martes, 3 de diciembre de 2013

CAPÍTULO XL-VI




EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1791-1800 

CAPÍTULO XL-VI



Eduardo Pedro García Rodríguez


1797 Julio 24. (Termidor (Julio-agosto 7.) En el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de París  se custodia un tomo que lleva por titulo en el lomo: Correspondence  Consulaire / Tenerfe/ 1793-1824. En él he encontrado dos documentos, el primero referente al desembarco de Nelson en Tenerife el 25 de julio de 1797 y el otro sobre “el espíritu público” de la Isla en el mismo año de 1797, que traduzco a continuación:

DOCUMENTO NÚM. 1. En° 1027

Libertad / Santa Cruz de Tenerife, 7 Termidorl año 5 de la República Francesa. 33 / (recibido el 21 Termidor) /.

El Cónsul de la República Francesa en las Islas Canarias, al ciudadano Charles de la Croix, Ministro de Asuntos Extranjeros. Ciudadano Ministro: Por una carta fechada el 8 Mesidor, tuve el honor de daros cuenta de la presa de la «Mutine». Esta presa había sido precedida, en la misma rada, por la de un galeón español, ricamente cargado.

Estos hechos no podían más que aumentar la confianza de los ingleses, a quienes órdenes más directas, puede ser, le hicieron infructuoso el proyecto de apoderarse de estas islas.

He aquí el detalle de este acontecimiento:

El 4 Termidor, a las 5 de la madrugada, 8 barcos de los cuales 3 veleros de guerra, 3 fragatas, 1 bombarda y 1 cúter hicieron aquí su aparición. Inmediatamente echaron al agua, bajo la protección de las tres fragatas y de la bombarda que fondearon al Nord-Este de la rada entre el fuerte de San Andrés y el fuerte de Paso-Alto, 35 embarcaciones.

La gran distancia de un fuerte al otro no podía poner obstáculo al desembarco. Los ingleses, en número aproximado a 600 hombres, ganaron las montañas que bordean esta parte de la isla, y se hubiesen apoderado del fuerte de Paso-Alto, si los españoles secundados por algunos franceses no hubiesen llegado a tiempo para contenerles.

Durante todo el día y hasta bastante avanzada la noche la bombarda y los fuertes se enviaron algunos cañonazos y varias bombas.

Al día siguiente, cinco de los barcos, ya sea en consideración a las dificultades que habían encontrado o en razón de una fuerte brisa qué se presentó y que podía lanzarles a
la costa, al fin, por diversión [ilegible en el original: la palabra que leemos no nos parece correcta y por eso preferimos dejarla en blanco], las fragatas y la bombarda aparejaron llevándose a la gente que habían desembarcado y fueron a unirse a los tres veleros que durante todo este tiempo se habían contentado con vigilar frente a la rada.

Estas maniobras nos habían hecho pensar que iban a dirigirse hacia alguno de los fuertes del Sur-Oeste de Santa Cruz, pero se unieron entre sí y desaparecieron de nuestros ojos.

Al siguiente día, alas 6 de la tarde, el enemigo reapareció con un barco de línea más y se aproximó entonces y todas sus fuerzas vinieron a fondear al lugar que habían escogido el día anterior. Llegada la noche comenzaron las hostilidades: 30 o 40 bombas llovieron sobre el fuerte de Paso-Alto. El fuerte respondió con cañonazos y lanzó, también, algunas bombas. El proyecto del enemigo no se desarrollaba aún. A las 2 de la madrugada el muelle es asaltado por un número bastante considerable de embarcacio-nes. Las piezas de artillería que lo defienden son destruidas a excepción de dos. Las baterías del castillo principal les obligó sin embargo a re embarcar dejando una veintena de muertos sobre la playa. La misma suerte le esperaba aun cúter cargado de gente que fue hundido por el fuerte de Paso Alto. La Cosa no era la misma al Nord-Oeste de la rada. Dos embarcaciones dirigidas hacia esta parte vienen bajo mis ventanas y bajo mis ojos a desembarcar 1500 marinos, de los cuales 800 marinos y 700 hombres de tropa desencadenan una larga fusilada y los repetidos golpes del cañón no les detienen.

