CAPITULO XXI
Eduardo
Pedro García Rosdríguez
Arquitectura precolonial y el culto a los antepasados
El
mundo religioso de la sociedad guanche debió ser en extremo complejo, a pesar
de que las referencias que sobre el mismo nos han llegado son pocas y confusas
debido a la imposición traumática del catolicismo, cuya misión primordial fue
la erradicación furibunda e irracional de todo vestigio de la milenaria
religión profesada por el pueblo guanche. Los pocos documentos que hasta
nosotros han llegado, especialmente los conservados a través de la tamusni, y las escasas referencias recogidas por los
cronistas, aunque estas están expuestas desde un punto de vista etnocristiano y etnocentrista, nos dejan vislumbrar un
mundo espiritual y una concepción del universo y de la función que el hombre
desarrolla en él, mucho más elevada que la que portaban aquellos bárbaros
fanáticos cuya religiosidad se basaba en unas simples prácticas externas,
(teatrales) carentes de conceptos elevados de la moral y la ética.
La
riqueza religiosa y espiritual del pueblo guanche, está modelada por milenios
de práctica en torno a los designios de la Diosa-Madre.
La estricta observancia que de los postulados religiosos y
morales hacía la sociedad guanche, quedó recogida por algunos autores los cuales
no dudaron en calificarla como una raza de valientes y pacíficos pastores, de
costumbres moderadas y puras, modelo de honradez, lealtad, pundonor, moderación
y formalidad, trabajadores compasivos, y extremadamente respetuosos con
los ancianos, y sumamente hospitalarios. Estas virtudes son reales, no
son un producto literario, pues las mismas forman el sustrato ético y moral de
la población Canaria actual, a pesar de la avalancha de “cultura” globalizadora
que en estos últimos tiempos nos invade con una virulencia mucho más activa que
aquella que sufrimos hace más de quinientos años, y que, lamentablemente, aún
continuamos sufriendo y soportando, quizás como justo castigo y penitencia por
haber permitido el que unas hordas extranjeras nos arrebataran el sagrado culto
a nuestros Divinidades ancestrales.
Es
por ello que debemos orientar nuestros espíritus, hacía el encuentro con los
espíritus de nuestros antepasados, para que, en estrecha comunión con ellos,
hagamos aflorar el cúmulo de virtudes que nos han trasmitido, que están
latentes en nuestro ser, y que nosotros hemos mantenido en parte oculto, por el
temor que han incrustado en nuestras conciencias, las prácticas represoras de
una religión deshumanizada, absolutista y, básicamente amoral, que nos ha sido
impuesta con la fuerza de las armas.
Los
espíritus de nuestros antepasados, están íntimamente ligados a sus
descendientes más próximos, al entorno donde ellos moraron en vida y al grupo
donde desenvolvieron su actividad cotidiana. Su misión es especialmente la
de proteger a los suyos, siempre que
estos se comporten de forma adecuada y les rindamos correctamente los rituales,
tal como hemos expuesto más arriba, así nos veremos protegidos del peligro y de
los estímulos negativos. Los hombres jóvenes para adquirir su espíritu
protector personal, deben mantener una búsqueda que en ocasiones puede ser
larga y nada fácil, debido a los impulsos propios de la edad, pero esta
búsqueda puede ser mucho más fácil si pone en ello verdadero empeño, observando
una vida honesta y haciéndose aconsejar de personas mayores, entendidas y de
buena vida.
El
mundo de los espíritus dentro de la teogonía de nuestros antepasados, es
complejo y ha sido poco estudiada. La información que nos ha llegado es poca y
confusa, debido a que las creencias y ritos de la religión guanche fue
brutalmente reprimida, como hemos dicho, por el fanatismo cristiano, sí bien el
pueblo guanche se esforzó por conservar sus prácticas religiosas, el transcurso
del tiempo y los nuevos métodos de penetración empleados por la iglesia
católica, obligó a los detentadores de los ritos guanches a sincretizar
dentro de los ritos cristianos sus creencias, como único medio viable para la
supervivencia de las mismas. En la actualidad, aún perduran y se practican
determinados ritos de nuestra religión ancestral, pero estos son celosamente
guardados por un número muy limitado de familias que son depositarias de éste
legado religioso, las cuales observan un total hermetismo sobre los
mismos, traspasando estos conocimientos entre miembros de una misma familia,
preferentemente de abuelos a nietos, y de tíos a sobrinos manteniendo así el
culto primitivo y también los aspectos hereditarios del sacerdocio.
Esta
“aureola de misterio” no debiera sorprendernos ya que según recoge para
los guanches de Chinech (Tenerife) el fraile Espinosa: “Esto es lo que de
las costumbres de los naturales he podido, con mucha dificultad y trabajo,
acaudalar y entender, porque son tan cortos y encogidos los guanches viejos
que, si las saben, no las quieren decir, pensando que divulgarlas (a
extranjeros) es menosprecio de su nación...”). (Fray
Alonso de Espinosa, 1980: 45)
La
negativa mostrada por nuestros antepasados a mostrar los fundamentos de nuestra
ancestral cultura y religión ante los vándalos invasores europeos, a la vista
de las profanaciones de que eran objeto por parte de los mismos, quedó recogida
en un documento de súplica que los invasores y colonos remitieron a la corte de
la metrópoli espñola, del cual extraemos los siguientes párrafos: […] y
demás desto muchos esclavos guanches que se huen andan alçados cinco o seis
años entre los libres, porque como todos son de una nación y biven en los canpos e sierras acójense y encúbrense unos a
otros y esto házenlo tan sagazmente, de más de ser la
tierra aparejada para ello, segund los barrancos e
malezas e cuevas y asperujas que no se puede saver sino por presunciones.
