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tu casa y verás el cadáver de tu enemigo
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Aborígenes de la Península Ibérica
Eduardo
Pedro García Rodríguez
Si definimos un Imperio como un súper-estado (federal
o confederal) elementos reinos, ducados, condados, Señorías y hasta Obispados
autónomos; plurinacional, pluri-étnico y multilingüe - no necesariamente
monárquico, y el Imperio Romano nunca dejo de ser, por lo menos formalmente,
República - entonces el primer candidato en la Península Ibérica
a esta distinción fue la Corona
de Aragón. Con 2 reinos y un condado en la península, el Reino de Mallorca,
reinos en Italia y dos ducados en Grecia (Atenas y Neopatria), la Corona de Aragón constituyó
sin ninguna duda un auténtico Imperio, si no "espannol" por lo menos
mediterráneo. El segundo candidato no fue como se podía pensar la bi-monarquía
Castellana-Aragonesa de los Reyes Católicos. No hubo bajo la pareja católica
ninguna unidad política entre las dos partes, más bien hubo una federación
personal. La famosa frase "Tanto monta, monta tanto Isabel como
Fernando", además de ser incorrecta - las palabras originales se limitan a
"Tanto monta" - no eran tampoco verdad. Mientras que Isabel en la Corona de Aragón era
simplemente reina consorte, Fernando en Castilla era co-rey con casi los mismos
poderes que Isabel, resultado del indudable talento político maquiavélico de
aquel ( no por nada era el Príncipe en que se inspiró Maquiavelo). Cuando en
1474 murió Enrique IV se entabló inmediatamente una guerra civil entre
los partidarios de Isabel (declarada heredera del trono en 1468 en el Tratado
de los Toros de Guisando) y la discutida hija de Enrique (el
"Impotente"), Juana, apodada "la Beltraneja", ya
que supuestamente Beltrán de la
Cueva, valido del rey, había ayudado también al rey en el
cumplimiento de sus deberes matrimoniales. Fernando, que se había casado
con Isabel 5 años antes y que todavía no había heredado el trono Aragonés, se
aprovechó de las circunstancias y se presentó en Segovia reclamando el trono
castellano para sí, por ser, como primo segundo, el pariente varón más próximo
de Enrique IV. Además, curiosamente, como nieto de Fernando de Antequera
(Trastamára) y con abuela y madre castellanas, Fernando era castellano por los
cuatro costados, contrario a Isabel que era mitad portuguesa. La jugada
resultó solamente a medias, pero lo suficiente para que un laudo conocido
como "Concordia de Segovia" otorgó a Fernando casi los
mismos poderes que a Isabel. De todas formas, la pareja ni siquiera adoptó, una
vez heredado Aragón por parte de
Fernando (II), el título de reyes de España, habida cuenta que el nombre de España,
igual que en siglos anteriores, seguía aplicándose a toda la península y, para
integrar este título, faltaban aún Navarra, Portugal y Granada.
Pueblos
aborígenes de la
Península Ibérica.
Carlos lo tuvo peor todavía. Heredó, los tronos de
Castilla (con la Navarra
peninsular y Granada ya incorporadas) y Aragón por un incomparable cúmulo de
coincidencias y suertes. En Castilla el camino le fue facilitado por la muerte
de su tío Juan, seguido por la de su primo Miguel de Portugal (la gran
esperanza de Isabel y Fernando para reunir todos los tronos españoles en un
monarca); mientras que la muerte del hijo de Fernando y su segunda esposa,
Germana de Foix, Juan, le aseguró la
Corona de Aragón. No obstante, no se hizo nunca - en términos
legales- con Castilla, ya que hasta la muerte de su madre Juana (la
"Loca"), que seguía siendo la verdadera reina, él era
más una especie de rey asociado, regente o gobernador, que Rey en sentido
estricto. Pero no hay duda que ostentaba todo el poder y para no verlo mermado
en ningún momento se ocupó - manteniéndola, como buen hijo renacentista,
aislada en Tordesillas - en asegurarse que Juana no recuperase nunca la
cordura. Como la muerte de Juana coincidió casi con la abdicación de su hijo,
el Emperador, fue su nieto, Felipe II, indirectamente, su verdadero
heredero.
La muerte del pequeño príncipe Manuel de Portugal
(1500), convirtiendo el ya nacido hijo de Juana en heredero, fue probablemente
uno de los hechos más cruciales de la historia moderna de la península. En vez
de lograr la tan ansiada unificación de España, la apariencia de la casa de
Hapsburgo involucró Castilla y Aragón en asuntos del Imperio Germánico,
completamente ajenos a sus verdaderos intereses, que fueran el origen de su
futura decadencia.
