lunes, 20 de agosto de 2012

CAPITULO XXI


CAPITULO XXI

Eduardo Pedro García Rosdríguez


Arquitectura precolonial y el culto a los antepasados
 
El mundo religioso de la sociedad guanche debió ser en extremo complejo, a pesar de que las referencias que sobre el mismo nos han llegado son pocas y confusas debido a la imposición traumática del catolicismo, cuya misión primordial fue la erradicación furibunda e irracional de todo vestigio de la milenaria religión profesada por el pueblo guanche. Los pocos documentos que hasta nosotros han llegado, especialmente los conservados a través de la tamusni, y las escasas referencias recogidas por los cronistas, aunque estas están expuestas desde un punto de vista etnocristiano y etnocentrista, nos dejan vislumbrar un mundo espiritual y una concepción del universo y de la función que el hombre desarrolla en él, mucho más elevada que la que portaban aquellos bárbaros fanáticos cuya religiosidad se basaba en unas simples prácticas externas, (teatrales) carentes de conceptos elevados de la moral y la ética.

La riqueza religiosa y espiritual del pueblo guanche, está modelada por milenios de práctica en torno a los designios de la Diosa-Madre. La estricta observancia que de los postulados religiosos y morales hacía la sociedad guanche, quedó recogida por algunos autores los cuales no dudaron en calificarla como una raza de valientes y pacíficos pastores, de costumbres moderadas y puras, modelo de honradez, lealtad, pundonor, moderación y formalidad, trabajadores compasivos,  y extremadamente respetuosos con los ancianos,  y sumamente hospitalarios. Estas virtudes son reales, no son un producto literario, pues las mismas forman el sustrato ético y moral de la población Canaria actual, a pesar de la avalancha de “cultura” globalizadora que en estos últimos tiempos nos invade con una virulencia mucho más activa que aquella que sufrimos hace más de quinientos años, y que, lamentablemente, aún continuamos sufriendo y soportando, quizás como justo castigo y penitencia por haber permitido el que unas hordas extranjeras nos arrebataran el sagrado culto a nuestros Divinidades ancestrales.
 
Es por ello que debemos orientar nuestros espíritus, hacía el encuentro con los espíritus de nuestros antepasados, para que, en estrecha comunión con ellos, hagamos aflorar el cúmulo de virtudes que nos han trasmitido, que están latentes en nuestro ser, y que nosotros hemos mantenido en parte oculto, por el temor que han incrustado en nuestras conciencias, las prácticas represoras de una religión deshumanizada, absolutista y, básicamente amoral, que nos ha sido impuesta con la fuerza de las armas.

Los espíritus de nuestros antepasados, están íntimamente ligados a sus descendientes más próximos, al entorno donde ellos moraron en vida y al grupo donde desenvolvieron su actividad cotidiana. Su misión es especialmente la de  proteger a los suyos, siempre que estos se comporten de forma adecuada y les rindamos correctamente los rituales, tal como hemos expuesto más arriba, así nos veremos protegidos del peligro y de los estímulos negativos. Los hombres jóvenes para adquirir su espíritu protector personal, deben mantener una búsqueda que en ocasiones puede ser larga y nada fácil, debido a los impulsos propios de la edad, pero esta búsqueda puede ser mucho más fácil si pone en ello verdadero empeño, observando una vida honesta y haciéndose aconsejar de personas mayores, entendidas y de buena vida.

El mundo de los espíritus dentro de la teogonía de nuestros antepasados, es complejo y ha sido poco estudiada. La información que nos ha llegado es poca y confusa, debido a que las creencias y ritos de la religión guanche fue brutalmente reprimida, como hemos dicho, por el fanatismo cristiano, sí bien el pueblo guanche se esforzó por conservar sus prácticas religiosas, el transcurso del tiempo y los nuevos métodos de penetración empleados por la iglesia católica, obligó a los detentadores de los ritos guanches a sincretizar dentro de los ritos cristianos sus creencias, como único medio viable para la supervivencia de las mismas. En la actualidad, aún perduran y se practican determinados ritos de nuestra religión ancestral, pero estos son celosamente guardados por un número muy limitado de familias que son depositarias de éste legado  religioso, las cuales observan un total hermetismo sobre los mismos, traspasando estos conocimientos entre miembros de una misma familia, preferentemente de abuelos a nietos, y de tíos a sobrinos manteniendo así el culto primitivo y también los aspectos hereditarios del sacerdocio.

Esta “aureola de misterio” no debiera sorprendernos ya que según recoge para los guanches de Chinech (Tenerife) el fraile Espinosa: “Esto es lo que de las costumbres de los naturales he podido, con mucha dificultad y trabajo, acaudalar y entender, porque son tan cortos y encogidos los guanches viejos que, si las saben, no las quieren decir, pensando que divulgarlas (a extranjeros) es menosprecio de su nación...”). (Fray Alonso de Espinosa, 1980: 45)

La negativa mostrada por nuestros antepasados a mostrar los fundamentos de nuestra ancestral cultura y religión ante los vándalos invasores europeos, a la vista de las profanaciones de que eran objeto por parte de los mismos, quedó recogida en un documento de súplica que los invasores y colonos remitieron a la corte de la metrópoli espñola, del cual extraemos los siguientes párrafos: […] y demás desto muchos esclavos guanches que se huen andan alçados cinco o seis años entre los libres, porque como todos son de una nación y biven en los canpos e sierras acójense y encúbrense unos a otros y esto házenlo tan sagazmente, de más de ser la tierra aparejada para ello, segund los barrancos e malezas e cuevas y asperujas que no se puede saver sino por presunciones.

