jueves, 27 de marzo de 2014

EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA



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UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910



CAPITULO –V



Eduardo Pedro García Rodríguez

1902.
Se funda en La Orotava Tenerife el Orotava Bowling Recration Club, pronto vio incrementado su número de socios. Llevaba a cabo diversas actividades deportivas, entre las que destacaban las competiciones de juegos de pelota, golf, croquet, tenis, badmington, etc. (M.ª Isabel González Cruz)
1902. Nace em Añazu n Chinech (Santa Cruz d Tenerife) Eduardo Westerdahl. Estudió Comercio y trabajó como empleado de banca. Estuvo interesado en la filosofía y los idiomas. Fue miembro fundador de las revistas [i] Letras y Gaceta de Arte. Colaborador y redactor-jefe de la revista Hespérides y de los diarios La Tarde y La Prensa. Organizó la Exposición Surrealista de Chinet (Tenerife, 1935). También colaboró con las revistas Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos y Destino. Obras: Poemas de sol lleno, poesía.
1902. La Alcaldía de Agulo en La Gomera decreta la clausura del templo de San Marcos debido a su ruinoso estado.
1902.
El Ayuntamiento de Santa Brigida, Gran Canaria instala la primera central telefónica del pueblo en una tienda de aceite y vinagre de La Alcantarilla, propiedad del comerciante y alcalde en funciones, Juan Jesús Rodríguez, natural de Teror.

1902 enero 23.
«¡Vacaguaré...!»: primer periódico nacionalista de Canarias
“El 23 de enero de 1902, haciendo oídos sordos a la vieja, y por entonces recrudecida, pugna insularista que sostenían las islas centra les del Archipiélago, apareció «¡Vacaguaré!...». Subtitulado «Periódi­co Autonomista de Noticias e Intereses Generales», aunque su director nominal era Manuel Déniz Caraballo, su auténtico mentor era Secun-dino Delgado. Cegado por una fuerte vocación archipielágica limpia de todo atisbo de insularismo, sin hacer ninguna concesión a la pru­dencia, el editorial fundacional, una vez que antepuso su vocación re­gional a la específicamente tinerfeña, justificó su presencia en el pano­rama periodístico isleño por la consecución de autonomía para el Ar­chipiélago. Con tales supuestos, que le imposibilitaron contar con un mínimo apoyo social o económico, conoció una trayectoria tan ren­queante que pronto tuvo que renunciar a su pretendida periodicidad semanal, espaciando cada vez más la edición de sus ejemplares. Cuan­do tan sólo había editado cuatro números, las autoridades militares de la Isla procedieron al encarcelamiento y traslado a la Cárcel Modelo de Madrid de Secundino Delgado. Con ello, terminó su aventura el primer periódico nacionalista del Archipiélago.
Prensa católica
En consonancia con su carácter de sede principal de la cúpula eclesiástica de la Isla, La Laguna conoció una espectacular prolifera­ción de la prensa confesional, en número que no en entidad, pues la fugacidad en permanencia (con la excepción de «La Laguna»), la mo­destia de los formatos, la discontinuidad de las ediciones y las estre­checes económicas, fueron sus notas caracterizantes. Aún así, las pu­blicaciones confesionales, al amparo de los curas párrocos de los pue­blos del Archipiélago, desbordaron los límites del término municipal en intensidad superior a los restantes.
El pionero del sector, «El Eco de La Laguna», apareció el 8 de noviembre de 1877 a periodicidad decenal, luego semanal, editado en la imprenta de José Melque en formato pequeño con 4 páginas. Dirigi­do por Mateo Alonso Del Castillo, adoptando el lema «Religión, Pa­tria e Instrucción», compaginó el más insulso de los amarillismos, con un continuo ataque contra periódicos de las más diversas tendencias, pues no veía más que órganos de la masonería, en la defensa de la más recalcitrante moral cristiana. Todos sus contenidos, hasta el folletín, en el que llegó a publicar las cartas pastorales del Obispo de Tenerife, rezumaban catolicismo e intransigencia. Cuando apenas llevaba 4 meses de existencia, y tras lanzar un desesperado SOS a los suscripto-res morosos del interior de la Isla, cesó el 21 de marzo de 1879 ago­biado por las estrecheces económicas.

