Eduardo Pedro García Rodríguez
1819. Marzo 30. La corbeta "Unión
del Sur", registrada en numerosas ocasiones como "Unión", fue construida en Baltimore (Maryland, Estados Unidos), uno de los
enclaves fundamentales, si no el más importante, del corso argentino en el Atlántico Norte (como base de
aprovisionamiento y de armamento de buques),
armada por Juan Pedro Aguirre y puesta inicialmente bajo el mando de Clemente Cathele o Calhell. Después de
arribar a Buenos Aires, en junio de
1817, se hizo cargo de su mando Juan Browm, con quien operó por Canarias.
Contaba con una tripulación de ochenta y un hombres y doce cañones de a 18.
Una de sus
singladuras por aguas de nuestro Archipiélago llevó al mencionado buque a la bahía de Las Palmas, donde, el 30 de marzo de 1819,
apresó y sacó del puerto al místico español, proveniente de Cádiz, "Nuestra Señora de los Dolores" del capitán José Ortiz. El 3 de abril, el corregidor y subdelegado de reales rentas, el
inefable Salvador de Terradas, se
dirigió al gobernador de las armas, Simón de Ascanio, en los siguientes términos:
"A V.S.
consta se halla quasi a la vista la
Corbeta de Guerra Insurgente la Unión, que sacó de este Puerto la noche del treinta de
Marzo último, el Místico Español su
Capitán Don José Ortiz, y que últimamente ha apresado varios Bergantines de
esta Isla que dio libertad quedándose con las lanchas.
Hoy
se ha cundido la voz de que daría libertad a dicho Místico luego que realizase sus intenciones, según han dicho algunos individuos de los
Buques apresados; y como en este caso no debemos despreciar la más ligera
noticia sea, o no, verdadera para
asegurar la tranquilidad de los habitantes de esta Isla,
y con más motivo teniendo como tengo presente la orden de diez y ocho de Febrero de mil ochocientos diez y ocho comunicada al Tribunal
Superior de esta Real Audiencia por el
Excmo. Sr. Comandante General de esta Provincia; en su consecuencia me ha
parecido prudente molestar la atención de V.S.
manifestándole existen en la
Real Tesorería cerca de dos millones de reales, que su guardia es muy reducida, y que sería
conducente precavernos de un daño con la
fuerza. Bajo la custodia de V.S. está la defensa de esta Isla, y en mí
auxiliarle en cuanto necesite del paisanaje; este está pronto a su disposición, y yo mismo, a todo lo que sea en
obsequio de ella y del Soberano; teniendo
como tengo dadas todas cuantas providencias están al alcance
de mi facultad, reducido a entregar una corta porción de chuzos que existen en este Ilustrísimo Ayuntamiento, para que
sirvan en caso de invasión, y del mismo modo espero de la atención de V.S. se
sirva acusarme el recibo de este oficio".
Ascanio contestó, sin dilación, el día 5. Manifestó que ya había
tomado precauciones
ante cualquier "temeraria sorpresa", pero que necesitaba refuerzos, en concreto un retén nocturno para
la tropa de guarnición de 50
hombres, y 45 artilleros más para la
Batería de la
Línea. El costo de cada una de estas plazas ascendía a dos
reales de vellón diarios, pero que habiendo acudido en casos semejantes al
administrador de reales rentas, éste le había indicado que no tenía órdenes
para ello. No obstante, si Terradas,
como subdelegado, podía allanar el problema quedaría la defensa en
mejor estado. Además, respecto al paisanaje indicó que su opinión, "en
tales circunstancias, es que se aliste por Barrios, Manzanas o Calles, que a cada una de aquellas porciones en que juzgue
V.S. deberle dividir se le nombre un
cabo, o jefe, y que en cada noche desde la de este día esté pronto un
número como de ciento o doscientos hombres armados con los chuzos..., y con las
demás armas que puede facilitar el Ilustrísimo Ayuntamiento, que a la menor
señal de alarma acuda al cuartel del Regimiento de mi accidental mando, sito en
la Calle de la Carnicería e
incorporarse a la primera Compañía que
dormirá allí, y maniobrar bajo las órdenes del oficial que yo señale
para mandar aquella, y a quien comunicaré mis instrucciones" .
La respuesta de Terradas no se hizo esperar. Indicó que había elevado un escrito al Comisionado regio (Intendente), que el
paisanaje estaría preparado "en caso de alarma por cualquier
invasión de los insurgentes", pero que
"habiendo tropa en la Isla,
clamarían por esta fatiga diaria", y se ofreció para, en caso de apuro, costear con sus propios intereses los
gastos de los retenes, "en obsequio del Rey y de la Isla".