Se efectúa el desembarco. El enemigo avanza a grandes gritos y se hace de día en medio de un fuego ensordecedor. Las calles se llenan de muertos. Cada playa se convierte en un campo de batalla, y la victoria dudosa no se sabiá bajo qué bandera fijarla. Sin embargo el español redobla sus esfuerzos y hace presa a su enemigo en todos los puntos. El inglés que se cree cercado por fuerzas superiores se repliega a un convento de dominicos y desde allí hace demanda de dinero prometiendo retirarse. El General de estas Islas, Señor Gutiérrez, les responde que él no tiene más que hierro y muerte que ofrecerles si rehusan rendirse. Una capitulación ratificada en seguida por el Vicealmirante,Comandante de la División, les hace reembarcar con la promesa de no molestar estas islas en toda esta guerra. Así terminó este proyecto de invasión que, según confesión de los prisioneros, no había tenido otro objeto que el incautarse de los tesoros bastantes considerables procedentes de un galeón real y de todas las cajas públicas. Yo creo poder declarar que los elogios a los españoles en esta ocasión deben ser ensalzados, más que por una maniobra inteligente y bien desarrollada, por una conducta fuerte y sostenida. Ellos, un puñado de hombres inferior en número y medianamente disciplinados a 1200 hombres bien armados y conducidos por [ilegible en el original] que tenían a Nelson por Jefe. Tan importante les había parecido esta expedición.

Una parte de franceses, al mando de los cuales se encontraba el ciudadano le Gros, Vicecónsul y Canciller en esta isla; el ciudadano Occident, Secretario de este Consulado, y el ciudadano Durier, empleado en dicho Consulado, han recibido honores hasta entonces desconocidos.

Entre los monjes, uno de ellos fue muerto y otros cuatro heridos. Sigue el cuadro nominativo de las fuerzas y de las pérdidas que han tenido los ingleses:

División de la escuadra frente a Cádiz comisionada por el caballero Terrier, Duque de St. Vincent:

Veleros Cañones Comandante

El Teseo 74 Sir Horacio Nelson (Al mando de su Capitán Rafael Willet Miller)
El Culloden 74 Capitán Thomas Thombridge
El Celoso 74 Su Capitán Samuel Hood
El leandro 50 Su Capitán Thomas Thompson

Fragatas

la Esmeralda 36 Su Capitán Waller
la Tersípcore 32 Su Capitán Ricardo Bowen
The Sea Horse 28 Capitán Freemantle
Cúter la Zorra 14 El Teniente Gibson
Bombarda: Kateh (Apresada en Cádiz)
Bowen, Capitán Thompson, Primer Teniente Ernsham; el Teniente y dos Oficiales del Cuter.
Heridos:
Wetherheard, Nelson, un Capitán, un Teniente, el Teniente Robinson y el Teniente Douglas.

Salud y Fraternidad.  Clerget = Rubricado. (Antonio Ruiz Álvarez; 1958:137-43)