Especialmente por que es jente que
aunque unos a otros se quieran mal encúbrense tanto e
guárdanse los secretos que antes morirán que descobrirse y tienlo esto por
honra y este estilo tenían antes que la dicha isla se ganase y todavía se les a
quedado, pues saverlo dellos
por tormentos es inposible aunque los hagan pedaços, por que jamás por tormento declaran verdad y por
ser de esta condición e manera es gente muy dañosa.[…] (Elías Serra Rafols y Leopoldo de la Rosa Olivera , t. 2,
1996:282) (http://www.canariastelecom.com/personales/benchomo/)
Como toda civilización espiritual y socialmente avanzada los
antiguos canarios sometían a sus difuntos a atenciones particulares, cuya
función es integrar el fenómeno brutal e inevitable de la muerte y, en cierta
forma, negarla. Así se explican las actividades frente a la descomposición del
cuerpo y al espanto que suscita manifestado en el tabú de la sangre.
El culto a los antepasados
reposa en dos ideas principales: primeramente, la muerte es muy raramente una
aniquilación total del ser: el difunto sobrevive de cierta forma en un mundo
que le es propio y mantiene, se presenta el caso, relaciones estrechas con los
vivientes.
Después, como lo ha expresado
Jensen (1954), esta actitud frente a los muertos se funda en la idea de que el
hombre es un elemento de la Divinidad ,
ya que se a hecho a la imagen de la Diosa , y que ha recibido de la Divinidad una entidad
espiritual que es su verdadera sustancia vital, ya que desciende directamente de la Divinidad por la cadena
de los antepasados y participe de la divinidad por el milagro de la generación
y del nacimiento.
Este sentimiento de lazo entre
la humanidad y la Divinidad
lleva lógicamente a ciertas creencias concernientes a las relaciones entre
vivos y muertos.
Para Canarias las prácticas de embalsamamiento están recogidas por todos
los cronistas y fuentes posteriores (Espinosa, Escudero, Abreu Galindo, etc.).
Una vez producida la muerte, lavaban al difunto, le abrían el vientre
extrayéndole las vísceras. Llenaban el cuerpo con picón rojo, corteza de
pino y distintas hojas de diferentes plantas, cosiéndolo luego con cuidado.
Untaban el cuerpo con manteca de cabras y lo secaban a la Sol durante el día a la lumbre
de hogueras por las noches por espacio de quince días.
Lo vestían con sus tamarcos y después de cubrirlos con pieles que para
tal evento tenía reservadas el difunto lo sujetaban con correas de cuero.
“Los naturales desta isla,
piadosos para con sus difuntos, tenían por costumbre que, cuando moría alguno
dellos, llamaban ciertos hombres (si era varón el difunto) o mujeres (si era
mujer) que tenían esto por oficio y desto vivían y se sustentaban, los cuales,
tomando el cuerpo del difunto, después de lavado, echábanle por la boca ciertas
confecciones hechas de manteca de ganado derretida, polvos de brezo y de piedra
tosca, cáscara de pino y de otras no sé que yerbas, y embutíanle con esto cada
día, poniéndolo al sol, cuando de un lado, cuando de otro, por espacio de
quince días, hasta que quedaba seco y mirlado, que llamaban xaxo.”
“En este tiempo tenían lugar sus parientes que
llorarle y plantearle, que otras obsequias no se usaban; al cabo del cual
término, lo cosían o envolvían en un cuero de algunas reses de su ganado, que
para este efecto tenían señaladas y guardadas, y así, por la señal y pinta de
la piel se conocía después el cuerpo del difunto. Estos cueros los adobaban con
mucha curiosidad gamuzados y los teñían con cáscaras de pino, y con mucha
sutileza los cosían con correas del mismo cuero, que casi no parecía la
costura. En estas pieles adobadas cosían y envolvían el cuerpo del difunto
después de mirlado, poniéndole muchos cueros destos encima, y algunos ponían
en ataúd de madera incorruptible, como es tea, hecho todo de una pieza, y
cavado no sé con qué, a la forma del cuerpo: y desta suerte lo llevaban a
alguna inaccesible cueva, puesta en algún risco sajado, donde nadie pudiese
llegar, y allí lo ponían y dejaban, habiéndole hecho en esto el último
beneficio y honra. Mas los hombres y mujeres que los mirlaban, que ya eran
conocidos, no tenían trato ni conversación con persona alguna ni nadie osaba
llegarse a ellos, porque los tenían por contaminados e inmundos; mas ellos y
ellas tenian su trato y conversación y cuando ellas mirlaban alguna difunta,
los maridos les traían la comida, y por el contrario, etc.” (Espinosa, 1980: 44-45)
“Y la manera de mirlar los
cuerpos era que llevaban los cuerpos a una cueva y los tendían sobre lajas y
les vaciaban los vientres, y cada día los lavaban dos veces con agua fría las
partes débiles, sobacos, tras las orejas, las ingles, entre los dedos, las
narices, cuello y pulso. Y, después de lavados, los untaban con manteca de
ganado y echábanles carcoma de pino y de brezo y polvos que hacían de piedra
pómez, porque no se dañasen (…) y con cueros de cabra o de ovejas sobados los
envolvían y los liaban con correas muy luengas, y los ponían en las cuevas que
tenían dedicadas para ello, cada uno para su entierro.” (Abreu Galindo,
1977: 300).
“Acostumbraban los canarios sepultar sus
muertos de esta manera: Preparaban los cadáveres con yerbas y manteca al sol,
para que, a modo de cosas aromáticas, se defendiesen lo más que fuese posible
de la corrupción. Después los envolvían con muchas pieles preparadas para el
mismo objeto, y los apoyaban a las paredes, al interior de las cuevas de los
montes.” (Torriani,
1978: 114),
“…los guanches a fuerza de experimentos, y de
repetidas observaciones, consiguieron descubrir el secreto de eternizarlos en
cierto modo, y hacer sus saxos (…) y solo por tradición se sabe lo siguiente:
Que después de haber extraído las entrañas, y lavado los cuerpos muchas veces
con una lexia de pino seca al sol en tiempo del Estío, los ungían con manteca
de oveja cocida con yerbas de olor, como espliego, salvia, etc. Hecha esta
unción se dexaba desecar el cuerpo, y se repetía tantas veces, quantas se creía
necesarias para que el cadáver quedara bien penetrado. Cuando éste estaba bien
ligero, era una prueba clara que estaba bien preparado, y entonces le envolvían
en pieles de cabra enjutas y al pelo, para menos costo…” (Viera y Clavijo, 1776 I:
175-176).
