miércoles, 29 de agosto de 2012

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV


EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV

 

 

Eduardo Pedro García Rodríguez





1451 - 1460

1451. Luís Alfonso Cayado y Angriote Estevanes, portugueses que venían a Canarias con el escribano real de Castilla Juan Iñiguez de Atave {enviado por Juan II con poderes para varios asuntos) atacaron a las naos con las mismas armas que Iñiguez llevaba y las depredaron, secundando un mandato de Alfonso V de portugal {Hist., I, 18; BAE, XCV, 70a-b).

1451. Fernán Valermón, Pedro Álvares {criado de Rui Galván), Vicente Días y otros vecinos de Lagos, Rui Gonzales {hijo de Juan Gonzales) y otros vecinos de Madeira y de Lisboa, por mandato del infante don Enrique el Navegante, van con cinco carabelas a Titoreygatra (Lanzarote) para apoderarse de ella. No lo consiguen, pero hacen depredaciones en otras islas y llevan presos a algunos colonos castellanos, en Erbania (Fuerteventura) a Juan Iñiguez (Hist., I, 18; BAE, XCV, 70b).

1451. Con motivo de la boda de su hermana Leonor con el emperador Federico III, el rey portugués Alfonso incluyó entre los festejos la presencia de  indígenas canarios: «Después vinieron unos hombre salvajes, que viven en algún rincón del mundo, en unas islas lejanas del mar, pero bajo señorío del señor rey de Portugal, diciendo haber sido enviados por sus jefes a estas bodas, e hicieron a su manera unos bailes muy particulares y dignos de admiración. Que aquella primera aparición en una Corte europea del «buen salvaje» roussoniano haya correspondido a indígenas canarios nada tiene de extraño, pero Portugal estaba más interesado en Guinea, y en 1454 renunció a su presencia en Titoreygatra (Lanzarote) y a su respaldo a los gomeros, mientras que Castilla, cuyos negociadores habían sido el propio duque de Medina Sidonia y el licenciado Juan Alfonso de Burgos, aceptaban el monopolio lusitano en la navegación hacia Guinea. Alfonso V se apresuró a obtener una bula pontificia que lo asegurase: es la «Romanus Pontifex», de 8 de enero de 1455, donde se reconocía el derecho exclusivo de Portugal para navegar y conquistar al S. del cabo Bojador.

1452. Inés Peraza, una vez fallecidos su padre y su hermano. Casó con Diego García de Herrera, hijo del mariscal Pedro García de Herrera y regidor del Cabildo sevillano en 1453. Con Herrera entra en juego un nuevo linaje en la colonia, esta vez de origen cortesano, lo que supone nuevos respaldos indirectos del poder regio, y la posibilidad de reactivar la vida de la ocupación de las islas canarias denominadas de señorío,  aunque el matrimonio se ocupó tanto de sus intereses andaluces como de los isleños, según era tradicional.
1452. Muere el colono Hernán Peraza “el Viejo”, primer “señor” de la isla de la Gomera.
1452. Asumieron el señorío de las Canarias los invasores colonizadores, Inés Peraza y su consorte Diego García de Herrera, se convirtieron en campeones sin rival de las cabalgadas de saqueo de España en Berbería de Poniente. Herrera, el esclavista sevillano, dirigió y alentó un sinfín de expediciones o cabalgadas al  continente, de las que siempre regresó victorioso y enriquecido. No puede sorprendernos que sus constantes relaciones con África le hiciesen abrigar el propósito de erigir en la costa un establecimiento fijo, una torre-factoría, que le permitiese el cómodo acceso a la ruta del oro de las caravanas, al par que la iniciación de estrechos contactos con las tribus, con vistas a su futura dominación política. (Rumeu de Armas)
1452.  Los colonos Inés Peraza y su consorte Diego García de Herrera, heredaron y asumieron el señorío de las Canarias, se convirtieron en campeones sin rival de las cabalgadas a la saca de esclavos   en Berbería de Poniente. Herrera, el esclavista  sevillano, dirigió y alentó un sinfín de expediciones o cabalgadas al  continente, de las que siempre regresó victorioso y enriquecido con tan vil comercio. No puede sorprendernos que sus constantes relaciones con África le hiciesen abrigar el propósito de erigir en la costa un establecimiento fijo, una torre-factoría, que le permitiese el cómodo acceso a la ruta del oro de las caravanas, al par que la iniciación de estrechos contactos con las tribus, con vistas a su futura dominación política. No olvidemos que a gran parte de lo que fue la colonia del Sáhara Español se la denominaba Río de Oro, un topónimo de lo más explícito. El lugar elegido para el primer asentamiento en aquellas costas sería el Río de la Mar Pequeña, conocido desde hacía bastante tiempo por los marineros y pescadores andaluces.
1452.
Del colono invasor Diego García de Herrera
Fernán Peraza, el Viejo, murió en el año 1452. Le heredó su hija Inés de las Casas, quien decidió tomar el apellido de su padre, por lo cual pasó a lla­marse Inés Peraza. Contrajo matrimonio con Diego García de Herrera, octa­vo señor de las Canarias. Contaba éste veintiséis años y era hijo de Pedro García de Herrera, mariscal de Castilla y señor de Ampudia. La boda se celebró en Sevilla, probablemente en el año 1455. Deseoso de conquistar la isla de Tenerife, Diego García de Herrera partió hacia el puerto de Añaza (hoy Santa Cruz) con tres embarcaciones y saltó a tierra con cuatrocientos hombres. Sin embargo, ante la amenaza de numerosos guanches prestos a atacarle, se detuvo y acam­pó. En aquella época la población guanche se estimaba en alrededor de quin­ce mil almas.

