EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO
XIV
Eduardo Pedro García Rodríguez
1411 – 1420
1413.
Famara era uno de los poblados guanches más importantes de Lanzarote, los restos de cerámica localizados en la zona así lo demuestran.
Famara era uno de los poblados guanches más importantes de Lanzarote, los restos de cerámica localizados en la zona así lo demuestran.
Cuando los franciscanos que llegan con los conquistadores deciden buscar un lugar en la isla para levantar un oratorio, nos dice el libro de historia de esta orden, que escogen un lugarcillo a una lengua del poblado de Famara allí se establecen en 1413 permaneciendo en Famara unos 33 años.
Esta construcción fue el inicio de la primera ermita de Canarias dedicada a la Virgen, la ermita de Las Mercedes.
En la Confirmación y Acrecentamiento de los privilegios de los vecinos de Lanzarote hecha por Maciot de Bhetencourt en pergamino de cuero firmada en su Palacio de Lanzarote dice entre otras cosas,
“Que en la dicha isla...........las dos mares de Famagui”
En las Pesquisas de Cabitos, aparece el termino Famagui, refiriéndose a unas aguadas. Wölfel afirma que Famara es un derivado de Famagui. La interpretación que se le da es de maretas, o depósitos seminaturales de agua de lluvia. Son estas aguadas las conocidas como Fuentes de la Poceta o Fuentes de Famara, aguadas que fueron una de las principales razones que motivaron a Sancho de Herrera para que en 1534, escribiera en su testamento el mandato de que se construyera en su huerta de Famara un monasterio de frailes.
Y es Sancho de Herrera el que consciente del valor del agua para los vecinos de esta isla decide cuando hace merced de la huerta de Famara a Juan de León, las fuentes sin embargo las deja para el bien común, es decir para el disfrute de todos los habitantes de Lanzarote. En el inventario de los bienes del común de Lanzarote realizado el 20 de julio de 1560, figuran entre otros los Pozos, Chafarices y Fuentes de Famara. Torriani en el siglo XVI describe esta zona como un lugar donde hay pozos de agua. (Francisco Delgado Hernández)
1414. El Papa Benedicto XIII, en Zaragoza (?), no se sabe a ciencia cierta porqué motivos (aunque posiblemente por su participación en la esclavización de los naturales) retira al pirata Juan de Bethencourt las indulgencias y privilegios que le había concedido para la invasión y conquista de las Islas Canarias; y suspende al obispo Fray Alonso de Sanlúcar de Barrameda de sus funciones episcopales.
1414. La secta católica de los franciscanos fundan su primer
convento en Canarias en
Rubicón, Titoreygatra (Lanzarote)
e inician la evangelización en Titoreygatra (Lanzarote) y Erbania (Fuerteventura), ya sometidas por los
piratas normandos-castellanos.
1414 diciembre 8.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago
Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.
“De
fray Alonso de Barrameda, segundo obispo de
estas islas
No descuidó el activo pontífice en dar esposo
propio a la nueva iglesia Rubicense, nombrando
aquel mismo año para la mitra a fray Alonso de
Barrameda, religioso de San Francisco, varón
recomendable por su doctrina y virtud; pues aunque
no se encuentra en el archivo Vaticano la bula de la provisión
hecha en él, se ha hallado otra dirigida al mismo Alfonso
episcopo Rubicensi, facultativa para su consagración. Consagróse, en efecto; pero parece que nunca pasó a su obispado de Canarias, ni fue reconocido por Juan de Béthencourt y los franceses sus sucesores,
como veremos.
Entre
tanto, sabemos que en marzo de 1412 asistía en Sevilla al
concilio provincial que celebraba el arzobispo don Alonso
de Exea, patriarca de Costantinopla, y que el mismo don Pedro de Luna,
por otra bula dada en Peñíscola el año vigésimo de su tenaz pontificado
(1414), le absolvía de la suspensión ab execut/one
pontificaHum en que había
incurrido, tal vez por no haber pasado a
su iglesia. Estrechábalo a que pasase dentro de tres meses, y le confería
facultad para que llevase consigo
algunos religiosos, con tal que fuesen ejemplares
y de la aprobación del metropolitano referido.
