Siéntate
a la puerta de tu casa y verás el
cadáver de tu enemigo pasar.
(Popular)
Eduardo
Pedro García Rodríguez
A partir de los años sesenta del siglo XX, España
planifica la segunda y más efectiva invasión de las Islas Canarias. Al amparo
del señuelo de un supuesto desarrollo económico motivado por la afluencia
masiva de un turismo europeo de masas, con muy bajo poder adquisitivo
calificado como “turismo de alpargatas”
ansioso de playas y Sol, y sobre todo, de alcohol barato que comenzó a
proliferar por nuestras islas. El Estado español descubrió un filón casi
inagotable de divisas de las que tan necesitado estaba para el desarrollo en la
metrópolis de los grandes planes de desarrollo industrial. Comenzó así una
nueva era de explotación de la colonia, con bajos costes (la materia prima es
el Sol y las playas) y fabulosos beneficios, así pues los españoles para
asegurarse la plena explotación de este nuevo El Dorado comenzaron
a planificar el envío masivo de mano de
obra española acaparando éstos no sólo los puestos de trabajo que iban
surgiendo especialmente en los sectores de servicios y la construcción, sino
que además se reservó casi en exclusiva para los españoles los puestos de
trabajo en la administración pública, con especial incidencia en los sectores
de la enseñanza, fuerzas de seguridad, y estamento judicial, situación que se
viene manteniendo hasta nuestros días. Paralelamente, se fueron creando guetos
para alojar a esta masa de inmigrantes y así surgieron núcleos poblaciones como
“Princesa Iballa” “El Cardonal” “Chumberas” “Añaza”, etc., en la isla de
Tenerife, y otros similares en Gran Canaria, al mismo tiempo también en
Tenerife comenzaron a proliferar urbanizaciones cerradas como “Coral Verde”
“Guajara” “Las Cuevas”, Tabaiba, etc., que la voz popular comenzó a calificar
como reductos Nazis incrustados en nuestras islas. En esta última, los
ciudadanos aún no encontramos explicación de que fue lo que motivó al promotor
( se dice que era norteamricano) a construir la urbanización en una zona de
acantilados de dificilísimo acceso donde las construcciones tienen que ser
escalonadas y con unas playas poco aptas para el baño y mucho menos nos
explicamos como se permitió que dicha urbanización fuese un recinto totalmente
cerrado impidiendo el acceso tanto al interior de la urbanización como a la
costa al resto de los ciudadanos y mucho menos nos explicamos como se permitió que
este promotor pusiese barreras móviles a la entrada de la vía de acceso a la
zona dotada de garita y con una guardia privada uniformada y armada de fusiles y pistolas, la cual además
estaba dotada de unas motocicletas de gran cilindrada que eran la envidia de
los guindillas (policía local) de la época.
A cambio de las tan deseadas divisas, la
administración española permitió –y continúa permitiendo- la destrucción
inmisericorde de nuestro territorio con un total desprecio a nuestro medio
ambiente y a nuestros yacimientos arqueológicos y centros cultuales habiéndose
perdido irremisiblemente importantísimas estaciones de grabados rupestres que
eran patrimonio cultural no sólo de los canarios, sino del resto de la
humanidad.
El cúmulo de estos despropósitos llegó a alcanzar tal
magnitud, que en determinados momentos de este proceso destructor, cualquier
persona canario o extranjero que tuviese o adquiriese un trozo de terreno podía
impunemente trazar con un poco de cal, unas líneas sobre el mismo a las que llamaban
calles y a continuación comenzaban a vender parcelas, a partir de ese momento
el lugar tomaba pomposos nombres como: “Urbanización Brisas de Neptuno”; “Costa
de Ensueño”; “Paraíso” y otras sandeces similares.
¿Pero que es realmente este ente político denominado
España, y que durante más de quinientos años, ha venido explotando nuestra
Nación Canaria y disponiendo a su libre albedrío de nuestra tierra, nuestras
haciendas y nuestras vidas?. Veamos una breve síntesis de la historia de ese
país, ello nos puede proporcionar las claves de ciertas actitudes mantenidas
por los colonizadores y además nos puede ayudar a entender la idiosincrasia
tras la cual se oculta las ansias imperialistas de esa sociedad espiritualmente
huérfana, que como revancha de esa orfandad se ha convertido en destructora de
civilizaciones y culturas. Por ello cabe preguntarse: ¿España es una
entelequia? “Habrá que analizar la pregunta en sus dos vertientes; entelequia
en su sentido literal de "algo que tiende por sí mismo a su propio
fin" o en su sentido irónico de "algo irreal". Han habido a
través de la Historia
de España - y sigue habiéndolos- muchos movimientos centrífugos dedicados a
convertir en realidad el sentido literal del concepto y, por otro lado, muchos
pensadores españoles han usado el sentido irónico del mismo para negar la
existencia de España como un sentimiento arraigado en la conciencia del pueblo
y, por lo tanto, como algo arbitrariamente impuesto, planteamiento éste último
que compartimos.
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Los primeros pueblos que aparecen en la historia de la Península Ibérica
fueron los iberos, que, en sucesivas oleadas, entraron desde África a partir
del Paleolítico Superior hasta la
Edad de Bronce, extendiéndose al principio por el Levante
hasta el Noreste, terminando en el Sur de Francia, y, mucho más lento hacia el
interior y el Norte de la Península. Considerando que esta migración ocupó
un periodo de más de cinco mil años, no es sorprendente que desde tartesios/turdetanos,
en el Sur hasta airenosios en el sur de Francia, se han contado no menos
de 20 pueblos /tribus iberos diferentes. Una de las muchas ironías de la Historia de España -
seguramente muy molesta para el Honorable Pujol, que nunca se ha distinguido
por su sentido del humor - es el hecho de que una de estas tribus, conocida por
"castellanos" se asentó durante muchos siglos en la actual comarca de
Olot (¡de lo más catalán imaginable!).