Informado de que los nueve menceyes se encontraban reunidos cerca de su campamento, envió a dos parlamentarios, Mateo Alfonso y Lanzarote, cono­cedores de la lengua guanche, quienes hicieron saber a los menceyes las inten­ciones pacíficas del señor de las islas y vasallo del rey Enrique IV de Castilla. De igual forma, les transmitieron el deseo de que reconocieran a éste como soberano. Los menceyes, entre los que estaba presente el de Adeje, celebra­ron concejo o tagoror para decidir qué postura tomar. Acordaron aceptar la amis­tad de Diego García de Herrera, toda vez que no la creyeron incompatible con el derecho de conservación de su independencia y dominios y recibieron la ben­dición del obispo de Rubicón (Lanzarote), D. Diego López de Illescas, que acom­pañaba al foráneo en la expedición.

En compañía de los recién llegados partieron hacia Agüere, hoy La Laguna. Se cuenta que, durante el camino, el invasor se ocupaba en enarcar el terreno con piedras y ramas que cortaba de los árboles que encon­traban a su paso y los colocaba a modo de mojones. Aunque tal acción pro­vocó la risa de los guanches, la realidad es que se trataba de una trampa de los españoles. Ignorantes aquéllos del significado de tal actitud, un tal Fernando de Párraga dio fe de la toma de posesión del territorio señalado. Lo hizo en un pergamino fechado el 21 de julio del año 1464 y redactado, en el Puerto del Bufadera, ante la presencia de Diego García de Herrera y de los nueve men-ceyes. Una parte de éstos aceptó reconocerle rey de las islas Canarias y le pro­metieron obediencia. En estos acuerdos parece que jugó un importante papel Antón el Guanche, ya que su condición de ermitaño de Candelaria y valido del mencey de Güímar le permitía disponer de cierta ascendencia sobre el res­to de los menceyes5.

Diego García de Herrera falleció en Fuerteventura el 22 de junio de 1485 a la edad de setenta años. Fue sepultado en el convento de San Buenaventura, de la orden franciscana de aquella localidad. (Pedro de las Casas, 1997: 93 )


1452. El rey Juan II de Castilla, por Real Cédula, de Toledo, a 25 de mayo de 1552, al rey Alfonso V de Portugal, que le envía por Diego González, de Ciudad Real, oidor de la Audiencia, y Juan Iñiguez de Atave, escribano de Cámara, protesta por las intervenciones del infante en las islas (Hist., I, 18; BAE, XCV, 72a).
1452. El rey Alfonso V de Portugal responde a Juan II de Castilla  “que no puede hacer nada hasta que no oiga al infante; con lo; cual intenta hacer de juez árbitro entre el infante y Juan II, lo cual éste no acepta, pues su función en este caso no es juzgar sino intervenir {Ibid" 72a-b). 1452.  Los colonos Inés Peraza y su consorte Diego García de Herrera, heredaron y asumieron el señorío de las Canarias, se convirtieron en campeones sin rival de las cabalgadas a la saca de esclavos   en Berbería de Poniente. Herrera, el esclavista  sevillano, dirigió y alentó un sinfín de expediciones o cabalgadas al  continente, de las que siempre regresó victorioso y enriquecido con tan vil comercio. No puede sorprendernos que sus constantes relaciones con África le hiciesen abrigar el propósito de erigir en la costa un establecimiento fijo, una torre-factoría, que le permitiese el cómodo acceso a la ruta del oro de las caravanas, al par que la iniciación de estrechos contactos con las tribus, con vistas a su futura dominación política. No olvidemos que a gran parte de lo que fue la colonia del Sáhara Español se la denominaba Río de Oro, un topónimo de lo más explícito. El lugar elegido para el primer asentamiento en aquellas costas sería el Río de la Mar Pequeña, conocido desde hacía bastante tiempo por los marineros y pescadores andaluces.
1453. El infante don Enrique el Navegante, muerto Fernán Peraza en 1452, pide a Diego García de Berrera (Herrera) que le venda las Islas Canarias; pero no lo consigue (Hist., I, 18; BAE, XCV, 73a).

1453. El infante don Enrique, mediante su confesor Fray Alfonso Velho, O.P., suplica a Juan II de Castilla que le sea reconocido el señorío sobre Lanzarote, que le fue aforado por Maciot. No lo consigue (Ibid., I, 18; BAE, XCV, 73a).

1453. El capitán Palencio, portugués, ataca junto a Cádiz, a unas carabelas castellanas de mercaderes de Sevilla y Cádiz que volvían de Guinea, «que es de nuestra conquista» {dice la carta de Juan II), y secuestra una de ellas a Portugal donde hace presos a los castellanos y, por mandato de Alfonso V, le cortaron las manos a un genovés que iba en ella (Hist., 1, 18; BAE, XCV 73b) 9.

1454.
Templos y prelados católicos en la colonia de Canarias
según el criollo  clérigo e historiador José de Viera y Clavijo

Del convento de Fuerteventura y verdadera época de su fundación
“De lo que llevamos referido hasta aquí se puede conocer claramente cuan grande es el error de aquellos escritores (a quienes había yo seguido), cuando aseguran que Diego García de Herrera y doña Inés Peraza fundaron el convento de Fuerteventura, el primero de la provincia. Es constante que estos señores de las islas no estu­vieron en ellas como tales, hasta por los años de 1454, en que ganaron el litigio de Lanzarote, y que la facultad pontificia de plantificar el con­vento se había dado al padre fray Juan de Baeza desde el año de 1414.