“A el difunto lavaban todo con
agua caliente cosidas iervas, y con ellas lo estregaban abriámle el vientre por
la parte derecha debajo de las costillas a modo de media luna sacaban todo lo
de dentro, y por lo alto de la caveza sacaban los sesos y quitado todo hasta la
lengua llenavan los huecos de mezcla de arena, cáscaras de pino molida y borujo
de yoia o mocanes , y volvían a serle mui curiosamente; lo ungían con manteca,
y ponían al sol de día, y de noche a el humo, y por quince días le lloraban
haciendo exequias…”(Marín De Cubas, 1986: 248).
“Solamente otros había mirlados que no les
faltaban cabellos ni dientes, encerrados dentro de cuebas, puestos en pie
arrimados i otros sentados, i mujeres con niños a los pechos, todos mui
enjutitos que casi se les conocían las faiciones con estar de muchísimos años.
Y ai cuebas llenas destas osamentas que es admiración.” (Morales Padrón, 1978: 387).
Los cronistas hablan de un grupo de embalsamadores compuesto de hombres y
mujeres, encargados de mirlar a los de su sexo correspondiente. En la
preparación del cadáver se establecía una clara diferencia entre los sexos, de
tal forma que para “…conservar los cuerpos difuntos, había hombres para los varones, y
mujeres para las hembra… (Abreu Galindo, 1977: 162).
Esta casta sacerdotal denominada Iboibos los cuales debido al tabú de la
sangre vivían separados del resto de la comunidad al ser tenidos al igual que
los carniceros por impuros, cuando precisaban de alguna cosa las señalaban con
una vara larga pues no podían tocarlas. A pesar de ocupar el escalafón más bajo
en la sociedad guanche, esta se ocupaba de cubrir todas sus necesidades.
Los cuerpos de los menceyes
eran sometidos al proceso de mirlado
durante quince días, los de los nobles por espacio de díez y los de los
tagoreros y no nobles durante cinco.
En Chinech (Tenerife): El mayor número de momificados y sepultados en
cuevas, pertenecen al tipo mediterranoide.
En
Tamaránt (Gran Canaria): Se invierte la relación. Los mediterranoides se
entierran, casi siempre, en túmulos y no se momifican. Los cro-mañoides,
refugiados en el interior y barrancos del Levante y del Sur, prefieren las
cuevas y practican la momificación. (Martín de Guzmán, 1984: 491).
Entre los cadáveres mirlados, asimismo, parece existir una cierta
gradación en la práctica funeraria, ya que en las cuevas con enterramientos
colectivos se han diferenciado cuerpos no mirlados (momificados), otros de
momificación imperfecta y aquéllos que conservan su integridad corporal,
según ha puesto de manifiesto L. Diego Cuscoy: 1976. Es posible, asimismo, que
sea como resultado de una sociedad en la que existe una diferenciación social
basada en la posesión de mayor o menor número de ganado. (A. Tejera, A.
González, 1987).
“Y tienen la costumbre de que, cuando muere un rey, le extraen las
vísceras y las colocan una cesta hecha de hojas de palmera... y después lavan
el cuerpo del rey y lo llenan de manteca.” (Bonnet, [Diogo Gomes] 1940:
98).
No está del todo suficientemente probado este hecho, aunque como hemos
visto para Gran Canaria, y según la opinión de Schwidetzky, estas prácticas se
hicieron en algunos cadáveres. Falta un estudio profundo sobre todo el proceso
de momificación y posterior conservación del muerto, pero mientras tanto, sólo
podemos conocerlo según las referencias de las crónicas y los últimos estudios
realizados, entre ellos los presentados durante el I Congreso Internacional de
Estudios sobre Momias: Proyecto Cronos.
Patrick Horne y Arthur Aufderheide del York County Hospital de Ontario
(Canadá), en su ponencia: Examen de la momia guanche RED-1, en el estudio que se realizó en
1992 en el departamento de Etnología del Redpath Museum, de la McGill University
de Montreal, se dieron los siguientes resultados: Parece evidente que ha habido un intento de momificación, pues el
cuerpo no posee vísceras, que han sido sustituidas por grava volcánica, musgo,
corteza de pino triturada, y otros materiales vegetales.
En los estudios realizados por Gloria Ortega Muñoz y Lázaro Sánchez-Pinto
Pérez-Andréu del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife: Análisis de los materiales localizados en la
cavidad abdominal de dos momias guanches, con respecto a la denominada
Momia TEN-M-50, hallada en Guía de Isora comentaron en su ponencia en el
congreso: Se encontró casi completa
(le falta la mano derecha y los dedos de la izquierda) y carecía de vísceras.
Y en la Momia TEN-M -3B,
hallada en el Tablero, barranco de Jagua: Corresponde a un varón de 17-18 años que carece de extremidades inferiores
y vísceras.
El tratamiento dado a los cadáveres, es muy repetitivo en casi todos los
cronistas, aunque es Abreu Galindo el único autor que habla de extracción de
vísceras en Gran Canaria, mientras que otros cronistas explican el proceso de
momificación de forma más simple.
Las cuevas de enterramiento han sido ampliamente reutilizadas desde la
época de la conquista por agricultores y principalmente por los pastores, ya
sea para guardar útiles de labranza o simplemente el ganado, aunque muchas
fueron convertidas en viviendas provisionales, con la consiguiente adaptación
de su interior y entorno, al fin propuesto.
Aparte que han constituido una fuente de aprovechamiento de abono para
los campos de cultivo, e incluso de ingresos monetarios obtenidos de investigadores
y coleccionistas que demandaban las piezas que guardaban su interior.