Ascanio, ni corto ni perezoso, le tomó por la palabra y le contestó que, "atendiendo a la generosa oferta con que
concluye de que en un caso apurado serán
satisfechos por V.S. los cuarenta y cinco artilleros que guarnezcan por las
noches las Baterías de la Línea,
añadiré que en mi concepto estamos y estaremos en ese caso apurado siempre que
los Insurgentes permanezcan a la vista de las vigías".
Terradas respondió, solícito, que "deseando yo por mi parte
evitar todo insulto, para que las Reales Armas, por falta de pago, no sufran el
más ligero desprecio, desde luego estoy
pronto a satisfacer de mis propios intereses hasta concluir con la última
alhaja de mi casa" 8S. Sin embargo, no tuvo que cubrir, en solitario, el costo del retén, porque José de
Quintana y Llarena se ofreció, y le fue aceptado,
a acompañarle en los pagos durante dos días.
No
obstante, el corregidor Terradas tuvo que hacer frente a otro donativo personal por mor de las circunstancias y
como presidente de la Junta
'de Sanidad, pues decidió socorrer al capitán del bergantín "La Vicenta", de la matrícula de Bilbao, José Antonio de ligarte, quien, con seis miembros de su tripulación, pasaba la cuarentena en
Gran Canaria tras haber sido apresados y "completamente robados", el
día 3, por "una de las corbetas de guerra insurgente que
bloquean a estas Islas". El donativo ascendió
a 300 reales de vellón, "para que sirva de socorro a esta pobre tripulación digna de toda gracia, por tener el
honor de haber sido tan leales que
han preferido su ruina a tomar partido con los enemigos del Trono".
Por fin, a fines
de mes, se recibió el oficio de Sierra Pambley, quien aprobaba
las gestiones de su subordinado, le felicitaba por su celo y le autorizaba a
cubrir los gastos habidos con motivo de la amenaza corsaria con cargo al departamento. Terradas, sin embargo,
no quiso aceptar. Consideró sus gastos como un donativo a la Corona y ponderó sus deseos
de contribuir, como buen vasallo, a evitar "vejámenes al distinguido nombre
de la Nación". El
Ayuntamiento, sin embargo, envió el testimonio al Consejo de Castilla, cuyo fiscal informó que
"el Consejo, siendo servido, les manifieste quedar satisfecho de su
leal conducta, excitándole a continuar sus
servicios en beneficio del Rey y del Estado". (Manuel de Paz-Sánchez,
1994)
1816. Julio 20. De los corsarios argentinos considerado pionero en
las incursiones marítimas por Canarias y Azores fue el capitán Miguel
Fcrreres, originario de Ragusa, comandante de la goleta “Independiente”,
que ya había servido en la campaña de
Montevideo, en la cual capitaneaba el "Itatí"-. Este corsario, como otros de sus compañeros,
frecuentó la ruta de Canarias para
—entre otros objetivos- bloquear la línea de la Compañía de Filipinas y
apoderarse de sus codiciados buques. En julio de 1816, dice Bealer, llegaban a Londres quejas y lamentos de las islas
Canarias: "Barcos independientes rodean nuestras costas. Los
corsarios de Sud América merodeaban en las
proximidades de las Canarias y habían "arruinado completamente allí el comercio español".
Miguel Ferreres
protagonizó, en efecto, diversas acciones en las proximidades de
Canarias durante este período. El 20 de julio de 1816, el capitán de puerto de Santa Cruz de Tenerife
comunicó al Comandante General que,
desde el amanecer había aparecido, a unas siete u ocho millas al Este de la Plaza, una “goleta con dos bergantines por sus
aguas y que cruzando dos botes con
frecuencia de ella a uno de los bergantines, aparentaban ser estas gestiones algún saqueo. A las dos
de la tarde, habiendo recalado uno de los
barcos menores del tráfico de esta Isla a la de Canaria le dio caza y lo hizo atracar a su costado, y a poco
rato lo largó, y dirigiéndose el referido barco a esta Rada, salí a su
encuentro y puesto al habla me informó su Patrón
ser el nombrado San Juan que venía del Puerto de Gáldar de Canaria con carga de 33 animales vacunos, 100
carneros y varias aves; que la dicha goleta
era una de los corsarios que habían salido del Río de la Plata; que hacía cuatro días había apresado sobre el
Salvaje al bergantín nombrado Rosario,
uno de los del tráfico interior de esta Provincia, que salió del Puerto de Garachico en esta Isla cargado
de maderas, y se dirigía a la de Lanzarote y
que en la noche anterior apresó igualmente, en las inmediaciones de la Punta de Anaga, al bergantín
español nombrado Juliana, su capitán don Sebastián Badaró que salió de esta
Plaza para Mo-gador la misma noche; que
durante el tiempo que permaneció atracado a la
goleta observó que su artillería eran cuatro obuses dos por banda y un cañón
como del calibre de a 12 al medio giratorio, que su tripulación se componía
como de 50 individuos de todas Naciones, que según supo, el capitán era raguseo, casado en Buenos Aires, y el
segundo, gallego; que de su barco le
quitaron 69 carneros, tres animales vacunos, cuantas aves. huevos y manteca
encontraron, los barriles de la aguada y la lancha".