Siete misioneros del convento de Abrojo en Castilla, enviados desde Sanlúcar de Barrameda, formaron la primera comunidad de aquella nueva casa, que habían edificado pobre y pequeña, car­gando sobre sus propios hombros los troncos de palma y de tarahay. Dedicóse a San Buenaven­tura, y en breve tiempo llegó a tener 30 morado­res, los cuales merecieron la inmortal honra de que San Diego de Alcalá fuese su prelado, aun­que lego.

Nosotros no repetiremos aquí cuanto en el tomo I de nuestra obra hemos referido de este admirable varón y de su compañero fray Juan de Santorcaz. Allí pueden ver mis lectores cuáles son los venerables monumentos que se conservan de sus virtudes y milagros, de su beneficencia y de su celo por la conversión de aquellos gentiles, espe­cialmente por los de la Gran Canaria, a cuyo fin navegó a ella ansioso del martirio. Las lecciones del Breviario de Toledo afirman que padeció allí grandes trabajos y que convirtió muchos paganos a la fe, con su ejemplo y predicación; sin em­bargo, es notorio que el santo se restituyó a Fuer­teventura sin desembarcar en aquella tierra feroz, a causa de los vientos contrarios.

Gonzalo Argote de Molina, el padre fray Luis Quirós, fray José de Sosa y don Pedro Agustín del Castillo nos aseguran que los mártires de Canaria que padecieron despeñados en Jinámar habían sido compañeros de San Diego en Fuerteventura y llevados por Diego de Herrera a aquella isla en una de sus expediciones. Pero como fray Juan de Abreu Galindo, que fue franciscano y tan exacto en sus memorias, atribuye aquel honroso aconte­cimiento a cinco religiosos que a mediados del siglo XIV estuvieron cautivos en Canaria con otros mallorquines, no he dudado seguir en el primer tomo de esta obra aquella opinión, que me pare­ció más conforme. Como quiera que fuese, es cierto que así como la provincia de San Francisco de Canarias reconoce por su patrono titular a San Diego de Alcalá, así también lleva por distintivo en su sello mayor un peñasco y cinco cabezas en forma de cruz, entre dos palmas, con alusión a dichos mártires.

Aunque faltó de Fuerteventura el virtuoso guar­dián (muerto ya el padre Santorcaz) para ir en pe­regrinación a Roma con motivo del año santo, ce­lebrado en 1450, no faltó por eso de aquel con­vento el buen olor de santidad. El citado padre Quirós refiere que los Reyes Católicos se les en­comendaban por cartas con el siguiente sobrees-crito: «A mis particulares y devotos padres, los frailes de San Francisco, que residen en la isla de Fuerteventura», y que la misma reina doña Isabel les enviaba palios, corporales, un terno con capa, que se guardaba en el convento de Canaria, y un sagrario dorado que paró en las monjas de Santa Clara de La Laguna.

En la competencia que el obispo don Juan de Frías y su cabildo de Rubicón tuvieron con Diego de Herrera sobre los diezmos de orchilla, sangre de drago y conchas, como también sobre la con­tribución de quintos y de herbajes, el convento de Fuerteventura, haciendo causa común con el clero secular y ponderando sus apostólicos sudo­res en las Islas, agenció en Roma cerca de Sixto IV, que había sido franciscano, la bula que, con­firmada por Inocencio VIII, declaraba la obliga­ción de pagar diezmos de aquellas cosas a la Igle­sia y la exención de la gabela de quintos a los eclesiásticos.

Consérvase todavía aquel respetable «conventico, con razonable iglesia y triste casa», como decía el ilustrísimo Murga, donde sólo moraban seis religiosos, que después llegaron a diez y seis y actualmente a veinte. El señor Dávila calificaba de muy devota la capilla o ermita hecha en la cueva en que San Diego solía orar. También se conserva el sepulcro del padre Santorcaz, con sus huesos y sus escritos, verdaderamente sepultados antes de salir a luz. Y no hay duda que una casa que fue cuna del instituto y primer taller de santi­dad en nuestras Canarias debe ser mirada por sus hijos con la veneración más afectuosa.” (José de Viera y Clavijo, 1982, T. 2: 333 y ss.)

1454 Septiembre 7. Estando la Corte castellana en Cuéllar, el  juez licenciado Pedro González de Caraveo, oidor de la Real Audiencia de Sevilla y alcalde de su Casa y Corte., a instancia del apoderado de Herrera, pronunció sentencia definitiva en rebeldía del demandado Maciot, que no se atrevió a comparecer, dictó sentencia en la cual se resolvía el litigio en esta forma: «Fallo que la dicha isla de Lanzarote, con el señorío e jurisdicción della e con los frutos e rentas e pechos e derechos, pertenecen e deben pertenecer a la dicha Dña. Inés, así como a fija legítima, universal heredera del dicho Femad Peraza, e pronuncio e declaro pertenecerle todo ello, e que debo mandar e mando que le sea dejada e entregada libré e desembarazadamente, sin embargo nin contrario alguno, con los frutos e rentas e pechos e derechos que han vencido fasta aquí, desde el día quel dicho Mosen Maciote fizo la dicha enagenación e traspasamiento de la dicha isla en el dicho infante D. Enrique, e non guardó ni cumplió las dichas condiciones, según la forma y tenor del dicho recaudo que fizo e otorgó al dicho Guillén de las Casas...». No satisfecho Herrera con tan completo triunfo, quiso que la sentencia fuese ratificada por el rey, que lo era ya Enrique IV, el cual, hallándose en la villa de Arévalo, expidió cédula con fecha 28 de aquel mismo mes y año dirigida «al consejo, alcalde, alguacil e regidores, escuderos, oficiales e hombres buenos de la isla de Lanzarote», encargándoles guardasen y cumpliesen lo en ella contenido. (Agustín Millares Torres; 1977. t. II:109)

1454 de Septiembre 28.   La corona de las españas otorga a los colonos Diego de Herrera y doña Inés Peraza el señorío de Titoreygatra (Lanzarote), en su política de pleno dominio del Archipiélago como base permanente desde donde penetrar al continente para saquearlo, extrayendo oro, esclavos y especias. Los habitantes de la isla tanto los colonos europeos como sus naturales estaban molestos con la tiranía del esclavista Diego de Herrera y comenzó un motín. Los amotinados hicieron prisionera la tripulación de una carabela portuguesa dedicada a la trata de esclavos, la cual una vez liberada por Herrera fue vital en la sofocación de la revuelta.