Véase
aquí la bula: Benedicto, etc. Al venerable fray Alonso, obispo
Rubicense, salud, etc. El afecto de tu
sincera devoción hacia nos y la Santa Iglesia Romana merece que
atendamos benignamente a tus súplicas, en
cuanto podamos, según Dios. De aquí
es que, habiendo tenido por conveniente
el suspenderte de algún tiempo a esta parte,
por ciertos motivos muy justos, del ejercicio de las funciones pontificales, movidos ahora, no obstante, de tus ruegos sobre este particular,
te restituimos al uso de ellas, y por
el tenor de los presentes y autoridad apostólica te concedemos que puedas llevar y transportar contigo a tu diócesis
libre y lícitamente cualesquiera personas religiosas
de ejemplo loable y buena fama que quieran
ir, pedida la licencia a sus superiores, aunque no concedida, por esta vez no más, no obstante la referida
suspensión ni las constituciones u ordenanzas apóstol ¡cas,, como ni tampoco
los estatutos y costumbres de los monasterios y órdenes, por más que sus personas estén premunidas de juramento o confirmación apostólica, o tengan otra cualquiera firmeza...
Asimismo
es nuestra voluntad que, pasados tres meses,
contados de la presente data, no uses de las
funciones pontificiales fuera de tu diócesis y que, de no
cumplirlo, entiendas que desde luego volverás a
quedar privado del honor y ejercicio del orden
episcopal. También queremos que las mencionadas personas que
hubieren de partir contigo, como queda dicho sean elegidas por nuestro
venerable hermano el arzobispo de Sevilla y por ti
mismo, sobre cuya idoneidad y suficiencia os encargamos a
entrambos las conciencias, y que después de emprendido el viaje,
permanezcan y estén bajo de tu obediencia. Nú/// ergo
hominum, etc. Dada en Peñíscola, de la diócesis de Tortosa, a 8 de
diciembre, año vigésimo de nuestro pontificado [1414].
Aun tenemos otro breve del antipapa Benedicto,
con fecha de aquel año, dirigido al mismo obispo don
Alonso, a fin de que protegiese en Fuerteventura el nuevo convento
de franciscanos que se pensaba hacer con limosnas y para cuya fundación se les había concedido facultad por la Santa
Sede.” (José
de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 219 y ss.)
1415.
Existe diversa documentación
notarial que indica que en 1415 vivía cautiva una mujer llamada Antonia, de
Nación de Canaria. Esta mujer canaria estuvo sirviendo muchos años al
matrimonio compuesto por don Francisco Masqueró y doña Bárbara, y en el
testamento que el citado otorgó dispuso como determinada voluntad que al
fallecer Antonia fuese libre y ahorrada.
1416. Fray Pedro de Pernia y Fray Juan de Baeza, de la secta de los
franciscanos evangelizadores en Canarias, se encuentran el 25 de marzo en
Peñíscola para pedir al Papa Benedicto XIII autorización para fundar convento
en la isla de Erbania (Fuerteventura) y otras gracias. Quizá también para
interesarse por el obispo.
1416. El Papa Benedicto XIII, por la bula Pía fídelíum, de
Peñíscola, a 1 de abril de 1416, autoriza a
colonos de la secta de los franciscanos para fundar un convento en
Erbania (Fuerteventura) y les concede otras indulgencias.
1416. El Papa Benedicto XIII, por la bula Síncerae devotíonís,
del 18 de mayo de 1416, vuelve a dar licencia a Fray Alfonso de Sanlúcar de
Barrameda, de la secta franciscana (O.F.M.), obispo de Rubicón, para ejercer
las funciones episcopales y para volver a su antigua diócesis con religiosos
ejemplares.