Especialmente por que es jente que aunque unos a otros se quieran mal encúbrense tanto e guárdanse los secretos que antes morirán que descobrirse y tienlo esto por honra y este estilo tenían antes que la dicha isla se ganase y todavía se les a quedado, pues saverlo dellos por tormentos es inposible aunque los hagan pedaços, por que jamás por tormento declaran verdad y por ser de esta condición e manera es gente muy dañosa.[…] (Elías Serra Rafols y Leopoldo de la Rosa Olivera, t. 2, 1996:282) (http://www.canariastelecom.com/personales/benchomo/)
 
Como toda civilización espiritual y socialmente avanzada los antiguos canarios sometían a sus difuntos a atenciones particulares, cuya función es integrar el fenómeno brutal e inevitable de la muerte y, en cierta forma, negarla. Así se explican las actividades frente a la descomposición del cuerpo y al espanto que suscita manifestado en el tabú de la sangre.

El culto a los antepasados reposa en dos ideas principales: primeramente, la muerte es muy raramente una aniquilación total del ser: el difunto sobrevive de cierta forma en un mundo que le es propio y mantiene, se presenta el caso, relaciones estrechas con los vivientes.

Después, como lo ha expresado Jensen (1954), esta actitud frente a los muertos se funda en la idea de que el hombre es un elemento de la Divinidad, ya que se a hecho a la imagen de la  Diosa, y  que ha recibido de la Divinidad una entidad espiritual que es su verdadera sustancia vital, ya  que desciende directamente de la Divinidad por la cadena de los antepasados y participe de la divinidad por el milagro de la generación y del nacimiento.

Este sentimiento de lazo entre la humanidad y la Divinidad lleva lógicamente a ciertas creencias concernientes a las relaciones entre vivos y muertos.
Para Canarias las prácticas de embalsamamiento están recogidas por todos los cronistas y fuentes posteriores (Espinosa, Escudero, Abreu Galindo, etc.). Una vez producida la muerte, lavaban al difunto, le abrían el vientre extrayéndole las vísceras. Llenaban el cuerpo con picón rojo, corteza de pino y distintas hojas de diferentes plantas, cosiéndolo luego con cuidado. Untaban el cuerpo con manteca de cabras y lo secaban a la Sol durante el día a la lumbre de hogueras por las noches por espacio de quince días.
Lo vestían con sus tamarcos y después de cubrirlos con pieles que para tal evento tenía reservadas el difunto lo sujetaban con correas de cuero.

“Los naturales desta isla, piadosos para con sus difuntos, tenían por costumbre que, cuando moría alguno dellos, llamaban ciertos hombres (si era varón el difunto) o mujeres (si era mujer) que tenían esto por oficio y desto vivían y se sustentaban, los cuales, tomando el cuerpo del difunto, después de lavado, echábanle por la boca ciertas confecciones hechas de manteca de ganado derretida, polvos de brezo y de piedra tosca, cáscara de pino y de otras no sé que yerbas, y embutíanle con esto cada día, poniéndolo al sol, cuando de un lado, cuando de otro, por espacio de quince días, hasta que quedaba seco y mirlado, que llamaban xaxo.”

“En este tiempo tenían lugar sus parientes que llorarle y plantearle, que otras obsequias no se usaban; al cabo del cual término, lo cosían o envolvían en un cuero de algunas reses de su ganado, que para este efecto tenían señaladas y guardadas, y así, por la señal y pinta de la piel se conocía después el cuerpo del difunto. Estos cueros los adobaban con mucha curiosidad gamuzados y los teñían con cáscaras de pino, y con mucha sutileza los cosían con correas del mismo cuero, que casi no parecía la costura. En estas pieles adoba­das cosían y envolvían el cuerpo del difunto después de mir­lado, poniéndole muchos cueros destos encima, y algunos ponían en ataúd de madera incorruptible, como es tea, hecho todo de una pieza, y cavado no sé con qué, a la forma del cuerpo: y desta suerte lo llevaban a alguna inaccesible cue­va, puesta en algún risco sajado, donde nadie pudiese llegar, y allí lo ponían y dejaban, habiéndole hecho en esto el último beneficio y honra. Mas los hombres y mujeres que los mirla­ban, que ya eran conocidos, no tenían trato ni conversación con persona alguna ni nadie osaba llegarse a ellos, porque los tenían por contaminados e inmundos; mas ellos y ellas te­nian su trato y conversación y cuando ellas mirlaban alguna difunta, los maridos les traían la comida, y por el contrario, etc.” (Espinosa, 1980: 44-45)
“Y la manera de mirlar los cuerpos era que llevaban los cuerpos a una cueva y los tendían sobre lajas y les vaciaban los vientres, y cada día los lavaban dos veces con agua fría las partes débiles, sobacos, tras las orejas, las ingles, entre los dedos, las narices, cuello y pulso. Y, después de lavados, los untaban con manteca de ganado y echábanles carcoma de pino y de brezo y polvos que hacían de piedra pómez, porque no se dañasen (…) y con cueros de cabra o de ovejas sobados los envolvían y los liaban con correas muy luengas, y los ponían en las cuevas que tenían dedicadas para ello, cada uno para su entierro.” (Abreu Galindo, 1977: 300).

“Acostumbraban los canarios sepultar sus muertos de esta manera: Preparaban los cadáveres con yerbas y manteca al sol, para que, a modo de cosas aromáticas, se defendiesen lo más que fuese posible de la corrupción. Después los envolvían con muchas pieles preparadas para el mismo objeto, y los apoyaban a las paredes, al interior de las cuevas de los montes.” (Torriani, 1978: 114),

“…los guanches a fuerza de experimentos, y de repetidas observaciones, consiguieron descubrir el secreto de eternizarlos en cierto modo, y hacer sus saxos (…) y solo por tradición se sabe lo siguiente: Que después de haber extraído las entrañas, y lavado los cuerpos muchas veces con una lexia de pino seca al sol en tiempo del Estío, los ungían con manteca de oveja cocida con yerbas de olor, como espliego, salvia, etc. Hecha esta unción se dexaba desecar el cuerpo, y se repetía tantas veces, quantas se creía necesarias para que el cadáver quedara bien penetrado. Cuando éste estaba bien ligero, era una prueba clara que estaba bien preparado, y entonces le envolvían en pieles de cabra enjutas y al pelo, para menos costo…” (Viera y Clavijo, 1776 I: 175-176).

