viernes, 14 de junio de 2013

NUESTROS COLONIZADORES, ESPANA, ESA ENTELEQUIA- y II.



           
                                     



Siéntate a la puerta de tu casa  y verás el cadáver de tu enemigo pasar.
  (Popular)


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                                                    Aborígenes de la Península Ibérica


Eduardo Pedro García Rodríguez


Si definimos un Imperio como un súper-estado (federal o confederal) elementos reinos, ducados, condados, Señorías y hasta Obispados autónomos; plurinacional, pluri-étnico y  multilingüe - no necesariamente monárquico, y el Imperio Romano nunca dejo de ser, por lo menos formalmente, República - entonces el primer candidato en la Península Ibérica a esta distinción fue la Corona de Aragón. Con 2 reinos y un condado en la península, el Reino de Mallorca, reinos en Italia y dos ducados en Grecia (Atenas y Neopatria), la Corona de Aragón constituyó sin ninguna duda un auténtico Imperio, si no "espannol" por lo menos mediterráneo. El segundo candidato no fue como se podía pensar la bi-monarquía Castellana-Aragonesa de los Reyes Católicos. No hubo bajo la pareja católica ninguna unidad política entre las dos partes, más bien hubo una federación personal. La famosa frase "Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando", además de ser incorrecta - las palabras originales se limitan a "Tanto monta" - no eran tampoco verdad. Mientras que Isabel en la Corona de Aragón era simplemente reina consorte, Fernando en Castilla era co-rey con casi los mismos poderes que Isabel, resultado del indudable talento político maquiavélico de aquel ( no por nada era el Príncipe en que se inspiró Maquiavelo). Cuando en 1474 murió Enrique IV se entabló inmediatamente una guerra civil entre  los partidarios de Isabel (declarada heredera del trono en 1468 en el Tratado de los Toros de Guisando) y la discutida  hija de Enrique (el "Impotente"), Juana, apodada "la Beltraneja", ya que supuestamente Beltrán de la Cueva, valido del rey, había ayudado también al rey en el cumplimiento de sus deberes matrimoniales. Fernando, que se había casado con Isabel 5 años antes y que todavía no había heredado el trono Aragonés, se aprovechó de las circunstancias y se presentó en Segovia reclamando el trono castellano para sí, por ser, como primo segundo, el pariente varón más próximo de Enrique IV. Además, curiosamente, como nieto de Fernando de Antequera (Trastamára) y con abuela y madre castellanas, Fernando era castellano por los cuatro costados, contrario a Isabel que era mitad portuguesa. La jugada  resultó solamente a medias, pero lo suficiente para que  un laudo conocido como "Concordia de Segovia"  otorgó a Fernando casi los mismos poderes que a Isabel. De todas formas, la pareja ni siquiera adoptó, una vez heredado  Aragón por parte de Fernando (II), el título de reyes de España, habida cuenta que el nombre de España, igual que en siglos anteriores, seguía aplicándose a toda la península y, para integrar este título, faltaban aún Navarra, Portugal y Granada.



                                                      Pueblos aborígenes de la Península Ibérica.

Carlos lo tuvo peor todavía. Heredó, los tronos de Castilla (con la Navarra peninsular y Granada ya incorporadas) y Aragón por un incomparable cúmulo de coincidencias y suertes. En Castilla el camino le fue facilitado por la muerte de su tío Juan, seguido por la de su primo Miguel de Portugal (la gran esperanza de Isabel y Fernando para reunir todos los tronos españoles en un monarca); mientras que la muerte del hijo de Fernando y su segunda esposa, Germana de Foix, Juan, le aseguró la Corona de Aragón. No obstante, no se hizo nunca - en términos legales- con Castilla, ya que hasta la muerte de su madre Juana (la "Loca"), que seguía siendo la verdadera reina, él  era más una especie de rey asociado, regente o gobernador, que Rey en sentido estricto. Pero no hay duda que ostentaba todo el poder y para no verlo mermado en ningún momento se ocupó - manteniéndola, como buen hijo renacentista, aislada en Tordesillas - en asegurarse que Juana no recuperase nunca la cordura. Como la muerte de Juana coincidió casi con la abdicación de su hijo, el Emperador, fue su nieto, Felipe II, indirectamente, su verdadero heredero. 

La muerte del pequeño príncipe Manuel de Portugal (1500), convirtiendo el ya nacido hijo de Juana en heredero, fue probablemente uno de los hechos más cruciales de la historia moderna de la península. En vez de lograr la tan ansiada unificación de España, la apariencia de la casa de Hapsburgo involucró Castilla y Aragón en asuntos del Imperio Germánico, completamente ajenos a sus verdaderos intereses, que fueran el origen de su futura decadencia.