Tendrían que transcurrir diez años, para que La Laguna presencia­ra la edición de una nueva publicación católica en sus lares. «La Can­delaria», que tal era su intitulación, apareció el 20 de julio de 1889 en formato revista con 4 páginas a periodicidad semanal, editada en la imprenta de José Cabrera Núñez a instancias del Obispado. Una vez que cumplió su objetivo, que no era otro que encauzar la peregrinación al santuario de la Virgen de Candelaria con motivo de su coronación pontificia como soberana del Archipiélago, cesó el 26 de octubre de 1889 habiendo editado un total de 15 números.
Tras otro paréntesis de diez años, en concreto el 7 de octubre de 1899, apareció el semanario «La Verdad», editado en la imprenta de los hermanos Álvarez en formato pequeño con 4 páginas. Dirigido, su­cesivamente, por Benjamín Renshaw y Manuel Tarife, aunque en el editorial fundacional anunció su propósito de defender la «verdad ca­tólica» permaneciendo al margen de las luchas políticas, en más de una ocasión, aunque con cierta elegancia, polemizó con los periódicos locales por salir en defensa del político Imeldo Serís. En su tramo final, cuando agobiado por las estrecheces económicas reclamaba con desesperación la actualización de las cuotas a los suscriptores, dejó evidenciada la vasta difusión que por las áreas rurales, al amparo de la implantación de la Iglesia, siempre consiguió la prensa confesional la morosidad de su clientelaje de compromiso. Así, agobiado por las deudas, cesó antes de finalizar el año.

Antes de volver a transcurrir otro prolongado paréntesis de diez años, a comienzos de 1902, a periodicidad quincenal, en formato cuadernillo, casi libro, con 8 páginas y editada en la imprenta de los hermanos Álvarez, apareció «La Propaganda». Dirigida, sucesiva­mente, por los jóvenes Leoncio Rodríguez y Juan Blardony López, la publicación nació con el propósito de recaudar fondos para la fiesta del Cristo de La Laguna, tras lo cual, cesó una vez había editado 15 números.

