. El desarrollo de
las economías-burbuja (el propio Japón, el Sudeste Asiático).
4. La fase final de la Guerra Fría que siguió
a la segunda guerra mundial, con su intensa carrera armamentista, que catapultó
a los EEUU a su situación hegemónica en la postguerra fría.
5. Las ventajas
obtenidas por los nuevos centros imperiales en el despojo de las zonas
coloniales nuevas y viejas (Medio Oriente, Asia Central, África, América
Latina).
6. La expansión de las
nuevas tecnologías (informática y biotecnología molecular).
7. La explotación
irrestricta y acelerada de los recursos naturales.
8. Las reformas en los
corredores alimenticios.
9. La plena
mercantilización del consumo de masas y su creciente concentración.
10. La acelerada
concentración del capital industrial y del capital financiero, tanto en los
centros como en las periferias.
11. La hegemonía
transnacional a lo largo de todo lo que conlleva este proceso.
12. La creación de
amplios aparatos supranacionales de vigilancia del comportamiento económico y
financiero.
Pero si seguimos
avanzando en el trabajo de la inteligibilidad de un concepto muy amplio y
complejo que no termina de revelar por completo sus ambigüedades, y poniendo de
manifiesto el hecho de que, sobre todo, se trata -como su propio nombre indica-
de una construcción de relaciones globales que convocan a diversos lineamientos
de la acción social, hasta el punto que en la elaboración del concepto hay algo
de politético -de construcción de muchos significados que alternan su presencia
en la descripción del objeto- veremos que el uso cada vez más extenso del
término lo llega a ubicar en el nivel de los paradigmas kuhnianos.
En este campo, muy
pronto las definiciones se ven como insuficientes y ceden el paso a
caracterizaciones en donde se distingue entre aquellos que muy
habermasianamente , si es que no metafísicamente, insisten en realzar la
entrada en operaciones de las novísimas redes comunicativas, y otro sector que
se preocupa básicamente por destacar el valor determinante de las redes
productivas, financieras y de consumo, de tal modo que la
"globalización" quede señalada históricamente como un momento
determinado del desarrollo capitalista. En esta última tendencia, la "globalización"
viene a ser como una temática de "la economía mundial", hasta el
punto de que las crisis económicas mundiales pueden ser descritas como
"crisis de la globalización".
Unidos al primer
sector están quienes aceptan, como efecto inmediato, una globalización que genera
una gigantesca transformación política, que suprime al marco nacional y estatal
de las economías, mientras en el segundo sector quedan ubicados los que miran
con más calma la relación existente entre la clase empresarial y los estados
nacionales. "...La globalización ha beneficiado a algunos y ha marginado a
los más... Como la fuerza dominante que es en la última década del siglo XX, la
globalización ha dado forma a una nueva era en la interacción entre naciones,
economías y pueblos. Pero también ha fragmentado los procesos productivos, los
mercados de trabajo, las entidades políticas y las sociedades". El estudio
agrega que las ventajas y la competencia de los mercados globales sólo podrán
asegurarse si la globalización cobra "un rostro humano". "Tanto tiempo
como la globalización sea dominada por los aspectos económicos y por la
expansión de los mercados, estará limitando el desarrollo
humano...necesitaremos una nueva aproximación de los gobiernos, una que
preserve las ventajas ofrecidas por los mercados globales y la competencia,
pero que permita, al mismo tiempo, que los recursos humanos, comunitarios y
ambientales, aseguren que la globalización trabaja para los pueblos y no para
las ganancias".
Pablo González
Casanova, dice, por ejemplo: ..."Tenemos que pensar que la globalización
es un proceso de dominación y apropiación del mundo. La dominación de estados y
mercados, de sociedades y pueblos, se ejerce en términos político-militares,
financiero-tecnológicos y socio-culturales. La apropiación de los recursos
naturales, la apropiación de las riquezas y la apropiación del excedente
producido se realizan -desde la segunda mitad del siglo XX- de una manera
especial, en que el desarrollo tecnológico y científico más avanzado se combina
con formas muy antiguas, incluso de origen animal, de depredación, reparto y
parasitismo, que hoy aparecen como fenómenos de privatización,
desnacionalización, desregulación, con transferencias, subsidios, exenciones,
concesiones, y su revés, hecho de privaciones, marginaciones, exclusiones,
depauperaciones que facilitan procesos macrosociales de explotación de
trabajadores y artesanos, hombres y mujeres, niños y niñas. La globalización se
entiende de una manera superficial, es decir, engañosa, si no se le vincula a
los procesos de dominación y de apropiación" .
Un libro que aporta
mucho al nuevo trabajo definitorio que estamos intentando es el de John
Saxe-Fernández . En los artículos allí reunidos, se destaca una visión
de la globalización como "una dimensión del proceso multisecular del
capitalismo desde sus orígenes mercantiles, en algunas ciudades de Europa en
los siglos XIV y XV". Y se le ve vinculado a un amplio conjunto de
factores económicos y sociales, que se lleva, como es muy visible, actualmente
dentro del marco de las economías capitalistas. O más precisamente, en el marco
de la dominación imperialista. Es pues, un fenómeno histórico; no ahistórico
como pretenden sus apologistas, que embriagan la globalización y la inflan en
paradigma de esta época. Y aquellas definiciones que no la vinculan con el
desarrollo capitalista vienen a ser sólo una mistificación y pueden ser
entonces analizadas, como señala el propio Saxe-Fernández, "solamente en
el marco de la sociología del conocimiento", o sea, en el contexto de la
consideración de la globalización como ideología.
Otro aspecto
importante de anotar, es que la globalización tiene también un matiz
ofensivo/defensivo. Es un proceso que más que unir, divide, y
geoestratégicamente viene a depositarse sobre una desgarrada lucha por superar
una profunda crisis que se viene arrastrando, durante la última década, en
medio de una competencia cada vez más feroz por el reparto de las ganancias y
de los territorios. La globalización de tal suerte concebida oculta
posibilidades agravadas de conflictos mayores. En este sentido, no es en
absoluto portadora de mensajes de paz, de democracia ni de progreso. Esto se
puede ver en los capítulos 2 ("Seis ideas falsas sobre la
globalización", de Carlos Vilas) y 4 ("La Próxima Guerra
Mundial: ciclos y tendencias del sistema mundial", de Christopher
Chase-Dunn y Bruce Podohink). Pero también se puede observar tal negatividad
simplemente alzando la vista hacia el nuevo escenario internacional.
Se detecta, así mismo,
otro rasgo o característica de singular interés: fatalmente, la
"globalidad" o la "internacionalización" de la economía (o
la "americanización", en acertada expresión de Ben Jelloun), suele
ser considerada, explícita o implícitamente, como un "hecho probado o
axiomático", algo que está ahí y que debe tratarse per se et
essentialiter como surgida de las "fuerzas imparables del
destino", concepción que enlaza francamente bien con la "mano
invisible del Hacedor" de la doctrina económica ortodoxa. Casi nadie se
detiene a indagar acerca de las causas explicativas de esta situación. Actitud
ésta que de algún modo podría ser disculpable, ya que el objetivo práctico es
describir de la manera más sencilla posible esa situación, para que el
empresario o el político deduzcan la estrategia que deben seguir al objeto de
mantener el éxito en su negocio o en su gestión pública .
Un planteamiento
curioso debido a Nicola Matteucci, proveniente del Diccionario de Política
que coordinara con Norberto Bobbio, propone la siguiente tesis:
"El camino hacia
una colaboración internacional cada vez más estrecha ha comenzado a corroer los
tradicionales poderes de los Estados soberanos. Influyen mayormente en ello las
llamadas comunidades supranacionales, que intentan limitar fuertemente
la soberanía interior y exterior de los Estados miembros; las autoridades supranacionales
tienen la posibilidad de asegurar y afirmar, por medio de Cortes de justicia
adecuadas, la manera en que su derecho supranacional debe ser aplicado
por los Estados a casos concretos: ha desaparecido el poder de imponer
impuestos y comienza a ser limitado el de acuñar moneda. Las nuevas formas de
alianzas militares sustraen a los Estados individuales la disponibilidad de una
parte de sus fuerzas armadas, o bien determinan una soberanía limitada
de las potencias menores frente a las hegemónicas. Pero hay también nuevos
espacios, ya no controlados por el Estado soberano: el mercado mundial ha
permitido la formación de empresas multinacionales que tienen un poder de
decisión no sujeto prácticamente a nadie y que se hallan libres de cualquier
control…".
"Los nuevos
medios de comunicación de masas han permitido la formación de una opinión
pública mundial que ejerce, a veces con éxito, su propia presión para que un
Estado acepte, lo quiera o no, negociar la paz o ejerza el poder de conceder la
gracia, que en un tiempo era absoluto e inaveriguable…"
"La plenitud del
poder estatal está en decadencia. Con esto, sin embargo, no desaparece el
poder; desaparece solamente una determinada forma de organización del poder,
que tuvo su punto álgido de fuerza en el concepto político-jurídico de
soberanía."
Esta tesis fue escrita
en 1976, mucho antes de que se generalizara el uso del término
"globalización". Desde 1976 hasta nuestros días varios de los
fenómenos señalados por Matteucci se han extendido, profundizado o
intensificado, con el agravante de que frente al mayor poder económico y
militar conformado en la historia -los Estados Unidos de América del Norte-
desapareció el sistema soviético con la caída del muro de Berlín acontecida en
1989, mientras que los territorios y los pueblos que conformaban tal extinto
sistema se hallan hoy en un muy penoso proceso de incorporación a la
"aldea global", como la llamara Marshall McLuhan.
El término globalización
fue propuesto por Theodore Levitt en 1983 para designar una convergencia de los
mercados del mundo. "En todas partes se vende la misma cosa y de la misma
forma", escribió Levitt. Dicho de forma tan absoluta, este aserto se me
antoja irreal. El tipo de convergencia referido existe y es significativo.
Socialmente puede ser referido a una gran parte de los productos que consumen
los sectores de ingresos medios del mundo. En alguna medida, ocurre también con
los sectores de altos ingresos. Los mercados de bienes de capital, en cambio,
se hallan bastante segmentados y, desde luego, los inmensos espacios sociales
ocupados por los sectores pobres del todavía llamado "Tercer Mundo",
son casi enteramente mercados locales. Esta realidad significa que sólo una
fracción de la demanda se globaliza .
2. Homogeneización
normativa y estatuto empresarial
El debate actual de la
mundialización económica, probablemente, no es más que el viejo dilema
existente entre Estado y mercado, pero llevado ahora a escala internacional. En
su momento, se tuvo que establecer qué papel debía tener el mercado en la
asignación eficiente de los recursos y hasta dónde debía llegar la intervención
estatal para asegurar el viejo principio de la igualdad de oportunidades. En
las sociedades más industrializadas y avanzadas del mundo occidental, estas
dudas se resolvieron con la implantación del modelo denominado del "Estado
del Bienestar". Pues bien, este mismo debate se halla ahora planteado a
escala global por el simple hecho de la integración de las economías y el auge
de las telecomunicaciones y de las tecnologías de la información, pero con
la dificultad añadida de que, a nivel supranacional, no se dispone de ningún
contrapeso político y normativo que vigile este proceso de globalización y
corrija, de un modo justo y equitativo, los peligrosos abusos que puedan
derivarse del mismo.
De hecho, una de las
mejores cosas que le pueden suceder a un país subdesarrollado es el poder
acceder a los mercados proteccionistas de los países más industrializados. Pero
esta liberalización debe acarrear, paralelamente, una regulación laboral,
fiscal, medioambiental y social, con reglas transparentes y no vinculadas a un
Estado u organización transnacional concretos. Y es que la internacionalización
de la economía ha ido más deprisa -como suele acontecer también en otros
aspectos de la actividad humana- que su regulación y control por parte de los
poderes públicos democráticamente escogidos. Ha comenzado el match sin
garantías ni apenas reglas del juego. Se trata, simplemente, de plantear que
lo que está aceptado, e incluso obligado a cumplir a nivel nacional, lo esté
también a escala global; lo que procede, en última instancia, es decidir en
qué nivel de gobierno (local, regional, nacional o supranacional) debe
regularse cada aspecto del problema o ejercer cada competencia, teniendo bien
presente el principio político de la subsidiariedad.
En realidad, el debate
planteado no es el del proteccionismo frente al internacionalismo
o el del localismo frente a la mundialización, sino qué forma de
internacionalismo debe aplicarse. Y resulta evidente que no debe tenderse a un
modelo, como el actual, en el que se considere sagrado para el comercio
internacional el derecho a la propiedad privada pero, en cambio, se condene,
como una forma deleznable de "proteccionismo" en los países
subdesarrollados, el derecho de huelga, a sindicarse, a disfrutar vacaciones y
a trabajar en condiciones dignas, así como el deber (especialmente para las
grandes empresas multinacionales) de pagar impuestos o de respetar el medio
ambiente.
Parece también
deducirse, como idea previa, que la globalización exige, de manera tanto
implícita como explícita, la perentoriedad de la existencia de un orden
económico y social estable y común entre las distintas economías, así como
también de un ordenamiento económico-social más homogéneo en sus principios
entre las distintas instituciones empresariales. La economía de mercado
constituye, sin duda, este encuentro común en lo que se refiere a la
configuración del ordenamiento económico y social, estableciendo aquellas
normas de competencia que deben ser aceptadas por todos los participantes.
Pero, al propio tiempo, el ordenamiento empresarial, la que podríamos denominar
"constitución o estatuto empresarial", debe ser también semejante en
los países competidores, en cuanto a sus características fundamentales, para el
logro del funcionamiento transparente de sus comportamientos.
3. La panacea
liberal del comercio internacional
Las estadísticas
sirven para presentar una extraña paradoja que se presenta, con frecuencia, al
hablar del comercio internacional. De un lado, y desde un punto de vista
teórico, se tiende a presentar el comercio internacional como algo movido por
una infinidad de iniciativas empresariales que, superando las trabas e
impedimentos obstaculizadores que oponen los diferentes Estados, logran
establecer relaciones comerciales mutuamente ventajosas entre todos los países
de la Tierra. Parece,
en definitiva, como si sólo la libre iniciativa de los individuos fuese la
responsable última y benéfica de ese comercio.
Sin embargo, por otro
lado hay unanimidad en que una de las causas principales del crecimiento
experimentado por el comercio internacional reside en la articulación, a
finales de la década de los años cuarenta del siglo XX, de los acuerdos del
GATT (General Agreement on Tariffs and Trade) y de Bretton Woods (establecimiento
de los tipos de cambio fijos, con la activa participación, en su gestación, de
John Maynard Keynes). Acuerdos, por cierto, que fueron posibles gracias al
poderío y liderazgo indiscutible de los intereses políticos y económicos de los
Estados Unidos de América, después de la segunda guerra mundial. Ante este
hecho, la mayoría de los entusiastas partidarios de la "libertad del
comercio internacional", que tanto insisten en el protagonismo de las
empresas privadas, suelen pasar de puntillas, como si caminaran sobre ascuas,
al comprobar que un gran Estado -el mayor del mundo- lo promovió todo. La
historia reciente del comercio internacional, en definitiva, pone de manifiesto
que su impulso no fue consecuencia de la dinámica "individualista" y
"neutral" del mercado libre, sino claramente promovido por un pacto
político entre un grupo reducido de grandes potencias, precedido de durísimas
negociaciones, y donde la asimetría de poder fue, y sigue siendo, absolutamente
manifiesta.
Y es que la
globalización es, en mucho, obra de los gobiernos, más que de los mercados por
sí mismos. Justamente, después de que el proceso se convirtió en un fenómeno
generalizado, inclusive entre las naciones más pobres del mundo, la mayor
preocupación que asalta ahora mismo a los gobernantes, teóricos y responsables
de organismos y agencias internacionales, es encontrar la fórmula mágica para
evitar que las llamadas "fuerzas libres" del mercado se desboquen y
nos conduzcan a catástrofes que podrían resultar apocalípticas.
La globalización no ha
puesto en crisis las instituciones políticas preexistentes. Más bien las ha
obligado a autorreformarse y a ponerse a tono con los nuevos tiempos. Si acaso,
habrá puesto en crisis viejos y macilentos conceptos que hoy, sencillamente, ya
no explican nada: ese podría ser uno de los pocos logros positivos de la
globalización. Su futuro depende, casi en todo, de esas instituciones. No se
puede globalizar (lo que quiere decir, en estos días, crear amplias zonas de
libre comercio y competencia económica) sin la acción de los gobiernos, que son
los primeros que tienen que ponerse de acuerdo para alcanzar la feliz
consecución de esos fines. Los peligros que acechan una efectiva globalización
no provienen de la expansión de los mercados, sino de los desacuerdos que
puedan darse entre los Estados de las naciones implicadas en el proceso. La
globalización, por lo demás, tendrá que ser una estrategia sostenida de común
acuerdo y sometida a reglas y normas decididas entre todos o, por el contrario,
se volverá un verdadero desastre. Más que un contenido económico, tiene un
contenido político y de eso casi todos los que son responsables en el caso han
tomado la debida nota .
4. Algunas ideas de
J. M. Keynes
Por último, ya que nos
hemos referido de pasada a Keynes en el expositivo anterior, veamos que aquel
gran economista inglés siempre se negó a sostener el axioma del equilibrio
presupuestario. Ello debería hacer reflexionar a algunos de los acérrimos
defensores que de la "estabilidad presupuestaria" han surgido, en los
últimos tiempos, en nuestro país. Es evidente que la defensa de dicho
equilibrio equivalía a negar todo papel a la política fiscal con el fin de estabilizar
la actividad económica, no tanto porque se negase la política de
estabilización, sino porque ésta se hacía descansar en el doble apoyo de las
fuerzas autocorrectoras del sistema y en las medidas de política monetaria. La
década de los años 30 del pasado siglo fue muy adversa para sostener la
confianza en este doble punto de apoyo del equilibrio presupuestario.
Respondiendo al
ambiente reinante tras la gran depresión de 1929 y el hundimiento de Wall
Street, la aportación de la teoría keynesiana consistió en ofrecer los
argumentos capaces de negar la validez de ese doble cimiento del equilibrio en
el presupuesto. Keynes creía, de una parte, que habíamos llegado al fin de laissez
faire: no hay armonía natural alguna que garantice la restauración del
equilibrio perdido. Un sistema económico puede estar en equilibrio
con paro forzoso. En segundo término, la teoría keynesiana dudaba de que la
dosis correctora de la política monetaria pudiera ser realmente eficaz. Este
sabio escepticismo lo basaba Keynes en el cuadro en el que operaba la política
monetaria. Su posibilidad de actuación residía, en última instancia, en variar
la oferta de dinero fijada autónomamente por la autoridad monetaria de un país.
Pero esta variación de
la oferta monetaria no actúa -según Keynes - de manera directa sobre la
demanda de bienes. La mayor oferta de dinero determina, con la demanda del
mismo, el tipo de interés; interés que a su vez influenciará la inversión, que
compone, con el consumo, la demanda efectiva total de la sociedad que también
condiciona el volumen de producción y de ocupación. Por lo tanto, un aumento
de la oferta de dinero no elevará siempre la demanda efectiva. Ello
dependerá de cuál sea la demanda de dinero (preferencia por la liquidez) y de
cuál sea, en segundo término, la reacción de los inversores ante las caídas en
el tipo de interés. Keynes dijo al respecto -en imagen que ha hecho gran
fortuna- que "el líquido puede verterse varias veces entre la copa y los
labios", aludiendo al hecho de que un aumento en la cantidad de dinero,
decretado por una política monetaria expansiva, podía, en primer término, no
producir variación alguna del tipo de interés, siempre que la voracidad de la
demanda de dinero fuese tal que estuviese dispuesta a engullir todos los aumentos
de medios líquidos creados por el sistema bancario. Tal es la famosa
"trampa de la liquidez" keynesiana, que puede inutilizar los mejores
y bienintencionados esfuerzos de la autoridad monetaria. Pero, a mayor
abundamiento, aún en el supuesto de que éste no fuera el caso -al que Keynes
concedía que podía llegarse en un futuro- y que la oferta de dinero lograse
reducir los tipos de interés, habría que ver cómo los inversores del país
aprovechaban sus reducciones. Keynes contemplaba aquí una clase empresarial con
expectativas variables, sujetas a frecuentes y exagerados cambios, a temores
pasajeros y caprichos coyunturales, y frente a esta voluble clase empresarial
existía un mercado de crédito caracterizado por tipos de interés estable,
"el menos desplazable de los elementos de la economía contemporánea",
según lord Keynes. Así, los movimientos de las expectativas empresariales (o
sea, la "eficacia marginal del capital") determinaban movimientos
espectaculares de la inversión que no podía compensar la política monetaria por
su incapacidad y demora en reducir los tipos de interés. El resultado final
era que la política monetaria perdía su energía en la procelosa cadena de
transmisión de sus efectos. El líquido, en efecto, podía derramarse
varias veces entre la copa y los labios. Y, por consiguiente, el cuerpo
enfermizo de la economía podía no recibir efecto tonificante alguno, con lo que
quedaba afirmada la gran duda sobre la eficacia de la política monetaria.
Veamos, en fin, que la
famosa "tasa Tobin", a la que nos referiremos posteriormente con
mayor especificidad, constituye una propuesta de aquel ilustre economista
americano, seguidor de Keynes, que no es más que una actualización de otra
propuesta del gran maestro inglés. En efecto, en el famoso capítulo XII de la General Theory
se halla ya concebido un impuesto sobre las transacciones, con el fin de
vincular los inversores a sus acciones de forma duradera. Tobin traspasó esta
idea en 1971 a los mercados de divisas; por aquel entonces, EE.UU. se despidió
del sistema de tipos de cambio fijos establecido en los acuerdos de Bretton
Woods y, al mismo tiempo, las primeras transacciones electrónicas de dinero
por ordenador prometían un gigantesco aumento del número de operaciones a
realizar. Tobin pretendía aminorar la velocidad de este proceso para que se
especulara menos y para que los tipos de cambio no fluctuaran tanto. Hoy en
día, en que cualquiera puede comerciar en el mercado de valores desde su casa,
con un simple ordenador personal provisto de un vulgar módem de comunicaciones,
este problema se ha acrecentado muchísimo.
Resulta utópico
actualmente, por otra parte, volver a un sistema de tipos de cambio fijos para
la protección de las monedas, puesto que los grandes especuladores
internacionales dejan a los bancos emisores en off side con sus
maniobras y manipulaciones. El ejemplo más relevante lo tenemos desde hace unos
meses en Argentina, que acopló su moneda nacional, el "peso",
directamente al dólar USA, con los resultados pésimos e indeseables que la
condujeron a la crisis catastrófica de comienzos del año 2002. Esos tipos de
cambio irrefutables son peligrosas invitaciones a la especulación: los
traficantes apuestan a si los bancos emisores tienen la voluntad y la capacidad
de defender los tipos de cambio acordados.
II. Las supuestas
bondades de la libertad del comercio
1. El origen
político del comercio internacional
Desde tiempos remotos,
los países del orbe han mantenido relaciones comerciales para obtener los
productos o mercancías de que carecían. En los inicios de la historia del
comercio mundial, cada país determinaba su política en función de sus propias
necesidades, sin tener en cuenta el interés general. El mercantilismo se
mantuvo así hasta el siglo XVIII. Pero a la doctrina proteccionista de los
mercantilistas le sucede la apología del laissez faire, laissez passer
de los fisiócratas para los cuales el librecambio de mercancías impulsa a
fortiori un crecimiento indiscutible de la producción y de la creación de
riqueza. La
Revolución Industrial también incidió en este estado de
cosas, siendo necesario asegurar el aprovisionamiento de materias primas y
encontrar nuevas salidas a una producción creciente, lo que se tradujo en el
desarrollo del comercio colonial que favoreció a las economías dominantes en
detrimento de las dominadas.
El origen político del
comercio internacional explica la importancia que la competitividad ha tenido y
tiene en su desarrollo. Conviene recordar que, como ha señalado Carl Schmitt ,
el concepto de "enemigo" es fundamental para la fundamentación de lo
político. En tal sentido, podría decirse que esa insistencia en dotar de
agresividad al comercio internacional, destacando básicamente su aspecto
competitivo, y considerándolo como algo inseparable de la diplomacia (parodiando
al mariscal-barón Von Clausewitz, hace ya unos doscientos años, diríamos algo
así como que "el comercio es la continuación de la política por otros
medios"), no es más que otro reflejo de la mentalidad estatalista
directora de todo el proceso, que tiende a entender el comercio como un modo
alternativo de continuar el hostigamiento entre los países. Vistas las cosas
así, no tiene uno que extrañarse del lenguaje pseudomilitar (o paramilitar) que
se usa en los libros y manuales de la llamada "estrategia
competitiva". A veces uno no sabe bien si van dirigidos a generales
belicosos, a jefes guerrilleros o a pacíficos directivos de empresa.
En contraste con todo
lo expresado, llama poderosamente la atención el modo tan "neutral" o
apolítico con el que la teoría económica ortodoxa pretende presentar el
comercio internacional . Desde los primeros modelos diseñados por A. Smith y D.
Ricardo, con sus esquemas basados en las ventajas absoluta y relativa,
respectivamente, hasta los modelos más recientes y sofisticados, como el de
Heckscher, Ohlin y Samuelson, o el de Linder , que simplemente apuntaremos a
continuación, el fenómeno del comercio internacional se presenta con una
asepsia y neutralidad política, que mucho más tienen que ver con la
meteorología física o la dinámica de los sistemas acuáticos que con el
comportamiento profesional de agentes humanos de carne y hueso.