Ya hemos visto que el origen de Portugal está en la dote de Alfonso VII, del entonces condado a una de sus hijas, manteniéndolo fuertemente ligado a Castilla a través de vasallaje feudal, pero los azares de la política medieval lo convirtieron en reino independiente, sin ton ni son, ya que siendo Portugal embocadura del  Duero, Tajo y  Guadiana, es sin duda, desde el  punta de vista geográfico mucho más parte integral de Castilla, que por ejemplo Galicia (ya lo sabían los suevos) o Granada (por esto la tardanza de su "re"Conquista). El uso del idioma como referencia del nacionalismo- tanto en Portugal como en Cataluña- es relativamente reciente. Las tres grandes lenguas romances de la península fueron siempre consideradas como variantes del mismo tronco común; el gallego-portugués su variante atlántica, el castellano su variante central y el catalán su variante  mediterránea. Los escritores medievales y posteriores hasta bien entrado el siglo XVII los usaban indistintamente. Para poesía lírica el portugués, para poesía épica- y después prosa- el castellano. Por razones nacionalistas se ha obviado, ambos en Portugal y en España, que Camoens, además de ser el poeta portugués por excelencia, también es uno de los mejores poetas del castellano, cambiando de idioma  según su estado de ánimo o según lo que quisiera expresar. De igual forma se puede encontrar muchos poetas castellanos que escribieron parte de su obra en portugués. Por idéntica razón los poetas catalanes usaban también indistintamente tanto el catalán como el castellano y si no hay muchos poetas castellanos que usaban el catalán (casi todos aragoneses) hay que atribuirlo a razones geopolíticas ya que mientras Cataluña lindaba con un territorio castellanohablante (Aragón), Castilla como tal no lindaba con Cataluña. 

Ochenta años después de la muerte del pequeño Miguel de Portugal, Felipe II logró finalmente incorporar Portugal al resto de los reinos peninsulares y de esta forma fue el primero en poder llamarse Rey de España (o de las Españas). Pero no solamente esto; considerando que además  era  Rey de Cerdeña, Sicilia y Nápoles, soberano de muchos sitios más, y contaba con territorios ultramar en América, África, Asia y Oceanía, Felipe II era dueño y señor del Imperio más grande visto hasta entonces. Si aplicamos la definición propuesta anteriormente, hubiera sido lógico  y oportuno si se hubiese proclamado Emperador. Digo oportuno, porque por mucho  que Felipe II se llamase  Rey de España no había, como tal y en sentido jurídico, un reino español sino un grupo de reinos independientes entre sí y solamente juntados por la cabeza. Esto creó un problema administrativo de primer orden que se resolvió en falso gobernando España desde Castilla - convirtiendo los demás reinos  de cierta forma en meros apéndices - y creando el, también falso y exagerado, sentimiento de  sometimiento a Castilla. El conjunto de territorios estuvo, en la práctica, gobernado por el Consejo Real (de Castilla) en colaboración con los Consejos de Estado (política exterior), Inquisición (ortodoxia religiosa y control ideológico) y Hacienda. Además de estos consejos principales, hubo varios consejos filiales como el de Cámara de Castilla y el de las Órdenes (del Consejo Real) y el de Guerra ( del Consejo de Estado) y  los Consejos subsidiarios, llamados de competencia nacional, de Aragón, Portugal, Navarra, Flandes, Italia, Indias. Mientras que el Consejo Real gobernaba directamente la Corona de Castilla (e indirectamente a los virreyes y gobernadores de los demás territorios) los consejos de competencia nacional fueron meramente consultivos y sus componentes limitados al asesoramiento del Rey en relación con los conflictos  entre virreyes y las instituciones forales en cada territorio. La impresión de la preeminencia de Castilla fue enormemente  reforzada por la discrepancia territorial y demográfica entre los territorios españoles. De los 10,5 millones de habitantes de la península en 1600,casi 8 millones eran castellanos (74%) 1,2 millones portugueses (11,4%), 600 mil valencianos (5,7%),420 mil aragoneses (4%), 350 mil catalanes (3,3%), 80 mil mallorquines (0,70%) y 100 mil navarros (0,9%); o sea tres castellanos por uno de todas las demás nacionalidades juntas. No es que estas nacionalidades fueran oprimidas o explotadas, muy al contrario sus fueros fueron escrupulosamente respectados y tuvieron enormes ventajas fiscales. Las guerras de España fueron financiadas casi exclusivamente con los impuestos castellanos y el oro de América, y los impuestos de los demás territorios fueron votados y destinados casi exclusivamente para su propia defensa local. El resultado fue una lenta pero constante emigración desde Castilla a la periferia, que aparte de los altos niveles de fiscalidad, explica el paulatino empobrecimiento de Castilla en los siguientes siglos. 

Que no hubo entonces razones racionales para que los demás territorios sintieran resentimiento y celos de los castellanos, no obvia que hubo algo de esto, mezclado con la impresión de haber sido apartados de los quehaceres del país. Todo esto podría haber sido evitado con la conversión del "Reino" en Imperio. En vez del Consejo Real (de Castilla) constituido principalmente por juristas de Salamanca, se hubiera tenido un Consejo Imperial, y unas Cortes Imperiales, con gente proveniente de todos los reinos y territorios, encargado de gobernar el conjunto del Imperio. Es muy probable que esto hubiera aumentado enormemente la cohesión del país y la integración definitiva de los territorios italianos, especialmente si Castilla también hubiera sido gobernada, en el ámbito local, por un virrey y las Cortes de Castilla, y  si a esto se hubiera añadido la convocación de forma regular de los Cortes Imperiales alternativamente en las capitales de los distintos reinos y, por otra parte, la creación de un ejército y una hacienda imperiales. Haberlo hecho, bien podría haber evitado  todos los problemas que uno tras otro debilitaron España en el siglo XVII; la implicación en las guerras religiosas (1618-1648) la virtual bancarrota del país, la  secesión de Portugal - iniciada en 1640 y finalizada definitivamente en 1668 con el Tratado de Lisboa - y la rebelión catalana (1640-1652) A partir de la muerte de Felipe II la Hacienda entró en un estado ruinoso, agravado a partir del año 1618 por las incesantes demandas de la guerra, lo que llevó a la bancarrota en 1627, parcialmente por la captura en aquel año de la flota de las Indias con su enorme carga de oro y plata. 

