domingo, 12 de agosto de 2012

NO PUEDE MORIR JAMÁS QUIEN DE ESCLAVO SE LIBERA



NO PUEDE MORIR JAMÁS QUIEN DE ESCLAVO SE LIBERA


Ramón Gil Roldán


Oíd la doliente historia
de Beneharo, el de Anaga,
el Mencey desventurado
que enloqueciera de rabia
al perder la libertad
de su estirpe y de su patria;
y fue para enloquecer....

Nunca en las playas de Añaza
con ambición de conquista,
un extranjero arribara,
que no hubiera de medir
con Beneharo sus armas,
y al cabo, tras el combate,
vencido y roto marchara.

Dígalo Sancho de Herrera,
dígalo Fernán Peraza,
y Francisco Maldonado,
Gobernador de Canaria...
A todos supo vencer
altivo el Mencey de Anaga.

Su añepa nunca abatida,
victoriosa paseaba
desde la orilla del mar
hasta la cumbre escarpada
de las selvas que coronan
el Valle de Taganana.

Y cuentan que en esas luchas
con caudillos y piratas,
amazona singular,
al frente de su mesnada
arrogante se batía
la princesa Guacimara.

Y cuentan que era tan bella,
y cuentan que era tan brava,
y cuentan que tal hechizo
escondía en su mirada,
que más de un aventurero
quedó en las playas de Añaza,
cuando no herido del cuerpo,
herida de amor su alma.

Entonces,
entonces llegó el de Lugo,
y tras el primer esfuerzo
ineficaz que le trajo
la derrota de Acentejo,
armado en la Gran Canaria
con Guanarteme en converso,
volvió a la carga, y los guanches
a su empuje sucumbieron.

Ya la libertad perdida,
ya derrotado el empeño,
ya homenaje de adhesión
rinde a Lugo, el tinerfeño.
Ya no más luchar de frente
cara a cara y pecho a pecho,
ya el banote se quebró
del alcarabuzazo al fuego.
Ya la libertad perdida,
ya derrotado el empeño,
¡era para enloquecer
de horror y remordimiento!

Beneharo enloqueció,
arrojó diadema y cetro,
y vagando por las cumbres,
anduvo de cerro en cerro,
espantando a los rebaños
con sus profundos lamentos,
gritos de rabia y dolor,
imprecaciones al cielo,
que en sus alas recogían
las águilas y los cuervos.

¡Guañoth!
¡Achamán!

¡Guañoth!, ¡Achamán!, gritaba...
¡Achamán!, repetía el eco
de los profundos barrancos
repercutiendo en los senos...

¡Guañoth!
¡Achamán!


Vuelto a razón un día,
más loco cuanto más cuerdo,
el Mencey llamó a los suyos,
recobró diadema y cetro,
y por concertar las paces
se apercibió con doscientos
de sus fieles que, sin armas,
obedientes le siguieron.

En un repecho del monte
un grupo de aventureros
que en requisa de ganados
hasta la cumbre subieron,
dioles el alto, y ufano,
adelantóse uno de ellos,
un tal Rodrigo de Barrios,
fanfarrón y pendenciero,
increpó así al Mencey
y a los sumisos isleños:
Gente bárbara y servil,
nacida para ser siervos:
rendíos, que a cuenta echada
tenemos vuestros pescuezos,
y ya sabemos a cuántos
han de tocar por acero.

Dijo, disparó el mosquete,
arengó a sus compañeros,
y en una nube de plomo
los pobres guanches envueltos
se dispersaron heridos
por los opuestos senderos.

Beneharo quedó solo,
sangrando en mitad del pecho,
pero firme y desafiando
las veinte bocas de fuego.

Al terminar la matanza,
aquellos aventureros
se llegaron hasta él
con ánimo de prenderlo.
Entonces, el Mencey loco,
de un revés, tumbó al primero.

Y en carrera montaraz
dejando en el patrio suelo,
de su sangre generosa,
un imborrable reguero,
trepó hasta la cumbre altiva
y alzando las manos, trémulo,
con un lúgubre alarido
así se increpó a los cielos:

¡Guañoth!, ¡Guañoth!,
¡Achamán!, ¡Achamán!,
¡Guañoth!, ¡Guañoth!,¡Achamán...!,
¡Achamán!, repitió el eco.

Y el Mencey, de un salta ingente,
lanzó al abismo su cuerpo.

Lo cuenta la tradición,
también la historia lo cuenta;
la historia del Mencey loco
que mueve a dolor y a pena.

Alguien quiso deducir
de esta sencilla leyenda,
que con el Mencey murió
la noble raza guanchesca

No fue verdad,
murió el hombre...

Dicen que murió la raza
y nunca fue raza muerta,
raza que acabó en la historia
pa'vivir en la leyenda.

No puede morir jamás
quien de esclavo se libera,
rompiendo, para ser libre,
con su vida las cadenas.

Imagen tomada de: Alzados de Beztehuya.

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