Ya hemos visto que el origen de Portugal está en la
dote de Alfonso VII, del entonces condado a una de sus hijas, manteniéndolo
fuertemente ligado a Castilla a través de vasallaje feudal, pero los
azares de la política medieval lo convirtieron en reino independiente, sin ton
ni son, ya que siendo Portugal embocadura del Duero, Tajo y
Guadiana, es sin duda, desde el punta de
vista geográfico mucho más parte integral de Castilla, que por ejemplo Galicia
(ya lo sabían los suevos) o Granada (por esto la tardanza de su
"re"Conquista). El uso del idioma como referencia del nacionalismo-
tanto en Portugal como en Cataluña- es relativamente reciente. Las tres grandes
lenguas romances de la península fueron siempre consideradas como variantes del
mismo tronco común; el gallego-portugués su variante atlántica, el castellano
su variante central y el catalán su variante mediterránea. Los escritores
medievales y posteriores hasta bien entrado el siglo XVII los usaban
indistintamente. Para poesía lírica el portugués, para poesía épica- y
después prosa- el castellano. Por razones nacionalistas se ha obviado,
ambos en Portugal y en España, que Camoens, además de ser el poeta
portugués por excelencia, también es uno de los mejores poetas del castellano,
cambiando de idioma según su estado de ánimo o según lo que quisiera
expresar. De igual forma se puede encontrar muchos poetas castellanos que
escribieron parte de su obra en portugués. Por idéntica razón los poetas
catalanes usaban también indistintamente tanto el catalán como el castellano y
si no hay muchos poetas castellanos que usaban el catalán (casi todos
aragoneses) hay que atribuirlo a razones geopolíticas ya que mientras Cataluña
lindaba con un territorio castellanohablante (Aragón), Castilla como tal no
lindaba con Cataluña.
Ochenta años después de la muerte del pequeño Miguel
de Portugal, Felipe II logró finalmente incorporar Portugal al resto de los
reinos peninsulares y de esta forma fue el primero en poder llamarse Rey de
España (o de las Españas). Pero no solamente esto; considerando que
además era Rey de Cerdeña, Sicilia y Nápoles, soberano de muchos
sitios más, y contaba con territorios ultramar en América, África, Asia y
Oceanía, Felipe II era dueño y señor del Imperio más grande visto hasta
entonces. Si aplicamos la definición propuesta anteriormente, hubiera sido
lógico y oportuno si se hubiese proclamado Emperador. Digo oportuno,
porque por mucho que Felipe II se llamase Rey de España no
había, como tal y en sentido jurídico, un reino español sino un grupo de reinos
independientes entre sí y solamente juntados por la cabeza. Esto creó un
problema administrativo de primer orden que se resolvió en falso gobernando
España desde Castilla - convirtiendo los demás reinos de cierta forma en
meros apéndices - y creando el, también falso y exagerado, sentimiento de
sometimiento a Castilla. El conjunto de territorios estuvo, en la práctica,
gobernado por el Consejo Real (de Castilla) en colaboración con los Consejos de
Estado (política exterior), Inquisición (ortodoxia religiosa y control
ideológico) y Hacienda. Además de estos consejos principales, hubo varios
consejos filiales como el de Cámara de Castilla y el de las Órdenes (del
Consejo Real) y el de Guerra ( del Consejo de Estado) y los Consejos
subsidiarios, llamados de competencia nacional, de Aragón, Portugal, Navarra,
Flandes, Italia, Indias. Mientras que el Consejo Real gobernaba directamente la Corona de Castilla (e
indirectamente a los virreyes y gobernadores de los demás territorios) los
consejos de competencia nacional fueron meramente consultivos y sus componentes
limitados al asesoramiento del Rey en relación con los conflictos entre
virreyes y las instituciones forales en cada territorio. La impresión de la
preeminencia de Castilla fue enormemente reforzada por la discrepancia
territorial y demográfica entre los territorios españoles. De los 10,5 millones
de habitantes de la península en 1600,casi 8 millones eran castellanos (74%)
1,2 millones portugueses (11,4%), 600 mil valencianos (5,7%),420 mil aragoneses
(4%), 350 mil catalanes (3,3%), 80 mil mallorquines (0,70%) y 100 mil navarros
(0,9%); o sea tres castellanos por uno de todas las demás nacionalidades
juntas. No es que estas nacionalidades fueran oprimidas o explotadas, muy al
contrario sus fueros fueron escrupulosamente respectados y tuvieron enormes
ventajas fiscales. Las guerras de España fueron financiadas casi exclusivamente
con los impuestos castellanos y el oro de América, y los impuestos de los demás
territorios fueron votados y destinados casi exclusivamente para su propia
defensa local. El resultado fue una lenta pero constante emigración desde
Castilla a la periferia, que aparte de los altos niveles de fiscalidad, explica
el paulatino empobrecimiento de Castilla en los siguientes siglos.
Que no hubo entonces razones racionales para que los
demás territorios sintieran resentimiento y celos de los castellanos, no obvia
que hubo algo de esto, mezclado con la impresión de haber sido apartados de los
quehaceres del país. Todo esto podría haber sido evitado con la conversión del
"Reino" en Imperio. En vez del Consejo Real (de Castilla) constituido
principalmente por juristas de Salamanca, se hubiera tenido un Consejo
Imperial, y unas Cortes Imperiales, con gente proveniente de todos los reinos y
territorios, encargado de gobernar el conjunto del Imperio. Es muy probable que
esto hubiera aumentado enormemente la cohesión del país y la integración
definitiva de los territorios italianos, especialmente si Castilla también
hubiera sido gobernada, en el ámbito local, por un virrey y las Cortes de
Castilla, y si a esto se hubiera añadido la convocación de forma regular
de los Cortes Imperiales alternativamente en las capitales de los distintos
reinos y, por otra parte, la creación de un ejército y una hacienda imperiales.