“A el difunto lavaban todo con agua caliente cosidas iervas, y con ellas lo estregaban abriámle el vientre por la parte derecha debajo de las costillas a modo de media luna sacaban todo lo de dentro, y por lo alto de la caveza sacaban los sesos y quitado todo hasta la lengua llenavan los huecos de mezcla de arena, cáscaras de pino molida y borujo de yoia o mocanes , y volvían a serle mui curiosamente; lo ungían con manteca, y ponían al sol de día, y de noche a el humo, y por quince días le lloraban haciendo exequias…”(Marín De Cubas, 1986: 248).

“Solamente otros había mirlados que no les faltaban cabellos ni dientes, encerrados dentro de cuebas, puestos en pie arrimados i otros sentados, i mujeres con niños a los pechos, todos mui enjutitos que casi se les conocían las faiciones con estar de muchísimos años. Y ai cuebas llenas destas osamentas que es admiración.” (Morales Padrón, 1978: 387).

Los cronistas hablan de un grupo de embalsamadores compuesto de hombres y mujeres, encargados de mirlar a los de su sexo correspondiente. En la preparación del cadáver se establecía una clara diferencia entre los sexos, de tal forma que para “…conservar los cuerpos difuntos, había hombres para los varones, y mujeres para las hem­bra… (Abreu Galindo, 1977: 162).

Esta casta sacerdotal denominada Iboibos los cuales debido al tabú de la sangre vivían separados del resto de la comunidad al ser tenidos al igual que los carniceros por impuros, cuando precisaban de alguna cosa las señalaban con una vara larga pues no podían tocarlas. A pesar de ocupar el escalafón más bajo en la sociedad guanche, esta se ocupaba de cubrir todas sus necesidades.

Los cuerpos de los menceyes eran sometidos al proceso de mirlado durante quince días, los de los nobles por espacio de díez y los de los tagoreros y no nobles durante cinco.

En Chinech (Tenerife): El mayor número de momificados y sepultados en cuevas, pertenecen al tipo mediterranoide.

En Tamaránt (Gran Canaria): Se invierte la relación. Los mediterranoides se entierran, casi siempre, en túmulos y no se momifican. Los cro-mañoides, refugiados en el interior y barrancos del Levante y del Sur, prefieren las cuevas y practican la momificación. (Martín de Guzmán, 1984: 491).

Entre los cadáveres mirlados, asi­mismo, parece existir una cierta gradación en la práctica funera­ria, ya que en las cuevas con enterramientos colectivos se han di­ferenciado cuerpos no mirlados (momificados), otros de momifi­cación imperfecta y aquéllos que conservan su integridad corpo­ral, según ha puesto de manifiesto L. Diego Cuscoy: 1976. Es posible, asimismo, que sea como resultado de una sociedad en la que existe una diferenciación social basada en la posesión de mayor o menor número de ganado. (A. Tejera, A. González, 1987).

 “Y tienen la costumbre de que, cuando muere un rey, le extraen las vísceras y las colocan una cesta hecha de hojas de palmera... y después lavan el cuerpo del rey y lo llenan de manteca.” (Bonnet, [Diogo Gomes] 1940: 98).

No está del todo suficientemente probado este hecho, aunque como hemos visto para Gran Canaria, y según la opinión de Schwidetzky, estas prácticas se hicieron en algunos cadáveres. Falta un estudio profundo sobre todo el proce­so de momificación y posterior conservación del muerto, pero mientras tanto, sólo podemos conocerlo según las referencias de las crónicas y los últimos estudios realizados, entre ellos los presentados durante el I Congreso Internacional de Estudios sobre Momias: Proyecto Cronos.

Patrick Horne y Arthur Aufderheide del York County Hospital de Ontario (Canadá), en su ponencia: Examen de la momia guanche RED-1, en el estudio que se realizó en 1992 en el departamento de Etnología del Redpath Museum, de la McGill University de Montreal, se dieron los siguientes resultados: Parece evidente que ha habido un intento de momificación, pues el cuerpo no posee vísceras, que han sido sustituidas por grava volcánica, musgo, corteza de pino triturada, y otros materiales vegetales.

En los estudios realizados por Gloria Ortega Muñoz y Lázaro Sánchez-Pinto Pérez-Andréu del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife: Análisis de los materiales localizados en la cavidad abdominal de dos momias guanches, con respecto a la denominada Momia TEN-M-50, hallada en Guía de Isora comentaron en su ponencia en el congreso: Se encontró casi completa (le falta la mano derecha y los dedos de la izquierda) y carecía de vísceras. Y en la Momia TEN-M-3B, hallada en el Tablero, barranco de Jagua: Corresponde a un varón de 17-18 años que carece de extremidades inferiores y vísceras.

El tratamiento dado a los cadáveres, es muy repetitivo en casi todos los cronistas, aunque es Abreu Galindo el único autor que habla de extracción de vísceras en Gran Canaria, mientras que otros cronistas explican el proceso de momificación de forma más simple.

Las cuevas de enterramiento han sido ampliamente reutilizadas desde la época de la conquista por agricultores y principalmente por los pastores, ya sea para guardar útiles de labranza o simplemente el ganado, aunque muchas fueron convertidas en viviendas provisionales, con la consiguiente adaptación de su interior y entorno, al fin propuesto.