A finales del año siguiente, en concreto, el 12 de diciembre de 1903, apareció el periódico de más entidad del sector, «La Laguna», editado en la imprenta de los hermanos Álvarez a periodicidad sema­nal en formato grande con 4 páginas. Fundado por el propio Manuel Álvarez Vera y dirigido por Antonio Luque Alcalá, el neófito dejó clara su neutralidad política mostrando sus respetos a los órganos de las fuerzas del sistema en la localidad, «Heraldo de La Laguna» y «La Región Canaria», y dejando claro que su finalidad, tras ofrecimiento aceptado por la comisión, no era otra que recaudar fondos para las próximas fiestas del Cristo. Obsesionado por remarcar su despolitiza­ción, ofreció a todas las fuerzas políticas de la localidad, aunque en vano, una «Sección Libre» ajena a la redacción, destinó las páginas 3 y 4 de los sucesivos números a un folletín reagrupable en libro una vez subdivididas en cuatro partes, insertó numerosas notas de sociedad y, en definitiva, adquirió la inevitable insulsez de las publicaciones des­politizadas de la época. Aún así, la publicación alcanzó la suficiente estabilidad como para adoptar a los seis meses el formato tabloide.
Tras cumplir con su cometido inicial, «La Laguna» prosiguió bajo la dirección de Mateo Alonso Del Castillo intentando conservar su fundacional clientela. A partir de entonces, a su catolicismo unió un cierto tirón conservador y una mayor preocupación por los problemas locales que no le hizo perder las buenas maneras de su etapa anterior. Sólo en ocasiones muy puntuales, como cuando Leoncio Rodríguez denunció desde las páginas de «Noticiero Canario» el fallecimiento de un niño en el hospital de la localidad por atención inadecuada, «La Laguna» se mezcló en controversias para salir en defensa de los reli­giosos denunciados. Con tales bases, y sin ocultar las dificultades, fue cumpliendo años sin apenas alterar su línea editorial, tal y como evi­dencian los sucesivos editoriales que conmemoraban sus centenarios, que repetían al pie de la letra balances sobre el pasado y propósitos para el futuro. Por entonces, el sacerdote Silverio Alonso Del Castillo, Manuel de Ossuna, Feliciano Pérez Zamora y Juan y Bernardo Blar-dony López, publicaron esporádicamente en sus páginas.
A mediados de 1907, cuando Mateo Alonso Del Castillo renunció a la dirección alegando problemas de salud y ocupaciones personales, «La Laguna» alteró, aunque sin exceso, su consabida trayectoria. Tal mutación se hizo visible en aspectos ajenos a la orientación ideológica del periódico, tales como la periodicidad bisemanal que adquirieron sus ediciones. 10° Pero también, en su línea editorial, pues fue a partir de entonces cuando arremetió con más saña contra «El Progreso» de Santa Cruz y, en particular, contra las tesis regionalistas de su redactor-jefe de entonces, Leoncio Rodríguez. En su tramo final, eviden­ciando la acentuación de su componente confesional, «La Laguna» in­trodujo dos lemas en su cabecera, a saber, «Unidad Católica y obe­diencia a la Iglesia» y «Con licencia y censura eclesiástica». Cuando había editado un total de 366 números, lo que ocurrió el 26 de mayo de 1909, cesó.
La restante cabecera confesional que nació en La Laguna por aquellos años, llevaba por título «El Templo Catedral de Tenerife». Editada por la Junta Diocesana en la imprenta de los hermanos Álvarez, la publicación apareció el 5 de noviembre de 1905 en formato bo­letín con 8 páginas anunciando el propósito de adquirir periodicidad trimestral, a lo que pronto renunció. Tras cumplir con su objetivo, que no era otro que dar cuenta del destino de las colectas para restaurar la Catedral, desapareció a mediados de 1912 cuando había publicado un total de 10 números.
Revistas científicas, literarias y satíricas
En estos años, las revistas especializadas, carentes del incondicio­nal arropamiento que disfrutaban los órganos de partido, continuaron con sus estrecheces de siempre. La modestia, la fugacidad en grado extremo, la reducidísima difusión y el excesivo espaciamiento, cuando no discontinuidad, de las ediciones, fueron las notas dominantes en la prensa del sector. Aún así, la vocación literaria y las ansias por difun­dir la cultura canarias, fueron acicates suficientes para la élite ilustrada isleña que, sobreponiéndose a todas las dificultades, perseveró en las tentativas de gestación cabeceras.
Entre el 18 de diciembre de 1878 y noviembre del año siguiente, en formato casi de libro, con 16 páginas blancas arropadas por 8 exte­riores en color, las primeras destinadas a contenidos y las otras a la portada y anuncios diversos, apareció la «Revista de Canarias». Edita­da en la Imprenta Isleña a periodicidad quincenal, en coherencia con una materia que no tenía la caducidad de la noticia, adoptó una nume­ración correlativa entre las páginas de los distintos números con vistas a posteriores encuademaciones anuales en libros. Dirigida por Elias Zerolo con el asesoramiento de Francisco María Pinto, crítico literario, y de Mariano Reymundo Reig, catedrático de Física y Quí­mica del Instituto de Bachillerato de Canarias, en consonancia con el positivismo y el realismo de la vanguardia de entonces, adquirió un tono más científico que literario y una notable difusión, pues incluso contó con suscriptores en Cuba y Puerto Rico. De inmediato, la publi­cación captó a lo más granado de la intelectualidad canaria, accediendo a sus páginas el novelista Benito Pérez Galdós, el etnógrafo Sabino Berthelot cuando era inminente su fallecimiento, el político Nicolás Estévanez (que publicó su controvertida poesía sobre el almendro de Gracia), el músico Teobaldo Power y los historiadores Agustín Milla­res y Manuel de Ossuna. Tras una primera etapa lagunera, a partir de noviembre de 1879, la publicación se domicilió en Santa Cruz, lü2 donde pervivió hasta el 23 de abril de 1882, cuando cesó a consecuen­cia del traslado de Elias Zerolo a París por motivos personales.

