EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
CAPITULO III: DE LA
ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV
1461 – 1470
Eduardo
Pedro García Rodríguez
1461. (Aproximadamente). De la guerra que hizo Diego de Herrera a
la isla de Canaria. Diego de Herrera, después de haber comprado las cuatro
islas conquistadas por Juan de Letancurt, quiso seguir sus pasos. Empezó con
gente forastera y con sus vasallos a asaltar a los canarios, los cuales,
estando acostumbrados a la guerra contra diversas naciones, hasta al fin
siempre salieron victoriosos. Entre muchas escaramuzas que tuvo con ellos, hubo
una memorable, cerca de la villa de Tirahana, en la cual, además de haber
perdido mucha gente, fue obligado a retirarse a la orilla del mar, en lugar
fuerte.
Viendo él que, al unirse los
canarios entre ellos, cada día se hacían más difíciles de vencer, procuró
desunirlos, para que, asaltándolos un día aquí y otro día allá, pudiese
conseguir la victoria a poco a poco y más fácilmente de este modo. Para ello,
ordenó a Diego de Silva, hidalgo portugués que había llevado consigo a esta
guerra, que con doscientos soldados escogidos fuese a asaltar la villa de
Gáldar. Llegado Silva a Gáldar y trabado que hubo la batalla con los
galdarenses, tuvo lo peor, de modo que lo obligaron a retirarse en un sitio
cercado de piedra, donde peleaba desesperadamente, siendo aquélla su última
defensa. Y estando allí, como vio en poco espacio de tiempo qué algunos de los
suyos morían y otros quedaban heridos, astutamente pidió que hablase con el rey
de los galdarenses y prometió rendirse bajo ciertas condiciones. El Guanarteme,
que allí combatía en la primera fila de los suyos, suspendió la pelea y mandó
que se retirasen algún tanto sus tropas; y acercándose a algunos pasos del
lugar donde estaban atrincherados los cristianos, salió Silva en ademán de paz,
y saludando al Guanarteme con modales lisonjeros, le habló después
determinadamente, de este modo:
-No pienses, o Guanarteme, que el
habernos retirado en este lugar, después del largo rato que dura la pelea entre
vos y nosotros, se deba al temor de ser muertos por vos- otros, o apresados y
puestos en servidumbre por vuestra turba. El valor de cualquiera que pugne para
la fe cristiana, también entre vosotros es conocido por invencible. Y, para no
daros ejemplos de naciones forasteras, por nosotros vencidas, por estar
divididas de vosotros por el gran mar que impide que tengáis noticia de ellos,
considerando que la gente que vive en las demás islas como ésta (que, cuando el
aire es claro, veis bien en vuestro alrededor) también son como vosotros,
fuertes, potentes y valerosos, y amigos de su vida pastoral y libre; y, sin
embargo, han sido vencidos por nosotros y reducidos a nuestras costumbres y a
nuestra fe; con lo cual están ahora en sumo contento y gloria. Sólo este fin
nos ha empujado a surcar tanto mar, casi
descono-
cido, en medio de mil peligros y
tempestades y (lo que quizá os parezca sin piedad) abandonar a nuestras mujeres
e hijos y las amadas riberas de nuestra querida patria España.
Porque, si nos hubiésemos
conformado tan solamente con las riquezas de nuestro país, no nos hubiéramos
expuesto a tantos trabajos, para la salud y el beneficio vuestro. De modo que
el hecho de perseguir vuestro verdadero bien y que viváis de igual modo que
nosotros (que así nos lo ordena el Dios que vosotros adoráis en las cumbres de
Amagro y de Tirma) no debe considerarse
por vosotros siniestramente tanto mas, que os preciáis de tener vuestro origen
de nación nobilísima, y entre los demás que viven en las otras islas alrededor
de ésta tenéis suma reputación y os respetan casi como a hermanos mayores.