1455. El Papa Nicolás V, en la bula Romanus pontifex, de Roma a 8 de enero de 1455, concede a Portugal el derecho a conquistar por la costa de nuestro continente hacia el sur sólo a partir de los cabos Bojador y Nam (Marruecos, por tanto, queda fuera) ya defender el monopolio de su imperio marítimo ya conseguido. Parece que don Enrique ha desistido de adueñarse de las islas de Titoreygatra (Lanzarote) y Gomera, después de la negativa de Juan II de Castilla en 1454, aunque la bula no hace alusi6n alguna a las Canarias.


1455. El rey Alfonso V de Portugal pide al nuevo rey Enrique IV de Castilla para Martinho Gonzalves de Taide, conde Tauguía .(Atauguía) y Pedro de Meneses, conde de Vila Real, el derecho de conquista de Tamarant (Gran Canaria), chinech (Tenerife) y Benahuare (La Palma), a cambio de la renuncia de Portugal a las islas Gomera y Esero (Hierro), atacadas e invadidas en 1553.

1455. El rey Enrique IV de Castilla concede, al parecer, a los condes nombrados el derecho pedido; pero no llega a formalizarse por oposición de las Cortes de Castilla, de mayo de 1455, sancionada el 4 de junio.

1455 Marzo 22. El aventurero Cadamoste no dejo su personal visión de las Islas Canarias en los siguientes términos: «Era joven -nos dice Cadamosto- y en estado de resistir las fatigas de un largo viaje, deseaba, pues, ver el mundo y observar lo que ninguno de mis compatriotas se hallaba en disposición de hacer. Esa fue la razón que me impulsó a aceptar el mando del buque que el Infante me ofrecía y en el que iba de piloto Vicente Díaz. Salimos de Lagos el 22 y soplándonos vientos del norte llegamos el 25 a Porto Santo y el 28 a La Madera. Desde allí seguimos nuestro derrotero en demanda de las islas de Canaria, que son en número de siete y de las cuales cuatro se hallan en poder de los cristianos, a saber: Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y Hierro, y las tres restantes, Canaria, Tenerife y Palma están todavía en poder de los infieles.

«El señor de las cuatro islas conquistadas se llama Herrera y es gentilhombre, vecino de
Sevilla y súbdito del rey de España. Los cristianos que viven bajo su gobierno se alimentan de cebada, carne y leche que tienen en abundancia, sobre todo de cabras.

«Estas islas poseen árboles frutales y no producen otra cosa; pero se ven asnos salvajes en gran número, especialmente en la isla del Hierro. Hállanse separadas entre sí por cuarenta o cincuenta millas de mar y su posición es correlativa de este a oeste. Se recoge en ellas gran cantidad de hierba llamada orchilla, con la cual se tiñen las telas, exportándose a Sevilla desde cuyo punto la llevan a Levante. Producen también mucha abundancia de pieles de cabra de excelente calidad, sebo y queso exquisitos.

«La población de las islas conquistadas se compone en su mayor parte de indígenas, no
enténdiendose entre ellos por la diversidad de sus dialectos.

«En el país no existe ninguna población fortificada, pero hay aldeas y reductos en la cima de sus más altas montañas y en desfiladeros de difícil tránsito. Todos los ejércitos del mundo serían insuficientes para desalojar de estos sitios a los isleños.

«Las tres islas que están habitadas por infieles son mayores y más pobladas, especialmente dos: Gran Canaria, que contiene cerca de 9.000 almas, y Tenerife, la más importante de las tres, que cuenta de catorce a quince mil. Respecto a La Palma, es, al parecer, una hermosa isla pero de escasos moradores.

«En general, los acantilados de la costa y la aspereza del terreno ha retardado la conquista de esta parte del Archipiélago.

«Haré mención primero de Tenerife, que, como he dicho, es la más poblada de estas islas y la más elevada del mundo, pues se descubre desde muy lejos en alta mar cuando está el tiempo despejado, habiéndome asegurado algunos marinos que puede verse a la distancia de 60 a 70 leguas españolas, que equivalen a 200 millas de Italia.

Del centro de esta isla se eleva hasta las nubes una montaña en punta de diamante que arde sin cesar, y los cristianos que han estado como prisioneros en Tenerife afirman que esta montaña tiene quince leguas portuguesas desde su base hasta la cima, es decir, sesenta millas de las nuestras. La isla está gobernada por nueve señores llamados duques, los cuales no son elegidos por derecho de sucesión o de herencia sino por el de la fuerza, siendo esta la razón de hallarse siempre en guerra matándose como bestias. Sus armas son piedras y una especie de venablo o lanza de una madera tan dura como el hierro, cuya punta está armada de un cuerno agudo o endurecido al fuego. Hállanse desnudos del todo, excepto algunos que llevan pieles de cabra por delante y por detrás.

Untanse el cuerpo con grasa de macho cabrío, mezclada con el jugo de ciertas hierbas, para resguardarse del frío a pesar de ser poco riguroso en estos climas meridionales.