Aparte de estos pueblos hubo otros 8, asentados en
Asturias, Cantabria, Vascongadas, Navarra y la Rioja, que han sido clasificados como "no
identificados" o sea de origen supuestamente "desconocido". No
obstante me parece lógico considerar estos pueblos tentativamente como iberos,
considerando que una vez llegados al Delta del Ebro, el valle del Ebro no
era solamente la vía de penetración más obvia hacia el Noroeste sino además una
ruta muy atractiva comparada con seguir una costa cada vez más accidentada.
Terminadas las oleadas migratorias iberas, comienzan,
a principios del último milenio a.d.n.e., las indoeuropeas, llevadas a cabo por
pueblos célticos. Estos no vienen del Sur como los iberos sino del Norte,
penetrando a través del Pirineo oriental. Con iberos a ambos lados de su vía de
penetración están forzados a cruzar el Ebro y aprovechan los valles del Duero
y, en posteriores oleadas durante varios siglos, los del Tajo y Guadalquivir
para ocupar todo la parte occidental de la Península. Se han
contado no menos de 16 tribus celtas, desde galaicos en el Noroeste
hasta lusitanos y oretanos en el Sudoeste.
Los
celtíberos ocuparon un extenso territorio situado a ambos lados de la diagonal
Ávila-Soria (más o menos Castilla la
Vieja) No sabemos si se trataba de iberos celtizados o de
celtas iberizados. Poco importa para ser estos tendrían que haber tenido
forzosamente vecinos iberos lo que parece confirmar que los llamados
"pueblos no identificados" al Norte de su región habría que
considerarles como iberos; y por otro lado, si hubieron sido aquellos,
la supuesta teoría de que los iberos no hubieron penetrado ni el Centro ni el
Norte de la Península,
quedaría igualmente desmentida.
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Los primeros iberos que penetraron en la Península no se
encontraron, lógicamente, con un territorio vacío. Hubo ya una población
autóctona de unos 50.000 individuos (una densidad, típica de aquellos tiempos,
de un habitante por cada 10 Km. cuadrados) repartidos entre los valles y
cuencas más protegidas. Esta población tenía probablemente también remotos
orígenes africanos y a través de los milenios fue totalmente absorbida por los
"migrantes" iberos, menos los grupos en Galicia y Asturias de origen
étnico desconocido que mucho más tarde fueron celtizados.
Si añadimos a estas tribus los colonos púnicos
(fenicios y cartaginenses) y griegos, numéricamente no muy importantes, pero sí
desde el punto de vista cultural y comercial, tenemos globalmente la población
que los Romanos encontraron cuando, una vez terminada la segunda Guerra Púnica,
decidieron hacerse definitivamente con la Península. Una
población en su mayoría poco civilizada, divida en multitud de tribus y dura
como la roca. Su dureza y beligerancia queda fácilmente demostrada: mientras
que en su momento Roma tardó poco más que una década en conquistar la Galia
Transalpina
(Francia), en España tardaban casi dos siglos en reducir los últimos reductos
de resistencia con la subyugación de astures y cántabros (19 a.d.n.e.) Es una
de las ironías históricas que antes de la ocupación de Hispania por parte de
los romanos, los iberos casi lograron destruir a la República Romana.
No hay que olvidar que cuando Aníbal cruzó los Alpes en 218 a.d.n.e., al mando
de un ejercito de 60.000 hombres, el 90% de esta tropa fueron infantes iberos.
Durante 16 años arrasaron la
Italia meridional, expulsando a los pequeños campesinos
independientes (la verdadera columna dorsal de la República) de sus, hasta
entonces, fértiles tierras y sembrando así la semilla del futuro ocaso de Roma.
Una vez derrotado y expulsado Aníbal, estas tierras se
convirtieron en latifundios y, para trabajarlas, sus nuevos propietarios
empezaron la importación masiva de esclavos. A la larga, este cambio social
convirtió Roma de una república democrática en una autoritaria e "imperial",
y, con el tiempo, el Mediodía en la región más pobre y atrasada de Italia.
En la
Hispania prerromana, con tantos pueblos y tribus, sus
habitantes tienen que haber hablado una multitud de lenguas y dialectos,
pertenecientes, probablemente, a 3 o 4 familias lingüísticas.
Como ocurre siempre en estas situaciones - para poder
mantener un mínimo nivel de comunicación entre tantas gentes - una de estas
lenguas, sin duda una lengua ibera, se habrá convertido en lengua franca. Es
curioso, que hace ya décadas se lograron hacer traducciones de inscripciones
ibéricas usando raíces vascas. Hasta entonces existía la convicción que el
vasco (euskara) fue un idioma caucásico no indoeuropeo - o sea aglutinante y no
flexionado - pero a partir de las traducciones mencionadas, se desarrolló una
teoría nueva según la cual, supuestamente, el vasco fue una síntesis entre una
sintaxis (estructura) caucásico y una morfología (léxico) ibero. Posteriores
investigaciones parecen desmentir esta teoría y, muy al contrario, han demostrado
un origen común entre el vasco, el bereber y el guanche. Y recientemente, los
profesores Alonso García y Arnaiz Villena han extendido este origen lejano
compartido al egipcio antiguo. Todo esto tiene una cierta lógica si tomamos en
cuenta la dispersión de la población del Norte de África en los milenios
posteriores al cambio climatológico al terminar el último periodo glaciar. Si
estas teorías demuestran ser verdaderas, no solamente quedaría demostrado que
el vasco es una lengua ibero (o bereber), pero también quedaría desmentida la
curiosa mítica según la cual los vascos son un pueblo misterioso y de origen
desconocido que supuestamente se hubiera instalada primero al Noroeste del
Pirineo para pasar después a la Península Ibérica, y que además no tuvieron nada
en común con los pueblos lindantes, ni al Norte, Sur, Este y Oeste. Muy al
contrario, demostraría que los vascos son un pueblo ibero que remontó en
tiempos remotos el valle del Ebro, instalándose en su territorio actual y
penetrando en "Francia", igual que otros pueblos iberos hicieron al
otro extremo del Pirineo. En este caso la supervivencia de su idioma se debería
a su feroz resistencia a la romanización, y los abertzales, en vez de
considerarse como "no-españoles", debieron proclamarse como más
auténticamente español (o por lo menos Ibero) que nadie.