Aparte que han constituido una fuente de aprovechamiento de abono para los campos de cultivo, e incluso de ingresos monetarios obtenidos de investigadores y coleccionistas que demandaban las piezas que guardaban su interior. Deformando para futuros estudios, ya sea las posiciones y orientaciones originales de los cadáveres o el ajuar con que fueron sepultados, y aunque en la mayoría de los yacimientos, existía un ajuar que acompañaba al cadáver, con raras excepciones, muchas veces desaparecido debido al expolio en que fueron sometidos y a la brutal cruzada desencadenada desde los púlpitos de los templos católicos desde donde aunque parezca increíble, hasta época relativamente recientes los sacerdotes católicos inducían a sus fieles a la destrucción de los cadáveres de guanches “enzurronados” pues según ellos, eran obra del diablo demonizando por consiguiente todo aquello que tuviera relación con la cultura guanche.

Estas predicas embrutecieron de tal manera a ciertos sectores del pueblo que éstos siguiendo las directrices de los fanáticos invasores llegaron a despreciar a sus ancestros.

Como muestra de los muchos actos vandálicos cometidos por individuos inducidos por la ignorancia y fanatismo emanada desde el catolicismo veamos una noticia recogida por el periódico El Eco del Comercio (Santa Cruz de Tenerife) con fecha 4 de agosto de 1855: Escriben desde la villa de La Orotava lo siguiente:

En un día de la semana última llegó a esta villa, un tal Quintero, vecino de Vilaflor, y dio por noticia que el custodio del colmenar que se sitúa en la montaña denominada “la Camellita” cerca de la alta cumbre de Guajara, había subido a lo más escarpado del risco, con el intento de descubrir la guarida de un ave de rapiña que le había robado un cuero de conejo clavado en una colmena. Notó que el ave revoloteando, se posó a la entrada de una cueva y a poco penetró en ella. Seguro de cogerla allí, trepó hasta la gruta y al penetrar en su interior halló un completo panteón de momias perfectamente colocadas en camas de lanas, sobre largos palos de tea. El colmenero en ves de dar parte a quien pudiera utilizar este descubrimiento, se apresuró a sacar todas las momias para tener el bárbaro placer de despedazarlas, arrojándolas desde la altura del risco, hasta la llanura.

De forma general se ha planteado una dicotomía so­cial en base a la existencia de momificados, pero creemos que en este sentido han de hacerse algunas consideracio­nes.

Los cadáveres momificados se encuentran igualmen­te en las cuevas naturales funerarias. La diferencia cree­mos que debe radicar más, en que existía un sistema de extracción de vísceras y otro sin ella. Este dato, señalado por Schwidetzky (1963: 21) de que el “vaciado de vís­ceras se hizo muy pocas veces” sin extracción del cerebro en ningún caso, es destacado también por Bory de St. Vi­cent y Chil y Naranjo quienes habían visto momias con aberturas en el abdomen cuidadosamente cosidas, y otras sin estas señales, lo que corrobora la afirmación de Abreu Galindo y, creemos explica mejor esta diferenciación que, asimismo se destaca en base a la diversa tipología fu­neraria. De igual forma esta diferenciación puede estable­cerse en la mayor o menor riqueza de envoltura en pie­les, ya que los momificados en cuevas, generalmente se hallan envueltos en esteras de junco y con pocas pieles. (González-Tejera, 1990:194).

En cuanto a la momificación de los cadáveres, en Tamaránt (Gran Canaria), C. del Arco indica que “la momificación se practica entre la población cromañoide del interior, que utiliza las cuevas como lugares de enterramiento, no apareciendo con el tipo mediterráneo que utiliza los túmulos”. En un trabajo reciente (Jiménez Gómez, C. del Arco, 1975-6:109), vie­ne a decir que las remociones de los túmulos ha sido tal, que dificulta conocer el ritual funerario y el acondiciona­miento de los cadáveres. Insistiendo en esto último, ha de tenerse en cuenta la “metodología” de estudio en el siglo XIX y en los primeros 50-60 años del XX, al des­trozarse cientos de túmulos en la Isleta, Artenara, etc. Por otra parte, estos enterramientos que se hallan visibles han estado expuestos al pillaje, a las condiciones atmosfé­ricas diversas y a la acción de los roedores, como lo su­giere Schwidetzky al estudiar algunos huesos largos que aún presentaban restos momificados y en los que se apre­ciaba la impronta de aquéllos. Por todo lo expuesto, seguimos creyendo que los enterrados en túmulos especialmente ricos se momificaron con mayor riqueza, si cabe, que los de las cuevas naturales. (González-Tejera, 1990: 194-195).

Profanaciones y expolios de los panteones guanches

Debemos al concienzudo afán investigador de mi entrañable y fenecido amigo Raúl Melo Dai, una interesante lista de algunos de los cuerpos y restos óseos de nuestros antepasados difuntos profanados y secuestrados por un incipiente cientifismo europeo, embargado por un etnocentrismo irracional de los que fueron partícipes un buen número de criollos canarios ilustrados y algunos relevantes estudiosos europeos entre los que cabe destacar a Sabín Berthelot y René Verneau quienes con el beneplácito de las autoridades coloniales de la época saquearon y enviaron a Francia una ingente cantidad de restos mortales de nuestros antepasados así como una gran cantidad de objetos de uso cotidiano de nuestros ancestros.

La primera noticia de momias guanches fuera de las islas es la del inglés Samuel Purchas, en 1616, quien observó dos en Londres. Un siglo después el francés Puysegur se llevó otras dos procedentes de un barranco de Arico en Chinech a París.