2. Las fuentes del
movimiento librecambista
De lo que no cabe la
menor duda es de que el movimiento librecambista fue, en sus inicios, un movimiento
de intelectuales. Se sitúa en uno de los puntos de convergencia de dos
corrientes esencialmente diferentes: el liberalismo económico, cuyas
implicaciones librecambistas fueron precisadas por Ricardo en 1815, y el utilitarismo,
que aspiraba a orientar la gestión de los asuntos públicos hacia la búsqueda
permanente del interés general o "bien común", por lo que sólo
apoyaba medidas de inspiración liberal en la medida en que éstas pudieran
procurar a la comunidad la mayor "utilidad" posible .
Si consideramos,
ahora, que la "utilidad" de la comunidad es la suma de las
"utilidades" individuales de sus miembros, sería conveniente realizar
una pequeña acotación sobre la teoría de la conducta del consumidor, cuyo punto
de partida acostumbrado es el postulado de la racionalidad. Se supone que el
consumidor escoge entre todas las alternativas de consumo posibles, de manera
que la satisfacción obtenida de los bienes elegidos (en el más amplio sentido)
sea la mayor posible. Ello implica que se da cuenta de las alternativas que se
le presentan y que es capaz de valorarlas. Toda la información relativa a la
satisfacción que el consumidor obtiene de las diferentes cantidades de bienes y
servicios por él consumidos, se halla contenida en su denominada "función
de utilidad", que es objeto de estudio por parte de la teoría
microeconómica.
El concepto de
utilidad y su maximización hállase vacío de todo significado sensorial. El
aserto de que un consumidor experimente mayor satisfacción o utilidad de un
automóvil que de un conjunto de vestidos, significa que si se le presentase la
alternativa de recibir como regalo el automóvil o el vestuario escogería lo
primero. Bienes que son necesarios para sobrevivir, como una vacuna cuando se
declara una gran epidemia, pueden resultar para el consumidor de máxima
utilidad, aunque el acto de consumirlas no lleve necesariamente aneja ninguna
sensación agradable, como por ejemplo un molesto pinchazo.
Los economistas del
siglo XIX W. Stanley Jevons, Léon Walras y Alfred Marshall consideraban la
utilidad medible, al igual que es medible el peso de los objetos. Se presumía
que el consumidor poseía una medida cardinal de la utilidad, v. gr., que era
capaz de asignar a cada bien o combinación de ellos un número representando la
cantidad de utilidad asociada con él. Los números que representaban cantidades
de utilidad podían manipularse del mismo modo que los pesos de los objetos. Si
suponemos que la utilidad de A es de 15 unidades y la de B de 45 unidades, el
consumidor "preferiría" tres veces más B que A. Las diferencias
existentes entre los índices de utilidad podrían compararse, pudiendo ello
conducir a razonamientos curiosos como el siguiente: "A es preferible a B
dos veces lo que C es preferible a D". Los economistas del siglo XIX
también suponían que las adiciones a la utilidad total del consumidor,
resultantes del consumo de nuevas unidades de un producto, disminuían cuanto
más se consumiese del mismo (algo así como la "ley de los rendimientos
decrecientes" en agricultura).
Las hipótesis sobre
las que está construida la teoría cardinal de la utilidad son muy restrictivas.
Se pueden deducir conclusiones equivalentes partiendo de hipótesis mucho más
débiles. Así, si el consumidor obtiene mayor utilidad de una alternativa A que
de una B, se dice que prefiere A a B . El postulado de la racionalidad equivale
a la formulación de las siguientes afirmaciones: 1º. En cada posible par de
alternativas, A y B, el consumidor sabe si prefiere A a B, B a A, o está
indeciso entre ellas. 2º. Sólo una de las tres posibilidades anteriores es
verdadera para cada par. 3º. Si el consumidor prefiere A a B y B a C, también
preferirá A a C. La última afirmación garantiza que las preferencias del
consumidor son consistentes o cumplen la propiedad transitiva: si se
prefiere un automóvil a un vestuario, y éste, a su vez, a un tazón de sopa,
también se prefiere un automóvil a un tazón de sopa. Si se considera, por
último que A es preferible a B y B es preferible a A y que, como consecuencia
de ello, las preferencias del consumidor hacia A y B son las mismas, nos
hallaremos en presencia de una "relación de orden estricto" desde el
punto de vista de la Teoría
de Conjuntos.
El postulado de la
racionalidad, tal como acaba de establecerse, solamente requiere que el
consumidor sea capaz de clasificar los bienes y servicios en orden de
preferencia. El consumidor posee una medida de la utilidad ordinal, o sea, no
necesita ser capaz de asignar números que representen (en unidades arbitrarias)
el grado o cantidad de utilidad que obtiene de los artículos. Su clasificación
de los mismos se expresa matemáticamente por la mencionada "función de
utilidad", que no es única y se supone continua, así como su primera y
segunda derivadas parciales. Ésta asocia ciertos números con diversas cantidades
de productos consumidos, pero aquellos números suministran sólo una
clasificación u orden de preferencia. Si la utilidad de la alternativa A es 15
y la de la B es 45
(esto es, si la función de utilidad asocia el número 15 con la alternativa o
bien A y el número 45 con la alternativa B) sólo puede decirse que B es
preferible a A, pero es absurdo colegir que B es tres veces preferible a A.
Esta nueva formulación
de los postulados de la teoría del consumidor no se produjo hasta finales del
siglo XIX. Es notable que la conducta del consumidor pueda explicarse tan
correctamente en términos de una función de utilidad ordinal como en los de una
cardinal. Intuitivamente, puede verse que las elecciones del consumidor están
completamente determinadas si tiene una clasificación (y sólo una) de los
productos, de acuerdo con sus preferencias. Uno puede imaginarse al consumidor
poseyendo una cierta lista de productos en orden decreciente de deseabilidad;
cuando percibe su renta disponible empieza comprando productos por el principio
del listado y desciende tanto como le permite dicha renta . Por lo tanto, no es
necesario presumir que se posee una medida cardinal de la utilidad; es
suficiente con sostener la hipótesis, mucho más débil, de que posee una
clasificación consistente de preferencias .
3. El fracaso de
los viejos y nuevos modelos
Así como en el siglo
XIX Ricardo había explicado que la división internacional del trabajo obraba a
favor del interés de los países participantes en el comercio, que todos salían
ganando con el intercambio, que se trataba, de alguna manera, de un juego de
suma positiva, que era necesario que cada país se especializara en aquellas
áreas cuya productividad resultara superior (o la menos débil, en el caso de
los países retrasados), se han avanzado otras teorías para explicar el impulso
de los nuevos países industriales en las exportaciones mundiales .
En efecto, todo país
dispone de los factores clásicos de la producción: tierra, trabajo y capital,
en las cantidades propias de su momento y de su economía. Cada tipo de producto
requiere una proporción fija de esos factores. Por ejemplo, para producir acero
es necesario disponer de más capital que para fabricar textiles; en
consecuencia, el acero será menos caro allí donde el factor capital sea
abundante; el textil lo será allí donde la mano de obra sea abundante y, por lo
tanto, barata. Y las patatas también serán más baratas allí donde existan más
terrenos agrícolas edafológica y climáticamente adecuados para su cultivo. Pues
bien, si existe librecambio total, cada país desea especializarse en la
producción que precisa del factor que posee en abundancia y exportar esa
producción. Ésta es, en síntesis, la teoría desarrollada por los suecos
Heckscher y Ohlin en 1933 y retomada por Samuelson años después. Las iniciales
de estos economistas dan nombre al famoso teorema HOS
(Heckscher-Ohlin-Samuelson).
Sin embargo, la
realidad misma ha venido a desmentir la veracidad de estos modelos. Según
ellos, se debería esperar que los países en que el factor capital es abundante
exportaran productos de alto valor añadido, cuya fabricación exige el empleo de
este factor en una gran proporción; pero ello no ha sido así. Los USA y la UE son dos exportadores
importantes de productos agrícolas no transformados. Asimismo, en el bloque de
los países del Este y durante el largo reinado soviético, las principales
exportaciones de la antigua URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas)
hacia sus satélites europeos fueron energéticas (gas natural y petróleo)
cuando, en el seno del COMECON o CAEM (Consejo de Asistencia Económica Mutua), la URSS era un país con una alta
proporción del factor capital.
Por otra parte, el
economista americano y premio Nobel de origen ruso W. Leontieff , en un estudio
publicado en 1953 sobre los Estados Unidos, demostró la especialización de
aquel gran país en productos y exportaciones necesitados esencialmente del
factor trabajo. Pues bien, en base a los modelos librecambistas señalados,
¿cómo podían los USA entrar en la flagrante contradicción de ser competitivos
en productos que requerían mucho factor trabajo, sabiendo que sus costes
laborales son elevados?.
Para juzgar las
ventajas y los inconvenientes de la globalización es necesario distinguir entre
las diversas modalidades que adopta ésta, ya que diferentes formas pueden
conducir a resultados positivos y negativos. El fenómeno de la globalización
engloba al libre comercio internacional, al movimiento de capitales a corto
plazo, a la inversión extranjera directa, a los fenómenos migratorios, al
desarrollo de las tecnologías de la comunicación y a su efecto cultural. Por
ejemplo, la liberalización de los movimientos de capital a corto plazo -sin que
haya mecanismos compensatorios que prevengan y corrijan las presiones
especulativas- han provocado ya graves crisis en diversas regiones de
desarrollo medio: sudeste asiático, México, Turquía, Argentina... Estas crisis
han generado una gran hostilidad hacia la globalización en las zonas afectadas.
En Argentina tenemos un reciente ejemplo. Sin embargo sería absurdo renegar,
por sistema, de los flujos internacionales del capital, que son imprescindibles
para el desarrollo económico y social de los pueblos.
En general, tal y como
se ha argumentado en epígrafes anteriores de este tema, el comercio internacional
es positivo para el progreso económico de todos y para los objetivos sociales
de eliminación de la pobreza y la marginación social. Sin embargo, la
liberalización comercial, aunque beneficiosa para el conjunto del país
afectado, provoca crisis en algunos sectores que requieren la intervención del
Estado. ¡Ojalá los defensores radicales del libre comercio aceptaran el
criterio paretiano, de forma que los perjudicados por el progreso general sean
solidariamente compensados! .
Conviene, por tanto, ponerse
en guardia y someter a un riguroso análisis los cánticos a las bondades y
maravillas de la libertad de comercio, que se fundamentan en unos modelos
aparentemente "tan neutrales". Según esos modelos, el comercio
internacional es un proceso "naturalmente benéfico", de tal modo que,
si no fuese por los malditos obstáculos e interferencias que interponen los
gobiernos de las naciones (el siempre denostado Sector Público), se produciría
un reparto justo, equitativo y saludable de la riqueza y de la paz entre todos
los pueblos de nuestro planeta azul.
Las viejas teorías
de David Ricardo
1. Los modelos de
las ventajas absolutas y relativas
Fue el economista
clásico inglés D. Ricardo (1772-1823) quien demostró que no sólo en el caso de
que aparezca ventaja absoluta existirá especialización y comercio internacional
entre dos países. Podrá ocurrir que uno de ellos no posea ventaja absoluta en
la producción de ningún bien, es decir, que necesite más de todos los factores
para producir todos y cada uno de los bienes y servicios. A pesar de ello,
sucederá que la cantidad necesaria de factores para producir una unidad de
algún bien, en proporción a la necesaria para producir una unidad de algún
otro, será menor que la correspondiente al país que posee ventaja absoluta. En
este caso decimos que el país en el que tal cosa suceda tiene "ventaja
comparativa o relativa" en la producción de aquel bien.
Según D. Ricardo
"en un sistema de comercio absolutamente libre, cada país
invertirá naturalmente su capital y su trabajo en los empleos más beneficiosos.
Esta persecución del provecho individual está admirablemente relacionada con el
bienestar universal. Distribuye el trabajo en la forma más efectiva y económica
posible al estimular la industria, recompensar el ingenio y al hacer más eficaz
el empleo de las aptitudes peculiares con que lo ha dotado la naturaleza; al
incrementar la masa general de la producción, difunde el beneficio por todas
las naciones uniéndolas con un mismo lazo de interés e intercambio común. Es
este principio el que determina que el vino se produzca en Francia y Portugal,
que los cereales se cultiven en América y en Polonia, y que Inglaterra produzca
artículos de ferretería y otros" (David Ricardo, Principios de Economía
Política y Tributación, 1817).
¿Pero, por qué un país
determinado se especializa en un producto concreto? La respuesta parece obvia:
cada país se especializará en aquellos productos que pueda producir
ventajosamente con respecto a los demás países. ¿Y qué significa producir
ventajosamente? Adam Smith (1723-1790) respondió a esas preguntas afirmando que
los países se especializarán en producir aquellos bienes sobre los que tengan
una ventaja absoluta, es decir, que sean capaces de producir el mismo
número de bienes aplicando menor cantidad de trabajo.
Su discípulo David
Ricardo dio un paso más: demostró que todos los países se pueden beneficiar
especializándose cada uno en la producción de bienes aunque no tengan ventaja
absoluta en ellos; es suficiente que tengan ventaja comparativa, es
decir, que sean capaces de producirlo a un precio menor.
El cuadro o tabla
siguiente nos ilustrará sobre los anteriores conceptos.
CUADRO VENTAJA ABSOLUTA
|
|||||
|
España
|
Francia
|
Totales
|
||
Nº de obreros
|
10
|
10
|
|
||
Horas mensuales por obrero
|
140
|
140
|
|
||
Horas en cada par de zapatos
|
2
|
4
|
|
||
Horas en cada abrigo
|
10
|
7
|
|
||
Producción mensual sin especialización
|
|||||
Pares de zapatos
|
5 x 140 / 2 = 350
|
5 x 140 / 4 = 175
|
525
|
||
Abrigos
|
5 x 140 / 10 = 70
|
5 x 140 / 7 = 100
|
170
|
||
Producción mensual especializándose
|
|||||
Pares de zapatos
|
700
|
0
|
700
|
||
Abrigos
|
0
|
200
|
200
|
||
Empecemos
comprendiendo la argumentación de Adam Smith sobre la ventaja absoluta con un
sencillo ejemplo.
Supongamos que hay dos empresas, una española y una francesa, que trabajan o
curten la piel. Ambas empresas tienen 10 obreros cada una, que trabajan 140
horas al mes. Los obreros españoles son más hábiles fabricando zapatos: hacen
un par de zapatos en sólo dos horas mientras que los trabajadores franceses
necesitan cuatro horas. En cambio los franceses son más expertos con los
abrigos de piel, ya que hacen uno en siete horas mientras que los españoles
necesitan diez. Es decir, los españoles tienen una ventaja absoluta en la
fabricación de zapatos (necesitan menos tiempo para hacerlos) mientras que los
franceses tienen ventaja absoluta en la fabricación de abrigos.
Si no existiese el
comercio internacional, tanto la empresa española como la francesa tendrían que
dedicar la mitad de sus empleados, v. gr., a fabricar zapatos y la otra mitad a
fabricar abrigos. Mensualmente los españoles podrían producir 350 pares de
zapatos y 70 abrigos mientras que la empresa francesa produciría 175 pares de
zapatos y 100 abrigos. Pero si existe la posibilidad de especializarse e
intercambiar productos a través de la frontera pirenaica, o por vía marítima,
las empresas podrán dedicar todos sus obreros a la producción en la que son más
hábiles, consiguiendo la española setecientos pares de zapatos y la francesa
doscientos abrigos. Como la producción conjunta ha aumentado (antes había sólo
525 pares de zapatos y 170 abrigos en total) el comercio beneficiará a ambos
países, que podrán disponer de más zapatos y abrigos.
Veamos ahora la
argumentación de David Ricardo, sobre la ventaja comparativa o relativa. Imaginemos, por un momento, el
comportamiento de las mismas empresas del ejemplo anterior en el caso de que la
francesa tenga ventaja absoluta en la producción de ambos bienes. Supongamos
que ambas siguen disponiendo de diez obreros cada una, que trabajan 140 horas
mensuales. Mantendremos el supuesto de que los obreros franceses son mejores
con los abrigos, fabricando uno en siete horas mientras que los españoles
necesitan dedicar diez horas. Pero ahora los franceses resultarán también más
hábiles con los zapatos, fabricando un par cada dos horas mientras que los
obreros españoles necesitan dedicar cuatro.
Si no hay comercio
internacional entre sus países, ambas empresas tendrán que dedicar parte de sus
trabajadores a cada uno de los productos. Supongamos que, como antes, la
empresa española dedica la mitad de los obreros a cada uno de los bienes,
consiguiendo así producir mensualmente 175 pares de zapatos y setenta abrigos. Para
facilitar la comprensión del modelo, conviene que supongamos ahora que la
empresa francesa dedica siete trabajadores a la producción de calzado y tres a
la de abrigos, con lo que conseguirá 490 pares de zapatos mensuales y sesenta
abrigos.
Aunque la empresa
española es menos eficiente en la producción de ambos tipos de bienes, tiene
ventaja comparativa en la producción de abrigos. Obsérvese que, si no hay
comercio internacional, el precio de los abrigos españoles equivaldrá al de 2,5
pares de zapatos, mientras que a los franceses les costará un abrigo lo mismo
que 3,5 pares de zapatos. Es decir, a los franceses les resultan más caros los
abrigos, en comparación con los zapatos, que a los españoles. Un contrabandista
despabilado podría intentar sacar provecho de la situación, llevando abrigos
españoles a Francia y zapatos franceses a España.
El cuadro resultante
sería el siguiente:
CUADRO VENTAJA COMPARATIVA
|
||||
|
España
|
Francia
|
Totales |
|
Nº de obreros |
10
|
10
|
|
|
Horas mensuales por
obrero |
140
|
140
|
|
|
Horas para cada par de
zapatos |
4
|
2
|
|
|
Horas para cada abrigo |
10
|
7
|
|
|
Precio
abrigo/zapatos |
1/2,5
|
1/3,5
|
|
|
Producción mensual sin
especialización |
||||
Pares de zapatos |
5 x 140 / 4 = 175 |
7 x 140 / 2 = 490 |
665
|
|
Abrigos |
5 x 140 / 10 = 70 |
3 x 140 / 2 = 60 |
130
|
|
Producción mensual
especializándose |
||||
Pares de zapatos |
0
|
700
|
700
|
|
Abrigos |
140
|
0
|
140
|
|
Si la empresa española
dedica todos sus trabajadores a fabricar abrigos y la francesa los suyos a
producir zapatos, el resultado conjunto será de setecientos pares de zapatos,
todos franceses, y ciento cuarenta abrigos, todos españoles. El resultado
conjunto sigue siendo superior al que se conseguiría si no fuese posible la
especialización. Pues bien, ambos países podrán disponer de más zapatos y más
abrigos que antes, por lo que ambos saldrán beneficiados .
En cambio, la realidad
de la elevada integración de los sectores industriales de las economías
modernas hace que la mayor parte de los países importen y exporten a la vez los
productos de muchas industrias, ya sea en forma de componentes, de artículos
semiacabados o bien de producto final. El esquema teórico conceptualizador de
economías aisladas e independientes, cada una de ellas especializada en
distintos productos en función de sus "ventajas relativas o
comparativas" en base al modelo ricardiano que acabamos de exponer, ya no
se ajusta a la realidad actual, si es que alguna vez lo hizo.
Por último, en
referencia a Adam Smith, digamos que su "Indagación acerca de la
naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones" (The Wealth of
Nations), publicada en el año de gracia de 1776, constituyó una amplia e
impresionante investigación acerca de las condiciones que promueven o impiden
el bienestar económico de los pueblos del orbe. Entre los principales
impedimentos contra los cuales acumuló hechos y teorías, se cuentan las
considerables interferencias al comercio internacional (a las que nos
referiremos en el epígrafe siguiente) que habían sido establecidas por el
"sistema mercantilista", y que incluían, especialmente, las restricciones
a la importación.
Nadie designa ya
actualmente a Adam Smith con el calificativo de "padre de la economía
política". Es sabido que tomó mucho de sus predecesores, como Petty,
Cantillon y, sobre todo, de los fisiócratas. Por otra parte, las teorías por él
expuestas hace más de doscientos años han sido objeto de tantas rectificaciones
que los economistas contemporáneos no pueden considerarse ya como sus herederos
directos. Sin embargo, a nadie se le ocurre discutirle el título de "jefe
de la escuela clásica".
2. Las barreras
interpuestas al libre comercio internacional
Por otra parte, un
régimen comercial internacional de perfecto librecambio, es decir, una
situación idílica en la que exista libre circulación de bienes y servicios
entre los países sin ningún tipo de trabas ni barreras, no se ha dado nunca en
la historia económica mundial. Ha habido, eso sí, momentos de mayor o menor
grado de liberalización en las relaciones económicas internacionales, pero
siempre han existido algunas dificultades impuestas por los países en contra de
la libre circulación de las mercancías. En la literatura económica, a este tipo
de disposiciones se las denomina medidas proteccionistas.
Los argumentos
empleados para justificar el establecimiento de este tipo de medidas son
diversos. En ocasiones, lo que se pretende es proteger a una industria que se
considera estratégica para la seguridad nacional. Otras veces se adoptan tales
disposiciones para tratar de fomentar la industrialización mediante un proceso
de sustitución de importaciones por productos fabricados en el propio país.
Otro argumento en defensa de las medidas proteccionistas es el de hacer posible
el desarrollo de las "industrias nacientes" , esto es, industrias que
no podrían competir con las de otros países donde se han desarrollado con
anterioridad.
Varios son, en
definitiva, los motivos que justifican la protección:
– Por seguridad
nacional. Además de la industria armamentística, se protegen determinados
sectores económicos considerados vitales para disponer de medios defensivos,
como por ejemplo la industria naval o la aeronáutica.
– Para eliminar la
dependencia económica en sectores considerados básicos para el
funcionamiento industrial, como por ejemplo la siderurgia.
– Para proteger la
industria nacional. Este argumento es y ha sido utilizado por los países
pequeños, por los países con dificultades en la balanza de pagos, por los
mono-exportadores y, en general, por muchos países en desarrollo que quieren
garantizar su independencia económica y/o potenciar su escasa capacidad de
generar divisas.
– Para defender
determinados sectores económicos que no sólo cumplen una función económica
básica, como la alimentación humana, sino que juegan un relevante papel social
y medioambiental, por ejemplo la agricultura.
– Para defender
determinados valores culturales, por ejemplo la industria audiovisual y su
componente lingüístico y antropológico.
– Para garantizar
la paz social a corto plazo, por lo que se protege a las industrias
nacionales y a sus colectivos de trabajadores de los costes dolorosos del
ajuste que se derivarían de un comercio libre.
– Por motivos
puramente recaudatorios, ya que los ingresos arancelarios constituyen, en
algunos países, una de sus principales fuentes de ingresos fiscales y, por
ello, susceptibles de aflojar la presión fiscal que soporta, al cabo, la
ciudadanía.
La política comercial
influye sobre el comercio internacional mediante aranceles, contingentes o
cuotas a la importación, barreras no arancelarias (como las alimentarias,
fitosanitarias o zoosanitarias; véanse los casos recientes del aceite de orujo
de aceituna, de la encefalopatía espongiforme bovina y de la fiebre aftosa o
glosopeda) y las subvenciones a la exportación. Un arancel no es más que un
"impuesto" que el gobierno exige a los productos extranjeros con
objeto de elevar su precio de venta en el mercado interior y, así,
"proteger" los productos nacionales para que no sufran la competencia
de bienes más baratos procedentes del exterior.
Hay diversos grados de
apertura de un país al comercio internacional. El más cerrado, la autarquía
absoluta, supondría negarse a cualquier importación; un pequeño grado de
apertura implicaría permitir la importación de productos que no pudieran ser
fabricados en el interior del país; si finalmente se diera libertad total de
comercio, sería lógico esperar que sólo se importasen los productos que
pudieran ser fabricados en el país a un coste excesivamente alto. Pero lo que
observamos en el mundo real es algo más avanzado: con mucha frecuencia se
comercia con productos que podrían ser fabricados fácilmente por el país
importador (galletas, camisas) pero que resulta más ventajoso adquirirlos en el
exterior.
Algunos países
occidentales (los Estados Unidos de América constituyen un buen ejemplo de
ello) propugnan la liberalización del comercio exterior cuando se trata de
abrir nuevos mercados para sus exportaciones, pero establecen inmediatamente
restricciones a la importación de productos procedentes de terceros países
cuando ganan terreno a favor de los mercados propios. Se podrían citar
numerosos casos, desde la posición de los Estados Unidos ante el calzado
español, las mandarinas clementinas (con extrañas excusas fitosanitarias
basadas en la aparición de larvas de mosca del Mediterráneo en alguna fruta) o
bien imponiendo a España la importación obligada de maíz y sorgo USA, hasta la
de los franceses ante el vino italiano, pasando por la de algunos países
occidentales frente a los automóviles, los equipos de sonido, fotográficos e
informáticos y otros diversos productos japoneses.
3. La protección a
la agricultura
Durante mucho tiempo
ha sido cierto que los agricultores europeos se han beneficiado de un verdadero
sostenimiento de su actividad, traducida en subvenciones a la exportación e
impuestos a la importación si el precio en la UE era superior al precio mundial . Por otra
parte, el sostenimiento interno de los precios agrícolas en la UE mantenía la renta de los
agricultores, pero inducía un estado de sobreproducción permanente. Mediante
los acuerdos de Blair House (renegociados al final de la Ronda Uruguay del
GATT) y la reforma de la PAC
(Política Agrícola Comunitaria), Europa ha cambiado de estrategia. A partir de
ahora, los precios agrícolas no están ya sostenidos y los agricultores están
obligados a efectuar drásticas reducciones de sus producciones (régimen de
"barbecho" y estímulo al abandono de los terrenos de cultivo) con el
objetivo de rebajar los precios europeos al nivel mundial para reencontrar su
competitividad perdida. De hecho, han sido los europeos los que han realizado
el mayor esfuerzo en este sentido, mientras los agricultores americanos se
benefician permanentemente del apoyo de su gobierno.