Haberlo hecho, bien podría haber evitado todos los problemas que uno tras
otro debilitaron España en el siglo XVII; la implicación en las guerras
religiosas (1618-1648) la virtual bancarrota del país, la secesión de Portugal
- iniciada en 1640 y finalizada definitivamente en 1668 con el Tratado de
Lisboa - y la rebelión catalana (1640-1652) A partir de la muerte de Felipe II la Hacienda entró en un
estado ruinoso, agravado a partir del año 1618 por las incesantes demandas de
la guerra, lo que llevó a la bancarrota en 1627, parcialmente por la captura en
aquel año de la flota de las Indias con su enorme carga de oro y plata.
En este contexto, el programa de Olivares - un hombre
capaz e inteligente pero autoritario y poco sensible y respetuoso con los
derechos de catalanes y portugueses- tenía por objetivo la reforma
institucional del Estado para conseguir la colaboración de los reinos no
castellanos en la financiación de la Hacienda. Se trataba de unificar legislativa e
institucionalmente la
Monarquía Hispánica, suprimiendo leyes e instituciones
feudales, crear un ejército en el que todos los reinos participasen (la
denominada Unión de Armas) e imponer una fiscalidad más exigente. Todo esto
hubiese tenido lógica si lo hubiera hecho Felipe II dentro del marco de un
Imperio, pero no un valido dentro del marco múltiple de unos reinos solamente
conectados por la cabeza. En Cataluña la reforma fue rechazada por las Cortes
lo que creó un conflicto institucional entre Cataluña y, primero, Felipe III y,
después, Felipe IV. Varios problemas hicieron aumentar la tensión; los abusos
de los tercios alojados en Cataluña en 1626 en previsión de la guerra con
Francia - finalmente declarada en 1635, momento en que se enviaron más tropas
para defender la frontera, lo que acentuó al malestar campesino- y la
aparición del hambre, que endureció más las tensiones, de forma que, entre 1635
y 1640, los enfrentamientos entre campesinos y soldados fueron constantes. A
finales de 1640 estalló la rebelión y los catalanes se aliaron inmediatamente
con Francia convirtiendo su rebelión en un apéndice de la guerra con Francia, a
su vez parte del conflicto europeo (religioso) general. Por mucho que
habían pactado la independencia de las instituciones catalanes, los franceses,
como era previsible, no las respetaron y en 1641 Louis XIII se proclamó Conde
de Barcelona con lo cual los catalanes se vieron de repente incorporados en un
verdadero estado centralista; ¡de la sartén al fuego! La rebelión terminó
finalmente con la ocupación de Barcelona en 1652 por parte del ejercito de Juan
José de Austria, pero la guerra con Francia solamente se terminó en 1659 con la Paz de los Pirineos - un año
significativo en la historia de los dos países como veremos después - en la cual
una parte de Cataluña pasaba a ser dominio francés (sic). La actitud de Felipe
IV fue magnánima y confirmó los fueros e instituciones catalanas. Las dos
partes habían aprendido la lección; Felipe IV de que todos los
"españoles" eran muy celosos de sus fueros y los catalanes de que los
Hapsburgos eran, con todos sus defectos, muy preferibles a los Borbones, los
únicos que habían sacado provecho de la rebelión catalana. Tan bien
habían aprendido la lección los catalanes que 50 años después en la Guerra de Sucesión se
declaraban firmemente a favor del pretendiente austriaco (que, por cierto, fue
coronado en 1703 Rey de España, en Viena, con el nombre de Carlos ¡III! ), ya
que al pretendiente Borbón no le querían ver ni en pintura.
Por otra parte la secesión de Portugal tuvo mucho que
ver con la rebelión catalana. La política del conde-duque de Olivares supuso la
culminación del progresivo descontento político vivido en Portugal por la falta
de respeto y reconocimiento hacia el reino y hacia lo acordado por Felipe II en
1579, en los artículos de Lisboa. El derecho de exclusivismo, calificado
también como 'indigenato', debería haber garantizado para los portugueses todos
los cargos del aparato estatal, militares y de defensa metropolitana e
imperial, pero los castellanos los fueron copando. También se incumplió lo
estipulado con respecto a las formas de gobierno delegado en caso de absentismo
real, que debía circunscribirse al virreinato de sangre y a la gobernación
integrada por naturales. Aunque en ese momento la Corona estaba representada
por Margarita de Saboya, prima de Felipe IV, en realidad era asesorada por
castellanos. Si a esto añadimos la exigencia de Olivares a la nobleza
portuguesa de que se uniera a la campaña militar contra los catalanes el conflicto
estaba servido y los apoyos al movimiento separatista se generalizaron. No hay
que sorprenderse que cuando una de las partes de un tratado lo incumpla, la
otra parte se sienta también liberada del mismo. El movimiento separatista fue
facilitado por tener un candidato autóctono al trono a mano en la persona
de João de Braganza (después Juan IV), tan rebisnieto de Manuel I de Portugal
como Felipe IV. Si tuvo algún reparo en romper su juramento de fidelidad a
este, ya se ocupaba su mujer castellana - una Medina Sidonia - que se olvidara
de estas minucias. La rebelión tuvo éxito en parte porque los tercios estaban
ocupados en luchar contra catalanes y franceses y en Europa Central, y en parte
porque los portugueses obtuvieron inmediatamente el entusiástico e interesado
apoyo de los ingleses. Pronto el nuevo reino fue reconocido
internacionalmente, con excepción del Vaticano que, junto con
"España", no asumió la separación hasta el Tratado de Lisboa (1668).