La época romana en Hispania duró, según los
territorios, entre 4 y 6 siglos, y nunca fue total ya que Asturias, Cantabria y
las Vascongadas en la práctica no formaban parte de la provincia (colonia, en
su aceptación moderna) sino fueron más bien protectorados (¡dominados pero no
ocupados!).Para mantener estos tres territorios a raya, Roma aplicó su vieja
estratagema de reclutar forzosamente la flor y nata de los jóvenes guerreros de
aquellos para las tropas auxiliares de sus legiones, y destinarles a partes
lejanas del Imperio. (Para ilustrar esta política podemos tomar como ejemplo la Britania en tiempos de la
rebelión de los Ícenos bajo su Reina Boadicea (61 d.n.e.); entre los tropas
auxiliares (auxilias) que sirvieron con las cuatro legiones por entonces
destinadas en Inglaterra, encontramos las siguientes cohortes hispanas:
1ºAsturiano, 2ºAsturiano, 1ºVettoniano, 1ºVerdulli, 1ºCeltibérico, 3ºBracarii y
2ºVascones). En este largo periodo, la romanización- apoyado por cuatro siglos
de paz y el sistema de vías romanas que llegó a tener una extensión de casi
12.000 Km- se impuso por casi toda la península menos en las vascongadas, que
por su resistencia a ultranza, ni siquiera se cristianizaron hasta finales de
la época visigoda posterior. El latín empezó por desplazar
la
lengua franca existente y terminó por imponerse y eliminar casi todas las
lenguas existentes en la península hasta tal punto que no ha quedado rastro de
ellas. Ya que la inmensa mayoría de la población solamente tuvo contacto con
soldados y comerciantes (éstos en general ni siquiera de origen romano) se
divulgó el latín en su variante más vulgar e inculta, como también ocurrió en
la misma Italia después de la caída del Imperio.
Una de las fantasías más curiosas sobre el periodo
romano es la supuesta influencia política y cultural de los hispanos
(hispanorromanos) en el Imperio; como prueba se mencionan emperadores desde
Trajano a Teodosio y escritores desde Séneca a Pomponio Mela. No solamente
esto, además se usan hasta gentilicios modernos como: bilbaíno, riojano,
gaditano, andaluz, valenciano etc.
No se trata solamente de una fantasía sino, mucho
peor, de un auténtico timo histórico. La verdad es que todos los personajes en
cuestión fueron hijos de padres romanos (del orden senatorial o ecuestre) y
habían nacido en Hispania por puro azar y gracias al hecho de que sus padres
estuvieron destinados allí como parte de su carrera militar o administrativa.
Esta, y no otra, es la razón porque todos estos supuestos "hispanos"
fueron educados desde la más temprana edad en Roma. Es verdad que todos
ocasionalmente fueron llamados "hispanos", pero no en un sentido
étnico sino con el mismo sentido de descalificación en que ahora usamos
"provinciano" o "paleto". De hispanos nada, sino romanos de
la más pura cepa.
Hay dos hechos importantes a destacar como resultado
de la romanización. El primero, la estancia de cuatro legiones en Hispania,
con, originalmente, el fin de mantener la provincia subyugada y, más tarde,
defenderla contra posibles invasores. Por una parte, estos legionarios,
terminado su enrolamiento después de 20 años de servicio, optaron por quedarse
en Hispania - en Roma solamente les esperaba la indigencia - aceptando la
concesión de una extensión de tierras en las nuevas colonias (ciudades de
Derecho Romano), añadiendo de esta forma un otro ingrediente a la mezcla étnica
de la península. Como la legión romana consistía de 5.600 hombres, podemos
calcular que durante los 4 siglos que estas legiones fueron verdaderamente
romanas - a partir del siglo III se llenaron poco a poco de hispanos localmente
reclutados - se instalaron más de 400.000 veteranos romanos en el país
(4x5600x5x4). Por otra parte, el largo periodo de paz y la presencia de las
legiones convirtieron los antaño feroces guerreros hispánicos en mansos
agricultores y ganaderos, lo que a la larga - las legiones fueron replegadas a la Metrópoli a finales del
siglo IV- dejando Hispania inerme e indefensa frente a las tribus bárbaras que
la invadieron a principios del siglo V.