Deformando para futuros estudios, ya sea las posiciones y orientaciones
originales de los cadáveres o el ajuar con que fueron sepultados, y aunque en
la mayoría de los yacimientos, existía un ajuar que acompañaba al cadáver, con
raras excepciones, muchas veces desaparecido debido al expolio en que fueron
sometidos y a la brutal cruzada desencadenada desde los púlpitos de los templos
católicos desde donde aunque parezca increíble, hasta época relativamente
recientes los sacerdotes católicos inducían a sus fieles a la destrucción de
los cadáveres de guanches “enzurronados” pues según ellos, eran obra del diablo
demonizando por consiguiente todo aquello que tuviera relación con la cultura
guanche.
Estas predicas embrutecieron de tal manera a ciertos sectores del pueblo
que éstos siguiendo las directrices de los fanáticos invasores llegaron a
despreciar a sus ancestros.
Como muestra de los muchos actos vandálicos cometidos por individuos
inducidos por la ignorancia y fanatismo emanada desde el catolicismo veamos una
noticia recogida por el periódico El Eco
del Comercio (Santa Cruz de Tenerife) con fecha 4 de agosto de 1855: Escriben
desde la villa de La Orotava
lo siguiente:
En un día de la semana última llegó a esta villa, un tal Quintero, vecino
de Vilaflor, y dio por noticia que el custodio del colmenar que se sitúa en la
montaña denominada “la
Camellita ” cerca de la alta cumbre de Guajara, había subido a
lo más escarpado del risco, con el intento de descubrir la guarida de un ave de
rapiña que le había robado un cuero de conejo clavado en una colmena. Notó que
el ave revoloteando, se posó a la entrada de una cueva y a poco penetró en
ella. Seguro de cogerla allí, trepó hasta la gruta y al penetrar en su interior
halló un completo panteón de momias perfectamente colocadas en camas de lanas,
sobre largos palos de tea. El colmenero en ves de dar parte a quien pudiera
utilizar este descubrimiento, se apresuró a sacar todas las momias para tener
el bárbaro placer de despedazarlas, arrojándolas desde la altura del risco,
hasta la llanura.
De forma general se ha planteado una dicotomía social en base a la
existencia de momificados, pero creemos que en este sentido han de hacerse
algunas consideraciones.
Los cadáveres momificados se encuentran igualmente en las cuevas
naturales funerarias. La diferencia creemos que debe radicar más, en que
existía un sistema de extracción de vísceras y otro sin ella. Este dato,
señalado por Schwidetzky (1963: 21) de que el “vaciado de vísceras se hizo muy
pocas veces” sin extracción del cerebro en ningún caso, es destacado también
por Bory de St. Vicent y Chil y Naranjo quienes habían visto momias con
aberturas en el abdomen cuidadosamente cosidas, y otras sin estas señales, lo
que corrobora la afirmación de Abreu Galindo y, creemos explica mejor esta
diferenciación que, asimismo se destaca en base a la diversa tipología funeraria.
De igual forma esta diferenciación puede establecerse en la mayor o menor
riqueza de envoltura en pieles, ya que los momificados en cuevas, generalmente
se hallan envueltos en esteras de junco y con pocas pieles. (González-Tejera,
1990:194).
En cuanto a la momificación de los cadáveres, en Tamaránt (Gran Canaria),
C. del Arco indica que “la momificación se practica entre la población
cromañoide del interior, que utiliza las cuevas como lugares de enterramiento,
no apareciendo con el tipo mediterráneo que utiliza los túmulos”. En un trabajo
reciente (Jiménez Gómez, C. del Arco, 1975-6:109), viene a decir que las
remociones de los túmulos ha sido tal, que dificulta conocer el ritual
funerario y el acondicionamiento de los cadáveres. Insistiendo en esto último,
ha de tenerse en cuenta la “metodología” de estudio en el siglo XIX y en los
primeros 50-60 años del XX, al destrozarse cientos de túmulos en la Isleta , Artenara, etc. Por
otra parte, estos enterramientos que se hallan visibles han estado expuestos al
pillaje, a las condiciones atmosféricas diversas y a la acción de los
roedores, como lo sugiere Schwidetzky al estudiar algunos huesos largos que
aún presentaban restos momificados y en los que se apreciaba la impronta de
aquéllos. Por todo lo expuesto, seguimos creyendo que los enterrados en túmulos
especialmente ricos se momificaron con mayor riqueza, si cabe, que los de las
cuevas naturales. (González-Tejera, 1990: 194-195).
Profanaciones y expolios de
los panteones guanches
Debemos al concienzudo afán investigador de
mi entrañable y fenecido amigo Raúl Melo Dai, una interesante lista de algunos
de los cuerpos y restos óseos de nuestros antepasados difuntos profanados y
secuestrados por un incipiente cientifismo europeo, embargado por un
etnocentrismo irracional de los que fueron partícipes un buen número de criollos
canarios ilustrados y algunos relevantes estudiosos europeos entre los que cabe
destacar a Sabín Berthelot y René Verneau quienes con
el beneplácito de las autoridades coloniales de la época saquearon y enviaron a
Francia una ingente cantidad de restos mortales de nuestros antepasados así
como una gran cantidad de objetos de uso cotidiano de nuestros ancestros.
La primera noticia de momias guanches fuera de las islas es la del inglés
Samuel Purchas, en 1616, quien observó dos en Londres. Un siglo después el
francés Puysegur se llevó otras dos procedentes de un barranco de Arico en
Chinech a París.
El criollo Viera y Clavijo da
noticias sobre este expolio:
“En octubre de 1772 el señor Young comandante
de un Vergatín inglés, sacó de Tenerife la momia de una guancha, que colocó en
el Museo Británico. Con este motivo se habló de ella en los papeles públicos
como de una gran maravilla. Celebróse la frescura, y buena conservación de las
partes del cuerpo, aún las más menudas. Se hizo juicio de que podría ser el cadáver
de una mujer muerta mil años há…
En el Gabinete de Historia Natural del Jardín
de París se ven dos momias de guanches.