No construyen casas y viven en cuevas; su alimento es la cebada, carne y leche de cabras que tienen en abundancia. Comen también frutas y especialmente higos, recolectando sus granos en marzo y abril. Son idólatras y adoran al sol, la luna, las estrellas y varios y diferentes objetos. Toman tantas cuantas mujeres quieren y no tocan a sus esposas vírgenes sino después que han pasado una noche con su señor, lo que consideran muy honroso para ellos.

«Los habitantes de las cuatro islas sometidas, según me han referido, hacen con frecuencia y favorecidos por la noche excursiones a las islas libres para apoderarse de los naturales y enviarlos a España como esclavos. En estas correrías han quedado prisioneros algunos cristianos y los infieles, en vez de matarlos, se han contentado para probarles su desprecio con dedicarlos a los más viles oficios, o sea, a degollar, desollar y descuartizar el ganado.

«Existe entre estos bárbaros la costumbre de que, al advenimiento de sus reyes, se sacri-
fica uno de sus súbditos en su honor. Entonces se reúne el pueblo en un profundo valle y, después de ciertas ceremonias y conjuros mágicos, el que se ha ofrecido en holocausto se arroja desde lo alto de una empinada roca, y se asegura que el príncipe recompensa siempre este acto de abnegación premiando a los parientes de la víctima.

«Los hijos de Gran Canaria son astutos y vivos, saltan por encima de grandes precipicios con la mayor agilidad y arrojan una piedra con tan segura puntería que jamás dejan de dar en el blanco. Es tan grande la fuerza de sus brazos que rompen con los puños un escudo en mil pedazos.

«He visto en la Madera un canario convertido que apostaba con quien quisiera a que colocándose a ocho o diez pies de distancia tres hombres, llevando cada uno doce naranjas y él con igual numero, recogía en sus manos, sin tocarle, las naranjas de sus adversarios mientras con las suyas daría siempre en el cuerpo de éstos.
Se dice que nadie aceptó la apuesta porque había seguridad de perderla. «Tanto los hombres como las mujeres tienen la costumbre de pintarse con el jugo de hierbas, prefiriendo los colores verde, rojo y amarillo. He visitado dos de estas islas, llamadas Gomera y Hierro, habitadas por cristianos y me he acercado a la de La Palma, pero sin desembarcar en ella». ((Agustín Millares Torres; 1977. t. II:109-11)

1455 Agosto 24. Arriba a la isla Titoreygatra (Lanzarote) Adrían de Bethencourt, apoderado de Herrera y su mujer envían por estos a la isla para preparar la llegada de estos nuevos colonos, quien, provisto de la Real Cédula confirmatoria de la Sentencia y de otras cédulas importantes, se presentó en Lanzarote en esas fecha acompañado del escribano Juan Ruiz y, convocando y reuniendo en la iglesia de Santa María a la hora de nona del domingo 24 de agosto de 1455 a la nobleza y pueblo, les presentó sus despachos, entre los cuales se hallaba su nombramiento de gobernador de las Islas de Canaria por los muy altos y poderosos señores don Diego de Herrera y doña Inés Peraza, exhibiendo seguidamente el fallo judicial dictado a favor de los mismos y los privilegios y franquicias que concedían sus nuevos súbditos. Después de su lectura, el alcalde mayor y secuestrario, Alonso de Cabrera, hizo entrega a Béthencourt de las casas señoriales, prestando con sus oficiales, empleados y personas principales de la isla juramento de fidelidad a sus señores, para lo cual se trasladó por segunda vez ala iglesia y dejó su vara de justicia en manos del gobernador. Al siguiente día, acompañado éste del alcalde y alguacil que había nombrado y eran Pedro de Aday y Juan Calderón, recorrió con ellos los pueblos de Tayga, Tao, Tyuhuya, Eque, Guiafuso, Tigalae y Rubicón, recibiendo de todos sumisas manifestaciones de adhesión.

Concluyóse esta visita el jueves 28 de agosto en la playa y puerto de Rubicón, en cuya torre entró y salió como signo de la posesión que de ella
tomaba.

Aunque en las diligencias que de estos diversos actos se extendieron no aparece resistencia ni protesta alguna, se sabe que el secuestrario Juan Iñíguez de Atabe pretendió oponerse al allanamiento hecho por su apoderado Alonso de Cabrera, pues consta que en 16 de septiembre del mismo año el rey expidió Real Cédula, dirigida al mismo secuestrario, ordenándole que dejase libre la isla a Diego de Herrera y le entregase las rentas que se hallaban en depósito, con excepción de las que pertenecieran al Estado. En la dicha Cédula se disponía, además, que para cobrar las costas a que había sido condenado Maciot, se le embargaran los bienes muebles y raíces que poseyera en el Archipiélago y, a falta de ellos, se apoderasen de su persona si pudiese ser habida. (Agustín Millares Torres; 1977. t. II:109-10)

1455 agosto 25.
De esta fecha data una de las primeras referencias de la localidad de Tao, en Titoreygatra (Lanzarote). Tao es nombre maxo y dicen que significa Fortaleza. Esta situado muy cerca de las corrientes de arena del jable, de la mareta de Tao y del Lomo de San Andrés.
1456.
El infante don Enrique el Navegante intenta enviar a las islas que dice estar todavía sin evangelizar Tamarant, Chinech y Benahuare (Gran Canaria, Tenerife y La Palma) a Fray Estevao de Loulé, O.F.M., de la secta católica de los franciscanos (su capellán, quien ya había estado tres años en Gomera y Ecero (Hierro) , para el cual suplica al Papa Calixto III (elegido el 8 de abril de 1455) la dignidad de capellán de honor del Papa y la dispensa para acceder a un beneficio «ut ad illas [insulas] se tranferat praedicetque illis verbum Dei ut et illis sit etiam in salutem».