1797 Julio 25.
 Es indudable que el siglo XVIII fue pródigo en sucesos que han dejado profundas huellas en la memoria de los canarios. En Tenerife, uno de los hechos que más profundamente pervive en la memoria popular es sin duda alguna el ataque perpetrado por una escuadra inglesa al mando del entonces vicealmirante Sir Horacio Nelson. El tema ha sido ampliamente tratado en la historiografía local en gran número de libros y artículos de prensa por diversos y cualificados autores, aunque con diversa suerte en cuanto a los planteamientos y desarrollo de los hechos acaecidos.
 Es un hecho notorio el que la historia suele escribirla los vencedores –en Canarias tenemos muchos ejemplos de ello -, pero sí además es escrita por participantes directos en los hechos narrados y además, los sucesos se narran con el objeto de ensalzar los supuestos méritos del que escribe con animo de recabar recompensas y prebendas personales, nos encontraríamos  - cuando menos – ante una exposición interesada o tevirgersada de los mismos.
 Esta situación se da en la narración que de la invasión de la plaza de Santa Cruz nos han llegado escritas por algunos participantes del drama, como son los casos del Teniente General D. Antonio Miguel Gutiérrez, el Coronel D. José Monteverde y el teniente de Artilleros de milicias D. Francisco Grandi, estos personajes miembros de la oligarquía dominante en Tenerife en lugar de centrar sus escritos en la narración sucinta y verídica de los hechos, degeneran en un vocerío de plañideras en demanda de las migajas que de la mesa real puedan caer en recompensa de los servicios prestados a la corona española. Como es usual sobreponiendo en ocasiones sus interese personales, a los  verdaderos del país, tal como se desprende del contenido de las súplicas elevadas a la corona por estos personajes, y de testimonios posteriores.
Si la tendencia de los vencedores es la de magnificar los hechos, y las personas que en ellos han intervenido, en contra partida,  los vencidos tienden a minimizarlos, achacando la no-consecución de sus fines, a causas externas tales como el mal tiempo o la buena suerte del contrario, tratando de salvar así la propia responsabilidad, por las decisiones mal tomadas por la propia ineficacia de los individuos responsables.
En cuanto a la figura del Teniente General Gutiérrez, creemos que ha sido debidamente descrita por quienes le trataron personalmente - sus contemporáneos -, quienes tuvieron oportunidad de conocer de cerca el carácter  y modo de actuar de este sujeto, unos dejaron sus impresiones escritas, otros dieron testimonio de los momentos vividos durante el asalto de los ingleses. No deja de ser significativo el que dos siglos después de los hechos, algunos autores con determinada filiación profesional, se empeñen en crear de la figura del General Gutiérrez, un héroe “pre a porter” del ejército español, ejército que por otra parte era prácticamente inexistente en la colonia. Creemos que el mencionado general se limitó a cumplir con las obligaciones de su empleo, dentro de los límites que le imponía su delicado estado de salud y de las limitaciones propias debidas a su avanzada edad, apoyado como es natural en la mayor energía y juventud de sus subalternos.  
            Por otra parte tienen mucho que ver con la lectura de los hechos narrados, el tratamiento que a los mismos van dando los autores que sucesivamente se van ocupando del tema, unos se dejan guiar por un romanticismo  caduco, otros por determinados intereses localistas, y los más, siguiendo directrices emanadas de determinados sectores dominantes, todo ello conlleva el que, con el transcurso del tiempo, los hechos nos lleguen viciados, y con una gran carga  oculta de determinados mensajes subliminales.
 En el caso que nos ocupa, la invasión de la plaza de Santa Cruz por la escuadra inglesa, al mando del contra almirante Nelson se nos muestran los factores  que más arriba hemos expuesto. Determinados autores se esfuerzan en presentarnos los hechos como la victoria de un ejército español, sobre una escuadra inglesa, sin tener en cuenta que tal ejercito no existía, por lo menos tal como hoy lo entendemos, y “olvidando” que las verdaderas tropas defensoras, estaban compuestas por las milicias Canarias, tropas éstas compuestas de campesinos, marineros y pescadores, braseros, artesanos y modestos empleados, quienes además aportaban las escasas armas de que disponían a su costa, dándose el caso de que los contingentes más numerosos los aportaban los rozadores, campesinos armados solamente de un palo con una rozadera fijada en uno de sus extremos (herramienta que se emplea para cortar zarzas y otras hierbas), con las cuales tenían que hacer frente a fusiles, pistolas, sables, adargas e incluso a cañones. Éstas fuerzas,  apenas mencionadas por algunos cronistas de manera muy superficial (cuando lo hacen), pasando de puntillas sobre el tema, sin valorar debidamente que eran el verdadero ejército que defendía las islas de  cualquier invasión. (Eduardo Pedro García Rodríguez)