Llevolas de la isla de Tenerife en 1776 el
Conde de Chastenet de Puysegur, oficial comandante de un buque de guerra, y
fueron halladas en una cueva del lugar de Arico. (Viera y Clavijo, 1982: 172-176)
El coleccionismo de momias guanches, era una afición natural en este
siglo, principalmente entre los viajeros y visitantes franceses e ingleses:
Mr. Golberry no escatimó esfuerzos para
recopilar la información sobre el proceso que observaban los guanches para
momificar los cadáveres de sus difuntos, describiendo una momia que había
coleccionado y que él mismo había seleccionado entre un
gran número de ellas, que aún existían en su tiempo en las cuevas sepulcrales
de Tenerife.
…Blumenbach nos informa que él posee una
momia, que aunque provista de toda su envoltura, solamente pesa siete libras y
media… (William,
2000: 62-64).
Los guanches embalsamaban sus muertos; todos
los días se descubren en la isla catacumbas abiertas por aquel pueblo. Todas
las personas de la expedición se procuraron fragmentos de las momias que
encierran. Mr. Broussonet tuvo la bondad de darme una entera. (Saint-Vincent, 1994: 81).
No obstante sería en el siglo XIX cuando el
expolio de estos restos alcanzaría en las islas su cenit. En 1865 existían en
el museo Antropológico Nacional de Madrid no menos de cinco momias de Tenerife.
Pero, quizás el centro más beneficiado de aquella época con el envío de momias
y huesos guanches y canarios fuera el Museo del Hombre de París, donde llegó
ingente cantidad de material, llevado sobre todo por René Verneau. (Rodríguez Maffiotte, 1995: 37).
Viendo las varias centenas de cráneos y
esqueletos que he traído de mis expediciones, nadie dudaría de los peligros que
tuve que afrontar para conseguirlos. (Verneau, 1881: 226)
Pero no solo fuera del archipiélago irían a parar los productos del
expolio. El siglo XVIII se caracterizó en esta tierra, con respecto al mundo
guanche, por su curiosidad hacia las momias, ya que estas evocaban una vida y
un mundo lleno de perfecciones. Por ello, no es de extrañar que algunos
canarios coleccionaran en sus casas esta clase de especimenes. (Rodríguez
Maffiotte, 1995: 37).
Se conservan aun algunas cuevas llenas de
cadáveres de guanches. En 3 de En.º de 1770 vi uno en casa del Then.te Cor.1
D.n Gabriel Román, que estaba entero, i aun con su cabello i
dientes.
En los archivos del Museo Antropológico Nacional de España, hay varias
cartas entre sus documentos, de R. Verneau, donde comunica el envío de restos
aborígenes, una de ellas con fecha 23 de agosto de 1886 de Las Palmas de Gran
Canaria; en ella habla del envío de dos cajones al Museo de Historia natural de
Madrid:
…de los cuales uno contiene dieciséis cráneos
del barranco de guayadeque…
Afirmaciones como esta, representan un ejemplo de las profanaciones y
expolio que existió en los siglo XVIII y XIX de investigadores (?) franceses e
ingleses de la talla entre otros de: Verneau, Berthelot, etc., enviando gran
cantidad de momias y calaveras a museos de toda Europa, en teoría para su
estudio, pero, que nunca volvieron a su lugar de origen, como ejemplo tenemos
las momias guanches en los museos de Paris, Londres, Munich, Canadá, etc.,
incluso por la desidia de las autoridades de la época, las que fueron a parar a
La Plata en la Argentina.
A este respecto Antonio Rumeu de Armas hace un valioso comentario:
El número de cuevas sepulcrales existentes en
Tenerife debió ser importante. Ahora bien, en el siglo XVIII se produjo una
sistemática expoliación por partes de aventureros, eruditos y aficionados. Los
museos y los Gabinetes Antropológicos de España y Europa reclamaron la posesión
de ejemplares, que les fueron generosamente facilitados por vía oficial
subrepticia. Pero, andando el tiempo, las momias fueron arrumbadas por carencia
de interés o pérdida de la pertinente identificación. Todavía hoy se conservan
algunas, ubicadas en las más extrañas galerías. (Rumeu de Armas, 1999: 169-178)
Por su parte Luís Diego Cuscoy se refiere a estas momias, ubicándolas
unas en París y otra en la
Real Biblioteca de Madrid:
Sabemos que de la región de Arico procedían
dos momias que en el siglo XVII se exhibían en el Gabinete de Historia Natural
de París y que del barranco de Herques eran las que en el mismo siglo se
conservaban en la Real
Biblioteca de Madrid.
En el archivo del museo de ciencias Naturales
de Madrid figura un documento con el número 506, fechado el 24 de mayo de 1778.
Con la referencia “Isla de León”. Se da cuenta de una carta de D. Vicente
Tofiño de San Miguel a D, Pedro Dávila remitiéndole, con Joaquín Román, la
momia que halló en Tenerife D. Luís Arquedas...le informa que, aunque ha
padecido mucho durante el viaje por mar, donde la humedad y calor de la bodega
del navío han alterado su conservación por ser el cadáver de los antiguos
guanches hace apreciable “esta pieza de historia”.
…varia fue la suerte de las que se extrajeron del yacimiento funerario de
Güímar.
Una, en perfecto estado de conservación, convenientemente
embalada con lana, salió para la
Corte , consignada a D. Francisco Machado. Un capitán de navío
francés obtiene autorización para llevarse una momia a Francia. Otra es sacada
por D. Lorenzo Vázquez Mondragón con destino a España. Finalmente D. Gabriel
Román deposita otra momia en su casa.
Sabíamos que en 1772 un inglés capitán de
navío, transportó a Inglaterra la momia que todavía hoy se conserva en el
Laboratorio Duckworth, de Cambridge. (Diego Cuscoy, 1976: 233-270)
En una momia guanche conservada
en Cambridge, se observan los dedos de los pies y de las manos envueltos por
separado en tiras de cuero… (William, 2000: 67).