1417. Fray
Alfonso de Sanlúcar de Barrameda, de la secta católica de los franciscanos
(O.F.M.), impuesto como obispo de Rubicón, es trasladado por el Papa Benedicto
XIII, por la bula Romani pontificis, de Peñíscola, a 2 de abril de 1417, a la sede Lirbariense
(de Lyrba).
1417. Fray
Mendo de Viedma, O.F.M., es nombrado por el Papa Benedicto XIII, en Peñíscola,
a 2 de abril de 1417, como colono obispo de
Rubicón.
1417. Fray Mendo de Viedma, O.F.M., obispo de Rubicón, se enfrenta
a Maciot, sobrino y lugarteniente del «rey de Canarias» el pirata Juan de
Bethencourt, porque esclaviza a indígenas ya cristianizados y los vende en
Sevilla; y, mediante un hermano suyo (del obispo), lo denuncia a la reina
regente de Castilla doña Catalina de Lancáster y le comunica la conveniencia de
que se le eche de las Islas Canarias, pues no le quieren por señor (Hist.,
I, 19; BAE, XCV, 76a-b). Comienza así los enfrentamientos entre colonos
eclesiásticos y seglares por el predominio de los diezmos y supuestas
jurisdicciones sobre los isleños. (Las Casas)
1418. Pedro Barba de Campos es enviado por la reina regente de
Castilla con tres navíos a las islas para tomarlas y con poder de la reina
regente, trata con Maciot que éste le venda las islas, el cual se las vende con
poder de su tío el pirata Juan de Bethencourt (Ibid., p. 76b); menos
Titoreygatra (Lanzarote).
1418. Enrique de Guzmán, conde de Niebla, vasallo de Castilla, en
noviembre de 1418 (después de la muerte de la reina regente), adquiere
supuestos derechos sobre las islas (Ibid.); menos Titoreygatra (Lanzarote).
1419 Noviembre.? “Al
terminar Juan de Letancur sin oposición la empresa de La Gomera , en el mismo año de
1419 (1), a treinta de noviembre se
embarcó para El Hierro, con su misma gente, y navíos. Y habiendo sido vistos
por los herreños, creyeron que aquel era el Dios profetizado por su Joner por
las velas blancas que veían. Por lo cual corrieron todos a la costa, haciendo
allí, en la playa, saltos y bailes, y cantando la feliz llegada del nuevo Dios
a quien esperaban. Refieren algunos escritores que, como los navíos se
balanceaban en sus amarras, estos bárbaros creían que también bailaba su Dios.
Empezaron a desembarcar los
cristianos, y fueron recibidos con grandísima fiesta y alegría. A todos les
parecían que eran Dioses, y no hombres mortales como ellos; y con
esta ilusión empezaron los
bárbaros que estaban más cercanos al mar, a entrar en las barcas, queriendo ir
a los navíos. Viendo esto los cristianos, dejaron que se llenasen las barcas y
los botes con ellos; y tantos embarcaron, hasta que los navíos fueron cargados.
A todos los llevaron a Lanzarote
y después de allí los enviaron a vender, en diferentes partes
Al año siguiente volvió Letancur
a esta isla, con gentes y navíos
pensando que otra vez obtendría igual número de esclavos, con el engaño pasado.
Fueron tan bien recibidos como la primera vez, y otra vez se embarcaron, de
prisa los herreños, hombres, mujeres ancianos
y niños, por él deseo que tenían de ver sus familiares y al nuevo Dios.
Pero los soldados cristianos impedían
que se embarcaran los ancianos el cual fue causa que ellos empezaran a
sospechar del engaño. Par esta razón, pensándolo así uno de aquello
ancianos ordenó A su hija que se
retirase de allí, porque a él no le parecía que los forasteros fuesen todos
buenas gente.
