EL ALMIRANTE BNABO EN TEDOTE
En 1536, la
Emperatriz Isabel que regía las Españas mientras su marido,
Carlos I, guerreaba por Europa, recibía noticias de que en el puerto francés de
El Havre se preparaba una flota de 80 navíos que tenían el propósito de atacar
las Islas Canarias en su paso hacia América. Inmediatamente avisó al Gobernador
de Canarias, a fin de que éste “alertase del peligro a todas ellas
y que estuviesen sus moradores preparados y en buen recaudo”. También tras esta enorme
expedición estaba la mano del ya citado Ango.
Los franceses,
ya rebasado San Vicente, se dividieron en varias escuadras; una de ellas,
mandadas por un tal monsieur Bnabo, se encontró con 14 barcos mercantes
españoles cerca de las Azores. Los franceses capturaron algunos, pero otros
escaparon.
En su búsqueda, supo Bnabo por algunos de
los prisioneros, que en Santa Cruz de la Palma se encontraban fondeados muchos barcos con
vino, azúcar y otras mercaderías, por lo que puso proa con su nave capitana y
otros dos navíos más hacia esta isla. Tuvo que llegar por aquí entre el 10 y el
15 de febrero de 1537, pero se llevó una sorpresa, pues no sólo estaban en la
bahía de Santa Cruz los inermes buques mercantes, como él pensaba, sino también
la flamante "flota de guarda canaria".
Resulta que un
regidor de Gran Canaria, Bernardino de Lezcano, había comprado en
Vizcaya tres navíos de guerra bien armados y pertrechados, y con ellos no
sólo se atrevía a evitar que los franceses atacasen las islas, sino incluso a
escoltar a los mercantes españoles hasta y desde América. Por cierto, uno de
los barcos era tan grande y potente que Carlos I decidió apropiárselo para la
flota de Castilla. Quedaba pues una flotilla de dos buenos navíos,
mandados por un antiguo corsario portugués llamado Simón Lorenzo, experto
piloto. Acababan de regresar de las Indias y habían fondeado en la rada
santacrucera, lo que supuso, como digo, una sorpresa para monsieur Bnabo y sus
piratas.
Al iniciar el
fuego los franceses para amedrentar la plaza, desde San Miguel y desde los 2
navíos de guerra se les contestó, tan rápida y certeramente, que los atacantes,
visiblemente tocados, se retiraron tras un par de horas de cañoneo. Fueron
perseguidos por los dos barcos de Lorenzo y otros tres que rápidamente aprestó
el gobernador de la isla, pero los franceses, tras dirigirse a San Sebastián de
la Gomera
pusieron rumbo hacia Lanzarote. Una vez allí, de nuevo Bnabo se sintió tentado
por las posibles presas de La
Palma, y emprendió nueva singladura en dirección a la isla
bonita; pero los dioses de la guerra, definitivamente, no estaban con él.
Había una flota
de guerra española en las inmediaciones del Archipiélago que, al enterarse de
otros ataques franceses contra Gran Canaria se dirigió a La Isleta, donde consiguió que
se retiraran. En el Puerto de la
Luz supo de lo sucedido en La Palma, de modo que, vía La Gomera, se dirigió a Santa
Cruz, adonde llegó en los últimos días del mes de febrero. Y el 1 de marzo
aparecían de nuevo las velas de los tres barcos de monsieur Bnabo, que, otra
vez, era sorprendido. Resultado del combate: dos barcos franceses huyeron y el
tercero, la nave capitana, con Bnabo, muy herido y quemado, se rindió. (Emilio Abad Ripio, 2007).
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