Los diferentes cráneos
enviados al departamento de Antropología del Museo para satisfacer la petición
del Sr. Quatrefages fueron once. La caja enviada contenía:
1.- Cráneo
2.- Otro cráneo con una gran herida
cicatrizada
3.- Otro momificado en parte con las
mandíbulas y las vértebras del cuello
4.- 2 piernas (de mujer quizás) momificadas
Estas piezas procedían del barranco Agua de
Dios en Tegueste
5.- Un cráneo guanche de un Túmulo de la Isleta , Gran Canaria
6.- Otro de la Cueva de los Huesos cerca de
Tafira en Gran Canaria
7.- 2 fémures de la misma cueva
8 y 9.- 2 cráneos de una cueva de Guayadeque
en Gran Canaria
10, 11 y 12.- 3 cráneos de una cueva de Los
Letreros en El Hierro (Berthelot, 1980: 129).
…los cráneos de los esqueletos de los túmulos
de la Isleta
en Gran Canaria, de los que el departamento de antropología del Museo de París
posee algunos especimenes que les hemos enviado, nos parece que presentan más
hermosas proporciones que los de las momias sacadas de cuevas que parecen
proceder de épocas más modernas. (Berthelot, 1980: 147-148).
Al mismo tiempo se remitió al Sr. Director de
el Museo Etnológico Nacional 69 huesos limpios y varios trozos de pieles
adobadas, utilizadas por los aborígenes para envolver las momias de sus
difuntos. (Jiménez
Sánchez, 1940).
…no concluiremos esta interesante cuestión,
sin presentar antes un extracto del informe que Mr. Dubreuil de Montpellier
publicó sobre las momias que en 1802 llevó a Paris Mr. Broussonet… (Millares, 1997: 79).
El interés por la búsqueda y coleccionismo de restos arqueológicos en la
isla de Tenerife, tuvo su cumbre desde principio del siglo XIX, como nos
comenta Alejandro Cioranescu en su “Historia de Santa Cruz”:
En una región como las Canarias, donde la
arqueología se ha hecho sin la necesidad de escarbar el suelo, una colección de
objetos guanches era una fácil tentación. En cierto momento, la curiosidad era
tan viva que el mismo ayuntamiento, a pesar de su pobreza y de la falta de
asesoramiento especializado, se dio cuenta de ello. Observó que todos querían
momias, y hasta del extranjero, y que solo él no tenía ninguna; acordó por lo
tanto mandar que le consigan “algunas momias, procurando que vengan de ambos
sexos”. Si no las consiguió el ayuntamiento, las tuvieron algunos aficionados;
el primero de ellos fue Megliorini, que tenía en 1821 una momia guanche en su
colección que visitaban muchos viajeros y turistas extranjeros y en la que,
además de objetos de historia natural, se podían ver muchos objetos del
acostumbrado ajuar guanche. (Cioranescu, 1979: Vol. IV 222-223).
La primera mitad del siglo XIX fue una época
no solo científicamente estéril, sino más bien funesta para la arqueología. La
sociedad, embuida de la teoría rusoniana del buen salvaje, se lanzó a buscar
sus restos con afán coleccionista, destrozando definitivamente lo que pudo ser
rica fuente e interesante documento para la arqueología. (Pellicer, 1968: 292).
Mucho de este material se exhibe hoy en las
salas del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, y otra parte no menos
valiosa, figura en los museos de Madrid, Paris, Londres, Viena, etc. (Jiménez Sánchez, 1864: 72).
Este expolio no solo ocurrió en las islas de Tenerife y Gran Canaria,
sino que fue actividad habitual en todas las islas:
Los primeros trabajos arqueológicos llevados a
cabo en la isla de La Gomera ,
datan del año 1945. Como las demás islas del archipiélago, La Gomera registró el paso de
un grupo de hombres que en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del
XX recorrieron sus barrancos, lomadas y degolladas en busca de vestigios de los
aborígenes.
La preocupación de estos hombres fue diversa y
no siempre animada por un móvil científico, si exceptuamos a los antropólogos,
que en verdad hicieron una labor meritoria, si bien con detrimento y merma del
tesoro arqueológico de las islas.
Este impulso inicial desató una fiebre por la
rebusca de yacimientos en la que colaboraron, por un lado, el erudito local y
el médico, y por el otro el coleccionista.
Tener en el gabinete de trabajo o en el
despacho una momia o un cráneo, satisfacía en extremo, y si a esto se le añadía
la posesión de un vaso o un objeto ornamental, tanto mejor. (Cuscoy, 1953: 135-136)
Con respecto al expolio de momias, procedentes del Museo Casilda de
Tacoronte, les remito a la información bastante completa de las obras de Juan
Béthencourt Alfonso: Historia del
Pueblo Guanche y la de Fariña González y Tejera Gaspar: La Memoria Recuperada. Añadiendo solamente algunas informaciones adicionales:
Álvarez Rixo en un trabajo que comentaremos más adelante nos dice sobre
este particular:
En los periódicos de Santa Cruz de Tenerife
vimos anunciado el hallazgo de otra gruta de guanches con seis u ocho momias
bien conservadas, paréceme que en el pago o Valle de Igueste, de cuyo
descubrimiento tomó razones el Gobierno Civil que las hizo conducir a Santa
Cruz para dar parte al gobierno supremo y saber que se habría de hacer con las
tales momias: y como en España apenas se sabe lo que son las islas Canarias,
mucho menos se sabe ni interesan sus momias, y parece que nada se resolvió,
permaneciendo olvidadas con riesgo de irse deteriorando. Pasados algunos años,
con el laudable objeto de que no acabasen de maltratarse, las pidió y obtuvo
para conservarlas en su curioso gabinete de historia natural en Tacoronte D.