Decídete, pues, o Guanarteme (puesto, que entre las armas suele también tener
lugar la razón y el consejo de
los enemigos) de ser nuestro amigo y de cerrar la paz de tal modo, que podamos
retirarnos seguros y sin daño a nuestros alojamientos; que, de lo contrario, la
necesidad, que no nos deja otra posibilidad, nos obligará a combatir, no con la
intención que hasta aquí hemos teníamos de no ofenderos, sino para mataros
cruelmente y usar cualquier fiereza en vuestras personas; y las armas que hasta
ahora han sido piadosas con vosotros ya mojadas en la sangre, y los corazones
de mis soldados, vencidos más por la rabia y por el afán de la victoriosa
venganza, que por el deseo de la paz, esperan aquella decisión que a vosotros,
más que a nosotros, convenga.
El Guanarteme, que había
escuchado atentamente lo que Silva le había dicho, se acercó un poco más y, con
ademán plácido y con sonora voz, para ser oído de todos, le contestó
amistosamente de este modo: -Pensábamos nosotros, los canarios, por hallarnos
tan alejados de vosotros y de vuestras tierras, en este breve ángulo del mundo,
y rodeados por la rabia de las soberbísimas olas de tan vasto mar, como el de
que nos vemos circundados, que podíamos vivir sin molestia por parte vuestra,
que desde ya largo tiempo sois perturbadores de la quietud y del ocio en que
con tanta paz y tranquilidad Soliamos vivir. También tenemos presente la
memoria de tantas armadas que llegaron hasta nuestras orillas, de los hechos de
guerra que con vosotros tuvimos, de tantos egregios canarios muertos, o
llevados prisioneros por vosotros en partes muy lejanas; y, lo que sentimos más
que todo hasta al día de hoy, es la muerte dolorosa de Artemis, nuestro rey, en
guerra con vuestro capitán Juan de Letancurt valerosamente vencida. Quizá sean
nuestras culpas, que el flaquear es natural de nosotros, los hombres, y muchas
veces, en contra nuestra, hemos -incurrido en aquellos peca- dos que nunca se han visto, ni siquiera entre las
fieras más inhumanas. Así, en nuestras necesidades, en lugar de visitar al
sagrado Tirma y de pedir la ayuda de Dios, hemos hecho muchas cosas que no eran
dignas de nosotros, por lo cual hemos recibido gran castigo. De éste no es la
menor parte el estar perturbados por vosotros; que si nos bastara el haberos
aquyentado infinitas veces de nuestras costas y dado muerte, y muchas veces
detenido como prisioneros como de vuestro obispo Diego López (lo sabéis, 520
esplendores de la luna que es nuestro cautivo), podríamos hacer
cuenta de que la ira de. Dios se ha aplacado contra nosotros. Pero, si el hecho
es inevitable y contrario a nuestra paz, ¿quién puede oponerse a tanta fuerza?
¿Quién puede resistir a tanta necesidad?
Bien nos damos cuenta que lo que
vos nos persuadís es bueno y justo y honrado y si el bien nuestro os mueve a
soportar las penas y los peligros y las muertes que padeceis en la guerra que
con nosotros hacéis con tanta adversidad, nosotros no os seremos ingratos por
tanta merced; como antes lo habíamos demostrado a aquéllos que se han conducido
con nosotros de modo que, en lugar de hacernos guerra y de llevar nuestras
haciendas y la patria, usaron con nosotros de tanta paz y amistad, que
participaron de nuestras riquezas y de nuestras mujeres. Dime, ¿quién, aun
entre vosotros, puede soportar voluntariamente la pesada servidumbre? De libre,
¿llegar a ser esclavo? De rico, ¿po-
bre? De rey, ¿venir a ser
vasallo? Nadie, creo, se hallaría, que no prefiera arriesgar y perder honrosa
mente la propia vida, antes que verse privado de la dorada libertad y puesto en
la miseria de la insoportable esclavitud. Esta deliberación es la que hemos
tomado nosotros, canarios, de querer defender con la vida la patria y la
libertad, antes que ser siervos vuestros y vivir debajo de vuestras leyes,
aunque a algunos parezcan buenas; siendo así que nuestra libertad y
conservación sólo consisten en mantener nuestras costumbres y nuestra fe; que
cualquiera que haya nacido en ella piensa, por más que se equivoque, que es la
mejor, o, por lo menos, que es la que más le cuadra.