Tras un largo paréntesis provocado, más que probablemente, por la enorme altura a la que colocó el listón la «Revista de Canarias», a caballo entre los dos siglos, aparecieron dos fugaces revistas exclusi­vamente literarias editadas en la imprenta de los hermanos Álvarez. La primera de ellas, «La Unión», apareció el 19 de noviembre de 1899 a periodicidad quincenal con formato arrevistado de 4 páginas. Dirigida por Juan Blardony López, la publicación justificó su presencia en el panorama periodístico de las Islas por la defensa de las tradiciones ca­narias. Entre otros, Leoncio Rodríguez, «Emilio Saavedra» y Enrique Madan, colaboraron con cierta frecuencia en sus páginas. En su corta existencia, publicó dos números extraordinarios, uno dedicado al espa­ñolismo de los canarios y otro, el último, al Cristo de La Laguna. Cesó el 14 de septiembre de 1900 con la edición del número 21.

Antes de desaparecer «La Unión», en concreto, el 13 de julio de 1900, a periodicidad semanal y en formato tabloide de 4 páginas, bajo la cabecera «Siglo XX», había aparecido una revista similar. Dirigida, sucesivamente, por «Emilio Saavedra» y Domingo J. Manrique, la pu­blicación contó con un nutrido plantel de colaboradores entre los que figuraban Leoncio Rodríguez, Antonio Zerolo, «Ángel Guerra», Beni­to Pérez Armas, Bernardo Chevilly, Francisco González Díaz, José Tabares Bartlet, Luis Maffiotte y Manuel de Ossuna. Tras editar un total de 33 números, cesó el 18 de marzo de 1901.
Años más tarde, el 8 de junio de 1906, con papel satinado en for­mato arrevistado con 8 páginas, apareció el semanario «La Lid». Dirigido por Carlos Cruz («Ramiro»), en su editorial fundacional asumió con resignación el «fatal desenlace» 11B que le aguardaba, como a todas las publicaciones despolitizadas del momento. Entre sus colaboradores figuraban Joaquín Estrada, Mateo Alonso Del Castillo, José Hernán­dez Amador («R. de Bustamante»), Domingo J. Manrique, Benito Pérez Armas y Leoncio Rodríguez. Tras editar un total de 6 números, cesó el 28 de julio de 1906.

Más fugaz aún fue «El Cuento Regional», que apareció el 15 de julio de 1909 en formato arrevistado con 16 páginas, a periodicidad mensual. Dirigido por Joaquín Estrada Pérez, el editorial fundacional justificaba su presencia en las Islas por el deseo de impulsar la Litera­tura Canaria, para lo cual pretendía convertirse en plataforma de lanzamiento de los jóvenes escritores isleños. Carlos Cruz, Benito Pérez Armas, Dolores Pérez Martel y Leoncio Rodríguez, se contaron entre sus colaboradores. Su vocación esencialmente isleña, no fue óbice para que intentara superar el localismo al que estaban condena­das las publicaciones del sector, recabando corresponsalías, no sólo en las principales localidades del Archipiélago, sino también en La Haba­na, Matanzas-Cuba y Buenos Aires. Con tan alta pretensión, empero, no pudo editar más de 3 números.