El criollo  Viera y Clavijo da noticias sobre este expolio:

“En octubre de 1772 el señor Young comandante de un Vergatín inglés, sacó de Tenerife la momia de una guancha, que colocó en el Museo Británico. Con este motivo se habló de ella en los papeles públicos como de una gran maravilla. Celebróse la frescura, y buena conservación de las partes del cuerpo, aún las más menudas. Se hizo juicio de que podría ser el cadáver de una mujer muerta mil años há…
En el Gabinete de Historia Natural del Jardín de París se ven dos momias de guanches.
Llevolas de la isla de Tenerife en 1776 el Conde de Chastenet de Puysegur, oficial comandante de un buque de guerra, y fueron halladas en una cueva del lugar de Arico. (Viera y Clavijo, 1982: 172-176)
El coleccionismo de momias guanches, era una afición natural en este siglo, principalmente entre los viajeros y visitantes franceses e ingleses:

Mr. Golberry no escatimó esfuerzos para recopilar la información sobre el proceso que observaban los guanches para momificar los cadáveres de sus difuntos, describiendo una momia que había coleccionado y que él mismo había seleccionado entre un gran número de ellas, que aún existían en su tiempo en las cuevas sepulcrales de Tenerife.

…Blumenbach nos informa que él posee una momia, que aunque provista de toda su envoltura, solamente pesa siete libras y media… (William, 2000: 62-64).

Los guanches embalsamaban sus muertos; todos los días se descubren en la isla catacumbas abiertas por aquel pueblo. Todas las personas de la expedición se procuraron fragmentos de las momias que encierran. Mr. Broussonet tuvo la bondad de darme una entera. (Saint-Vincent, 1994: 81).

No obstante sería en el siglo XIX cuando el expolio de estos restos alcanzaría en las islas su cenit. En 1865 existían en el museo Antropológico Nacional de Madrid no menos de cinco momias de Tenerife. Pero, quizás el centro más beneficiado de aquella época con el envío de momias y huesos guanches y canarios fuera el Museo del Hombre de París, donde llegó ingente cantidad de material, llevado sobre todo por René Verneau. (Rodríguez Maffiotte, 1995: 37).


Viendo las varias centenas de cráneos y esqueletos que he traído de mis expediciones, nadie dudaría de los peligros que tuve que afrontar para conseguirlos. (Verneau, 1881: 226)
Pero no solo fuera del archipiélago irían a parar los productos del expolio. El siglo XVIII se caracterizó en esta tierra, con respecto al mundo guanche, por su curiosidad hacia las momias, ya que estas evocaban una vida y un mundo lleno de perfecciones. Por ello, no es de extrañar que algunos canarios coleccionaran en sus casas esta clase de especimenes. (Rodríguez Maffiotte, 1995: 37).

Se conservan aun algunas cuevas llenas de cadáveres de guanches. En 3 de En.º de 1770 vi uno en casa del Then.te Cor.1 D.n Gabriel Román, que estaba entero, i aun con su cabello i dientes.

En los archivos del Museo Antropológico Nacional de España, hay varias cartas entre sus documentos, de R. Verneau, donde comunica el envío de restos aborígenes, una de ellas con fecha 23 de agosto de 1886 de Las Palmas de Gran Canaria; en ella habla del envío de dos cajones al Museo de Historia natural de Madrid:
…de los cuales uno contiene dieciséis cráneos del barranco de guayadeque…
Afirmaciones como esta, representan un ejemplo de las profanaciones y expolio que existió en los siglo XVIII y XIX de investigadores (?) franceses e ingleses de la talla entre otros de: Verneau, Berthelot, etc., enviando gran cantidad de momias y calaveras a museos de toda Europa, en teoría para su estudio, pero, que nunca volvieron a su lugar de origen, como ejemplo tenemos las momias guanches en los museos de Paris, Londres, Munich, Canadá, etc., incluso por la desidia de las autoridades de la época, las que fueron a parar a La Plata en la Argentina.
A este respecto Antonio Rumeu de Armas hace un valioso comentario:

El número de cuevas sepulcrales existentes en Tenerife debió ser importante. Ahora bien, en el siglo XVIII se produjo una sistemática expoliación por partes de aventureros, eruditos y aficionados. Los museos y los Gabinetes Antropológicos de España y Europa reclamaron la posesión de ejemplares, que les fueron generosamente facilitados por vía oficial subrepticia. Pero, andando el tiempo, las momias fueron arrumbadas por carencia de interés o pérdida de la pertinente identificación. Todavía hoy se conservan algunas, ubicadas en las más extrañas galerías. (Rumeu de Armas, 1999: 169-178)
Por su parte Luís Diego Cuscoy se refiere a estas momias, ubicándolas unas en París y otra en la Real Biblioteca de Madrid:

Sabemos que de la región de Arico procedían dos momias que en el siglo XVII se exhibían en el Gabinete de Historia Natural de París y que del barranco de Herques eran las que en el mismo siglo se conservaban en la Real Biblioteca de Madrid.

En el archivo del museo de ciencias Naturales de Madrid figura un documento con el número 506, fechado el 24 de mayo de 1778. Con la referencia “Isla de León”. Se da cuenta de una carta de D. Vicente Tofiño de San Miguel a D, Pedro Dávila remitiéndole, con Joaquín Román, la momia que halló en Tenerife D. Luís Arquedas...le informa que, aunque ha padecido mucho durante el viaje por mar, donde la humedad y calor de la bodega del navío han alterado su conservación por ser el cadáver de los antiguos guanches hace apreciable “esta pieza de historia”.

            …varia fue la suerte de las que se extrajeron del yacimiento funerario de Güímar.

Una, en perfecto estado de conservación, convenientemente embalada con lana, salió para la Corte, consignada a D. Francisco Machado. Un capitán de navío francés obtiene autorización para llevarse una momia a Francia. Otra es sacada por D. Lorenzo Vázquez Mondragón con destino a España. Finalmente D. Gabriel Román deposita otra momia en su casa.