El segundo hecho importante fue la cristianización. No
fue muy importante hasta principios del siglo IV, como en ninguna parte del
Imperio. En el año 300 d.n.e., el número de cristianos en todo el Imperio no
fue superior a unos pocos millones de entre una población de más o menos 50
millones (una quinta parte de la población mundial de entonces), y divididos en
más de 200 sectas diferentes. Extrapolando estas cifras habrá que concluir que
en Hispania no hubo probablemente más de 100 mil cristianos en una población de
5,5 millones. Por mucho que se ha pretendido que la Iglesia cristiana ya
estuvo organizada en los primeros dos siglos y medio del cristianismo, la
verdad es bien diferente; el cristianismo en aquellos tiempos no fue tanto una
iglesia como un movimiento religioso difuso con muchas diferencias de credo y
dogma entre las múltiples sectas. La
Iglesia católica también propagó el bulo de la cronología
papal, empezando la lista con Pedro como obispo de Roma y primer Papa de la
iglesia. El problema en crear este tipo de cosas a posteriori consiste en la
inconsistencia de sus argumentos: por una parte, el termino "obispo"
en sentido eclesiástico (la voz viene del Griego y significa superintendente)
no fue usado hasta más o menos la mitad del siglo II, y por otra parte la
palabra "papa" fue usado hasta el siglo VI como apelativo cariñoso
para todos los obispos y solamente a partir de este siglo se empezaba a aplicar
paulatinamente como título exclusivo al obispo de Roma dándole de esta forma su
preeminencia como Jefe Supremo (espiritual) del Cristianismo. El primer Papa en
el sentido actual del término fue probablemente (San) Dámaso I (366-384),
hispano por cierto. Esta opinión podemos basarla en los siguientes hechos:
impuso el latín como lengua litúrgica de la Iglesia, logró la primacía eclesiástica de Roma
por encima de Constantinopla, aplicó por primera vez el término "sede
apostólica" a Roma, y publicó la Vulgata. Vemos que solamente a partir de Dámaso
I, la secta de Roma se convierte verdaderamente en Iglesia Católica Apostólica
Romana. Compárese la situación de su antecesor como obispo de Roma (el supuesto
antipapa) Félix II (355-365), que coincidió
con el emperador arriano Constancio II y después con Juliano el Apóstata
abiertamente anticristiano y mitríano . Dámaso tuve la suerte que los
emperadores Joviano y Valentiniano I fueron cristianos muy ortodoxos. De todas
formas la Iglesia
Católica debe su existencia a la supuesta conversión de
Constantino I (el Grande), cuando este (con su co-emperador Licinio Liciniano)
proclamó en 313 el Edicto de Milano, ordenando la tolerancia del cristianismo
en el Imperio. En este momento de entre los centenares de religiones que había,
destacaron principalmente dos: el Mitraísmo y Sol Invictus, dos religiones
henoteístas solares, que además de aceptar otros dioses menores creyeron en un
Dios Superior invisible (Summum Deus). El Mitraísmo era por mucho la religión
mayoritaria entre los legionarios y la burocracia del Imperio. El Edicto de
Milano fue mucho más de lo que parecía a primera vista. Si Constantino
simplemente hubiera pretendido poner definitivamente fin a la persecución de
los cristianos (más fuerte en los últimos años de Diocleciano que nunca antes)
una simple orden administrativa hubiera bastado, y, como consecuencia, el
edicto fue interpretado como una auténtica presentación en sociedad, como una
señal que el cristianismo o por lo menos su secta romana contaba con el favor
del Emperador. A partir de ahí los patricios, los militares, los burócratas,
los mitraínos en general, entraban en la Iglesia a mansalva.
Como el mitraísmo era un ramal del zoroastrismo,y este
y el judaísmo se habían mutuamente influenciado durante el exilio judío en
Babilonia, y como el cristianismo era a su vez un ramal del judaísmo, no era
muy sorprendente el parecido, en muchos aspectos, entre el mitraísmo y el
cristianismo. Compartieron conceptos como la humildad, el amor fraternal, el
bautismo, la comunión, el uso del agua bendita, la adoración de los pastores en
el nacimiento de Mitras y de Jesús, la inmortalidad del alma, el juicio final y
la resurrección. El mitraísmo difería del cristianismo en la exclusión de las
mujeres de sus ceremonias y en su disposición a transigir con el politeísmo.
Sus numerosas similitudes, sin embargo, facilitaron la conversión de sus
seguidores a la doctrina cristiana. Es un decir, porque no está muy claro quien
convirtió a quien, tampoco está muy claro si el cristianismo absorbió el
mitraísmo o si este "parasitó" aquel. El resultado fue una fusión y
la creación de una nueva religión sincrética que mantuvo el apelativo de
cristiano pero que poco tenía en común con el cristianismo primitivo. De una
religión, supuestamente, de pobres, esclavos y mujeres, de una religión
supuestamente perseguida, se convirtió en una religión penetrada por la alta
sociedad romana y por los militares, esclavista y abiertamente misógina, y,
cuando el emperador Teodosio I prohibió todas las demás religiones y convirtió
el catolicismo en religión de Estado, en religión perseguidora, militante,
violenta y totalitaria. Tal fue la influencia del mitraísmo que por ejemplo
toda la indumentaria del catolicismo fue copiada de aquel (incluyendo la
"mitra"), que los símbolos del cristianismo que hasta entonces habían
sido la imagen del "Buen Pastor" (un adolescente con un cordero sobre
los hombros) y el Pez desaparecieron, poco a poco, en favor del crucifijo y que
la fecha del nacimiento de Cristo se cambió al día del solsticio de invierno ( en
nuestro calendario actual el 25 de Diciembre) para coincidir con el nacimiento
del Díos Mitra. Tal fue la influencia del Imperio que la organización actual de
la Iglesia
refleja a la perfección -por lo menos en su nomenclatura -la reforma
administrativa del Imperio hecho por Diocleciano (sic!) con términos como
provincia, diócesis, convento, vicario etc. Hubo tantos y tantos cambios en el
"cristianismo" que desde luego ni Pablo, que lo parió, lo hubiera
reconocido. Bien es verdad que el primitivo cristianismo, más que así, debería
haberse llamado "Paulismo", ya qué - igual cómo le ocurrió a Carlos
Marx con el marxismo- Cristo probablemente se hubiera proclamado como el primer
no-cristiano.