Las publicaciones satíricas corrieron una suerte similar a las re­vistas literarias. La pionera en La Laguna fue «El Murciélago», que apareció el 19 de marzo de 1885 a periodicidad quincenal en formato boletín con 4 páginas. Editada en la imprenta de Francisco Solís, la publicación tan sólo pudo publicar tres números. Acaso, en este ca­pítulo quepa el singular periódico «El Plumero» que, dirigido como «Semanario Potpourrit» por Francisco González, apareció en vísperas de la guerra europea, en concreto, el 20 de enero de 1912, anunciando una línea editorial coherente con su cabecera «... en su doble acep­ción... (esto es)... dispuesto a sacudir el polvo... (pero)... con el sufi­ciente tacto para no dañar el objeto de su acción...» Con tales bases, captó colaboraciones de Guillermo Perera Álvarez, «R. de Bustaman-te», Manuel Déniz Caraballo y José Tabares Bartlet. Tras permanecer 5 meses en candelera inmerso en continuas polémicas por cuestiones locales, enmudeció tras la agresión que sufrió su director a manos de los hijos del contratista de las obras de la Catedral de La Laguna.” (La Laguna 500 años de historia. Tomo III. María F. Núñez Muñoz, 1998: 297 y ss.)
Publicaciones financieras y pedagógicas.
“Las publicaciones de índole económica compartieron venturas y desventuras con el resto de la prensa lagunera especializada, si bien, las fomentadas por instituciones con un amplio número de asociados, al menos contaron con un cierto arropamiento. Aún así, periódicos de instituciones como La Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, en ocasiones circularon por espacio inferior a los tres meses. Tal fue el caso del editado, a periodicidad quincenal y en for­mato boletín con 16 páginas, en la imprenta Isleña de Santa Cruz entre el 15 de noviembre de 1880 y el 30 de enero de 1881. Al parecer, la creciente depreciación de la cochinilla en el mercado británico, sirvió de espoleta para su publicación, ocupando monográficamente la crisis la atención de los escasos 6 números que vieron la luz pública. Como­ quiera que aún no se veía un recambio apropiado a la cochinilla, una vez desechados el tabaco, la vid, el café y el naranjo, el boletín centró su línea editorial en la búsqueda de soluciones al marasmo de la cochi­nilla. La creación de un banco agrícola, la asociación de los coseche­ros, la eliminación de los intermediarios y la creación de sendos depó­sitos en Santa Cruz y Las Palmas para imponer un precio mínimo a la exportación, eran las soluciones barajadas. La irreversibilidad de la crisis y la inviabilidad de las propuestas, por lo demás, explican la in­mediata desaparición de la publicación.

El boletín no reapareció hasta 1899, esto es, inmediatamente des­pués de la guerra de Cuba, cuando lo hizo a periodicidad semanal, en formato arrevistado con 8 páginas y, en consonancia con el momento histórico, con una línea editorial fuertemente condicionada por las se­cuelas del «desastre». Esta vez, su interés informativo abarcaba aspec­tos más diversos que reclamaron secciones específicas, a saber, una doctrinal a modo editorial; otra de carácter legislativo e histórico; otra científica; y, finalmente, una cuarta para rememorar las efemérides ca­narias más significativas. Tal diversificación informativa no fue óbice para que siguiera dando prioridad a los objetivos materiales, ahora planteados en una triple dimensión: la difusión del cultivo de la remo­lacha, una vez que la crisis de la cochinilla había confirmado su irre­versibilidad, el desarrollo del comercio y el alumbramiento de aguas en el Archipiélago.
Pero con su nueva orientación, la publicación asumió otros objeti­vos de carácter científico, caso de la restauración de la universidad; y políticos, pues de inmediato exteriorizó su adhesión al llamamiento de la Cámara Agrícola del Alto Aragón en favor, como era inevitable por entonces, de la erradicación de la corrupción y el caciquismo. A tal fin, reclamó la gestación de un partido político regenerador sobre unas bases de regusto conservador reducción del gasto público, simplifi­cación del aparato del Estado, sufragio gremial para acabar, según decía, con el fraude electoral y, acaso, por la reciente experiencia cu­bana, descentralización administrativa. Toda la publicación rezumaba ansias renovadoras, pues ni la zarzuela, a la que censuró por sus «im­pudicias», escapaba de sus críticas. Tras elevar continuos alegatos en favor de su programa, como si con eso bastara, al que fue añadiendo otras propuestas como la repoblación forestal, el establecimiento de un tranvía eléctrico y la mejora del jardín botánico del Puerto de la Cruz, desapareció en los meses estivales, cuando había editado un total de 26 números, por ir de veraneo el grueso de sus redactores.