Sabíamos que en 1772 un inglés capitán de navío, transportó a Inglaterra la momia que todavía hoy se conserva en el Laboratorio Duckworth, de Cambridge. (Diego Cuscoy, 1976: 233-270)
En una momia guanche conservada en Cambridge, se observan los dedos de los pies y de las manos envueltos por separado en tiras de cuero… (William, 2000: 67).

Los diferentes cráneos enviados al departamento de Antropología del Museo para satisfacer la petición del Sr. Quatrefages fueron once. La caja enviada contenía:
1.- Cráneo
2.- Otro cráneo con una gran herida cicatrizada
3.- Otro momificado en parte con las mandíbulas y las vértebras del cuello
4.- 2 piernas (de mujer quizás) momificadas
Estas piezas procedían del barranco Agua de Dios en Tegueste
5.- Un cráneo guanche de un Túmulo de la Isleta, Gran Canaria
6.- Otro de la Cueva de los Huesos cerca de Tafira en Gran Canaria
7.- 2 fémures de la misma cueva
8 y 9.- 2 cráneos de una cueva de Guayadeque en Gran Canaria
10, 11 y 12.- 3 cráneos de una cueva de Los Letreros en El Hierro (Berthelot, 1980: 129).

…los cráneos de los esqueletos de los túmulos de la Isleta en Gran Canaria, de los que el departamento de antropología del Museo de París posee algunos especimenes que les hemos enviado, nos parece que presentan más hermosas proporciones que los de las momias sacadas de cuevas que parecen proceder de épocas más modernas. (Berthelot, 1980: 147-148).

Al mismo tiempo se remitió al Sr. Director de el Museo Etnológico Nacional 69 huesos limpios y varios trozos de pieles adobadas, utilizadas por los aborígenes para envolver las momias de sus difuntos. (Jiménez Sánchez, 1940).

…no concluiremos esta interesante cuestión, sin presentar antes un extracto del informe que Mr. Dubreuil de Montpellier publicó sobre las momias que en 1802 llevó a Paris Mr. Broussonet…  (Millares, 1997: 79).

El interés por la búsqueda y coleccionismo de restos arqueológicos en la isla de Tenerife, tuvo su cumbre desde principio del siglo XIX, como nos comenta Alejandro Cioranescu en su “Historia de Santa Cruz”:

En una región como las Canarias, donde la arqueología se ha hecho sin la necesidad de escarbar el suelo, una colección de objetos guanches era una fácil tentación. En cierto momento, la curiosidad era tan viva que el mismo ayuntamiento, a pesar de su pobreza y de la falta de asesoramiento especializado, se dio cuenta de ello. Observó que todos querían momias, y hasta del extranjero, y que solo él no tenía ninguna; acordó por lo tanto mandar que le consigan “algunas momias, procurando que vengan de ambos sexos”. Si no las consiguió el ayuntamiento, las tuvieron algunos aficionados; el primero de ellos fue Megliorini, que tenía en 1821 una momia guanche en su colección que visitaban muchos viajeros y turistas extranjeros y en la que, además de objetos de historia natural, se podían ver muchos objetos del acostumbrado ajuar guanche. (Cioranescu, 1979: Vol. IV 222-223).

La primera mitad del siglo XIX fue una época no solo científicamente estéril, sino más bien funesta para la arqueología. La sociedad, embuida de la teoría rusoniana del buen salvaje, se lanzó a buscar sus restos con afán coleccionista, destrozando definitivamente lo que pudo ser rica fuente e interesante documento para la arqueología. (Pellicer, 1968: 292).

Mucho de este material se exhibe hoy en las salas del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, y otra parte no menos valiosa, figura en los museos de Madrid, Paris, Londres, Viena, etc. (Jiménez Sánchez, 1864: 72).

Este expolio no solo ocurrió en las islas de Tenerife y Gran Canaria, sino que fue actividad habitual en todas las islas:

Los primeros trabajos arqueológicos llevados a cabo en la isla de La Gomera, datan del año 1945. Como las demás islas del archipiélago, La Gomera registró el paso de un grupo de hombres que en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX recorrieron sus barrancos, lomadas y degolladas en busca de vestigios de los aborígenes.

La preocupación de estos hombres fue diversa y no siempre animada por un móvil científico, si exceptuamos a los antropólogos, que en verdad hicieron una labor meritoria, si bien con detrimento y merma del tesoro arqueológico de las islas.

Este impulso inicial desató una fiebre por la rebusca de yacimientos en la que colaboraron, por un lado, el erudito local y el médico, y por el otro el coleccionista.

Tener en el gabinete de trabajo o en el despacho una momia o un cráneo, satisfacía en extremo, y si a esto se le añadía la posesión de un vaso o un objeto ornamental, tanto mejor. (Cuscoy, 1953: 135-136)
Con respecto al expolio de momias, procedentes del Museo Casilda de Tacoronte, les remito a la información bastante completa de las obras de Juan Béthencourt Alfonso: Historia del Pueblo Guanche y la de Fariña González y Tejera Gaspar: La Memoria Recuperada. Añadiendo solamente algunas informaciones adicionales:

Álvarez Rixo en un trabajo que comentaremos más adelante nos dice sobre este particular:

En los periódicos de Santa Cruz de Tenerife vimos anunciado el hallazgo de otra gruta de guanches con seis u ocho momias bien conservadas, paréceme que en el pago o Valle de Igueste, de cuyo descubrimiento tomó razones el Gobierno Civil que las hizo conducir a Santa Cruz para dar parte al gobierno supremo y saber que se habría de hacer con las tales momias: y como en España apenas se sabe lo que son las islas Canarias, mucho menos se sabe ni interesan sus momias, y parece que nada se resolvió, permaneciendo olvidadas con riesgo de irse deteriorando. Pasados algunos años, con el laudable objeto de que no acabasen de maltratarse, las pidió y obtuvo para conservarlas en su curioso gabinete de historia natural en Tacoronte D. Sebastián Casilda, en cuya resolución estuvo acertadísimo el Gobierno Civil de la Provincia. (Tejera Gaspar, 1990: 121-136) (En. Raúl Melo Dai).