En aquel momento Portugal renegó definitivamente de su "españolidad"
y, dando la espalda al resto de "España", se consideraba en adelante
exclusivamente "portugués". El cambio no fue a la larga muy positivo
para el nuevo reino ya que cayó bajo influencia inglesa que a partir de aquel
momento dictaba su política exterior.
Hoy en día están tan acostumbrados a que los Pirineos
formen la frontera entre España y Francia (olvidándo por un momento a Andorra)
que es fácil pensar que siempre haya sido así, pero nada más lejos de la
verdad. La situación actual solamente existe, más o menos, desde la ya
mencionada Paz de los Pirineos en 1659. Hasta entonces los Pirineos habían sido
simplemente una cordillera montañosa que políticamente no separaba nada de
nada. Ambos Navarra y Aragón habian con el tiempo adquirido territorios
transpirenaicos importantes que ocupaban una parte considerable del
suroeste galo. La parte transpirenaica de Navarra incluía entre otros los
condados de Bearne, con su capital Pau, y Evreux. Aragón por su parte
controlaba a finales del siglo XII casi todo el Languedoc. Vemos que durante
buena parte de su historia medieval tanto para Navarra como para Aragón el
Pirineo fue una cordillera en el interior de su propio territorio, con lo que
sus habitantes más que considerarse "españoles" o "galos" se
sintieron probablemente "pirenaicos", Con la anexión de la Navarra Alta o
cispirenaica por Fernando en 1513, la Navarra Baja o transpirenaica queda como reino independiente muy implicado con la política
francesa, como ya había ocurrido durante las primeras décadas del siglo XIV.
Pero ni siquiera la división de Navarra y la anterior pérdida de gran parte del
Languedoc por parte de Aragón, convirtió el Pirineo en auténtica línea
divisoria. Perversamente la mayoría de los valles pirenaicos son transversales
y con el sistema de "jurisdicciones" que existió desde el medieval
alto, un valle que penetraba desde el norte en Cisnavarra podía pertenecer a la
jurisdicción de un vasallo de los Reyes de (Trans)Navarra y al revés, con lo
que el concepto mismo de "frontera" era totalmente ambiguo. Esto
cambió parcialmente con la Paz
de los Pirineos; Aragón - o Cataluña si queremos - perdió sus últimas
posesiones galas; Rosellón y parte de Cerdaña, y el Pirineo se convirtió más o
menos en la frontera entre España y Francia. El paso definitivo tardó todavía
dos siglos más con la firma en 1868 del Tratado de Bayona, que impuso
definitivamente la nueva cartografía cuando se hizo el amojonamiento de la
frontera. Este paso simbólico de la separación de dos soberanías, cada una con
jurisdicción exclusiva a su lado de la línea divisoria, marca por primera vez
el nacimiento de una conciencia nacional. La obsesión de delimitar el
territorio por fronteras naturales fue el resultado del creciente absolutismo
y, por lo tanto, el centralismo, de la monarquía francesa a partir de
Enrique IV. Es casi divertido como los personajes que, tanto como el que más,
han contribuido a la división de un país, cuando alcanzan el poder se
convierten rápidamente en los más autoritarios y centralistas. Este es el caso
de Enrique IV que como Enrique III de Navarra había liderado durante varias
décadas a los hugonotes en las guerras civiles de la segunda parte del siglo
XVI, traicionó a sus correligionarios para poder ocupar el trono francés
("Paris bien vale una misa"), incorporó Navarra a Francia contra la
oposición de la, mayoritariamente protestante, población, y se convirtió en el
primer exponente del centralismo borbónico a ultranza. (Otro tanto le ocurrió a
Buonaparte que a principios de la
Revolución, y antes de subir escalones en la nueva Francia,
estuve a punto de convertirse en jefe militar del nacionalismo corso. O, más
actual, a separatistas vascos y catalanes a los que les ha salido el plumero
autoritario y dictatorial.) En Francia el camino marcado por Enrique IV fue
seguido con gran entusiasmo por sus sucesores Louis XIII (Richelieu) y Louis
XIV (Mazarino).