Año y medio más tarde, en concreto, el 19 de enero de 1901, edi­tado en la imprenta de los hermanos Álvarez en formato libro con 16 páginas, que cambió a revista con 8 páginas desde finales de mayo, apareció a periodicidad semanal «El Porvenir Agrícola de Canarias». Dirigida, sucesivamente, por Enrique Madan y Manuel Déniz Caraballo con el apoyo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife y las cámaras agrícolas de la Isla, la publicación cifró su prin­cipal objetivo en el desarrollo del sector agrícola lagunero. Para llevar a cabo su programa, «El Porvenir Agrícola de Canarias» estableció una serie de secciones nada originales, con la inevitable legislativa, la no menos típica «Crónica» de la época (donde alternaban noticias y anun­cios muy diversos con notas de sociedad), las socorridas transcripcio­nes de publicaciones foráneas y las diversas colaboraciones de intelec­tuales isleños como Leoncio Rodríguez, Mateo Alonso Del Castillo y Manuel de Ossuna. Intentando trascender el ámbito isleño, la publica­ción recabó un notable número de corresponsales en Sudamérica, a saber, Juan Cambreleng en Buenos Aires, Gregorio Borges en Monte­video, Roberto Madan y Enrique Renshaw en La Habana, Pablo Díaz Gramas en Tabasco de México, Benigno Gil en Caracas y Tomás Mckay en Colombia. Con un número de suscriptores que no debió su­perar los ciento cincuenta, la publicación sobrevivió hasta el 3 de agosto de 1901, cuando había editado un total de 27 números.
Como no podía ser de otra manera, dado su relevante rol docente en el Archipiélago, La Laguna incubó el nacimiento del primer perió­dico escolar isleño. «La Estudiantina», que tal era su intitulación, salió a la luz pública el 25 de marzo de 1882 en formato boletín con 4 pági­nas, redactado por los estudiantes del Instituto de Bachillerato de Canarias, editando, al menos, tres números. Propiamente pedagógico fue «El Centinela», que apareció dos años más tarde intentando cubrir el hueco que, transitoriamente, dejara «El Auxiliar» de Santa Cruz. Dirigido por Fernando Suárez Saavedra y editado en la Imprenta Isle­ña a periodicidad decenal, el neófito apareció el 8 de enero de 1884 en formato boletín con 8 páginas, numeradas correlativamente entre los sucesivos números con vistas a encuademaciones posteriores. Su titu­beante trayectoria, pues conoció un largo silencio en la segunda mitad de 1884, terminó cuando había editado 26 números, lo que sucedió el 18 de marzo de 1885, con el fallecimiento de su director.

También docente se puede considerar al sucesor de «La Laguna», el periódico católico de más amplia trayectoria del momento, que pro­siguió a partir del 10 de julio de 1909 bajo la cabecera «La Región Ca­naria» con la intención de centrar su línea editorial en la enseñanza. Tal orientación acentuó meses más tarde, cuando asumió el carácter de órgano de una asociación del Magisterio Canario. Dado que siem­pre conservó un residuo confesional, a lo largo de su existencia, la pu­blicación sostuvo frecuentes polémicas con su homologa «Escuela Ca­naria» de Santa Cruz, cesando finalmente el 8 de agosto de 1912.
Dos años más tarde, en vísperas de la guerra europea, en concre­to, el 7 de mayo de 1914, en formato pequeño con 4 páginas y a perio­dicidad semanal, apareció «Eco del Magisterio Canario». Dirigido por Efraín Albertos Ruiz, la publicación nació con la intención de defen­der al cuerpo docente y, en particular, a las reivindicaciones de las aso­ciaciones del magisterio canario. El aumento de las partidas para ense­ñanza, la subida de los salarios de los docentes, la consecución de la gratificación por residencia, la erradicación de las interinidades, la me­jora higiénico-sanitaria de los locales-escuelas, la dotación de recursos pedagógicos y, en definitiva, todos los males que asolaban a la ense­ñanza canaria, atrajeron la atención de la publicación. Cuando el esta­llido de la guerra era inminente, en manos de Alfredo Daroca Yanes, la publicación alardeaba ser «Órgano de la Asociación Provincial del Magisterio de Primera Enseñanza», al tiempo que había adop­tado el formato folleto con 12 páginas. Por entonces, su consejo de re­dacción estaba integrado por Efraín Albertos Ruiz, José Suárez Núñez, Sebastián Darias Padilla, Federico Doreste Betancort, José Pérez Mar­tín, Juan Salas y Manuel García. «Eco del Magisterio Canario», ha­ciendo gala de un poder acomodaticio enorme, será el periódico peda­gógico tinerfeño de más prolongada trayectoria, pues sobrevivirá a la guerra civil.
Periódicos con indicios de vocación informativa.
Aunque los tiempos del periodismo informativo estaban aún leja­nos en la Canarias de anteguerra, en aquellos años nacieron periódicos sin militancia política que, al menos, en tramos de su existencia, inten­taron sobrevivir con la mera información. Obra, alguno que otro, de vocaciones y anhelos por contribuir a la mejora de la realidad socioe­conómica isleña, todos, por lo demás, compartieron penosas y fugaces, aunque desiguales, trayectorias ante los arcaísmos de la formación so­cial canaria.