Creo que la sociedad canaria debe crear los mecanismos necesarios para exigir el retorno a nuestra nación de los cuerpos y restos mortuorios de nuestros antepasados profanados y secuestrados que actualmente están expuestos o almacenados en museos del mundo especialmente en los europeos para nos sean retornados, no como objetos arqueológicos, sino como lo que realmente son, los sagrados cuerpos de nuestros antecesores, los cuales deben  respetuosa y dignamente reposar en un gran mausoleo nacional canario a construir en cada isla. En cuanto a los difuntos que indignamente son exhibidos en los museos canarios deben recibir igual tratamiento, siendo en todo caso sustituidos por réplicas para fines didácticos y explicativos de nuestra ancestral cultura.

Viendo las varias centenas de cráneos y esqueletos que he traído de mis expediciones, nadie dudaría de los peligros que tuve que afrontar para conseguirlos. (Verneau, 1881: 226).

Pero no solo fuera del archipiélago irían a parar los productos del expolio. El siglo XVIII se caracterizó en esta tierra, con respecto al mundo guanche, por su curiosidad hacia las momias, ya que estas evocaban una vida y un mundo lleno de perfecciones. Por ello, no es de extrañar que algunos canarios coleccionaran en sus casas esta clase de especimenes. (Rodríguez Maffiotte, 1995: 37).

Se conservan aun algunas cuevas llenas de cadáveres de guanches. En 3 de En.º de 1770 vi uno en casa del Then.te Cor.1 D.n Gabriel Román, que estaba entero, i aun con su cabello i dientes.

En los archivos del Museo Antropológico Nacional de España, hay varias cartas entre sus documentos, de R. Verneau, donde comunica el envío de restos aborígenes, una de ellas con fecha 23 de agosto de 1886 de Las Palmas de Gran Canaria; en ella habla del envío de dos cajones al Museo de Historia natural de Madrid:

…de los cuales uno contiene dieciséis cráneos del barranco de guayadeque…
Afirmaciones como esta, representan un ejemplo de las profanaciones y expolio que existió en los siglo XVIII y XIX de investigadores (?) franceses e ingleses de la talla entre otros de: Verneau, Berthelot, etc., enviando gran cantidad de momias y calaveras a museos de toda Europa, en teoría para su estudio, pero, que nunca volvieron a su lugar de origen, como ejemplo tenemos las momias guanches en los museos de Paris, Londres, Munich, Canadá, etc., incluso por la desidia de las autoridades de la época, las que fueron a parar a La Plata en la Argentina.
A este respecto Antonio Rumeu de Armas hace un valioso comentario:
El número de cuevas sepulcrales existentes en Tenerife debió ser importante. Ahora bien, en el siglo XVIII se produjo una sistemática expoliación por partes de aventureros, eruditos y aficionados. Los museos y los Gabinetes Antropológicos de España y Europa reclamaron la posesión de ejemplares, que les fueron generosamente facilitados por vía oficial subrepticia. Pero, andando el tiempo, las momias fueron arrumbadas por carencia de interés o pérdida de la pertinente identificación. Todavía hoy se conservan algunas, ubicadas en las más extrañas galerías. (Rumeu de Armas, 1999: 169-178).

Por su parte Luís Diego Cuscoy se refiere a estas momias, ubicándolas unas en París y otra en la Real Biblioteca de Madrid:

Sabemos que de la región de Arico procedían dos momias que en el siglo XVII se exhibían en el Gabinete de Historia Natural de París y que del barranco de Herques eran las que en el mismo siglo se conservaban en la Real Biblioteca de Madrid.

En el archivo del museo de ciencias Naturales de Madrid figura un documento con el número 506, fechado el 24 de mayo de 1778. Con la referencia “Isla de León”. Se da cuenta de una carta de D. Vicente Tofiño de San Miguel a D, Pedro Dávila remitiéndole, con Joaquín Román, la momia que halló en Tenerife D. Luís Arquedas...le informa que, aunque ha padecido mucho durante el viaje por mar, donde la humedad y calor de la bodega del navío han alterado su conservación por ser el cadáver de los antiguos guanches hace apreciable “esta pieza de historia”.

            …varia fue la suerte de las que se extrajeron del yacimiento funerario de Güímar.

Una, en perfecto estado de conservación, convenientemente embalada con lana, salió para la Corte, consignada a D. Francisco Machado. Un capitán de navío francés obtiene autorización para llevarse una momia a Francia. Otra es sacada por D. Lorenzo Vázquez Mondragón con destino a España. Finalmente D. Gabriel Román deposita otra momia en su casa.

Sabíamos que en 1772 un inglés capitán de navío, transportó a Inglaterra la momia que todavía hoy se conserva en el Laboratorio Duckworth, de Cambridge. (Diego Cuscoy, 1976: 233-270)
En una momia guanche conservada en Cambridge, se observan los dedos de los pies y de las manos envueltos por separado en tiras de cuero… (William, 2000: 67).

Los diferentes cráneos enviados al departamento de Antropología del Museo para satisfacer la petición del Sr. Quatrefages fueron once. La caja enviada contenía:
1.- Cráneo
2.- Otro cráneo con una gran herida cicatrizada
3.- Otro momificado en parte con las mandíbulas y las vértebras del cuello
4.- 2 piernas (de mujer quizás) momificadas
Estas piezas procedían del barranco Agua de Dios en Tegueste
5.- Un cráneo guanche de un Túmulo de la Isleta, Gran Canaria
6.- Otro de la Cueva de los Huesos cerca de Tafira en Gran Canaria
7.- 2 fémures de la misma cueva
8 y 9.- 2 cráneos de una cueva de Guayadeque en Gran Canaria
10, 11 y 12.- 3 cráneos de una cueva de Los Letreros en El Hierro (Berthelot, 1980: 129).