En este contexto, el programa de Olivares - un hombre capaz e inteligente pero  autoritario y poco sensible y respetuoso con los derechos  de catalanes y portugueses- tenía por objetivo la reforma institucional del Estado para conseguir la colaboración de los reinos no castellanos en la financiación de la Hacienda. Se trataba de unificar legislativa e institucionalmente la Monarquía Hispánica, suprimiendo leyes e instituciones feudales, crear un ejército en el que todos los reinos participasen (la denominada Unión de Armas) e imponer una fiscalidad más exigente. Todo esto hubiese tenido lógica si lo hubiera hecho Felipe II dentro del marco de un Imperio, pero no un valido dentro del marco múltiple de unos reinos solamente conectados por la cabeza. En Cataluña la reforma fue rechazada por las Cortes lo que creó un conflicto institucional entre Cataluña y, primero, Felipe III y, después, Felipe IV. Varios problemas hicieron aumentar la tensión; los abusos de los tercios alojados en Cataluña en 1626 en previsión de la guerra con Francia - finalmente declarada en 1635, momento en que se enviaron más tropas para defender la frontera, lo que acentuó al malestar campesino- y  la aparición del hambre, que endureció más las tensiones, de forma que, entre 1635 y 1640, los enfrentamientos entre campesinos y soldados fueron constantes. A finales de 1640 estalló la rebelión y los catalanes se aliaron inmediatamente con Francia convirtiendo su rebelión en un apéndice de la guerra con Francia, a su vez parte del conflicto europeo (religioso) general. Por mucho que  habían pactado la independencia de las instituciones catalanes, los franceses, como era previsible, no las respetaron y en 1641 Louis XIII se proclamó Conde de Barcelona con lo cual los catalanes se vieron de repente incorporados en un verdadero estado centralista; ¡de la sartén al fuego! La rebelión terminó finalmente con la ocupación de Barcelona en 1652 por parte del ejercito de Juan José de Austria, pero la guerra con Francia solamente se terminó en 1659 con la Paz de los Pirineos - un año significativo en la historia de los dos países como veremos después - en la cual una parte de Cataluña pasaba a ser dominio francés (sic). La actitud de Felipe IV fue magnánima y confirmó los fueros e instituciones catalanas. Las dos partes habían aprendido la lección; Felipe IV de que todos los "españoles" eran muy celosos de sus fueros y los catalanes de que los Hapsburgos eran, con todos sus defectos, muy preferibles a los Borbones, los únicos  que habían sacado provecho de la rebelión catalana. Tan bien habían aprendido la lección los catalanes que 50 años después en la Guerra de Sucesión se declaraban firmemente a favor del pretendiente austriaco (que, por cierto, fue coronado en 1703 Rey de España, en Viena, con el nombre de Carlos ¡III! ), ya que al pretendiente Borbón no le querían ver ni en pintura.

Por otra parte la secesión de Portugal tuvo mucho que ver con la rebelión catalana. La política del conde-duque de Olivares supuso la culminación del progresivo descontento político vivido en Portugal por la falta de respeto y reconocimiento hacia el reino y hacia lo acordado por Felipe II en 1579, en los artículos de Lisboa. El derecho de exclusivismo, calificado también como 'indigenato', debería haber garantizado para los portugueses todos los cargos del aparato estatal, militares y de defensa metropolitana e imperial, pero los castellanos los fueron copando. También se incumplió lo estipulado con respecto a las formas de gobierno delegado en caso de absentismo real, que debía circunscribirse al virreinato de sangre y a la gobernación integrada por naturales. Aunque en ese momento la Corona estaba representada por Margarita de Saboya, prima de Felipe IV, en realidad era asesorada por castellanos. Si a esto añadimos la exigencia  de Olivares a la nobleza portuguesa de que se uniera a la campaña militar contra los catalanes el conflicto estaba servido y los apoyos al movimiento separatista se generalizaron. No hay que sorprenderse que cuando una de las partes de un tratado lo incumpla, la otra parte se sienta también liberada del mismo. El movimiento separatista fue facilitado por tener un candidato  autóctono al trono a mano en la persona de João de Braganza (después Juan IV), tan rebisnieto de Manuel I de Portugal como Felipe IV. Si tuvo algún reparo en romper su juramento de fidelidad a este, ya se ocupaba su mujer castellana - una Medina Sidonia - que se olvidara de estas minucias. La rebelión tuvo éxito en parte porque los tercios estaban ocupados en luchar contra catalanes y franceses y en Europa Central, y en parte porque los portugueses obtuvieron inmediatamente el entusiástico e interesado apoyo de los ingleses. Pronto el nuevo reino fue reconocido internacionalmente, con excepción del Vaticano que, junto con "España", no asumió la separación hasta el Tratado de Lisboa (1668). En aquel momento Portugal renegó definitivamente de su "españolidad" y, dando la espalda al resto de "España", se consideraba en adelante exclusivamente "portugués". El cambio no fue a la larga muy positivo para el nuevo reino ya que cayó bajo influencia inglesa que a partir de aquel momento dictaba su política exterior. 