1797 Julio 25.
En los hechos de armas que han tenido lugar tanto en nuestra isla (Chinech=Tenerife) como en las restantes del archipiélago canario, los cronistas e historiadores se extienden ampliamente narrándonos la situación de las tropas la disposición de la artillería y sobre todo, las acciones supuestamente heroicas de determinados  protagonistas que han intervenido en algún enfrentamiento o combate. Los comportamientos digamos heroicos  reales o fraguados en las mentes de los actores, cuando no, fruto de la cohorte de aduladores que suelen pulular alrededor de quienes ostentan algún poder por mediocre que éste sea. Este planteamiento, naturalmente no es aplicable a un buen número de personas que haciendo honor a su condición de hombres de bien y de patriotas que, al margen  de su situación social o económica se actúan con el valor y valentía que las circunstancias demandan. Estos historiadores y cronistas suelen olvidar con  frecuencia a los verdaderos protagonistas, que  por no gozar en la época de la consideración de vecino – como contribuyentes- o ocupar empleos artesanales o de servicios, son despreciados cuando no despojados de los méritos que hubiesen contraído en determinadas circunstancias al producirse  peligros ciertos para la comunidad, tales como incendios, inundaciones, epidemias o ataques de algún enemigo del exterior, a pesar de que, sin la intervención de éstos, los hechos hubiesen podido tener otros derroteros.
La situación que hemos reseñado  anteriormente, se da entre los atalayeros de nuestras islas, hombres  que realizaban una función vital para la seguridad de los pueblos y que, con sacrificios sin cuento velaban mientras los ciudadanos descansaban tranquilamente. Fue una ocupación poco apetecible por la precariedad de medios con que se veían obligados a desarrollar su cometido de vigías. Siendo los ojos que velaban mientras que el resto de la población dormía, carecían de abrigos adecuados y agua potable, pobremente alimentados y con un salario ínfimo. Estaban continuamente expuestos al sol, a la lluvia y a los continuos vientos inclementes que azotaban los lugares donde tenían que desarrollar su labor de vigías. Un ejemplo de lo que venimos diciendo nos lo aporta las atalayas de Anaga, las cuales jugaron un destacado papel en los hechos (no reconocidos debidamente) el 25 de Julio de 1779, ya que de no haber contado la plaza de Santa Cruz con la eficaz alerta de los vigías de las atalayas de Anaga, los resultados de la invasión inglesa  hubiesen podido ser muy diferentes a los que conocemos.
El lector puede hacerse una idea del secular aislamiento a que ha estado sometida la comarca de Anaga, y dentro de ella, de manera muy especial el pago de Igueste o Egueste, hasta fechas muy recientes, mediante algunos de los pasajes que sobre este antiguo menceyato a finales del siglo XIX nos ha legado el viajero y  escritor Belga Jules Leclercq: ...”A las ocho de la mañana, me despedí de mis huéspedes, para regresar a Santa Cruz por la vertiente meridional de la cordillera de Anaga. Los caminos en esta vertiente so “...A las tres, llegamos ante una pobre choza, que era la vivienda del buen canario. Me invitó a entrar, e izo que su mujer me sirviese dos huevos y un vaso de agua, excusándose por no tener vino. El canario no vende su hospitalidad: por suerte, me quedaban unos cigarros, y esto fue todo lo que logré que aceptara a cambio de sus buenos servicios”. ...