¿Acaso podréis vosotros,
forasteros, pocos y poco duchos en la aspereza de esta tierra, resistir a tanto
número de valientes canarios? ¿No os acordáis de cuántas derrotas re- cibisteis
de nosotros? De ayer a hoy no se habrán curado las heridas que sobre Tirahana
os dio el rey. de Telde; y también están frescas todavía las que, hace un
instante, recibisteis de nuestras manos, cuya sangre, todavía caliente, es
testimonio de lo ocurrido. ¿Pensáis quizá escaparos hoy, con encerraros allá,
entre paredes, a modo de ganado que espera el cuchillo? ¿Quizá os ayuden en la
presente necesidad vuestros demás soldados, cansados y malheridos, que están
lejos, a muchas millas de aquí? Hoy, sólo la muerte puede dar fin honroso a
vuestros trabajos, si, combatiendo sin buscar huida, os dais a conocer por tan
valientes como lo has dicho, a tanto número de soldados que viene conmigo.
Sin embargo, ¡oh Silva!, para que
conozcas en cuánto peligro té has puesto con tu gente, te he dicho estas
palabras; y, si también quieres conocer el valor y la generosidad de los
canarios, danos seguridad de que harás paz con nosotros, dejándonos vivir
libremente, como solíamos, y que embarcarás y te marcharás; que yo te dejaré ir
seguro, sin ningún daño, a tus alojamientos, defendiendo con los míos tu
retirada, para que no te vengan a ofender los demás ísleños. Quizá algún día,
si me das crédito, te sea útil el recuerdo de esta benevolencia que deseo usar
contigo, y alabes valor y la amistad de
un rústico rey de Gáldar, así como la decisión que tomes en esta necesidad, y
que ves te conviene.
Asombrado Silva de que se hallase
tanta generosidad en este rey enemigo, y vencido tanto en la cortesía como en
las armas, aceptó con la mejor gana las condiciones y la
paz que el rey le ofrecía, y se
dieron seguridades el uno al otro, de guardarla inviolablemente. Y, demostrando
Silva que no había dado todavía al rey toda la satisfacción que merecía, prometió rehenes, aunque lo hiciese todo para
asegurarse el paso, lo mejor que pudiese.
Entonces el rey con mucha gente
suya condujo a Silva al mar, donde se embarcó con todos los suyos, tanto los
sanos como los heridos. De allí se fue a desembarcar frente a Tirahana, donde se había fortificado Diego
de Herrera, quien le esperaba, con los demás capitanes, que habían salido a
correr la tierra por la parte de Levante, cogiendo y matando a cuantos canarios
podían y viendo Herrera el poco resultado que se conseguía en esta guerra, y
cuán fuertes y valientes eran los enemigos, para no verse repelido y totalmente
rechazado de la isla, dejó los rehenes al rey de Gáldar y al rey de Telde, con
quien hizo paces, con el pretexto de que en pocos días partiría con todos sus
soldados, y que por aquel entonces no tenía comodidad de navíos para poderlo hacer.
Mientras las cosas estaban así
tranquilas, y corría año de 1461, fabricó secretamente una pequeña fortaleza
encima del puerto de Gando, que era la parte más cómoda para la navegación con
las demás islas. Acabándola de fortificar y de proveer con bastantes
mantenimientos y gente, la dejó a cargo de un capitán suyo, y él pasó con Silva
a Lan-zarote y a Fuerteventura, para proveerse con mayores fuerzas, para poder
dar fin a esta guerra.
Hallándose de este modo
fortificado el castellano, y con buenos soldados, como hombre que deseaba
adquirir fama, empezó a romper las paces con los canarios, haciendo que los
soldados saqueasen cuanto pudiesen. Los canarios, indignándose, de allí en
adelante trataron de matar a los cristianos y destruir la fortaleza, dándose
cuenta de cuánta desventaja les resultaba de su mantenimiento. Por ello,
saliendo los cristianos, pocos días después, a saquear, fueron cogidos en medio
por los enemigos, con mucho ganado, y fueron apresados y muertos todos. Ellos,
sin mucho tardar, se vistieron con los trajes de los muertos, y con la presa se
marcharon a la fortaleza: y engañados los de dentro, que creyeron que eran los
suyos, a quienes esperaban, les abrieron la puerta, y fueron muertos por ellos,
y la fortaleza derribada, la cual nunca más volvió a edificarse, y hasta el día
de hoy se conservan sus ruinas en la orilla.