Pero un soldado cogió por la mano
a la joven porque era hermosa y, como
quería embarcarla por fuerza, el
anciano padre le rompió la cabeza con un palo, Y, viendo el viejo la
sangre, empezó a gritar a todos los suyos, que 1os soldados eran hombres como
ellos, y sus enemigos. A su voz, todos los isleños que allí se hallaban se
retiraron un poco para reunirse; y, hecho esto, empezaron fuertemente a tirar
piedras contra los cristianos, ya darles palos. Estos, como quiera que antes de
la pelea habían ya embarcado en sus navíos un buen número de isleños, también
se retiraron, y dieron vela para volver a Lanzarote.
Letancurt consideró que algunos
de aquellos isleños bautizados podrían persuadir a los demás que quedaban, en
la isla, que se hiciesen cristianos. Así, puso de nuevo en orden navíos y
gente, con algunos de ellos, y todos, con la pequeña armada, fueron llevados
últimamente a las cosas de esta isla, por un capitán Lázaro vizcaíno. Éste, sin
encontrar ninguna resistencia, tomó posesión de la isla, por los buenos oficios
que le hicieron los isleños herreños que había llevado consigo. Pero después, a
éste, con el descuido, estando enviciado por el veneno de Cupido, le parecieron
las mujeres hermosas y simples y empezó con desenfrenado deseo a forzar a
aquéllas que más le gustaban. Ello
fue causa de que los isleños se
rebelasen otra vez y se pusiesen en defensa. El dicho capitán Lázaro prendió a
algunos hombres de los principales y los mandó a ahorcar. Con este temor se
rindieron todos y le dieron la obediencia y se hicieron cristianos.”
(Torriani;218-20) (1) Esta fecha
no consta en ninguna otra fuente conocida. Además, es cierto que no puede ser
verdadera, pues en 1419 Béthencourt no podía embarcar para El Hierro, tanto
porque estaba en Normandía como por haber cedido ya el señorío de sus islas al
conde de Niebla.
1419 enero 27.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago
Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.
El deán Le Verrier, administrador
y coadjutor del obispado del Rubicán, capellán que fue
del pirata Juan de Bethencourt.
“Había tenido don fray Mendo la singular desgracia de ser
promovido a nuestra mitra por Benedicto XIII, a tiempo que
este memorable antipapa había sido depuesto del pontificado en
el
concilio Constanciense, que la corona de Castilla, adhiriendo a esta deposición, le había substraído la obediencia; que las Canarias, siendo contadas en el número de los reinos de la misma
corona, debían tener voz de nación en las congregaciones; y que Otón Colona, habiendo sido elegido por legítimo papa en 1417, tomaba el nombre de Martino V.
Sin
embargo, es constante que, si nuestro obispo de
Rubicón hubiese reconocido sin demora al nuevo santo padre,
también su iglesia lo hubiera reconocido a él; pero este prelado se
mostró tan adicto al deplorable partido de don Pedro de Luna, y parecía tan
tenaz como éste en sus opiniones, que,
faltando en Lanzarote toda esperanza
de que quisiese pasar a ser recibido en su iglesia, se hizo por parte de
las Islas un recurso a Martino V, que residía
en Florencia, exponiéndole el triste estado de la diócesis y
pidiéndole un administrador o coadjutor del obispado. Concedióselo
así el sumo pontífice en 1419 y nombró para tan grave encargo el célebre
presbítero Juan Le Verrier, deán de la
santa iglesia de Rubicón, antiguo cura de nuestras islas, capellán, cronista y
compañero de Juan de Béthencourt. Esta curiosísima bula estaba concedida en estos términos:
Martino, obispo,
siervo de los siervos de Dios, a nuestro
amado hijo Juan Vitrario (LeVerrier), deán de la iglesia Rubicense, salud y apostólica bendición. Presidiendo, por divina
disposición, aunque sin
ningún mérito, al régimen de la iglesia universal, nos hallamos angustiados de
cuidados continuos, y
estimulados de nuestro paternal afecto, a fin
de que las iglesias de todo el orbe, en especial
las que carecen de la presencia de sus pastores, estén bien gobernadas,
y que el pueblo obsequioso a su criador pueda
evadirse de las fauces de los lobos.