“¡Qué diferentes estas afectuosas costumbres de las de algunas partes de España, de donde el extranjero es expulsado como un malhechor! En Noruega, y en otros países primitivos, he encontrado pueblos afectuosos y hospitalarios, pero dudo que ninguno de ellos pueda rivalizar, en este sentido con los buenos isleños. ¡Dichosos país en el que no es posible dar un paso sin encontrar por el camino un guía, un amigo, un hermano! Estos encantadores hábitos se encuentran, generalmente, en las islas fértiles que gozan de temperatura constante” “ aún peores que las del lado norte. Al consultar el mapa, se podría creer en la posibilidad de llegar en media hora al pueblecito de Igueste, primero que se encuentra a partir del faro. Pues bien, yo no tardé menos de cinco horas en cubrir dicho trayecto, porque este terreno volcánico está tan sembrado de piedras afiladas como hojas de cuchillo y formado por tantas rocas cortadas a pico, barrancos y precipicios, que el camino se duplica”.
“esta es la excursión a caballo más peligrosa que he hecho desde que recorro montañas...”. En estos agrestes parajes tan bien descritos por Jules Lecclercq, René Verneau y otros científicos y aventureros, desarrollaban su labor los sufridos atalayeros.
En un interesante libro elaborado por el colectivo “Atalaya” de Igueste de San Andrés y titulado precisamente Igueste rincón de Anaga, los autores nos dan una de las pocas referencias escritas que existen sobre las atalayas que existían en Anaga, en él nos van desgranando las diferentes funciones que realizaban los atalayeros conforme a las necesidades de las épocas, en unas ocasiones las causas de las vigías estaban motivadas por las epidemias con que con bastante frecuencia Europa o América acostumbraban a “obsequiarnos”, y en otras, por las alertas motivadas por las frecuentes guerras europeas o por las visitas de piratas y corsarios.
El cabildo colonial de Tenerife, ante los avisos recibidos de epidemias en Europa, dispone como medidas de protección sanitaria el que las atalayas den aviso de la presencia de barcos sospechosos de ser portadores de la infección (anunciando el rumbo que traía las naves.) Alguna de las medidas preventivas tomadas, consistía en la vigilancia de los puertos y caletas por los guardas o rondas de salud quienes sometían a cuarentena a los navíos sospechosos de estar infectados. Una de las primeras epidemias sufridas en la islas después de la conquista, tubo lugar en 1505-1507, en  Anaga, cuyo foco principal fue localizado en el valle de Abicore o Abikur, ( hoy San Andrés) posiblemente debido a los contactos que los Ibautes, familia de notables de Anaga, acostumbraban a mantener con piratas y esclavistas, desde  tiempos anteriores a la conquista, en  que el negrero Salazar, al servicio del bandolero Alonso Fernández de Lugo, frecuentaba las costas de Anaga para llevar a cabo las razias contra los menceyatos de Tegueste, Tacoronte y Taoro.
Precisamente en el Valle de San Andrés, tuvo lugar el primer confinamiento sanitario de que tenemos noticias en la isla.
 En el Cabildo del 26 de Mayo de 1505, el segundo asunto tratado fue referente a la epidemia que azotaba a la familia Ibaute, por lo que, “Ovieron plática en cabildo que hay cierta noticia e información que en Anaga, en las moradas de Diego de Ibaute e Guaniacas e Fernando de Ibaute e sus hermanos a avido e ay mal pestilencial de manera que en pocos días an fallecido muchos dellos e por remediar el daño que del comunicar con ellos se podría recrecer mandaron dar un mandamiento contra los susodichos para que estén en sus moradas e sitio donde moran e se entiende en todo el valle donde moran y no vengan a comunicar con las otras personas desta isla, ni salgan de dicho valle, ni se junten con ninguna persona otra y si alguna persona inorantemente fuere a hablar con ellos, que le avisen y se aparten dellos.”
El 10 de Septiembre de 1508, el Cabildo hace pregonar las precauciones a tomar  ante la posible arribada de navíos procedentes de las tierras que no están sanas y mueren de pestilencia en especial de las islas de La Madera, Cabo Verde y Las Azores.