El siglo XVII español fue un auténtico desastre desde
el punto de vista político, militar y social. La calidad física, humana e
intelectual de los sucesivos reyes iba de mal a peor a infame gracias a cuatro
generaciones sometidas a una cerrada endogamia que rozaba el incesto. Felipe II
era hijo de primos hermanos, Felipe III de tío y sobrina carnales, Felipe IV de
primos hermanos y el último de los Hapsburgos españoles, Carlos II (un patético
deshecho humano) era hijo de tío y sobrina carnales. No es de sorprender
entonces que durante todo el siglo el poder ejecutivo cayó en manos de un
valido tras otro, más o menos competente, más o menos de buena fe, más o menos
ambicioso, pero, desgraciadamente para España, sin la visión política y
estratégica para salir del embrollo en que la política imperialista de Carlos V
y Felipe II había metido al país. Seguir con esta política con una hacienda ruinosa
era una receta estúpida que solamente podía llevar, a la larga, al desastre
y una decadencia anunciada. Solamente hay que mirar el mapa para darse
cuenta de la enorme desventaja que llevaba España en todas las interminables
guerras del siglo XVII; de todos los contrincantes España fue el único que
luchaba sobre líneas exteriores inconexos entre sí. La República de las Siete
Provincias (Holanda) luchaba en su patio trasero con líneas de abastecimiento
nunca superiores a los 150 Km. Francia luchaba en sus fronteras sin
traspasarlas nunca más de algunos centenares de kilómetros, e Inglaterra se
limitaba en gran parte a una guerra naval financiada en gran parte por la venta
de patentes de corso. En todo el siglo España no solamente fue el único país que
luchaba sobre cuatro frentes distintos con enormes distancias entre sí, sino
además logró enemistarse con casi todos los demás contrincantes a la vez; desde
Francia, Inglaterra y Holanda, hasta Dinamarca y Suecia. Además, España
estaba a la vez envuelto en guerras territoriales y religiosas. Francia, mucho
más pragmático, nunca cometió este error y, por mucho que Richelieu y Mazarino
eran "Príncipes de la
Iglesia", luchaba exclusivamente por razones
territoriales, aliándose con católicos o protestantes según sus
intereses. Cualquier estadista de verdad se hubiera dado cuenta que antes
o después la situación se haría insostenible; los Países Bajos Hapsburgos
estaban cogidos en una pinza entre Holanda y Francia; en Alemania, en el mejor
de los casos, España no sacaría ningún provecho, y estar enemistado con
Inglaterra y Holanda simultáneamente solamente podía tener consecuencias
navales funestas. Si a esto añadimos que España, por habitualmente
moroso, no tenía más remedio que concertar los préstamos con que financiaba la
guerra a un interés anual del 15%, lo que agravaba todavía más el
estado de bancarrota virtual de su Hacienda - Holanda, con su reputación de
amortizar sus préstamos puntualmente, solamente pagaba el 3% - y el menos
pintado se hubiera dado cuenta que había que cortar por lo sano. Todavía
durante algunas décadas los tercios seguían ganando batallas, pero cada
victoria era más pírrica que la anterior. Lo estratégicamente sensato hubiera
sido negociar con holandeses y franceses para la cesión y venta de
respectivamente Flandes y Artois. Un negocio redondo para todas las partes,
mucho más barato para los compradores que financiar las interminables guerras,
y altamente beneficioso para las maltratadas arcas españolas. En el lote
francés se hubiera podido incluir también el Franco Condado, auténtica espina
en el costado de Francia, y que solamente servía a España para hacer posible el
traslado de tropas a pie desde el Milanesado a Alemania y Flandes, una larga
caminata de más de 800 Kms. Aquí hay que aclarar que, contrario a la opinión
popular, aquellos territorios no formaban parte ni de la Corona de Castilla ni de la
de Aragón, sino que fueron territorios patrimoniales del rey, mientras
que la financiación de su defensa fue casi exclusivamente soportado por
los impuestos de los pucheros castellanos. O sea, se desangraba a
Castilla para mantener unos territorios ajenos que de todas formas, por
indefensibles, si perdieron a la larga. Su venta hubiera amortizado gran parte
de la deuda española y hubiera aliviado enormemente la presión fiscal de
Castilla con su consiguiente estimulo económico. Además España se hubiera
replegado a unas líneas defensivas, en la Península y en Italia, que en extensión no
llegaban ni a la mitad de las anteriores, mientras que por otra parte los
holandeses y franceses, no teniendo ya un enemigo en común y habiéndose
convertido en vecinos, no habían tardado en llegar a las manos.
No se hizo nada de todo esto y, erre que erre, España
seguía durante gran parte del siglo XVII la nefasta política
"imperial" y "antireformista" que era la herencia dejado
por Carlos I a Felipe II, y por este a sus descendientes. Hasta la década
de los cuarenta, España lograba todavía mantenerse a flote, ganando, o por lo
menos no perdiendo, buena parte de las batallas, pero en la batalla de Rocroi
(1643) unos tercios españoles, hambrientos, mal equipados y peor vestidos, y
que no habían cobrado su "soldada" en más de un año, fueron casi
aniquilados. Era esta batalla el principio del fin de la “grandeza” de España,
rematado por la Paz
de los Pirineos, 16 años después, en la cual abdicó de ser primera potencia.
Todos los territorios que 30 o 40 años antes se pudieron haber vendido, no
solamente se perdieron de todas formas a partir de este momento y durante el
medio siglo siguiente - después de que su defensa a ultranza e insensata había
hundido el país en la miseria - sino se perdieron también otros,
innecesariamente.
Antes de llegar a la Guerra de Sucesión hubo todavía 3 guerras más con
Francia, con la invasión y ocupación de Cataluña por parte de los franceses y
toda la destrucción que esta implicaba. Felipe IV en su último testamento había
nombrado heredero a su hijo Carlos y si este faltase, a los descendientes de su
hermana Margarita, emperatriz de Alemania. Excluyó de forma explícita a los
descendientes de su hija Maria Teresa esposa de Luis XIV. ¡ De Borbones, nada!
