lunes, 31 de marzo de 2014

“El mal de ojos” y “Sacar el sol”




Había tisanas para el estómago, el riñón, la diarrea, para hacer gárgaras, el hígado, lavatorios de ojos, etc., etc. Se hacían con poleo, “greña millo”, cola de caballo, hierba Luisa, rabo de tigre, manzanilla, romero, ruda y cientos de hierbas y potingues. Y no digo nada si estabas con estreñimiento, o “empachado,” no te librabas de una buena cucharada de aceite de ricino y no sé lo que odiaba más, si el asqueroso aceite o la naranja que me daba mi madre para disimular el sabor y lo único que conseguía, era entremezclar los dos sabores  y texturas dándole a la naranja  un tacto aceitoso y repugnante en la boca que no he podido olvidar..

Si el ricino no funcionaba se recurría a la lavativa donde, por el ano, te introducían una cánula, enganchada a una larga goma, a su vez cogida a la parte baja de un recipiente que se llenaba de agua templada con manzanilla u otro hierbajo adecuado y te llenaban el vientre con un par de litros de la mezcla liquida. Al cabo de un buen rato, salías corriendo hacia la” bacinilla” donde interpretabas un largo concierto de “acuosos gorgoritos” muy acompañados de estruendosos y repetidos tamborileos con olorosos gases… ¡Pero te quedabas en la Gloria!

           La cosa se ponía seria cuando tenías “mal de ojo”. Generalmente ese mal se daba, sobre todo, en los niños pequeños, por lo que las madres, tenían mucho cuidado de mostrar a sus niños a según quien, temiendo que  por celos o envidias, cuando los niños eran hermosos, bonitos o  graciosos, corrían el riesgo de  que le hicieran daño “embrujándole” a la criatura. Cuando esto ocurría, las madres, muy preocupadas, recurrían antes que al médico, a unas “santiguadoras,” llamadas así, porque hacían “santiguados,” una especie de oraciones acompañadas de señales de la cruz, donde se entremezclaban frases religiosas con invocaciones a santos. Estos rezos con frecuencia iban acompañados de sahumerios y amuletos que se colocaban entre la ropa del crio, para quitar el temido “mal de ojo” que dejaban a las criaturas, desganadas, ansiosas, con insomnios y un llanto, casi continuo, sin ningún motivo aparente. Cuando se llevaba la criatura a la santiguadora, ésta, se colocaba frente a él y comenzaba:

             "Yo te santiguo en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (hace la cruz con la mano derecha, en el aire)"
                  ¿Qué te corto (
Nombre de la persona)?, la persona le contesta y si es un niño pequeño prosigue.
                  "Yo te corto el mal de ojo, susto o disgusto, pero no te lo corto con cuchillo ni con hierro martillado, sino con la palabra de Dios y el Espíritu Santo" (
Hace simultáneamente la cruz en la espalda de la persona).
                  "Señor mío Jesucristo, treinta y tres años por el mundo anduviste, muchas enfermedades curaste, muchos males disipaste, a María Magdalena perdonaste, a nuestro padre Lázaro resucitaste, así como esto es verdad te doy las gracias por el bien de quitar el mal a esta criatura, que a esta, ni a mi, ni a nadie le haga mal, Jesús, Jesús, Jesús Amén."

"Si te entró por la cabeza, Santa Teresa"
"Por la frente, San Vicente"
"Por la nariz, San Luís"
"Por la boca, Santa Mónica"
"Por la garganta, San Gregorio"
"Por el corazón, La Purísima Concepción"
"Por la barriga, La Virgen María"
"Por los Pies, San Andrés"
 "Y por el cuerpo entero, Jesucristo verdadero”
                 "Este rezo y los siguientes padre nuestros se los ofrezco a Jesús Sacramentado, y así como Jesús entró en Belén en el cuerpo de (dice el nombre de la persona) entre el bien y la salud y salga el susto, disgusto y mal de ojo"
                  "Si esto no fuera suficiente, bastará la palabra de Dios que es grande, Jesús, Jesús, Jesús, Amén"
                  Ahora se rezarían tres padre nuestros, y se repite el proceso tres veces.     
(
texto sacado de una página de internet).
          Existen variaciones en los “santiguados”, aunque todos siguen una línea común. Cada santiguadora, tiene su oración personalizada.

          En cuanto a la eficacia de este tipo de remedios, dependía de la fe que se pusiera en tales métodos, pero aún así, las madres se quedaban tranquilizadas  después de haber hecho el santiguado, esa misma tranquilidad, acababa por  convencerla de la curación del  paciente.       
                                
           Habían remedios similares al expuesto anteriormente para curar la insolación, más conocido popularmente por el nombre de “golpe de calor”. El mal, generalmente, venía acompañado de fuerte dolor de cabeza, fiebre, mareos, vómitos, estado indolente,… y estaba producida como consecuencia de una larga exposición bajo el sol sin protección.
          Recuerdo un día de verano de pasarnos toda la mañana, mi hermano Andrés y yo, bañándonos en el Muellito con todos los chiquillos, jugando y  tirándonos  desde el muelle al agua con la marea llena. Se hizo la hora de ir a comer y yendo de regreso a casa, mi hermano empezó a sentirse mal. No obstante, nos pusimos a comer, pero él, no pudo terminar porque se levantó corriendo para ir a vomitar. Mi madre preocupada, le puso la mano en la frente y notó de inmediato, que le ardía la cabeza por la fiebre. Le puso el termómetro, y el mercurio casi rozaba los 40º.  Mi hermano se quejaba de dolor de cabeza y su cara estaba enrojecida. Le aplicaron paños humedecidos con vinagre en la frente y cabeza tratando de aliviar algo la fiebre y los dolores y no recuerdo cuantas cosas más intentaron para mejorarlo.