Acaso en este capítulo, y como exponente de las publicaciones autonominadas independientes que no cayeron en el mero amarillismo, quepa situar a «El Intransigente», que apareció el 3 de junio de 1900 a periodicidad semanal en formato normal con 4 páginas. Edita­do en la imprenta santacrucera de Anselmo Benítez bajo la dirección de Domingo Gutiérrez Bello («Domingo Arañita»), apelando a una su­puesta independencia en materia política y religiosa, en sus escasos dos meses de existencia arremetió, casi monográficamente, contra el alcalde de la localidad, Lucas Vega, y su órgano «La Región Canaria».

Sin evidenciar adscripción ideológica clara ni acusar el típico amarillismo de los periódicos informativos del momento, desapareció sin re­basar las diez ediciones.
Años más tarde, en uno de esos paréntesis en que La Laguna había quedado huérfana de periódicos, en formato pequeño de 2 pági­nas apareció «Diario de Avisos de la Ciudad de La Laguna», según decía, «... por amor a este pueblo, porque sentimos vergüenza que esta ciudad, la tercera de la provincia, no cuente con un solo periódico que defienda sus sagrados intereses...»  Salvo en lo de «diario», pues en ocasiones salió a periodicidad semanal e incluso mensual, la publi­cación hizo honor a su cabecera, pues siempre ofreció, casi en exclusi­va, notas de sociedad, reseñas de juicios, comunicados locales, algún que otro reportaje y, en definitiva, la típica información insulsa de los periódicos despolitizados de entonces que procuraban eludir las ene­mistades. Tras una penosa trayectoria, desapareció el 19 de octubre de 1914 cuando había editado un total de 80 números.

Casi coetáneo en nacimiento con el anterior fue «El Archipiéla­go», que apareció el 4 de septiembre de 1911 en formato tabloide con 4 páginas. Dirigido por Marco Luz, el editorial fundacional del perió­dico, tras anunciar una rotunda despolitización, añadía «... pondremos la verdad al desnudo (...) seremos absolutamente imparciales...» 11S Con tales pretensiones, la publicación inició su trayectoria abordando temas como el incremento de la mendicidad, las carencias del institu­to, las deficiencias del alumbrado público, las anomalías del abasto de aguas, los plenos del Ayuntamiento y, en definitiva, toda la problemá­tica local. Huérfano de una fiel clientela por afinidades ideológicas, empero, conforme pasaron los días fue acusando una creciente crisis financiera que intentó afrontar incrementando los ingresos de la publi­cidad, para lo cual insertó anuncios en los espacios estelares del pagi­nado. Comoquiera que no salía del marasmo, en su tramo final salió en defensa de Benito Pérez Armas y la «Unión Patriótica», al tiempo que arremetió contra «La Región» y recordó con saña a los ya desapa­recidos «Nivaria» y «El Tiempo». La desesperada búsqueda del arro­pamiento de un correligionariado le llevó a publicar, asimismo, discur­sos de Canalejas. Tras perder la compostura, arremetió contra la direc­tora de la Escuela Normal de La Laguna, defendida por «El Periódico Lagunero», tras lo cual, cesó el 11 de diciembre de 1911 cuando había editado un total de 73 números. En definitiva, la suya fue una trayectoria que ilustró la inviabilidad del periodismo informativo e indepen­diente en La Laguna, y la Canarias, de anteguerra.
 Periódicos esencialmente laguneros
Otras publicaciones que tampoco evidenciaron militancia política alguna, se distinguieron, más que por su vocación informativa, por su empeño en contribuir al desarrollo de su localidad dentro de una línea esencialmente literaria y hostil hacia los partidos políticos. Al igual que los anteriores, éstos también nacieron merced a iniciativas no exentas de un cierto romanticismo; y también como aquéllos, para co­nocer trayectorias enormemente modestas, fugaces y, en más de una ocasión, teñidas de una cierta incomprensión.