Por parte, pues, de nuestros amados hijos y nobles varones Juan de
Béthencourt, barón de la baronía de Béthencourt, de la diócesis de Roán y de Mateo (Maciot) de Béthencourt, caballero, y de Juan de Béthencourt, doncel, como asimismo por
parte del pueblo cristiano de las islas de Canaria, conquistadas por el
referido barón, se
nos ha presentado una petición, cuyo
contenido decía que Pedro de Luna,
que en su obediencia se llamó Benedicto XIII, había erigido en catedral la
iglesia Rubicense, fundada desde el principio de la conquista de las
referidas islas, y la había provisto de obispo
y de pastor en la persona de nuestro venerable hermano Alfonso, destinándolo para que enseñase y predicase
la fe a aquel pueblo adquirido para el Señor y rigiese y gobernase la dicha
iglesia saludablemente en lo espiritual y temporal. Pero que el mencionado Alfonso no sólo no había procurado pasar a
dichas islas, a fin de ejercer en ellas su
ministerio pastoral, sino que tampoco cuidó
de dirigir aquel pueblo cristiano ni de granjear otro para Dios.
Asimismo exponían que nuestro venerable hermano
Mendo, que está reputado por actual obispo Rubicense, no estaba todavía recibido,
por razón de que, no habiendo sido promovido
a la dicha iglesia de Rubicón (luego
que se consideró vacante por la traslación del expresado Alfonso a la iglesia Libaniense) sino por el mismo Pedro de Luna, cuando ya el reino de Castilla, de cuyos dominios son las sobredichas Islas, había substraído
su obediencia a este alimentador del pernicioso cisma y perturbador de la unión de la Iglesia universal
del Señor, no se esperaba quisiese pasar
personalmente a residir en su obispado.
Nos,
deseando ocurrir lo referido, con el auxilio de la
correspondiente providencia, y esperando que tú, que eres
presbítero y, según estamos informados, has estado domiciliado en estas Islas
desde el tiempo de su conquista y erección de su
iglesia en catedral, y tienes conocimiento de los
gentiles infieles de las otras vecinas, de modo que
entiendes y hablas con bastante propiedad sus idiomas; estando recomendado a Nos con fidedignos testimonios por tu literatura, pureza de vida, honestidad de costumbres, providencia en las cosas espirituales, circunspección en las temporales y otros dones de multiplicadas virtudes, tanto que sabrás y podrás desempeñar
fielmente el oficio de administrador, o coadjutor del obispo de la mencionada iglesia y serle provechoso de varios modos, te ordenamos y constituimos por autoridad apostólica, y por el tenor de los presentes, en calidad de administrador de la dicha iglesia o coadjutor del referido obispo, por su
ausencia de ella y durante el tiempo de nuestra voluntad, como asimismo te
destinamos para usar el oficio de tal
administrador, o coadjutor, concediéndote plena y libre potestad, de
suerte que, durante el dicho nuestro
beneplácito, puedas regir y gobernar
la referida iglesia en lo espiritual y temporal, y percibir los frutos,
réditos, rentas, derechos, obvenciones y emolumentos que pertenezcan a la
mesa episcopal, y convertirlos en uso de la misma iglesia, como también hacer y ejercer todas y cada una
de las funciones que corresponden de
cualquier modo al oficio de coadjutor, bien
entendido que se te prohibe absolutamente la enajenación, ya sea de los bienes inmuebles, ya de los muebles
más preciosos de la dicha iglesia.