Hoy en día están tan acostumbrados a que los Pirineos formen la frontera entre España y Francia (olvidándo por un momento a Andorra) que es fácil pensar que siempre haya sido así, pero nada más lejos de la verdad. La situación actual solamente existe, más o menos, desde la ya mencionada Paz de los Pirineos en 1659. Hasta entonces los Pirineos habían sido simplemente una cordillera montañosa que políticamente no separaba nada de nada. Ambos Navarra y Aragón habian con el tiempo adquirido territorios transpirenaicos importantes que ocupaban una  parte considerable del suroeste galo. La parte transpirenaica de Navarra incluía entre otros los condados de Bearne, con su capital Pau, y Evreux. Aragón por su parte controlaba a finales del siglo XII casi todo el Languedoc. Vemos que durante buena parte de su historia medieval tanto para Navarra como para Aragón el Pirineo fue una cordillera en el interior de su propio territorio, con lo que sus habitantes más que considerarse "españoles" o "galos" se sintieron probablemente "pirenaicos", Con la anexión de la Navarra Alta o cispirenaica por Fernando en 1513, la Navarra Baja o transpirenaica queda como reino   independiente muy implicado con la política francesa, como ya había ocurrido durante las primeras décadas del siglo XIV. Pero ni siquiera la división de Navarra y la anterior pérdida de gran parte del Languedoc por parte de Aragón, convirtió el Pirineo en auténtica línea divisoria. Perversamente la mayoría de los valles pirenaicos son transversales y con el sistema de "jurisdicciones" que existió desde el medieval alto, un valle que penetraba desde el norte en Cisnavarra podía pertenecer a la jurisdicción de un vasallo de los Reyes de (Trans)Navarra y al revés, con lo que el concepto mismo de "frontera" era totalmente ambiguo. Esto cambió parcialmente con la Paz de los Pirineos; Aragón - o Cataluña si queremos - perdió sus últimas posesiones galas; Rosellón y parte de Cerdaña, y el Pirineo se convirtió más o menos en la frontera entre España y Francia. El paso definitivo tardó todavía dos siglos más con la firma en 1868 del Tratado de Bayona, que impuso definitivamente la nueva cartografía cuando se hizo el amojonamiento de la frontera. Este paso simbólico de la separación de dos soberanías, cada una con jurisdicción exclusiva a su lado de la línea divisoria, marca por primera vez el nacimiento de una conciencia nacional. La obsesión de delimitar el territorio por fronteras naturales fue el resultado del creciente absolutismo y, por lo tanto, el  centralismo, de la monarquía francesa a partir de Enrique IV. Es casi divertido como los personajes que, tanto como el que más, han contribuido a la división de un país, cuando alcanzan el poder se convierten rápidamente en los más autoritarios y centralistas. Este es el caso de Enrique IV que como Enrique III de Navarra había liderado durante varias décadas a los hugonotes en las guerras civiles de la segunda parte del siglo XVI, traicionó a sus correligionarios para poder ocupar el trono francés ("Paris bien vale una misa"), incorporó Navarra a Francia contra la oposición de la, mayoritariamente protestante, población, y se convirtió en el primer exponente del centralismo borbónico a ultranza. (Otro tanto le ocurrió a Buonaparte que a principios de la Revolución, y antes de subir escalones en la nueva Francia, estuve a punto de convertirse en jefe militar del nacionalismo corso. O, más actual, a separatistas vascos y catalanes a los que les ha salido el plumero autoritario y dictatorial.) En Francia el camino marcado por Enrique IV fue seguido con gran entusiasmo por sus sucesores Louis XIII (Richelieu) y Louis XIV (Mazarino). 

