jueves, 27 de marzo de 2014

NAUFRAGIO DEL GRIEGO





1684.

El año de 1683 no fue un buen año para la isla de Fuerteventura. Sus habitantes subsistían gracias al ganado y a los cultivos de cereales. Y ese año no llovió. Los animales ante la escasez de agua fallecían y los cereales yertos yacían en las gavias  sin llegar a granar.

El hambre  apareció en la isla y ni el marisco ni el cosco debieron de abastecer a la población que tremendamente necesitada optó por emigrar hacia las hermanas mayores. Los datos de la época nos documentan  que de 600 familias que habían en la isla, quedaron sólo unas 150  y  ello a pesar del peligro que se corría de ser capturados por los moros en la travesía a Gran Canaria.

El Alcalde  Mayor Sebastián Trujillo organizó la evacuación , puesto que hay "andando por la Villa mucha gente pobre que de ser así perecerá" por lo que un  velero  denominado El Griego sería el encargado de trasladar hacia Gran Canaria  a un buen número de necesitados.  Allí, los majoreros  deambulaban por las calles de las Palmas y Puerto de las Isletas “flacos y desvalidos” llegando a fallecer muchos de ellos  y aunque en las actas eclesiásticas no constan más que 40 los fallecidos en 1684, en los Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura  se habla de que fallecieron más  de 500, sobreviviendo muchos gracias al reparto de pan. Finalmente las autoridades optaron por reenviar  a Fuerteventura a todos los que no tuvieron forma de sustentarse, dándoles 2 kilos de gofio a cada uno para que no murieran en el viaje

En el  velero “El Griego”  en 1684 pudieron embarcar  a 160 y de nuevo hacia Fuerteventura,  con tan mala fortuna que al bordear las  costas  de Jandía el barco encalló en las bajas cercanas a la costa y se hundió, falleciendo la mayor parte de su  pasaje. En el desastre sólo hubo 20 supervivientes.

Desde esa época el lugar es conocido en Jandía  como las bajas del Griego y la zona se considera como  peligrosa para la navegación. Las lluvias restablecieron durante algún tiempo  la normalidad, pero los años  1683-84  dejaron  una profunda y calamitosa huella que es bueno que las generaciones posteriores la conozcan.  (Roberto Hernandez Bautista y Fabiola Herrera Melian)



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