…los cráneos de los esqueletos de los túmulos de la Isleta en Gran Canaria, de los que el departamento de antropología del Museo de París posee algunos especimenes que les hemos enviado, nos parece que presentan más hermosas proporciones que los de las momias sacadas de cuevas que parecen proceder de épocas más modernas. (Berthelot, 1980: 147-148).

Al mismo tiempo se remitió al Sr. Director de el Museo Etnológico Nacional 69 huesos limpios y varios trozos de pieles adobadas, utilizadas por los aborígenes para envolver las momias de sus difuntos. (Jiménez Sánchez, 1940).

…no concluiremos esta interesante cuestión, sin presentar antes un extracto del informe que Mr. Dubreuil de Montpellier publicó sobre las momias que en 1802 llevó a Paris Mr. Broussonet…  (Millares, 1997: 79).

El interés por la búsqueda y coleccionismo de restos arqueológicos en la isla de Tenerife, tuvo su cumbre desde principio del siglo XIX, como nos comenta Alejandro Cioranescu en su “Historia de Santa Cruz”:

En una región como las Canarias, donde la arqueología se ha hecho sin la necesidad de escarbar el suelo, una colección de objetos guanches era una fácil tentación. En cierto momento, la curiosidad era tan viva que el mismo ayuntamiento, a pesar de su pobreza y de la falta de asesoramiento especializado, se dio cuenta de ello. Observó que todos querían momias, y hasta del extranjero, y que solo él no tenía ninguna; acordó por lo tanto mandar que le consigan “algunas momias, procurando que vengan de ambos sexos”. Si no las consiguió el ayuntamiento, las tuvieron algunos aficionados; el primero de ellos fue Megliorini, que tenía en 1821 una momia guanche en su colección que visitaban muchos viajeros y turistas extranjeros y en la que, además de objetos de historia natural, se podían ver muchos objetos del acostumbrado ajuar guanche. (Cioranescu, 1979: Vol. IV 222-223).

La primera mitad del siglo XIX fue una época no solo científicamente estéril, sino más bien funesta para la arqueología. La sociedad, embuida de la teoría rusoniana del buen salvaje, se lanzó a buscar sus restos con afán coleccionista, destrozando definitivamente lo que pudo ser rica fuente e interesante documento para la arqueología. (Pellicer, 1968: 292).

Mucho de este material se exhibe hoy en las salas del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, y otra parte no menos valiosa, figura en los museos de Madrid, Paris, Londres, Viena, etc. (Jiménez Sánchez, 1864: 72).

Este expolio no solo ocurrió en las islas de Tenerife y Gran Canaria, sino que fue actividad habitual en todas las islas:

Los primeros trabajos arqueológicos llevados a cabo en la isla de La Gomera, datan del año 1945. Como las demás islas del archipiélago, La Gomera registró el paso de un grupo de hombres que en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX recorrieron sus barrancos, lomadas y degolladas en busca de vestigios de los aborígenes.

La preocupación de estos hombres fue diversa y no siempre animada por un móvil científico, si exceptuamos a los antropólogos, que en verdad hicieron una labor meritoria, si bien con detrimento y merma del tesoro arqueológico de las islas.

Este impulso inicial desató una fiebre por la rebusca de yacimientos en la que colaboraron, por un lado, el erudito local y el médico, y por el otro el coleccionista.

Tener en el gabinete de trabajo o en el despacho una momia o un cráneo, satisfacía en extremo, y si a esto se le añadía la posesión de un vaso o un objeto ornamental, tanto mejor. (Cuscoy, 1953: 135-136)
Con respecto al expolio de momias, procedentes del Museo Casilda de Tacoronte, les remito a la información bastante completa de las obras de Juan Béthencourt Alfonso: Historia del Pueblo Guanche y la de Fariña González y Tejera Gaspar: La Memoria Recuperada. Añadiendo solamente algunas informaciones adicionales:

Álvarez Rixo en un trabajo que comentaremos más adelante nos dice sobre este particular:

En los periódicos de Santa Cruz de Tenerife vimos anunciado el hallazgo de otra gruta de guanches con seis u ocho momias bien conservadas, paréceme que en el pago o Valle de Igueste, de cuyo descubrimiento tomó razones el Gobierno Civil que las hizo conducir a Santa Cruz para dar parte al gobierno supremo y saber que se habría de hacer con las tales momias: y como en España apenas se sabe lo que son las islas Canarias, mucho menos se sabe ni interesan sus momias, y parece que nada se resolvió, permaneciendo olvidadas con riesgo de irse deteriorando. Pasados algunos años, con el laudable objeto de que no acabasen de maltratarse, las pidió y obtuvo para conservarlas en su curioso gabinete de historia natural en Tacoronte D. Sebastián Casilda, en cuya resolución estuvo acertadísimo el Gobierno Civil de la Provincia. (Tejera Gaspar, 1990: 121-136) (En. Raúl Melo Dai).

Creo que la sociedad canaria debe crear los mecanismos necesarios para exigir el retorno a nuestra nación de los cuerpos y restos mortuorios de nuestros antepasados profanados y secuestrados que actualmente están expuestos o almacenados en museos del mundo especialmente en los europeos para nos sean retornados, no como objetos arqueológicos, sino como lo que realmente son, los sagrados cuerpos de nuestros antecesores, los cuales deben  respetuosa y dignamente reposar en un gran mausoleo nacional canario a construir en cada isla. En cuanto a los difuntos que indignamente son exhibidos en los museos canarios deben recibir igual tratamiento, siendo en todo caso sustituidos por réplicas para fines didácticos y explicativos de nuestra ancestral cultura.





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