1459.
Roberto es impuesto obispo de Rubicón por el Papa Pío II, por muerte de don Juan Cid; pero no llega a entrar en su  obispado.

1459.
Las pretensiones portuguesas le obligaron a defender el señorío. Ese mismo año el Capitán luso Diego de Silva atacó Titoreygatra (Lanzarote) y tamaránt (Gran Canaria), donde fue derrotado, sin embargo, el conde  logró saldar ese episodio con el casamiento de Silva con su hija María de Ayala. Según la historiografía, el mandato de Diego de Herrera se caracterizó por su tiranía con los hombres del señorío. La Corona, castellano-aragonesa nfinalmente, decidió pasar a la conquista de las restantes islas, comprando los derechos que los Herrera-Peraza tenían sobre ellas. El título de Conde de la Gomera es confirmado, según Real Decreto de 18 de julio de 1670, en favor de Guillén Peraza de Ayala y Rojas, por la Reina Gobernadora  Mariana de Austria. El 2 de octubre de 1985 se expidió carta de sucesión en favor de  María Cotoner y Martos, hermana del Marqués de Adeje.
1459 diciembre 18.
Templos y prelados católicos en la colonia de Canarias
según el criollo  clérigo e historiador José de Viera y Clavijo.

Fundaciones de algunas órdenes religiosas en las Canarias

“El establecimiento de las órdenes religiosas en las Canarias, sus fundaciones, progresos, tra­bajos, autoridad y concepto público en todas ellas, es a la verdad un campo fértil para las noti­cias de nuestra historia eclesiástica, como que es­tas mismas religiones son las que han tenido más influjo en la doctrina, en la disciplina, en el culto, en las letras, en las ideas y en los puntos morales y espirituales de la diócesis. Pero sucede que en casi cuatrocientos años de existencia gloriosa y de asiento fijo en nuestras islas, todavía carecemos de algunas crónicas o anales que nos instruyan de sus cosas más esenciales y curiosas. Emprendo este trabajo en su obsequio, tal vez sin todas aquellas luces que pudieran darme los archivos de las respectivas provincias, hasta ahora cerra­dos, creyendo que quizá mis equivocaciones e inexactitudes serán ocasión de que sus cronistas publiquen con más puntualidad los hechos.
Facultad pontificia concedida a nuestros reyes para estas fundaciones
Uno de los más principales debe ser la facul­tad que los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel obtuvieron del papa Inocencio VIII, en el año segundo de su pontificado, para ellos y sus sucesores, de poder fundar en todo el reino de Granada e islas de Canaria cuantos conventos y monasterios de órdenes religiosas de ambos sexos juzgasen oportunos, dotándolos de rentas compe­tentes y disponiendo de ellos a su propia satisfac­ción. Esta bula, que solicitó en Roma don Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, embaja­dor de aquellos monarcas, fue dada en San Pedro a 23 de agosto de 1486, cuatro meses antes que se expidiese la otra bula de patronato que en el libro antecedente dejamos referida.

De la venida de los franciscanos a nuestras islas, sus servicios, misiones y primeros vicarios
En el orden de escribir sobre cada una de estas provincias, seguiré la antigüedad con que entraron en nuestras islas y, por esta cuenta debo tratar en primer lugar de las fundaciones de los religiosos de menores observantes de San Fran­cisco.

Ellos fueron, como dijimos en otro lugar, de los primeros sacerdotes que sabemos penetraron en las Canarias, año de 1291, con los aventureros genoveses; y también fueron ellos los primeros misioneros y mártires que, enviados por el Prín­cipe de la Fortuna a fines del siglo XIV, rubricaron la fe con su sangre en la Gran Canaria. El primer obispo de las islas de la Fortuna, don fray Bernardo, era probablemente de la misma orden. El célebre fray Pedro Bontier, capellán de Juan de Béthencourt, era también franciscano del con­vento de San Jov'm de Marne en Francia, y nos consta que llevó consigo de Sevilla a Lanzarote algunos compañeros de su instituto, que se aloja­ron pobremente en el despoblado de Famara, fa­bricando un corto oratorio. Esta colonia de frailes había sido enviada a aquella misión por fray Juan Bardolino, ministro general de España, que seguía las partes del antipapa Benedicto XIII, dándoles por superior a fray Juan de Baeza, a quien el mismo pontífice concedió facultad de fundar con limosnas un convento en Fuerteventura; empresa que en 1414 recomendó al obispo de Rubicón don fray Alonso de Barrameda y al arzobispo de Sevilla.

Trabajaron mucho aquellos padres en la con­versión de los isleños; y luego que don Pedro de Luna fue depuesto en el concilio de Constanza, acudió fray Juan de Baeza a Marti no V para que lo conservase en el empleo. Consiguiólo en 1422, y aun obtuvo nuevo breve al año siguiente, por el cual se le confirmaban y ampliaban todos los pri­vilegios que le había concedido Benedicto. Entre­tanto era obispo de Rubicón don fray Mendo de Viedma, que también era franciscano, como lo había sido don fray Alonso de Barrameda y don fray Alberto de las Casas.

Mostró fray Juan de Baeza todo su celo en aquel famoso recurso que, unido con el obispo don fray Fernando Cálvelos, hizo a Roma, año 1434, en favor de la libertad de los canarios, a cuyo efecto despachó a fray Alonso de Idubar, re­ligioso lego, natural de las mismas islas, quien ob­tuvo de Eugenio IV un breve prohibiendo bajo de graves penas la esclavitud. Premió el Sumo Pontí­fice en aquel mismo año los méritos del vicario de las Canarias fray Juan de Baeza, haciéndolo obispo libaniense por sus bulas de 14 de septiem­bre, que refiere el padre Wadingo en sus Ana/es; y en consecuencia de dicha promoción, fue nom­brado vicario de nuestras misiones el padre fray Francisco de Moya, con facultad de poder elegir un sustituto.