La estratagema de los canarios
verdaderamente no se puede negar que es digna de nobilísima nación y se puede
comparar (junto con muchas otras) con la que usó Sertorio, tribuno romano, en
la guerra de España en tiempo de Didio pretor, cuando, al vencer él a los
españoles conjurados, conquistó rápidamente la ciudad de Gella. De igual modo
Aníbal cartaginés también conquistó muchas ciudades en Italia, sin combatir;
como igualmente lo hizo Epaminon das tebano, para conquistar la célebre ciudad
de los arcadios; Aristipo lacedemonio, para entrar en el castillo de Capadocia;
y Timareo etolio, cuando mató a Carmedes, prefecto del rey Tolomeo, se vistió
con traje y con sombrero macedonios, y en lugar de aquél ocupó el puerto de los
samnios y que esta nación de Canaria haya sido siempre, desde tiempos antiguos,
muy valerosa en la guerra y renombrada entre todas las demás que estuvieron en
África y en la España
que le estaba sometida, se demuestra en algunos libros antiguos que en ásperos
versos cantan las guerras qué tuvo Carlo Magno con los moros. De éstos, como
también de otros autores verídicos, tomó Ludovico Ariosto en el canto XIV de su
Orlando, la descripción que hace del ejército del rey Agramonte, y cuando
desfilan las gentes africanas, nota de este modo a las de Canaria:
Da Finaduro e l' altra squadra retta
che di Canaria viene
e di Marocco;
Y tambien se puede creer que
entre toda la gente Agramonte los canarios fueron de los más valientes y
animosos, por haber sido designados para el asalto de París, donde se hallaron
en la conquista de una puerta, junto con Bambirago, rey de Arcilla, y con
Corinco de Mulga, y con otros, como más abajo dijo el Ariosto:
e Prussione,
il ricco re
dell'lsole Beate.
(Leonardo Torriani; 1959:
122-129)
1461.
Fecha en la que los españoles se esforzaron por obtener
con engaños lo que habían sido incapaces de conseguir por
la fuerza de las armas.
En
ese año, Diego de Herrera y el obispo del Rubicón llegaron
con una flotilla a la costa de Gando (Gran Canaria) , en el sureste de la
isla, y cuando los canarios, como de costumbre, se reunieron para
rechazar la invasión, el obispo les informó que venían como
amigos y con la única intención de comerciar pacíficamente
con ellos. Convencidos con esta declaración, les permitieron desembarcar
sin armas e inmediatamente Diego de Herrera tomó posesión
formal de la isla en presencia de los nativos -quienes
naturalmente no tenían ni idea de lo que significaba la ceremonia-,
el obispo y los otros filibusteros. Después, altamente
satisfecho con este acto, regresó aLanzarote, sobre la que los españoles
ya habían conseguido un completo dominio. Al año siguiente,
el obispo, lleno del ardiente deseo de reunir dentro del redil
de la iglesia romana a su disperso rebaño, fue a Gando con 300
hombres armados, que sin duda intentaban ayudarle en su
piadoso trabajo de conversión. Con gran irritación por su parte, los isleños
persistieron en su absurda negativa de permitir que
desembarcaran hombres armados y el obispo se vio obligado a
regresar a Lanzarote. (En: A. B. Ellis, 1993. Ed. J.A.D.L.: 32.)
1461 Agosto 12.
Diego García de Herrera
desembarcó en la isla Tamaránt (Gran Canaria), y al acudir los canarios a
obsequiarle, ordenó al escribano público Fernando de Párrega, que tomando esta
cortesía por sumisión, diese fe de ella. En sus negociaciones con los indígenas
recabó le permitiesen la construcción de una Torre en Gando, que como se sabe
fue luego demolida por el Guayre Maninidra.
1461 Agosto 16.
Diego López de Illescas, colono impuesto como obispo de Rubicón, formaliza
«pactos de paces» con los «bandos o reinos» guanches de Gáldar y Telde, en Tamaránt (Gran
Canaria), que fueron firmados el 16 de agosto de 1461 por el obispo y por Diego
García de Herrera, colono autoerigido en señor de las islas.