El siglo XVII español fue un auténtico desastre desde el punto de vista político, militar y social. La calidad física, humana e intelectual de los sucesivos reyes iba de mal a peor a infame gracias a cuatro generaciones sometidas a una cerrada endogamia que rozaba el incesto. Felipe II era hijo de primos hermanos, Felipe III de tío y sobrina carnales, Felipe IV de primos hermanos y el último de los Hapsburgos españoles, Carlos II (un patético deshecho humano) era hijo de tío y sobrina carnales. No es de sorprender entonces que durante todo el siglo el poder ejecutivo cayó en manos de un valido tras otro, más o menos competente, más o menos de buena fe, más o menos ambicioso, pero, desgraciadamente para España, sin la visión política y estratégica para salir del embrollo en que la política imperialista de Carlos V y Felipe II había metido al país. Seguir con esta política con una hacienda ruinosa era una receta estúpida que solamente podía llevar, a la larga, al desastre y  una decadencia anunciada. Solamente hay que mirar el mapa para darse cuenta de la enorme desventaja que llevaba España en todas las interminables guerras del siglo XVII; de todos los contrincantes España fue el único que luchaba sobre líneas exteriores inconexos entre sí. La República de las Siete Provincias (Holanda) luchaba en su patio trasero con líneas de abastecimiento nunca superiores a los 150 Km. Francia luchaba en sus fronteras sin traspasarlas nunca más de algunos centenares de kilómetros, e Inglaterra se limitaba en gran parte a una guerra naval financiada en gran parte por la venta de patentes de corso. En todo el siglo España no solamente fue el único país que luchaba sobre cuatro frentes distintos con enormes distancias entre sí, sino además logró enemistarse con casi todos los demás contrincantes a la vez; desde Francia, Inglaterra y Holanda, hasta Dinamarca y Suecia. Además, España  estaba a la vez envuelto en guerras territoriales y religiosas. Francia, mucho más pragmático, nunca cometió este error y, por mucho que Richelieu y Mazarino eran "Príncipes de la Iglesia", luchaba exclusivamente por razones territoriales, aliándose con católicos o protestantes según sus intereses. Cualquier estadista de verdad se hubiera dado cuenta que antes o después la situación se haría insostenible; los Países Bajos Hapsburgos estaban cogidos en una pinza entre Holanda y Francia; en Alemania, en el mejor de los casos, España no sacaría ningún provecho, y estar enemistado con Inglaterra y Holanda simultáneamente solamente podía tener consecuencias navales funestas. Si a esto añadimos que  España, por habitualmente moroso, no tenía más remedio que concertar los préstamos con que financiaba la guerra a un interés anual  del 15%, lo que agravaba todavía más el estado de bancarrota virtual de su Hacienda - Holanda, con su reputación de amortizar sus préstamos puntualmente, solamente pagaba el 3% - y el menos pintado se hubiera dado cuenta que había que cortar por lo sano. Todavía durante algunas décadas los tercios seguían ganando batallas, pero cada victoria era más pírrica que la anterior. Lo estratégicamente sensato hubiera sido negociar con holandeses  y franceses para la cesión y venta de respectivamente Flandes y Artois. Un negocio redondo para todas las partes, mucho más barato para los compradores que financiar las interminables guerras, y altamente beneficioso para las maltratadas arcas españolas. En el lote francés se hubiera podido incluir también el Franco Condado, auténtica espina en el costado de Francia, y que solamente servía a España para hacer posible el traslado de tropas a pie desde el Milanesado a Alemania y Flandes, una larga caminata de más de 800 Kms. Aquí hay que aclarar que, contrario a la opinión popular, aquellos territorios no formaban parte ni de la Corona de Castilla ni de la de Aragón, sino que fueron  territorios patrimoniales del rey, mientras que la financiación  de su defensa fue casi exclusivamente soportado por los impuestos de los pucheros castellanos. O sea, se desangraba a Castilla para mantener unos territorios ajenos que de todas formas, por indefensibles, si perdieron a la larga. Su venta hubiera amortizado gran parte de la deuda española y hubiera aliviado enormemente la presión fiscal de Castilla con su consiguiente estimulo económico. Además España se hubiera replegado a unas líneas defensivas, en la Península y en Italia, que en extensión no llegaban ni a la mitad de las anteriores, mientras que por otra parte los holandeses y franceses, no teniendo ya un enemigo en común y habiéndose convertido en vecinos, no habían tardado en llegar a las manos.

No se hizo nada de todo esto y, erre que erre, España seguía durante gran parte del siglo XVII la nefasta política "imperial" y "antireformista" que era la herencia dejado por Carlos I  a Felipe II, y por este a sus descendientes. Hasta la década de los cuarenta, España lograba todavía mantenerse a flote, ganando, o por lo menos no perdiendo, buena parte de las batallas, pero en la batalla de Rocroi (1643) unos tercios españoles, hambrientos, mal equipados y peor vestidos, y que no habían cobrado su "soldada" en más de un año, fueron casi aniquilados. Era esta batalla el principio del fin de la “grandeza” de España, rematado por la Paz de los Pirineos, 16 años después, en la cual abdicó de ser primera potencia. Todos los territorios que 30 o 40 años antes se pudieron haber vendido, no solamente se perdieron de todas formas a partir de este momento y durante el medio siglo siguiente - después de que su defensa a ultranza e insensata había hundido el país en la miseria - sino se perdieron también otros, innecesariamente. 