El lector puede preguntarse lo que todo esto tiene que
ver con España como concepto. Pero sí tiene que ver, porque las consecuencias
de esta revolución (o ¿contrarrevolución?) Religiosa tuvieron una influencia
decisiva sobre la historia de la
Península en los mil años siguientes. No hay duda que el
nuevo sincretismo católico del siglo IV ya estaba sembrando las semillas que
siglos más tarde llevó primeramente al cisma oriental (diferencias dogmáticas
aparte, una tardía venganza griega contra Roma) y después a la reforma
protestante (parcialmente un movimiento para volver a un cristianismo más
sencillo y humilde, y, en el caso del calvinismo, una vuelta a los origines más
judaicos del cristianismo y un dios vengativo y justiciero). Pero en el mismo
siglo IV la resistencia a la Roma
católica surgió por doquier. Roma tuvo que enfrentarse a un considerable número
de supuestas "herejías" y digo supuestas porqué todas consideraban
herejías a todas las demás y en especial a la Iglesia
católica (ya sabemos que el ganador tiene siempre la última palabra y termina
por re-escribir la historia a su gusto) grosso modo, aparte del catolicismo,
hubo tres grandes movimientos (cada una dividido en varios submovimientos)
según la posición que atribuían a Jesús; desde los que consideraban a Jesús
solamente Dios (hecho pero no creado por Dios Padre), a los que le consideraban
un Dios (o ¿semidiós?) De segundo orden (creado por Dios padre) y, por último
los que solamente le consideraban humano (el hijo del Hombre). Las únicas de
estas "herejías" que nos interesan desde el punto de vista español
son el priscilianismo y el arrianismo. El primero fue un movimiento ascético
que, muy laudable, buscaba una vuelta al cristianismo primitivo y a la
imitación total de Cristo. Prisciliano fue condenado a muerte por un tribunal
civil (!) En el año 385, y fue la primera, pero no la última, víctima del
"brazo secular al servicio de la Iglesia". Mucho más importante fue el
arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo, heredero directo de muchas
sectas similares de siglos anteriores como el donatismo. Esto había manifestado
su rechazo al dios hijo con toda crudeza:" si Jesús fuese Dios todo su
calvario, su sufrimiento en la
Cruz, su muerte y su Resurrección, hubiera sido un auténtico
timo, ya que por mucho que Dios hubiera asumida una apariencia humana no hubiera
podido perder su propia esencia de inmortal, indivisible y todopoderoso".
A Jesús lo consideraban el más importante de los hombres, inspirado por Dios,
el hijo del Hombre, hijo de Dios como todos los seres humanos; pero no el Dios
Hijo. Vemos entonces que, como el donatismo, el arrianismo fue un movimiento
cristiano auténticamente monoteísta, y como tal rechazaba el catolicismo como
una herejía pagana (!). Mientras que el donatismo seguía siendo la corriente
cristiana mayoritaria en el Norte de África, el arrianismo había convertido al
cristianismo a las tribus bárbaras, que empezaban a invadir el Imperio desde el
Norte. Es curioso que gran parte de la conversión de los bárbaros fue el
resultado del trabajo evangelizador de las llamadas herejías; el arrianismo en
el Norte, los monofisitas en Oriente Medio, los Nestorianos en Asia Central y la Iglesia Gaélica
(Irlanda) en Occidente.
La importancia del arrianismo para la Historia de España reside
en el hecho de que todas las tribus invasoras a partir del principio del siglo
V profesaban esta corriente cristiana. Los suevos se instalaron en España en su
Reino Gallego y alternaron entre abrazar el catolicismo y abjurarlo, pero los
alanos y especialmente los vándalos terminaron, después de una estancia relativamente
corta en la península, por pasar el estrecho de Gibraltar y crear en el actual
Magreb un Imperio que perduró hasta mitades del siglo VI. Como el Norte de
África ya era por entonces sólidamente "donatista", la llegada de los
vándalos arrianos (tan monoteístas como aquellos y con un credo diferente
solamente en el nombre) creó en estas tierras el único estado cristiano
monoteísta de la
Historia. El emperador de Oriente, Justiniano, puso alrededor
de 530 en práctica su viejo sueño de reunificar el viejo Imperio romano, y
ocupó el Norte de África derrotando al Reino Vándalo. La ocupación bizantina
del Magreb tuvo el mismo resultado que en Siria, la persecución religiosa de
las "herejías". En Siria la del monofisismo ("naturaleza única"; para sus
partidarios Cristo solamente tuvo naturaleza divina, por lo tanto una creencia
exactamente opuesta a la del arrianismo), en el Norte de África la del
arrianismo. Como es lógico, las dos "Iglesias" se convirtieron en
subterráneas, escondiéndose del "nuevo imperio". Cuando un siglo
después surgió desde el interior de Arabia una nueva religión rabiosamente
monoteísta los arrianos y monofisitas, hartos de la persecución por parte de la Iglesia Católica
y del Imperio, se convirtieron en masa al Islam. ( los arrianos casi en su
totalidad - el arrianismo desapareció como por arte de magia - los monofisitas
en su mayoría-el monofisismo sigue teniendo buena salud, y entre coptos,
jacobitos, sirios ortodoxos y armenios, cuenta con unos 50 millones de
creyentes). El increíble y rapidísimo éxito del Islam a partir de la muerte de
Mahoma (632) no tenía ningún secreto, no fue por sus dotes de persuasión o por
una imposición a la fuerza (el Corán prohibe explícitamente la conversión
forzosa de la gente del Libro, judíos, cristianos, zoroastristas e hindúes),
sino fue el resultado de una conversión voluntaria y espontánea, resultado
directo del sectarismo totalitario de la Iglesia católica, del Concilio de Nicea (325),
del de Constantinopla (381) y del de Calcedonia (451).
En
conjunto hicieron posible que la cristiandad se dividiese en dos partes
irreconciliables y que se convirtió al Islam hasta la cuna misma del
cristianismo y los territorios más cristianos de los primeros 3 siglos de su
historia.