1462. Fray
Rodrigo de Utrera, O.F.M., vicario general de la secta de los franciscanos
establecidos de Canarias, con quien había tenido problemas Fray Alfonso de
Bolaños (favorecido éste por el obispo
Diego López de Illescas), es destituido por el Papa Pío II por la bula Decet
Apostolicam) de Roma, a 19 de enero de 1462.
1462. Las aportaciones económicas producidas por la indulgencia
pontificia de 1462, que se renovó en 1472 mediante. La bula “Pastor aeternis”
de Sixto IV, fueron reclamadas por los reyes de Castilla y Aragón para
contribuir a la invasión y conquista de Tamaránt (Gran Canaria), donde participó
activamente cortando tantas cabezas de guanches como los mercenarios civiles el
obispo de Rubicón, Fr. Juan de Frías. Fue un primer ensayo para combinar
evangelización y conquista armada, aunque el resultado dejó mucho que desear
porque los conquistadores actuaron de manera brutal, y muchos naturales considerados cautivos de
“buena guerra” eran esclavizados, tanto por parte de los mercenarios
castellanos como por el clero católico.
En definitiva, la continua
influencia eclesiástica de la secta católica, legitimadora y misionera, fue un
elemento esencial en el desarrollo del señorío feudal, como después también en
la invasión y conquista conocida como realenga, y en el establecimiento de la
ocupación castellana.
1462. Los franciscanos de Canarias (al frente Fray Alfonso de
Bolaños) extienden su penetración “evangelizadora” a la costa de Guinea, en
nuestro continente africano, ocupada por los portugueses. (La bula Pastor
bonus) del 7 de octubre de 1462, los supone ya presentes «en la costa de
Guinea»).
1462. Enrique
IV de Castilla se casa con Juana, hermana de Alfonso V de Portugal; y, según.
Barros, concede el “derecho” de conquista de las Islas Canarias a don Martinho
Gonzalves de Taide, conde de Tauguía (Atauguía), por haberle traído la reina a
Castilla, aunque quedando las islas bajo
la soberanía de Castilla. Así quedó resuelto diplomáticamente entre esos dos
reinos europeos, por el momento, el
asunto de la invasión y saqueo de las islas que aún quedaban por conquistar.
1462. El jefe
de la secta católica el Papa Pío II ratifica los privilegios concedidos por sus
predecesores (Eugenio IV y Nicolás V) a la “evangelización” de las Islas
Canarias; aprueba los «pactos de paces» que hiciesen los obispos con los
guanches; prohíbe bajo excomunión la esclavización de los guanches de los
bandos o reinos de paces; manda que se dé libertad a los que, de los mismos,
hayan sido hechos esclavos; y concede amplias indulgencias a quienes cooperen
en la redención de cautivos o ayuden a reprimir la depredación y esclavizaci6n
de los guanches (Bula Pastor bonus, de Petreoli -Siena-, a 7 de octubre
de 1.462). Así, de favorecer las invasiones y conquistas sangrientas con
indulgencias de cruzada, se ha pasado a favorecer la “evangelización” pacífica
con indulgencias similares.
1462. Fray Alfonso de Bolaños, de la secta de los franciscanos
(O.F.M)., quien actúo como punta de lanza en la penetración cristiana en Chinet
( Tenerife), es nombrado vicario apostólico personal de Canarias -con
facultades similares a las del Vicario general de Canarias- por el Papa Pío II,
por la bula Ex assuetae pietatis intuitu, de Todi, a 12 de diciembre de
1.462; y pasa a Guinea con cuatro franciscanos .
1462. Diego
García de Herrera va a Castilla, afines de 1462, a dar relación al rey
castellano Enrique IV de que ha tomado posesión de «ciertas tierras e
pesquerías». Se trata de la costa de nuestro continente desde el cabo Ajén
(=Guee, Guel, Aguer, del Agua) hasta el cabo Boxidor (Boyatdor, Bojador),
dentro de las cuales cae el río de la Mar Pequeña.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago
Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.