Los tópicos respecto
al comportamiento ético-comercial del gran gigante americano no son
infrecuentes. La creencia extendida de que la agricultura comunitaria es la más
protegida del planeta, mucho más que la de cualquier otro país, incluido USA,
no resulta ser cierta. Paradójicamente, este país se muestra ante la Organización Mundial
del Comercio (OMC, World Trade Organization, que ha visto la luz en
1995) como el bloque más liberal, comercialmente hablando. El Comisario de
Agricultura de la UE,
Franz Fischler, en una reciente intervención en el National Press Club of
Washington DC, aclaró esta situación y explicó cómo es el modelo agrario de
la agricultura americana y europea. Fischler indicó que muchas veces se escucha
que la mitad del presupuesto de la Unión Europea se destina a la agricultura, lo
cual crea importantes equívocos. En este sentido, hizo notar que el presupuesto
de la UE es muy
pequeño, dado que no constituye la suma de los presupuestos nacionales de todos
los Estados miembros y apenas alcanza un 4’5% del presupuesto general de los
Estados Unidos.
Para poder comparar
cifras equivalentes, habría que considerar que mientras que EEUU gasta 76.000
millones de dólares (un 2’9% del gasto público) en agricultura, la UE sólo invierte 55.000
millones de dólares (un 1’5% del gasto público adicionado de la UE y de todos sus Estados
miembros). Además, Fischler remarca que no sólo se gasta menos dinero en la UE que en USA sino que, por
ende, va dirigido a un mayor número de productores beneficiarios. En efecto,
frente a los casi 7 millones de agricultores y ganaderos europeos, sólo hay 2
millones norteamericanos, lo que demuestra que el apoyo recibido por
agricultor es mucho más elevado en USA que en la UE.
También existen
argumentos a favor del proteccionismo (vía aranceles o cualquier otra forma de
política comercial) que, según sus inefables detractores, no resisten un
análisis económico riguroso. No obstante, son innumerables los ejemplos que la
vida real nos ofrece de prácticas proteccionistas. La persistente presión en
favor de medidas proteccionistas se debe en buena medida al hecho de que los
productores tienen más que ganar (en términos per capita) que los
consumidores. Esto explica que a los productores les resulte rentable
organizarse para defender sus intereses. Por otro lado, debe señalarse que los
productores nacionales prefieren que se establezcan aranceles o cualquier otra
medida proteccionista antes de que se les concedan subvenciones directas a la
producción, debido a que los costes sociales de aquellas medidas
proteccionistas son menos "visibles" que los costes generados por las
subvenciones directas, creándose menos agravios comparativos.
La paradoja
competitiva del modelo ricardiano
1. El pensamiento
económico de los clásicos
Gran importancia
reviste el pensamiento de los economistas clásicos sobre los fenómenos de
índole comercial, particularizado por el francés J. B. Say (1767-1832) en su
famosa "ley de los mercados": la oferta genera su propia demanda.
La demanda efectiva sostiene, por su suficiencia, el pleno empleo y la plena
capacidad de producción, independientemente de la oferta.
De un modo general, en
sus razonamientos, los clásicos no tomaron bastante en cuenta el hecho de que
los hombres y las mujeres se agrupan en naciones; desconocieron la gran fuerza
de colusión del sentimiento nacional, y éste es un error todavía digno de tener
en consideración en nuestros días frente al fenómeno de la globalización
económica. Algunos, como D. Ricardo, analizaron defectuosamente la movilidad de
hombres, capitales y productos en el interior de un país y de un país a otro.
Desde luego, Ricardo se mostró enseguida bien diferente de A. Smith: desde el
punto de vista metodológico, era mucho menos cultivado que el denominado
"padre de la economía ortodoxa" (Joseph Schumpeter considera a
Ricardo como una especie de empirista, que carece de una filosofía general y de
toda sociología) y, naturalmente, mucho más dogmático, sistemático y abstracto.
Mediocre escritor, desarrolló sus demostraciones sin recurrir a las imágenes, a
los ejemplos, a la observación de los hechos, presentándolos siempre en forma
de razonamiento deductivo. Y así, su estilo se caracteriza por el abuso de la
expresión "supongamos que...". Al igual que Smith, y aún mejor
todavía que éste, afirmó, en contra del mercantilismo, que el intercambio
internacional es, en última instancia, un trueque disfrazado, y que los metales
preciosos se reparten por sí mismos entre los países que los necesitan,
dirigiéndose siempre, de modo automático, a las naciones que poseen un poder
adquisitivo en mercancías más elevado, sin que sea posible, de ninguna manera,
desvirtuar esta ley.
Por otra parte, las
conclusiones prácticas extraídas por Ricardo de la teoría de los "costes
comparativos" no son muy diferentes de las de la teoría de los
"costes absolutos". Concluyó que todo país saca provecho del libre
cambio, aunque sea unilateral, y que como las ventajas del comercio
internacional deben apreciarse sólo desde el punto de vista del consumidor, el
país que gana más es el más pobre (¡oh paradoja!). Debe tenerse en cuenta que
toda esta teoría ha sido sometida, desde John Stuart Mill (1806-1873), a una
rigurosa revisión .
Si se examina el
modelo anteriormente expuesto de Ricardo , basado sobre el interesante concepto
de la "ventaja relativa o comparativa", mediante el cual se concluye
que los países se especializan en la producción de los bienes y servicios que
pueden fabricar o prestar con un coste relativamente más bajo que otros, y que
sigue siendo la base última de todos los modelos teóricos del comercio
internacional, se llega a conclusiones decididamente asombrosas. Fue expuesto
mediante el recurso al famoso ejemplo del comercio de paños y vino, entre
Inglaterra y Portugal. Si, en Inglaterra, la producción de paños requiere el
trabajo de 100 hombres durante un año, y la de vino el trabajo de 120 hombres
durante el mismo período; si, en Portugal, la producción de paños requiere el
trabajo de 90 hombres durante un año, y la de vino el trabajo de 80 durante el
mismo tiempo, la concienzuda conclusión de Ricardo es que a Inglaterra le
compensa dedicarse a producir sólo paños, y obtener vino por importación,
mientras que a Portugal le interesa dedicarse sólo a la producción de vino,
obteniendo los paños por importación. Y ello porque en un sistema de total
libertad de comercio, como el propugnado por Ricardo, cada país consagra su
capital y su industria a la actividad que le parece más útil; los puntos de
vista del interés individual se alinean perfectamente con el bien universal de
toda la sociedad, que no es más que la suma de todos ellos. En definitiva,
enlazando con la doctrina ortodoxa, aparece el orden económico por efecto del
"orden natural" y la "mano invisible del Hacedor" (la
"Biblia económica" de A. Smith) que desembocan inexorablemente en el
equilibrio, tendiéndose siempre hacia el lugar donde el beneficio sea máximo.
De hecho, esta
concepción también enlaza con el punto probablemente más importante de la
teoría fisiocrática, esto es, su creencia en el "orden natural y
esencial". Para los fisiócratas, el orden natural es el objeto de las
instituciones que podían favorecer la prosperidad social y, por ende, habida
cuenta de su punto de partida, el desarrollo de la producción agrícola. Puesto
que el orden natural, a su modo de ver, era todo lo que favorecía a la
agricultura, había de llevar consigo todo lo que pudiera asegurar a ésta una
retribución suficiente y el "buen precio" (o sea, el más elevado
posible) de los productos agrícolas y ganaderos. En aplicación de este
principio, los fisiócratas pidieron la libertad del comercio exterior
(singularmente, la libre circulación de los cereales), la supresión de las
aduanas interiores, de la policía de mercados y de otras secuelas del
colbertismo, que tenían como objetivo limitar el alza de los precios de los
cereales.
Ahora bien, según el
modelo ricardiano, el comercio internacional no se basa precisamente en la competencia,
sino en la cooperación, que es otra cosa bien diferente. En efecto, los
países renuncian a competir en la producción de unos mismos productos y
organizan una especie de "división internacional del trabajo". Según
la idea de Ricardo, hemos visto que cada país debe "especializarse"
en aquello en lo que tiene ventaja relativa. Se genera así un curioso proceso
de cooperación que se parece más al que se desarrolla en el interior de una misma
empresa, que a la competencia entre empresas rivales que fabrican un mismo
producto para el mercado libre.
Desde el punto de
vista del consumidor, las importaciones procedentes de los países pobres son
ventajosas y les permiten comprar más baratos esos productos, ya que incorporan
costes salariales mucho más bajos que los de su propio país. Ese constituye
también un buen argumento de los Gobiernos para controlar la temible inflación.
Por el contrario, impedir la entrada de esos productos perjudicaría a los
consumidores, que tendrían que pagar unos precios más altos, pero favorecería
en cambio a los agricultores (que son, por cierto, muchos menos) y a otros
sectores, ya que evitaría que se perdiesen puestos de trabajo dentro del país y
que salieran divisas para pagar esas importaciones, alcanzándose un menor grado
de dependencia económica del exterior y mejorando la balanza de pagos.
2. Las limitaciones
del comercio internacional
La afirmación de que
"cierto grado de comercio es mejor que la ausencia total del mismo"
resulta evidente en sí misma, pero la hipótesis o axioma de que "el libre
comercio es mejor que cualquier otro tipo de comercio" (v. gr., el que se
vea afectado por unos aranceles medios del 10% ad valorem) no resulta
tampoco incontrovertible ni insoslayable.
Casi todo el mundo
está de acuerdo que parece mejor favorecer el comercio que restringirlo, pero
resulta conveniente darse cuenta de que el establecimiento del comercio
internacional plantea problemas de justicia distributiva, que se resisten a ser
ocultados bajo la aparente neutralidad de una solución "técnica" o de
mercado. La ganancia producida por el comercio entre países tiene que ser
repartida adecuadamente entre todos los afectados, ya sean los consumidores y
obreros de los países desarrollados, los obreros de los países menos
desarrollados o bien cualquier otro colectivo afectado. Trátase, en definitiva,
de un problema ciertamente complejo y difícil de resolver, donde no sólo
influyen diferencias de oportunidades "técnicas" para el rendimiento
del capital, sino también complejas situaciones históricas, políticas,
culturales y laborales.
Schumpeter entendió el
capitalismo mejor que ningún otro economista del siglo XX. Percibió que el
capitalismo no trabaja precisamente para preservar la cohesión social. También
que, dejado a sus propias reglas, el capitalismo podía destruir la propia
civilización liberal. Por eso aceptó que el capitalismo debía de ser
domesticado. La intervención gubernamental era necesaria para reconciliar el
dinamismo del sistema capitalista con la estabilidad social. Lo mismo resulta
cierto para los mercados globales de hoy en día.
Los que hoy creen
ciegamente en el laissez faire mundial hacen eco de Schumpeter sin
comprenderlo. Creen que al promover prosperidad, los libres mercados logran el
avance de los valores liberales. Pero no se han dado cuenta de que un libre
mercado global engendra nuevas variedades de nacionalismo y fundamentalismo,
incluso aunque produzca nuevas élites. Al erosionar los cimientos de las
sociedades burguesas y al imponer una inestabilidad brutal en los países en
vías de desarrollo, el capitalismo globalizado está poniendo en peligro a la
mismísima civilización liberal. También está dificultando, irresponsablemente,
la coexistencia pacífica de las diferentes civilizaciones.
La lógica de la
economía global, como advertimos al principio, es profundamente contradictoria.
Está sentada sobre las bases de la velocidad, el riesgo, la creatividad, pero
también sobre la impunidad en el orden internacional, ya que no existen
mecanismos de regulación y control de los intereses colectivos de la humanidad. Pero, sobre todo, esta lógica está
asentada sobre el principio de la inseguridad de las personas, particularmente
las de los países y sectores pobres. Se transfiere la producción de los países
de salarios altos a aquellos con salarios bajos, se especula en el mercado
financiero sin considerar las peligrosas consecuencias -excepto para el propio
capital- que se deriven, se trastocan patrones culturales y de consumo y se produce
un daño irreversible a la base ecológica del planeta, sin preocupación por las
generaciones futuras. La globalización ha contribuido a generar, constante y
crecientemente, exclusión y polarización social, minando con tal comportamiento
las bases de una convivencia armónica y pacífica entre los pueblos. No es de
extrañar, pues, que frente a los procesos de globalización se hayan desatado
fuerzas que reivindican crecientemente el espacio local y las identidades más
restringidas, así como que hayan surgido peligrosos nacionalismos xenófobos y
grupos religiosos intolerantes que amenazan la paz mundial .
La crisis asiática de
hace pocos años es sólo un signo de que los libres mercados globales son
ingobernables. Hoy nos encontramos ante una burbuja de proporciones históricas,
gigantescas, que puede estallar en los mismos Estados Unidos, tan afectados por
los atentados terroristas del once de septiembre del 2001; una deflación
atrincherada en Japón y emergente en China; la depresión en Indonesia y en
varios países asiáticos más pequeños; la crisis financiera y económica y un
probable cambio de régimen en Rusia; la profunda crisis económica y social en
Argentina; ninguno de estos procesos augura estabilidad. Por el contrario,
muestran el carácter inestable de la economía mundial entera.
Si alguien duda de que
la economía mundial está entrando en un territorio desconocido, sólo tiene que
considerar las decisiones del poderoso Presidente de la Reserva Federal
americana (Fed o banco central), Alan Greenspan, de recortar los tipos de
interés diarios -que constituyen su principal instrumento de política monetaria
y que utilizan los bancos para sus operaciones de refinanciación a corto plazo-
hasta once veces durante el ejercicio 2001, de modo que los tipos han pasado del
6’50% al 1’75% en el marco de su agresiva política de relajamiento monetario,
tendente a reactivar la deprimida economía norteamericana. Paralelamente, se
daban nuevos pasos para evitar el impacto de la recesión que se avecinaba: el
mismo Greenspan daba luz verde al Congreso para adoptar un plan de reactivación
valorado entre 60.000 y 75.000 millones de dólares (65.700-82.200 millones de
euros). Este paquete se suma a los ajustes de 55.000 millones de dólares
(60.300 millones de euros) ya desbloqueados por el Gobierno estadounidense como
medidas de ayuda de urgencia y ascendentes a 40.000 millones de dólares (43.800
millones de euros) y como asistencia a las compañías aéreas (15.000 millones de
dólares, equivalentes a 16.400 millones de euros). Así pues, el proceso de
desaceleración sigue su curso inexorable en todas las economías mundiales, de
manera especialmente intensa en Japón y en las economías latinoamericanas. El
alto grado de incertidumbre experimentado tras los ataques terroristas del 11
de septiembre del 2001 se reflejó en una huída a la calidad, en fuertes caídas
de los mercados bursátiles, tanto en las economías desarrolladas como en las
emergentes, y en un aumento de las primas sobre los activos de mayor riesgo,
especialmente de los mercados emergentes. De hecho, la debilidad de la economía
americana ya había quedado de manifiesto con anterioridad al fatídico 11 de
septiembre, y aquellos atentados terroristas acabaron de truncar las escasas
perspectivas de recuperación que se vislumbraban para los próximos trimestres.
Para apoyar esta hipótesis, veamos que las exportaciones e importaciones
sufrieron, en julio de 2001, la mayor caída de la última década, a lo que cabe
añadir el deterioro en la confianza de los consumidores, que en septiembre del
mismo año experimentó el mayor descenso habido en 15 años. Ante el nuevo
escenario internacional, no resulta difícil augurar que el bloque de los doce
países de la zona euro seguirá la negativa tendencia de los Estados Unidos, con
el consiguiente deterioro de su coyuntura y la rebaja de su estimación de
crecimiento.
En efecto, a pesar de
una campaña tan activa para aumentar la masa monetaria desde la última recesión
de hace diez años, la economía USA muestra pocos signos de responder a la
terapia aplicada. Por ejemplo, ha caído la demanda de equipos informáticos de
las compañías norteamericanas a las empresas asiáticas. Toshiba, la poderosa
firma de electrónica japonesa (Japón, la segunda economía más importante del
mundo, es parte del problema), procede al despido de 20.000 empleados de sus
factorías en todo el planeta, prácticamente igual que Hitachi. No son, por
cierto, las primeras firmas del sector que recurren a esta drástica medida para
reorientar sus negocios y buscar de nuevo la senda de unos beneficios cada vez
más esquivos y migrados. Otras empresas japonesas, como Fujitsu o NEC, han
pasado ya por ese duro camino y, fuera de Japón, muchas otras, algunas tan
potentes como Cisco, Equant o America Online han seguido la misma tortuosa
senda.
Por aquellas fechas,
también el Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra acordaba bajar
los tipos de interés para contrarrestar el progresivo debilitamiento de la
economía mundial. En cualquier caso, de acuerdo a los cálculos de la máxima
autoridad monetaria británica, las repercusiones de los ataques mencionados
sobre la economía en el Reino Unido se estimaban más leves que sobre la
estadounidense.
No parece, en fin, que
nos hallemos ante simples crisis empresariales. La llamada "nueva
economía", basada en las modernas tecnologías de la información y de la
comunicación, enseña su talón de Aquiles y nos recuerda que las reglas del
óptimo funcionamiento empresarial continúan sujetas a conceptos tradicionales
que, apresurada e irresponsablemente, se habían dado por superados u obsoletos.
En el mismo año 2001, las bolsas asiáticas registraron cuantiosas pérdidas y el
índice Nikkei japonés se acercó a su mínimo histórico en diecisiete años. La
crisis económica estadounidense, aún incipiente, se hace sentir en todo el
mundo y tampoco la vieja Europa ofrece síntomas de tener la potencia necesaria
para desempeñar el papel de locomotora de la economía mundial: Alemania, la
economía más importante de nuestro continente, arrastra también serios
problemas. Téngase en cuenta que la mayoría de las recesiones del siglo XX
fueron desencadenadas por las subidas de los tipos de interés de los bancos
centrales al objeto de combatir la temida inflación. Pues bien, la actual
situación de la economía se parece más a una recesión del siglo XIX, causada
por el estallido de una burbuja de inversiones. Vistas así las cosas, hay que
realizar un serio esfuerzo para mantener el optimismo.
El libre mercado no es
-como supone hoy la filosofía económica predominante- el "estado
natural" que toman las cosas, cuando la política no interfiere con sus
garras pecadoras en los intercambios del mercado. Contrariamente, en cualquier
amplia y larga perspectiva histórica, el libre mercado es una rara desviación
de breve existencia. Los mercados regulados constituyen la norma, no la
excepción, y surgen espontáneamente en la vida de cada sociedad. El libre
mercado es una construcción o entelequia del poder estatal. La idea de que el
libre mercado y el mínimo de intervención gubernamental van juntos, que era
parte del stock que manejaba la Nueva Derecha, es probablemente la verdad
inversa: dado que la tendencia natural de la sociedad es a restringir los
mercados, los libres mercados sólo pueden crearse por el poder de un Estado
centralizado. Los libres mercados son las criaturas de los gobiernos
fuertes y no pueden existir sin ellos. Este es el primer argumento de Falso
amanecer .
Una parte importante
del debate actual confunde la globalización -un proceso histórico que durante
siglos ha estado en curso- con el efímero proyecto político de un libre mercado
de amplitud mundial. Entendida con propiedad, la globalización se refiere a la
interconexión creciente de la vida económica y cultural entre las partes
distintas y distantes del mundo. Este es un rasgo cuyos inicios podrían
fecharse -llevando a cabo un análisis retrospectivo- en pleno siglo XVI, con la
proyección del poder europeo hacia otras partes del mundo a través de las
políticas imperialistas de las que España, por cierto, no fue ajena sino gran
protagonista.
Hoy en día, el motor
principal de este proceso es la rápida difusión de las nuevas tecnologías de la
información, capaces de abolir las distancias y trabajar en tiempo real. Los
pensadores convencionales se imaginan que la globalización tiende a crear una
especie de "civilización universal" (a ella nos referiremos más
adelante en este mismo libro) mediante la propagación de los valores y las
prácticas de Occidente. Particularmente, del Occidente anglosajón y
angloamericano.
De hecho, el
desarrollo de la economía mundial ha ido, sobre todo, en otra dirección. La
globalización de hoy difiere de la economía internacional abierta, establecida
bajo los auspicios de los imperios europeos en las cuatro o cinco décadas
anteriores a la Primera
Guerra mundial. En el mercado global, ningún poder occidental
tiene una supremacía equivalente a la británica o a la de otros poderes
europeos de aquella época. No es de extrañar que, a la larga, la banalización
de las nuevas tecnologías en el mundo erosione el poder y los valores
occidentales. La propagación de las tecnologías nucleares en los regímenes
anti-occidentales es sólo un síntoma de una tendencia mucho más vasta.
El mercado global no
proyecta el libre mercado angloamericano hacia el mundo, sino que más bien pone
en circulación a todos los tipos de capitalismo para no hablar de las
variedades del libre mercado. La anarquía de los mercados globales destruye las
viejas formas del capitalismo y promueve nuevas variedades. Pero, eso sí,
siempre sujetando el todo a una incesante y, a menudo, angustiosa
inestabilidad.
Uno recuerda, en fin,
que al término de su gran obra, General Theory, John Maynard Keynes
declamaba, en un famoso pasaje sobre el poder oculto de las ideas económicas
anticuadas, en los siguientes términos:
"Los hombres prácticos, que se
creen totalmente libres de
cualquier influencia intelectual,
son, generalmente, esclavos
de algún economista difunto."
Pues bien, es posible
que esos gurús del ultraliberalismo actual, sin saberlo, se hallen inspirados
escatológicamente, desde el otro mundo, por el viejo y polvoriento fantasma de
David Ricardo, que suele desplazarse a medianoche por los pasillos de algunos
foros internacionales, e incluso a través de las paredes y los sótanos de
algunas Universidades, con el preceptivo arrastre de cadenas y rumor de
sábanas.
V. El gran
desengaño librecambista
1. La falacia de la
"solidaridad internacional"
Por desgracia, el
tiempo y la praxis largamente experimentada del comercio internacional se han
encargado de demostrar que la libertad de circulación de las mercancías,
llevada a sus últimas consecuencias, no ha servido -en ningún caso- para
proporcionar beneficios relativos a los países menos desarrollados, sino más
bien al contrario: se ha venido acentuando, como es bien sabido, la
diferencia entre los países ricos y los países pobres, derivándose hacia una
preocupante situación en la que se han hecho todavía más acusadas las
diferencias de renta y de riqueza entre los pueblos del orbe. El gran
argumento consistente en el fomento -a través del comercio- de la solidaridad
hacia los países menos favorecidos, se derrumba estrepitosamente al comprobar
los resultados obtenidos. De este modo, según las últimas apreciaciones
estadísticas internacionales, son ahora más ricos los ricos de los países
pobres (unas cuantas grandes multinacionales en ellos establecidas que, con
costes de producción bajísimos, exportan a los países del primer mundo,
beneficiándose ellas solamente) y más pobres los pobres de los países ricos
(básicamente los agricultores y pequeños industriales, que ven sometidas sus
producciones a la competencia desleal de las de otros países con normativas
medioambientales, explotación de la mujer, trabajo infantil y cargas fiscales y
sociales bajísimas o incluso inexistentes).
Y así, veamos que , en
relación a la pretendida reducción de la pobreza en el mundo, la situación
actual señala un claro retroceso: mientras que la renta per capita se
sitúa cerca de los 25.000 dólares anuales, en 49 de los países menos avanzados (más
de 34 de ellos pertenecientes al continente africano) apenas se alcanzan los
900 dólares y sólo reciben el 5% de las inversiones directas mundiales.
La apertura de los
mercados, mediante mecanismos de desregulación y eliminación de aranceles,
también ha traído consecuencias muy contradictorias. Por un lado, es cierto que
se abren las puertas para que los productos de los países pobres puedan
venderse en los países ricos; pero aunque las puertas estén abiertas, la
competencia es tan feroz y las desigualdades de condiciones para competir tan
grandes que, en la práctica, en la última década muchos países pobres perdieron
mucho terreno en el comercio internacional. El grueso de los países pobres,
siguiendo "sabios" consejos de organismos internacionales y más o
menos sutiles presiones diplomáticas, abrió sus mercados eliminando barreras de
importación y bajando aranceles para estimular el libre comercio, lo que
constituye la piedra angular del nuevo modelo de economía global. Sin embargo,
una mirada somera a algunos datos recientes muestra que, para los países en
desarrollo, este proceso significó una pérdida de oportunidades económicas del
orden de 500 mil millones de dólares anuales, o sea, diez veces más de lo que
recibieron en ayuda exterior.
El significado
inmediato de esto es que, como resultado de tantos mercados abiertos, los
países más ricos se hicieron todavía más ricos. Hoy el 20% de la gente más rica
del mundo recibe por lo menos 150 veces más el ingreso del 20% más pobre del
mundo. Los índices de Gini y de Lorenz, a escala mundial, ofrecen una
desigualdad insultante y creciente en la distribución de la renta y de la
riqueza. Está claro que la apertura comercial sólo ha beneficiado a los que
estaban en capacidad de competir y exportar. En América Latina, por ejemplo, la
apertura significó un deterioro en la balanza comercial para el conjunto de los
países y la ruina para alguno de ellos, como Argentina. Por primera vez al cabo
de una década, la balanza comercial de estos últimos años arrojó saldos negativos,
con un déficit superior a los 10.000 millones de dólares para el conjunto de
los países de la región. Este desfase hubiera sido aún mayor de no haber tenido
Brasil un superávit de 15.700 millones de dólares .
