Miro mi DNI y ese “Nacional” de la N en el nombre del documento se
refiere a España. Si en internet me registro en cualquier opción que me
interese y que encuentre en el navegador, incluidas las solidarias tipo Change
o Avaaz, donde pone “país” no me permite escribir Canarias, que no aparece en
la lista del desplegable. El mío es un país no reconocido por los agringados
navegadores y si, por casualidad, no figura el epígrafe de “otros” me veo
obligado a elegir como propio uno que no lo es, por ejemplo España, aunque
pueda optar por las islas Fiji o por Tuvalu. En el pasaporte o en el carnet de
conducir pues más de lo mismo, pero ahí ya lo de “España” es una imposición sin
alternativa. Así resulta que, viviendo y perteneciendo étnicamente a unas islas
de las que el arcediano Viera afirmaba que “todos
cuantos tienen alguna mediana tintura de geografía saben que estas Islas
pertenecen al África”, me veo obligado a esa no deseada españolidad que me
inferioriza como pueblo.
España, a pesar del rebumbio que han organizado desde allá
con el guineo de la “Marca España”, no pasa de ser, como decía Secundino, “la
madrasta arbitraria” y su importancia relativa en el concierto de naciones va,
cada vez, con su esperpéntica sumisión a la Merkelandia,
menguando más aceleradamente. Aún así, y negando esa pretendida españolidad,
debemos entender que, obligatoriamente y de forma manu militari si es
preciso, todo lo negativo que acontece en la metrópoli repercute
multiplicado en la colonia, por lo que los colonizados ni podemos ni debemos
sustraernos al devenir metropolitano. Que se lo pregunten a nuestros parados
con una tasa del 34,27% (EPA 2013) superior en 7,11 puntos a la de España
y ¡23 puntos por encima de la media de la zona Euro! o, mejor aún,
preguntémosle a nuestros jóvenes con una tasa del 70% de paro para menores de
25 años, nada menos que 27 puntos por encima de la española. Pagamos el precio
de una triple opresión: la de una lumpenburguesía criolla, la de una
metrópoli mendicante en una Europa que va dejando a marchas forzadas de ser
próspera y la omnipresente gringa que, no por ser la más alejada es menos
opresora, pero todavía hay en esta heptainsulana patria quien reafirma nuestra
fementida “españolidad” y la aberración geográfica de denominar como la “Europa
del Sur” a nuestra situación sahariana. No se me venga a decir que
“democráticamente” hemos decidido en cualquiera de las elecciones
“democráticas” realizadas en esta colonia africana nuestra españolidad
supuesta. Canarias fue ocupada por la fuerza de las armas y por un siglo de
luchas y no por la fuerza de unos votos y se mantiene, no por unos votos que la
misma Constitución del estado no permite, sino por la fuerza ejercida de
múltiples formas que obliga al mantenimiento de esa españolidad por encima de cualquier
planteamiento verdaderamente democrático de desespañolizar este territorio
ultramarino. La “democracia” del inconcluso Estado Español se acaba justo
cuando se pone en cuestión a ese estado.
Aún con todo ello tenemos que entender que la clase trabajadora
española está a su vez, también sometida a explotación. Algunas de las llamadas
“provincias” -como Extremadura- no dejan de ser colonias interiores por su
método de explotación, salvando que ni están en otro continente ni fueron
invadidas y conquistadas por una potencia extranjera. Sus naturales se ahorran
por ello la opresión nacional pero, muchas veces, juguetes en manos de sus
expoliadores, se convierten a su vez en opresores de los territorios no
metropolitanos. Son cosas de la colonialidad, pero también de la ausencia de la
solidaridad de clase a la que han sido propensos frecuentemente los
trabajadores de la nación colonizadora.
Muchas veces se justifica esa postura en base a la supuesta
contradicción entre el nacionalismo que pueda practicar el trabajador del país
colonizado y el internacionalismo que se supone al trabajador foráneo. Ya Federico
Engels había sintetizado la dicotomía nacionalismo/internacionalismo
para las clases trabajadoras con una escueta frase:“Cuanto más nacionales
sean los polacos, más internacionales serán” pero no tenemos siquiera
que recurrir a los clásicos del pensamiento marxista y sus análisis de la
relación entre trabajadores de las metrópolis y los de las naciones sometidas,
como eran los casos de Irlanda/Inglaterra o Polonia/Rusia, para entender con
claridad que el internacionalismo de las clases trabajadoras debería obligar a
todo trabajador, autóctono o foráneo, que desarrolle su actividad en una nación
colonizada a apoyar con su lucha la emancipación nacional, la
independencia, y no solo como un paso necesario hacia el socialismo que
no podrá lograrse con un pueblo oprimido y sobreexplotado y una lumpenburguesía
dependiente –burguesía burocrática que vive a la sombra de la metrópoli- sino
como parte fundamental de la aspiración humana a la libertad con dignidad.
Justo en este momento de la historia, con una Europa que se
ha despojado de vestiduras progresistas y se aleja cada vez más del ideal de
justicia social, de solidaridad y de igualdad del que hacía gala y con una
España lacayuna que mendiga mendrugos de la mesa neoliberal, la independencia
nacional se convierte en la cuestión política clave para todas las clases
sociales y para el futuro de nuestra patria por encima de los intereses
espurios de las burguesías que obtienen su lucro de la perpetuación de la
explotación colonial y, si las burguesías canarias renuncian a su posible papel
revolucionario como motor en la lucha por la liberación nacional, tendrán que
ser las clases trabajadoras las que impulsen ese proceso de liberación y,
justamente en nombre del internacionalismo proletario, unir a ese proceso a
todos los trabajadores, canarios o foráneos, sin distinción de origen. En una
colonia como Canarias, la de Nacionalismo vs Internacionalismo es una falsa disyuntiva.
En Canarias, por su condición de islas ya superpobladas es
imprescindible regular la entrada de foráneos, No es cuestión de xenofobia sino
de mera supervivencia, pero el enemigo real para los trabajadores canarios no
es el trabajador que viene de fuera. Es el de cualquier clase social, canario o
extranjero, que no luche por la libertad de esta tierra de la que extrae su
sustento.
Gomera, Canarias junio 2013
Francisco Javier González
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