Al día siguiente, el
capitán de puerto santacrucero volvió a informar, con nuevos detalles, a su
superior. Después de las once de la noche del día anterior, habían fondeado dos lanchas en el Puerto llevando a bordo
las tripulaciones de los dos bergantines apresados
por la goleta corsaria. En la del bergantín "Rosario"
venía su patrón. Marcos Cabrera, y doce marineros más. Cabrera relató que, al amanecer del día 17, hallándose de seis a
siete millas al Sur del Salvaje, se encontró bajo el
alcance del cañón de una "goleta de
gavia y juanete a proa, y en el mayor escandalosa, en cuyo peñol tremolaba una bandera angloamericana". El
corsario le disparó un cañonazo con bala y,
puesto a la voz, le "mandó poner a la capa y echando una canoa armada, llegada a su costado le mandó arriar
la bandera nacional que había largado y
le dijo era prisionero del Gobierno de las Provincias Unidas de Buenos Aires, a cuyo tiempo, arriando la
goleta la bandera que se ha dicho, enarboló en el peñol de la cangreja de la
mayor, otra bandera con dos listas
azules, que dijeron era la que usaban los buques de aquel Gobierno". Seguidamente se apoderaron del
bergantín y "marinaron" con diez individuos, mientras los prisioneros fueron pasados a la goleta
enemiga.
Durante su viaje a
bordo del barco enemigo, observó que su "tripulación
se componía de diferentes naciones, así españoles como angloamericanos, romanos, ragusos, genoveses, portugueses y
criollos de Buenos Aires", entre otros datos. A la artillería había que
añadir que la tripulación del buque estaba
bien armada con armas blancas y de chispa, y que el barco tenía "su fondo forrado de cobre, su costado negro con
siete portas, una lista blanca muy estrecha y
sin palo de atajamar". Además, según le dijo su Capitán, "había
salido del Río de la Plata
el 5 de abril, y que su buque era el 56 de
los corsarios que se habían armado contra los Españoles de Europa, que en las aguas del cabo de San Vicente
al de Santa María había hecho dos presas,
habiéndose retirado de aquel crucero por haberle dado caza un Bergantín de guerra a quien tuvo por inglés".
Cabrera relató
también que, el día 19 por la noche, estando a poca distancia
de Santa Cruz de Tenerife, habían tratado de apoderarse de una de las embarcaciones —en concreto una polacra—, que
estaba fondeada en la rada, pero
desistieron por la "mucha calma" y la cercanía a la batería de la
Plaza; que, por último, les habían puesto en libertad en la
lancha, sólo con lo puesto, a excepción
del lanzaroteño José Manuel Delgado, "uno de
sus tripularios", quien, "según vio y entendió, se quedó en la Goleta por haber tomado plaza en ella", y que "el
capitán le dio un papel de condena, el que presenta y se remite a V.E., por el
que se ve se llama la Goleta
la Independencia (a) La Invencible de las Provincias Unidas del
Río de la Plata".
En
el expediente figura, efectivamente, el siguiente recibo firmado y rubricado por Miguel Ferreres:
"Yo abajo firmado Comandante de la Goleta llamada
Independencia alias la
Invencible de las Provincias Unidas del Río de la Plata:
Declaro haber apresado al Bergantín el Rosario en las aguas de las Islas Salvajes, y para que conste en cualquier parte que se presente y
le sirva por su resguardo, dado en a
bordo de la dicha Goleta en frente de Santa Cruz de
Tenerife, el día 20 de Julio de 1820.= Miguel Ferreres".
En la otra lancha se presentó don Sebastián Badaró, junto con los once tripulantes de su bergantín
"Juliana", que en la noche anterior había salido para Mogador cargado de mercancías. Describió que, estando a cuatro millas al Sur de la Punta de Anaga, descubrió a
la goleta y al bergantín apresado y trató de
huir -porque podía ser la goleta que cruzaba por
estas Islas y "apresó al bergantín Carmen sobre la de
Lanzarote"-, pero la mar en calma le
impidió ganar tierra.
Ambos
capitanes coincidieron, finalmente, en afirmar que la goleta y los dos bergantines seguían con rumbo al Oeste,
para remontar por el Norte de Tenerife
"con el fin de apoderarse de alguno de los buques menores que se ocupan
en la conducción de vinos, de cuyo artículo estaban muy faltos".