En resumen, antes de finales del siglo VII, el Norte
de África ya era musulmán hasta las cejas y dispuesta a saltar el estrecho a la
menor oportunidad.
Al otro lado del estrecho, entre tanto, los visigodos
que habían sometido la
Península Ibérica en 469, como parte de un reino que tuvo su
núcleo en el sur de Francia, fueron forzados a abandonar estas tierras (menos
el territorio de Septimania) por los francos en 510 y a partir de este momento
establecieron el reino visigodo hispano. La historia de este reino es de sobra
conocida (o, mejor dicho, hay todavía generaciones que se conocen los nombres
de todos sus reyes al dedillo), y aquí solamente quiero hacer hincapié en
algunos hechos que tuvieron, a la larga, una influencia decisiva sobre
acontecimientos futuros. Por un lado los visigodos eran entre todas las tribus
bárbaras los más civilizados o romanizados - por su largo contacto con Roma- y,
por lo tanto, cuando ocuparon Hispania no hubo ningún choque cultural y se
asimilaron culturalmente con gran rapidez, y, por otro lado, introdujeron
elementos totalmente novedosos: la monarquía electiva y el arrianismo. Aquella
es un sistema ya conflictivo por esencia, pero la antigua tradición germánica
que un hombre calvo, o mejor dicho sin pelo (una auténtica obsesión
"Sansoniana"), no puede ser guerrero y menos rey, lo debilitó todavía
más, ya que para deshacerse de un rey o de un competidor, muchas veces no hacia
ni falta matarle, afeitarle la cabeza bastaba. Los 250.000 visigodos formaban
escasamente un 6% de la población total de casi 4 millones ( la península
ibérica había perdido un tercio de su población desde el siglo III) y
funcionaban como una auténtica casta militar dominante sustituyendo a las
legiones romanas y los grandes terratenientes de la época hispanorromana,
formando ya entonces una sociedad prefeudal. El arrianismo de los invasores,
por otra parte, imposibilitó la fusión étnica por impedimentos religiosos a
ambos lados. Durante gran parte de su existencia este reino visigodo estuvo en
guerra, tanto contra enemigos exteriores como interiores.
Guerras con los francos, los bizantinos (que a mitades
del siglo VI ocuparon gran parte del sur y se quedaron casi 70 años), los
astures y los vascones, el reino suevo en Galicia y rebeliones hispanorromanas
en las costas mediterráneas. Como tanto las invasiones exteriores como las
rebeliones interiores se justificaron en parte por razones religiosas -
catolicismo versus arrianismo - Recaredo cortó por lo sano convirtiéndose al
catolicismo e imponiéndolo a sus seguidores (589) Se terminaron las invasiones
extranjeras pero la paz fue regularmente turbada por brotes proarrianos y por
la lucha por el poder real. Suíntila fue el primer monarca que reinó sobre toda
la península, y también el primero que recibió el mando "por la gracia de
Dios", mientras su sucesor Sisenando (¡que le echó del trono!) Fue ungido
como un "cristo" (Mesías) y se le declaró "sagrado", como a
todos sus sucesores.
No obstante, esto no cambió que con gran regularidad
se trataba de echar al rey "sagrado" mediante la intriga, el
asesinato o la tonsura. Si la historia visigoda se significó en gran parte por
las divisiones y rencillas de sus jefes, no es de sorprender que el fin del
reino visigodo hispano ocurrió por culpa de ellas. La muerte de Vitiza (710),
una guerra civil por la sucesión, una petición de ayuda a los beréberes por
parte de los hijos de Vitiza, la invasión de unos 20.000 norteafricanos, la
batalla de Guadalete (711) en donde éstos derrotaron al ejército visigodo del
Rey Rodrigo (debidamente "ungido") gracias a la traición en plena
batalla de parte de sus hombres que estaban a favor de la familia de Vitiza, y,
después de exactamente 200 años de existencia, el reino visigodo sucumbió
trágicamente en cuestión de horas.
Antes de continuar con la era islámica, valdrá la pena
reflexionar si hasta este momento hubo el más mínimo sentido de identidad
hispánica. En la época prerromana, con su sistema tribal localista, los
habitantes ni siquiera sabían que vivían en una península. Esto puede
parecernos ahora sorprendente cuando los niños de 7 u 8 años lo saben ya
gracias a la enseñanza y la existencia de mapas, pero las tribus primitivas,
hasta en sus tiempos migratorios, no conocían los límites geográficos de la
tierra que pisaban. Todo esto cambió en tiempos romanos que, gracias a sus
cartógrafos, si sabían a final de la conquista la configuración más o menos
exacta de su nuevo territorio. Al final de la época romana, por mucho que los
habitantes fueron conocidos en el imperio como hispani, ellos mismos se
consideraban probablemente en primer lugar gallaescos, tarraconenses, cartaginenses, lusitanos o baeticos (según
las divisiones de Diocleciano) y en segundo lugar como romanos. Los visigodos
mantuvieron la administración romana (incluido la división territorial) y su sistema
jurídico para sus nuevos súbditos, instalando al mismo tiempo un sistema
paralelo con sus propios códigos visigodos para su gente y sus propios obispos
arrianos. Con la conversión de Recaredo, estos se incorporaron a la Iglesia católica, pero no
hubo otros cambios. Había que esperar casi 70 años (654) hasta que Recesvinto
promulgó su Código que fusionó los dos sistemas jurídicos, consumando
finalmente la unión entre los dos pueblos. Igual que en la época romana
anterior, tampoco en el reino visigodo encontramos una conciencia de
"hispanidad". No solamente por que el reino ni siquiera fuese
exclusivamente peninsular ya que incluía también el territorio de Septimania al
Norte del Pirineo, sino por la división de la población en conquistadores y
conquistados. Aquellos se consideraban por encima de todo, visigodos, y éstos
no se consideraban ya romanos sino católicos (romanos), habiéndose convertido la Iglesia en auténtico
espectro del Imperio.
