jueves, 12 de diciembre de 2013

ATAQUES CORSARIOS Y PIRATICOS A LA ISLA BENAHUARE




EL ALMIRANTE BNABO EN TEDOTE


Eduardo Pedro García Rodríguez

En 1536, la Emperatriz Isabel que regía las Españas mientras su marido, Carlos I, guerreaba por Europa, recibía noticias de que en el puerto francés de El Havre se preparaba una flota de 80 navíos que tenían el propósito de atacar las Islas Canarias en su paso hacia América. Inmediatamente avisó al Gobernador de Canarias, a fin de que éste “alertase del peligro a todas ellas y que estuviesen sus moradores preparados y en buen recaudo”. También tras esta enorme expedición estaba la mano del ya citado Ango.
          Los franceses, ya rebasado San Vicente, se dividieron en varias escuadras; una de ellas, mandadas por un tal monsieur Bnabo, se encontró con 14 barcos mercantes españoles cerca de las Azores. Los franceses capturaron algunos, pero otros escaparon.
En su búsqueda, supo Bnabo por algunos de los prisioneros, que en Santa Cruz de la Palma se encontraban fondeados muchos barcos con vino, azúcar y otras mercaderías, por lo que puso proa con su nave capitana y otros dos navíos más hacia esta isla. Tuvo que llegar por aquí entre el 10 y el 15 de febrero de 1537, pero se llevó una sorpresa, pues no sólo estaban en la bahía de Santa Cruz los inermes buques mercantes, como él pensaba, sino también la flamante "flota de guarda canaria".
          Resulta que un regidor de Gran Canaria, Bernardino de Lezcano, había comprado en Vizcaya tres navíos de guerra bien armados y pertrechados, y con ellos no sólo se atrevía a evitar que los franceses atacasen las islas, sino incluso a escoltar a los mercantes españoles hasta y desde América. Por cierto, uno de los barcos era tan grande y potente que Carlos I decidió apropiárselo para la flota de Castilla. Quedaba pues una flotilla de dos buenos navíos, mandados por un antiguo corsario portugués llamado Simón Lorenzo, experto piloto. Acababan de regresar de las Indias y habían fondeado en la rada santacrucera, lo que supuso, como digo, una sorpresa para monsieur Bnabo y sus piratas.
          Al iniciar el fuego los franceses para amedrentar la plaza, desde San Miguel y desde los 2 navíos de guerra se les contestó, tan rápida y certeramente, que los atacantes, visiblemente tocados, se retiraron tras un par de horas de cañoneo. Fueron perseguidos por los dos barcos de Lorenzo y otros tres que rápidamente aprestó el gobernador de la isla, pero los franceses, tras dirigirse a San Sebastián de la Gomera pusieron rumbo hacia Lanzarote. Una vez allí, de nuevo Bnabo se sintió tentado por las posibles presas de La Palma, y emprendió nueva singladura en dirección a la isla bonita; pero los dioses de la guerra, definitivamente, no estaban con él.
          Había una flota de guerra española en las inmediaciones del Archipiélago que, al enterarse de otros ataques franceses contra Gran Canaria se dirigió a La Isleta, donde consiguió que se retiraran. En el Puerto de la Luz supo de lo sucedido en La Palma, de modo que, vía La Gomera, se dirigió a Santa Cruz, adonde llegó en los últimos días del mes de febrero. Y el 1 de marzo aparecían de nuevo las velas de los tres barcos de monsieur Bnabo, que, otra vez, era sorprendido. Resultado del combate: dos barcos franceses huyeron y el tercero, la nave capitana, con Bnabo, muy herido y quemado, se rindió. (Emilio Abad Ripio, 2007).

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