Era claro que Felipe IV - al igual que las potencias europeas - estaba
convencido de que el raquítico Carlos no iba a tener descendencia. Carlos
heredó el trono cuando sólo contaba 4 años, y solamente 3 años después se firmó
un tratado secreto entre Luis XIV y el emperador para el reparto del Imperio
español, seguido de otras conspiraciones de este tipo que culminaron en 1698 en
otro tratado de reparto y despojo de España. Lo lógico hubiera sido que Carlos
II hubiera respetado los deseos de su padre - claro, siendo tan niño a la
muerte de este, ni se recordaba de él - pero terminó testando (mejor, fue
obligado a hacerlo por su entorno) a favor de Felipe de Anjou, segundo nieto de
Luis XIV. La decisión fue más política que dinástica y se decidió que la mejor
forma de proteger la totalidad de la herencia era escoger de entre los
pretendientes aquel que mejor pudiera hacerlo. No hay duda que Luis XIV estaba
mejor colocado para proteger a los suyos que el emperador. Considerando que
durante los dos siglos anteriores Francia había sido el enemigo mortal de
España, la idea de que la mejor forma de protegerse fue unirse al peor de los
enemigos era de un maquiavelismo francamente exagerado, especialmente
considerando la oposición frontal de los componentes de la Corona de Aragón que -
especialmente Cataluña - ya habían sufrido en propia carne lo que significaba
el centralismo francés. De todas formas, Felipe de Anjou fue declarado rey de
España como Felipe V, renunciando a cualquier derecho futuro al trono francés,
y aceptado internacionalmente con la excepción de Austria. No obstante, la
situación cambió gracias a una de las típicas torpezas del Rey Sol cuando,
temiendo quedar sin herederos directos, declaró que Felipe V no podía renunciar
a sus posibles derechos sobre la corona francesa. El espectro de una posible
unificación de las dos coronas en un solo soberano, con su amenaza para la política
de equilibrio europea, cambió la situación internacional y daba lugar a la Guerra de Sucesión (a la Corona de España). La
guerra tuvo dos aspectos bien diferenciados; por un lado una típica guerra
europea - entre por una parte Austria, Inglaterra, Holanda, Portugal, Saboya y
gran parte de los príncipes alemanes y por la otra Francia y España - y
por el otro lado una guerra civil española. La primera estaba provocada por la
ancestral rivalidad Borbones -Austria, el equilibrio de poderes, los intereses
comerciales y el reparto del "botín" español, la segunda por la lucha
entre "filipistas" y "carlistas" (los partidarios de
Felipe V y el Archiduque Carlos de Austria, el otro pretendiente,
respectivamente). Fuera de la península la guerra tuvo resultados muy
desfavorables para los intereses franco-españolas, contrario a lo que
pasó dentro de España donde después de 14 años de guerra Felipe V logró
afianzarse definitivamente en la corona. Cuando Carlos, que había sido coronado
Rey de España, como Carlos III (sic) en 1703 en Viena, heredó en 1711 la Corona Imperial
(como Carlos VI) por la muerte de su hermano José I, todo el panorama cambió
otra vez. Hasta entonces la alianza contra Francia y España luchaba para
impedir la posibilidad que las coronas de estas se unieran en una sola cabeza,
ahora se confrontaban repentinamente con la reunión de los tronos de Austria y
España, restaurando de esta forma bajo Carlos VI, el Imperio de Carlos V. A
partir de este momento comenzaron las negociaciones para llegar a un tratado de
Paz para terminar la guerra europea. En 1713 se firmó el Tratado de Utrecht
entre Francia y España de una parte, y el Reino Unido, Holanda, Saboya y Prusia
de la otra (Austria solamente lo ratificaba un año después).
Por mucho que Felipe V tuvo que renunciar
definitivamente a la posibilidad de heredar la corona francesa - dejando como
heredero de esta a un bisnieto de Luis XIV, de precaria salud - tuvo éxito en
su propósito de quedarse definitivamente reconocido como rey de España, pero,
además de perder Gibraltar y Menorca (temporalmente), perdió todos los
territorios en Europa fuera de la península: Países Bajos, Cerdeña, Milanesado,
Mantua, etc. que todos pasaron a Austria, Nápoles que estuvo ocupado por
Austria (recuperado en 1734 y cedido por Felipe V a su hijo Carlos -
futuro Carlos III - el mayor de sus hijos con Isabel de Farnesio, como reino
independiente) y Sicilia a Saboya (después permutado con Austria por Cerdeña, y
eventualmente unido a Nápoles por Carlos).
A esto llevaron España tanto matrimonio político y
consanguíneo, tanta defensa religioso y territorial, tantas guerras, tantos
gastos y tanta miseria. A partir de Felipe IV habían perdido los
siguientes territorios:
Rosellón
y Cerdaña
|
1659
|
Milanesado
|
1713
|
Artois
|
1659
|
Nápoles
|
1713
|
Portugal
|
1668
|
Cerdeña
|
1713
|
Lille
|
1668
|
Sicilia
|
1713
|
Cambrai
|
1678
|
Menorca
|
1713
|
Franco
Condado
|
1678
|
Gibraltar
|
1713
|
Países
Bajos Austria
|
1713
|
|
|
Hay que insistir otra vez que Artois, Lille, Cambrai,
Franco Condado, el Milanesado y los Países Bajos no fueron nunca territorio
español sino territorios dinásticos personales de los Habsburgos. Si estos
territorios, que a la larga demostraron ser indefendibles, se hubieron vendidos
en su momento al mejor postor, España hubiera evitado gran parte de las guerras
en que se vio implicada durante todo el siglo XVI, se hubiera evitado la
decadencia del país y, como observador de las luchas de los demás,
probablemente se hubiera mantenido como potencia de primer orden.