2. El fomento del
fraude a escala mundial
La globalización de la
economía puede conducir, paradójicamente, a un cierto proteccionismo o fomento
del fraude fiscal y social a nivel internacional, o incluso a un rebajamiento
de las diferentes normativas protectoras del entorno ambiental, que resulta
absolutamente intolerado y perseguido en el propio país. Vamos a poner un
ejemplo ilustrativo del anterior aserto. Una zapatería que no pague impuestos
estatales o locales ni cotizaciones sociales de sus empleados, a los que
remunere por debajo de lo establecido en el vigente Convenio Colectivo
Sindical, siempre podrá vender el calzado a un precio muy inferior al de la
zapatería vecina (en la misma ciudad o calle) que cumpla escrupulosamente con
sus obligaciones fiscales y laborales, y ello sin necesidad alguna de ser mejor
comerciante minorista o de controlar mejor otros aspectos competitivos del
negocio. Por ello también, sólo tiene sentido hablar de la
"especialización productiva" y de la "libertad de comercio"
cuando se parte de grupos productores sometidos a las mismas reglas del juego
(inmersos dentro de los grandes espacios económicos internacionales más o menos
homogéneos, como es el caso de la Unión Europea) pero jamás entre grupos dispares
en cuanto a su situación económica y normativa. En definitiva: sólo se puede
competir sin restricciones partiendo de unas condiciones razonables de igualdad,
como sucede en el deporte, en la política o en el acceso a la función pública:
no se puede jugar al póker con las cartas marcadas, o acudir a unas oposiciones
libres sabiendo cuales serán los temas del examen, o emprender una campaña
electoral copando todos los espacios televisivos, o bien empezar un partido de
fútbol con un resultado de 2-0 a favor de alguno de los contendientes, o
tampoco iniciar una carrera atlética con 50 metros de ventaja (como en su día,
según la vieja fábula, le diera Aquiles a la tortuga).
Frente a un obrero
dócil y adocenado de un país del Tercer Mundo, que trabaja sesenta horas
semanales, que acepta sin rechistar horas extraordinarias y condiciones de
escasa seguridad, que no está sindicado, que desconoce el derecho de huelga y
las vacaciones, que no cotiza cuota sindical alguna y que es pagado de diez a
veinte veces menos que un obrero occidental, se alza éste que, pese a ser altamente
productivo?, jamás llegará a compensar tales diferencias de coste salarial.
Para todos los productos (bienes y servicios) que incorporen esencialmente
trabajo y que se miden con la competencia y con las importaciones, el elemento
determinante para competir es el precio final y éste hállase íntimamente ligado
a los costes de producción, que serán mucho más elevados en Occidente. Con
ello, las consecuencias serán bien claras: el crecimiento del desempleo y el
aumento de las diferencias de renta entre los asalariados expuestos a la
competencia (primordialmente los trabajadores no cualificados) y aquellos otros
no expuestos, competitivos y que producen mayoritariamente bienes exportables .
Pensar, por último, que la promoción a ultranza de la investigación y el
desarrollo -así como de la cualificación de los trabajadores de los países
avanzados para marcar diferencias inalcanzables en innovación tecnológica con
los más desfavorecidos- constituye la solución taumatúrgica y permanente a la
problemática anteriormente apuntada, se nos antoja más un puro ejercicio de
romanticismo económico (si es que ambos términos, sustantivo y adjetivo,
resultan de algún modo compatibles) que una manera realista y efectiva de
afrontarla.
Parece lógico colegir,
pues, que los productores nacionales necesitan protección porque otros países
competidores utilizan mano de obra barata en el proceso productivo del bien o
del servicio de que se trate. Ciertamente, hay que tener en cuenta que la mano
de obra extranjera es también menos productiva, aunque no tanto, casi siempre,
como para compensar su menor coste. Y lo que es peor: sus condiciones laborales
son, con gran frecuencia, infrahumanas y sometidas a un auténtico y escandaloso
dumping social. Por cierto, que no resulta preciso, para nosotros,
acudir a ejemplos distantes desde el punto de vista geográfico: es suficiente
con analizar las condiciones laborales de algunos colectivos magrebíes,
adscritos a actividades de agricultura intensiva basada en cultivos forzados
bajo plástico, en ciertas regiones meridionales españolas.
La consecuencia más
importante y, sin duda alguna, la menos evidente de nuestro comercio con los
países en desarrollo, no es tanto el impacto sobre el paro como la quiebra de
nuestra sociedad en dos partes cada vez más alejadas en términos de renta:
empobrecimiento de los asalariados afectados por la competencia y mantenimiento
del nivel de vida de aquellos empleados en sectores competitivos y
exportadores, o aquellos con empleos protegidos (caso, v. gr., de los funcionarios
públicos). P.N. Giraud lo expresó claramente en los siguientes términos:
"Hoy en día, el librecambio creciente con los países con los salarios
bajos y escasa capacidad tecnológica no conduce necesariamente al desempleo
masivo en los países ricos, sino a la reapertura de las escalas de ingresos
primarios y a crecientes desigualdades acompañadas de una polarización de la
sociedad en dos grupos: los competitivos y los protegidos. Los segundos
dependen para sus rentas del número y la competitividad de los primeros. Se
trata de un clientelismo, en el sentido romano del término, que tiende a
instaurarse entre los dos grupos, a pesar de la mediación de los mercados y del
Estado. Es la existencia misma de las clases medias, en los países ricos, la
que está amenazada. Clases, sin embargo, que el capitalismo del siglo XX había
no solamente engendrado, sino sobre las que había basado su propio
desarrollo".
En cualquier caso, se
observa que, ante el crecimiento del desempleo y la aparición de crisis
económicas cíclicas en los países avanzados, la tentación de efectuar un
repliegue por grandes bloques regionales es grande, imponiéndose el argumento
de que sólo se puede comerciar con países que respeten las mismas o parecidas
reglas del juego. Es ésta la opinión que condujo a Francia y a los Estados
Unidos a solicitar, en la conferencia de Marrakech, acaecida en abril de 1994,
la inclusión en los acuerdos fundacionales de la OMC de una cierta "cláusula social"
para combatir el dumping social, aunque, por el momento, los países del
Tercer Mundo forman un frente de rechazo unido a dicha proposición, alegando
que el desarrollo económico y los intercambios comerciales es lo que les
permitirá, a priori, mejorar la situación de los trabajadores e inducir
la desaparición del trabajo infantil. Hay que reconocer que, al menos hasta la
fecha, sólo los USA subordinan su política comercial al respeto -por los demás-
de los derechos fundamentales de los trabajadores.
3. El fracaso del
libre mercado global
Por el contrario, el
librecambismo a ultranza se apoya en afirmaciones dogmáticas y jupiterinas como
la que sigue (debida, por cierto, al premio Nobel P.A. Samuelson, uno de los
grandes precursores del ultraliberalismo actual): "El fomento de un
comercio más libre se apoya en la creciente productividad posible mediante la
especialización internacional, de acuerdo con la ley de los costes
comparativos, que permite una mayor producción mundial y un nivel más alto de
vida en todos los países. El comercio entre países de distintos niveles de vida
resulta especialmente provechoso para todos ellos" . Con independencia de
que la cruda realidad se ha encargado de desmentir tamaña aseveración, ¿se
imaginan ustedes lo absurdo de la situación que se crearía de aplicar esos
principios dentro de un mismo país, dejando al libre albedrío de los
productores y comerciantes la facultad de reajustar sus costes (fiscales,
sociales, medioambientales y laborales) a la baja al objeto de poder así
competir mejor entre ellos?.
Posiblemente, la caída
del muro de Berlín en 1989, que se produce justamente doscientos años después
del triunfo de la
Revolución Francesa, nos muestra la imagen aparentemente
definitiva del triunfo, casi sin restricciones, del capitalismo liberal a
escala planetaria, junto con el comienzo de un nuevo siglo y de un nuevo
milenio. Dicha sensación, según el Prof. Víctor Pérez-Díaz , ha podido resultar
acrecentada por la euforia económica cíclica de los últimos años en las
economías capitalistas avanzadas, al tiempo que se despertaba de la pesadilla
de las economías sometidas al yugo de la planificación central, experimentada
en los denominados "países emergentes" pertenecientes al antiguo
bloque socialista popular. Incluso parece significativo de este clima de
euforia el hecho de que las mayores turbulencias económicas de los últimos
tiempos puedan ser amablemente consideradas como asuntos menores o como meros blips
o "incidentes". Según The Economist:
"... the emerging markets crash of the late 1990s, which once appeared
to endanger the global economy, will son be regarded as a mere blip in the
ongoing "Asian miracle" (5 de abril de 2000, pág. 13). Y en The Wall Street Journal
Europe, Thomas Weber nos informa de cómo son debatidas y analizadas en los campus
universitarios norteamericanos las pasadas dificultades experimentadas en los
mercados asiáticos y por las empresas de alta tecnología: "but their
decline is ultimately dismissed as a blip in the Net’s upward trajectory"
(10 de abril de 2000, pág. 29).
Entre las
organizaciones transnacionales hay signos efímeros de que el fundamentalismo
del libre mercado comienza a cuestionarse. A veces se critica el dogma de que
el capital debe tener una movilidad sin restricciones, y de posturas similares
a las del "consenso de Washington". Sin embargo, el libre mercado
anglosajón permanece como el modelo o patrón para las reformas económicas en
todas partes. La idea de que la economía mundial debe ser organizada como un
solo mercado universal, no ha sido aún desafiada.
Pienso sinceramente
que el libre mercado global es un proyecto que estaba destinado a fracasar. En
esto, como en muchas otras cosas, se parece demasiado a ese otro experimento de
una ingeniería social utópica: el socialismo marxista. Ambos movimientos
estaban convencidos de que la meta del progreso humano debe ser una
civilización única.
Cada uno negaba que una economía moderna pudiera presentarse en muchas
variedades bien distintas y multiformes. Cada uno estaba dispuesto a pagar un
alto costo en términos de sufrimiento humano para imponer su visión única y
providencial del mundo. Cada uno se ha envarado ante las necesidades humanas
vitales. Cada uno le negaba al otro el pan y la sal. Por todo ello, ambos están
condenados al fracaso.
De acuerdo con la
ideología del fundamentalismo de libre mercado que ha invadido al mundo desde
que Ronald Reagan en USA y Margaret Thatcher en el Reino Unido la promovieron a
principios de la década de los ochenta, los mercados competitivos no se
equivocan, o al menos producen resultados que no pueden mejorarse a través de
la intervención de instituciones y políticas ajenas al mercado. Se supone que
los mercados financieros brindan prosperidad y estabilidad y lo hacen, en mayor
medida, si se encuentran libres de interferencias gubernamentales en sus
operaciones y no tienen control ni restricción alguna sobre su alcance global.
Nos recuerda aquella vieja máxima de que "Brasil funciona de noche, cuando
los políticos están durmiendo".
Sin embargo, la crisis
actual ha mostrado que esta ideología del fundamentalismo de mercado es
incorrecta. La ideología de libre mercado asegura que las fluctuaciones en las
acciones y los flujos de crédito son aberraciones pasajeras que pueden no tener
impacto permanente en los fundamentos económicos. Si se dejan por sí solos, se
supone que los mercados financieros pueden actuar a largo plazo como un
péndulo, siempre oscilando en dos sentidos para buscar el equilibrio; aunque
podría demostrarse que incluso la noción de equilibrio es falsa. Los mercados
financieros son inherentemente y esencialmente inestables y siempre lo serán:
se dan a los excesos, y cuando una secuencia de apogeo y depresión va más allá
de un cierto límite, transforma los fundamentos económicos que, a su vez, no
pueden volver al lugar donde se encontraban al comienzo. En lugar de actuar
como un péndulo, los mercados financieros pueden actuar como una esfera gigante
y demoledora que oscila de un país a otro y destruye todo lo que se cruza en su
trayectoria.
El problema es, con
seguridad, que los mecanismos internacionales para la gestión de las crisis son
excesivamente inadecuados. La mayoría de los líderes, en Europa y Estados Unidos, se preocupan
por la manera en que sus países podrían protegerse del contagio financiero
global. Pero el problema a escala global es mucho más amplio e históricamente
más importante. Aunque las economías de Occidente y sus sistemas bancarios
sobrevivan a la presente crisis sin sufrir demasiados daños, los de la
periferia ya se han visto muy afectados .
4. Los problemas
que plantea el comercio internacional
Básicamente, dichos
problemas estriban en que este comercio no beneficia por igual a todos
los países. En efecto:
El mundo no está
constituido por países de igual nivel tecnológico ni productivo, sino que más
bien existe un mundo desarrollado (centro) y otros países subdesarrollados
(periferia).
El coeficiente de
elasticidad-renta de la función de demanda de los productos manufacturados es
mayor que la de los productos primarios, que tienden a clasificarse como bienes
inferiores o de primera necesidad.
Para obtener los
mismos bienes manufacturados, es preciso intercambiar cada vez mayores
cantidades de productos primarios. A principios del siglo XX, en nuestro país,
valían lo mismo 1 kg. de trigo que 1 kg. de harina que 1 kg. de pan. Justo un
siglo después, las diferencias de precios, como puede comprobarse, resultan
abismales, con especial perjuicio para los colectivos situados en ambos
extremos de la cadena: el agricultor cerealista y el consumidor.
Las conclusiones que
se obtienen de este grupo de ideas son las siguientes:
El comercio
internacional beneficia más a los países desarrollados que a los no
desarrollados, con lo que tiende a incrementar las desigualdades de partida.
Los aumentos de
renta, a escala mundial, dan lugar a una demanda creciente de bienes
manufacturados y decreciente de productos primarios, y las bajas cotizaciones
de éstos van a perjudicar a los productores de bienes primarios (agricultores y
ganaderos) que, aparte de ejercitar una importante labor de conservación y mantenimiento
medioambiental, no suelen ser, precisamente, las clases más favorecidas de la Sociedad.
Esta presión de los
países no desarrollados dio lugar a la creación de la UNCTAD (Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), cuyo objetivo estribaba en basar
el intercambio internacional no sobre la igualdad sino sobre la preferencia.
Tuvo dicha institución una vida activa en los años sesenta-setenta del pasado
siglo, en la búsqueda de nuevas fórmulas que permitiesen apoyar los procesos de
desarrollo del tercer mundo. Su realización más destacada ha sido el Sistema de
Preferencias Generalizadas, en virtud del cual los países desarrollados
conceden preferencias arancelarias, por listas de productos, a los países en
vías de desarrollo.
Por último, veamos que
las famosas ventajas comparativas son cambiantes y generan difíciles procesos
de ajuste. El concepto ricardiano de "ventaja comparativa o
relativa", al que nos hemos referido con anterioridad, es un modelo
estático; su núcleo principal subraya que la mayor producción obtenida en la
fabricación de una serie de bienes decidirá el patrón comercial de cada país.
Pero las ventajas comparativas cambian con el tiempo al variar los recursos o
factores de producción disponibles en cada país, en especial el capital y la
técnica; así, véase como la técnica computerizada alcanza gran importancia y
concedió ventajas importantes a los países más volcados en su desarrollo, como
el Japón. Como se observa, las ventajas comparativas han experimentado cambios
substanciales, dando como resultado modificaciones importantes en los flujos
comerciales.
5. La protesta
actual contra la libertad de comercio
La situación de
concienciación respecto de la problemática que plantea la libertad de comercio
cambió radicalmente a raíz de los sucesos que tuvieron lugar en Seattle durante
la reunión de la OMC.
Alrededor de 50.000 personas de todo el mundo pertenecientes
a Organizaciones No Gubernamentales, sindicatos, movimientos ecologistas, etc.,
se personaron en esta ciudad para protestar y manifestar su total rechazo a la
liberalización del comercio mundial; la virulencia de las protestas y su
importancia numérica acapararon la atención de todos los medios de comunicación
de masas. Desde entonces, estos sucesos se han repetido en todas y cada una de
las reuniones internacionales convocadas, ya sean de instituciones
internacionales como el FMI y el Banco Mundial, las Cumbres Europeas o bien
foros más restringidos como el G-8, a los que nos referiremos en el apartado
siguiente con mayor especificidad.
Han sido, pues, los
acontecimientos ocurridos en Seattle los que han dado un gran protagonismo a la OMC, que hasta ese momento era
una gran desconocida para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Ahora, juzgamos
conveniente contribuir al conocimiento de esta organización, cuya misión
específica es tanto liderar la liberalización de los intercambios comerciales
internacionales como defender y hacer cumplir las normas pactadas que regulan
el comercio internacional.
Pero además de dar a
conocer la OMC,
también es importante comprender las razones que han impulsado estas
manifestaciones de rechazo en contra de lo que esta organización representa y,
por ello, debemos tratar de responder a la siguiente pregunta: ¿a qué razones
responde esta contundente protesta contra la libertad de comercio?. A nuestro
juicio, los motivos son muy diversos y en muchos casos opuestos, pero todos
tienen un denominador común: la crítica a la creciente integración e
interdependencia económica mundial que comúnmente denominamos «globalización».
La liberalización en las relaciones económicas internacionales impulsada y
liderada, también, desde estas instituciones económicas internacionales, ha
derivado en la llamada «economía global», que es un entorno caracterizado por
una gran libertad de flujos comerciales y financieros y por el desarrollo de
grandes empresas multinacionales que controlan importantes cuotas de la
producción mundial y de los intercambios internacionales.
Pues bien, ¿son
ciertas todas estas acusaciones? A nuestro entender, la respuesta no es simple
ni unívoca. El comercio internacional no es la causa que origina muchos de los
problemas planteados, pero sí es cierto que la eliminación de los obstáculos
que tradicionalmente han limitado los flujos comerciales, principalmente los
aranceles, ha facilitado la afloración de muchos otros que hoy afectan,
determinan e influyen en las corrientes comerciales. Los factores que
determinan la capacidad de competir de las empresas en los mercados mundiales
ya no dependen, en la misma medida que antes, del grado de protección que cada
país tuviera establecido. Por el contrario, esta capacidad es el resultado
tanto de factores intrínsecamente económicos y empresariales como, también, de
los costes que las empresas deben asumir como consecuencia de la reglamentación
que cada país establece para lograr otros fines que sus mismas sociedades
exigen, como son la protección de los derechos laborales o la conservación del
medio ambiente. Precisamente, la presión por salvaguardar la capacidad
libérrima de competir de las empresas en los mercados internacionales es
considerada cada vez más, por muchos colectivos, como la principal causa que
impide un desarrollo más ambicioso de esos otros fines.
En el lado opuesto,
los países en desarrollo entienden que los estándares impuestos para la
preservación del medio ambiente o de los derechos laborales no son sino una
excusa para limitar el acceso de sus productos a los mercados de los países
ricos y exigen que no se les impongan normas que no pueden (o no quieren)
cumplir. Demandan, por el contrario, que se les facilite su comercio para poder
así potenciar su crecimiento y desarrollo económico y disminuir las diferencias
de renta que entre países ricos y pobres han aumentado en los últimos años.
Reclaman, también, que el comercio internacional debe ser un medio para
resolver los problemas de desarrollo de los países más pobres, con cada vez
mayores dificultades para lograr un crecimiento económico sostenido.
El debate, pues, es
amplio y, además, contrapuesto según la óptica de las diferentes necesidades y
prioridades de los países en función de su grado de desarrollo económico.
Pero esta protesta
contra la mundialización de la economía no sólo no tiende a remitir sino,
contrariamente, a acrecentarse. De este modo, veamos cómo Attac, a finales de
Enero de 2002, irrumpió con fuerza en la todavía anestesiada escena
preelectoral francesa con un mitin que duplicó, con creces, los cálculos más
optimistas. Unas 6.000 personas apoyaron en París el lanzamiento del manifiesto
de la organización antimundialización bajo el lema "es posible otro
mundo", decidida a influir en el debate como gran agitador de ideas. Unos
31.000 fieles seguidores avalan el peso creciente de Attac en Francia, donde el
movimiento dirigido por Bernard Cassen e ideado hace cuatro años por el
director de "Le Monde Diplomatique", Ignacio Ramonet, es cortejado a
derecha e izquierda.
El mismo día en que el
infatigable Chevènement reunía a 1.200 leales para lanzar su "polo
republicano" desempolvando viejos símbolos como la nonagenaria heroína de
la resistencia Lucie Aubriac, Attac se reafirmaba como un gran outsider:
"Queremos convencer a los ciudadanos de que los políticos actuales no son
los únicos posibles y que somos centenares de millones de personas en todo el
mundo en pensar así", reza su proclama antiliberal. Mientras, confundido
entre una inclasificable y entusiasta audiencia, el histórico líder trotskista
Alain Krivine era una de las pocas figuras reconocibles de la asamblea que
contó, sin embargo, con la relevante participación del premio Nobel de
Literatura José Saramago .
A principios del mes
de febrero del 2002, en fin, tuvo lugar el seminario que el World Economic
Forum (WEF) celebra desde hace 31 años en la localidad suiza de Davos, pero
que en esta ocasión tiene lugar en New York. La razón del cambio parece obvia:
otorgar un respaldo moral y de confianza a la ciudad de los rascacielos tras la
tragedia del 11-S-01. De hecho, el seminario se desarrolló en los salones del hotel
Waldorf-Astoria, situado a cinco kilómetros escasos del lugar donde se
asentaban las Twin Towers del World Trade Center. Sin embargo,
dado lo que es y representa el WEF, todo un símbolo del capitalismo financiero
y tecnológico global, la isla de Manhattan pareció una sede más apropiada que
la tranquila Davos, adonde el seminario regresará el año que viene si no median
circunstancias excepcionales. Para el año 2004 no hay sede prevista; mucho
dependerá del grado de contestación callejera que hayan tenido las reuniones de
este año y del próximo. Ciertamente, la policía de la gran urbe americana no
dejó nada al azar, con 4.000 agentes y otros cuerpos de seguridad vigilando
estrechamente el evento.
El WEF reunió, un año
más, a la flor y nata de las grandes corporaciones empresariales del mundo, así
como a una constelación de líderes políticos encabezados por el canciller
alemán Gerhard Schröder, el primer ministro canadiense Jean Chrétien o el
propio Secretario de Estado norteamericano Colin Powell. Anteriormente, el
Presidente Bush, en su discurso sobre el estado de la Unión, había instado a las
empresas a que fueran más cuidadosas con los intereses de sus empleados y
accionistas. El título del seminario en cuestión, "Liderazgo en tiempos
frágiles: una visión para un futuro compartido", no alumbra demasiado
sobre el giro radical que han experimentado los acontecimientos políticos y
económicos mundiales en los últimos meses.
Curiosamente, como
contracara del de Davos-New York, se produjo una coincidencia temporal con el
II Foro Social Mundial que se celebró en Porto Alegre bajo el lema "Otro
mundo es posible", y es que el mundo es sólo uno, con sus endémicas
injusticias y sus profundas desigualdades. Se inició con una multitudinaria
marcha por las calles de Porto Alegre, colmada de militantes y representantes
de numerosas organizaciones políticas, no gubernamentales y religiosas, que
buscan articular una propuesta alternativa al neoliberalismo y que el año
anterior culminaron la edición correspondiente con un documento que rechazaba
el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA). El alcalde Tarso Genro
afirmaba que "éste es un foro para un mundo sin guerras y sin
violencia", mientras que el dirigente campesino francés Josep Bové, quien
el año anterior había destruido una planta de soja transgénica en el norte del
mítico estado de Río Grande do Sul, en una de sus llamativas protestas, señaló
que "este año llego como profesor. Sólo actuaré si los compañeros del MST
(Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra) deciden efectuar alguna acción en
concreto".
Dadas las
circunstancias, las 14 sucursales de la multinacional Mac Donald’s
desparramadas por la ciudad extremaron sus medidas de seguridad. Flotaba en el
ambiente la conciencia de que los presidentes paradigmáticos del neoliberalismo
en América Latina fueron Carlos Salinas de Gortari, Fernando Color de Mello,
Alberto Fujimori y Carlos Menem. Todos ellos sin excepción, y con alguna
colaboración ulterior, dejaron sus respectivos países mucho peor de lo que los
encontraron y con numerosos escándalos de corrupción. Para el futuro, deberían
elaborarse propuestas para que la globalización sea a favor de la población y
no para que los conglomerados multinacionales sigan acumulando un poder juzgado
ilegítimo.
Por su parte, los
alcaldes de cuatro continentes y veintinueve países que asistieron al Foro de
Autoridades Locales por la
Inclusión Social, en el mismo marco, exigieron una
globalización "más justa, más humana y que supere el actual dominio
financiero". La llamada "declaración de Porto Alegre" refleja
las críticas de los doscientos alcaldes de ciudades de América, Asia, África y
Europa al actual modelo globalizador. Entre otros, asistieron los primeros
ediles de Buenos Aires, Sao Paulo, Montevideo, Roma, París, Ginebra, Bruselas,
Caracas y Barcelona, que se comprometieron a "intervenir en el escenario
internacional a favor de una globalización que supere el dominio financiero y
acepte instancias democráticas internacionales". También se comprometieron
a trabajar en pro de un modelo que garantice el desarrollo sostenible y
extienda "las políticas de solidaridad a aquellas ciudades que todavía no
las practican". En este sentido, expresaron su voluntad de reforzar el
papel de las ciudades como actores políticos activos en el nuevo escenario
mundial. Al reflexionar sobre estas demandas tan plausibles de los que mejor
conocen -por su oficio diario- la problemática directa de los ciudadanos, quien
esto escribe invita a meditar sobre aquella célebre frase de Alexis de Tocqueville
: "¿Cómo pueden nuestros políticos afrontar y resolver los graves
problemas que aquejan a la humanidad si antes no son capaces de solucionar los
que incumben a su ciudad, a su barrio o a su calle?". Y no precisamente en
sentido peyorativo, sino reconociendo la gran importancia que debe otorgarse a
la opinión de los alcaldes en todos los temas públicos, por su conocimiento
directo de la base de los mismos.
Los responsables
locales, en sus conclusiones, también criticaron la privatización creciente del
espacio público, ya que reduce la capacidad de regulación y de prestación de
los servicios públicos. Respecto a la crisis de Argentina, acordaron poner en
marcha una iniciativa solidaria con las ciudades de ese país, que se traduciría
en el envío de medicamentos y de material hospitalario. La grave crisis
económica, social y política argentina dio pie a muchas críticas contra la
actuación del FMI en dicho país y en pro de la defensa del derecho de los
gobernantes autóctonos a aplicar las políticas que consideren más adecuadas.