Las de 1513-1514 y las de 1520 y 1530 por pestilencia en Gran Canaria, Lanzarote y La Gomera. Esta situación, motivó que el Cabildo de Tenerife acordara pagar seis doblas a los dos guardas de la salud (atalayeros) que vigilaban las Punta de Daute y la de Anaga.Como consecuencia de las epidemias de Sevilla, Madeira y Gran Canaria, en 1524 el Cabildo acuerda que se vigile “El Valle de Salazar hasta la punta de Anaga...”La situación se renueva con nuevos casos de calenturas y modorra en los años 1568 y 1579. Las atalayas de Anaga desde su emplazamiento en el siglo XVI hasta el  XVIII, empleaban como sistema de comunicación de señales el fuego y el humo en horas determinadas y según los barcos avistados. En 1793, se crea un plan de vigías dividiendo la isla en cinco zonas, correspondientes a los cinco regimientos de Milicias, a cuyo cargo quedaba su cumplimiento y vigilancia. Al cargo del regimiento de Abona quedaban tres centinela o atalayas en Arico, en Guía de Isora dos, en Granadilla, Chasna y Valle Santiago, una en cada jurisdicción. Las de Buena Vista, Los Silos y El Tanque y Punta de Teno. Estaban al cargo del regimiento de Garachico.  Al regimiento de La Laguna le correspondía organizar y mantener las de Taganana, Tejina, Valle de Guerra y Tacoronte, quedando excluidos regimientos de La Orotava y Güímar, por las amplias zonas costeras que debían cubrir con sus fuerzas.
 Desde la Atalaya de “La Robada” o “Atalaya Vieja” en Igueste de San Andrés, Don Domingo Izquierdo, también conocido como Domingo Palmas (que había sido agregado a la atalaya de Igueste con motivo del estado de alerta, y por ser entendido en el uso de las señales con banderas) cumplía sus funciones de atalayero, con sueldo de 20 pesos mensuales, concediéndosele además las tierras que pudiera cultivar en aquellas ingratas laderas y licencia para construir una casa, suponemos que a su costa.
    Mientras sus compañeros José Matías, Luis Rodríguez y Salvador García descansaban. Esa noche, le correspondía hacer guardia, decidió  con su habitual resignación a pasar otra noche de tedio, se arropó en su manta pues a pesar de estar en pleno verano, aquella madrugada del 22 de Julio estaba resultando bastante fresca debido a los fríos vientos del Norte que por aquellas alturas se hacen notar. Sentado en el pollo del mirador de la atalaya Don Domingo compaginaba sus pensamientos con un continuo escudriñar en la oscuridad  tratando de descubrir  las velas cualquier navío que se aproximase a las costas de la isla, misión en la que ponía el máximo empeño pues le habían ordenado poner gran cuidado en su labor ya que el Rey de España estaba en guerra con el de Inglaterra, y  era de esperar alguna tentativa de ataque a la isla por corsarios o escuadra inglesa.
Sobre las cuatro y media de la madrugada, Don Domingo, oteando  a través de la oscuridad vislumbró una serie de siluetas de navíos, inmediatamente dio aviso a sus compañeros, uno de los cuales se desplazó al pueblo de Igueste y despertando al barquero, aparejaron el bote, (que en la época era el medio de transporte más rápido entre Igueste y Santa Cruz) e iniciaron de inmediato la travesía hacía la plaza y puerto en el bote de éste,  a las siete y media de la mañana entregaban el aviso en la fortaleza de San Cristóbal.
El General Gutiérrez ordenó al comandante del batallón de infantería – segundo jefe de la plaza- Don Juan Creagh, oficiar al vigía Don Domingo Izquierdo acusándole recibo del parte  al tiempo que le encargaba la mayor vigilancia, “notificando por escrito con claridad cuando ocurra novedad de alguna atención, y que al anochecer le despache “Vm. Una exacta relación de cuanto haya ocurrido y observado durante el día con expresión de las embarcaciones que quedaren a la vista y sus rumbos, no omitiendo hacer las señales establecidas”. A  partir del momento en que el General Gutiérrez recibió el parte de la atalaya, comenzó a impartir las ordenes oportunas para poner la plaza en estado de defensa, como posteriormente veremos.
Al amanecer del día 22 de Julio de 1797, se avistó frente a la plaza de Santa Cruz Tenerife, una escuadra inglesa compuesta de cuatro navíos de línea, tres Fragatas, un cúter y una obusera; el Teseus, de 74 cañones en que enarbolaba su insignia de comandante de la flota, el vicealmirante Horatio Nelson, siendo capitán R. Willett Miller: El Colluden, también de 74 cañones, al mando del capitán Tomás Troubridge, El Celoso de 74 cañones, su capitán Samuel Hood; El Leandro, de 50 cañones mandado por el capitán Tomás Thompson; y las fragatas, el Caballo Marino, de 38 cañones, capitán Fremantle; la Esmeralda, 36 cañones, su capitán Waller, y la Tercipsicore, 32 cañones, mandaba ésta el memorable capitán Bowen (quien como se recordará apresó la fragata española Príncipe Fernando), además acompañaba a la formación el cúter Fox, al mando del cual venía el teniente Gibson, y la obusera rayo, que había sido capturada a los españoles en las operaciones del bloqueo de Cádiz.
Esta potente escuadra con escuadra contaba con una potencia de fuego compuesta de 393 cañones, frente a los 84 de que se disponía en litoral santacrucero.
Afortunadamente, los ingleses no hicieron uso de su potencial de fuego por la razones que veremos más adelante, pues no entraba en los propósitos de Nelson el destruir la ciudad ni sus fortificaciones y mucho menos ocupar la isla. La flota  se mantuvo al pairo en formación frente a Santa Cruz fuera del alcance de los cañones de los fuertes y baterías de la plaza.
Ya desde el 20 de Julio, el contralmirante Nelson, tenía elaborado la primera fase del plan de ataque, el cual sería ejecutado bajo las ordenes del comandante Thomas Troubridge, quien tendría bajo su mando a los oficiales  Hood, Freemanle, Bowen, Miller y Waller, el capitán de tropas marinas Tomás Olfiel, y el subteniente de artillería Baynes. Las fuerzas compuestas de 995 hombres, entre oficiales, soldados de marina, artilleros, marinos y criados, embarcados todos en las fragatas “caballo Marino”, Tersipcore y Esmeralda. Con estas fuerzas debían tomar la altura de Paso Alto poniendo el máximo cuidado en no ser descubiertos, y embarcando en los botes todos los hombres posibles, además de las piezas de artillería, escalas, plataformas para la misma, y todos los pertrechos necesarios para la expedición.
El plan en esta primera fase consistía en desembarcar en las proximidades de fuerte de Paso Alto, lejos del alcance de sus baterías, tomar la altura del “Risco” y desde esta posición batir al fuerte hasta rendirlo y tomarlo,  posteriormente el comandante Troubridge debía hacer llegar al comandante de la plaza general Gutiérrez, una carta ultimátum escrita de puño y letra del contralmirante Horacio Nelson conminándole a la rendición (ver documento nº 2), al tiempo que le hacía partícipe de sus verdaderas intenciones, y de lo que realmente pretendía con el ataque. Dicha carta permaneció en el bolsillo del portador en espera de que la suerte de los invasores cambiara de signo, pues en esta ocasión les fue negativo como veremos a continuación.