Sebastián Casilda, en cuya resolución estuvo acertadísimo el Gobierno Civil de la Provincia. (Tejera Gaspar, 1990: 121-136)
(En. Raúl Melo Dai).
Creo que la sociedad canaria debe crear los mecanismos necesarios para
exigir el retorno a nuestra nación de los cuerpos y restos mortuorios de
nuestros antepasados profanados y secuestrados que actualmente están expuestos
o almacenados en museos del mundo especialmente en los europeos para nos sean
retornados, no como objetos arqueológicos, sino como lo que realmente son, los
sagrados cuerpos de nuestros antecesores, los cuales deben respetuosa y dignamente reposar en un gran
mausoleo nacional canario a construir en cada isla. En cuanto a los difuntos
que indignamente son exhibidos en los museos canarios deben recibir igual
tratamiento, siendo en todo caso sustituidos por réplicas para fines didácticos
y explicativos de nuestra ancestral cultura.
Viendo las varias centenas de cráneos y
esqueletos que he traído de mis expediciones, nadie dudaría de los peligros que
tuve que afrontar para conseguirlos. (Verneau, 1881: 226).
Pero no solo fuera del archipiélago irían a parar los productos del
expolio. El siglo XVIII se caracterizó en esta tierra, con respecto al mundo
guanche, por su curiosidad hacia las momias, ya que estas evocaban una vida y
un mundo lleno de perfecciones. Por ello, no es de extrañar que algunos
canarios coleccionaran en sus casas esta clase de especimenes. (Rodríguez
Maffiotte, 1995: 37).
Se conservan aun algunas cuevas llenas de
cadáveres de guanches. En 3 de En.º de 1770 vi uno en casa del Then.te Cor.1
D.n Gabriel Román, que estaba entero, i aun con su cabello i
dientes.
En los archivos del Museo Antropológico Nacional de España, hay varias
cartas entre sus documentos, de R. Verneau, donde comunica el envío de restos
aborígenes, una de ellas con fecha 23 de agosto de 1886 de Las Palmas de Gran
Canaria; en ella habla del envío de dos cajones al Museo de Historia natural de
Madrid:
…de los cuales uno contiene dieciséis cráneos
del barranco de guayadeque…
Afirmaciones como esta, representan un ejemplo de las profanaciones y
expolio que existió en los siglo XVIII y XIX de investigadores (?) franceses e
ingleses de la talla entre otros de: Verneau, Berthelot, etc., enviando gran
cantidad de momias y calaveras a museos de toda Europa, en teoría para su
estudio, pero, que nunca volvieron a su lugar de origen, como ejemplo tenemos
las momias guanches en los museos de Paris, Londres, Munich, Canadá, etc.,
incluso por la desidia de las autoridades de la época, las que fueron a parar a
La Plata en la Argentina.
A este respecto Antonio Rumeu de Armas hace un valioso comentario:
El número de cuevas sepulcrales existentes en
Tenerife debió ser importante. Ahora bien, en el siglo XVIII se produjo una
sistemática expoliación por partes de aventureros, eruditos y aficionados. Los
museos y los Gabinetes Antropológicos de España y Europa reclamaron la posesión
de ejemplares, que les fueron generosamente facilitados por vía oficial
subrepticia. Pero, andando el tiempo, las momias fueron arrumbadas por carencia
de interés o pérdida de la pertinente identificación. Todavía hoy se conservan
algunas, ubicadas en las más extrañas galerías. (Rumeu de Armas, 1999: 169-178).
Por su parte Luís Diego Cuscoy se refiere a estas momias, ubicándolas
unas en París y otra en la
Real Biblioteca de Madrid:
Sabemos que de la región de Arico procedían
dos momias que en el siglo XVII se exhibían en el Gabinete de Historia Natural
de París y que del barranco de Herques eran las que en el mismo siglo se
conservaban en la Real
Biblioteca de Madrid.
En el archivo del museo de ciencias Naturales
de Madrid figura un documento con el número 506, fechado el 24 de mayo de 1778.
Con la referencia “Isla de León”. Se da cuenta de una carta de D. Vicente
Tofiño de San Miguel a D, Pedro Dávila remitiéndole, con Joaquín Román, la
momia que halló en Tenerife D. Luís Arquedas...le informa que, aunque ha
padecido mucho durante el viaje por mar, donde la humedad y calor de la bodega
del navío han alterado su conservación por ser el cadáver de los antiguos
guanches hace apreciable “esta pieza de historia”.
…varia fue la suerte de las que se extrajeron del yacimiento funerario de
Güímar.
Una, en perfecto estado de conservación,
convenientemente embalada con lana, salió para la Corte , consignada a D.
Francisco Machado. Un capitán de navío francés obtiene autorización para
llevarse una momia a Francia. Otra es sacada por D. Lorenzo Vázquez Mondragón
con destino a España. Finalmente D. Gabriel Román deposita otra momia en su
casa.
Sabíamos que en 1772 un inglés capitán de
navío, transportó a Inglaterra la momia que todavía hoy se conserva en el Laboratorio
Duckworth, de Cambridge. (Diego Cuscoy, 1976: 233-270)
En una momia guanche
conservada en Cambridge, se observan los dedos de los pies y de las manos
envueltos por separado en tiras de cuero… (William, 2000: 67).
Los diferentes cráneos
enviados al departamento de Antropología del Museo para satisfacer la petición
del Sr. Quatrefages fueron once. La caja enviada contenía:
1.- Cráneo
2.- Otro cráneo con una gran herida
cicatrizada
3.- Otro momificado en parte con las
mandíbulas y las vértebras del cuello
4.- 2 piernas (de mujer quizás) momificadas
Estas piezas procedían del barranco Agua de
Dios en Tegueste
5.- Un cráneo guanche de un Túmulo de la Isleta , Gran Canaria
6.- Otro de la Cueva de los Huesos cerca de
Tafira en Gran Canaria
7.- 2 fémures de la misma cueva
8 y 9.- 2 cráneos de una cueva de Guayadeque
en Gran Canaria
10, 11 y 12.- 3 cráneos de una cueva de Los
Letreros en El Hierro (Berthelot, 1980: 129).