Antes de llegar a la Guerra de Sucesión hubo todavía 3 guerras más con Francia, con la invasión y ocupación de Cataluña por parte de los franceses y toda la destrucción que esta implicaba. Felipe IV en su último testamento había nombrado heredero a su hijo Carlos y si este faltase, a los descendientes de su hermana Margarita, emperatriz de Alemania. Excluyó de forma explícita a los descendientes de su hija Maria Teresa esposa de Luis XIV. ¡ De Borbones, nada! Era claro que Felipe IV - al igual que las potencias europeas - estaba convencido de que el raquítico Carlos no iba a tener descendencia. Carlos heredó el trono cuando sólo contaba 4 años, y solamente 3 años después se firmó un tratado secreto entre Luis XIV y el emperador para el reparto del Imperio español, seguido de otras conspiraciones de este tipo que culminaron en 1698 en otro tratado de reparto y despojo de España. Lo lógico hubiera sido que Carlos II hubiera respetado los deseos de su padre - claro, siendo tan niño a la muerte de este, ni se recordaba de él - pero terminó testando (mejor, fue obligado a hacerlo por su entorno) a favor de Felipe de Anjou, segundo nieto de Luis XIV. La decisión fue más política que dinástica y se decidió que la mejor forma de proteger  la totalidad de la herencia era escoger de entre los pretendientes aquel que mejor pudiera hacerlo. No hay duda que Luis XIV estaba mejor colocado para proteger a los suyos que el emperador. Considerando que durante los dos siglos anteriores Francia había sido el enemigo mortal de España, la idea de que la mejor forma de protegerse fue unirse al peor de los enemigos era de un maquiavelismo francamente exagerado, especialmente considerando la oposición frontal de los componentes de la Corona de Aragón que - especialmente Cataluña - ya habían sufrido en propia carne lo que significaba el centralismo francés. De todas formas, Felipe de Anjou fue declarado rey de España como Felipe V, renunciando a cualquier derecho futuro al trono francés, y aceptado internacionalmente con la excepción de Austria. No obstante, la situación cambió gracias a una de las típicas torpezas del Rey Sol cuando, temiendo quedar sin herederos directos, declaró que Felipe V no podía renunciar a sus posibles derechos sobre la corona francesa. El espectro de una posible unificación de las dos coronas en un solo soberano, con su amenaza para la política de equilibrio europea, cambió la situación internacional y daba lugar a la Guerra de Sucesión (a la Corona de España). La guerra tuvo dos aspectos bien diferenciados; por un lado una típica guerra europea - entre por una parte Austria, Inglaterra, Holanda, Portugal, Saboya y gran parte  de los príncipes alemanes y por la otra Francia y España - y por el otro lado una guerra civil española. La primera estaba provocada por la ancestral rivalidad Borbones -Austria, el equilibrio de poderes, los intereses comerciales y el reparto del "botín" español, la segunda por la lucha entre "filipistas"  y "carlistas" (los partidarios de Felipe V y el Archiduque  Carlos de Austria, el otro pretendiente, respectivamente). Fuera de la península la guerra tuvo resultados muy desfavorables para los intereses franco-españolas, contrario a lo que pasó  dentro de España donde después de 14 años de guerra Felipe V logró afianzarse definitivamente en la corona. Cuando Carlos, que había sido coronado Rey de España, como Carlos III (sic) en 1703 en Viena, heredó en 1711 la Corona Imperial (como Carlos VI) por la muerte de su hermano José I, todo el panorama cambió otra vez. Hasta entonces la alianza contra Francia y España  luchaba para impedir la posibilidad que las coronas de estas se unieran en una sola cabeza, ahora se confrontaban repentinamente con la reunión de los tronos de Austria y España, restaurando de esta forma bajo Carlos VI, el Imperio de Carlos V. A partir de este momento comenzaron las negociaciones para llegar a un tratado de Paz para terminar la guerra europea. En 1713 se firmó el Tratado de Utrecht entre Francia y España de una parte, y el Reino Unido, Holanda, Saboya y Prusia de la otra (Austria solamente lo ratificaba un año después).

Por mucho que Felipe V tuvo que renunciar definitivamente a la posibilidad de heredar la corona francesa - dejando como heredero de esta a un bisnieto de Luis XIV, de precaria salud - tuvo éxito en su propósito de quedarse definitivamente reconocido como rey de España, pero, además de perder Gibraltar y Menorca (temporalmente), perdió todos los territorios en Europa fuera de la península: Países Bajos, Cerdeña, Milanesado, Mantua, etc. que todos pasaron a Austria, Nápoles que estuvo ocupado por Austria (recuperado en 1734 y cedido por Felipe V  a su hijo Carlos - futuro Carlos III - el mayor de sus hijos con Isabel de Farnesio, como reino independiente) y Sicilia a Saboya (después permutado con Austria por Cerdeña, y eventualmente unido a Nápoles por Carlos).  
     
A esto llevaron España tanto matrimonio político y consanguíneo, tanta defensa religioso y territorial, tantas guerras, tantos gastos y tanta miseria.  A partir de Felipe IV habían perdido los siguientes territorios:    
Rosellón y Cerdaña
1659
Milanesado
1713
Artois
1659
Nápoles
1713
Portugal
1668
Cerdeña
1713
Lille
1668
Sicilia
1713
Cambrai
1678
Menorca
1713
Franco Condado
1678
Gibraltar
1713
Países Bajos Austria
1713



Hay que insistir otra vez que Artois, Lille, Cambrai, Franco Condado, el Milanesado y los Países Bajos no fueron nunca territorio español sino territorios dinásticos personales de los Habsburgos. Si estos territorios, que a la larga demostraron ser indefendibles, se hubieron vendidos en su momento al mejor postor, España hubiera evitado gran parte de las guerras en que se vio implicada durante todo el siglo XVI, se hubiera evitado la decadencia del país y, como observador de las luchas de los demás, probablemente se hubiera mantenido como potencia de primer orden.