Éralo en 1441 el padre fray Juan de Logroño, a quien el mismo papa Eugenio concedió el que pudiese edificar en cualquier puerto del reino de Castilla, en España, algún convento donde los re­ligiosos que fuesen y volviesen de las misiones de Canarias se alojasen. Este convento fue el de Sanlúcar de Barrameda.

Como los padres destinados para dichas misio­nes tenían privilegio apostólico en virtud del cual no dependían de los superiores de España, y se echaba de ver con el discurso del tiempo que sus progresos eran cortos, queriendo el papa Pío II poner remedio en ello, cometió aquel cuidado al vicario general cismontano; pero esta providencia ocasionó grandes disturbios en nuestras islas. Porque habiendo nombrado aquel prelado por vi­cario provincial de ellas a fray Pedro de Marchena, se desentendieron los frailes de Canarias de esta elección y eligieron ellos por su parte a fray Fernando de Salamanca, con lo que se sus­citó entre ambos vicarios una terrible competen­cia. Esta competencia fue un cisma. Marchena alegaba el nombramiento del superior legítimo; Salamanca, las letras apostólicas de Martino V, por las cuales toda la acción de elegir vicario provincial debía residir en los misioneros, con tal que el provincial de Castilla confirmase al electo. Durante estos debates murió fray Fernando de Salamanca; pero los misioneros perpetuaron la disensión, eligiendo por su vicario a fray Juan de Logroño, que ya lo había sido en otro tiempo. Cuando el papa lo supo, depuso a los dos vicarios competidores por su breve de 18 de diciembre de 1459mandando que los religiosos residentes en las Canarias procediesen a segunda elección. Es­tos eligieron a fray Rodrigo de Utrera, de que na­cieron mayores embarazos; porque fray Rodrigo había profesado entre los minoritas conventualesy, no habiéndose incorporado legítimamente a los observantes, no podía ser contado en el número de los individuos del orden destinados a la con­ versión de los naturales isleños ni,  por consi­guiente, estaba apto para la prelacia. Crecieron tanto estas religiosas desavenencias, que el obispode Rubicón don Diego de Illescas tuvo por nece­sario suplicar al Sumo Pontífice viniese en anularaquellas elecciones.  El papa lo declaró así en 1459 dando al mismo tiempo comisión a fray
Alonso de Bolaños, para que procediese a otramás canónica.

El padre fray Lucas Wadingo, que refiere en sus Anales franciscanos todos estos sucesos, no nos dice cuál fue el vicario verdadero que entonces se eligió; pero se puede creer que sería el padre fray Juan de San Lúcar, supuesto que tenía este impor­tante encargo en 1470, cuando fue provisto en el obispado de Rubicón, como dijimos.

El padre Bolaños pasó desde Canarias a la mi­sión de Guinea, esto es, de África, con cuatro re­ligiosos, obligado de la bula que le dirigió Pío II en 1462, por lo cual le concedía los mismos privi­legios que estaban concedidos al vicario y misio­neros de nuestras islas. Sixto IV le nombró su nuncio apostólico en aquellas partes, año de 1472.” (José de Viera y Clavijo, 1982, T. 2: 333 y ss.)

 1460. Diego García de Herrera intenta conquistar Tamarant (Gran Canaria), pero es derrotado por los canarios. Los guanches vencedores ajustician  a cinco de los invasores franciscanos que estaban evangelizando en la isla y los arrojan al mar.
1460. Diego López de Illescas es impuesto obispo de Rubicón por el Papa Pío II.

1460. El monarca castellano Enrique IV cedió los supuestos derechos de conquista en Chinet (Tenerife), Tamaránt (Gran Canaria) y  (La Palma) a los condes de Atouguia y Vila-Real, Martín de Ataide y Pedro Meneses de Castro, aunque bajo dependencia castellana.

1460.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

“De don Diego de Illeseas, noveno obispo

En  su lugar fue nombrado don Diego López de Illescas, que nuestros escritores aseguran era clérigo secular, deán de Rubicón y hermano del doctor Illescas, consejero de los Reyes Católicos, pero que Lucas Wadingo supone religioso de San Francisco. Nuestras sinodales dicen que el papa Nicolao V le dio las bulas; pero es evidente que no se las dio sino el papa Pío II, en el año se­gundo de su pontificado, que es el de 1460. Lo que tiene más verdad es la reflexión que hace el ilustrísimo Murga, cuando escribe «que a la sazón tenía tan poca sustancia el obispado, que los obispos más iban a él con deseo de ensanchar la fe católica, que con ánimos de acrecentamientos». Pero debemos confesar que ningún obispo rubi-cense trabajó tanto como el señor Illescas para que Dios diese adelantamientos espirituales y temporales a su mitra.

Nosotros le hemos visto como un héroe ecle­siástico y militar (en su siglo los había de esta clase) al lado de Diego García de Herrera y a la cabeza de las huestes cristianas, ya en la Gran Canaria, donde, acompañado de su provisor el bachiller Antón López, fue testigo de la posesión que las armas españolas creyeron tomar de aque­lla isla y de la cortesana sumisión de los guanartemes, año de 1461; ya en la de Tenerife, dos años después, cuando se representó otra escena igual a presencia de los menceyes y se tremoló el pendón por los Reyes Católicos.