También acordaron los presentes defender en sus ciudades el derecho a las
manifestaciones pacíficas contra la globalización, así como trabajar para la
integración de los inmigrantes con todos los derechos y, asimismo, sumarse al
programa de las Naciones Unidas, definido por su secretario general Kofi Annan,
para desarrollar la cultura de la paz a través de las políticas públicas.
VI. Las
instituciones financieras internacionales
La ya lejana
experiencia de Bretton Woods
Desde la gran depresión
y el hundimiento financiero del año 1929, Norteamérica apostaba por un mundo
económico con los siguientes rasgos: mercados abiertos, monedas convertibles,
estabilidad en los tipos de cambio, facilidad para los movimientos de capital,
cooperación internacional y primacía de la iniciativa privada. En 1944, antes
de que acabara la segunda gran guerra, se firmaron en Bretton Woods, los
acuerdos que daban vida al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco
Mundial. Sobre el FMI, que debía ocuparse de la cooperación internacional,
descansaría todo un sistema de cambios fijos basados en los siguientes
compromisos:
-Todas las monedas
debían ser convertibles y mantener, a través del oro, una paridad fija con el
dólar, con un margen del +/- 1%.
-Podría haber
reajustes de paridades en caso de desequilibrio fundamental de la balanza de
pagos.
-Para cubrir
desequilibrios no fundamentales de la balanza de pagos, el FMI pondría a
disposición de los países unos recursos a cambio de cumplir ciertas
condiciones.
Este sistema de
cambios fijos descansaba sobre una condición fundamental: la estabilidad del
dólar (un dólar estable significa un equilibrio continuado en la balanza
norteamericana) y una doble asimetría; ésta suponía que los países con
superávit no tendrían la obligación de corregir su desequilibrio expandiendo
así su crecimiento y, por otro lado, que Norteamérica no se vería obligada al
ajuste en caso de desequilibrio, pues al tratarse del país de moneda-reserva,
sus desequilibrios se financiarían con su propia moneda.
El sistema requería,
no obstante, la estabilidad de su moneda clave, el dólar. La obligación de
sostener los cambios implicaba, para los diferentes bancos centrales, la
perentoriedad de mantener un nivel suficiente de reservas. La asimetría en el
ajuste exterior atacaba la estabilidad del billete verde.
El sistema de Bretton
Woods reflejaba la idea de una armonía de intereses entre todos los países
y de la posibilidad de maximizar la renta mundial mediante la liberalización de
los flujos de comercio y pagos y la pronta convertibilidad de las monedas, con
independencia de las políticas económicas seguidas por los distintos países.
Un rasgo importante
fue el papel asignado al FMI. En primer lugar, los países miembros contribuían
a los recursos del Fondo mediante una cuota, desembolsando un 25% en oro y el
resto en moneda; en segundo lugar, los préstamos eran concedidos a los países
con desequilibrios no fundamentales de la balanza de pagos, a cambio de cumplir
toda una serie de condiciones; tercero, en el caso de producirse desequilibrios
fundamentales, los países podían devaluar la moneda. De hecho, el FMI reflejaba
más los temores y fantasmas del pasado que las necesidades del presente.
El sistema así
concebido, sin embargo, presentaba algunas debilidades que pasamos a enumerar:
1) La confianza internacional en el valor de la moneda (dilema de Triffin) o
incapacidad del sistema para dar solución conjunta al problema de liquidez
(crecimiento adecuado de las reservas) y al de confianza (mantenimiento de la
relación dólar-oro pactada). El dilema de Triffin anticiparía que el resultado
final sería que cuando los pasivos exteriores norteamericanos se hubiesen hecho
demasiado abundantes, los bancos centrales de los demás países empezarían a
convertir los dólares en oro al precio fijo de 35 $ la onza, lo que al reducir
las reservas de oro norteamericanas minaría los fundamentos del propio sistema
y lo haría saltar en pedazos. 2) El problema del ajuste, que tenía una triple
raíz, a saber: a) la resistencia de los países a practicar las políticas
necesarias para mantener la cotización exterior de una moneda, b) la asimetría
entre los países excedentarios y los deficitarios y c) la asimetría entre el
país con moneda-reserva y el resto de los países. 3) El exceso de dólares
minaba la confianza en una moneda y disparaba su conversión en oro.
Como consecuencia de
la puesta en marcha del Sistema, se fueron presentando sucesivamente diversas
"turbulencias". El primer sobresalto tuvo lugar en el año 1960, en
forma de compras especulativas de oro a partir de marcos alemanes adquiridos
con dólares. También aquellos años fueron testigos de las crisis sucesivas de
la libra esterlina, debida a la sobrevaloración decidida por el Gobierno
Británico de la época. En 1967 se desencadenó una tormenta especulativa contra
el dólar, seguida de compras masivas de oro. En 1968 y 1969, las principales
tensiones se dirigen hacia el franco y el marco. Hacia finales de 1970, va a
producirse una venta masiva de dólares contra monedas europeas, lo que llevó a
la consecuencia de dejar flotar el marco, a la que siguieron otras monedas. Las
condiciones anunciadoras de la ruptura del sistema se habían, pues, producido.
Posteriormente, tiene
lugar la quiebra del Mecanismo de paridades fijas. En agosto de 1971, el
gobierno del presidente Nixon adopta tres medidas que anuncian la desaparición
del sistema, a saber: 1) suspende la convertibilidad oro o divisas del dólar,
2) impone un arancel adicional del 10% sobre las mercancías importadas, 3) reduce
un 10% su ayuda exterior. El romperse el nexo de unión existente entre dólar y
oro, el sistema se rompe y se produce la flotación de las demás monedas ligadas
entre sí por su valor en oro. En 1973, el Grupo de los Diez decide la flotación
generalizada de las monedas, que se consagra en 1976 en Jamaica cuando acontece
la primera gran crisis del petróleo y los movimientos de capital ya no dejan
volver al sistema de paridades fijas.
Desde 1976, se
sustituye el sistema por un no-sistema. Los países miembros podrán: 1) mantener
fijo el valor de su moneda, 2) establecer un régimen cooperativo para un
conjunto de monedas, y 3) elegir cualquier otro régimen cambiario posible. Los
países de la CEE
crearon, a partir de 1979, una zona de estabilidad monetaria, el Sistema
Monetario Europeo (SME), que implica la relación fija de las monedas entre sí y
su flotación respecto al dólar; este sistema quedó transformado en 1993, al
ampliarse las bandas de fluctuación de la "serpiente monetaria". La
actuación del FMI, en fin, ha quedado limitada a la tarea de supervisión:
revisa las economías de los diferentes países y sus tipos de cambio y además
efectúa periódicamente una serie de recomendaciones que resultan más o menos
atendidas por los respectivos gobiernos nacionales.
El rol pasado y
presente de estas instituciones
Nunca antes los
diferentes medios de comunicación se habían interesado tanto como ahora por las
principales instituciones económicas internacionales, como el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial
de Comercio. Sólo la prensa especializada y las secciones de economía de la
prensa diaria se referían a ellas con motivo de la publicación de sus
principales informes o cuando los ministros de finanzas, los presidentes de los
bancos centrales o las máximas autoridades de los países miembros eran
convocados a sus reuniones anuales. Pero difícilmente eran objetivo de titular
en la primera página de los periódicos o noticia de apertura de los
telediarios, salvo en muy contadas ocasiones.
En 1947, dos años
después de acabada la
Segunda Guerra Mundial, los países aliados, con Estados
Unidos a la cabeza, decidieron sentar las bases de un sistema multilateral de
comercio que superara el desastroso deterioro que experimentaron las relaciones
comerciales internacionales en el período de entreguerras, y que probablemente
fue uno de los factores que más contribuyeron a dicho conflicto bélico. El
resultado fue la firma del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio
(GATT), cuyo objetivo era liberalizar progresivamente el comercio mundial,
eliminando las trabas establecidas por los estados nacionales y sustituyéndolas
por la cooperación entre ellos. El GATT formaba parte de un proyecto de
ordenamiento de las relaciones internacionales que se ponía en marcha casi al
mismo tiempo que el Fondo Monetario Internacional, dedicado a sentar el orden
en el sistema monetario, y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento
(Banco Mundial), destinado complementariamente a canalizar el ahorro a largo plazo.
Los principios básicos
que inspiraron el GATT fueron los siguientes:
Ø No-discriminación,
esto es, que cualquier ventaja que un país contratante conceda a otro, se
extiende automáticamente a todos los demás, a excepción de en los siguientes
casos: 1) Los sistemas de preferencias existentes en el momento de la
suscripción del acuerdo, 2) Las zonas de libre cambio y las uniones aduaneras
(procesos de integración), y 3) Sistema de Preferencias Generalizadas, que es
una serie de preferencias arancelarias que los países más desarrollados
concederán a los menos desarrollados para un conjunto de mercancías, en
especial las manufacturas.
Ø Reciprocidad, el país beneficiario de una serie de
reducciones arancelarias debe ofrecer concesiones similares, ya que, de lo
contrario, los países llevarían a los gobiernos a ofrecer menos contrapartidas
que las ventajas recibidas, quebrando el principio de igualdad de
oportunidades.
Ø Transparencia, consistente
en permitir que sean los precios los que regulen el funcionamiento de
los mercados. Esto no excluye la posibilidad de utilizar controles directos
para resolver los desequilibrios temporales que se puedan presentar en la
balanza de pagos. Las sucesivas "Rondas", en fin, constituyen el
mecanismo en el cual se llevan a cabo las reducciones arancelarias y los
compromisos de liberación de los mercados.
El GATT fue un acuerdo
de carácter provisional, puesto que la intención inicial era la de crear una
organización internacional de comercio, pero al no ser ello posible subsistió
bajo esta forma durante muchos años, contribuyendo directamente a la apertura y
expansión del comercio entre los países que lo suscribieron. Hasta 1995 no se
alcanzó el consenso necesario para que el GATT se convirtiera en una auténtica
institución, creándose entonces la actual Organización Mundial de Comercio
(OMC).
Tal como hemos
explicado en el apartado anterior de nuestro libro, y sobre lo que volveremos a
incidir en capítulos sucesivos del mismo, la Organización Mundial
del Comercio (OMC) alcanzó un protagonismo inusitado en noviembre-diciembre de
1999 en la ciudad norteamericana de Seattle, en donde tuvo lugar su III
Conferencia Ministerial, convocada para iniciar la nueva ronda de negociaciones
comerciales internacionales, conocida como la "Ronda del Milenio".
Repasando un poco la
historia aquí relacionada, veamos que en la Conferencia de Bretton
Woods de julio de 1944 nacieron dos instituciones: el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF,
más comúnmente conocido como Banco Mundial). El FMI, con el mandato de velar
por la estabilidad de los tipos de cambio de las monedas, de promover y
supervisar el compromiso de los países miembros, de liberalizar las
restricciones en los pagos por operaciones contabilizadas en la balanza por
cuenta corriente (exportaciones, importaciones y balanza de servicios) y de
proveer de recursos financieros temporales a los países con problemas en su
balanza de pagos. El Banco Mundial, con el mandato expreso de proveer de
recursos financieros, tanto para la reconstrucción como para el desarrollo
económico. Estas dos instituciones, pues, se encargarían de la cooperación
económica internacional en dos de los tres ejes fundamentales de las relaciones
económicas internacionales: el monetario y el financiero.
Sin embargo, quedó
pendiente la creación de una institución encargada de regular específicamente
las relaciones comerciales internacionales, tal como se expresó en la propia
Conferencia de Bretton Woods. Los trabajos preparatorios fueron
realizados por las delegaciones americana e inglesa, inspirándose en los
acuerdos recíprocos que había firmado Estados Unidos con numerosos países en el
período comprendido entre 1934 y 1945. Sin embargo, ambas delegaciones
mostraron algunas discrepancias de enfoque. Mientras los americanos defendían
un enfoque básicamente liberal, los ingleses supeditaban esta liberalización a
la prioridad de la política de pleno empleo. Esta discrepancia afectaba a los
límites que se podían establecer en los compromisos de liberalización comercial
y su supeditación al logro del pleno empleo.
Los países recurrieron
al uso de las denominadas barreras no arancelarias y, también, a la
utilización de subvenciones para la promoción de sus exportaciones. Estas prácticas
recibieron respectivamente, la denominación de neoproteccionismo y
neomercantilismo . Las más utilizadas fueron: las reglamentaciones técnicas,
los métodos de valoración de aduanas, las licencias de importación, la
aplicación incorrecta de derechos antidumping y derechos compensatorios y la
concesión indebida de subvenciones.
La creación de amplios
aparatos de vigilancia supranacionales y (no tanto) de los procesos económicos
y financieros (y también de los políticos), por un tiempo pareció dar con la
garantía necesaria para sostener el empuje de la Globalización. Sin
embargo, hoy ve sus límites. Estos aparatos fueron simples adaptaciones de las
organizaciones creadas, con fines más inocentes, en los referidos acuerdos de Bretton
Woods. Se trata, como ya se ha dicho, del FMI y del Banco Mundial. Pero
luego se agregó toda una extensa plétora de Instituciones que obedecían a
diversas dificultades en el desarrollo capitalista que precisaba de foros de
solución para exponer y debatir sus innumerables controversias. Por ejemplo, en
la época más reciente han destacado la
OMC, el Grupo de los 7 (ahora ya G-8, con el añadido de
Rusia) y el foro de Davos, para no mencionar a otros de rango inferior.
Todas estas
instituciones, e incluso algunas otras, podrían agruparse esquemáticamente, por
su finalidad y recursos, del siguiente modo:
Principales Organismos Internacionales
|
Función Principal
|
Recursos del Organismo
|
- Fondo Monetario
Internacional |
Financiar desequilibrios
de la balanza de pagos |
Cuotas de los países
miembros |
Grupo del Banco Mundial
|
|
|
- Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo ( BIRF o BM) |
Financiar proyectos y
programas de desarrollo |
Recursos propios y
emisión de bonos en los mercados internacionales |
- Asociación
Internacional de Fomento |
Financiar proyectos y
programas de desarrollo en los países más pobres |
Aportaciones de los
países miembros |
- Corporación Financiera
Internacional |
Potenciar el crecimiento
del sector privado en los países en desarrollo |
Recursos propios y
emisión de bonos en los mercados internacionales |
- Organismo Multilateral
de Garantía de Inversiones |
Cubrir riesgos de la
inversión extranjera en países en desarrollo |
Recursos propios y primas
de las pólizas de seguros |
Grupo de Bancos Regionales de Desarrollo
|
|
|
- Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) |
Financiar proyectos y
programas de desarrollo en su zona |
Recursos propios y
empréstitos en mercados internacionales |
- Banco Asiático de
Desarrollo |
Financiar proyectos y
programas de desarrollo en su zona |
Recursos propios y
empréstitos en mercados internacionales |
- Banco Africano de
Desarrollo |
Financiar proyectos y
programas de desarrollo en su zona |
Recursos propios y
empréstitos en mercados internacionales |
- Banco Europeo de
Desarrollo (BED) |
Recomposición de la economía
del Este y la URSS |
Recursos propios |
El factor de
vigilancia ha tenido, sin embargo, dos niveles bien diferenciados: uno
financiero y otro político y militar. Este último, casi siempre, a cargo del
gigante norteamericano. En el ámbito financiero, últimamente, han sobresalido
el FMI y el Banco Mundial en sus afanes muy extensos de contenedores de la
crisis, hasta que demostraron su ineficiencia en la ejecución de dicha labor.
Ahora mismo, el juego en ese campo está en el privilegiado lugar que, como
Presidente de la
Reserva Federal USA, ocupa Mr. Greenspan. Para aquellas
instituciones, que en algún momento histórico pusieron las bases para la
entrada en vigor de la
Globalización económica con la liberación de los mercados,
que llegaron a todas partes con su recetario de remoción de subsidios a la
agricultura, a los alimentos, a las medicinas, etc., que prohijaron las
privatizaciones, el libre comercio y el pago de las deudas, que propiciaron la
especulación financiera, hoy su función práctica se reduce a la de operar como
simples mecanismos anti-crisis, con un restringido recetario de austeridades,
reformas fiscales y recortes salariales. La limitación de su operación es
obvia. Después de un período en que estas instituciones trataban sólo con los Gobiernos
proclives, ahora tienen que vérselas con una montante oposición de masas.
Mientras, al trasladarse la crisis hacia el interior de las mayores economías,
tanto el FMI como el Banco Mundial se desvanecen progresivamente.
Hay que reconocer, al
respecto, que el gran auge económico que se ha producido en los EE. UU. en los
últimos tiempos tiene mucho que ver con las políticas diseñadas por el gobierno
del Presidente Clinton y, particularmente, por Mr. Greenspan. En este sentido, la Reserva Federal no
se limitó a mantener la estabilidad de los precios como el Banco Central
Europeo con el holandés Wim Duisenberg a la cabeza, al cual parece que sólo le
preocupe combatir la inflación (por cierto que en febrero de 2002 ya ha
anunciado su cese voluntario anticipado del importante cargo que ocupa).
Greenspan también se siente responsable del crecimiento de la economía y del
mantenimiento y la creación de nuevos puestos de trabajo. En el año 1994
constituía una ley sagrada, para el banco emisor, que la inflación amenazaba
gravemente la economía si la tasa de desempleo bajaba del 6%; pero cuando se
alcanzó este valor considerado "límite" y la inflación siguió
comportándose razonablemente bien, Greenspan resistió las presiones y no
intervino reduciendo la cantidad de dinero, lo que demuestra su escaso apego a
las teorías monetaristas. Se llegó a bajar hasta un 4% de tasa de desempleo y,
sin embargo, la inflación no subió, en buena medida porque Alan Greenspan tuvo
el coraje de enfrentarse a las doctrinas y terapias tradicionales.
Las instituciones
financieras internacionales antedichas gustan de pavonear su contribución a la
prosperidad global, que es condición necesaria para garantizar la estabilidad
del sistema financiero. Sin embargo, la frecuencia, profundidad y larga
duración de las sucesivas crisis financieras, económicas y cambiarias acaecidas
en las últimas décadas en el Sudeste asiático, en Rusia o en la América Latina, han
puesto de manifiesto las disfunciones de la globalización, que son consecuencia
de la debilidad de dichas instituciones para asegurar el cumplimiento de sendos
objetivos fundamentales: a) garantizar la estabilidad financiera internacional,
contribuyendo a solucionar los problemas más acuciantes de los países más
colapsados financieramente y b) avanzar en la erradicación de la pobreza en los
países más necesitados del orbe.
Recientemente, las
políticas del FMI y del Gobierno estadounidense contribuyeron a la crisis
financiera asiática que transmitióse a todo el mundo, al forzar a la
desregulación de los capitales financieros (en países que no tenían
precisamente escasez de capitales, como eran los del Sudeste asiático) al
objeto de proporcionar salida al capital financiero USA. Tal desregulación,
como bien señala el antiguo director económico del BM Joseph Stiglitz en un
brillante artículo publicado en la revista estadounidense The New Republic,
constituyó una de las causas fundamentales de aquella crisis. Y por si ello
fuera poco, cuando se desató la crisis, sus mencionados responsables presionaron
a aquellos países para que llevaran a cabo una larga serie de políticas de
austeridad (con importantes recortes del gasto público y social), desregulación
de sus mercados laborales y privatizaciones de servicios y empresas públicas
que todavía empeoraron más la situación de las clases populares, al afectar
negativamente a su nivel de vida y a la redistribución de la renta y de la
riqueza.
Y no obstante, aún
hoy, machacona e imperturbablemente, una economía global modelada en los libres
mercados angloamericanos sigue siendo el objetivo declarado del Fondo Monetario
Internacional y de las otras organizaciones transnacionales similares. Pero los
mercados globales son máquinas de destrucción creativa. Como los mercados del
pasado, no avanzan en olas lisas, armónicas y graduales. Progresan a través de
ciclos erráticos de auges y quiebras, tormentas monetarias, manías
especulativas y crisis financieras. Como sucediera con el capitalismo en el
pasado, el capitalismo global logra hoy su prodigiosa productividad destruyendo
viejas industrias, oficios tradicionales y modos de vida en armonía con la Naturaleza. Pero, eso
sí, en una escala mundial.
El futuro de estas
instituciones
Veamos que la
hipótesis clásica consistente en privilegiar los beneficios, con la esperanza
de que podrán ser reinvertidos, choca frontalmente en el Tercer Mundo con el
hecho incontrovertible de que una parte considerable de estos beneficios
simplemente no son reinvertidos. Sin embargo, el Banco Mundial (BM), el
Fondo Monetario Internacional (FMI) e incluso los denominados "bancos
regionales", como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), siguen
sosteniendo prioritariamente los proyectos privados, aplicándoles siempre los
estrictos criterios de rentabilidad del mercado. De una manera general, por
tanto, la banca mundial ha acentuado fuertemente, estos últimos años, su
discurso liberal. Pues bien, creemos sinceramente que este proyecto es un gran
error, porque hay que comprender que en un gran número de países
subdesarrollados, dado que el sector privado nacional es rudimentario, la
palabra "privado" tiende a considerarse ipso facto como
sinónimo de "extranjero".
Hay que tener en
cuenta, por otra parte, que el BM, como otras instituciones internacionales,
débese a los diferentes gobiernos. Las críticas, pues, a sus pautas de
comportamiento deberían ser dirigidas no sólo al organigrama interno del propio
Banco, sino también a sus Estados miembros. La primera de ellas quizás fuera
que el BM parte de una paradoja o contradicción de base: funciona como un banco
comercial y tiene como objetivo prioritario el acabar con la pobreza en el
mundo. Las soluciones a este dilema están fuera del propio banco, en la
estructura financiera internacional y en la manera cómo se resuelve el problema
planteado, que el Banco intentó dar respuesta aunque de forma errónea: mediante
la financiación del desarrollo.
Sucede que el BM no se
crea para canalizar fondos públicos en forma de donaciones o subvenciones a
fondo perdido a los países pobres, sino que realiza funciones de intermediario
entre el mercado privado y los países en desarrollo. La institución, pues, como
banco, toma prestado el dinero y lo adjudica en forma de créditos, con lo que
provoca todavía mayor endeudamiento en el prestatario, estando más interesado en
el rescate de los créditos concedidos que en la mejora de los sistemas
financieros de dichos países, razón por la que sólo se consigue la perpetuación
de la problemática original. El gran reto pendiente -huyendo de este modismo de
origen anglosajón que se viene utilizando, invariablemente, frente a un proceso
de consecuencias desconocidas para los propios promotores- de la reforma del
Banco está, a nuestro juicio, en cómo se puede conseguir que exista una
transferencia positiva de capital desde los países ricos a los pobres, y no que
se produzca el simulacro o espejismo de ayuda que acabamos de describir.
Lo que tiene lugar,
hoy por hoy, es una especie de beneficiencia pública a escala internacional.
Los gobiernos de los Estados miembros dan lo que quieren a quien quieren,
cuando y cómo les conviene. El principio básico del proceso estriba en la voluntariedad de la
ayuda al desarrollo. Por ello, no sería desaforado el establecimiento de reglas
imperativas que fijen contribuciones obligatorias en función de ciertos
parámetros o criterios objetivos de pobreza. Con excesiva frecuencia, los
donantes prestan el dinero no necesariamente a los países que más los
necesitan, sino a aquellos en los que tienen mayores intereses políticos o
económicos.
Las políticas propuestas
por el BM, el FMI y la OMC
tienen costes sociales elevados, lo cual favorece el crecimiento de las
desigualdades sociales a escala mundial y en muchos países, tal como documenta
el prof. Vicenç Navarro en su libro titulado "Globalización económica,
poder político y Estado de bienestar", existiendo una relación clara entre
la desregulación de los capitales financieros y mercados laborales y la
disminución del gasto público y social, lo que explica las movilizaciones
sociales producidas en todo el mundo en contra de tales instituciones.
Probablemente, las
funciones para las que fueron creadas las instituciones financieras
multilaterales, en la actualidad, han perdido una buena parte de su sentido
original, lo que pone bajo sospecha su obsolescencia para hacer frente a los
retos de la sociedad mundial actual. En el caso del FMI, por ejemplo, ha desaparecido el
objetivo básico de garantizar el ajuste de la balanza de pagos en el sistema
vigente de patrón-oro y de cambios fijos ajustables. En relación al BM, la
finalidad de facilitar financiación a los países pobres que no tengan acceso a
los mercados internacionales, bajo la premisa de la falta de financiación
privada en un marco de control del capital, carece de sentido porque parte de
una hipótesis comprobadamente falsa .
La última ronda de
negociaciones comerciales internacionales
Como organización
internacional, la OMC
tiene tres objetivos principales:
Ayudar a que las
corrientes comerciales circulen con la máxima libertad posible.
Alcanzar gradualmente
una mayor liberalización de los intercambios.
Establecer un
mecanismo imparcial de solución de las diferencias que se puedan presentar.
Dentro de la OMC, la Conferencia Ministerial
constituye el órgano más importante de la estructura rectora. Es en la Conferencia Ministerial
donde se adoptan las decisiones de mayor calado político y donde se puede
decidir sobre cualquiera de los asuntos que afecten los Acuerdos Comerciales
Multilaterales de la OMC
(como es el caso, por ejemplo, del Acuerdo de Agricultura).
La Conferencia se debe reunir, por lo menos, una
vez cada dos años y, desde la creación de la OMC, lo ha hecho cuatro veces hasta la fecha, a
saber:
Singapur: 9-13 de
diciembre de 1996.
Ginebra: 18-20 de
mayo de 1998.
Seattle: 30 de
noviembre al 3 de diciembre de 1999.
Doha: 9-14 de
noviembre de 2001.