En España la lucha entre los dos pretendientes había tenido sus altibajos para cada uno, pero al final  la contienda se resolvió, como ya hemos visto, a favor de Felipe. Este que en 1701 había jurado respetar los fueros y privilegios de Aragón y Cataluña, cambió de actitud después de ganar la batalla de Almansa y de la ocupación de Valencia (1707) y abolió totalmente los fueros de Valencia y, de paso, también los de Aragón. El resultado fue que, después de la firma del Tratado de Utrecht y la evacuación del ejército del pretendiente austriaco, Cataluña y Mallorca siguieron la lucha por su

cuenta hasta la toma por asalto de Barcelona  el 11 de septiembre de 1714, y la rendición de Palma de Mallorca (3 de julio de 1715).  Terminada finalmente la guerra de Sucesión se publicó el decreto de "Nueva Planta" (1716) que anulaba gran parte de los fueros catalanes y disolvió el Consejo de los Cientos y la "Generalitat" ,y el sistema de gobierno fue uniformado con el de los demás países españoles o sea, castellanizado. También los Países Vascos cayeron bajo el yugo centralizador aunque menos que la Corona de Aragón. El único territorio cuyos fueros fueron respetados era Navarra. Vemos con la llegada de los Borbones el antiguo sistema político federal (o hasta confederal) de los reinos españoles desapreció y fue sustituido por el absolutismo y el centralismo francés.   

Como parte de esta política centralista hubo una política lingüística de castellanización de los territorios de habla catalán que tuvo gran éxito, especialmente en Valencia, a través del nombramiento de párrocos castellanohablantes. Igual que en Francia los Borbones aplicaban una política de supresión de la Langue d'Oc, en España un rey borbónico empezaba la supresión del catalán. Al propósito de la castellanización de los territorios de habla catalana ayudaba también la fundación de la Real Academia de la Lengua cuya misión era velar por la pureza de la lengua castellana (Durante el siglo XVIII, bajo los Borbones, comienza a extenderse el nombre de España al país, pero a Carlos III todavía se le califica de "Rey de las Españas" (como "dux" de Castilla, León, Aragón, Sicilia, Jerusalén, Navarra, Granada, Toledo,Valencia, Galicia, Mallorca, Sevilla, Cerdeña, Córdoba, Córcega, Murcia, Jaén, Algeciras, Gibraltar etc.) Las viejas costumbres tardaban en morir.

A partir del siglo XVIII  se empezaba a introducir, poco a poco, símbolos destinados a crear una conciencia de unidad nacional. La bandera de tres bandas introducida por Carlos III, (1785) para la Armada española, tanto como la de cinco para la marina mercante estaba basada en la bandera marítima napolitana, que, a igual que la "senya" catalana, era  a su vez descendiente de la bandera aragonesa antigua. La bandera municipal  napolitana todavía sigue demostrando este origen.

Nos podemos plantear la pregunta si imponer  una variación de la bandera de la Corona de Aragón a la Armada fue una compensación consciente por haber impuesto el castellano a los pueblos de habla catalán. Hubiera sido más lógico, y más integrador, combinar la bandera aragonesa y la castellana, aceptando por ésta la bandera de guerra con la cruz de Borgoña, usada ya ocasionalmente desde los tiempos de Alfonso VII, (primer rey de la Casa de Borgoña, como hijo de Raimundo de Borgoña) y después reintroducida por Felipe I (1506) el Hermoso, como signo distintivo de la casa de su madre, María de Borgoña, y posteriormente por Felipe V. Este símbolo se llevó a partir de entonces, de una forma o otra, prácticamente hasta 1931, en que la Segunda República lo abolió. Desde 1971 figura en el guión del Príncipe de Asturias y desde 1975 en el del Rey. La cruz era de color carmesí o morado, indistintamente, sobre un fondo blanco. Combinando las dos banderas el resultado pudiera haber sido la de aquí abajo a la derecha.
Es curioso que una bandera muy similar, con 3 bandas de igual altura, fue usada a partir de 1520 en los Países Bajos por Carlos V.


Todavía pasaron casi 60 años antes de que en 1843, los colores roji-gualdas que habían ido tomando carácter de símbolo liberal, frente a las blancas de las carlistas - se convirtieron definitivamente en bandera nacional de España. 
Aparte de los colores, la bandera tenía en su centro un escudo real circular reducido al cuartelado de Castilla y León (como la de Carlos III,) pero ahora colocado sobre el cruce de una pequeña ¡aspa roja de Borgoña!.

Durante el Gobierno Provisional (1868-1871) se dispuso que en el escudo se sustituyese la corona real por otra mural, que se añadiesen a sus dos lados las columnas de Hércules, y que el cuartelado fuese de Castilla, León, Navarra y Aragón. Después del intervalo del "Sexenio Democrático", volvió la bandera anterior.  En la 2ª República se incorporó una banda morada a la bandera (3 bandas iguales, rojo, gualdo y morado) en honor a los comuneros de Castilla, y, curiosamente, usando el escudo del Gobierno Provisional; la versión lisa, muy usada, nunca fue oficialmente legalizada. Por incorporar el color morado, color muy vinculado a Castilla (poco importe si proviniera de la Cruz de Borgoña o de la bandera comunera) la bandera republicana era en esencia más globalmente español que la bandera real.