Igualmente
queremos que estés obligado a dar cuenta de todo lo obrado y
recibido durante tu administración al mencionado obispo, conforme a
la constitución de Bonifacio VIII, nuestro predecesor de feliz memoria,
promulgada sobre este particular. Por tanto,
pedimos a tu discreción, en virtud de las presentes letras apostólicas, que en el cuidado, régimen y administración de la dicha iglesia, así como en el ejercer solícita y
fielmente el oficio de administrador
o coadjutor mientras durare, te muestres tan atento, que la misma iglesia, bajo de tu próvida y saludable administración y con el favor de la divina clemencia, se aumente de continuo en conveniencias espirituales y temporales, como es de desear, logre adelantarse en saludables
incrementos y Nos podamos encarecer en el
Señor el fructuoso estudio de tu circunspección y diligencia con dignas alabanzas. Dada en Florencia a 27 de
enero, el año tercero de nuestro pontificado
[1419].
Con las
luces de este precioso monumento se disiparán ya aquellos antiguos errores en
que casi todos los escritores nos tenían y
en que yo no pude dejar de incurrir en
mi primer tomo (pág. 370), sentando
por cosa segura que nuestro obispo
Mendo había sido promovido a la mitra por
Martino V en
1417, y que este papa le regaló un pontifical.
No sabemos el
tiempo que duró la administración y coadjutoría episcopal del deán Juan Le Verrier, ni el año en que el obispo, reconciliado
con el papa, pasó por fin a Rubicón. Lo cierto es que el deán se hallaba en Normandía a la muerte de Juan de Béthencourt, en 1425, y que entre tanto sobrevinieron en las Canarias aquellas funestas novedades que referimos en el lugar citado. Porque Maciot tiranizó su pueblo, y Lanzarote pasó con las demás islas al vasallaje del conde de Niebla, sin que sus naturales, siempre esclavos y siempre vendidos, mejorasen por eso de fortuna. En esta época nos hablan mucho nuestros historiadores del pontificado de don fray Mendo, por el cual empezaron siempre el catálogo de nuestros obispos; y dándonos una idea sublime de él, por sus contiendas con Maciot y el conde de Niebla sobre la libertad de los isleños, lo hacen comparable
en aquellos siglos crueles al otro célebre obispo de Chiapa fray
Bartolomé de Las Casas, pariente de su
predecesor don fray Alberto.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T.
2: 222 y ss.)
1420. Maciot de Bethencourt pasa a vivir en la isla portuguesa de
Madeira, descubierta el año anterior, donde se enriquece (Hist., I, 17;
BAE, XCV, 66b).
1420. El rey Juan II de Castilla, por Real Provisión, de Avila, a
29 de agosto de 1420, da en fuero real a Alfonso de Casaus (o de las Casas) las
islas de Tamarant (Gran Canaria), (Tenerife), Gomera y Benahuare (La Palma ) para que las invada y
conquiste «a Dios y al rey»; “donación” que es confirmada por el jefe de los
católicos el Papa Martín V por bula del 2 de mayo de 1421.
1420. Alfonso de Casaus (o de las Casas) muere el 16 de noviembre
de 1420 y reparte el feudo real de las Islas Canarias que le fue otorgado entre
sus hijos: da Tamarant (Gran Canaria) y Gomera a Guillén de las Casas, Chinet (Tenerife) y Benahuare (La Palma ) a Pedro de las Casas.
1420. El rey castellano Juan II cede a favor de Alfonso de Las
Casas los supuestos derechos de
conquista sobre las islas no dominadas en el Archipiélago Canario, que eran
Tamaránt (Gran Canaria), Benahuare (La Palma), Chinet (Tenerife) y Gomera, no
es un suceso casual sino que corresponde aun criterio político bien meditado,
una vez que se consideró agotada la vía abierta en 1402 por los piratas Juan de
Bethencourt y Gadifer de La Salle, e inadecuada la cesión total de la empresa
isleña a un gran noble como era el conde de Niebla. La merced hecha por Juan
II, respaldada en los tiempos que siguieron por su privado Álvaro de Luna, era
una intervención nueva, indirecta pero efectiva, de la monarquía castellana en
la rapiña de las islas.