…los cráneos de los esqueletos de los túmulos
de la Isleta
en Gran Canaria, de los que el departamento de antropología del Museo de París
posee algunos especimenes que les hemos enviado, nos parece que presentan más
hermosas proporciones que los de las momias sacadas de cuevas que parecen
proceder de épocas más modernas. (Berthelot, 1980: 147-148).
Al mismo tiempo se remitió al Sr. Director de
el Museo Etnológico Nacional 69 huesos limpios y varios trozos de pieles
adobadas, utilizadas por los aborígenes para envolver las momias de sus
difuntos. (Jiménez
Sánchez, 1940).
…no concluiremos esta interesante cuestión,
sin presentar antes un extracto del informe que Mr. Dubreuil de Montpellier
publicó sobre las momias que en 1802 llevó a Paris Mr. Broussonet… (Millares, 1997: 79).
El interés por la búsqueda y coleccionismo de restos arqueológicos en la
isla de Tenerife, tuvo su cumbre desde principio del siglo XIX, como nos
comenta Alejandro Cioranescu en su “Historia de Santa Cruz”:
En una región como las Canarias, donde la
arqueología se ha hecho sin la necesidad de escarbar el suelo, una colección de
objetos guanches era una fácil tentación. En cierto momento, la curiosidad era
tan viva que el mismo ayuntamiento, a pesar de su pobreza y de la falta de
asesoramiento especializado, se dio cuenta de ello. Observó que todos querían
momias, y hasta del extranjero, y que solo él no tenía ninguna; acordó por lo
tanto mandar que le consigan “algunas momias, procurando que vengan de ambos
sexos”. Si no las consiguió el ayuntamiento, las tuvieron algunos aficionados;
el primero de ellos fue Megliorini, que tenía en 1821 una momia guanche en su
colección que visitaban muchos viajeros y turistas extranjeros y en la que,
además de objetos de historia natural, se podían ver muchos objetos del
acostumbrado ajuar guanche. (Cioranescu, 1979: Vol. IV 222-223).
La primera mitad del siglo XIX fue una época
no solo científicamente estéril, sino más bien funesta para la arqueología. La
sociedad, embuida de la teoría rusoniana del buen salvaje, se lanzó a buscar
sus restos con afán coleccionista, destrozando definitivamente lo que pudo ser
rica fuente e interesante documento para la arqueología. (Pellicer, 1968: 292).
Mucho de este material se exhibe hoy en las
salas del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, y otra parte no menos
valiosa, figura en los museos de Madrid, Paris, Londres, Viena, etc. (Jiménez Sánchez, 1864: 72).
Este expolio no solo ocurrió en las islas de Tenerife y Gran Canaria,
sino que fue actividad habitual en todas las islas:
Los primeros trabajos arqueológicos llevados a
cabo en la isla de La Gomera ,
datan del año 1945. Como las demás islas del archipiélago, La Gomera registró el paso de
un grupo de hombres que en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del
XX recorrieron sus barrancos, lomadas y degolladas en busca de vestigios de los
aborígenes.
La preocupación de estos hombres fue diversa y
no siempre animada por un móvil científico, si exceptuamos a los antropólogos,
que en verdad hicieron una labor meritoria, si bien con detrimento y merma del
tesoro arqueológico de las islas.
Este impulso inicial desató una fiebre por la
rebusca de yacimientos en la que colaboraron, por un lado, el erudito local y
el médico, y por el otro el coleccionista.
Tener en el gabinete de trabajo o en el
despacho una momia o un cráneo, satisfacía en extremo, y si a esto se le añadía
la posesión de un vaso o un objeto ornamental, tanto mejor. (Cuscoy, 1953: 135-136)
Con respecto al expolio de momias, procedentes del Museo Casilda de
Tacoronte, les remito a la información bastante completa de las obras de Juan
Béthencourt Alfonso: Historia del
Pueblo Guanche y la de Fariña González y Tejera Gaspar: La Memoria Recuperada. Añadiendo solamente algunas informaciones adicionales:
Álvarez Rixo en un trabajo que comentaremos más adelante nos dice sobre
este particular:
En los periódicos de Santa Cruz de Tenerife
vimos anunciado el hallazgo de otra gruta de guanches con seis u ocho momias
bien conservadas, paréceme que en el pago o Valle de Igueste, de cuyo
descubrimiento tomó razones el Gobierno Civil que las hizo conducir a Santa
Cruz para dar parte al gobierno supremo y saber que se habría de hacer con las
tales momias: y como en España apenas se sabe lo que son las islas Canarias,
mucho menos se sabe ni interesan sus momias, y parece que nada se resolvió,
permaneciendo olvidadas con riesgo de irse deteriorando. Pasados algunos años,
con el laudable objeto de que no acabasen de maltratarse, las pidió y obtuvo
para conservarlas en su curioso gabinete de historia natural en Tacoronte D.
Sebastián Casilda, en cuya resolución estuvo acertadísimo el Gobierno Civil de la Provincia. (Tejera Gaspar, 1990: 121-136)
(En. Raúl Melo Dai).
Creo que la sociedad canaria debe crear los mecanismos necesarios para
exigir el retorno a nuestra nación de los cuerpos y restos mortuorios de
nuestros antepasados profanados y secuestrados que actualmente están expuestos
o almacenados en museos del mundo especialmente en los europeos para nos sean
retornados, no como objetos arqueológicos, sino como lo que realmente son, los
sagrados cuerpos de nuestros antecesores, los cuales deben respetuosa y dignamente reposar en un gran
mausoleo nacional canario a construir en cada isla. En cuanto a los difuntos
que indignamente son exhibidos en los museos canarios deben recibir igual
tratamiento, siendo en todo caso sustituidos por réplicas para fines didácticos
y explicativos de nuestra ancestral cultura.
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