 A las doce de la noche las fragatas siguiendo las instrucciones del comandante, se acercaron a la rada para situarse a unas millas de la costa fuera del alcance de los cañones, pero se encontraron según testimonio del propio Nelson, “con una fuerte ráfaga de viento, que soplaba de afuera y una corriente contraria”, que impidió el que las fragatas pudiesen aproximarse hasta el lugar previsto para anclar, obligándolas a maniobrar durante toda la noche para mantener la formación.
 Viendo la imposibilidad de que las fragatas pudiesen llevar a cabo el plan de desembarco, a la una de la madrugada Nelson dio orden al Theseus para que se acercara a la línea de batalla y ordenó a los capitanes Troubridge, Bowen y Oldfield, que se reuniesen con él en su cámara. Comentando las incidencias de la acción, ante unas copas de buen vino de oporto, los oficiales propusieron a su jefe algunas variaciones en el plan inicial, sin dudas provocadas por la escasa fe que les inspiraban los soldados puestos a sus órdenes, pocos prácticos en operaciones en tierra. Los cambios propuestos consistían en no expugnar la fortaleza de Paso Alto, sino saltar a tierra con la mayor rapidez posible y tomar posesión inmediata de las alturas que la rodea  y para desde allí dominarla y rendirla, sin pérdidas de hombres ni comprometer el éxito del ataque. La única modificación entre este plan y el primero consistía en no tratar de tomar la fortaleza al asalto. Nelson aprobó sin discusión la propuesta de sus capitanes.
Una ves embarcadas las tropas en los botes, éstos se encontraron con las mismas dificultades que los navíos, en una bahía abierta y expuesta a los vientos que soplan del nordeste, del este y del sudeste: (y que cíclicamente suelen soplar con tal violencia, que han estrellado a más de una flota contra la rivera) El fuerte viento contrario, unido a la oscuridad de la noche deshizo varias veces la formación, les impidió avanzar hacía la playa. Tuvieron que esperar a que amaneciera para intentar de nuevo el desembarco, perdiéndose así el factor sorpresa, basa en la que los ingleses fiaban la garantía del éxito de la operación.
Al alba los centinelas de Santa Cruz dieron la voz de alarma, las campanas tocaron a rrebato tardaron poco tiempo en ocupar sus puestos las milicias del lugar . Desde Santa Cruz se divisaba el grueso de la flota inglesa y algo separadas y en disposición de avanzar 30 botes de desembarco formados en dos divisiones: una, de 18 lanchas enfilando la playa del Bufadero, y otra, de 12 frente a Paso Alto posiblemente con el propósito de desembarcar a sus hombres  por la playa de Valle Seco.
Sobre las seis de la mañana, las lanchas remaban fuertemente hacía la playa. Sin embargo los disparos de las baterías de la plaza, especialmente los efectuados desde la fortaleza de Paso Alto, contuvieron a los ingleses, obligándoles a virar en redondo y buscar la protección de las Fragatas.
.           Los observadores que desde tierra seguían las maniobras de los buques, vieron como los navíos de la escuadra intercambiaron diversas señales, y a las nueve y media de la mañana la flota de botes de asalto, inició de nuevo el desembarco por la playa del Bufadero, acompañándoles en esta ocasión el éxito.
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