La bandera adoptada durante la primera parte (1936-38) de la Guerra Civil  por los "nacionales" fue idéntica a la del Gobierno Provisional del siglo anterior. Como no tenían más que banderas republicanas a mano, tapaban la franja morada con un trapo rojo creando una verdadera curiosidad; ¡una supuesta bandera nacionalista con tres franjas de igual altura y un escudo anti-borbónico / republicano! 

Aparte de los decretos centralizadores de 1707 y 1716 y completados durante todo el siglo XVIII, hubo otras muchas medidas de talante absolutista. Los cortes perdieron por completo el escaso papel que habían desempañado con los Austrias. En las pocas veces que fueron convocados se vieron privados de su principal función: la concesión de tributos y la fiscalización del gasto. Además, con la excepción de Navarra, las convocatorios siempre fueron conjuntos como prueba fehaciente del proceso de centralización. De los consejos solamente el de Castilla (o Real) mantuvo su importancia. Todos los antiguos gobiernos locales desaparecieron y fueron sustituidos por un sistema de intendentes y corregidores. Igualmente importantes fueron las medidas económicas: la apertura del sistema de gremios, la libertad del trabajo, la supresión de las aduanas interiores y la protección de la industria del textil, entre otras. Vemos que muchas de estas incipientes medidas liberales iban combinadas con otras proteccionistas.

            Uno de los principales resultados del absolutismo de los reinos europeos fue la relegación del poder político de la aristocracia y el ascenso económico de la burguesía. No es sorprendente que esta misma burguesía con el tiempo  buscaba no solamente el poder político sino también la hegemonía social. En esencia todas las grandes revoluciones de los  últimos cuatro siglos han sido promovidas, provocadas y ejecutadas por la burguesía usando a la plebe como mero carne de cañón. La revolución cromweliana tuvo como objetivo la instalación de una republica parlamentaria por parte de la burguesía protestante disidente y termino como dictadura militar "puritana".La revolución americana no era tanto una guerra de liberación contra la opresión real con sus impuestos arbitrarios, como  un intento de la burguesía colonial de emanciparse del control del parlamento ingles y ocupar el poder, un intento que por cierto solamente prospero gracias a la ayuda de dos monarquías absolutistas, Francia y

España. Por otra parte la revolución francesa fue un intento de la burguesía supuestamente  "ilustrada" a hacerse con el poder y al mismo tiempo desplazar la aristocracia como grupo social dominante, y en el siglo XX, las revoluciones comunista, fascista y nacionalsocialista fueran, a su vez, respuestas de las clases medias bajas nacionalistas, rencorosas y racistas, a estados mas o menos liberales.

Grosso modo, podemos decir que todas estas revoluciones usaban como autenticas cortinas de humo eslóganes basados en la "libertad, igualdad y fraternidad", conceptos ilustrados que los motores verdaderos de los movimientos revolucionarios no tenían la más remota intención de respetar.
Como ya hemos visto la revolución cromweliana termino con la instalación de una dictadura militar puritana, y la Restauración monárquica, después de la muerte del Protector Oliver, fue recibido con gran jubilo y alivio por la inmensa mayoría de los ingleses. Los primeros verdaderos avances democráticos ocurrieron en 1689 con la Declaración de los derechos de los ingleses - en plena Restauración - que inauguro la democracia parlamentaria  -la famosa Carta Magna de 1215 no fue, originalmente, un documento que garantizaba las libertades, sino la introducción del feudalismo puro y duro contra el centralismo primitivo de Guillermo el Conquistador y sus descendientes - limitada todavía a un sistema aristocrático / burgués  De forma parecida, la revolución norteamericana  llevo al poder a los grandes terratenientes y a la burguesía urbana muy enriquecida gracias a la guerra. Históricamente, las brutalidades cometidas contra aquellos colonos legitimistas que no habían logrado escapar a Canadá y las Bahamas, y que fueron torturados, fusilados y expoliados de sus bienes - muy comparable con lo que ocurrió 90 años después con los confederados al terminar la Guerra Civil) - han sido silenciadas y siguen siendo una de las paginas mas negras de la historia de los Estados Unidos. Los textos de la Declaración de Independencia y de la Constitución estadounidense fueron considerados como maravillas democráticas, pero sus conceptos solamente fueron  aplicados poco a poca  a través del siguiente siglo y medio, y no fueron cumplidos en su totalidad hasta la década de los 60 del siglo pasado con la emancipación definitiva de los negros. La revolución francesa traiciono sus ideales y se convirtió en una tiranía "imperial" -más pequeño burgués que burgués - peor que el ancien regime anterior. Su cúpula dominante no tardó mucho en auto-adjudicarse en 12 años más títulos nobiliarios de lo que había hecho la monarquía en 8 siglos. Las revoluciones comunista, fascista y nacional-socialista -también estas ultimas dos eran revoluciones no obstante, de haber escogido  el camino de la manipulación del sistema democrático vigente - son tan recientes que no hace falta decir mucho sobre ellas, aparte de observar que fueron una venganza pequeña burguesa contra la burguesía - que en el siglo XIX se había convertido definitivamente en la clase dominante - una especie de movilidad social revolucionaria. 

Visto esto, se explica la movida historia de los siglos XIX y XX, no solamente en España sino también de Canarias e Hispanoamérica.”    
 



















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