El Comandante General informó cumplidamente a Madrid del suceso. y, acto seguido, solicitó de las municipalidades de
Santa Cruz de Tenerife y del Puerto de la Cruz, a través del Real
Consulado, que le facilitaran fondos para armar en corso un "precioso
bergantín" que se hallaba fondeado en la rada, el "Arriero",
sobre todo porque se esperaba la llegada de buques de La Habana "con intereses del Rey y de
particulares". El Consulado alabó la idea, pero puso reticencias para
contribuir con sus propios fondos, por estar muy mermados y por las disposiciones legales al respecto,
como apuntamos más arriba.
La Buría, entonces, adoptó una táctica más severa. Escribió al alcalde real de la
Villa y le ordenó que, en vista del poco éxito de sus
gestiones, volviera a reunir a los
comerciantes de la plaza y le "remitiera la lista de los que hubieren concurrido, y la de los que
hubieren faltado, para dar cuenta a S.M.".
A su vez, el Real Consulado, reunido el 1° de agosto, acordó que "con vista de los esfuerzos que haga
el comercio para la seguridad de los buques
que se esperan, se reunirá nuevamente la Junta a fin de resolver acerca de la cantidad con que (según sus fondos y
facultades), pueda acudir a un objeto de
tanta importancia".
También los
comerciantes de la Villa
santacrucera mostraron mejores deseos de contribuir. El capitán Echeverría
había calculado los gastos de la operación en unos quinientos pesos, pero se
consiguieron trescientos veinte y siete, por lo que, para cubrir el déficit,
los propios comerciantes insistieron en la participación del Real Consulado en
el asunto.
El bergantín "Arriero",
de 180 toneladas y forrado en cobre, pudo hacerse, por fin, a la mar el día 3 a las ocho y media de la
mañana. Su tripulación ascendía a ciento dos hombres, cuarenta pertenecientes a
la dotación del buque, veintiocho voluntarios, diecinueve de la partida de Ultramar y trece de las Milicias provinciales, bajo
el mando de Echeverría y del subteniente
de la partida de Ultramar Ignacio Figueredo. El armamento estaba
constituido por seis piezas de a 6 y dos de a 12, doscientos fusiles, cien
sables, veinte pistolas y veinticuatro puñales, "con todas sus municiones y utensilios correspondientes".
Hasta el día 8, el buque recorrió las aguas del crucero insular sin
que sus pesquisas dieran resultado alguno. Realizó algunas recaladas y dio
protección a algunos barcos, pero no alcanzó a ver la vela del insurgente que, pocos días antes, había atemorizado a los
navegantes isleños.
La Buría, sin embargo, cuando informó a la Corte, alabó repetidamente la magnanimidad y el patriotismo del capitán
Echeverría y, de paso, criticó la apatía del comercio y del Real Consulado. La
empresa, según él, estaba plenamente
justificada, pues pretendía "librar a este comercio y vecindario de la ruina que les amenazaba si eran
apresadas varias expediciones
interesadísimas que se esperan tanto de nuestras Américas como de Francia, y entre ellas una fragata que conducía una
gran porción de tabacos para el
Rey..." . Quizá el "Arriero", aunque no protagonizó
ninguna aventura digna de ser contada por
Stevenson, sí contribuyó a mantener por unos días la seguridad que tanto requerían las aguas del crucero de
las Islas Canarias.
Una seguridad que echaría en falta, entre otros, el comerciante inglés
establecido en Gran Canaria, George Houghton,
quien declaraba ante el cónsul inglés en Canarias, el 25 de
junio de 1816, como unos días antes, viajando
a bordo del barco español "Nuestra Señora del Carmen" del capitán Miguel Sánchez y a unas veinte millas de
Lanzarote, había sido "saqueado
de dinero y otras propiedades". El barco asaltante ostentaba una
bandera "con dos bandas azules y una blanca en el centro", sus tripulantes
hicieron fuego de fusilería, llamaron al abordaje y declararon a sus víctimas "prisioneros de Buenos Aires".
Rápidamente procedieron a saquear
la carga, registraron todas las cajas y baúles de los pasajeros en busca de
dinero y desposeyeron al inglés de la cantidad de "3.600 dólares [pesos]
fuertes de plata y cerca de 150
barras de viejas láminas" del mismo metal.
Ante las protestas de Houghton, que expresó su voluntad de reclamar al
Gobierno británico, parece que, incluso, llegó a estar en peligro su propia vida. Tanto el barco asaltante como la mayoría de su
tripulación eran norteamericanos y, a preguntas del deponente,
"confesaron ellos mismos ser
piratas" y que, al parecer, actuaban bajo pabellón no autorizado. (Manuel
de Paz-Sánchez, 1994).
La fotografía que ilustra el artículo no corresponde a una corbeta.
ResponderEliminarEs una "Goleta de 4 mástiles con cubertada de madera" probablemente norteamericana
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