En la IV Reunión Ministerial
de la
Organización Mundial de Comercio (OMC), que tuvo lugar en
Doha, capital de Qatar, del 9 al 14 de noviembre de 2001, se produjeron dos
acontecimientos ciertamente importantes: la admisión de dos nuevos miembros a la Organización, China y
Taiwan, a partir del 1 de enero de 2002, y el logro del consenso de sus 142
países miembros para iniciar una nueva ronda de negociaciones comerciales
multilaterales (la última fue la llamada Ronda Uruguay del GATT), la primera
que tendrá lugar bajo los auspicios de la OMC, creada en 1995, con el objetivo ya explicado
de liberalizar aún más el comercio mundial.
Con relación a la
admisión de estos dos nuevos países, se cierra un periodo de largas
negociaciones, que en el caso de China ha durado 15 años. Ambos tienen una
participación importante en el comercio internacional que será potenciada en
años venideros con la nueva apertura de sus mercados a la competencia
internacional, tanto de mercancías como de servicios.
En cuanto a la nueva
ronda de negociaciones comerciales internacionales, el consenso para iniciarla
no ha sido fácil. Ya hubo un intento fallido y sonoro en la III Conferencia
Ministerial de la OMC
celebrada en Seattle, hace dos años. Desde entonces, se ha trabajado
intensamente para eliminar las diferencias que impedían un acuerdo sobre los
temas a incluir en las negociaciones y sobre el alcance que se esperaba de
ellas. A pesar de ese trabajo previo, fueron necesarios, además, seis días de
intensas negociaciones para, finalmente, lograr la convocatoria formal de
negociaciones. A partir de ahora, empieza a contar el reloj y se inicia un
periodo de tres años durante los cuales los países deberán negociar y lograr
acuerdos en todos los capítulos pactados.
Cabría preguntarse, a
la postre, ¿por qué ha sido tan difícil convocar esta nueva ronda?. Para
contestar a esta pregunta, debemos analizar primero las razones que llevaron a
la propuesta de convocarla y, en segundo lugar, los problemas surgidos para
lograr pactar su contenido.
La convocatoria de una
nueva ronda se justifica por varios motivos. En primer lugar, en algunos de los
acuerdos de la OMC
estaba ya estipulado que se iniciarían nuevas negociaciones en el año 2000.
Ello era así para el comercio agrícola, el comercio de servicios y también
debía revisarse el funcionamiento del Acuerdo sobre Derechos de Propiedad
Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC). Por lo tanto, se abría un
periodo de negociaciones separadas sobre dos importantes componentes del
comercio internacional: la agricultura y los servicios, cuyos pesos específicos
en el comercio mundial, en el año 2000, eran del 7,3% y del 18,8%,
respectivamente. Ambos sectores contribuyen, además, a los dos tercios de la
producción mundial y emplean un porcentaje similar de la población activa. Por
otro lado, se procedía a una revisión importante de un acuerdo complejo como el
ADPIC.
En segundo lugar,
debía concretarse si se iniciaban negociaciones sobre los temas de futuro de la OMC, a saber: el comercio y el
medio ambiente, las normas sobre inversiones internacionales y las normas sobre
la competencia.
Todos estos temas han
sido y son objeto de estudio dentro de la Organización con el
fin de determinar si la OMC
deberá regularlos, sobre la base de sus vínculos y sus repercusiones en el
comercio internacional y, en caso afirmativo, cuál sería el alcance de dicha
regulación.
En tercer lugar, había
que continuar con la labor iniciada con el GATT desde 1948 y proseguir con las
consabidas reducciones arancelarias que gravan las transacciones comerciales y,
de este modo, supuestamente, favorecer la expansión de la economía
internacional. Existía, por lo tanto, una base suficiente de temas para
negociar y, además, como la historia de las relaciones comerciales
internacionales corrobora, la inclusión de todos los temas anteriormente
detallados en una nueva ronda negociadora debía permitir maximizar los posibles
resultados de las negociaciones. Ello es así porque los intereses de los países
en las negociaciones comerciales no son totalmente coincidentes y es necesario,
en aras de lograr un acuerdo provechoso, que las demandas de todos ellos estén
presentes y que el resultado o consenso final pueda ser equilibrado. Por todo
ello, los países consideraron que había llegado el momento de iniciar un nuevo
periodo de negociaciones multilaterales y con ese objetivo se negoció en
Seattle en el año 1999.
También hubo serias
discrepancias sobre el alcance de las negociaciones entre los propios países desarrollados.
Así, mientras Estados Unidos defendía, sin claras contrapartidas, una agenda
limitada a la agricultura, los servicios, estándares laborales, normas
medioambientales y el comercio electrónico, la Unión Europea, con
el apoyo de Japón, defendía la inclusión de las inversiones y normas de la
competencia y pretendía emprender negociaciones agrícolas con compromisos
limitados. Todas estas discrepancias dieron, como resultado, que la III Conferencia
Ministerial fracasase en su cometido y que la convocatoria de una nueva ronda
de negociaciones multilaterales quedara finalmente aplazada , aunque se espera
la próxima Conferencia Ministerial para el otoño del 2003.
VII.
Internacionalización y tradición liberal
Señala el Prof.
Pérez-Díaz que, contra lo que les pueda parecer a algunos fundamentalistas del
librecambismo, e incluso contra lo que parece sugerir Samuel Huntington en una
obra reciente , una apuesta por la civilización occidental no constituye una
apuesta de sentido inequívoco e irrevocable, ya que el legado de esa
civilización es ambiguo e incluye tradiciones estrictamente contradictorias. El
propio Huntington ha sugerido que la civilización occidental debería renunciar
a la soberbia pretensión de ser una civilización universalista y circunscribir
su ambición -por su propio interés- a la de ser una voz particular más en el
conjunto de las civilizaciones del planeta y no pretender el choque o
enfrentamiento entre las mismas. Aquí pueden ser oportunas sendas referencias:
una al pensamiento idealista de Emmanuel Kant (en su opúsculo titulado Idea
para una historia universal desde una perspectiva cosmopolita) y otra,
mucho más cercana a nosotros, al pensamiento de Friedrich Hayek .
Tanto la corriente del
empirismo como la del racionalismo van a confluir en Kant
(1724-1804). El empirismo acabó en David Hume (1711-1776) en escepticismo
fenomista. El racionalismo culminó en Leibnitz (1646-1716), cuyas doctrinas
sistematizadas y trivializadas por su discípulo Christian Wolff, acabaron en un
dogmatismo racionalista. Kant, influido sucesivamente por ésta y por aquella
tendencia, intenta superarlas fundiéndolas en su apriorismo, en el que
señala a la experiencia y a la razón el papel preciso que desempeñan en el
conocimiento. Al mismo tiempo, intenta superar el escepticismo y el dogmatismo
con su criticismo, sometiendo a un severo examen las facultades
cognoscitivas del ser humano y señalándoles, en tajantes límites, lo que pueden
y lo que no pueden. Para lograr una exacta comprensión de Kant y de su
pensamiento, no hay que olvidar tampoco el impacto causado en él por el éxito
de la Física
galileo-newtoniana y que su vida se desarrolló en plena época de la Ilustración.
Para Kant, la función
propia del entendimiento es la facultad de juzgar, esto es, unir en la síntesis
judicativa los conceptos puros a los datos de la experiencia, mientras que la
función propia de la razón es concluir, o sea, llegar a los últimos
resultados. Las síntesis finales a las que se aspira constituyen las ideas de
la razón. El ser humano aspira a la síntesis de todos los fenómenos materiales:
ésta es la idea del mundo como totalidad.
Según Kant, el
"mayor problema de la especie" sería la consecución de una cierta
"sociedad cívica universal" que administrara la ley de la libertad
entre los hombres, es decir, un orden que maximizara la libertad de cada uno de
manera que fuera compatible con la de todos los demás.
Al final de su vida,
elaboró Kant un Proyecto de paz perpetua. Los Estados son como los
hombres en el estado de naturaleza. Para que la guerra sea imposible es
necesario que se agrupen en una federación. Ahora bien, ¿qué fuerza les
impelerá a realizar tan magno proyecto?: su "voluntad racional de lo
universal". Conjetura el filósofo que parece como si la naturaleza misma nos
aportara la solución a ese problema, de modo que la historia de la humanidad
podría ser vista como la realización de un plan secreto de la naturaleza
orientado hacia la constitución de aquel estado universal como condición
indispensable para el desarrollo de nuestras capacidades (la solución para
"el problema más difícil de la especie y el último por resolver").
En efecto, si Kant
desvela las líneas maestras de lo que podría ser una civitas o sociedad
civil internacional y lo hace, pese a su cautela, con un toque de entusiasmo y
de ingenuidad, veamos como dentro de esa misma tradición de pensamiento liberal
y conjugando sus dos variantes, anglosajona y germana, Hayek prolonga la
posición del genio de Königsberg y la modula y rectifica significativamente. Y
así, para Hayek "la solución satisfactoria de las relaciones
internacionales no podrá probablemente encontrarse mientras las unidades
últimas del concierto internacional sean las entidades históricas conocidas
como naciones soberanas". Sin embargo, tampoco el cumplimiento de
la aspiración a la implantación de una autoridad supranacional (como la Unión Europea)
bastaría para conseguirla y sigue insistiendo que "hay que reconocer que,
hoy por hoy, se nos antojan ausentes las bases morales (culturales e
institucionales) del imperio de la ley a escala internacional". Abundando
en la misma línea de razonamiento, añade que "probablemente perderíamos
las ventajas que podamos tener para disfrutar de órdenes de libertad limitados
dentro de algunas naciones, si fuéramos a confiar nuevos poderes de gobierno a
órganos supranacionales".
Debe tenerse presente,
respecto al pensamiento de los "nuevos liberales" y, muy
concretamente del propio Hayek, que fue bajo su convocatoria como se reunió -al
término de la segunda guerra mundial- un grupo notable de economistas cuya
misión básica consistía en defender una vuelta al liberalismo. Un nuevo
liberalismo, ciertamente singular y contradictorio, puesto que el cuadro
diseñado de reformas precisas comenzaba por tomarse muy en serio los principios
del credo liberal y la atribución al Estado de la decisiva y difícil tarea
de implantarlos a la fuerza. Esta convocatoria de Hayek -como ha afirmado
M. Friedman- demostró que los monetaristas no se hallaban solos y que les
acompañaban relevantes personalidades que iban a desempeñar tareas capitales en
el mundo de la postguerra, como el presidente italiano Luigi Einaudi o el
ministro Ludwig Erhard, figura directamente asociada al prodigioso
"milagro alemán".
Hoy en día, el ideal
de la Ilustración
de crear una civilización universal en ningún lado es más fuerte que en los
Estados Unidos, donde se identifica con la aceptación universal de los valores
y las instituciones de Occidente, entendiendo el término "Occidente",
eso sí, como un compendio de los valores angloamericanos. La idea de que
Estados Unidos es un modelo universal ha sido, por largo tiempo, un rasgo
característico de la civilización estadounidense. Durante los pasados años
ochenta, la Derecha
tuvo la meritoria habilidad de reivindicar la idea de una misión nacional al
servicio de la ideología del libre mercado. Ahora, en los albores del siglo
XXI, el alcance mundial del poder corporativo estadounidense y el ideal de la
civilización universal se han filtrado profundamente en todo el discurso
público norteamericano.
Sin embargo, el desideratum
de los Estados Unidos de erigirse en modelo o patrón para el mundo no es
aceptado, prácticamente, por ningún otro país. El costo del éxito de la
economía norteamericana incluye dolorosos niveles de división social -crimen,
encarcelamiento, pena de muerte, conflictos raciales y étnicos, rupturas
familiares y comunitarias- que casi ninguna cultura europea o asiática estaría
dispuesta a tolerar .
De cualquier modo,
veamos que el pensamiento de Kant desempeña un papel insoslayable en la
historia de la filosofía; criticista en materia de conocimiento, rigorista en
moral y apto para pensar la belleza. Su idealismo transcendental abre la vía al
idealismo subjetivo de Fichte (1762-1814), al idealismo objetivo de Schelling
(1775-1854) y al idealismo absoluto de Hegel (1770-1831). Kant es el fundador
de la filosofía alemana; resulta imposible, ni siquiera hoy, filosofar sin
topar con la profundidad de su pensamiento aquí o allá, a la vuelta de
cualquier camino, en cualquier esquina, como en el caso de la Globalización que
hoy nos ocupa.
VIII. Las empresas
multinacionales y el comercio internacional
1. Los efectos
discutibles de la multinacionalización
A la vista de los
resultados, podemos intuir que ya no son sólo las grandes instituciones
internacionales las que dudosamente pueden aportar soluciones satisfactorias a
los problemas de la más justa distribución de la renta y de la riqueza en el
mundo del siglo XXI. La influencia y el poder de las grandes empresas multinacionales,
como ya se ha señalado en algún otro pasaje del presente libro, interfieren
distorsionando el comercio internacional mediante sendos tipos de actuaciones :
Cambiando los
parámetros del problema comercial por sus intercambios internos: Mediante la instauración de una
especie de división del trabajo interno en sus instalaciones dispersas por el
mundo, que fabrican uno o varios componentes de un mismo producto que son
ensamblados en otro lugar. Tiene lugar, así, una especie de comercio intramultinacionales,
en que cada filial se especializa en una actividad de mayor o menor valor
añadido, dependiendo del nivel de desarrollo de cada país, la cualificación de
la mano de obra, los costes salariales, la existencia de materias primas u
otros diversos factores. De este modo, una gran parte del comercio mundial
corresponde a intercambios internos entre las diversas filiales, por lo que
resulta difícil determinar la nacionalidad real del producto final al proceder
sus componentes o inputs de orígenes dispersos.
Implantándose con
el fin de deslocalizar la producción: En este caso, las exportaciones son reemplazadas por
producción local, ya sea de una filial o bien de una joint venture
(empresa conjunta). Sus motivaciones son diversas: los "transplantes"
japoneses con producción europea, consistentes en el establecimiento de
fábricas de automóviles en Gran Bretaña que suponen una respuesta a la cuota
limitada de importaciones que la UE
impone; o bien la transferencia de factorías de un país (Francia) a otro (Gran
Bretaña) que posee una legislación laboral más flexible y los salarios un 40%
inferiores.
Por lo que se refiere
al papel de las empresas multinacionales, su ventaja esencial radica en el
crecimiento de su gama de productos o en el nivel de control de su producción,
antes que en la dotación de factores de países diversos. Sin embargo, los bajos
costes laborales o la abundancia de recursos naturales pueden jugar un
importante papel en casos concretos de deslocalización industrial. La
multinacionalización se puede realizar mediante un crecimiento interno de la
propia empresa, creando una unidad productiva en un país extranjero, pero tiene
lugar, con más frecuencia, mediante el crecimiento exterior a través de la
adquisición de una empresa extranjera, o bien a través de su fusión o
absorción.
Estas empresas suelen
poseer cifras de negocios superiores al presupuesto nacional del país donde
implantan sus filiales, por lo que su poder es enorme e influye decisivamente
sobre las políticas económicas de dicho país. De este modo, se valora su
implantación productiva por la creación de ocupación que ello comporta y el
arrastre económico que inducen. Se afanan en "idiotizar" a la
población obligando al consumo indiscriminado de sus productos mediante campañas
de publicidad bien orquestadas, al tiempo que controlan los gobiernos y dirigen
las culturas. Su poder llega hasta obligar a los gobiernos de los países
donde tienen filiales a frenar los aumentos salariales o bien a reducir la
fiscalidad o a rebajar la normativa medioambiental, so pena de retirar sus
inversiones y, con ellas, los empleos creados. Su producción carece de
fronteras y su política no tiene nacionalidades, puesto que establecen su
estrategia en función de sus beneficios sin tener en cuenta, casi nunca, los
intereses de los países que albergan sus centros de producción.
Un ejemplo reciente en
el tiempo y próximo en el espacio nos lo ha ofrecido la multinacional
norteamericana de Detroit Lear Corporation que, a principios de febrero
del 2002, anunció por sorpresa el cierre de su factoría de Cervera (Lleida),
asestando un durísimo golpe al mercado laboral de la zona que supuso el despido
masivo de 1.200 trabajadores directos y la correspondiente pérdida de puestos
de trabajo indirectos. Obviamente, en Polonia, por ejemplo, los costes de
producción son bastante más bajos. Todo ello implicó un auténtico trauma para
diversas comarcas de dicha provincia catalana, con escasas alternativas
ocupacionales en el campo de la industria o de los servicios, habida cuenta de
su vocación tradicional rural. No suficientemente contentos con su tajante
decisión, los directivos de Lear condicionaron el abono de mejores
indemnizaciones por despido siempre que no se protagonizaran actos de protesta
por parte de los trabajadores.
Por otra parte, a los
dirigentes gubernamentales les falta visión a medio y largo plazo. No valoran
suficientemente los peligros de la alteración de la naturaleza y de los hábitos
de consumo; en este sentido, vemos como USA experimenta graves problemas sanitarios
a causa de una mala y desequilibrada alimentación de su población.
La hegemonía
transnacional vino a ser hace algunos años algo así como un golpe de estado
global: de pronto, desde el interior de la ronda del GATT, vino a surgir la voz
bronca de un sistema corporativo transnacionalizado y extenso que pesaba más
que los propios Estados allí reunidos. De ahí en adelante, menudearon las
presentaciones a telón abierto del poder corporativo que comenzaba a dictar las
normas de aplicación y uso planetario. El sistema se avenía bien, además, con
los desarrollos paralelos del "pensamiento único". Parecían hechos el
uno para el otro. Y la comparsa borreguil de especies anátidas ("los patos
van en manadas, pero el águila va sola") hegemonizó las relaciones económicas
mundiales. Su movimiento, en conjunto, entronizó a la Globalización y la
dogmatizó como destino manifiesto y con las características y reglas del juego
que ellos mismos le daban (algo así como la "unidad de destino en lo
universal" del ideario joseantoniano-franquista).
En la medida en que se
extendiera la hegemonía del capital transnacional, la Globalización estaba
asegurada. En todas sus dimensiones, también, debía expresar a ese núcleo
capitalista y facilitar su desarrollo. Por eso, para los "gentiles",
globalizarse era inscribir a su región en la lista de preferencias de la
inversión generosa, salvadora y superadora de sus horribles males ancestrales.
2. Los costes
medioambientales
Hace aproximadamente
quince años algunos climatólogos ya aventuraron que nuestro planeta se estaba
calentando. Argumentaban que, desde la revolución industrial, la humanidad
había vertido a la atmósfera volúmenes crecientes de gases, sobre todo dióxido
de carbono (anhídrido carbónico) procedente de la combustión de madera y de
los combustibles fósiles, pero también gases o hidrocarburos saturados de
efectos refractarios, como el metano, procedentes de actividades
agrícolas y ganaderas efectuadas a gran escala.
A medida que la
industria, el tráfico y la agricultura intensiva se desarrollaban, la cantidad
de gases crecía. Éstos se han ido acumulando y han formado un velo en la
atmósfera, dejando pasar la luz solar pero reteniendo el calor, circunstancia
que impide el enfriamiento del planeta y aumenta la temperatura terrestre. Este
fenómeno se ha denominado "efecto invernadero" porque actúa
como si hubiese una cubierta de vidrio o plástico sobre la tierra que
incrementara su temperatura.
Diferentes mediciones
confirmaron el aumento de la temperatura media del planeta a lo largo del siglo
XX. Por ejemplo, un informe de la Red Europea del Clima, que analizó
la temperatura del aire, las precipitaciones y las horas de insolación, refleja
la subida de temperatura media en la última centuria en el continente europeo,
el mayor número de inundaciones en el sur y el aumento de los períodos de
sequías. Para los autores de este informe, no hay duda que el calentamiento del
último siglo está desencadenado por la urbanización del suelo europeo.
Pero este aumento se disparó entre los años 1980 y 1991, período en el que el
termómetro marca entre 0’25 y 0’50ºC más, según las zonas, que en el lapso que
transcurre de 1950 a 1980.
Los primeros modelos
climáticos asistidos por ordenador confirmaron la posibilidad de que, a finales
de siglo XXI, la temperatura media global del planeta haya subido unos 3ºC. A
pesar de la evidencia, los científicos del PICC (Panel
Intergubernamental sobre el Cambio Climático) cuestionaban hasta hace poco la
relación existente entre este cambio y la actividad humana. Su tesis sostenía
que siempre han habido cambios climáticos y el actual es sólo uno más,
independientemente de la contaminación ambiental.
Sin embargo, en mayo
de 1995 se conocieron nuevos y demoledores datos, como los aportados por el
Instituto de Meteorología Max Planck de Hamburgo. Además de confirmar el
aumento de la temperaturas durante los últimos veinte años, su director, Klaus
Hasselmann, demostró que había un 95% de probabilidades de que la causa del
calentamiento fuera la actividad humana. Los investigadores alemanes
reprodujeron mediante ordenador las oscilaciones térmicas constatadas durante
los últimos mil años y las compararon con el aumento y las oscilaciones
actuales. Sus modelos tuvieron también en cuenta la distribución regional de
las lluvias y la dispersión de las temperaturas y las corrientes marinas. El
resultado fue esclarecedor y estremecedor al mismo tiempo: el ritmo actual de
calentamiento es único; en ninguna oscilación climática anterior, la
temperatura se incrementó tanto en un período de tiempo tan corto, y eso sólo
puede obedecer a la intensidad desbordada de la actividad antrópica .
Entre las previsiones
o consecuencias de este incremento figura el crecimiento del nivel de los
océanos en unos 45 centímetros en el año 2100, lo que afectará a un total
de 100 millones de personas que actualmente viven en zonas costeras o deltaicas
-como el Delta del Ebro y otras españolas- condenadas a anegarse o a establecer
costosísimos sistemas de protección. De momento, en los dos últimos años, el
aumento del nivel fue excepcional, de ocho milímetros, según datos
proporcionados por la propia NASA.
Los primeros síntomas
evidentes del cambio climático parecen ya haber llegado. En la Antártida, dos
grandes plataformas heladas de la
Tierra de Graham se han desprendido, confirmando las
previsiones efectuadas. Pero existen aún más datos:
- Las temperaturas
medias globales se han elevado entre 0’3 y 0’6ºC durante los últimos 140
años. Los nueve años más cálidos de este extenso período se registraron a partir
de 1980, siendo 1990 su momento culminante. Este ascenso constante se
manifiesta pese a la gran erupción del volcán Pinatubo en 1991, -lo que provocó
que fuera el único año con un descenso de la temperatura media-, que escupió 30
millones de toneladas de dióxido de azufre, que actuaron como barrera para los
rayos solares.
- Las masas de
hielo retroceden en todo el mundo. Los glaciares de los Alpes suizos han
perdido la mitad de su superficie desde 1850 hasta nuestros días y, según la NASA, la extensión del suelo
ártico disminuyó un 2% entre los años 1978 y 1987. El Instituto Polar Británico
Scott denunció, por su parte, que el casquete polar ártico ha perdido entre 4’4
y 5’3 metros de espesor, mientras el hielo antártico disminuye el 1’4% cada
década.
- Durante los últimos
100 años el nivel del mar ha subido unos veinte centímetros y este ritmo
se ha acelerado hasta 3 cm por década. Este ascenso pone al borde de la
inmersión a varios pequeños estados insulares del Océano Pacífico.
- Además de aumentar
de nivel, los mares se calientan. En la región tropical, la temperatura
del agua ha subido 0’54ºC durante los últimos cincuenta años. Los cien metros
superiores del Pacífico, en California, se han calentado una media de 0’8ºC en
los últimos 42 años y los niveles más profundos del Mediterráneo han aumentado
0’12ºC su temperatura desde 1959.
- El aumento global
de las temperaturas de la atmósfera y del mar también se ha manifestado durante
las últimas décadas mediante importantes sequías en regiones tan alejadas como
California, Gran Bretaña, España, Brasil o Zambia. Como consecuencia de todo
ello, se ha acelerado la desertización, que ya afecta a un 35% de la
superficie terrestre.
El calor, en el
futuro, evaporará mucha más agua que en la actualidad y causará una gran sequía
en las regiones hoy cálidas e incluso templadas. Muchas fuentes y cursos de
agua se secarán, la vegetación (tal como hoy la conocemos) desaparecerá de
muchas zonas, los desiertos avanzarán... El sur de España, Italia o Grecia, el
Magreb, Oriente Medio o el sur de los Estados Unidos tendrán un paisaje
parecido al actual del Sahel; en el norte de Europa y de América el clima será
más cálido y sobre todo muy húmedo. Y en el supuesto (que, en todo caso, está
científicamente por corroborar) de que las temperaturas llegasen a aumentar un
promedio de uno o dos grados centígrados y las precipitaciones acuosas
disminuyesen correlativamente entre un 10% y un 20%, los recursos hídricos se
pueden reducir entre un 40% y un 70% .
Pues bien, lejos de
tomarse todas las precauciones y medidas preventivas que exige el caso, la
explotación irrestricta y acelerada de los recursos naturales se ha constituido
en la obsesión de un sistema hambriento de conversiones monetarias. Nunca antes
la naturaleza encontró un enemigo más brutal que el engendro globalizante de
esta última etapa capitalista . En la práctica, una acerada combinación de
proyectos, reuniones, acciones y reglamentaciones aperturistas de las fronteras
ecológicas, ya de por sí muy débiles, ha ido construyendo la actual situación
de contaminación, destrucción ambiental y calentamiento global.