La ocupación de toda la península por parte de los
mazigios tardó unos 3 años, siendo paradójicamente Granada, la última ciudad en
rendirse. La conquista fue facilitada por la conversión espontáneá de muchos
visigodos que no se habían olvidado de sus creencias arrianas anteriores, por
los vitizanos que, cuando se dieron cuenta que sus supuestos aliados
pretendieron quedarse, se contentaban, sin todavía cambiar de religión, con
ocupar altos cargos en el nuevo estado musulman (un hijo de Vitizano acepto el
título de " conde de todos los cristianos") y por el hecho de que al
pueblo hispanorromano le importaba un bledo a qué amo pagaba tributos mientras
que éste no interfiriese con su religión. Los nuevos amos tenían todavía
más razones que los visigodos de mantener la administración del estado que
encontraron ya que mientras éstos al
menos numeraban 250.000 personas, aquellos no llegaban ni a los 50.000. No
solamente eran pocos, sino además estaban desde el principio tan divididos como
lo hubieron estado los visigodos en sus peores tiempos. Las rivalidades y odios
ancestrales entre mazigios (beréberes), árabes, sirios, medinenses, quelbíes y
qaisíes, fue tal que una mínima resistencia organizada por parte de la
población hubiera terminado con la conquista con la misma celeridad con que
había ocurrido. La total ausencia de tal resistencia demostraba de sobra que no
existía el más mínimo sentido de identidad nacional.
La historia de la reconquista es demasiado conocida
para elaborar sobre ella, pero en relación con el tenor de este ensayo vale la
pena hacer algunas observaciones. Mientras que los moros (que no es un término
denigratorio como se pretende hoy en día, sino un simple apelativo derivado de
"mauro", habitante de Mauritania, el nombre romano para el territorio
actualmente conocido como el Magreb) - un término más adecuado para los
musulmanes ibéricos que árabes ya que éstos formaban solamente una pequeña
minoría- ocupaban la verdadera Hispania romana/visigoda, el pequeño grupo de
cristianos visigodos que lograron mantener una precaria independencia y a
partir de ahí empezar, poco a poco, la "reconquista", lo hicieron
desde los territorios más salvajes de la península nunca romanizados, y
solamente cristianizados en tiempos muy recientes. Esta diferencia cultural
tuvo consecuencias importantes sobre la larga lucha entre las dos partes.
Los invasores que en su inmensa mayoría fueron
mazigios (beréberes) y parcialmente descendientes de vándalos y suevos, tenían
mucho en común con los peninsulares. Sus antecedentes romanos también se
remontaron a la segunda guerra púnica, también habían sido cristianos hasta
hacía poco y como parte de Andalucía, también Mauritania había estado ocupada
por Bizancio durante casi un siglo. No es sorprendente entonces que sus
culturas fueron casi idénticas. Durante los últimos siglos del Imperio la
cultura hispana rivalizaba con la de Roma misma y a partir de la caída de esta
la superaba ampliamente gracias a que los Visigodos fueron una tribu
infinitamente más romanizada que los bárbaros que invadieron Roma [el rey
Sisebuto (612-621) era uno de los hombres más cultos de su época, cuyos
escritos en latín tenían una calidad muy superior a lo que entonces era la
norma en Roma]. Los invasores se encontraban por lo tanto como Pedro en su
casa. La posteriormente tan alabada (y con razón) cultura hispanoárabe (mejor
hispano islámica) tuvo sus origines en la cultura hispanorromana compartida por
los conquistados y la mayoría de los conquistadores. A este sustrato cultural
no solamente se añadieron a partir de Abderrahmán y sus seguidores ingredientes
persas, sino además creó a partir de allí su propio desarrollo de la cultura
grecorromana. El Islam facilitó este desarrollo
mucho más que el cristianismo ya que admitió la especulación de todo lo divino
y humano que no estaba explícitamente contenido en, y regulado por, el Corán.
Los intelectuales del Al-Andalus incluían, además de árabes y beréberes, una
mayoría de muladíes (hispanos conversos y sus descendientes) pero también
mozárabes y judíos, que separados de sus correligionarios, encontraban una
inesperada libertad intelectual bajo el "yugo" islámico.
Todo esto era un contraste total no solamente con los
reinos cristianos que se empezaban a formar, poco a poco en el Norte de España,
sino con todos los países cristianos del Norte de Europa. Una obra como
Etimologías escrito a principios del siglo VII por San Isidoro - una
enciclopedia de la sabiduría antigua - fue uno de los principales "libros
de texto" en Europa occidental hasta finales del siglo XIII, lo que de
cierta forma implica un atraso cultural de 5 o 6 siglos.
Por otra parte esta diferencia también se demostraba
en los niveles educativos mismos de las respectivas culturas. De un lado el
Al-Andalus en donde por lo menos toda la clase alta, y hasta la media, tuvo un
importante bagaje cultural, y del otro, unos reinos cristianos en donde hasta
los reyes y la alta aristocracia eran básicamente analfabetos, resultando en
que la administración misma del estado estuvo excesivamente en manos de los
clérigos. Por esta razón los estados cristianos de la época fueron en esencia
más teocráticos que el estado islámico que, siéndolo en teoría (sharia),
en la práctica fue regido por una administración puramente laica.