          No tuvo que ser suficiente mejora porque, mis hermanas, convencieron a mi madre, que se negaba a ese tipo de curaciones, a que le “sacaran el sol” por medios de rezos de las santiguadoras. Posiblemente la decisión de recurrir a semejante remedio, estaba condicionado a que frente de casa, vivía Juana “La Muerte”, que para estos casos, ya tenía probada su experiencia. Una de mis hermanas llevó a Andrés a la casa de la sra. Juana para lo que solo se tuvo que dar 10 pasos escasos.

             Juana“la Muerte” era un personaje en San Andrés. Su apodo desconozco si le procedía de antecedentes familiares, pero de lo que no cabe duda, es que ella le hacía honor al sobrenombre. Era alta, seca como un tollo, cara alargada, surcada por ya muchas arrugas, más por sufrimientos, que por los muchos años ya vividos. Su cuerpo añoso y casi retorcido como la cepa de una vid, manos y pies de largos dedos huesudos. No sé si por anciana o por alguna lesión, cojeaba de una pierna con un suave balanceo sobre las empedradas calles. Siempre vestida de negro con un pañuelo del mismo color a la cabeza y faldas largas casi hasta el suelo, dejando solo al descubierto, sus huesudos pies descalzos. Con el mayor de los respetos y con todo mi cariño, con una guadaña en sus manos, era la “viva” imagen de la Parca Átropos.

             Si no fuera porque tenía dos hijas, se hubiera dicho que Juana “la Muerte” había nacido viuda. Nieves era la hija mayor y estaba unida a Ruperto uno de los hijos del Peinador. Vivian con Juana y ya tenían dos niñas; “Pitusa” de la que fue madrina una de mis hermanas y otra más pequeña, que no recuerdo su nombre.

              La otra hija de Juana, era Juliana, trabajaba y vivía en casa del ”Currillo”. Cuidaba de Zenón y Pascasio y hacia las faenas de la casa y lo que saliera, porque era una mujerona fuerte y muy trabajadora. La recuerdo cargando agua del chorro con un barreño a la cabeza llevándolo como si fuera una pluma y banastas de cebollas que cultivaba el Currillo en una huerta que tenía al lado de  la Batería  por donde ahora está construido el barrio del Suculum. Alguna tarde pasé, con Pascasio y Zenón, sentado a la puerta de su casa, en el “patio” donde además, vivía el Peinador con su extensa familia, quitándole las “greñas” a las cebollas que luego trenzaban haciendo largas ristras.
         Acompañé a mis hermanos a la casa de Juana “la Muerte” un tanto por curiosidad por ver que le haría y porque no era la primera vez que iba, pues jugaba con frecuencia con su nieta Pitusa y en más de una ocasión, con el palo de la escoba, la propia Juana, me  bajaba la pelota, aunque siempre renegando, cuando jugando  en la calle, caía en el viejo tejado  de su casa donde crecían, entre las tejas, varias matas de bejeques y verodes.
           Juana pidió que le trajeran un paño grande blanco y una toalla. Mi hermana me mandó a casa a buscarlo y volví rápido con un trozo de sábana y la toalla. Ya tenía a mi hermano sentado frente a ella con un vaso de agua en la mano. Hizo que mi hermana plegara la sábana varias veces hasta conseguir un grueso de 3 ó 4 capas. Tapó la boca del vaso lleno de agua con el paño doblado, invirtiéndolo, mientras lo colocaba sobre la cabeza caliente de mi hermano. Juana hizo la señal de la cruz sobre la cabeza del enfermo, a la vez que farfullaba una retahíla de rezos y recitado, de frases incomprensibles, en un tono bajo y misterioso.

             Yo no quitaba los ojos del vaso de agua esperando algún hecho extraordinario como que echara humo, hirviera el agua, cambiara de color o… en fin, ¡algo! Pero lo único que ocurría era que el agua iba mermando del vaso al irse empapando el trapo, y como señal del filtrado lento del traspaso del agua por capilaridad, salían unas cuantas burbujitas como si fuera gaseosa.

          En todo este proceso, Juana no cesaba de echar sus rezos y recitados, en un murmullo ininteligible, hasta quedar el vaso vacio. Para comprobar la eficacia del procedimiento y que el “solanero” había desaparecido, “jaló” de tres matas de pelo del paciente, que soltó un lastimero ¡AY! Al notar que el pelo “estrallaba”,  dió  por concluida la invocación, ….¡¡ Estaba curado!!

          No sé si como consecuencia de los rezos  o por refrigeración de la cabeza debido al agua absorbida por el paño,  la realidad fué que mi hermano salió de casa de Juana “La Muerte”…. ¡¡Vivito y coleando!!

           En San Andrés había varias mujeres muy ancianas, que quitaban el “mal de ojo” y “sacaban el sol”. Que yo recuerde, además de Juana, la sra. Trinidad, era una de esas mujeres y vivía frente de mi casa al lado del sr. Luís y sra, Gumersinda, su esposa. En la misma calle La Cruz pero más abajo, haciendo esquina con la vivienda de don Manolo Rodríguez y doña Chana, la sra. Encarnación, también

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