Las campañas de
privatización abandonaron la naturaleza al criterio contable, a la
administración de los negocios, a la farándula de la ignorancia y del apetito,
que en algunos instantes logró opacar la propia percepción de muchos
ecologistas, que culparon al "hombre" del desastre, y no al sistema
corporativo en expansión. Las empresas, en las décadas anteriores, no dejaron
de percibir el riesgo que les representaba una visión ajustada de la
destrucción ambiental. Así como las compañías tabacaleras pagaban a científicos
para exaltar los beneficios indiscutibles del tabaco, también el sistema
globalizante negó su participación en el calentamiento terrestre, y hasta llegó
a negar que éste estuviera ocurriendo. Después se sumaron las evidencias, pero
continúa habiendo una férrea disposición para seguir sosteniendo proyectos
destructivos. Un ejemplo de ello es lo que pasó con el protocolo de Kyoto,
donde ha faltado el apoyo de los EEUU. O la conducta de gobiernos hambrientos
del sostén corporativo, que no suscriben restricciones a la contaminación
ambiental, ya que eso limitaría "sus ventajas comparativas" (¡ya
volvemos a las vetustas "esencias" de la Economía ortodoxa!). O la
reciente buena disposición del gobierno de Cardoso para terminar, con un poco
de suerte y de una vez por todas, con la selva amazónica brasileña.
Es evidente que la
plena apertura de mares y bosques a su conversión en capitales, sigue generando
grandes ganancias, y ofrenda, por tanto, su contribución suicida al avance de la Globalización. Pero
ya no es ésta una carretera libre de obstáculos como en el pasado: hay un
límite bien visible a la vieja idea de una naturaleza inagotable. Crece además
la alarma frente a los resultados. Y más todavía que la alarma, con la
culturización de los pueblos, aumenta la conciencia medioambiental entre las
gentes, como se ha demostrado en Seattle y, de ahí en adelante, en cuanta
reunión sonada realicen los modernos depredadores de nuestro planeta.
Creemos, en fin, que
incluso el laissez faire global se ha convertido en una amenaza para la
paz entre los Estados. El sistema económico internacional de hoy en día no
cuenta con instituciones efectivas para conservar la riqueza y la biodiversidad
del medio ambiente. Existe el riesgo de que, en un futuro más bien próximo, los
Estados soberanos se enfrasquen en una lucha por el control de los disminuidos
recursos naturales de la tierra como, por ejemplo, el agua dulce. En nuestro
país, el peligroso Plan Hidrológico Nacional que presenta como leit motiv
el gran trasvase del río Ebro hacia otras cuencas hidrográficas, está
levantando grandes controversias y el rechazo generalizado de la comunidad
científica y universitaria. En el próximo siglo, a las rivalidades ideológicas
tradicionales entre los Estados pueden seguir guerras malthusianas provocadas
por la escasez de algunos recursos esenciales o importantes.
Hoy en día, el género
humano ha aprendido, a través de las modernas tecnologías, a superar las
barreras naturales y físicas (orográficas, distancias, océanos, espacio
exterior). Anteriormente, el equilibrio natural superaba e impedía la absurda
capacidad de destrucción del Homo sapiens, que ya está descontrolada.
Por ello, sería un triste consuelo el pensar que también puede producirse una
catástrofe ecológica o social que frene, como consecuencia, esta degradación
irracional del planeta, puesto que entonces se tratará ya de un auténtico
problema de supervivencia de la especie humana.
IX. Las naciones
del mundo ante el nuevo orden
1. La situación de
los diferentes países
En el momento actual,
los diez principales países deudores -que ya sólo ellos representan el 40% de
la deuda exterior del Tercer Mundo- son por este orden: Argentina, Brasil,
Chile, Corea del Sur, Indonesia, Méjico, Nigeria, Perú Filipinas y Venezuela. Ahora
bien, estos países no son precisamente los más pobres, sino los más integrados
en el sistema de libre cambio internacional. Y la profunda crisis económica
y social que experimenta actualmente el primero de ellos ha podido ser una
consecuencia directa de dicha circunstancia.
La famosa "ley de
las ventajas comparativas", enunciada por el economista ortodoxo inglés
David Ricardo, a la que nos hemos referido con anterioridad, se encuentra
sorprendentemente en el origen de esta extraordinaria paradoja que supone que
países en los que la gente se muere de hambre sean también importantes
exportadores de alimentos. Veamos, a este respecto, que Brasil, que cuenta con
un 40% de personas subalimentadas, ¡es al mismo tiempo el segundo exportador
mundial de alimentos!. Lo que sucede es que más que concentrar sus esfuerzos en
la demanda interior y el consumo local, estos países (africanos en particular)
se obstinan en ocupar los espacios disponibles que les han sido asignados en el
nuevo orden mundial, vendiendo carne, café, cacao, té, madera, cacahuetes,
algodón, etc. en los mercados internacionales. En total, Europa (que destruye
sus stocks de productos hortofrutícolas, embalses de leche y montañas de
mantequilla) importa de un hambriento Tercer Mundo dos veces más de alimentos
de los que aquella le suministra a éste.
En el siglo XIX,
Alemania se convirtió en una gran potencia porque, entre otras cosas, rechazó
la ley de costes y ventajas comparativas de Ricardo y algunas otras peregrinas
teorías al uso. Por el contrario, adoptó los principios de economía nacional,
enunciados por Friedrich List. Portugal que se sometió a las tesis de Ricardo,
el economista liberal, se ha quedado como un país semi-desarrollado. Por lo
tanto, es completamente natural que en la actualidad numerosos economistas del
Tercer Mundo comiencen a distanciarse de un sistema de librecambismo
internacional cuya malignidad ha sido demostrada, entre otros muchos, por
François Perroux.
2. El caso singular
del Japón
Un caso singularmente
relevante es el del Japón, país perteneciente al Tercer Mundo hace años, que
ahora se ha convertido en una nación, al mismo tiempo rica y desarrollada y
constituye, a este respecto, un gran ejemplo a imitar por los países menos
favorecidos, no precisamente por las razones por las que es observado con favor
y complacencia por los medios liberales (empresas sin sindicatos, sin derecho a
huelga ni contestación política) sino porque este país ha sabido desarrollarse
según una vía original hacia el progreso, y sin abandonar su personalidad. El
hecho de haber sido, en torno al año 1870, el único país políticamente
estructurado y poseedor de un buen nivel técnico que no hallábase integrado en
la red de intercambios internacionales puestos en funcionamiento por la
revolución industrial, ha constituido para éste una ventaja.
Después de 1945, los
japoneses han desarrollado su estrategia apoyándose en dos reglas
fundamentales: 1) no importar los productos que no sean indispensables para el
crecimiento de la industria local, 2) no importar los productos que existan o
puedan producirse "in situ" -aunque sean más caros-. Gracias a este
proteccionismo puntual, tendente a asegurar la independencia económica y
política nacional, la industria japonesa, habiendo asegurado la reconquista de
su mercado interior, ha podido lanzarse al copo del mercado mundial con el
éxito que ya conocemos. Ello demuestra que el desarrollo autoconcentrado no
resulta incompatible, a la larga, con una expansión de los intercambios
exteriores.
En Japón no existen
incentivos a la exportación como en Occidente. Las ayudas se basan sobre todo
en la racionalización de las estructuras productivas y en la investigación y el
desarrollo. De hecho, las exportaciones niponas se concentran y son
preponderantes en una gama de productos competitivos innovados y reinventados
sin cesar . El conjunto de su sistema comercial está articulado en estructuras
económicas internas: del lado de los flujos de entrada, asistimos a un
verdadero cierre de las importaciones por la vía de los circuitos de
distribución que actúan como monopolios importadores; del lado de los flujos de
salida, la gran fortaleza de la economía japonesa reside en la extrema concentración
de los canales de exportación.
El proteccionismo
nipón toma diversas formas: barreras tarifarias (aranceles elevados), no
tarifarias (el dango en materia de mercados públicos, particularmente
denunciado por USA, el dumping comercial, ...), las regulaciones
técnicas y los procesos de certificación que acrecientan la opacidad del
mercado. Genéricamente, es posible afirmar que la mentalidad japonesa
privilegia los productos y servicios nacionales mientras condena al ostracismo
los bienes o prestaciones cuya naturaleza, calidad o reglamentación son
diferentes a su concepción tradicional.
Japón es la única
superpotencia económica asiática y en el futuro, previsiblemente, mantendrá su
posición hegemónica. Como el primer país asiático que se industrializó y el
acreedor más grande del mundo, tiene ventajas que no comparte con ninguna otra
economía asiática. Sus altos niveles educativos y sus enormes reservas de
capital lo convierten en un país mejor equipado -quizá mejor aún que cualquier
país occidental- para la economía basada en el conocimiento que se impondrá en
el siglo recién iniciado. Y, sin embargo, se enfrenta a una crisis financiera y
económica que pone en juego la existencia misma de una economía japonesa
distintiva.
Hay que ser
conscientes de que, sin una solución para los problemas económicos japoneses,
la crisis asiática sólo puede empeorar. En ese caso, la economía mundial corre
el riesgo de seguir a Japón en su declive angustioso hacia la deflación y la
depresión. En este momento, Japón enfrenta la caída de la ventaja competitiva
de sus precios y la reducción de su actividad económica en una escala similar a
la que se enfrentaron los Estados Unidos y otros países en los años treinta. A
menos que la depresión sea superada en Japón, las perspectivas de que el resto
de Asia y el mundo logren evitarla son muy frágiles.
De todas maneras, las
recetas occidentales para resolver los problemas económicos japoneses resultan,
a nuestro juicio, una mezcla incongruente y contradictoria. Hoy por hoy, como
en el pasado, las organizaciones transnacionales insisten en que Japón debe
reestructurar sus instituciones financieras y económicas de acuerdo a los
modelos occidentales, y más exactamente, a los estadounidenses. Según tan
sabias formulaciones, la solución a los problemas económicos japoneses es la
norteamericanización indiscriminada. En la lógica de este análisis interesado
de las circunstancias asiáticas, Japón resolverá sus dificultades económicas
sólo a condición de que deje de ser "japonés". En ocasiones, esta
idea se expone sin rodeos ni tapujos. Como señaló, aprobatoriamente, un
escritor de una revista neo-conservadora norteamericana: "Estados Unidos
dispone del FMI para realizar el trabajo del Comodoro Perry".
El resultado de una
política así definida, de occidentalización forzada, no sería sólo el de
extinguir una cultura única e irremplazable (cosa que a algunos ya les va
bien). Se destruiría también la cohesión social que ha corrido pareja con los
extraordinarios logros económicos japoneses del último medio siglo, y dejaría
sin resolver la crisis deflacionaria que Japón enfrenta en este momento.
Los gobiernos
occidentales exigen que Japón -y al parecer sólo Japón, entre las economías
industriales avanzadas- adopte políticas keynesianas. El consenso occidental
afirma que Japón debe cortar impuestos, expandir los empleos públicos y
administrar vastos déficits presupuestarios. Al mismo tiempo, las
organizaciones transnacionales occidentales piden que Japón desmantele el
mercado laboral, que aseguró el completo acceso al empleo de los últimos
cincuenta años. Si Japón accediera a estas solicitudes, el resultado sólo
podría ser la importación de los insolubles dilemas de las sociedades
occidentales, sin resolver, a sensu contrario, ninguno de los problemas
propios del país.
Si Japón importase los
niveles occidentales de desempleo masivo, estaría obligado a establecer un
Estado benefactor al estilo occidental. Pero los gobiernos occidentales están
reduciendo el Estado benefactor sobre la base de que ha creado una cierta
"subclase antisocial". Una vez más, pues, se le pide a Japón que
importe problemas que ninguna sociedad occidental está cerca de resolver , ni
siquiera excesivamente dispuesta a ello.
X. La globalización
y el euro
1. La desaparición
del control del tipo de cambio
Una vez adoptada ya la
moneda única en la mayor parte del territorio de la Unión Europea
(concretamente, en doce de los quince países que la componen, a saber: España,
Alemania, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Italia,
Irlanda, Luxemburgo y Portugal), a partir del año 2002, veamos que el coste
económico más importante de la Unión Económica y Monetaria (UEM) es la pérdida
del tipo de cambio nominal como instrumento de la política económica nacional.
En este sentido, anteriormente, el tipo de cambio era utilizado de dos formas
diferentes, a saber:
Como vía de
restauración de la competitividad exterior perdida debido a una mayor inflación. Hasta mediados de los años ochenta
del siglo que acaba de expirar, por ejemplo, la crónica mayor inflación que
experimentaba la economía española y que deterioraba la capacidad exportadora
de las empresas, se contrarrestaba, en gran medida, por medio de un paulatino
retroceso en el tipo de cambio de la peseta. De hecho, en una zona monetaria
única, el concepto de inflación regional o nacional deja de ser relevante; pero
resulta cierto que si dicha región -o Estado- mantiene una tasa de inflación
regularmente superior a la media circundante, esta pérdida de competitividad ya
no podrá ser compensada por medio de una devaluación de su moneda nacional.
Como instrumento
para contrarrestar las crisis regionales específicas. Si una economía, por
ejemplo, está especializada en un sector determinado (construcción naval,
industria química, agricultura, turismo, etc.) y por razones coyunturales la
demanda global de dicho sector cae, provocando una crisis o shock
diferencial específico en dicha área, la devaluación del tipo de cambio
permitía un descenso de los precios de exportación (y un aumento de los de
importación) y facilitaba, por consiguiente, el ajuste a la crisis. Algo
parecido sucedía cuando el shock era de oferta, es decir, cuando una
economía muy dependiente de algún bien o servicio exterior (p.e., del petróleo
o del gas natural) se encontraba con un súbito encarecimiento del mismo;
entonces, su posición competitiva, frente a otras economías menos dependientes
de aquella importación, se deterioraba. Pues bien, la revaluación de la moneda
era una forma clásica y eficaz de restaurar la competitividad perdida .
Así pues, la
desaparición del tipo de cambio, como último recurso frente a la pérdida de
competitividad exterior, no deja de ser un riesgo relevante. En nuestro país,
sin ir más lejos, la fortaleza de la peseta que se produjo entre los años 1987
y 1991, en un contexto de crecientes desequilibrios internos, acabó con una
abrupta devaluación de la divisa española, que en pocos meses pudo recuperar el
nivel de cambio real previo a la etapa de fortaleza. Dicha devaluación pudo
devolver la competitividad perdida a las empresas, tanto a las exportadoras
como a las dependientes del mercado interior, anteriormente perjudicadas por
las importaciones que se realizaban a bajos precios. De no haberse empleado
dicho instrumento tradicional de la política económica, la destrucción del
tejido industrial hubiese sido irreparable, planteándose todavía hoy el
interrogante de si los agentes económicos hubiesen actuado de forma coherente
con la lógica de la unión monetaria, reduciendo rentas, ajustando costes y
estabilizando el desequilibrio de las finanzas públicas. Complementariamente,
la posterior recuperación de la actividad económica apoyóse justamente en las
exportaciones, aprovechando la baja del tipo de cambio peseta/dólar, de tal
suerte que, en ausencia de la expresada devaluación, es de suponer que la
reactivación de la economía se hubiera producido mucho más lentamente y con un
coste social, en términos de empleo, bastante más elevado.
Puestos a filosofar
cabe preguntarse, en fin, qué hubiera sucedido, en esta etapa relativamente
reciente de la historia económica española, de haber estado ya integrados en la UEM y que los agente
económicos no se hubiesen adaptado a las consecuencias de la mencionada pérdida
de competitividad. La conclusión, aunque hipotética, es pesimista sobre el
comportamiento de una economía que, como la española por aquellas fechas, era
incapaz de sobrevivir por sí misma a la crisis sin la facultad de utilizar
estas medidas cambiarias.
En cualquier caso,
debemos reconocer un elevado grado de subjetividad en el pesimismo al que nos
acabamos de referir. Lo contrario sería conceder excesiva importancia a lo que
pudiéramos denominar "política-ficción" o, aún mejor,
"economía-ficción". Y es que los problemas de identidad han
suscitado, incluso, caldeadas discusiones teológicas a lo largo de la Historia. Así, en el
capítulo quinto del tratado De omnipotentia de Pier Damiani, por
ejemplo, su autor sostiene, contra Aristóteles y contra Fredegario de Tours,
que Dios puede efectuar que no haya existido lo que fue alguna vez. También en la Summa Theologica
de Tomás de Aquino se niega que Dios pueda hacer que el pasado no se haya
producido (en contradicción aparente con su omnipotencia), aunque nada se dice
de la intrincada concatenación de causas y efectos. Modificar el pasado no es
simplemente modificar un solo hecho acaecido: es anular también sus
consecuencias, que tienden a ser numéricamente infinitas. O sea: es crear dos
historias universales diferentes .
Somos conscientes, en
definitiva, que la problemática expuesta, que puede tener gran incidencia en
muchos países de nuestro entorno regional, no deriva directamente de la
globalización económica, sino de la creación de la UEM y de la incapacidad de los
Bancos centrales de modelar la política de cada país miembro frente a los
avatares internos y externos. Pero constatamos, no obstante, que la
desaparición de dichas facultades de regulación y control puede ocasionar
gravísimos problemas en un mundo globalizado, con un comercio internacional de
bienes, servicios y productos financieros mucho más intenso que el registrado
hasta nuestros días.
2. ¿Un futuro más
optimista para el euro?
Según John Gray,
profesor de Política en la
Universidad de Oxford y colaborador de The Guardian y
del Times Literary Supplement, una moneda única no le permite a la Unión Europea
aislarse de los mercados mundiales; pero sí crear un poder económico capaz de
negociar en términos de igualdad con los Estados Unidos. Si todos los actuales
miembros de la UE
se integran de manera definitiva al proyecto (ahora mismo sólo hay doce de
quince), la zona del euro o "Eurolandia" será la más vasta economía
del mundo. El euro tendrá entonces la capacidad de disputar al dólar
estadounidense el sitio de la divisa dominante. Si el euro se establece en el
futuro como una moneda confiable, un colapso del dólar (por otra parte no
deseable) se vuelve más que una probabilidad. Si sigue adelante, el euro traerá
el tiempo en el que Estados Unidos ya no será capaz de prosperar como el deudor
más grande del mundo. Con el tiempo, quizá bastante rápido, seguirá de modo
inexorable un cambio en el equilibrio del poder económico mundial.
Es cierto, no
obstante, que aún no están puestas las condiciones internas para el éxito de la
nueva divisa. Bajo un régimen de tasa de interés única, algunos países y
regiones languidecerán mientras otros prosperan. En la Unión Europea no
existen las condiciones que han permitido a los Estados Unidos adaptarse a
estas divergencias. En el presente, Europa carece de una movilidad laboral
extendida en el continente y no tiene mecanismos fiscales para evitar los
grandes charcos de desempleo que empapan las regiones deprimidas de Europa.
Con el euro en
operación, empero, las instituciones europeas estarán obligadas a remediar estas
fallas. Se verán forzadas a desarrollar políticas que le permitan a la economía
responder, de un modo más flexible, a los imperativos y constreñimientos de un
régimen de moneda única.
Debe tenerse en cuenta
que la moneda única no puede aislar a Europa de las presiones competitivas
-cada vez más intensas- que surgen de procesos globalizadores que vienen de
siglos. Probablemente, mucho tiempo después de que el laissez faire
global haya pasado a la historia, Europa todavía necesitará encontrar su sitio en
un mundo alterado, de modo irreversible, por la industrialización.
La moneda única
tampoco puede proteger a Europa de las consecuencias del colapso económico en
los países vecinos. Si Rusia se hunde en el caos después del colapso del rublo,
puede que no sea inmanejable el impacto económico directo sobre los países de la Unión Europea. El
impacto político y social sería considerable. ¿Cómo podrán algunos países, como
Polonia, enfrentar el riesgo de amplios movimientos de población cruzando sus
fronteras al este? ¿Cómo afectaría una crisis de refugiados, a tan gran escala,
a la estrategia de la
Unión Europea de ampliarse hacia el este?
La moneda única será
de poca ayuda para Europa al ocuparse de semejantes problemas. Pero le da una
poderosa ventaja a la Unión
Europea para responder a la crisis más vasta del laissez
faire global. Si el mercado mundial comienza a caerse en pedazos bajo
presiones que ya no pueda contener, Europa será el más grande bloque económico
del mundo. Su tamaño y su riqueza le permitirán presionar a favor de las
reformas que limiten la movilidad del capital. Si el euro sobrevive al
torbellino de los años por venir, su posición de pivote fortalecerá la voz de
Europa pidiendo la regulación del comercio especulativo en las divisas. Incluso
en el caso de una depresión global, como aquella de los años treinta, los
efectos sobre Europa podrían ser menos severos que en Estados Unidos o en los
países de Asia.
Reparemos en que el
libre mercado nunca tuvo en Europa la posición de mando que ha ejercido algunas
veces en los países de habla inglesa. Por ello, no resulta inconcebible que la Unión Europea tomara
el liderazgo en la construcción de un nuevo marco para la economía mundial al
despertar del colapso del laissez faire global .
XI. La tasa Tobin.
¿Una incipiente solución para el futuro?
1. Definición y
objetivos de la tasa
Tal como señala
Santiago Vilanova , la alternativa más discutida en los forums de Davos
y de Porto Alegre, paradójicamente opuestos, es la aplicación de la denominada
"tasa Tobin", un impuesto a nivel mundial en las transacciones
especulativas de divisas, llamado así por el economista norteamericano que lo
propuso. Se trata de la primera iniciativa fiscal de ámbito mundial propuesta
en 1972 por el profesor James Tobin, de la Universidad de Yale,
premio Nobel de Economía de 1981 por su trabajo de análisis de los mercados
financieros y situado, ideológicamente, en las antípodas de lo que quieren
significar los movimientos antiglobalizadores al uso. Junto con Walter W.
Heller, fue asesor del presidente John Fitzgerald Kennedy y defensor de su
"Nueva Política Fiscal" (New Economics), continuada por el
presidente L. B. Johnson. Dicha tasa consiste, en realidad, en un impuesto del
tipo oscilante entre el 0’1% (uno por mil) y el 0’5% (cinco por mil) sobre las
transacciones financieras realizadas, a corto plazo, en los mercados
internacionales de divisas, al objeto de frenar la especulación en los mercados
de capitales, evitando los efectos devastadores que una retirada masiva de capital
podría provocar en la divisa de un cierto país y, como consecuencia directa, en
su economía, habida cuenta de que esa retirada repentina obligaría a los países
a elevar drásticamente los intereses para que la moneda nacional continúe
siendo atractiva. Pero los intereses altos son, con frecuencia, desastrosos
para la economía nacional, como han puesto de manifiesto las sucesivas crisis
de los años noventa del pasado siglo en México, el Sudeste asiático y Rusia. La
tasa Tobin, en definitiva, devolvería cierto margen de maniobra a los bancos
emisores de los países pequeños y opondría algún obstáculo al frío dictado de
los mercados financieros.
La tasa, que se
impondría en cada cambio de una moneda a otra, disuadiría a los especuladores,
porque no rentabilizaría las inversiones realizadas con un horizonte temporal
tan próximo. Como sea que actualmente estas operaciones representan una cifra
superior a los 1’8 billones de dólares diarios (unos 380 billones de pesetas,
casi cuatro veces el PIB anual español), se podrían recaudar, por este
concepto, alrededor de 200.000 millones de dólares; es decir, en un año se
podría cubrir el importe de la deuda externa de los países del Tercer Mundo.
Este montante se aplicaría para desarrollar los países pobres sin desestabilizar
las ocho grandes plazas financieras que concentran el 83% del tráfico de
divisas ni a las propias estructuras del Banco Mundial. Esas plazas financieras
son las siguientes: Reino Unido (32%), USA (18%), Japón (8%), Singapur (7%) y
el resto se reparte entre Alemania, Suiza, Hong Kong y Francia.
Hace treinta años,
Tobin llevó a efecto más un pronóstico que no un análisis de la realidad, dado
que en aquellos momentos comenzaban a realizarse las primeras transacciones
electrónicas de dinero por ordenador. Pero sucedió justamente lo que él
preveía: en estos momentos, el 85% de dichas transacciones nada tienen que ver
con la compraventa de bienes o servicios, sino que corresponden a operaciones
puramente especulativas y tan a corto plazo que más del 40% de estas
inversiones regresan al punto de partida en menos de tres días, y un 80% en el
lapso de una semana.
La tasa en cuestión
tenía como objetivo principal calmar la inestabilidad masiva imperante en los
mercados globales de divisas, como consecuencia del colapso del sistema
alumbrado en Bretton Woods después de la Segunda Guerra
Mundial, que se basaba en el patrón de convertibilidad del dólar estadounidense
en oro.
2. Las críticas de
los monetaristas o neocuantitativistas
Es obvio reconocer
que, en general, las tesis de Tobin nunca resultaron del agrado de los grandes
economistas monetaristas exponentes de la Escuela neocuantitativista de Chicago (Friedman,
Knight, Viner, Simons, Klein, Schwartz, Stigler y Wallis), ni tampoco
recíprocamente. En concreto, un artículo de Milton Friedman publicado en el Washington
Post ("Impuestos, dinero y estabilización"), hace más de treinta
años, arremete contra Tobin y otros partidarios del aumento impositivo que,
según Friedman, "escriben como si los cambios tributarios tuvieran una
repercusión clara y previsible sobre la Economía, como si pudieran afirmar con confianza,
de antemano, qué efectos tendrán -sobre la renta nacional, sobre el empleo y
sobre los precios- los susodichos cambios de los impuestos". Esas
consideraciones friedmanianas también podrían aplicarse a los efectos de la
tasa Tobin sobre el comercio internacional. A la inversa, Tobin, en su artículo
Barry’s Economic Crusade, publicado en Octubre de 1964 en The New
Republic batió todas las marcas de ironía y dureza, mostrando cómo la
crítica acerada no constituía un privilegio exclusivo de la Escuela de Chicago. La
experiencia tampoco se reveló consoladora para el propio Friedman, quien pudo
percibir la enorme brecha que separa la Economía de la Política y lo difícil que
resulta exponer y matizar las propias ideas cuando la pasión y el
enfrentamiento substituyen a la paciente investigación realizada en un
laboratorio o en un ambiente estrictamente académico.