En España la lucha entre los dos pretendientes había
tenido sus altibajos para cada uno, pero al final la contienda se
resolvió, como ya hemos visto, a favor de Felipe. Este que en 1701 había jurado
respetar los fueros y privilegios de Aragón y Cataluña, cambió de actitud después
de ganar la batalla de Almansa y de la ocupación de Valencia (1707) y abolió
totalmente los fueros de Valencia y, de paso, también los de Aragón. El
resultado fue que, después de la firma del Tratado de Utrecht y la evacuación
del ejército del pretendiente austriaco, Cataluña y Mallorca siguieron la lucha
por su
cuenta
hasta la toma por asalto de Barcelona el 11 de septiembre de 1714, y la
rendición de Palma de Mallorca (3 de julio de 1715). Terminada finalmente
la guerra de Sucesión se publicó el decreto de "Nueva Planta" (1716)
que anulaba gran parte de los fueros catalanes y disolvió el Consejo de los
Cientos y la "Generalitat" ,y el sistema de gobierno fue uniformado
con el de los demás países españoles o sea, castellanizado. También los Países
Vascos cayeron bajo el yugo centralizador aunque menos que la Corona de Aragón. El único
territorio cuyos fueros fueron respetados era Navarra. Vemos con la llegada de
los Borbones el antiguo sistema político federal (o hasta confederal) de los
reinos españoles desapreció y fue sustituido por el absolutismo y el
centralismo francés.
Como parte de esta política centralista hubo una
política lingüística de castellanización de los territorios de habla catalán
que tuvo gran éxito, especialmente en Valencia, a través del nombramiento de
párrocos castellanohablantes. Igual que en Francia los Borbones aplicaban una
política de supresión de la
Langue d'Oc, en España un rey borbónico empezaba la supresión
del catalán. Al propósito de la castellanización de los territorios de habla
catalana ayudaba también la fundación de la Real Academia de la Lengua cuya misión era
velar por la pureza de la lengua castellana (Durante el siglo XVIII, bajo los
Borbones, comienza a extenderse el nombre de España al país, pero a Carlos III
todavía se le califica de "Rey de las Españas" (como "dux"
de Castilla, León, Aragón, Sicilia, Jerusalén, Navarra, Granada,
Toledo,Valencia, Galicia, Mallorca, Sevilla, Cerdeña, Córdoba, Córcega, Murcia,
Jaén, Algeciras, Gibraltar etc.) Las viejas costumbres tardaban en morir.
A partir del siglo XVIII se empezaba a
introducir, poco a poco, símbolos destinados a crear una conciencia de unidad
nacional. La bandera de tres bandas introducida por Carlos III, (1785) para la Armada española, tanto como
la de cinco para la marina mercante estaba basada en la bandera marítima
napolitana, que, a igual que la "senya" catalana, era a su vez
descendiente de la bandera aragonesa antigua. La bandera municipal
napolitana todavía sigue demostrando este origen.
Nos podemos plantear la pregunta si imponer una
variación de la bandera de la
Corona de Aragón a la Armada fue una compensación consciente por haber
impuesto el castellano a los pueblos de habla catalán. Hubiera sido más lógico,
y más integrador, combinar la bandera aragonesa y la castellana, aceptando por
ésta la bandera de guerra con la cruz de Borgoña, usada ya ocasionalmente desde
los tiempos de Alfonso VII, (primer rey de la Casa de Borgoña, como hijo de Raimundo de
Borgoña) y después reintroducida por Felipe I (1506) el Hermoso, como signo
distintivo de la casa de su madre, María de Borgoña, y posteriormente por
Felipe V. Este símbolo se llevó a partir de entonces, de una forma o otra,
prácticamente hasta 1931, en que la Segunda República
lo abolió. Desde 1971 figura en el guión del Príncipe de Asturias y desde 1975
en el del Rey. La cruz era de color carmesí o morado, indistintamente, sobre un
fondo blanco. Combinando las dos banderas el resultado pudiera haber sido la de
aquí abajo a la derecha.
Es
curioso que una bandera muy similar, con 3 bandas de igual altura, fue usada a
partir de 1520 en los Países Bajos por Carlos V.
Todavía pasaron casi 60 años antes de que en 1843, los
colores roji-gualdas que habían ido tomando carácter de símbolo liberal, frente
a las blancas de las carlistas - se convirtieron definitivamente en bandera
nacional de España.
Aparte
de los colores, la bandera tenía en su centro un escudo real circular reducido
al cuartelado de Castilla y León (como la de Carlos III,) pero ahora colocado
sobre el cruce de una pequeña ¡aspa roja de Borgoña!.
Durante el Gobierno Provisional (1868-1871) se dispuso
que en el escudo se sustituyese la corona real por otra mural, que se añadiesen
a sus dos lados las columnas de Hércules, y que el cuartelado fuese de
Castilla, León, Navarra y Aragón. Después del intervalo del "Sexenio
Democrático", volvió la bandera anterior. En la 2ª República se
incorporó una banda morada a la bandera (3 bandas iguales, rojo, gualdo y
morado) en honor a los comuneros de Castilla, y, curiosamente, usando el escudo
del Gobierno Provisional; la versión lisa, muy usada, nunca fue oficialmente
legalizada. Por incorporar el color morado, color muy vinculado a Castilla
(poco importe si proviniera de la
Cruz de Borgoña o de la bandera comunera) la bandera
republicana era en esencia más globalmente español que la bandera real.