Alfonso de Las Casas había muerto
en 1428 y fue su hijo Guillén quien compró los supuestos derechos al conde de
Niebla, es decir, el señorío de Titoreygatra (Lanzarote), Erbania
(Fuerteventura) y Esero (Hierro).
El costo de la operación fue de
5.000 doblas de oro, algo más de medio millón de maravedíes de aquel tiempo. Si
suponemos, como es lo habitual, que se hizo el cálculo capitalizando la renta
que se percibía a razón de un 4 por 100, y evaluando los «vecinos» a tanto la
unidad en función de su capacidad contributiva, se concluye que la renta señorial
en las tres islas no superaba los 12.000 a 15.000 mrs./año, lo que es una suma
muy modesta, incluso suponiendo que fuera neta, después de gastos, pero el
poder ostentar un señorío por alejado y
pobre que fuese bien valía la inversión. Por otra parte, la posibilidad que
ofrecían estas islas como escala para el saqueo y captura de esclavos en las
otras aún no invadidas era atrayente como negocio que rentaba pingüe
beneficios.
La compra se hizo por Guillén
para él y para su pariente, acaso su tío, todo ello con el respaldo político de
Álvaro de Luna, porque por entonces Guillén era su vasallo y recibía un
«acostamiento» o cantidad anual por ello. Así fue más fácil, seguramente, que
el conde de Niebla se aviniera al acuerdo, cuyos resultados no se hicieron
esperar en las Islas: Maciot de Bethencourt conservó, desde 1432, la tenencia
de titoreygatra (Lanzarote) vitaliciamente, en «foro» de los nuevos señores
que, a decir verdad, actuaron generosamente con él. Guillén de Las Casas tomó
para sí el señorío del Hierro, Juan el de Fuerteventura, y ambos partieron por
mitad los «quintos» de los «rescates», presas y comercio que se hicieran en las
islas sin conquistar, que habían sido del señorío de Alfonso de Las Casas.
1420.
Relatos de Francisco Alcaforado sobre la expedición
en busca de la mítica isla de San Borondón. de Acompañante de Juan González Zarco, refiere que habiendo
llegado la pequeña escuadra a Puerto Santo, les aseguraron los portugueses,
establecidos allí desde hacía dos años, como al Sud-Oeste de aquel horizonte se
veían ciertas tinieblas impenetrables que se levantaban desde el mar hasta
tocar con el cielo, sin notarse en ellas disminución, añadiendo que estas
espesas sombras estaban defendidas de un ruido espantoso, cuya causa era
oculta, y que no las consideraban sino como un abismo sin fondo o como la misma
boca del infierno. Sin embargo, las personas que se imaginaban dotadas de más
crítica sostenían que aquella era la célebre isla de Cipango, tan nombrada en
los escritos de Marco Polo de Venecia, y que la Providencia se
complacía en mantenerla oculta bajo aquel velo misterioso, por haberse retirado
a ellas algunos obispos españoles y portugueses con muchos cristianos, a fin de
evadirse de la opresión y esclavitud de los moros, así que no se podía
lícitamente pretender examinar este alto secreto, supuesto que el cielo aún no
había permitido precediesen a su descubrimiento aquellas señales previas que
anunciaron aquellos profetas, hablando de este raro milagro. Lejos de intimidar
al comandante estos vanos terrores, le determinaron a mirar aquellas sombras
como unos indicantes infalibles de la tierra que solicitaba; con todo, quiso
esperar hasta la luna nueva y, como no se percibiese todavía alteración en el
pretendido fenómeno, empezaron todos los aventureros a penetrarse de un terror
pánico tan vivo, que se hubiera malogrado la empresas si el comandante Zarco,
firme en su determinación, no hubiese hecho ver que siendo aquélla, a lo que
mostraban las apariencias, una isla cubierta de bosque, debía levantarse sobre
ella una humedad constante que producía aquella eterna nube, objeto de sus
temores y aprehensiones; el suceso confirmó la solidez de este dictamen.
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