La torre de Gando en Canaria fue el oratorio y primera iglesia que don Diego de Illescas consa­gró para los cristianos del presidio; y la segunda, la capilla de la otra fortaleza que el mismo He­rrera había construido en Telde al tiempo de sus correrías, en la cual celebró misa nuestro obispo, según el testimonio que alegamos en otra parte. Del mismo modo, cuando se tomó la referida po­sesión de Tenerife, sabemos que este ilustre pre­lado llevó consigo cierto número de religiosos franciscos, entre ellos un tal padre Macedo, que quedó cautivo entre los guanches, y que con estos frailes catequizó y bautizó a muchos; desde el cual tiempo, mirando los españoles la cueva de Nuestra Señora de Candelaria como un templo católico, publicaban por todas partes que en Tene­rife había ya una iglesia cristiana y un rebaño de fieles.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 230 y ss.)


1460. La primera fortificación que se construyó en la isla de Chinech (Tenerife) por los invasores  europeos fue la que levantó Sancho de Herrera (1460-1464), que muy pronto demolieron los guanches.

1460. Fue nombrado obispo de la secta católica en la incipiente Cede de Rubicón en la isla Titoreygatra (Lanzarote)  Diego López de Illescas, cuya acción misionera al tiempo que depredadora está documentada en Tamaránt (Gran Canaria) en el, lugar de Telde y, con menos seguridad, en Chinet (Tenerife) en el eremitario y Casa de contratación de Igueste (Candelaria), con apoyo de Fr. Alfonso de Bolaños, fraile de La Rábida, y otros franciscanos, de modo que comenzó a haber conversos, o esperanzas de que tal cosa ocurriera y, en 1462, la bula «Pastor bonus)), dada por Pío II, al tiempo que concedía indulgencias a quienes cooperaran con la misión e impidieran actos de esclavización de guanches, o dieran limosna para “redimir” cautivos, garantizaba «Los pactos o confederaciones que los obispos concertasen con los naturales todavía sin convertir.

Estos bandos o reinos, llamados de paces, disfrutarían también de plena libertad, bajo pena de excomunión para los que atentasen contra la misma)) (A. Rumeu de Armas). Disposiciones que como todas las emanadas de la sede católica o de la monarquía castellana se convertían en papel mojado en manos de los depredadores tanto eclesiásticos como mercenarios civiles.

1460 marzo 15.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

“De don Juan Cid, séptimo obispo
Su sucesor don Juan Cid, racionero de la metropolitana de Sevilla. Nuestras sinodales afirman que se había perdido la memoria de su apellido, que después de consagrado no pasó a las Canarias y que Eugenio IV lo trasladó a otro obispado de la Península. Todo lo contrario nos consta. Por la pesquisa de Cabitos sabemos que el apellido de este prelado era Cid; que se embarcó en Sevilla, para pasar a nuestras islas, a bordo de una de las dos carabelas que conducían a Juan Iñiguez de Atabe, secuestrario de Lanzarote; que, aunque las saquearon en el viaje dos armadores portugueses, pudieron aportar por último a Rubicón, y que, habiendo acontecido todo esto en el año de 1450, no podía Eugenio IV haberlo trasla­dado a otra mitra, supuesto que este papa era muerto desde el de 1447.

En efecto, el obispo don Juan Cid no fue trasla­dado; pasó a su diócesis, trabajó en ella con celo episcopal y envió su procuración a Roma para hacer la correspondiente visita Ad Sacra Limina en 15 de marzo de aquel mismo año de 1450, como se lee en carta del camarlengo del papa Ni­colao V, que se halla en el archivo de la cámara pontificia.

Parece que su pontificado fue de 10 años, pues en el de 1459 ya se hace memoria de la muerte de este Juan, obispo rubicense, en las bulas del papa Pío II, quien le dio luego sucesor.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 230 y ss.)


1460 agosto 11.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

De don Roberto, octavo obispo

Este fue don Roberto, provisto por bulas de aquel sumo pontífice, expedidas en Mantua a 7 de noviembre de 1459, el año segundo de su pontificado. Ignoramos su apellido, porque en aquel tiempo no lo usaban los obispos, ni se les daba en la curia romana; y no sabemos sus cali­dades, porque nuestros historiadores no tuvieron noticia de la elección de don Roberto. Sin em­bargo, se puede inferir que era de Sevilla, pues confirió sus poderes a don Juan de Saavedra, ra­cionero de aquella metropolitana, que estaba en Roma, para que a nombre suyo ofreciese a la cá­mara apostólica el servicio pecunario en que la iglesia de Rubicón estaba tasada. No parecerá ocioso poner aquí traducido este curioso docu­mento.

El día 11 del mes de agosto de 1460, el venera­ble varón don Juan de Saavedra, racionero de la iglesia hispalense, como principal y privada per­sona y en lugar y nombre del reverendo padre don Roberto, electo obispo Rubicense, ofreció a la cámara apostólica y al colegio etc., su común servicio, en razón de la provisión hecha por auto­ridad apostólica en la persona del mismo don Ro­berto, de la misma iglesia Rubicense, por bula del santísimo padre Pío, dada en Mantua, año de 1459, a 7 de noviembre, año segundo de su pon­tificado, de 33 florines y un tercio de oro de la cámara, en que parece está tasada dicha iglesia, con los cinco minutos servicios de costumbre, etc. Mateo Hemeri, notario de la cámara.

Al margen se lee la nota siguiente: No pagó por esta vez sino la balista, porque es recién venida a la fe (la diócesis), bien que para lo venidero se le señala aquí la tasa de 33 florines y un tercio.

Aunque el sacro colegio y la cámara apostólica tuvieron esta particular condescendencia con el nuevo obispo de Rubicón, es cierto que no pasó a su iglesia y que acaso se verificaría en él lo que afirmaron de su antecesor nuestras sinodales, esto es, que el papa le promovió a otra mitra.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 230 y ss.)




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