La bandera adoptada durante la primera parte (1936-38)
de la Guerra Civil
por los "nacionales" fue idéntica a la del Gobierno Provisional del
siglo anterior. Como no tenían más que banderas republicanas a mano, tapaban la
franja morada con un trapo rojo creando una verdadera curiosidad; ¡una supuesta
bandera nacionalista con tres franjas de igual altura y un escudo
anti-borbónico / republicano!
Aparte de los decretos centralizadores de 1707 y
1716 y completados durante todo el siglo XVIII, hubo otras muchas medidas
de talante absolutista. Los cortes perdieron por completo el escaso papel
que habían desempañado con los Austrias. En las pocas veces que fueron
convocados se vieron privados de su principal función: la concesión de tributos
y la fiscalización del gasto. Además, con la excepción de Navarra, las
convocatorios siempre fueron conjuntos como prueba fehaciente del proceso de
centralización. De los consejos solamente el de Castilla (o Real) mantuvo su
importancia. Todos los antiguos gobiernos locales desaparecieron y fueron
sustituidos por un sistema de intendentes y corregidores. Igualmente
importantes fueron las medidas económicas: la apertura del sistema de gremios,
la libertad del trabajo, la supresión de las aduanas interiores y la protección
de la industria del textil, entre otras. Vemos que muchas de estas incipientes
medidas liberales iban combinadas con otras proteccionistas.
Uno de los principales resultados del
absolutismo de los reinos europeos fue la relegación del poder político de la
aristocracia y el ascenso económico de la burguesía. No es sorprendente que
esta misma burguesía con el tiempo buscaba no solamente el poder político
sino también la hegemonía social. En esencia todas las grandes revoluciones de
los últimos cuatro siglos han sido promovidas, provocadas y ejecutadas
por la burguesía usando a la plebe como mero carne de cañón. La revolución
cromweliana tuvo como objetivo la instalación de una republica parlamentaria
por parte de la burguesía protestante disidente y termino como dictadura
militar "puritana".La revolución americana no era tanto una guerra de
liberación contra la opresión real con sus impuestos arbitrarios, como un
intento de la burguesía colonial de emanciparse del control del parlamento
ingles y ocupar el poder, un intento que por cierto solamente prospero gracias
a la ayuda de dos monarquías absolutistas, Francia y
España. Por otra parte la revolución francesa fue un
intento de la burguesía supuestamente "ilustrada" a hacerse con
el poder y al mismo tiempo desplazar la aristocracia como grupo social
dominante, y en el siglo XX, las revoluciones comunista, fascista y
nacionalsocialista fueran, a su vez, respuestas de las clases medias bajas
nacionalistas, rencorosas y racistas, a estados mas o menos liberales.
Grosso modo, podemos decir que todas estas
revoluciones usaban como autenticas cortinas de humo eslóganes basados en la
"libertad, igualdad y fraternidad", conceptos ilustrados que los
motores verdaderos de los movimientos revolucionarios no tenían la más remota
intención de respetar.
Como
ya hemos visto la revolución cromweliana termino con la instalación de una
dictadura militar puritana, y la Restauración monárquica, después de la muerte del
Protector Oliver, fue recibido con gran jubilo y alivio por la inmensa mayoría
de los ingleses. Los primeros verdaderos avances democráticos ocurrieron en
1689 con la Declaración
de los derechos de los ingleses - en plena Restauración - que inauguro la
democracia parlamentaria -la famosa Carta Magna de 1215 no fue,
originalmente, un documento que garantizaba las libertades, sino la
introducción del feudalismo puro y duro contra el centralismo primitivo de Guillermo
el Conquistador y sus descendientes - limitada todavía a un sistema
aristocrático / burgués De forma parecida, la revolución
norteamericana llevo al poder a los grandes terratenientes y a la
burguesía urbana muy enriquecida gracias a la guerra. Históricamente, las
brutalidades cometidas contra aquellos colonos legitimistas que no habían
logrado escapar a Canadá y las Bahamas, y que fueron torturados, fusilados y
expoliados de sus bienes - muy comparable con lo que ocurrió 90 años después
con los confederados al terminar la Guerra Civil) - han sido silenciadas y siguen
siendo una de las paginas mas negras de la historia de los Estados Unidos. Los
textos de la Declaración
de Independencia y de la
Constitución estadounidense fueron considerados como maravillas
democráticas, pero sus conceptos solamente fueron aplicados poco a
poca a través del siguiente siglo y medio, y no fueron cumplidos en su
totalidad hasta la década de los 60 del siglo pasado con la emancipación
definitiva de los negros. La revolución francesa traiciono sus ideales y se
convirtió en una tiranía "imperial" -más pequeño burgués que burgués
- peor que el ancien regime anterior. Su cúpula dominante no tardó mucho en
auto-adjudicarse en 12 años más títulos nobiliarios de lo que había hecho la
monarquía en 8 siglos. Las revoluciones comunista, fascista y
nacional-socialista -también estas ultimas dos eran revoluciones no obstante,
de haber escogido el camino de la manipulación del sistema democrático
vigente - son tan recientes que no hace falta decir mucho sobre ellas, aparte
de observar que fueron una venganza pequeña burguesa contra la burguesía - que
en el siglo XIX se había convertido definitivamente en la clase dominante - una
especie de movilidad social revolucionaria.
Visto esto, se explica la movida historia de los
siglos XIX y XX, no solamente en España sino también de Canarias e
Hispanoamérica.”
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