“Bula memorable que le dirigió Pío II
De
este celo incansable de don Diego de Illescas, da
claro testimonio la bula que el mismo Pío II le dirigió
en Petreoli, villa del obispado de Sena, a 9 de octubre de 1462, «animándole a la fatiga, elogiando su solicitud y concediéndole diversos privilegios y gracias. Porque,
habiendo sabido el papa cuan ardiente era la caridad con que nuestro
prelado se consagraba a la conversión y
libertad de los naturales de las Canarias
y Guinea y que, por la pobreza del país y de sus moradores, no querían
avecindarse en él ningunos presbíteros ni
otros eclesiásticos seculares, de manera que muchos cristianos se quedaban sin misa y morían sin sacramentos, quería su santidad que, mientras durase la obra de la conversión y aquella
penuria de clérigos, se pudiese tomar suficiente
número de religiosos de cualquier instituto,
como fuesen de vida ejemplar, conducta y buena fama.
Igualmente el papa concedía al obispo y a todas las personas
constituidas en dignidad, a los canónigos de Rubicón, a los religiosos
presbíteros y clérigos que residiesen en las islas ocupados en la conversión de los infieles, finalmente a todas las
personas que, teniendo por esclavos algunos naturales de Canarias o Guinea, les
diesen entera libertad o coadyuvasen de palabra o por obra a su redención; les concedía, digo, el privilegio de elegir confesor que les absolviese de casos reservados, como no fuesen a la silla apostólica, y de aplicarles una indulgencia plenaria en el artículo
de la muerte. Pero al mismo tiempo
delegaba a nuestro obispo y a los arzobispos de Sevilla y Toledo, para que procediesen con censuras contra los
piratas y otros cualesquiera cristianos que cautivasen por fuerza o fraude a
los naturales de las Canarias y que los
retuviesen o vendiesen como esclavos,
precisando bajo de la misma excomunión
a los contraventores a que dentro de 20 días después del monitorio les diesen libertad o los rescatasen.
Por
otra parte lisonjeaba el papa la inclinación benéfica del
obispo, favoreciendo a todos cuantos suministrasen
a los naturales de nuestras islas, aun a los que no
fuesen cristianos, cualesquiera género de alimentos, ropa,
utensilios, agujas, instrumentos de arar y de cavar, excepto solamente armas prohibidas de hierro o palo. Quería también su santidad que don Diego de Illescas obligase con autoridad apostólica a los canónigos y
dignidades de Rubicón que sin causa legítima residiesen fuera del
obispado más de un año, a que volviesen a su
iglesia dentro de cierto término, convocándolos por edictos que se fijarían a
las puertas de aquella catedral,
privando a los contumaces de sus prebendas, subrogando en su lugar otras personas y promulgando los convenientes estatutos sobre esta materia.
Confirmaba la
conservatoria y letras apostólicas de su
predecesor Eugenio IV,
dirigidas al obispo don Fernando Cálvelos, sobre la
erección de la iglesia Rubicense en catedral; y sólo restringía la cáusula de que los
regulares hubiesen de obtener las dignidades
y canonjías, siendo notorio el inconveniente de que" los buenos
religiosos no querían dejar sus propias
religiones, ni los presbíteros seculares abrazar la profesión monástica para pasar
a tan pobres islas; así que todos los prebendados deberían ser clérigos
seculares en lo sucesivo. Y para que aquella santa iglesia fuese más distinguida, recomendada con alguna indulgencia y frecuentada de la devoción de los fieles, concedía
veinte años y veinte cuarentenas de perdón a los que, penitentes y
confesados, la visitasen anualmente en las vísperas y día de la Asunción de la Santísima
Virgen. Esta misma
gracia se ampliaba a una iglesia de cada
isla que el obispo señalase, pero con
la limitación de que la indulgencia sería de diez años y diez cuarentenas solamente.
Informado también Pío II de que
nuestro obispo, arrebatado de su buen corazón, se iba a las islas que no
estaban conquistadas y en compañía de algunos religiosos penetraba por el país
de los infieles, haciendo con ellos pactos
de confederación y de paz, a
fin de convertirlos, e informado
igualmente de que muchos piratas, salteadores y perversos cristianos
solían al mismo tiempo hacer grandes daños a
los isleños, de modo que, ofendidos éstos, faltaban a los tratados de
amistad y maltrataban a los piadosos misioneros,
declaraba que semejantes invasores incurrirían desde luego en
excomunión mayor reservada al sumo pontífice.