La mal llamada Reconquista - mejor hubiera sido
llamarla Conquista a secas, ya que los pequeños reinos que empezaban a formarse
(en territorios que nunca habían sido ni romanos ni visigodos) no podían ser
considerados como herederos de la
Hispania romana o de la visigoda, por mucho que sus primeros
caudillos fueron visigodos- tomó a través de los 8 siglos que duró la forma
típica, tantas veces repetido en la
Historia, de la invasión de un país de gran nivel cultural
(lo que a largo plazo debilitaba su capacidad guerrera) por parte de otros casi
bárbaros pero, por esto hecho, mucho más violentos. Fue un proceso muy lento,
en donde campañas de varios años de duración se alternaban con muchos años, y
hasta décadas, de paz. Territorios que se habían ganado con mucho esfuerzo y
sacrificios durante varias generaciones podían perderse de nuevo en pocas
semanas. El panorama se complicaba todavía más; al lado musulmán por sus
regulares guerras civiles y la división del califato, en dos ocasiones, en una
treintena de reinos de taifas, mientras que al lado cristiano la adopción por
parte de Navarra de la costumbre germánica de considerar el reino como
patrimonio divisible y heredable, tuvo como resultado, a partir del principio
del siglo XI, que cada vez que un rey lograba reunir Galicia, León y Castilla
en un reino único, a su muerte este reino se dividió otra vez entre sus hijos y
el largo proceso de integración (con guerras fratricidas por medio) empezaba de
nuevo. Si a todo esto añadimos que en muchas ocasiones reyes cristianos y
musulmanes se aliaron para luchar contra los suyos y que muchos caballeros
cristianos luchasen al servicio de reyes musulmanes contra otros cristianos
(como auténticos mercenarios), podemos definitivamente quitar la bandera
religiosa a la llamada "Reconquista". El más famoso de los caballeros
mercenarios fue sin duda el Cid Campeador, cuyo mismo apodo ya indicaba su
íntima relación con el mundo islámico ( Cid de Sidi =Señor) y que fue
menos paladín del rey de Castilla y del cristianismo de lo que cuenta la
leyenda.
Además de la gran diferencia cultural entre el Norte y
el Sur, se acentuó también a partir del siglo XII una diferencia substancial en
como entender el cristianismo. Hasta entonces todos los cristianos habían
compartido el rito godo, el cual por presiones de Roma fue prohibido en los
Reinos de Castilla y León en el Concilio de Burgos (1085) y sustituido por el
rito romano. A partir de ahí el antiguo rito godo fue conocido como rito
mozárabe, y cuando - como resultado del avance territorial - los mozárabes
fueron en los dos siglos siguientes paulatinamente incorporados a los estados
cristianos, les acompañaba, por su rito antiguo ya olvidado en el Norte, un
cierto tufo de herejes.
Que
las cosas no llegaron a mayores, demostró la tolerancia religiosa de la época,
muy superior a la que llegó a ser la norma en tiempos posteriores. Aparte de
esto ya en aquellos tiempos "Espanna" era diferente hasta tal punto
que mantenía - aparte del islámico en el Al-Andalus - hasta el siglo XV su
propio calendario, la "era hispánica" que se remontaba al año 38
a.d.n.e. (fecha en que Augusto consideraba terminada la conquista de Hispania)-
diferente al cristiano que ya se había impuesto en el resto de la Cristiandad- por esto
muchas fechas de la historia española medieval son dudosas por no haber sido
debidamente adaptados. Por ejemplo, hay versiones de "El cantar (o poema)
del (Mío) Cid", en donde la fecha en la última regla: "Per Abbat le
escribió, en el mes de mayo, en era de mil y CC[C]XLV", es interpretada
literalmente como 1345 (o 1245, ya que existan dudas sobre la tercera C) y otras
en que - sin dar ninguna explicación del porqué del cambio- se da la fecha de
1307 d.n.e (1207).
Otra vez hay que plantear la pregunta de si en toda
esta época medieval hubo un sentimiento de unidad y nacionalidad
española. Y la respuesta tiene que ser claramente negativa. ¿Como podía ser de
otra forma si hasta la
Cristiandad española estaba regularmente dividida en un
sinfín de reinos y condados que, muchas veces aliados con reyes moros, se
dedicaban a hacerse la guerra. Es verdad que Sancho III el Mayor de
Navarra, Alfonso VI de León y Castilla y Alfonso VII de Castilla y León
lograron reunir buena parte del territorio cristiano occidental, como también
es verdad que cada uno de ellos lo dividieron de nuevo entre sus hijos al morir
dando lugar cada vez a auténticas guerras fraticidas. El último, además creó
ingenuamente una nueva división nunca superada (excepto el periodo que va de
1580 a 1640) al dar el entonces condado de Lusitania (Portugal) como dote a su
hija Teresa con ocasión de su boda. Los tres monarcas mencionados se
proclamaron como "Constitutis Imperator Super Omnes Hispanie
Noationes", como también lo hizo, casi al mismo tiempo que Alfonso VII,
Alfonso I de Aragón ("el Batallador"). Todas estas "auto-
proclamaciones" fueron en su tiempo consideradas como patrañas
megalómanas, ya que para todo el mundo la palabra "Espanna" tuvo
entonces solamente un sentido geográfico y un Imperio "Espanna" tenía
que incluir forzosamente toda la península. Tan poco sentido tuvieron estos
títulos que siempre se hacen referencia a los monarcas en cuestión como reyes y
nunca como emperadores. Por otra parte tampoco la palabra "Espanna"
tenía mucha resonancia política. En el "Mío Cid", aparece solamente 5
veces, infinitamente menos que la palabra "Castiella"; igualmente
toda referencia a Alfonso VI siempre toma la forma de " el rrey
Alffonsso" y nunca la de "Emperador". Fernando III nunca se
sentía tentado a seguir el camino imperial y ni siquiera Alfonso X, no obstante
su frustrado intento de hacerse con el trono del Sacro Imperio Romano
(Germánico) para el cual fue finalmente elegido Rodolfo de Habsburgo
(sic).
Continúa
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En
acto de rebeldía lingüística eliminamos la “Ñ” de Espana.
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