Un importante factor
político que ha orientado la propuesta de Friedman es la de negar el servicio
de la política monetaria para el sostenimiento del equilibrio de la balanza de
pagos. Ya se ha indicado anteriormente como una de las causas que habrían
animado el auge de la política fiscal, el hecho de que dentro del cuadro del
comercio exterior en la actualidad, gobernado por tipos fijos de cambio y
movimientos intensos y especulativos de capital a corto plazo, la política
monetaria podía ver comprometido el éxito de su gestión estabilizadora. La
solución de las incidencias del equilibrio de la balanza de pagos, por otra
parte, demandaba medidas peculiares de política monetaria. De esta forma, si la
política monetaria atendía a este frente externo se obstaculizaba o impedía su
servicio al propósito de estabilizar la economía en el interior, labor que
debería desempeñar necesariamente la política fiscal. Si nos negamos a utilizar
la política fiscal no quedaría alternativa estabilizadora alguna, dada la
obligada entrega de la política monetaria al mantenimiento del equilibrio
exterior.
Este aparente dilema
lo zanja Friedman con su habitual radicalismo. ¿Qué significa, para los Estados
Unidos, el comercio exterior?: el 5 por 100, aproximadamente, de su actividad
económica interna. ¿A qué equivale el que la política monetaria asegure el
equilibrio exterior y sostenga los tipos de cambio fijos?: a adaptar la
política monetaria interna a las decisiones que adopten las autoridades
monetarias del resto del mundo. Subordinar al 5 por 100 -que es a lo que
equivale el comercio exterior- el 95 por 100 restante y adaptarse a la voluntad
política de los demás países, no vale la pena e incluso resulta insensato.
Solución: que el equilibrio exterior se alcance mediante los ajustes
correspondientes del tipo de cambio, dejando que éstos fluctúen a merced de las
condiciones variables de su oferta y demanda. En otros términos: si los pagos
en el exterior de los Estados Unidos excediesen de los ingresos procedentes de
sus exportaciones y de otras fuentes (transferencias, movimientos de entrada de
capital) no se tomaría medida alguna de política monetaria interior, se dejaría
simplemente que el valor del dólar bajase en los mercados internacionales de
divisas, como ocurriría, pues, la oferta de dólares realizada para pagos en el
exterior, excedería de la demanda que los importadores extranjeros hacían de
dólares para comprar bienes y servicios americanos o enviar sus capitales a
Estados Unidos. Con ello, se volvería a tener un mecanismo de ajuste
automático que enlaza con los más rancios conceptos de la política
económica ortodoxa, pues esa baja del dólar tendería a estimular las
exportaciones americanas, al tiempo que reduciría las importaciones y las
salidas de capital, con lo que se alcanzaría un nuevo equilibrio exterior
gracias a los vaivenes del tipo de cambio. Esta propuesta liberaría de la
pesada carga de estabilizar la balanza de pagos a la política monetaria,
ganándola para la importante causa de la estabilidad interna.
Si las valoraciones
anteriores de Friedman se admiten, tendríamos una política monetaria basada en
normas y no discrecional, una política que no debería adaptar sus decisiones a
la marcha de la coyuntura por ser incapaz de actuar con diligencia y
oportunidad y, que, finalmente, no debería atender al mantenimiento del equilibrio
de la balanza de pagos, tarea que se encomendaría a los tipos de cambio
fluctuantes.
3. El futuro de la
aplicación de la tasa
Por otra parte,
también es cierto que Tobin, el gran economista americano, siempre ha marcado
distancias con los movimientos antiglobalización, a los que ha acusado, con
cierta frecuencia, de haber "abusado" de su nombre e
instrumentalizado sus ideas. El llamado "pueblo de Seattle" se queda,
así, sin una de sus banderas más emblemáticas. En los últimos tiempos, las
declaraciones de Tobin golpean incluso a Attac (Asociación para la Imposición de una Tasa
sobre las Transacciones Financieras para la Ayuda a los Ciudadanos), fundada el año 1998, una
de las asociaciones más representativas del frente antiglobalización y que
lleva en las propias siglas el fantasma del apellido del célebre economista. De
hecho, según él mismo, la intención original de su idea de frenar la
especulación difiere de la de estas organizaciones, que quieren utilizar la
recaudación resultante para la "extraña" (por lo visto) finalidad de
"financiar proyectos de mejora del mundo".
Hasta hace
relativamente poco tiempo, la tasa Tobin era una idea acariciada por pocos
economistas y grupos sociales muy minoritarios, hasta que el director de Le
Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, al que nos hemos referido con
anterioridad, la volvió a lanzar a la arena pública mediante un editorial que
se convirtió en el manifiesto fundacional de aquella Asociación, que ahora ya
cuenta con más de 30.000 afiliados (unos 250 en su sección catalana). Con mayor
propiedad, el manifiesto de ATTAC-España aduce que "la libertad total de
circulación de capitales, los paraísos fiscales y el crecimiento acelerado del
volumen de transacciones especulativas empujan a los Estados, las Regiones y
las ciudades a una vergonzosa carrera para ganarse el favor de los grandes
inversores. Esta insensata competencia conduce al desmantelamiento deliberado
de las bases legales, sociales y políticas de los Estados al objeto de
facilitar las inversiones".
La reivindicación de
la "tasa Tobin", todavía no asumida por los ultraliberales, tiene el
soporte de los partidos de izquierda del Parlamento Europeo y de la Internacional Socialista.
Pero, curiosamente, también la defienden la multinacional Fersol de pesticidas
-que ayudó a financiar el foro de Porto Alegre-, el magnate George Soros y Mark
Mallon Brown, director del Programa de la Naciones Unidas
para el Desarrollo y ex-responsable de relaciones internacionales del BM.
En cualquier caso, las
ONG más críticas y los sectores más radicales consideran que la tasa Tobin no
será capaz de evitar los paraísos fiscales, el armamentismo, el narcotráfico y
la destrucción del medio ambiente. Para ellas se trata, simplemente, de una
operación orquestada para reconducir el creciente movimiento antiglobalización
y transformarlo en el ala izquierda del moderno discurso neoliberal, con la
complicidad del Observatorio de la Mundialización y de algunos históricos como Susan
George ("Informe Lugano", una obra de política-ficción que se ha
convertido en un auténtico best seller mundial), Agnès Bertrand y otros
emblemáticos luchadores del movimiento. George es vicepresidenta de
Attac-Francia y politóloga estadounidense con pasaporte y residencia en el
vecino país galo.
El reforzamiento de
las instituciones debe producirse también a nivel internacional. El propio
Tobin ha declarado recientemente que el FMI tiene que ampliarse y reforzarse:
"igual que sucede con el Banco Mundial, el FMI tiene demasiados pocos
fondos para ayudar a los países pobres y subdesarrollados", indica Tobin.
El FMI debe diseñar medidas de previsión y control de los perjuicios causados
por los movimientos espasmódicos de capital a corto plazo. Además, deben actuar
de forma más coherente. Por ejemplo, si la OMC fomenta el libre comercio, no debe aceptar
barreras comerciales justificadas por razones sociales. La lucha contra el
trabajo infantil, por ejemplo, no debe basarse en represalias comerciales sino
en un mayor intervencionismo de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) o de la Organización Mundial
de la Salud
(OMS).
En estos momentos, en
Europa comienza a debatirse, de manera oficial, la oportunidad de introducir el
impuesto referido sobre las transacciones financieras en los mercados de
capitales. El primer ministro francés, el socialista Lionel Jospin, ha sido el
primer político en lanzar el tema ante los demás gobiernos europeos a la luz de
los dramáticos actos de violencia acontecidos en Génova con ocasión de la
cumbre de los países más industrializados que configuran el G-7. Sin embargo,
el mismo Tobin se muestra escéptico sobre la viabilidad de su proyecto, que
precisa de un acuerdo a escala global entre distintos países para que resulte
efectivo. "Me temo que no hay ninguna posibilidad de éxito, porque la
gente decisiva en el mundo financiero internacional está en contra", ha
estimado el propio Tobin.
En efecto, en el seno
de los distintos países miembros de la
UE parecen haber muchas discrepancias sobre la aplicación de
la susodicha tasa. En particular, el ministro de Finanzas alemán, Hans Heichel,
ha confesado tener "fuertes dudas" sobre una iniciativa europea al
respecto. En este mismo sentido, su homólogo francés, Laurent Fabius, propuso
recientemente una solución alternativa y "más práctica" para que se
aplique un impuesto sobre la venta de armas; esta propuesta ha sido denunciada
por Attac como una "maniobra de distracción". A su vez, el secretario
general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, se mostró partidario de la
aplicación de una tasa sobre la emisión de dióxido de carbono (CO2)
a la atmósfera. "Hay un cierto número de ideas sobre la mesa", dijo
Fabius. Y -podríamos añadir- un gran número de problemas para solucionar
también.
El canciller alemán
Gerhard Schroeder aboga, como Jospin, por un cierto "retorno de la
política" al diseño de la arquitectura financiera, pero rechaza la tasa
Tobin porque considera que "existen reservas jurídicas y de contenido, así
como problemas políticos, para llevarla a la práctica". En la misma línea,
el ministro español de Asuntos Exteriores, Josep Piqué (Partido Popular),
señala que "no se dan las circunstancias adecuadas para que pueda pensarse
seriamente en la aplicación de una tasa como ésta". El profesor Rudi
Dornbusch, del Instituto de Tecnología de Massachussets, contempla su
aplicación de una manera crítica y Robert Mundell, Premio Nobel de Economía, la
considera, incluso, como una idea "tonta". A favor del impuesto -o
bien de estudiarlo- se ha pronunciado el gobierno de Finlandia, los parlamentos
de Canadá, las Islas Baleares y el Principado de Asturias, así como los
ayuntamientos catalanes de Barcelona, Badalona, l’Hospitalet de Llobregat,
Terrasa, Rubí y La
Llagosta. También están pendientes de debate mociones
parlamentarias del PSOE, del PSC-Ciutadans pel Canvi y de Iniciativa
per Catalunya-Verds.
El octavo elemento de Falso
amanecer considera lo que podría hacerse para enderezar el rumbo. Estados
Unidos carece del poder hegemónico necesario para hacer de un libre mercado
universal una realidad, ni siquiera por un corto plazo. Pero ciertamente sí
tiene el poder de veto ante una propuesta de reforma de la economía mundial.
Por ello, mientras Estados Unidos permanezca entregado al "consenso de
Washington", en lo que se refiere al laissez faire global, no podrá
existir una reforma efectiva y eficiente de los mercados mundiales. En este
caso, planteamientos novedosos como el del "impuesto Tobin", al que
ya nos hemos referido in extenso, permanecerán en calidad de letra
muerta.
XII. Un ejemplo
relevante: la situación de los frutos secos españoles ante el comercio mundial
Hemos escogido, como
ejemplo aclaratorio, un subsector agrícola español gravemente amenazado por la
internacionalización económica que estamos tratando, especialmente en dos de
sus grandes producciones: la almendra y la avellana. Para el primer caso, el
problema reside en la producción estadounidense; en el segundo, el problema
viene representado por la producción turca de tan delicioso fruto seco. A
continuación, analizaremos ambos casos sucintamente, así como también alguno
más.
Básicamente, dicha
situación viene determinada por las siguientes características :
El ingreso de España
en la Comunidad
Económica Europea supuso la supresión progresiva de las
barreras arancelarias que protegían, hasta entonces, la producción avellanera
española de la competencia desleal de un país, Turquía, que posee un statu
quo socioeconómico muy diferente al nuestro. Y aún debemos agradecer las
políticas de retirada de la avellana turca para la extracción aceitera, que
posibilitan que Fiscobirlik comercializase en el año 2000 la avellana a 3’3
dólares/Kg. (o sea, 1’15 euros/Kg. en cáscara o bien unos 3’79 euros/Kg. en
grano).
La Unión Europea, que constituye el mayor mercado
para las exportaciones estadounidenses de almendra y de otros frutos de
cáscara, acordó en el marco de la Ronda Uruguay del GATT una reducción del 50% en
la tarifa aduanera para las almendras en grano y para las nueces con cáscara, y
de un 36% para las nueces peladas, las almendras tostadas y los pistachos
tostados. El arancel inicial estaba situado en el 7% para las almendras en
grano y en el 8% para las nueces con cáscara; en julio del año 2000, fin del
periodo de reducción arancelaria pactado, alcanzaron el 3,5% (con un
contingente de 90.000 toneladas al tipo del 2%, como después se verá) y el 4%
respectivamente. Las almendras amargas tienen arancel nulo.
El proceso de
ampliación de la UE-12
a la UE-15
implicó una ampliación de 45.000 Tm. a 90.000 Tm. del contingente consolidado
de las almendras con arancel reducido del 2%.
La avellana (en grano
y en cáscara) partía de un arancel del 4%, acordándose una reducción del 20% en
seis tramos. En julio del año 2000 se situó ya en el 3,2%. En el caso de
Turquía existe un acuerdo bilateral por el que la avellana de procedencia turca
sólo paga un 3% de arancel a partir del 1 de enero de 1999.
Corea del Sur ha
reducido sus aranceles para la almendra en cáscara de un 50% a un 21%, y de un
50% a un 30% para las nueces.
Tahilandia va a
reducir a la mitad los aranceles para la importación de nueces y almendras
tostadas. En 1996, las exportaciones californianas a Tahilandia de frutos secos
eran superiores en un 177% a las de 1990.
Malasia también
reducirá sus tarifas para las almendras, las nueces, las avellanas, las
castañas y los pistachos de algo más del 5% al 0%. La tarifa para los frutos de
cáscara tostados se reducirá de un 30% a un 20%. Las exportaciones de frutos de
cáscara de Estados Unidos a Malasia han crecido un 311% desde el año 1990.
En 1992 la India suprimió todas las
restricciones cuantitativas a la importación de la almendra. En 1997, acordó
cumplir sus compromisos ante la
OMC y suprimir el componente ad valorem en sus
aranceles. En 1996, se ha convertido en el duodécimo cliente para la almendra
californiana.
A la vista de lo que
se nos avecina, creemos posible que la tradicional vocación exportadora del
sector español de los frutos secos y la presencia en el mercado internacional
de unos productos apreciados por determinadas industrias de transformación y
los consumidores por sus excelentes cualidades organolépticas, claramente
diferenciales, desaparecerían para siempre, de no compensarse adecuadamente los
desequilibrios generados por el comercio internacional con las ayudas por
unidad superficial. Es posible que el mercado mundial quedara en manos de un
único proveedor (EEUU en el caso de la almendra, teniendo en cuenta que España
es el segundo productor mundial, así como de las nueces y Turquía en el de la
avellana), en una situación de monopolio fáctico, que probablemente conllevaría
un incremento de los precios internacionales, como se demuestra, en el caso de
la almendra, en los estudios realizados por ALSTON, J.M., SEXTON, R.J. y otros
(1993), y con toda seguridad, a una mayor situación de dependencia de la Unión Europea,
fuerte y crecientemente deficitaria en estos productos.
El cultivo de los
frutos secos es el resultado de una actividad mantenida durante siglos en
nuestro país, de manera que los árboles que los producen son parte integrante e
inseparable del ecosistema, del paisaje y de la cultura de sus gentes. Además,
posee una gran importancia económica y social para vastas regiones
desfavorecidas del área mediterránea y del interior de la península ibérica.
Alrededor de 40.000 familias viven de la actividad económica generada por el
sector en toda España y más de 200.000 explotaciones se complementan con
ingresos procedentes de los frutos secos. Pero estas explotaciones pueden
desaparecer a medio plazo si la Unión Europea persiste en la intención de no
renovar las ayudas económicas al sector.
En 1989, la Comisión introdujo una
serie de medidas específicas para apoyar los instrumentos de producción y
comercialización en el sector. Estas medidas debían ser provisionales y
limitadas a una duración de 10 años. Al respecto, una demanda de la CCAE (Confederación de
Cooperativas Agrarias de España), en la que coincide el sector, es que la ayuda
comunitaria a estos productos se conceda a través de la OCM (Organización Común de
Mercado) de Frutas y Hortalizas, por lo que las asociaciones y organizaciones
agrarias se muestran partidarias de ir prorrogando automáticamente cada año los
Planes de Mejora de la Calidad
y la Comercialización
gestionados por las OPFH (Organizaciones de Productores de Frutas y Hortalizas),
que han ofrecido, por cierto, excelentes resultados y han finalizado ya en
algunos casos. Y ello hasta que se aborde la reforma en profundidad de la OCM, donde los productores
solicitan disponer de un apartado específico.
Últimamente, la Comisión Europea
ha previsto un montante máximo por hectárea de 241’5 euros, de los cuales, el
75% serán cofinanciados por la
Unión Europea y el 25% restante por los Estados miembros. De
este modo, la contribución de la UE
se reduce del 82 al 75% y la del Estado miembro aumenta correlativamente del 18
al 25%. Se trata de la misma cantidad que, desde hace diez años están
recibiendo los productores, lo que supone, sólo a causa de la inflación
registrada en el período, una reducción del 50% de los ingresos por este concepto.
Además, a la cifra mencionada se le deben restar las retenciones que aplican
las OPFH que, en algunos casos, también han resultado abusivas.
El sector productor
agrupado en CCAE cree que esta propuesta de Reglamento no termina de solucionar
la difícil situación por la que atraviesa el sector. En primer lugar, en ningún
momento se vincula la prórroga de los Planes de Mejora a la aprobación de un
régimen de ayuda definitivo para estos productos; este punto ha sido una de las
principales reivindicaciones de CCAE, ya que para la próxima campaña, se
volverá a sufrir la inseguridad que se viene padeciendo durante los últimos
años, al quedarse el sector nuevamente con la incertidumbre de saber si
dispondrá o no de ayuda definitiva.
La contribución
presupuestaria total de la UE
a las medidas previstas se eleva hasta los 54’3 millones de euros.
Afortunadamente, el comisario de agricultura Franz Fischler ha señalado, con
respecto a la nueva propuesta de la
Comisión, que "la prórroga de un año demuestra el interés
de la Comisión
por el sector y pone en evidencia que es consciente del papel medioambiental,
social y rural que los frutos secos desempeñan en Europa". Añadió que, en
la actualidad, se examinan todos los aspectos del sector de los frutos secos
con vistas a una solución definitiva para los productores.
Por último, para hacer
frente a la difícil situación de las avellanas, una ayuda suplementaria de 15
euros/100 Kg. se acordó para esta producción durante un año, pero con la
condición de que únicamente podrán acogerse a la misma las Organizaciones de
Productores que no puedan acogerse a la prórroga de los Planes de Mejora. Tanta
cicatería tiene, en estos momentos, una gran transcendencia, dadas las adversas
condiciones de mercado que están permitiendo la existencia de unos precios
bajísimos para estas producciones, fruto, en gran medida, de las masivas
importaciones de avellanas turcas.
Con ello, da la
sensación que desde Bruselas, poco a poco pero inexorablemente, se va dejando
hundir al sector sin plantear una necesaria estrategia de futuro que, hoy por
hoy, sólo puede llegar mediante el estudio, en profundidad, de todos los
aspectos del problema. Esperemos que, desde él, se valore la conveniencia de
regular las importaciones procedentes de los terceros países, de establecer una
normativa que regule el mercado interior, de definir una estrategia de la
calidad de estos productos y de fijar, en fin, una verdadera ayuda a la renta
para los agricultores.
EPÍLOGO
Como consecuencia de
la globalización de la economía que se ha producido con la caída del comunismo,
tras el derrumbe del Muro de Berlín y en los albores del tercer milenio, el
mundo se ha embarcado en un proceso vertiginoso de cambio acelerado y de
innovación tecnológica. Como consecuencia de ello, las próximas décadas traerán
tiempos de grandes transformaciones, oportunidades y peligros que podemos
sintetizar del siguiente modo :
Las economías más
sanas de Europa, Asia y América están agrupándose y constituyendo grandes
bloques económicos regionales.
Los conflictos
militares clásicos van siendo reemplazados por la lucha contra el terrorismo y
la competencia económica y comercial.
Existe, por lo menos
en nuestro país, una emigración bien vista y otra mal vista: la del que tiene
el petróleo (que va a Marbella y alrededores) y la del que no posee nada (que
intenta saltar el Estrecho de Gibraltar a bordo de patera). Más valdría,
posiblemente, que todo o buena parte del dinero procedente del oro negro
permaneciese en las regiones de origen (el Magreb y, en general, el mundo
musulmán), lo que evitaría esos movimientos descontrolados y dolorosos de la
población.
Están aumentando los
conflictos étnicos y tribales, los regímenes despóticos, el fundamentalismo
islámico y la tradicional hostilidad hacia Occidente y su gran patrón, USA, en
muchos países del África, Oriente Próximo, Asia Central y los Balcanes. El
monstruoso atentado terrorista que destruyó las torres gemelas del World
Trade Center neoyorquino, el 11 de Septiembre de 2001, constituye una buena
prueba de ello.
Una Rusia
empobrecida, una China potencialmente agresiva y algunos pequeños países
capaces de producir armas nucleares, representan un serio peligro. El
terrorismo nuclear es cada vez más sencillo de organizar y representa una grave
amenaza para la paz mundial.
La innovación
tecnológica destruirá muchos puestos de trabajo. A medida que vayan
desapareciendo las restricciones sobre las importaciones en los países
desarrollados, los empleados que realicen trabajos rutinarios competirán en el
mercado global en inferioridad de condiciones y perderán sus empleos.
La reducción del
tamaño de los gobiernos, la privatización de la asistencia social, la filosofía
de la supervivencia de los más aptos, acentuarán inexorablemente las
diferencias entre ricos y pobres, tanto entre los individuos como entre los
Estados.
Los grandes del mundo
se han esforzado por presentar los réditos de su modelo a unos ciudadanos
convertidos en clientes y usuarios de un sistema en crisis. Nos ofrecen, por
una parte, el haber taumatúrgico de una economía sin fronteras y de
libre mercado, mientras olvidan el debe de un sistema que, como hemos
podido comprobar a lo largo del presente libro, lejos de solucionar la
problemática existente, acrecienta la dolorosa brecha abierta entre los países
ricos y los pobres. En ese mismo cesto de la globalización económica, no se han
introducido ni la regulación internacional del mercado de trabajo -ahí están
las leyes de extranjería que limitan esos movimientos-, ni la armonización
fiscal y laboral internacional, ni el respeto al medio ambiente, ni la
prohibición del trabajo infantil, ni, en general, la mundialización de los
derechos humanos y de su valor irrenunciablemente universal.
Sin embargo, ya se
empiezan a vislumbrar los efectos negativos de la globalización económica y del
progreso desequilibrado: es hora de poner remedio y encontrar una armonía
estable entre la colectivización, la planificación central y el control
absoluto del Estado (comunismo) y el imperio salvaje de la iniciativa privada (ultraliberalismo)
que tiende a convertir en simples marionetas a los gobernantes democráticos de
las naciones.
Tampoco la
internacionalización financiera tendría por qué dificultar las tareas
redistributivas de los poderes públicos, bajo el falaz argumento de su
incompatibilidad con la modernidad que supone un mundo globalizado. Como señala
el prof. V. Navarro, veamos que en nuestro país, por ejemplo, el incremento de
las desigualdades sociales, consecuencia directa de la aplicación de políticas
fiscales regresivas y de la disminución del gasto social en términos relativos
(expresado como porcentaje del PIB), está siendo justificado por la necesidad
de hacer la economía española más competitiva en un mundo más globalizado, sin
tenerse en cuenta que otros países europeos mucho más globalizados que el
nuestro (como Suecia, Finlandia, Holanda o Noruega) están hoy siguiendo
políticas redistributivas francamente exitosas.
En cuanto a la Globalización, la
gente empieza a pensar que no estaría del todo mal, por ejemplo, llevar a
efecto una globalización de las demandas y de las promesas que se han hecho a
sí mismos los más desfavorecidos de todo el mundo. Y promesas con las que se
nos vino encima la
Globalización corporativa: como la del equilibrio de los
mercados (de hecho, sólo ha prohijado un tremendo desequilibrio a favor del
centro) y una mayor equidad en materia de inversiones (que se vuelcan
masivamente hacia los países desarrollados y emergentes, que son justamente los
que menos las necesitan).
Es bien cierto que,
con el objetivo de superar las crisis económicas internacionales, resulta
necesaria la garantía de la estabilidad del sistema monetario y financiero
internacional. Pero ello será impensable mientras no se reduzca la pobreza que
afecta al sistema, ya que ésta limita el crecimiento y agudiza las ya enormes
diferencias existentes entre los países del orbe. La valoración del conjunto
debe hacerse en función de la prosperidad general, especialmente la de los más
necesitados, no en base a la de unos cuantos, más bien pocos.
Si tomamos a la Historia como nuestra
guía, podríamos esperar que el libre mercado global pertenecerá en breve a un
pasado irrecuperable. Como otras muchas utopías del siglo XX, el laissez
faire global -junto con sus víctimas- puede ser tragado por el hoyo
profundo y tenebroso de la memoria histórica.
Pero habrá que ser
optimistas y pensar que también es posible que, en un futuro relativamente
próximo, la globalización de las actividades económicas y financieras, de no
llegar a desaparecer, se fundamente en bases y controles democráticos y se
halle inspirada en los principios básicos de la solidaridad, de la igualdad y
de la justicia social, no como sucede ahora.
Como también resulta
posible que, pese a todo, del sueño interesado y falaz de la globalización
económica, que hoy por hoy parece llevar a su espalda el viento largo e
impetuoso de la modernidad, en el futuro quede muy poco. Sobre todo cuando los
pueblos y sus dirigentes caigan definitivamente en la cuenta de hacia dónde
conduce y a quienes realmente beneficia.
- BIBLIOGRAFIA Y FONDOS DOCUMENTALES -
(*) Bibliografía
local.
(**) Bibliografía
general.
(***) Bibliografía
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