Finalmente
el papa le concedía, en atención a sus sudores evangélicos, privilegio para que
ni él ni sus sucesores estuviesen obligados a la visita ad
¡¡mina Apostolorum cada trienio,
pues bastaría que lo hiciesen cada diez años; y que por este mismo término pudiese
el señor Illescas dispensar a los naturales
convertidos en el tercero y cuarto grado
de consanguinidad y afinidad para contraer matrimonio, como también en el impedimento de pública honestidad. «Prosigue, pues (concluía el
papa), obispo, hermano nuestro, en tus santas obras, con la misma prudencia y solicitud con que te has hecho aceptísimo a Dios, a Nos y a nuestros hermanos; pues, además del premio eterno, merecerás conseguir abundantemente la gracia de nuestra bendición apostólica».
Don
Diego de Illescas prosiguió. Pero, al cabo de seis
años, rendido al peso de la edad y del oficio,
renunció el obispado en manos de Paulo II, quien, atendiendo paternalmente
a su descanso, le permitió que se retirase a España lleno de
méritos, de trabajos y de virtudes, con una pensión sobre
la mitra de la cuarta parte de sus rentas. Para seguridad de esta asignación expidió a
su favor una bula, dada en Roma a 17 de marzo de
1468, a
fin de que el obispo electo en su lugar y sus sucesores se la pagasen
puntualmente, so pena de entredicho y aun de
suspensión en caso de no querer
cumpirlo. Las letras ejecutorias de estas
penas fueron cometidas a los arzobispos de Toledo y de Sevilla, con fecha de 25 del mismo mes y año, que era el
quinto del pontificado de Paulo II.
Si el ilustrísimo Dávila dice en sus Sinodales que
don Diego de Illescas falleció en Rubicón, fue porque no
tuvo noticia de esta renuncia ni de su retiro a la Europa ; y, si añade que fue
su inmediato sucesor don fray Tomás
Serrano, ha sido porque tampoco la tuvo de las elecciones que ya vamos a referir.” (José de Viera y
Clavijo, 1987. T. 2: 231 y ss.)
1463. Enrique IV de Castilla, por Real Cédula del 10 de enero de
1463, concede proindiviso a Herrera y a su comendador mayor Gonzalo de
Sayavedra, el señorío de las tierras de las que ha tomado posesión aquél.
Concesión ratificada el 10 de agosto siguiente.
1463. Pedro de
Meneses, conde de Vila Real, suplica al Papa Pío II autorización para
conquistar las islas de Tamarant (Gran Canaria), Chinech y Benahuare (Tenerife y La Palma ) (concedidas por
Enrique IV de Castilla) en vistas a convertir a los guanches a la fe cristiana.
Eufemismo que oculta las verdaderas intenciones de estos aventureros, la de
saquear y esclavizar a las poblaciones guanches.
1463. El Papa Pío II, el 13 de junio de 1463, concede a Pedro de
Meneses la autorización pedida. Pero el fracaso del intento de conquista de
Tánger la deja sin efecto.
1464. Al retirarse Herrera de las playas de Añazu, un fraile
franciscano, llamado Macedo, solicitó y obtuvo permiso del obispo Il1escas para
quedarse en Chinech (Tenerife) en compañía de Antón, guanche bautizado por el
rito católico en Titoreygatra (Lanzarote) que había seguido a los españoles en
su última expedición. Entonces tuvo Lugar, según refieren nuestros cronistas
aparición en las playas de Güímar de una escultura en madera, que fue
reconocida por el fraile y su neófito como la reproducción fiel de la imagen de
la Candelaria.
Al saber Sancho de Herrera, hijo
tercero del señor de las islas, tan peregrino hallazgo, y no queriendo que
aquella joya estuviese en manos de una raza idólatra, emprendió una secreta
excursión a las costas del sur de Tenerife y llegando sigilosamente a tierra se
apoderó de la Virgen
llevándola en triunfo a la iglesia parroquial de Fuerteventura, donde la colocó
en sitio preferente, siendo el consuelo y la admiración de aquellos fieles.