El pionero de los periódicos con tal orientación, «La Unión Lagu­nera», apareció el 17 de enero de 1879 en formato revista con 4 pági­nas, editado ocho veces al mes en la imprenta de Abraham Rodríguez. Dirigido por Mateo Alonso Del Castillo, el neófito adquirió desde un principio un tono eminentemente localista y literario, lo que no fue óbice para que polemizara, por cuestiones ajenas a la política, con el católico «El Eco de La Laguna». Desde mayo, aumentó su superficie informativa ampliando ligeramente el formato, aunque tuvo que redu­cir sus ediciones mensuales a seis. Luego, ante las inminentes eleccio­nes municipales, pidió a los laguneros que votaran por «personas tra­bajadoras» al margen de los partidos políticos, lo que le acarreó fuertes polémicas con «El Memorándum» de Santa Cruz y, más aún, con «El Progreso» de La Laguna, de las que no pudo librarse hasta su desaparición. Cesó el 11 de noviembre de 1879, cuando había editado un total de 63 números.
Con una línea editorial más marcadamente literaria, a finales de 1883 apareció «La Iniciativa». Dirigida por Antonio Zerolo y editada en la imprenta de los hermanos Alvarez en formato de revista grande con 4 páginas, la publicación conoció una fugaz y dasangelada exis­tencia que coronó proponiendo la creación de un partido político rege­nerador para la localidad. Años más tarde, en concreto, el 3 de junio de 1892, a periodici­dad semanal y en formato pequeño de 4 páginas, apareció «La Defen­sa». Desvinculada de partido político alguno, desde un principio la publicación expresó su deseo de convertirse en «... el firme baluarte de los derechos que le son propios a la ciudad de los Adelantados y que forman parte del credo de todos los partidos que aquí se desen­vuelven...» 121 Con tales propósitos, de inmediato entró en polémicas con la mayoría de los periódicos de Santa Cruz hasta el 16 de enero de 1893, cuando cesó habiendo publicado un total de 24 números.

Antes de finalizar el año, el 11 de septiembre de 1893, en formato pequeño con 4 páginas apareció, «El Adelantado». Al igual que hicie­ra «La Defensa», el editorial fundacional del neófito anunció que su objetivo principal era asumir la «... defensa de los tradicionales dere­chos de esta antigua ciudad de San Cristóbal de La Laguna...» 122 La epidemia de cólera que a los pocos días asoló a la ciudad, empero, más que honores, le exigió defender vidas humanas, lo que asumió con total entrega, pues publicó un número extraordinario, gratis para los indigentes, en el que divulgó las precauciones que debían tomar sus convecinos para prevenir y, en su caso, tratar la enfermedad. Tras hacer balance de la epidemia una vez que entró en recesión, cesó.” (La Laguna 500 años de historia. Tomo III. María F. Núñez Muñoz, 1998: 305 y ss.)
1902 marzo 2. Es detenido en Arafo, Chinech (Tenerife), Secundino Delgado Rodríguez, por orden del General jefe del ejército de ocupación español en Canarias Valeriano Weyler.

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