Pero la imagen, continúan diciendo nuestros cronistas, que no aprobaba aquella
traslación, manifestaba su disgusto todas las mañanas volviendo el rostro a la
pared; y tanto repitió esta demostración de desagrado que, al fin, el hijo de
Herrera se vio en la necesidad de retomar con ella a Tenerife y dejarla en la
humilde cueva que le servía de santuario.
No obstante los inútiles
esfuerzos hechos por Diego de Herrera para conseguir algunas ventajas sobre los
habitantes de Canaria y Tenerife parece que, últimamente, bajo el pretexto de
cambiar productos, pudo obtener que en la playa de Gando se le permitiese
levantar un almacén para albergar allí a los encargados de ese tráfico.
Este almacén fue poco a poco transformándose sin que lo
advirtiesen los isleños en casa fuerte con buenos muros, fosos, saeteras y
torreones y una guarnición numerosa para su defensa.
1464. Según la tamusni (tradición oral), Akaimo era segundo de los
hijos del Gran Tinerfe. Fue mencey del Menceyato de Güímar. Estuvo presente en
1464, en la visita y el tratado de paz establecido por el esclavista Diego de
Herrera. Parece, pero no se puede afirmar, que en el tiempo de su menceyato
apareció la imagen de Candelaria. En los
contactos de 1464, los españoles le llaman «el rey de las lanzadas, que se
llama el Rey de Güímar» .Fue padre de Añaterve, el Bueno, que fue su sucesor, y
pactó con los invasores españoles.
1464. los colonos Inés y su marido procuraron realizar proyectos de
expansión y conquista en las Islas, aunque cada vez era más evidente que el
modelo señorial que ellos representaban no tenía capacidad para hacerlas, lo
que impulsaba al rey de Castilla, Enrique IV (1454-1474) a ensayar nuevas
soluciones, en una línea que contradecía los intereses castellanos, pero
comprensible si se tiene presente la vincu-lación del rey a través de su
segundo matrimonio con Juana de Portugal, y el carácter personalista de muchas
decisiones regias en aquellos tiempos.
1464. Los intentos de expansión señorial europea en Canarias
parecían tocar a su fin. Titoreygatra (Lanzarote), Erbania (Fuerteventura), Esero (El Hierro) y la Gomera estaban sujetas a
señorío, aunque los gomeros protagonizaron algunos alzamientos contra los
tiranos -1478, 1484, 1488-, la última de las cuales causó la muerte de Fernán
Peraza «el joven», hijo de Inés Peraza y Diego García de Herrera. Pero no había
visos de que la conquista de Tanaránt (Gran Canaria), Chinet (Tenerife) y
Benahuare (La Palma ) fuera posible en aquella situación. La guerra
de sucesión castellana entre 1475 y 1479, a la muerte de Enrique IV, y el
alineamiento de Alfonso V de Portugal al lado de su sobrina Juana contra los
derechos al trono de Isabel I y Fernando V de Castilla pusieron de actualidad
por última vez el largo conflicto entre ambos reinos sobre Canarias y la ruta
de Guinea.
1464. El Papa de la secta católica
obliga a residir a los canónigos y dignidades y se restringe la cláusula
de que deben ser regulares. Como consecuencia de la mejor y más intensa
administración comienzan a aparecer los pleitos por el cobro de rentas entre
los colonos obispos y señores. Los prelados, por su parte, comienzan a residir
de forma más habitual en su diócesis.
1464. Los
colonos Diego López de Illescas, obispo de Rubicón, y Diego García de Herrera,
autodenominado señor de Canarias, firman «pactos de paces» y comercio con los
régulos de los nuevos bandos o reinos de Chinech (Tenerife), el -21 de junio de
1464. Herrera siguiendo las costumbres europeas de la época, hace simulacro de
toma posesión de la isla, desplazando piedras y rompiendo ramas de árboles, lo
que causó hilaridad entre los guanches. Los guanches le permitieron construir
un torreón y casa de contratación en Añazu n Chinech (actual Santa Cruz de
Tenerife) pero los intentos de esclavización en algunos menceyatos, las rapiñas
y violencias posteriores llevadas a cabo por los bandoleros de Herrera movieron
a los guanches a demoler el torreón y Herrera tuvo que retirarse de la isla
derrotado.
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